10 de mayo de 2011

LOS TRECE ÁRBOLES –SU SIGNIFICADO ESPIRITUAL

De: Alexiis

Dado que constantemente sigo en la búsqueda para conectarme cada vez más con la naturaleza y así acercarme más a la Madre Tierra, es que les hago llegar esta información que considero de interés porque nos ayuda con la sanación de nuestros cuerpos. Se trata sobre trece árboles y su significado casi diríamos espiritual y físico en nuestra vida.

1º) ABEDUL

clip_image002El primero es el Abedul, este es el árbol de la concepción y fertilidad, de potencialidad ilimitada. Empezamos los trece árboles con el solsticio de invierno, y es ahí donde comienza, el año.

Si un alma no se siente bienvenida, en el momento de la concepción, su genio creativo va a ser limitado, y esto lleva a una falta de confianza en si mismo, o menor fragilidad físicamente, por eso el Abedul, si uno toma la esencia del Abedul, nos ayuda si nosotros no somos un niño bienvenido nos ayuda al tomar la esencia del Abedul nos devuelve esa confianza en nosotros mismos, que tanto necesitábamos, y esta es la forma en que los árboles comienzan a ayudarnos.

2º) ROWEL

clip_image004 El segundo es el Rowel, este es el árbol para acelerar, es el momento, la etapa durante el embarazo, en que el bebé ya está listo para nacer, y asegura que ideas creativas se realicen porque están conectadas, con su origen, de donde vienen, le da más impulso para traer esas ideas, dentro de la creación material. Para crear cualquier cosa nosotros necesitamos un empujón, más una decisión más de energía, sin esto las ideas creativas se pierden y nunca las completamos. Entonces, si la energía de la mamá es muy baja en la etapa final del embarazo, si el trabajo de parto es muy débil, ese chico luego va a crecer como una persona que tiene muchas ideas, pero en realidad nunca termina nada, y esto le da el impulso que se requiere para las ambiciones y los deseos.

  • ¿Qué pasa cuando la mamá tiene el chico con anestesia por cesárea?
  • No pujas, literalmente no pujas, para que el chico nazca, acá está el problema, y si uno no tiene el impulso necesario, el extra-impulso, para la ambición y deseos, tienen que tomar este extracto de Rowel, por un tiempo, ahora de adultos.

3º FRESNO (Ash)

clip_image006 Este es el árbol de la inspiración, de la intuición, ese es el período durante el embarazo de mucha actividad de la glándula Pituitaria y del amamantamiento, este es el momento en que la intuición de la mujer está en su pico máximo. El niño que se está desarrollando siempre percibe la intuición de la madre para crecer y confiar, confiar en las mareas y ciclos lunares, y confiar en su cuerpo astral y le ayuda al niño a desarrollar conexiones síquicas. La madre necesita recibir bien a esa nueva alma y ver que todas sus necesidades sean satisfechas, y es por eso que se acentúa su intuición de la mamá, pero muy a menudo la parte médica toma control de esto, la madre entonces deja de confiar en sus propios instintos en ella misma y le da todo su poder a los doctores.

Entonces el bebé nace en un ambiente muy seguro clínicamente hablando, pero no respetan las necesidades emocionales y síquicas de la criatura, y entonces esta criatura después no aprende a confiar en la inteligencia intuitiva, o no tienen la habilidad de cuidar o nutrir a otros niños. Entonces uno no confía en la sabiduría que nos brinda la naturaleza de por sí, el niño crece corto de vista, le da su poder a la autoridad.

Este árbol nos da el coraje, y una inteligencia innata más allá de la presión constante de la sociedad para que esté complaciendo a la sociedad.

  • Entonces también las mamás que están embarazadas es bueno que tomen eso
  • En realidad se usa para corregir eso, ya de grande, lo mejor es tomar el extracto de estos árboles, tomándolo por el período de un año. Uno piensa en el solsticio de invierno, en la luna llena, y después la próxima luna llena, toma el Rowel, después el Fresno.

4º ALISO (Alder)

clip_image008 Es el árbol del nacimiento, es el árbol de las hadas, pero también es el árbol de los espíritus buenos y malos, es una puerta o un pasadizo hacia el mundo pero no discrimina, entonces en el momento de nacer, el bebé depende de la mamá para empujar hacia el mundo, entonces si el parto no es de forma natural, el bebé no siente el apoyo de la mamá y entonces no sabe en quién confiar. Esta persona crece con inseguridad y confusión, y a medida que crece, no puede discriminar claramente entre aquello que lo puede apoyar y lo que le puede dañar.

El nacimiento es al mismo tiempo doloroso y bello, y la luz y la oscuridad son las dos caras de una misma moneda, y este árbol, el Alder, nos ayuda a unir estos dos aspectos en nuestra vida, y esto es muy bueno para aquellas personas que siempre están buscando una guía fuera de ellos mismos, cuando necesitan tomar una decisión, y este árbol nos corrige esto.

5º SAUCE (Willow)

clip_image010 El quinto se toma en la próxima luna llena, es el Sauce (Willow), y este árbol es el árbol de los sueños, el del soñar. Si se fijan esas son las etapas de la vida, este árbol es de los comienzos de la primavera, un niño, una criatura aprende a soñar antes de aprender a pensar, y antes de tomar conciencia de las responsabilidades.

Si un niño no sueña su vida se torna en una vida sin sentido, y está dominada por acciones lógicas y llenas de responsabilidades, el soñar nos enseña el propósito correcto de nuestras vidas, desarrollamos la imaginación, deseos, metas personales, saber que hay correcto de nuestras vidas, desarrollamos la imaginación, deseos, metas personales, saber que hay otras realidades más allá de lo material. Ayuda mucho en la auto sanación, crea equilibrio emocional, dejan ir las tensiones del inconsciente, pero si en esta etapa se lo molesta al niño, y pierde su contacto con el mundo de los sueños, el niño entonces se va a convertir en un ser apagado, con una vitalidad disminuida y muy susceptible a enfermarse, y después los hemisferios del cerebro capaz no estén en equilibrio, y esto ocasiona dislexia. Entonces el Sauce justamente ayuda a restaurar la vitalidad y el deseo de vivir, el Sauce es muy importante.

6º EL CARDO BLANCO

clip_image012 El próximo árbol es el Cardo Blanco, es el árbol para despertar de los sueños, está en el equinoccio de primavera, y este árbol está ya llegando hacia la adolescencia, es el comienzo cuando uno se esta adentrando en el mundo real, y el niño sabe que va a tener que convertirse en una persona responsable y se siente muy vulnerable, y es en este momento en que la criatura aprende a ser una víctima, porque está en su momento de mayor indefensión, un niño necesita mucha ayuda para poder llevar a cabo todas las crecientes demandas y las responsabilidades.

Si se lo esfuerza demasiado, si se lo empuja demasiado, el chico muchas veces se aferra, se planta y se rehúsa a seguir creciendo, y esto es lo que después lleva a la personalidad de víctima, cuando es un adulto y este adulto capaz que no va a poder manejar todas las dificultades que la vida le va a estar presentando.

Así que este árbol, el Cardo Blanco, es una protección, para lo inocente, para lo vulnerable y sana al niño interior, y lo ayuda a poder tener una vida adulta, este es el camino de las viejas curanderas, es la forma en la que trabaja, esto es lo que se corrige y como tener una fuerza cuando uno es adulto.

7º EL ROBLE (Oak)

clip_image014 Esto nos trae un árbol que es muy importante, que es el Roble, es el árbol de la fuerza, este es el joven adulto en su punto máximo, en su punto máximo de su vitalidad cuando su fuerza de voluntad y determinación está en su punto más fuerte, uno ya dominó todas las pruebas de la adolescencia, uno ya completó su educación, y ahora vamos a estar listos para construir su vida.

El orgullo siempre viene antes de una caída, y este adolescente con mucha confianza en si mismo, de repente se da cuenta capaz, que la vida no es tan fácil como parece, y se siente a veces abandonado, desilusionado, entonces el Roble acumula paciencia y gran sabiduría, porque crece muy lentamente hasta transformarse en un gigante, le da paciencia y sabiduría a aquellos que quieren igual que los adolescentes pero todo demasiado rápido, les devuelve la fuerza de voluntad y la determinación y la autodeterminación, que a veces uno pierde a través de los desencantos, desilusiones y nos devuelve la fe en aquello que estamos trabajando.

La fe es asegurarnos sobre aquellas cosas en las cuales estamos deseando mucho, la fe es muy necesaria cuando un joven adulto deja su hogar, para empezar su propia vida. Si ellos fracasan y no tienen la fe para empezar nuevamente, el hígado se debilita y entonces uno necesita el Roble para sanar todos estos patrones de fracaso.

  • Perdón, ¿El orgullo viene antes de la caída?
  • El niño quiere hacer todo muy rápidamente, tiene mucha confianza en uno mismo, piensa que todo va a ser muy fácil, y después llega la decepción, no hay empleos, por ejemplo. Ellos pensaban que iban a llegar al tope de su profesión rápidamente, y se dan cuenta que eso en realidad es difícil.

8º EL ACEBO (Holly)

clip_image015 Es el árbol del sacrificio.

  • Si se sabe distinguir por los sabores
  • Si, debiese haber curanderas capaces de hacer eso, o si no plantan en su casa los pequeños arbolitos y lo haces vos mismo.
  • Son como tinturas madre o como las flores, la técnica para hacerlo.
  • Puede hacer de cualquier forma que quiera, mientras sea de ese árbol.
  • ¿Tinturas o extractos?
  • Dice que sí, que puede ser, que obtengan una tintura mientras más fuerte, mejor es.
  • Yo por ejemplo lo uso con tantas hojas de Roble, y las hojas las pongo a hervir en agua y entonces las dejo hervir bastante para que el agua tome un color, hasta que tome la tinta de la hoja de la planta, entonces después lo cuelo, y después lo llevo a la bañera con agua caliente y yo me meto adentro de eso, quince minutos, y lo inhalo y el Roble a mi me ayuda a recuperar las fuerzas, con el fruto o las hojas del fruto.
  • ¿Eso lo puedes beber?
  • Lo puedes beber porque es como un té.

El Acebo es el árbol del sacrificio, ahora ya uno logró todo, y uno deja de lado el camino egoísta y uno empieza a ver y a tener en cuenta a los demás, y uno empieza a tener las cualidades femeninas de dar y de nutrir, y uno va más allá de su egoísmo, uno se abre más allá de los otros de una vida espiritual, del sacrificio de un ideal de uno más bajo por uno más alto y el peligro acá reside a veces en perder de vista el sentido de todo esto y a veces nos convertimos en esclavos para los deseos de los otros miembros de nuestra familia o un grupo, no necesariamente la familia.

El acebo abre un entendimiento del dolor, muchas veces aceptamos el dolor justamente para proteger aquellos que amamos del dolor, este árbol nos recuerda que todos los seres sienten dolor, cuando están creciendo, y no es nuestra responsabilidad retenerlos para que no sientan el dolor, o sea cuidarlos de sentir el dolor, nuestro amor puede ayudar a las personas, pero no deberíamos guardarlos o cuidarlos o retenerlos de sentir su dolor, su propio dolor, sin este entendimiento estamos proclives al vampirismo emocional, a través del amor podemos enseñarles a los otros a manejar su propio dolor.

El Acebo nos permite, nos enseña a cortar relaciones que nos chupan energía y cordones, nos da un equilibrio, un entendimiento de la compasión y del dolor y entonces en un futuro uno no es totalmente drenado de nuestras energías, no somos totalmente vaciados.

Los árboles son los más beneficiosos, son una de las partes más beneficiosas de la naturaleza para nosotros los seres humanos, nosotros vivimos en esos árboles.

9º AVELLANO (Hazel)

clip_image017 Es el árbol que da la Avellana, este es el árbol del poder femeninos y nos enseña la importancia del corazón más allá de la mente y la fuerza de voluntad, es la madera más flexible que sede, sede sin romperse, se dobla sin romperse. Dando a luz o criando a nuestros hijos, este proceso se ve interrumpido por los médicos.

La mujer en ese momento da su poder a los médicos, se le quita toda su visión, su poder de sanación que ella tiene, si hubiese desarrollado todo en forma natural. El Avellano está en sintonía con la luna, nos da una visión interior, una quietud y nos devuelve nuestro poder en la autoridad, ese poder que fue quitado por la sociedad, nos calma nuestros nervios, alimenta nuestra alma y nos la devuelve para nuestros proyectos. Tienen que tomar el Avellano para la parte del poder femenino, porque no está limitada por la autoridad, este es un árbol femenino.

10º MANZANO

clip_image019 El Manzano es el árbol de la abundancia, es la cosecha que la naturaleza nos brinda todo, total confianza que el año siguiente va a tener de vuelta lo mismo y dar libremente es parte del ciclo de la vida y sin esta actividad no sobreviviríamos, solo el hombre retiene por avaricia e inseguridad, el fruto del manzano se le da libremente a aquellos que lo necesiten, como reconociendo su importancia en un aspecto mayor de las cosas. Cuando nosotros retenemos y no queremos dar se nos cierra el corazón y empezamos a morir, nuestra energía decrece y los problemas nos sobrepasan, pero si nosotros damos, al dar nos estamos abriendo a un nuevo fluido y podemos reconocer que siempre es ilimitado, siempre hay de todo.

No nos podemos poner en contacto con todo esto si no lo usamos, si no lo utilizamos, y justamente tenemos que demostrar nuestra confianza en el acto de dar. Las manzanas son el remedio natural para el estómago, para los intestinos, para el corazón, y hace sanar a la persona avara, cura la avaricia, y nos ayuda a todos a confiar, en tiempos donde hay escasez, la manzana nos ayuda a mantener la confianza, y entonces si están preocupados por dinero tienen que tomar el remedio de la manzana.

11º CARDO NEGRO (Hongayo)

clip_image021 El Hongayo son árboles más pesados, es el Cardo Negro, ese es el árbol del dragón, es el guardián del tesoro de la tierra y su color negro representa el vacío, algo que queremos alcanzar, en la medida que crecemos espiritualmente. Las espinas representan el dolor, el dolor que atravesamos para llegar hasta él, y este es un árbol para protegernos de los celos, si uno trata de robar o abusar, lo que el árbol este protege. Uno siente el dragón, es el símbolo de las limitaciones inconscientes, de los miedos, todos estos miedos y limitaciones que tenemos que enfrentar en nosotros mismos, ver en nosotros mismos para llegar a nuestro poder.

Una vez que nosotros trabajemos todos los miedos, la resistencia, el dolor, esta fuerza se convierte en un amigo aliado y protector, es el escudo síquico, es la transmutación del dolor a través del amor, y está marcada por la Kundalini, el que surge es el dragón de fuego, custodia nuestro poder hasta que seamos suficientemente sabios para usarlos, y esta es de alguna manera el significado más alto de las energías reptilianas.

Nº 12 – SAUCO (Elder)

clip_image023 El doce es el Sauco (hay jugo de sauco hecho de las bayas). Este es el árbol de la sabiduría, amar a todos y a todos sin juzgar. Tiene flores blancas, bolitas rojas y después se convierten en negras, este es el proceso de maduración, de una dama que primero es blanca, la madre que es roja y después la viejita sabia que es negra.

El árbol de Sauco nos recuerda que tenemos que ir aun más allá, nunca podemos saber todo, por esto no tenemos derecho a juzgar, todo tiene sus opuestos y ambos lados son igualmente importantes. Cuando logramos no tener ningún tipo de juicio en contra de las personas, entonces somos lo suficientemente responsables y se nos puede dar el poder. El enjuiciar constantemente nos limita, nos gasta y gastamos mucha energía tratando de proteger una creencia falsa. Este árbol nos ayuda a sanar el cansancio, cuando estamos muy exhaustos y nos abre a una energía ilimitada.

Nº 13 – TEJO (Yew)

clip_image025 El último árbol, el Tejo, es el árbol de la muerte. Representa el acceso a otros mundos y se lo planta en los cementerios, y sana nuestro miedo a la muerte, nos ayuda a encontrar la quietud si nosotros vemos solamente el plano material, no podemos ver mucho más de ahí y entonces nos aferramos a esos traumas que están como pegados, pero este árbol nos ayuda a ver más allá de lo material, y entonces la vida material pierde su importancia para nosotros, y no nos aferramos a todos los traumas. Si hacemos que algo sea demasiado real entonces no los podemos cambiar, para poder ver más allá de nuestras limitaciones y hacer las cosas menos reales, y entonces poder cambiar las cosas.

Nosotros creemos que la vida material es todo lo que hay, y no podemos soportar cualquier tipo de amenaza hacia esa vida. Es justamente para entender una naturaleza ilusoria, que nosotros mismos creamos. Por lo tanto, si la vida material es menos importante, podemos manejar todos nuestros traumas mejor. Este árbol tiene una mala reputación como las lechuzas, pero si uno comprende y trabaja para este árbol, es un árbol tremendo.

Estos son los trece árboles, cada tres años hay doce lunas y después quitan el árbol de Rowel.

  • Son doce árboles
  • Ese es el que reemplazas porque es un doble tiempo en primavera, porque tiene que ver con los ciclos de la luna.

Nota: Este material fue dado por un chamán americano y supongo que en las herboristerías se podrá conseguir hojas de los distintos árboles, tal como se mencionó en uno de los ejemplos.

3 de mayo de 2011

VIDA DE JESÚS - DICTADA POR ÉL MISMO - Parte 7 y final

CAPÍTULO XV

JESÚS CEDE UNA VEZ MÁS A LOS RUEGOS DE SUS AMIGOS

La última vez que Jesús volvió de Jerusalén a Betania, manifestó la intención de no luchar más, de no huir más, y de agotar el cáliz de la amargura para obedecer a su Padre Celeste.

«No me desviéis del objetivo, dijo, pero marchemos juntos. Rodeadme de cariño y de honores para esconder a mis miradas la ingratitud del pueblo y para facilitar el remordimiento de mis acusadores».

«Todos dirán: Puesto que lo aman, lo siguen, y le tributan honores, porque ven siempre en él al Mesías hijo de Dios».

«No os aflijáis demasiado por nuestra separación carnal, y cumplid mi ley como si aún me encontrara entre vosotros. Mi ley es una ley de amor; el espíritu la dictará en todos los tiempos».

«¡Paz a los hombres de buena voluntad

«He aquí lo que entiendo con estas palabras. El hombre se ve continuamente agitado por deseos y arrepentimientos. Su alma jamás se ve satisfecha, su espíritu es ávido de bienes efímeros, su vida pasa entre la ignorancia y la ambición».

«Mas si el hombre se inicia mediante la voluntad en la emanación divina, su alma se hace libre y feliz, su espíritu recorre senderos hasta entonces desconocidos, su vida aspira tan sólo a una posesión, la de la ciencia».

«Sí ¡Paz a los hombres de buena voluntad! Ellos son los obreros de Dios, los preparadores de su reino sobre la Tierra».

La fiesta de Pascua debía tener lugar, en este año, en los últimos días de marzo y primeros de abril. Quise, como era costumbre, ir a Jerusalén, pero no ignoraba que la orden de arrestarme sería dada y que el decreto de muerte había sido ya pronunciado.

Nicodemo, José de Arimatea y sus amigos, en número de catorce, se habían abstenido de toda deliberación no queriendo comprometer los medios de servirme en los últimos momentos de salvarme tal vez. Después de haberse esforzado en hacer cambiar las disposiciones del pueblo a mi respecto, ellos acudieron a Poncio Pilato, que les dio esperanzas.

Los dieciséis fueron reemplazados y al tribunal se le adjuntó diez miembros suplentes. Todos condenaron a Jesús como impostor, seductor y aliado del espíritu de las tinieblas.

El defensor fue elegido por el tribunal para hacer valer las causas atenuantes de mi delito. Éste se había extendido en una difusa disertación sobre la monomanía religiosa, y había llegado a la conclusión, de acuerdo con la opinión de la gente de Nazaret, que yo no era más que un estático digno de lástima y desprecio.

«Es necesario que este hombre muera, gritó el Gran sacerdote Hanan, porque es culpable de lesa majestad divina, con todo el conocimiento de un doctrinario.

¿A qué se nos viene a hablar de monomanía, de demencia, cuando todo demuestra una rara perspicacia, una ambición devoradora, un carácter de lo más peligroso?

Aunque la demencia no estuviera probada, es preferible la muerte de un hombre inocente, que la caída del Sacerdocio y la ruina de una nación».

El domingo 27 de marzo, tuvo lugar nuestra salida de Betania. El trayecto fue de lo más animado, y los honores tributados a mi persona acariciaron las ilusiones de mis discípulos. A poca distancia de Betania encontramos a algunos extranjeros, cuyo número fue aumentando a medida que nos íbamos acercando a la ciudad. Cedí a los deseos de ellos dejándonos seguir y entramos en Jerusalén como triunfadores.

No es verdad que yo estuviera montado en un burro, pero sí es cierto que se me propuso, rechazando yo el ofrecimiento. Muchos se apiñaban a mi alrededor. Ramas con hojas y flores caían a mis pies, y el pueblo de Jerusalén se unía al pueblo nómada para llenarme de entusiastas demostraciones. El pueblo es, siempre, plagiario e instrumento. Se reproduce con sus instintos atávicos y obedece a intereses que no son los suyos. Por momentos esclavo embrutecido o déspota insensato, el pueblo conocerá la verdadera fuerza tan sólo mediante los beneficios de la educación moral. La educación moral encadena los instintos y desarrolla la razón. Cuando ella se encuentre a la orden del día, las clases dirigentes habrán comprendido el verdadero progreso y la Tierra se elevará hacia Dios.

Una de las primeras personas que reconocí en medio de la multitud, que venía hacia nosotros de los alrededores de la ciudad, fue mi hermano Eleazar. Tuve que suponer que mis tres hermanos mayores estaban juntos y procuraban combatir la mala influencia producida por mis otros hermanos.

Este día se convirtió después para mí en un cargo gravísimo. El pueblo que se había mostrado entusiasmado por mis últimos honores, me acusó ante Poncio Pilato de haber llevado mis pretensiones humanas tan lejos hasta hacerme llamar rey.

La sabiduría y buena voluntad del juez romano llevaron la cosa a broma. «Probablemente, dijo Poncio, Jesús se cree el primero de los hebreos y la palabra Rey expresa su idea. ¡Sea pues Rey de los hebreos! Mas este rey no puede, bajo ningún concepto, causar perjuicio a la seguridad del Imperio».

La tarde del domingo 27 de marzo, quedamos de acuerdo para pasar la noche en Jerusalén. Al otro día me vi asediado para que dejara esos parajes para siempre, pero permanecí inconmovible y esa especie de delirio que precipitaba mis palabras se convirtió más tarde en una profecía. Le prometí a Marcos llamarlo lo más pronto posible al reino de mi Padre, y a las mujeres que se arrodillaban delante de mí les dije: «Vosotras tendréis el coraje de acompañarme hasta la muerte y Dios colocará sobre vuestras frentes, como sobre la mía, la corona del martirio».

Mis discípulos de Galilea juraban todos, que me rodearían, y me defenderían hasta derramar la última gota de su sangre. Acogí estas manifestaciones con una melancólica sonrisa y nada contesté. Después, dirigiéndome a mi madre le dije:

«Tú tienes entre los compañeros de tu hijo, madre mía, un hijo y un hermano que te recordarán el ausente y viviréis para que no sea negada mi resurrección como espíritu. De la resignación de mis discípulos, de la de vosotros principalmente, depende la salud de mi doctrina en el presente, del mismo modo que el porvenir de esta doctrina depende de los sucesores de mis discípulos».

Consentí en esquivar a mis enemigos todavía por una vez y fuimos a hospedarnos en una casa colonial, donde ya en otras ocasiones habíamos encontrado buena acogida.

Gethsemaní, situada en un paraje elevado, de donde se veía el Mar Muerto, el Jordán, las llanuras y las montañas de Galilea, había de ofrecernos un albergue tranquilo, al menos por algún tiempo.

El pueblo nos tenía afección, y los sacerdotes, que temían, sobre todo, las manifestaciones populares, hostiles a su poderío, se habrían abstenido seguramente de proporcionarles un pretexto con una agresión brutal. Buscaban un medio para apoderarse de mi persona sin testigos y sin ruido y la vergonzosa defección de Judas fue obra de ellos. De mis discípulos de Galilea, Judas fue el único que no me acompañó a Gethsemaní en la mañana del lunes. Nos alcanzó en la tarde y su actitud llamó la atención a Pedro que me dijo: «¿Qué tiene, pues, Judas? Míralo cuán preocupado está».

Me acerqué a él y le pregunté porqué nos había dejado en el momento de nuestra salida de Jerusalén. Tenía aún que visitar a algunas personas, me dijo, y por otra parte yo tenía deseos de informarme de las últimas disposiciones tomadas con respecto a nosotros.

Ellas son de tal naturaleza que nos quitan toda esperanza de poder huir de la venganza de nuestros enemigos.

«Tú no debes estar triste por una solución que yo he buscado, dije yo. Muéstrate animoso en el momento del peligro y guarda el recuerdo del Maestro cuando ya no me encuentre con vosotros».

Alargué a Judas una mano, que él apretó débilmente; su mirada esquivaba la mía. Entendí...

Indeciso al principio, tomé el partido de disimular para con él y de ejercer sobre él una presión en todos los instantes. Lo entretenía, lo empujaba a expansiones, para observar mejor sus reticencias y sus perplejidades.

El miércoles, Judas nos propuso visitar las plantaciones de olivos que cubrían el flanco de la montaña de Gethsemaní por el lado de Jerusalén y dio como pretexto de su ocurrencia, las modificaciones que debía haber experimentado esta localidad.

Propuso que el paseo se efectuara al día siguiente… El lavado de pies era una de las instituciones de Juan; una demostración de la igualdad humana. El patrón es el hermano de su sirviente. La posición social deja de existir cuando se trata de adorar a Dios. La fuerza moral determina la elevación y el hombre se muestra mucho más grande con el cumplimiento de sus deberes, que con espléndidas demostraciones de sus facultades y directrices. Di pruebas de mi respeto por el apóstol, adoptando muchas de sus prácticas religiosas, pero conservé tan sólo las que me pertenecían, por la distancia que establecí entre ellas.

El lavado de pies era celebrado por mí y mis discípulos todos los años, tan sólo en la vigilia del gran sábado de Pascua. La Cena o gran comida de la noche, precedía a esta función.

Nuestra comida de la noche tenía una especie de solemnidad, debido a la exclusión de toda otra persona, que siempre habíamos mantenido durante nuestra vida nómada, cuando nos encontrábamos todos reunidos.

Mis primeros doce discípulos y mi tío Jaime se manifestaban felices por la resolución tomada por mí de no admitir a ningún extraño en nuestra comida nocturna, y ellos aprovechaban esos instantes que alargaban a su gusto, para identificarse mejor con las palabras y las intenciones del Maestro. En esos momentos, precisamente, se dijeron y se repitieron recomendaciones, promesas y prédicas, basadas en el conocimiento profundo de la naturaleza humana. El viernes anual del lavado de pies me parecía demasiado lejos. Sentía que un peligro inminente me amenazaba, y quería dar a mis últimos días los caracteres de una fatal precisión en los acontecimientos. Por eso pedí a mis discípulos que procedieran en esa misma noche al lavado de pies. La sorpresa de todos me afligió, porque me dejaba entrever sus presentimientos y Judas me inspiró aún más piedad que desprecio en esos momentos solemnes, en que manifesté la casi certidumbre de ser pronto apresado. El afecto de mis discípulos de Galilea era sincero; mas dudé, con razón, de su firmeza.

En esa reunión de la tarde, que fue la última, yo les conferí el título de Apóstoles, entrando en particularidades referentes a lo que mi espíritu entendía de los trabajos y sacrificios que debían llevarse a cabo, de lo que mi alma encerraba de solicitud y amor, prometiéndoles el poder de gobernar el mundo.

«Haced de mis instrucciones la regla de vuestra conducta y llamadme cuando tengáis que discutir con los hombres de mala fe».

«Ya sea que permanezcáis unidos, ya sea que os separéis por la buena causa, yo me encontraré en medio de vosotros y con cada uno de vosotros».

«La fe no perecerá nunca, pero se tornará obscura por la falsa dirección dada a mis enseñanzas».

«A los que sostendrán la verdad yo les retribuiré con largueza mis consuelos y esperanzas, pero ¡Ay del que se aleje de mí! La voz del espíritu retumbará en el espíritu y los acontecimientos se encadenarán de tal manera, que la verdad se restablecerá, los impostores serán confundidos, los creyentes serán recompensados y castigados los tibios».

«La malicia y la perversidad del mundo os preparan malos días. Conservad vuestra fe pura de todo fingimiento y no pongáis límites a vuestra caridad. La fuerza viene de Dios y yo os trasmitiré la fuerza».

«Pedid los tesoros de Dios y despreciad las riquezas de la Tierra. Quien quiera elevarse entre los hombres será rebajado delante de Dios».

«Vosotros sois mis apóstoles; predicad la palabra de Dios y anunciad su reino por toda la Tierra».

«Vosotros sois mis discípulos queridos. Ayudad a los pobres, ellos son mis miembros. Facilitad el arrepentimiento, prometed el perdón en nombre de Dios,

nuestro Padre».

«Todo lo que vosotros hayáis remitido, será remitido, y la gracia os acompañará en la paz y en los peligros».

«No devolváis jamás mal por mal, mas forzad a vuestros enemigos a que os respeten. Confirmad vuestra fe, más con las obras que con los discursos, y en el extremo infortunio, recordad mis promesas y mi martirio».

«Estas promesas las cumpliré si sois fuertes y habéis comprendido y practicado lo que os ordeno y lo que yo mismo he practicado».

«Una vida tranquila no es una vida de apóstol y la regularidad de la conducta no constituye la virtud de un discípulo. Son necesarias al apóstol fuerzas y coraje para afrontar la burla, el desprecio, la persecución, la esclavitud y la muerte; el heroísmo debe caracterizar a los discípulos de Jesús».

«El apóstol demostrará a Dios y sufrirá por la verdad».

«El discípulo abandonará los bienes del mundo y los honores del mundo. Abandonará al padre, a la madre, a la mujer y a los hijos, antes que renegar de mi doctrina, ya sea con los actos, ya sea con las palabras, ya sea con abstención y con el silencio».

«Vosotros sois mis apóstoles y mis discípulos; yo tendré que contar con vosotros y no obstante… Yo sé que muchos de vosotros me traicionaréis».

Me encontraba en la mesa, rodeado por los doce; mi tío Jaime formaba el décimo tercero y estaba por romper el pan para empezar la comida. Mis apóstoles se levantaron bruscamente.

«¡Señor!, ¡Señor!, – prorrumpieron – ¿Por qué nos produces esta tortura? ¿Por qué llamarnos traidores, después de habernos confiado el éxito de tu obra?».

«Los que me traicionarán por debilidad, contesté yo, se arrepentirán; tan sólo el que me habrá traicionado por venganza sucumbirá bajo el peso de su delito».

Judas mantenía los ojos bajos, pero nadie hizo atención en ello fuera de mí. Recomendé a mis apóstoles guardar el recuerdo de esa noche y les ofrecí el pan; Judas, que se encontraba a mi derecha, se sirvió primero. Juan colocado a mi izquierda, como siempre, se inclinó hacia mí y me dijo: «¿En quién de nosotros has pensado tú al hablar de traición?».

Le contesté a Juan: «El que me traicionará ocupa en este momento un lugar de honor pero otros también me traicionarán más tarde y muchos me abandonarán cobardemente a lo largo del camino del sacrificio».

Continué sirviéndoles a mis apóstoles e insistí para que se me dejara esa tarea. Pedro, al frente mío, estaba distraído, no comía ni bebía; le dirigí estas palabras:

«Tú ya no eres pescador de peces amigo mío, hete aquí convertido en

pescador de hombres. Tus redes serán ahora los argumentos, y recogerás en tu barca a los pobres náufragos, tus compañeros te ayudarán en la ardua lucha que habrá que sostener en contra de los elementos; vosotros no imitaréis a esos espíritus orgullosos y escépticos, que se preocuparán de las causas de la caída y de la enfermedad, antes de socorrer al herido y de aliviar al enfermo».

«¡Feliz de aquel que comprenda estas palabras y las ponga en práctica!».

¡Felices los fuertes! Ellos someterán sus pasiones a la razón y verán a otros tantos hermanos en todos los hombres. Llevar hacia Dios a los insensatos que lo desconocen, impíos que lo ultrajan y librar la Tierra del fermento de disolución es cooperar poderosamente a la concordia universal».

«Convertíos en pescadores de hombres, todos vosotros amigos míos, y reunid el mayor número de espíritus que podáis».

«Para ser hábiles en el oficio de pescador de hombres, es necesario tener el don de la dulzura y de la firmeza, el derecho de hablar y de hacerse escuchar».

«Tendréis el derecho de hablar cuando vuestra conciencia se encuentre tranquila, y seréis escuchados si vosotros mismos estáis convencidos de la verdad que enseñáis».

«La elevada posición de un siervo de Dios, no resalta en el mundo, porque la fuerza y la luz que se encuentran en él, no las emplea jamás para proporcionarse algún poderío. Los honores y las riquezas no podrían por lo tanto ser el privilegio de mis apóstoles, y si yo les aseguro el imperio del mundo, es con la condición de que sean dulces de corazón, firmes de espíritu y que conserven el derecho de hablar y el don de ser escuchados».

«Los perezosos se convertirán fatalmente en hipócritas. No habiendo tenido el coraje de seguirme, dejarán que se desparramen dudas respecto a mi persona; y el deseo de alegrías mundanas, la sed de honores, el amor a las riquezas, los arrastrarán a las prevaricaciones, a la vergüenza de parecer discípulos míos, y mientras, me negarán con acciones ocultas».

«Porque habrá perezosos e hipócritas, Jesús se manifestará nuevamente para separar el buen grano del malo».

«El que no esté conmigo estará en mi contra. Todo equívoco es una mentira; la verdad soy yo».

«Nada temáis, os sostendré y os guareceré, y mi espíritu mantendrá el lugar que ocupa ahora mi cuerpo y mi espíritu en medio de vosotros».

«He aquí la hora; su aproximación me llena de angustia, no por mí sino por vosotros. Nunca, como ahora, os he amado. Honradme, cuando no esté ya entre vosotros, amándoos los unos a los otros y perdonando a los que os habrán ofendido».

«Permaneced fieles a mi voz y adorad al Señor nuestro Padre, predicando en todas partes la paz y el amor».

«No tomaré más de este jugo de uva con vosotros; mas cuando vosotros os

reunáis en mi recuerdo, sentiréis mi presencia en la alegría que se filtrará en vuestras almas, en la seguridad de vuestros espíritus sobre todas las cosas».

«Comprenderéis mis palabras en la actividad del apostolado lo mismo que en el silencio de vuestro recogimiento, y lo que pidiereis para el servicio de Dios os lo concederé. Mas no debilitéis vuestros conocimientos de las cosas espirituales, mezclándolos con las cosas de la Tierra. Nuestra alianza tiene este precio, es decir, que debéis despreciar lo que yo he despreciado y honrar lo que yo he honrado».

«Los discípulos no son más que el maestro, enseñad pues mis doctrinas sin quitarles ni añadirles nada y refutad las dudas y los errores de manera que podáis convencer a los incrédulos respecto a vuestra ciencia. Esta ciencia no os abandonará; el espíritu beberá en el espíritu, y, hasta el fin de los siglos, la gracia resplandecerá para los hombres de buena voluntad».

«Mis queridos discípulos: mañana, tal vez, nos separemos. Amadme como os he amado, y confundid a todos los hombres con vuestro amor, en mi recuerdo. Os doy el mundo para conquistar y mi luz os guiará. Os prometo la gloria de Dios».

«Os nombro mis sucesores y os bendigo».

«Que la paz sea con vosotros y con vuestro espíritu».

«Venid a darme el beso de la despedida».

Mis apóstoles se precipitaron sobre mí. Yo permanecí de pie y mi semblante reflejaba una intensa emoción. Judas me besó como todos. Era la medianoche cuando secamos los pies a mis apóstoles. Digo secamos porque mi tío Jaime, cuya ternura por mí se asociaba a un profundo sentimiento de devoción práctica, me ayudaba toda vez que debía manifestar con una tarea personal el culto de una idea religiosa. En esta ocasión me suplicó que le cediera la mayor parte del sacerdocio; es la palabra que empleó.

Yo me limité en servir a Judas, Pedro y Felipe, dando como motivo de mi elección la edad más madura de esos tres apóstoles. Todos mis esfuerzos tenían que resultar vanos. Judas no quiso creer en mi cariño, ni comprender que yo le había adivinado, ni admitir que me sentía pesaroso por mis anteriores predilecciones, ni acallar el orgullo para escuchar a la conciencia.

El jueves por la mañana me sentí algo consolado de la ingratitud debido a una prueba de amor.

Simón de Betania y su pariente Eleazar vinieron a visitarnos. Mi madre y las demás mujeres me hacían suplicar que las recibiera en mi retiro y mis tres hermanos mayores deseaban reunirse conmigo en medio de la suerte adversa. Marta se hallaba mientras tanto en Betania, debido a su debilidad, encontrándose cada vez más enfermiza en la casa de la hermana, a quien había ocultado mi fuga de Jerusalén.

Confié a Simón el encargo doloroso de preparar a mis amigos para el fatal desenlace y volví sobre el tema diciendo que el día estaba próximo, que mis horas estaban contadas y que la reunión de nuestros espíritus tendría lugar en la casa de mi Padre.

Estas palabras provocaron la tierna emoción de Simón, lo tuve abrazado por largo rato y mis lágrimas se confundieron con las suyas. Algunos instantes después, Simón y Eleazar emprendían el camino de regreso a Jerusalén.

Yo les había negado a todos el permiso para seguirme a Gethsemaní, porque quería consagrar el tiempo que me quedaba libre, a las expansiones de mi alma delante de los que nombré como mis sucesores. Existía aun otro motivo para esta disposición de mis últimos días: la presencia de mi madre y de mis santas compañeras habría constituido un peligro real en los momentos en que el apóstol, el fundador, el hombre, debía concentrar sus fuerzas para llenar la misión de hijo de Dios. Jamás mi confianza y mi amor, se habían traducido con tanto abandono y ardor, jamás la demostración del porvenir se manifestó tan clara entre el encadenamiento de mis visiones espirituales.

«Vosotros sois mi carne, sois mi sangre, decía yo, mi espíritu está en vosotros y todas las potencias de la Tierra no conseguirán el predominio sobre vuestro poder, que será universal».

«Si no recordáis todas mis palabras, conservad su espíritu, escoged entre mi persona y el mundo, para no servir a dos dueños».

«Aunque os separarais de mí por algún tiempo más o menos largo, mi doctrina no vendría a menos por eso, porque es la luz del mundo, y otros vendrán después que vosotros que repondrán lo que vosotros hubierais quitado y escucharán mi voz. Yo les diré todo lo que a vosotros os dije y Dios tendrá su Templo en toda la Tierra».

«El mundo está poblado de hipócritas. Ellos hacen lo contrario de lo que se manda, otros honran públicamente lo que reniegan en el secreto de su conciencia. Mis discípulos tendrán que proclamar la verdad y seguir la moral que ella encierra; a estos yo los reconoceré».

«El mundo está poblado de fanáticos, de supersticiosos y de incrédulos. Mis discípulos tendrán que instruir a los ignorantes y convencer a los incrédulos con ejemplos de virtud y con la referencia de nuestra alianza, antes y después de la muerte corporal».

«Favoreceré tan sólo a aquellos, cuyo espíritu siga mi sendero y compartan, desde el fondo de su alma, todos los infortunios».

«Os concedo mi poder, pero si os volvierais infieles, yo os lo retiraría, y mi luz sería retardada en el mundo, y el nombre de Dios sería blasfemado, y la desolación, la confusión, el delito y la impiedad reinarían en todas partes».

«Sed mis sustitutos, y no tan sólo mis sucesores y decid: Somos su carne, su sangre, su espíritu. Lo que nosotros hacemos en su memoria, el Señor lo ordena y lo cumple en nosotros».

Hermanos míos, el sentido de estas palabras: Vosotros sois mi carne, mi sangre, mi espíritu, el sentido de estas palabras repetidas muchas veces durante mis últimos días, fue tergiversado, con el objeto de erigir un dogma impío y al mismo tiempo, falto de razón.

«Haced todas las cosas en mi nombre, obrad como si me encontrara visiblemente entre vosotros», son formas que yo empleaba a menudo para dar a la presencia de mi espíritu la autoridad del recuerdo de mi voluntad inmutable, para incrustar en el pensamiento de mis apóstoles el más irresistible de mis medios de acción sobre sus prácticas futuras. Es justamente por el imperio ejercido por mi promesa renovada, de encontrarme siempre entre ellos, a lo que debe atribuirse la docilidad ferviente de mis representantes inmediatos.

El paseo proyectado debía tener lugar al caer el día. Mis apóstoles parecían haberlo olvidado y el mismo Judas permanecía bajo el encanto de las melodías del alma.

Yo evocaba la realidad del pasado y los fantasmas del porvenir. Todos participaban por igual de mis transportes de ternura, y mis miradas y mis sonrisas les llenaban de alegría.

Yo tenía la seguridad de que se ocultaba una sorpresa bajo las apariencias de una descuidada curiosidad, cuando recordé a mis discípulos la hora favorable para que nuestra excursión no se viera turbada por importunos, ni amenazada por una completa oscuridad al regreso.

Salimos, los unos alegres con la idea de que mis presentimientos del día anterior no se vieran confirmados, los otros silenciosos, casi tristes.

Manifesté a Judas mi deseo de hacer con él el camino hasta el jardín de Gethsemaní y me apoyé en su brazo. Hablamos de cosas enteramente secundarias, durante casi cuarenta minutos de marcha, después me senté a la sombra de una higuera y mis apóstoles tomaron asiento sobre diversos montones de piedras. Judas se alejó de mí; yo había previsto esto. Dirigía alrededor miradas distraídas hacia los tupidos bosquecillos de olivos, cuya extensión y espesura impedía la vista por todas partes.

Me levanté al cabo de algunos instantes de descanso, llamando a Judas mi compañero de camino. Pero fue llamado inútilmente. Entonces pronuncié palabras acusadoras que no podían ser alteradas por ninguna duda en su claridad.

«El que vosotros llamáis, está aquí cerca, él está por venir. Cuando lo veáis, la víctima será entregada al verdugo».

Los gritos, las imprecaciones de mis apóstoles se dejaron oír al mismo tiempo que llegaba hasta nosotros, el ruido del paso pesado de muchos hombres. Judas no apareció; le había faltado la audacia del delito en el último momento.

Los soldados, con divisas romanas, eran en número de ocho; dos familiares del Santo Oficio los acompañaban. Estos últimos me señalaron a la tropa armada y un soldado me puso encima las manos. Pedro golpeó a este hombre; yo me apresuré a reprender a mi apóstol con estas palabras:

«Estate quieto, amigo mío, la resistencia es inútil. Sin agachar la cabeza como culpables, conviene saber sufrir la ley humana con resignación».

Juan me rodeó con sus brazos, mi tío Jaime imploraba a Dios de rodillas y mi hermano echó a correr en dirección a Jerusalén. Todos los demás parecían presa del terror. Mateo, Tomás, Alfeo, Jaime y el hermano de Juan, me acompañaron hasta la casa del Gran Sacerdote Caifás. Tadeo, Felipe, Judas y Andrés, volvieron a Gethsemaní, y después de mi muerte fueron a juntarse con los que permanecían escondidos en Jerusalén.

Se les hizo sentar a mis discípulos en un banco del patio y se me introdujo a mí en una espaciosa sala, donde se encontraban reunidos Caifás, el Gran Sacerdote Hanan, yerno de Caifás y una delegación del Sanedrín compuesta de veinte miembros. El Gran Sacerdote procedió inmediatamente a mi interrogatorio:

«Jesús de Nazaret, eres culpable de seducción, de profanación de maleficios y como tal se os condena a la pena de muerte».

«Para obedecer a la ley que te castiga, debemos oír tu defensa personal y facilitar tus confesiones mediante la exposición de las acusaciones que pesan sobre ti. He aquí el resultado de las testificaciones que hemos recogido».

«El nazareno Jesús, se asoció desde un principio a los factores de desorden, que tenía por propósito probado el de sublevar al pueblo en contra de las leyes del Estado».

«Nunca el nazareno Jesús, se ha pronunciado públicamente en contra del respeto debido a los poderes civiles. Se ha dicho reformador de la ley mosaica, mediador entre Dios y los hombres, hijo de Dios, al fin».

«Apoyado sobre este título monstruoso por su impiedad, el nazareno Jesús se convirtió en el ídolo de un pueblo ignorante al que anunciaba el pretendido reino de Dios consiguiendo cautivarlo, cada vez más, con la apariencia sobrenatural de sus actos y de sus predicciones».

«Jesús de Nazaret, ¿osas sostener que eres hijo de Dios? Te interrogo, contesta».

Esta frase era provocada por mi silencio; mi silencio continuó.

«Y tus milagros, demuéstralos pues, añadió con dureza el Gran Sacerdote. Di lo que puedas para atenuar tus delitos y demuestra la ciencia de que pretendes ser poseedor, siguió Hanan».

«Si produces un milagro, siguió Caifás, nosotros creeremos en ti y proclamaremos tu filiación divina».

Una despreciativa sonrisa acompañó estas palabras. Levanté la cabeza y miré a mis jueces.

Muchos gritaron: ¡Nos provoca, no hace caso de la justicia de Dios, merece el suplicio destinado a los más grandes delincuentes, a los más endurecidos malhechores!. Se ordenó a los soldados que me llevaran.

Desde una sala baja que daba sobre el patio, me fue fácil comprender los propósitos que abrigaban a mis apóstoles y los subalternos de la casa del Gran Sacerdote. Los soldados de guardia se habían puesto a jugar y parecían haberme olvidado.

–¿Acompañáis vosotros al condenado?, preguntó alguien a Pedro.

–No conozco a ese hombre, contestó mi apóstol. Juan y su hermano parecían estar en buenas relaciones con una persona que les aconsejaba salir para no comprometerse. Ellos siguieron el consejo. Mi tío Jaime renovó delante de todos, el juramento de morir antes de renegar su alianza conmigo. Arrastrados por este acto de coraje y lealtad, Marcos, Alfeo y Tomás asintieron de que eran mis discípulos y añadieron que no me abandonarían.

Pedro y los dos hijos de Salomé eran los que más habían demostrado, exteriormente, su ternura por mí, dando a la amistad las delicadas formas de la feliz expresión del semblante y de las dulces inflexiones de la voz. Haciendo de la sumisión el atractivo, más importante en la ocupación de su tiempo, había tenido que vencer muchas dificultades, para que la excesiva ingenuidad de Pedro diera lugar a la independencia del pensamiento, para que la fogosa imaginación de los dos hermanos se aproximara al entusiasmo de las naturalezas generosas, para llevarlos hasta confundir conmigo su voluntad y sus esperanzas. Esta debilidad en la última hora sobrepasó mis previsiones.

Las diversiones de los soldados cubrieron los ruidos exteriores, y después de asistir a escenas triviales de jugadores ebrios, me hicieron el blanco de las gracias groseras de esos hombres estúpidos y feroces.

Cuando amaneció, muchos dormían, otros se habían puesto nuevamente a beber, y querían obligarme a que bebiera con ellos.

Me ataron juntas las manos para llevarme ante el procurador romano. La arquitectura del pretorio era del estilo griego, del que tomaba sus columnas cargadas de ornatos; bloques de piedra simulaban balcones en todas las ventanas, encornizamientos en todas las plataformas que ligaban, en todos los pisos, dos cuerpos de construcción paralelos.

El pretorio ocupaba un espacio bastante extenso.

Había una sala abierta para todo el mundo, que ofrecía la facilidad de reunirse y charlar, mientras llegaba el momento de comparecer, por sí mismo o por intermedio de otros, en algún asunto contencioso o delictuoso.

Los juicios civiles eran, previa apelación, confirmados o reformados por la alta magistratura civil, que tenía su asiento en el pretorio y que pronunciaba, resolviendo fallo definitivo.

Los castigos corporales y la pena de muerte, cualquiera que fuese la religión del condenado y la autoridad que hubiera impuesto el castigo, debían recibir la conformidad del delegado de la soberanía imperial romana, y este delegado era entonces Poncio Pilato.

Poncio tenía cuarenta y dos años. Era un hombre de recto sentir, de carácter débil, dulce y afable, pero ambicioso y siempre dispuesto a sacrificar sus convicciones para conservar el puesto, que se había hecho de difícil desempeño debido a las disidencias que diariamente se suscitaban entre los intereses opuestos de un pueblo mixto y en pugna con las exigencias del partido hebreo. Poncio detestaba a los hebreos, pero no quería ponerse muy abiertamente en pugna con ellos, porque había sido ya señalado por antiguas comunicaciones emanadas del ex Gran Sacerdote Hanan, como un enemigo sistemático de las formas religiosas y de las disputas teológicas, cuestiones que decían las comunicaciones, que no le correspondían al procurador.

Apenas Poncio me vio, se pasó la mano por la frente como para desechar un pensamiento, cuyo recuerdo le produce cansancio. Enseguida me dirigió las preguntas acostumbradas, a las que contesté sencillamente y sin excitación.

« ¿Qué delito ha cometido este hombre?» – preguntó Poncio, dirigiéndose a un personaje, cuya misión parecía ser la de acusarme y la de estipular la naturaleza de mi condena.

«Jesús de Nazaret, contestó el interpelado, es un revolucionario, un renegado, un fabricante de milagros. Comprometió la seguridad pública y se erigió en poder divino».

«El sobornador, el impostor, ha sido juzgado por derecho sagrado, pero el demostrador de las libertades humanas, que dice estar por encima de las potencias humanas, el devastador de las leyes sociales, el predicador de la igualdad, el desmoralizador de las clases pobres se encuentra bajo juicio ante el representante del emperador Tiberio».

« ¿Jesús, el hijo de Dios, será lapidado como impío, o Jesús de Nazaret, culpable ante Dios y ante el emperador sufrirá más bien el suplicio de la cruz?

Nosotros apelaremos ante el pueblo si fuese necesario».

Poncio quedó estupefacto ante tanta audacia. De esta manera ni aún su opinión se le pedía antes de apelar al pueblo. Este pueblo, gritando desaforadamente recogía las palabras que lo instituían juez supremo, palabras que habían sido pronunciadas al aire libre, sobre una de las plataformas de que hemos hablado.

« ¡Que se le crucifique! Este grito fue inmediatamente repetido por todas partes».

«¡Se ha llamado Dios y Rey; ha hecho alarde de destruir el Templo y de reedificarlo en tres días!».

Poncio habiendo contestado que el título de Rey le parecía un término de elevación tan sólo entre los hebreos, este modo de eludir la cuestión del cargo político que se me reprochaba, levantó en mi contra las más formidables amenazas y los más amargos sarcasmos.

«Y bien, si es nuestro Rey pongámosle una corona, démosle un cetro y saludémosle al mismo tiempo Rey de los hebreos e hijo de Dios».

«Dinos, pues, hijo de Dios, hubiese sido por lo menos necesario esconder a tu madre, tus hermanos y hermanas. ¡Ah! ¡Ya te daremos reinado, hasta tu entrada en el reino de tu Padre, doble Rey, doble impostor!».

Poncio estaba desesperado por la inutilidad de sus esfuerzos. De repente dio orden para que me desataran las manos y anunció que quería interrogarme a solas. Entré precedido por Poncio en una pieza amueblada con severidad, cuyas salidas estaban todas cerradas. La puerta fue cerrada por el lado de adentro por el procurador, quien me ordenó amablemente que me sentara, declarándome que allí no había más que dos hombres, de los que el uno preguntaba a otro los motivos que lo indujeran a buscar la muerte, atacando la misma esencia de la ley mosaica, y a persistir en el propósito de morir, puesto que había desperdiciado las posibilidades de huir de sus enemigos.

Expliqué a Poncio mis inspiraciones de niño, mis estudios de hombre, mis alianzas, mis esperanzas de espíritu en la luz infinita; le hice a grandes rasgos un extracto de mi doctrina, de las relaciones entre los mundos y los espíritus, y presenté la muerte ignominiosa, que me esperaba, como el glorioso coronamiento de mis honores como Mesías.

« ¿Y si yo consiguiera salvaros?», interrumpió Poncio. «No lo intentéis, le contesté yo, tú mismo te verías arrastrado por el huracán popular… Escucha...»

Poncio sonrió despreciativamente. «Consiente en vivir retirado, dijo, ganaré tiempo y emplearé la fuerza».

«Por otra parte, añadió Poncio, he tenido un sueño anoche respecto a ti y siento que una pesada responsabilidad me incumbe en el presente y para el porvenir».

«Estos sacerdotes que quieren tu perdición me despreciarán por haber tenido miedo de ellos; este pueblo se arrepentirá y la posteridad me acusará, cuando menos, de debilidad».

«La posteridad, grité, sabrá que tú me has ofrecido la vida y que yo quise morir».

«Para mí la muerte es una aureola: para mí la vida sería una deserción, una cobardía, una caída irreparable».

Me levanté, indicando así yo mismo el fin de la entrevista, y agregué:

Desde la casa de mi Padre, en la que estoy por entrar, te bendeciré, porque has comprendido la verdad y la has defendido con coraje».

Volvimos al lugar que habíamos dejado, hacía menos de una hora. La muchedumbre era más compacta y la gritería se tornaba sediciosa; se amenazaba a Poncio, se le pedía que yo les fuera inmediatamente entregado.

Habiendo obtenido un poco de silencio, Poncio pronunció estas palabras:

«Este hombre cuya muerte vosotros pedís es un justo».

«No tendréis de mí un decreto afirmativo en nombre del emperador. La sangre inocente que estáis por derramar que caiga sobre vosotros; me lavo las manos por todo lo que sucederá».

Y Poncio Pilato se hizo derramar agua sobre las manos en presencia del pueblo que redobló sus vociferaciones.

Poncio volvió a entrar en sus departamentos. La persona encargada de dirigir los preparativos de las ejecuciones, preguntó al pueblo que a quién de los cuatro delincuentes, cuya muerte estaba señalada para ese día, quería que se le hiciera gracia de acuerdo con la costumbre.

«No a nuestro rey, exclamó la multitud; libertad a aquel entre los tres restantes que más te plazca».

Ahora, como entre esos tres se encontraba un ladrón, asesino de los más peligrosos y perfectamente conocido, se tuvo la idea de oponerlos el uno al otro; para despertar, si aun existía en ese pueblo, un sentimiento de justicia.

Pues bien ¡El pueblo me condenó una vez más!

Desde ese momento me convertí en el juguete de una muchedumbre insensata, y los soldados encargados de mi custodia, se unieron al populacho.

Sobre mi cabeza fue colocada una corona de espinas, sobre mis hombros una manta de color escarlata (ello tenía lugar en uno de los patios del pretorio), y todos se inclinaban delante de mí, diciendo:

«Te saludo, Rey de los hebreos».

Muchos me golpearon, uno me escupió en la cara.

Al cabo de dos horas de diversiones abyectas y crueles, se me despojó de mis vestidos y sobre mi cuerpo, completamente desnudo, se aplicó la tortura de la flagelación. Dos lágrimas me quemaron los carrillos. Fueron las últimas.

Era mediodía cuando llegué al Gólgota.

Mis fuerzas estaban exhaustas y no me habían permitido llevar el instrumento de mi suplicio, que era un tronco de árbol, dividido y ajustado en forma de cruz, y yo apenas podía sostenerme en pie, cuando mi cuerpo desnudo fue expuesto a las burlas más innobles de la más asquerosa plebe. Mas esta vez, por lo menos, mi espíritu concentrado en radiantes perspectivas, perdía de vista a los hombres y a sus espantosas demencias.

Mis pensamientos sobre la cruz tuvieron al principio por objetivo a los autores de mi martirio, a los ingratos y a los débiles, y grité:

« ¡Perdónales, Padre mío, porque no saben lo que hacen!».

Mis sufrimientos sobre la cruz fueron la causa de la debilidad del espíritu y dije:

«Padre mío: ¿Por qué me has abandonado?».

Mis consuelos sobre la cruz fueron el recuerdo de mis amigos, mi confianza en sus promesas. Divisando mis santas compañeras y mi madre protegida y sostenida en medio de ellas, Jaime, el digno hermano de la heroica María, Marcos, Pedro, y los dos hijos de Salomé, bendije a los arrepentidos y, más que nunca, creí en la inquebrantable fidelidad futura de todos.

Se me seguía injuriando siempre… un escrito que llevaba estas palabras: ¡He aquí al Rey de los judíos!, fue colocado sobre mi cabeza.

Dos delincuentes sufrían a mi lado mi mismo suplicio; pero contrariamente a lo que se dice, ellos no me insultaron.

Los soldados que me habían crucificado se repartían mis ropas y, lúgubres burlones me dirigían palabras como estas:

«Baja de la cruz y creeremos en tu divinidad».

«Llama a tu Padre para que venga a libertarte y pronuncia nuestra condena haciéndonos morir antes que tú».

«Danos una tarjeta de entrada Jesús, a fin de que se nos conceda gozar de tu triunfo en el reino de tu Padre». Mis ojos se nublaron; una opresión más violenta que las otras me confundió y me dormí en las tinieblas humanas para despertarme en el seno de las luminosidades divinas.

Eran la tres de la tarde.

CAPÍTULO XVI

PASIÓN Y MUERTE DE JESÚS

Hermanos míos, la muerte revela al espíritu su pasado y su porvenir. La muerte desata el alma de la materia y la liga estrechamente al espíritu, de manera que el espíritu se vuelve invulnerable mediante el alma. Quiere decir que no tiene más falta de memoria, ímpetus furiosos, interrupciones o disminuciones en su penetración y actividad, porque el alma libre de los decaimientos que le imprimía la naturaleza corporal, se dilata constantemente al contacto de las perfectibilidades de la inteligencia.

El alma asociada al cuerpo se atrofia en la atmósfera de las causas mórbidas y el espíritu se hace pesado por la ebriedad de los sentidos materiales, deja de ser productor y se arroja en los brazos de extravagantes demostraciones.

La muerte vuelve al alma y al espíritu a la naturaleza que les es inherente.

La una contemplativa, la otra laboriosa; la una de origen divino y la otra de destino inmortal. Las dos se alimentan del principio espiritual, hasta su próxima nueva dependencia de la naturaleza humana. Tras la muerte guarda el espíritu sus recuerdos consoladores y asimismo los funestos. Para un ser malvado, el recuerdo es un castigo; para los fuertes y los justos es el consejo y el engrandecimiento.

El remordimiento toma formas diferentes, todas basadas sobre las impresiones de los recuerdos, y el beneficio de la esperanza no existe para los infelices que se encuentran embargados por la visión del delito y del temor de la represalia. La luz del porvenir se hace más o menos clara para los espíritus vueltos a la libertad debido a la muerte corporal.

La libertad conquistada en la lucha de la inteligencia con los instintos carnales, prepara al espíritu para la audacia de todas las tentativas y al alma para la fuerza de todas las sensaciones.

La ciencia nace de la libertad del espíritu y de la fuerza del alma. Ella desilusiona a la criatura de las grandezas efímeras y le da el desprecio por las cosas humanas.

Los desviados del sentido moral, los hambrientos de alegrías mundanas, los indignos poseedores de las facultades intelectuales, los héroes asesinos, todos los impíos de la ociosidad, todos los incapaces por cobardía, se encuentran dominados por el terror en la vida espiritual, hasta su primera enmienda para vencer el orgullo, que señala la primera impresión corroborante de su alma, el primer esfuerzo de su espíritu para comprender algo más de lo que le rodea.

La fácil comprensión de su transformación, abrevia para el espíritu el momento de la penosa sorpresa, al mismo tiempo que cierta prontitud de juicio lo dispone para la resignación, para el coraje, para el estudio. En todas las mansiones espirituales se encuentran mezclados espíritus de aptitudes diversas. En cada etapa de la vida humana se mantienen espíritus superiores a la generalidad del pueblo. La Tierra recibe espíritus nuevos, obligados a emanciparse con pruebas, cuya duración y rigor lo establece la justicia de Dios.

La Tierra recibe en su seno espíritus pervertidos, señalados con un estigma por la justicia de Dios que sólo se borrará después de numerosas existencias entre los hombres.

A parte de estos dos aspectos de la humanidad terrestre, los espíritus se distinguen por sus grados de adelanto. Inmediatamente después de los espíritus demasiado nuevos para comprender el principio espiritual, tenemos al espíritu perezoso, al espíritu escéptico por orgullo, al espíritu supersticioso por debilidad, todos responsables de sus actos y que puedan mejorar en la vida espiritual. Los inteligentes, los investigadores, los sabios, los apóstoles y los mesías aletean en las mansiones materiales y constituyen los focos del progreso. Los espíritus considerados capaces de colaborar al progreso universal, se encuentran repartidos y colocados en los mundos carnales, de acuerdo con las fuerzas que cada uno dispone y según el engrandecimiento moral que debe resultar de su acción, en los determinados centros humanos, mediante el buen cumplimiento de su misión. A ellos les corresponde el penetrar en el misterio de la vida y de la muerte, aún rodeados de tinieblas; les corresponde asimismo el hacer conocer y adorar el principio creador e inteligente, fuente de ciencia y de inmortalidad, desmenuzar los ídolos y erigir un templo a Dios.

Si desvían sus miradas del objetivo que les está señalado, si se apartan del progreso para seguir las viejas trapisondas de las pasiones corporales, si se forman un ideal de gloria personal con el desprecio de esa sublime tradición de sus predecesores, esto es: «Que hay que vencer o morir por la verdad, cualquiera que sea el precio impuesto a las victorias o a las derrotas; que hay que sacrificar el interés personal ante el interés general y elevarse entre los hombres, humillándose delante de Dios». Si finalmente, ellos pierden la fe y el coraje, si sucumben, Dios los borra, momentáneamente, de la gran falange de sus mandatarios.

La Tierra tuvo y tiene todavía muchos mesías, apóstoles, científicos, investigadores e inteligentes. Mas, se pueden contar fácilmente los espíritus que, mediante una fuerza de voluntad persistente, han determinado movimientos sensibles en la marcha ascendente de la humanidad.

Estos espíritus meditativos o agitadores, que traen la buena nueva para el porvenir, raras veces se ven honradas y seguidas durante su pasaje humano. Casi siempre se extinguen en una obscuridad miserable o mueren ignominiosamente delante del pueblo.

Hemos hecho la narración de la muerte de Jesús teniendo por espectador al pueblo; ocupémonos, hermanos míos, de la felicidad de Jesús después de su muerte corporal y de los recuerdos que conservó, después de siglos de transfiguración, sin exagerar la parte de esta confidencia de mi espíritu para con los vuestros.

Os demostré mi personalidad, os afirmé mi identidad, os conté mis debilidades, mis sufrimientos, mis horas dulces, mis relámpagos entre las sombras de la naturaleza humana y mi martirio sobre la cruz. ¿No tendré que contemplar ahora mi obra iniciándoos en las delicias de mi alma, en los honores de mi espíritu, ávido de amor y de descubrimientos?

La muerte corporal causa el aniquilamiento de la facultad pensante y del resorte del alma. La materia duerme para siempre, el alma y el espíritu duermen durante una temporada limitada por la justicia Divina. El alma y el espíritu de Jesús durmieron durante algunas horas. Borrar las escenas terribles a las que había asistido Jesús como autor principal, fue el primer beneficio de su despertar y la seguridad de su felicidad le vino del recuerdo de su memoria.

Jesús olvidaba su reciente pasado, mientras recordaba las promesas hechas a su laboriosa actuación. Jesús nada percibía ya de las torturas humanas y su alma parecía volver a un hermoso sueño, al mismo tiempo que su espíritu buscaba el motivo del movimiento que se producía a su alrededor y la causa de las excitaciones de su voluntad para sacudir el embotamiento que lo mantenía inmóvil.

Poco a poco el sentimiento de su propia fuerza se mezcló con los deseos de Jesús, y manifestó su presencia con una invocación de pocas palabras:

« ¡Padre mío!»

Muchas voces le contestaron:

« ¡Dios te ama y te bendice!»

Muchas caras se inclinaron sobre la suya, las reconoció y les sonrió… Y la luz hecha ya se tornó intensa.

Espíritus diseminados se reunían; la armonía de los colores y de los sonidos inundó el alma de Jesús en un éxtasis divino y su espíritu clarividente midió la extensión de las conquistas de la inteligencia, llegada a la posesión de la fuerza espiritual, libre de las debilidades de la naturaleza material. La independencia de su alma descubrió a Dios y su libertad espiritual entrevió en el infinito los trabajos innumerables de la ciencia infinita.

Las emanaciones sensitivas de las perfecciones de Dios, resultan como una palanca para alcanzar los honores de la perfección de Dios y la vida espiritual sin regreso posible a la vida material constituye un éxtasis completo formado por los tesoros del amor de Dios.

Jesús empezó con demostraciones restringidas en medio de su familia espiritual, después se elevó en la jerarquía espiritual, estudiando los principios generales del Universo.

Todos los espíritus, en tal estado, sin posible regreso a la vida carnal, están dispuestos para el estudio y colocan en común sus fuerzas para fecundar el camino de los mundos.

Todos están ligados por el amor fraterno y se fortalecen por una continua dedicación hacia las cosas inferiores dentro del orden universal, todos deben o pueden describir las armonías de la creación. Pero si los seres en el estado espiritual, permanecen íntimamente ligados en sus fuerzas para concurrir a la gloria del Creador, acontece con ellos lo que con todos los seres de una misma categoría: los entusiastas van delante de los tímidos y los retardativos se ven estimulados por el ejemplo y animados por el amor.

Que una sombra entre tantas sombras, que una luz en medio de tantas luces, atraiga más especialmente las investigaciones del espíritu, este espíritu aunque precedido y seguido por miles de otros, puede iniciarse uno de los primeros en las causas de las sombras, y en las fases de la luz.

Generalmente, la sombra anuncia un germen de futuras explosiones, o un mundo espiritual transitorio o un mundo carnal en decrepitud.

La luz indecisa y parcial indica la incertidumbre de los principios conservadores y fructíferos, tanto sea de un mundo espiritual como de uno carnal.

La magnificencia de Dios se manifiesta principalmente donde resplandecen los soles y los mundos de primera magnitud. Estos soles y estos mundos no son iguales, y sus evoluciones siguen la posición o están en relación con la posición que ocupan en los planos del Éter.

Jesús debía recordar su anterior mansión bastante pronto para cumplir las promesas que había hecho a muchos, bastante tarde para que su espíritu no se viera turbado por imágenes de muerte.

Desde la elevada esfera habitada por él, Jesús descubrió la Tierra y buscó medios para revelarse a sus amigos. La manifestación del pensamiento pocos preparativos exige, ya que sólo hace falta alguna semejanza con los deseos en el mismo instante, para que el espíritu libre de las ligaduras materiales se identifique fácilmente con el espíritu humano.

Las manifestaciones más raras del pensamiento para con éste evidenciadas con formas ostensibles, dependen de una facultad preventiva o accidental, que el espíritu humano honra y de la cual hace mal uso.

No es esta la oportunidad para indicar los peligros y los escollos de cualquier manifestación provocada con propósitos fútiles de curiosidad o de intereses temporales, pero lo que debo afirmar es que los espíritus de luz no emplean las manifestaciones materialmente comprobadas sino para la gloria de Dios y en cumplimiento de un deber fraternal.

Jesús, acostumbrado a leer en el espíritu de sus amigos más queridos, los encontró dispuestos a reconocer los beneficios de sus inspiraciones, y los consoló y sostuvo en las pruebas que tuvieron que soportar y consolidó su fe; colocó también en el alma de muchos de los que lo habían perseguido el remordimiento del delito y el deseo de su reparación. Jesús iluminó a los ignorantes y a los débiles; Jesús se comunicó con las almas amantes y estas almas amantes se arrancaron de la visión de la cruz para comunicarse con su predilecto. Jesús honró a todos los que le habían dado una parte de su confianza y afecto. La muerte corporal de sus perseguidores arrepentidos no le hizo poner en olvido la deuda del corazón y el apoyo fraternal que les debía. A través de los diferentes pueblos por los que pasaron, a través de los honores y humillaciones que se atrajeron con sus trabajos y virtudes, todos descansaron a menudo en una mansión preparada por Jesús. A cada etapa espiritual del viaje ellos gozaron de las dulzuras de la reunión.

Firmemente convencido de los decretos de Dios y de la justicia de estos decretos, Jesús permaneció plácido y espectador de las debilidades, de los errores, de los delitos… y siempre, honrado por su misión, esperó con paciencia que llegara la hora de mostrarse.

En medio de las persecuciones, entre los resplandores siniestros de las llamas, los pueblos duermen en el embrutecimiento. Despertados poco a poco por el eco de las alegrías principescas, los pueblos aspiran el odio y siembran el terror entre los representantes del orden social. En el reposo que sigue a las revoluciones humanas, la sabiduría se impone y el escritor, el pensador, el filósofo, piden al pasado enseñanza para el porvenir. La libertad de los pueblos, mediante las luces de la razón se efectúa también gradualmente, y la alianza de los mundos carnales con los mundos espirituales estimula la marcha intermitente del progreso.

Jesús había conservado relaciones de siglo en siglo, pero no podía detener los movimientos de revuelta, sin moderar los efectos del abuso de autoridad, puesto que su mediación directa y persistente no llegaba a vencer las dificultades de la hora, demasiado temprana para desempeñarse como parlamentario manifiesto.

Muchas veces en el siglo en que nos encontramos intentó manifestarse. Estas pruebas fueron alteradas, y en el día de hoy mismo su narración contiene abstracciones de forma, juicios incompletos, porque el espíritu depositario, luchando sin descanso en contra de obstáculos materiales, precisaba que Jesús usara de cautela al hacerle llegar su palabra, para que el mismo depositario no tuviera que sucumbir bajo el peso de emociones demasiado fuertes y por demás multiplicadas.

Los honores de la mediumnidad no se adquieren sin causar trastornos al organismo humano y esos trastornos determinan a menudo el desequilibrio de las facultades mentales.

Los escollos contra los que tropiezan tantos espíritus, aunque predispuestos para la mediumnidad, tenían que ser evitados por los que Jesús favorecía con su palabra. ¡Cuán necesario fue alentarlos de continuo, sostenerlos, prometerles y hasta rodearlos de precauciones!. ¿Acaso la naturaleza humana no es presa de todos los sufrimientos de la contradicción, de todos los flagelos de los estados mórbidos, de todas las causas, de todos los efectos de las pasiones terrestres y carnales?

Espantosos sofismas preparan las tempestades; Jesús hace oír su voz de apóstol de Dios a la humanidad, de la que es siempre el Mesías y ello por las expansiones de su espíritu en un espíritu humano. Este espíritu depositario posee todas las facultades inherentes a la comprensión de las obras de Jesús. Es de condición obscura entre los hombres y se encuentra ligado a Jesús por dependencias de orden espiritual.

A pesar de ello, como las disposiciones de todo espíritu depositario, no presentan para las manifestaciones de orden superior o las agotan rápidamente, el espíritu humano depositario de la palabra de Jesús tenía que preferir el aislamiento al ruido y hacer prevalecer las luces de la verdad sobre los intereses temporales, sin lo cual las tentativas de Jesús habrían resultado vanas.

Hermanos míos, bendecid la majestuosa alianza de vuestro Mesías con Dios y recoged los frutos de la dulce alianza de Jesús con un espíritu humano.

He mantenido mi palabra de manifestaros porqué he venido en este tiempo y en tal lugar más bien que en otro.

Debo añadir que vuestra actual situación atrae la compasión de todos los espíritus dignos del amor de Dios.

Que la paz sea con vosotros, hermanos míos.

Jamás esta palabra había sido de una aplicación tan necesaria.

Que la paz sea con vosotros y que la ciencia os abra los senderos de la felicidad.

¡Que la paz sea con vosotros! Y que la muerte de aquí, os dé la vida libre bajo las miradas de Dios.

ÍNDICE

Prólogo

Prefacio del señor Volpi

Capítulo I. Jesús habla de su nacimiento y de su familia

Capítulo II. El Maestro manifiesta su libertad de conciencia

Capítulo III. Apostolado de Jesús en Damasco

Capítulo IV. Habla Juan el Bautista

Capítulo V. El Maestro se ocupa de su mesianismo

Capítulo VI. Los primeros apóstoles de Jesús

Capítulo VII. El prestigio del Mesías fue debido al Bautista

Capítulo VIII Jesús define el origen y desarrollo del espíritu

Capítulo IX. Continúa el desarrollo de la misión de Jesús

Capítulo X. El Mesías define su personalidad

Capítulo XI. Jesús personándose a José de Arimatea

Capítulo XII. Causas de la muerte de Jesús

Capítulo XIII. El derecho que le asiste a Jesús para ser juzgado

Capítulo XIV. Jesús con sus sermones, ajeno a toda ortodoxia

Capítulo XV. Jesús cede una vez más a los ruegos de sus amigos

Capítulo XVI. Pasión y muerte de Jesús

Título «Vida de Jesús dictada por el mismo»

Traducido del original en italiano por:

Centro Espírita la Luz del Camino

Primera edición 2008

Tirada 5.000 ejemplares

Depósito Legal: MU-1.851-2008

Impreso en España – Printed in Spain

Imprime: F.G. Graf, S.L.

fggraf@gmail.com

VIDA DE JESÚS - DICTADA POR ÉL MISMO - Parte 6

Conclusión: La aplicación de la pena de muerte es un insulto al Creador. Otra conclusión derivada del mismo mandamiento, tú no matarás, es: La guerra y todos los actos que inundan la Tierra de sangre constituyen negaciones al principio divino y al mismo tiempo, asquerosas saturnales del espíritu en delirio. Pasemos ahora, hermanos míos, a hablar de la enfermedad de Simón.

Yo me había ausentado de Betania, llevando conmigo algunos de mis discípulos de Galilea. Teníamos que visitar las Sinagogas más cercanas de Jerusalén. En Galilea, la sencillez cordial de los habitantes, mi elocuencia casi siempre improvisada, mis preceptos de moral ampliamente desarrollados, con una familiaridad que no excluía el respeto debido a la palabra de Dios, mis conversaciones fácilmente concedidas por mí, el derecho que otorgaba a todos de observar mis actos humanos, así como de interrogar mi ciencia espiritual, nuestras reuniones íntimas, a las cuales yo daba a menudo participación a nuevos iniciados, con el objeto de iluminar al pueblo con testimonios insospechables de devoción anterior a mi persona, y, en fin, en el teatro estrecho de mi emanación de apóstol, todo había contribuido a mantener la persuasión de mi autoridad divina. Mas en Jerusalén y en sus alrededores, el pobre Galileo había de ser contradicho a cada instante. Las Sinagogas habían de serle hostiles, los fanáticos y los hipócritas le lanzarían injurias y el desprecio cuyo desenlace se apoyaría en estas palabras: Es mejor que un hombre perezca, antes que por él se conmueva la fe de una nación.

Fuimos tan mal recibidos en todas partes desde el principio de nuestra gira, que creíamos inútil el intentar nuevas pruebas en las Sinagogas, de las que nosotros constituíamos el escándalo, como decía la gente devota, y nos retiramos los dos hijos de Salomé, Mateo, Tomás, mi tío Jaime y yo en la ciudad de Efrón.

Permanecimos allí dos semanas y mientras gozábamos del reposo de la intimidad, tuvimos la satisfacción de aumentar el número de nuestros fieles. De una parte y de la otra nos dirigíamos las más tiernas despedidas, unidas a las más dulces promesas de volvernos a ver. Tan sólo yo sabía que no volvería. Mi hora se aproximaba. A este respecto, hermanos míos, es necesario hacer resaltar la lucidez del alma, la penetración del espíritu. Nunca debéis atribuir a causas extranaturales las faltas que son el fruto de vuestra incuria, las faltas cometidas por nuestro libre albedrío, los acontecimientos derivados de una acción de la voluntad, de un acuerdo o enredo de ideas, de un capricho furioso o de un estado de somnolencia.

Nuestro destino, es cierto, se apoya en el pasado, mas es también indiscutible que él mejora o se agrava debido a los honores o a las vergüenzas del espíritu y que estos honores y estas vergüenzas preparan el porvenir. Mi muerte voluntaria coronaría mi obra, pero nada me obligaba a una muerte voluntaria. Yo era todavía un Mesías destinado a sufrir por los hombres y también a morir por ellos, puesto que en la época que yo vine a la Tierra como Mesías, los hombres llevaban a la muerte a sus Mesías. Pero, lo repito, yo podía huir, y si mi hora estaba cercana era porque, queriendo elevarme por el martirio, veía que no era posible alargar la lucha.

Judas me traicionó, no porque estuviera fatalmente predestinado para semejante acto, dependiente de mi acto personal, sino porque, su carácter celoso lo empujaba a la venganza. Si yo hubiera evitado el suplicio, Judas habría encontrado otro medio para demostrar su resentimiento.

Supongamos a los hombres menos crueles ahora que cuando yo vine a la Tierra como Mesías, de lo cual debiera resultar algunas modificaciones en los sufrimientos preparatorios de la muerte y en los de la muerte misma. ¿Por qué los Mesías están destinados a grandes sufrimientos en los mundos inferiores? Porque los Mesías traen verdades y en los mundos dominados por las tradiciones de la ignorancia, no pueden ser aceptadas las verdades sino a fuerza de trabajos, de humillaciones, de luchas heroicas y de loca desesperación hasta la muerte, cualesquiera que sean las peripecias de esta muerte.

Regresé a Betania contento de encontrar allí a los que yo había dejado y evoqué las felices disposiciones de todos para festejar mi regreso. Llegamos por la tarde, recibiendo la primorosa acogida de mis discípulos, el abrazo efusivo de mi madre, y la emoción de las demás mujeres, aunque se percibía un malestar general.

«Pero Simón, grité, ¿dónde está Simón?» Marta, inundada en lágrimas, salió

de una sala contigua a la que nosotros ocupábamos. «Ven, dijo ella, por lo menos él morirá tranquilo, puesto que te llama».

María mi pobre pequeña María, se arrojó entre mis brazos gritando: «Sálvalo, Jesús, sálvalo».

Aparté a Marta y a María y entré en el cuarto de Simón. Mi amigo era presa de una fiebre ardiente, pero tranquilicé inmediatamente a todos haciéndome responsable de su salud. Me coloqué a su lado, permaneciendo así durante algunas horas y me hice dueño de ese delirio, que no anunciaba ninguna lesión mortal. Cualquier otro, conocedor como yo de las ciencias médicas, hubiera obtenido el mismo resultado.

Seis días después, Simón se encontraba convaleciente y la eficacia de mi cura fue reconocida con el mismo entusiasmo que siempre se daba a mis actos más sencillos, una trascendencia funesta para mi seguridad presente y para mi dignidad de espíritu ante la posteridad.

Para celebrar la buena salud de Simón, Marta tuvo la idea de dar un banquete en el que debía honrarme especialmente, y para disimular a mis ojos lo que había de ofensivo en tal acto para mis principios, Marta me recordó una costumbre a la que nosotros habíamos dejado de someternos a mi llegada, debido a la tristeza que dominaba en la casa.

Esta costumbre designaba al visitante, como a un amigo esperado desde mucho tiempo antes; estaban prescriptas demostraciones a que no podía sustraerse el huésped, bajo pena de desmerecer el carácter de amigo que le confería la hospitalidad.

Nos encontrábamos muchos en este banquete. Tomaron parte en él varios parientes, algunos notables del pueblo, todos mis discípulos de Galilea, Marcos, José de Arimatea, mi madre, Salomé, Verónica y muchas amigas y compañeras de Marta, formando en fin un total de treinta y nueve personas. Marta, que debía formar el número cuarenta, prefirió, según manifestaciones de ella al finalizar los preparativos, el honor de servirme, juntamente con María de Magdala, Juana, Débora y Fatmé.

María, hermana de Simón, permanecía casi constantemente detrás de él, que estaba sentado a mi frente, en el centro de la mesa. Su intención bien resuelta, era la de contemplar mi semblante, de sorprender mis más pequeños gestos, de saborear mis palabras, estudiando todas las graduaciones de mis impresiones, de abandonarse finalmente a ese instinto especulativo del alma, que desprecia las formas exteriores para elevar el pensamiento y concentrar su deseo en el sublime ideal.

La conversación debía naturalmente girar alrededor del motivo de la reunión. Mis conocimientos espirituales, mi dependencia divina, exaltaron las imaginaciones y me vi obligado a explicar el origen de mi fuerza moral, para luchar en contra de la efervescencia que pretendía hallar el don del milagro, en lo que tan sólo existía la armonía de las cualidades sensitivas del alma con la fácil penetración del espíritu.

Para mejor convencer a mis oyentes, pasé revista a mi vida de apóstol y di a cada uno de mis actos, tenidos por sobrenaturales, el justo valor que les correspondía dentro de mis afirmaciones. Me mostré como el Mesías preparado para su misión con sólidos estudios sobre el poder de los elementos, sobre la propiedad de las plantas, la debilidad del espíritu humano y el imperio de la voluntad. Hice depender todas mis alianzas espirituales de una misma fuente: la larga vida del espíritu, y todas mis manifestaciones ostensibles del encadenamiento práctico y sabio de las causas y de los efectos.

Deduje de la ciencia humana, los caracteres ostensibles de mis medios curativos y de la ciencia divina, la felicidad de mi alma, la cual arrojaba sus reflejos sobre las almas oprimidas y los espíritus enfermos. Establecí finalmente la grandeza de mi fe, la inmensidad de mis esperanzas con tan fogosas imágenes y con tales arranques de entusiasmo, que Simón, presentándome un vaso lleno, me suplicó que mojara en él mis labios, a fin de mezclar el soplo divino con el soplo mortal, y de confundir el salvador con él, el humilde resucitado, honor que él pedía, gracia que recibiría con la ardiente fe, con el amor inextinguible que le inspiraba el hijo de Dios.

En ese momento y después de haber contentado a Simón, oí como un sollozo a mi lado. Me di la vuelta y vi a María. Ella se había separado de su hermano para acercarse a quien había sido llamado salvador; su gratitud, su culto se traducían en acentos entrecortados, en espasmos de la voz, y su espíritu sobreexcitado por mis demostraciones, venía a implorar el apoyo de mi fuerza en contra de la violencia de sus ilusiones. Tomé a la niña entre mis brazos, su cabeza se inclinó y sus cabellos sueltos formaron un marco de ébano a su rostro inanimado. Todos los ojos quedaron fijos con semblantes ansiosos, a la espera del desenlace de tal crisis, cuyo final se anunció con algunas lágrimas y un débil sonrojo de la piel. María se despertó como de un sueño, sin darse cuenta de la emoción que había sufrido, y también con un sentimiento de felicidad. Expliqué a Simón la extremada sensibilidad de la hermana y le indiqué con insistencia que no debía jamás contrariar bruscamente en sus excentricidades a esa alma tan exuberantemente dotada, a ese espíritu tan despóticamente gobernado por el alma.

Apenas vuelta en sí, María desapareció. Me encontraba, por consiguiente, en buenas condiciones para hablar de un accidente que me sugirió numerosas observaciones sobre las naturalezas corporales, dominadas por visiones demasiado fuertes del alma y por ambiciones demasiado fuertes del espíritu. Enseguida me dejé transportar, como siempre, por mi movediza fantasía, hablando con frases sentenciosas y proféticas, en evocaciones de mi espíritu hacia el Ser Supremo.

Habíamos llegado al final del banquete, y nadie ya comía ni bebía, sino que todos habían quedado pendientes de mis palabras. Me elevé paulatinamente hacia lo absoluto de mis ideas, referente a las alianzas de los mundos y de los espíritus. Poco a poco me sentí como separado de los que fraternizaban conmigo en ese banquete, viéndome rodeado de los hombres del porvenir, y se me presentó, tras sucederse los siglos, mi emancipación de esta Tierra. Después, atraído por el sentimiento de la actualidad, hablé de mi muerte, rodeándola de todas las seducciones de la gloria inmortal. Les anuncié que casi todos me abandonarían, les prometí que los honraría en sus esfuerzos o los consolaría en sus arrepentimientos, que los dirigiría hacia la luz mediante los dones del espíritu para con el espíritu y que los elevaría con la persistencia de mi amor.

Juan como siempre, se encontraba a mi izquierda y se esforzaba en ese momento por conocer a los que yo había querido aludir al hablar de abandono. A este deseo, manifestado en una forma de pregunta, contesté que la presciencia respecto a los sucesos se hace fácil mediante el esfuerzo del espíritu en el estudio de los hombres y de las cosas.

«Muchos me abandonarán, añadí, porque muchos son débiles y miedosos». «Algunos me renegarán, otros me traicionarán, tal vez para eludir la responsabilidad o para satisfacer su hastío».

«Los hombres no son suficientemente creyentes en mi fuerza de Mesías y la proximidad del peligro los separará de mi lado».

«Pero después de mi muerte los hombres de quienes hablo, comprenderán la cobardía de su conducta y mi espíritu se les aproximará nuevamente para continuar la obra que he fundado».

Hermanos míos, yo no señalé de un modo más preciso los que me habían de abandonar, renegar o traicionar. La razón, os la doy con mi contestación, a ese discípulo tan audaz en su fanatismo, como exagerado en sus testimonios de amor. La luz que brilla de la ciencia espiritual es la guardiana de las fuerzas humanas para perseverar en las actividades del alma y en el heroísmo del espíritu, mas no podría determinar una violación de la ley que quiere que la materia sea un obstáculo para la visión completa del alma y del espíritu. Yo gozaba deliciosamente con los honores que se me prodigaban y cuando Marta derramó agua perfumada sobre mis manos y su joven hermana me la salpicó por la cabeza y por las ropas, me mostré feliz al contemplar la felicidad que ellas experimentaban. La tarde terminó en medio de una alegría expansiva, que nada vino a turbar.

Hermanos míos, en el capítulo trece de este libro pasaremos revista a las causas del odio de los sacerdotes y de mi condena. Después continuaremos la exposición de los hechos que precedieron a mi muerte.

CAPÍTULO XIII

EL DERECHO QUE LE ASISTE A JESÚS PARA SER JUZGADO

Hermanos míos, desarrollando las causas de mi condena y los juicios erróneos de mis actos, deseo que mis palabras no sean defendidas más que por mí mismo; es preciso, pues, dejarlas tal como yo las expongo.

Honrémonos por nuestro respeto hacia las órdenes de Dios, no busquemos ni facilitar la admiración de los hombres ni disminuir la maliciosa pretensión de algunos de ellos. Que únicamente el escritor sea el responsable. A la depositaria de mi narración no le permito ninguna adición o corrección. A todos los que formulen sus dudas y la voluntad seria de iluminarse, responderé yo mismo.

Sed los discípulos dóciles del enviado de Dios. Endulzad su repentina aparición en medio de un mundo frívolo y escéptico, atribuyendo su alianza con los espíritus cuya luz vosotros habéis ya demostrado, mas no alteréis nada en su modo de presentar los acontecimientos. La vida de Jesús debe ser precedida de comentarios humanos, para explicar el pensamiento que presidió a esta obra divina, y debe ser separada de toda comunicación que no sea del mismo espíritu.

Pasemos al examen de los motivos de mi condena. «Yo había facilitado las sediciones populares, haciendo caer sobre los sacerdotes sospechas con los paganos».

Sí, yo me había asociado a una muchedumbre de revolucionarios, cuyo objetivo común, idéntico al mío, no excluía intenciones culpables y peligrosos excesos. Pero ya el invasor se cansaba en las represiones de las sublevaciones, como en la sanción de los juicios del tribunal sagrado. El derecho político se establece sobre el derecho humano; las cargas, los empleos, se hicieron accesibles a todas las capacidades, y las facciones se debilitaron poco a poco bajo un gobierno más cuidadoso del bien general. Tan sólo el elemento religioso empezó a sembrar el desorden en los espíritus. El carácter eminentemente dominante del Gran Sacerdote creaba numerosos enemigos al poder sacerdotal; mas estos enemigos divididos por el espionaje, empleaban sus fuerzas en revueltas parciales, que atraían sobre sí sangrientas represalias, resultando inútiles para la obra definitiva.

Por prudencia Hanan fue depuesto, pero siguió ejerciendo su influencia durante el pontificado de Caifás, su yerno. En las discusiones de los artículos de la ley, el principio religioso sobre el que descansaba la misma ley, era inexpugnable. Los jefes de escuela encontraban numerosos contrincantes, cuyo objetivo era el de empujarlos hacia la negación y los fariseos sobresalían en este infame oficio. El Sanhedrín, tribunal sagrado, juzgaba los delitos de lesa majestad divina. Todas las infracciones referentes a la ley civil quedaban dentro del círculo de atribuciones de los tribunales ordinarios. Las penalidades se resentían de la diferencia establecida entre los delitos religiosos y los delitos previstos por la constitución del Estado. El fanatismo tenía que demostrarse más despiadado que el principio del orden social. Una ley decretada por el poder romano, castigaba con la muerte al asesino y al bandido armado, pero sucedía a menudo que, circunstancias hábilmente aprovechadas por la defensa desviasen de la cabeza del culpable la terrible expiación.

Ante los príncipes de los sacerdotes y de los fariseos, toda sublevación ostensible en contra de las prescripciones del culto mosaico, tenía por consecuencia la muerte. La ley era precisa, inexorable. En las causas mayores a los sesenta príncipes de los sacerdotes, fariseos y doctores de la ley que componían el Sanhedrín se agregaban algunos miembros suplementarios.

Se llamaban príncipes a los sacerdotes nobles de nacimiento o de reconocida capacidad, ejercida ésta desde larga fecha de ennoblecimiento. El fariseísmo era una secta piadosa y respetable en apariencia, hipócrita y depravada en realidad. Los doctores de la ley representaban la casta más erudita y más inteligente de la nación judaica. Se dividían las funciones difíciles del apostolado y de la magistratura sagrada. En el Templo ellos ejercían la verdadera autoridad, por cuanto los sacerdotes no eran más que servidores autómatas, más propensos a los honores mundanos y a los goces materiales, que deseosos de las prerrogativas de la ciencia y de la virtud. En las Sinagogas los doctores de la ley hacían preceder sus conferencias de algunas incitaciones hacia la curiosidad, que se referían a tales o cuales personalidades. En la vida retirada daban consejos y en la vida pública daban fe de sus creencias con elocuentes discursos. Las funciones de la magistratura sagrada los sometían a los deberes de jueces, de acusadores y de defensores. El prestigio de su talento establecía convencimientos y la marcha de los procedimientos dependía únicamente de ellos.

Hermanos míos, las participaciones de Jesús en las sublevaciones populares, que tuvieron lugar cuando tenía veinticuatro años de edad, fueron una consecuencia de su educación y de las ideas religiosas que él se empeñaba en levantar como una doctrina.

Jesús era revolucionario porque decía: «Los poderes de la Tierra se mantienen por la ignorancia de las masas».

Mas Jesús había bebido el principio democrático que lo hacía obrar en el principio divino de las alianzas celestes, mas el democrático Jesús quería la igualdad y la fraternidad entre los hombres porque los hombres son iguales delante de Dios, que es su Padre, mas el democrático Jesús profesaba el desprecio de los honores mundanos, porque esos honores paralizan las manifestaciones que adquieren los honores espirituales, porque apoyaba el elevado destino del espíritu sobre los deberes que le incumben a este espíritu en su marcha ascendente.

El revolucionario Jesús combatía la opresión, porque la opresión es contraria a la ley de Dios, pero ordenaba el perdón porque el perdón se encuentra en la ley de Dios. El revolucionario Jesús amaba a los pobres, porque los pobres eran para él hermanos desgraciados. Compadecía a los ricos, porque los ricos eran para él hermanos extraviados.

El democrático Jesús decía: «Los poderosos de este mundo serán los parias del otro mundo».

Y decía también: «Amaos los unos a los otros y mi Padre os amará. En la casa de mi Padre no hay pobres ni ricos, ni patrones ni sirvientes, sino espíritus, cuya ciencia habrá perfeccionado su propia virtud».

Aplicad, hermanos míos, las palabras de Jesús y sed revolucionarios como yo; es una cosa heroica el serlo. Pueblos y gobiernos de pueblos, deponed las armas y reflexionad finalmente en el objetivo de la existencia temporal.

¡Infelices envilecidos, negros negadores de la Providencia divina, levantaos y

adorad a Dios! Ricos, honrad la pobreza, y vosotros pobres, no envidiéis las riquezas. El poder y la grandeza humana, hacen decaer al espíritu no penetrado del poder divino y de las grandezas espirituales. La adversidad eleva al espíritu, que reconoce la justicia de Dios. El espíritu no puede adquirir la fuerza sino por medio de las pruebas de la vida corporal; el espíritu fuerte se hace pronto digno de la gloria de Dios.

Expliquemos, hermanos míos, el carácter y el valor del delito de la desviación del culto divino imputándole a Jesús. Desde tiempo inmemorial, el culto divino es una mezcla de supersticiosas devociones e interesadas mentiras. Desde tiempo inmemorial han existido hombres que han demostrado en nombre de Dios que la razón debe someterse a todas las deformidades del sentido intelectual, para la edificación de tal o cual doctrina religiosa. Desde tiempo inmemorial la fuerza suprime el derecho, la noche devora la luz, y la ayuda de Dios es invocada por los asesinos y por las tinieblas.

Dios es inmutable. Nuevas semillas llenan el vacío, la luz se reproduce en medio de las tinieblas; y la vida generada por la muerte, la luz victoriosa sobre la noche, deposita sobre la superficie de un mundo los vivos del Señor, los luchadores de las verdades eternas. Ello debe suceder, ello sucede y se llama progreso.

Todas las humanidades atraviesan por las fases de la niñez en medio de horizontes nublados, todas las humanidades se alejan del objetivo y se detienen indecisas, pero entonces luces repentinas iluminan el camino, y este camino vuelve a emprenderse y la verdad prepara su reino definitivo, bajo las miradas y el apoyo de Dios.

Jesús debía a preceptores ilustres sus primeros estudios serios y había madurado sus medios de perfeccionamiento con profundas meditaciones. Jesús debía a inspiraciones secretas, honradas por demostraciones palpables, la revelación de su misión divina, y se arrodillaba sobre el límite de la Patria Celeste para escuchar las órdenes de Dios; con el pensamiento volaba por encima de los siglos de ignorancia, para facilitar a los siglos siguientes la luz y la felicidad. El espíritu llegado al desarrollo moral e intelectual permanece fiel a las convicciones adquiridas por él mismo, hasta que la ciencia de Dios le dé la inmutabilidad de la fuerza y el empuje del fanatismo para sacrificar el presente al porvenir, para preparar el porvenir al precio de las más amargas desilusiones humanas. El espíritu desarrollado en un mundo carnal, designa un Mesías y este Mesías no puede huir de la persecución sino desertando de la causa a cuyo sostén se ha dedicado. Despreciando la muerte corporal, el espíritu adelantado en el sendero de la perfectibilidad, flaquea aun ante los asaltos que le llevan los seres inferiores, y su confianza engañada, su amor mal correspondido le pesan como remordimientos.

Permanezcamos, hermanos míos, en la creencia absoluta de las fuerzas individuales, desarrolladas con el ejercicio de la voluntad. Permanezcamos en la afirmación de la Justicia de Dios, ya sea que ella se establezca con pruebas o con beneficios pero afirmemos sobre todo, con fuerza, la libertad dada al hombre tanto cuando él lucha en contra de las presiones desorganizadoras del alma, como cuando él tenga que combatir principalmente en contra de las manifestaciones tumultuosas de la ignorancia y del odio. El espíritu adelantado se desliga de las dependencias humanas y se alimenta de las fuerzas de Dios, a medida que son mejor comprendidas la nada de la materia y la extensión de las posesiones espirituales.

Justicia de Dios, gloria a ti, tú eres explicable y todo lo explicas. Justicia de Dios, honor a los que te dedican su coraje y su resignación; ellos marchan por la vía afortunada del ensanchamiento de la dignidad del espíritu.

Jesús, hermanos míos, tenía conciencia de sus actos y de la fuerza de su sincera naturaleza cuando acusaba a los sacerdotes y a los fariseos. Respetuoso con el culto divino, pero contrariado al mismo tiempo, por la avidez y arrogancia de los ministros de ese culto, por la hipocresía oficial de una secta religiosa con gran poder, Jesús buscó en el mismo origen del culto y en la inexacta ponderación de los deberes humanos, las verdaderas causas de la disolución moral y de las vergüenzas intelectuales que él iba notando. En esta investigación Jesús se vio ayudado por los trabajos anteriores a los suyos, y por alianzas nuevas o renovadas en la vasta asociación de los espíritus y de los mundos. Jesús se prohibió en un principio el escrutar los misterios de la religión mosaica, después se dejó arrastrar por opiniones que respondían a su sentido moral. Enseguida circunstancias cada vez más favorables a su misión, le abrieron paso entre los escombros que caían y las piedras brutas del porvenir.

Jesús comprendió que era necesario conservar algunos vestigios del pasado para no encontrar obstáculos a su tarea de constructor. A menudo le faltaba la paciencia y decía:

«No se pueden hacer ropas nuevas con ropas viejas».

Jesús adoraba a su Padre en espíritu y en verdad, y cuando el pueblo ignorante le pedía explicaciones, contestaba: «Dios no tiene sino desprecio para los ofrecimientos y para las prácticas exteriores, cuando no las acompañan la virtud y la fuerza dimanada de la ciencia».

«Dios prohíbe el orar tan sólo con los labios, y los que entran en una sinagoga con el corazón lleno de odio y con las manos sucias por la rapiña y la sangre, merecen el castigo de Dios».

«Permaneced humildes y pacientes bajo el peso de la vida mortal. Amaos los unos a los otros, libertad a vuestra alma de los lazos vergonzosos, vuestros espíritus de las ambiciones injustas, y habréis servido a Dios y Dios os bendecirá en este mundo y en el mundo que para vosotros sucederá a éste».

«Dios quiere vuestros corazones por templo; adorad a Dios en el templo que ha elegido». «Las funciones del culto ponen en evidencia, la mayoría de veces, la ineptitud, la vanidad y la hipocresía. La adoración interna lleva siempre al espíritu por el sendero de la sencillez, de la dulzura, y de la sabiduría».

«Vosotros podéis orar juntos, pero no hagáis pompa con vuestras oraciones y no mezcléis las pompas mundanas con las cosas de Dios».

Hermanos míos, Jesús explicaba a Dios con la elevada inteligencia que de Dios le venía, pero bien sabía que no podía preservarse de los odios y venganzas de los que él acusaba por su orgullo y picardía, de los que eran comprendidos en sus demostraciones.

Jesús definía el amor como el gran motor de la religión universal, y enseñaba la igualdad de los espíritus, la comunidad de sus intereses delante de Dios, el desarrollo y el empleo de las facultades pensantes. Combatía por lo tanto los poderes fundados sobre el desprecio de las leyes de Dios y la inmovilidad del espíritu decretada por estos poderes.

Las religiones basadas sobre la divinidad de Jesús, así como todas las doctrinas ajenas a esas religiones, llevan consigo defectuosas apreciaciones sobre la justicia divina. Para que una religión sea en definitiva la fuente de la felicidad humana, es necesario que ella resulte de la razón misma, esencia de Dios.

Hagámonos nuevamente fuertes con la enunciación del elemento constitutivo de la razón divina y de la razón humana en su pureza. La razón divina es la preponderancia del amor en la obra de la creación. La razón humana, firmemente establecida, es la emulación del amor de las criaturas entre ellas, para responder al amor que el Creador desparrama sobre la creación. La justicia divina es una consecuencia del amor divino; los efectos de esta justicia demuestran el infalible raciocinio deducido de un poderoso trabajo de concepción infinita.

Que los mundos conformados para determinadas categorías de espíritus, reciban otros más desmaterializados para ayudarles en su progreso; que las moradas humanas escondan, de tiempo en tiempo, luminosas inteligencias; que las pruebas carnales representen una cadena continua de intermitencias de reposo y de espantosas catástrofes, ¡qué importa, desde el momento que es la justicia de Dios la que resuelve y es el amor el que dicta su justicia! ¡Qué importa desde el momento que los Mesías, expresan el amor de Dios hacia todas las inferioridades y que los sufrimientos humanos representan actos de reparación hacia la justicia de Dios!

Jesús, ya lo dije, fustigaba los poderes, establecidos por el esfacelo de las conciencias y por el abuso de la fuerza y encontraba en sí el más ardiente patriotismo del alma para abatir todos los despotismos y para compadecer todas las miserias de la humanidad. Mas los enemigos de Jesús afirmaban que él había atacado el dogma de la unidad de Dios, al decirse hijo de Dios y que había debilitado la fe religiosa favoreciendo la revuelta. Aquí, hermanos míos, vamos a reasumir las principales enseñanzas de Jesús, mas no volveremos sobre el carácter de hijo de Dios, tan mal interpretado en todo tiempo y que ya he explicado suficientemente.

Cuando Jesús dejó Jerusalén por primera vez y fue a países lejanos, adquirió la certidumbre de que las religiones no dividían a esos pueblos, por cuanto el amor de las artes y de las riquezas llevaba la preferencia con respecto a cualquier otra aplicación del espíritu. Cuando Jesús abandonó Jerusalén, por primera vez se vio libre y feliz en medio de los pueblos libres y llenos de fantasía. Él empezó proporcionando abundantes consuelos y manifestando su carácter llano y expansivo.

De su doctrina puso a la vista tan sólo lo que era necesario para establecer el amor como base del equilibrio humano; pero no determinó el amor como una obligación del completo sacrificio, desde que sabía muy bien que para hombres debilitados por los goces mundanos, debía hacer concordar la habitual expansión de sus espíritus con las primeras exigencias de la razón de éstos.

Jesús hacía necesario el amor por la necesidad que tenían los hombres de sostenerse los unos a los otros. ¿Acaso el amor no protegía los intereses del pobre, así como defendía al rico en contra de los insensatos deseos de igualdad material? Jesús defendía la esperanza como un remedio para todos los males. Dirigía las miradas del espíritu hacia la felicidad del porvenir, con palabras de misericordia y de aliento. Él hacía de la muerte una luminosa transformación. Por espacio de dos años, Jesús evitó las críticas del mundo frívolo y la desconfianza de la gente seria. De buen grado se escuchaba al dulce profeta que prometía la abundancia a los que proporcionaran alivio a los pobres, que concedía el perdón de Dios a los que perdonaran a sus enemigos, que anunciaba la paz y la felicidad a todos los hombres de buena voluntad, en nombre de Dios, Padre de ellos. Le seguían en los lugares públicos y en la plataforma de los edificios, al atrayente revelador de los destinos humanos, que explicaba la igualdad primitiva y la beatífica inmortalidad. Las jóvenes le llevaban a sus hijos y él los bendecía, los enfermos lo mandaban buscar y él se acercaba a ellos, los pobres lo tomaban como apoyo y los ricos se detenían para escucharlo predicar la fraternidad y el desinterés. Se le ofrecía siempre generosa hospitalidad al dispensador de la gracia de Dios, y tanto en las familias como en medio de las masas, Jesús se convertía en el padre, el amigo, el consejero y la alegría de los paganos, a quienes jamás habló del castigo y de la cólera divina.

Él guardó el recuerdo consolador de ese tiempo en medio de la agitación y de la tristeza que, más tarde, le oprimieron. Mas Jesús no podría llamar la atención del espíritu humano, sobre las personas que lo rodearon en ese tiempo, y ello porque el espíritu humano no tendría ningún fruto que recoger del conocimiento de las intimidades de Jesús, cuando esas intimidades no se encuentran ligadas con acontecimientos conocidos o que merezcan serlo. Conoció a Juan, por primera vez, a la edad de treinta años y a la de treinta y tres y algunos meses murió. Juan disipó las irresoluciones de Jesús respecto a su misión como hijo de Dios y él prometió a Juan que se atendría a algunas prácticas externas, si sobrevivía al apóstol, lo cual mereció del apóstol las siguientes palabras:

«Yo soy el precursor, tú eres el Mesías». «Te esperaba para continuar la obra y hacerla inmortal».

«Bendigamos a Dios que nos ha reunido y fundemos el porvenir con el precio de las tribulaciones y de las torturas de la muerte. Las tribulaciones, las torturas, la muerte, serán nuestros títulos para la gloria inmensa, para el poderío eterno».

Juan murió asesinado por los que él había señalado con desprecio ante el pueblo, un año después de su entrevista con Jesús. Éste quiso entonces tomar la dirección de los discípulos de Juan y juntarlos con los suyos, pero habría tenido que vencer la obstinación de espíritus sin sagacidad y sin grandeza moral, por lo cual se vio obligado a renunciar a ello. Jesús lo había dicho; sus discípulos de Galilea, tan sólo más tarde lo comprendieron, y su conformación verdadera en la fe, no tuvo lugar sino después de la muerte del que abandonaron casi todos en el camino del dolor. Mantenidos en la gratitud por el respeto que profesaban hacia la memoria de su maestro, los discípulos de Juan me siguieron a distancia y me dieron pruebas de afecto. Dos años consecutivos me trasladé a orillas del Jordán, para observar el ayuno y darles la acostumbrada solemnidad a las prácticas de Juan. En las dos veces fui acompañado por los discípulos de Juan, cuyo número no había disminuido.

Eran quince y el más anciano presidía las funciones de la doctrina, con el recogimiento a que lo había acostumbrado su preceptor de prudencia y saber. Estos hombres sobrios y severos daban a la virtud las lúgubres apariencias de venganzas celestes; depositarios de la voluntad de Juan, tenían que sufrir por las contradicciones que resultaban entre ellos y nosotros. Ellos querían la exterioridad de la contrición, el rigor de la forma, la evidencia del culto, nosotros la humildad en la penitencia, la plegaria de corazón, la libertad de los ejercicios religiosos, la abstención completa de pompa en los sacrificios y de métodos en la enseñanza.

De nuestros hábitos, de nuestra existencia, alegre en relación con la de ellos, los discípulos de Juan no sacaban conclusiones tristes para el porvenir y siguieron llamando siempre Mesías a quien su maestro había designado con ese mismo nombre.

Lo repito, los discípulos de Juan se mostraron muy superiores a los discípulos de Jesús. Dejando de lado el fanatismo que alejaba al pecador de la esperanza en Dios y la exageración criticable de las prácticas, ellos poseían todas las cualidades del espíritu que determinan la inviolabilidad de la conciencia. Los discípulos de Juan no me acompañaron durante los días nefastos que precedieron a mi suplicio, por cuanto se encontraban entonces dispersos y errantes. Un decreto lanzado en contra de ellos, mientras me encontraba en Betania, los había expulsado de la Judea. La persecución religiosa fue siempre en aumento desde esa época, ésta anunciaba la ruina de Jerusalén y la decadencia del pueblo hebreo.

Mis instrucciones, desde la separación de Juan hasta mi partida para Cafarnaúm, demuestran mi conocimiento en la ciencia divina, puesto que me dirigía a hombres capaces de comprenderme. Estos hombres, desgraciadamente, eran tímidos aliados o déspotas depravados, y los primeros no me podían sostener sino con la ayuda del pueblo. Apoyarme en el pueblo hubiera sido, tengo de ello la convicción hoy, crearme seguridades durante el tiempo necesario para la fundación de mi gloria humana como Mesías y revelador de la ley universal.

Cometí un gran error al alejarme de Jerusalén, y de este error dimanan las supersticiones que han mantenido alejados a los espíritus, del propósito latente de todas las humillaciones, la adoración de un solo Dios, el amor fraterno y el progreso en la adoración y en el amor.

De las enseñanzas de Jesús en esa época, deducimos que el pensamiento que dominaba en ellas, destruía desde la cima hasta la base, los preceptos de la antigua ley para reemplazarlos con los de la nueva. Se pronunciaron entonces estas palabras:

«La luz viene de Dios y yo soy la luz. Dios ha puesto en mí todas sus esperanzas, en el sentido de que la verdad se hiciera evidente para vosotros».

«Felices los que comprenderán la verdad. El hombre no sería hombre, si no hubiera aprendido algo antes de nacer. Haceos sabios para descubrir lo que ha precedido a vuestra actual existencia. El porvenir os será revelado por el conocimiento que adquiráis de vuestro pasado».

«Creed en la purificación por medio de las pruebas y jamás dudéis de la misericordia divina, pero retened bien esto: La purificación se opera lentamente y la misericordia divina no podría contrariar la ley de la organización y de la desorganización».

«Observad mi ley. Ésta dice: Orad en secreto, perdonad a vuestros enemigos y ayudad a vuestros hermanos».

«Os lo repetiré siempre: El que abandona al pobre será a su vez abandonado. Al que mata se le matará, el que maldiga será maldito. Este es un secreto divino que se explica no en una vida sino en muchas».

«Defendeos en contra de las supersticiones inferiores de la niñez de los pueblos, que asemejan a Dios con los miembros de la humanidad, y adorad a vuestro Padre, sin pedirle que altere cosa alguna de sus designios».

«Los hombres de buena voluntad levantarán un templo a Dios y el reinado de Dios se establecerá sobre la Tierra. Os lo digo: muchos de entre vosotros verán el reino de Dios, mas comprended bien mis palabras; estas palabras son de todo tiempo, porque el espíritu es inmortal, la vida sucede a la muerte, la luz disipa las tinieblas, y el santo nombre de Dios será bendecido por toda la Tierra».

«Alejaos de los falsos profetas. Los reconoceréis fácilmente. Ellos anuncian siempre el hambre, la peste y todos los flagelos. Invocan la cólera de Dios sobre los que han prevaricado y sobre los hombres que investigan los designios de ellos para dar a conocer su picardía. Afirman que Dios protege su poder y afectan grandes apariencias de virtud, mientras su corazón se encuentra sobrecargado de odios. Ahora os lo digo: Dios no tiene sino amor para sus criaturas. Él las castiga sin enojo y para llevarlas hacia el arrepentimiento. Todos recogen en un tiempo lo que han sembrado en otro. Todos deben cuidar los sembrados, para que el buen grano no se vea sofocado por la mala yerba. Seguid la ley de amor y Dios hablará a vuestros espíritus y os mandará mensajeros de su amor. La gracia de Dios es obra de Justicia».

«Felices los que desean la gracia y sabrán merecerla. La verdad les será revelada y ellos la desparramarán para confundir a los malos y a los hipócritas, para instruir a los ignorantes, para consolar a los pobres y a los pecadores, para facilitarles a los justos los medios para fundar el reino de Dios sobre la Tierra».

«La verdad se recomienda por sí misma, desde que habla en nombre de la razón, de la igualdad, de la fraternidad, de la inmortalidad, puesto que demuestra la felicidad futura, apoyando sus demostraciones sobre la justicia, sobre el amor y sobre la sabiduría del Creador; puesto que ella desliga la justicia de Dios de las feroces venganzas, el amor de Dios de las debilidades de las predilecciones, la sabiduría de Dios de las indecisiones y cambios de la voluntad».

Hermanos míos, estas instrucciones, todas ellas llenas de la llama divina, estas expansiones de un espíritu penetrado de las grandezas espirituales, tenían que resultar bastante incomprensibles para muchos hombres, mas estos hombres comprendían la oposición que yo les hacía a todos los abusos de autoridad, y me amaban por ello; mas estos hombres decían que yo era el Mesías anunciado por los Profetas y creían en mí. Si yo hubiera consentido dejarme rodear y defender y no obstante en mis triunfos populares hubiese permanecido dueño de mí mismo, mi muerte, inevitable resultado de la volubilidad de las opiniones humanas, hubiera sido la consagración de la alianza de los mundos y de los espíritus.

En los preparativos de mi alma para sufrir esta muerte, tuvieron lugar grandes luchas en mí. ¿Debía yo revelar públicamente mi ciencia o dejar a mis fieles el cuidado de divulgarla? El silencio que guardé me acusa de una culpa no menos grave que la de haber abandonado Jerusalén cuando era necesario el permanecer en ella.

Yo debía grabar mi semblante de Mesías sobre el porvenir, llenando de espanto a mis verdugos, con palabras que ellos hubieran sido impotentes para corromper. Ellos, lo mismo que los propagadores de mi origen celeste, no habrían podido demoler un conjunto de principios, desligados por mí de los errores de las primeras apreciaciones, y de las contradicciones establecidas dentro del propósito de la seguridad necesaria.

Dediquemos, hermanos míos, una atención seria a las faltas de Jesús. Ellas dan la medida de las concepciones del espíritu espiritualizado, pero circunscripto por las enfermedades humanas; ponen en luz la Justicia Eterna que concede al misionero la libre dirección de su tarea: prueba la ceguera de la clarividencia, la debilidad de la fuerza, la decadencia de la superioridad, por efecto de dos naturalezas opuestas en el mismo Ser. Jesús arrastró el peso de estas dos naturalezas y si alguna vez sucumbió bajo la presión de corrientes opuestas, siempre se levantó después de la caída, fortalecido por el presentimiento de su gloria cercana.

En Cafarnaúm y sus alrededores, tantas veces recorridos por mí, mis enseñanzas, se habían colocado al nivel de las personas a quienes me dirigía. Empecé en un principio con máximas aisladas y con consejos aplicables a todas las situaciones morales y a todos los sufrimientos físicos. Nadie en Galilea se ocupaba de la medicina propiamente dicha, pero todos los hombres que querían estar en auge con el pueblo, debían establecer su superioridad sobre el mismo con demostraciones ostensibles de alguna ciencia, y el arte de curar era lo que excitaba en el más alto grado la emoción popular.

La naturaleza me ofrecía en abundancia, en esos campos, plantas preciosas, y guiado por algunos estudios anteriores, obtuve éxitos, que más tarde, se tomaron como milagros y exorcismos. Con mis discípulos emprendí giras en los alrededores de Cafarnaúm. Visité sinagogas, estudié los alcances intelectuales del pueblo e hice uso, para hacerme querer, de una dulzura familiar, que me empujaba tanto hacia las fiestas como hacia la búsqueda de enfermos y de gente abandonada.

Mis parábolas se inspiraban en las mismas pasiones de mis oyentes, mediante un estilo imaginativo y breves comparaciones. Mis descripciones de los tormentos del infierno, mis éxtasis por las bellezas del cielo, los exaltaba, y me creían entonces cuando les decía:

«Los que me amen me seguirán y yo los llevaré a la verdadera vida».

«Yo soy el buen pastor. Cuando el buen pastor percibe que un cordero se ha extraviado, deja por un momento a los otros corderos para descubrir al perdido, y lo devuelve al corral».

«Pedid y se os dará. Llamad y se os abrirá. Yo soy el distribuidor de las esperanzas y de los consuelos».

Yo mezclaba a menudo lo que se encuentra entre líneas en la Doctrina pura con los dogmas ortodoxos; pero en las instrucciones más íntimas libraba la Doctrina de las obscuridades de que la veía rodeada. El anuncio del reino de Dios volvió entonces a figurar a menudo en mis discursos y recalqué con energía las siguientes palabras:

«Muchos entre vosotros verán el reino de Dios».

Lo repito, hermanos míos: «El reino de Dios se establecerá sobre la Tierra y muchos de vosotros verán el reino de Dios».

¿Por qué dieron a mis palabras un significado absurdo? Para descubrirme en el error ante la presente generación y ante la posteridad. Mas encontrándose ya claramente definida ahora mi doctrina, ¡haced lugar a los hombres de buena voluntad, vosotros hombres intrigantes, hombres de mala fe! ¡Haced lugar a la verdad, ella volverá a traer a la Tierra el reinado de Dios!

En el decimoquinto capítulo seguiremos tras los días dolorosos que llevaron a Jesús hasta el Calvario y asistiremos al gran acto de la expiación de los delitos de Jesús.

En el capítulo décimo sexto nos ocuparemos de la gloria del Mesías y diremos los motivos que lo han empujado para revelarse ahora.

Hermanos míos, os bendigo.

CAPÍTULO XIV

JESÚS CON SUS SERMONES, AJENO A TODA ORTODOXIA

Hermanos míos, el límite que he fijado a este trabajo me obligará al silencio si alguno de vosotros tuviera el deseo de mayores aclaraciones o de una nueva confirmación de los hechos que os he referido. En segundo lugar, el curso de los acontecimientos hasta el final de este libro, me dará motivos para numerosas digresiones con respecto del asunto que en él se desenvuelve. Nosotros limpiaremos el camino y ablandaremos el terreno; sembraremos por Dios.

Edificaremos la casa de nuestros hijos en la luz y acumularemos riquezas para ellos, derramando tesoros divinos sobre las riquezas humanas. Revelémonos tanto por la sencillez de nuestro estilo, como por el ardor de nuestro amor. Expliquemos nuestra defensa delante de los hombres que nos acusan, nuestra fuerza delante de los que nos niegan, nuestra afectuosa piedad ante los que deforman nuestra personalidad. Digámosles a todos, infelices o culpables, ignorantes o malvados:

«Acercaos, amigos míos, os daré la felicidad de creer en Dios nuestro Padre, principio y adorable fin de la creación, alianza y movimiento de las invisibles armonías e inconmensurables grandezas del Universo».

«Os demostraré la superioridad gradual y la afinidad de los espíritus entre ellos, la diversidad de los elementos, y la superioridad absoluta de la dirección de los globos planetarios, de los fosforescentes astros errantes, de las reconstituciones luminosas, del decrecimiento y de la regeneración de los mundos».

«Os enseñaré la vida espiritual en la materia y fuera de la materia, os referiré mis dudas, mis esperanzas, mis faltas, mi glorioso coronamiento, el martirio de mi alma, el triunfo de mi espíritu, las luchas de mi naturaleza carnal con las aspiraciones de mi pensamiento, la tendencia humana ardiendo en mi corazón, completamente lleno de los deseos de una pureza inmortal. Os describiré a Jesús como el más adelantado de los Mesías venidos a la Tierra y haré resplandecer la casa de Dios, libre de toda superstición hija de las criaturas; os volveré al sentimiento del deber y os convenceré de la felicidad que les espera a los fuertes, humildes y devotos observadores de las leyes de Dios».

«¡Al oír mi voz, sed consolados vosotros que lloráis, y caminad bajo mi tierna protección, oh, vosotros que gemís en el aislamiento y en la ingratitud, en el abandono y en la injusticia, en el agotamiento de las fuerzas físicas y en las amargas sensaciones del recuerdo y del remordimiento!. Yo quiero agotar toda creencia en lo maravilloso, haciéndome conocer tal cual soy y afirmando la gracia como un efecto de la justicia divina».

La gracia es el beneficio de la fuerza; la fuerza resulta del progreso del espíritu, y todos los espíritus se elevan mediante las pruebas de la vida carnal, cuando comprenden sus enseñanzas. Jesús, desde la felicidad espiritual, hacia la cual lo llevaron los oprobios humanos, tuvo que preparar sus derechos a una gloria cada vez más luminosa, así les sucederá a todos los que llegan al desarrollo de las fuerzas por medio de la voluntad.

En este capítulo, hermanos míos, tendremos que exponer la doctrina pura de Jesús, haciendo notar las manchas impresas en esta doctrina por los sucesores de Jesús y por él mismo en su última estada en Jerusalén.

Rodeado en Betania de sus amigos más queridos, Jesús no les abrió lo bastante el camino del porvenir mediante un amplio desarrollo de su doctrina y en Jerusalén cometió el error de no erigirse el fundador de una nueva religión. Jesús tenía que haber repudiado toda cohesión con el pueblo judío y morir afirmando su fe sobre otros principios, que no eran los de la ley mosaica.

Las palabras de sentido ambiguo, las parábolas desprovistas de elevación, porque derivaban de la vida exacta y regular de pueblos laboriosos, los discursos oscuros, la sublime teoría de la igualdad, de la fraternidad, de la libertad individual, que parecía hasta entonces urdida con poca habilidad a la organización viciosa e incorregible de la sociedad humana, todo tenía que desaparecer e iluminarse en medio de los últimos preparativos de la separación. ¡Ay de mí! Dios fue testigo de los dolores de mi alma, de los arrepentimientos de mi espíritu; mas Él consoló mi alma con su fuerza y reservó para mi espíritu el encargo de un perfecto cumplimiento. ¡Me complazco de las tinieblas al salir de las deslumbradoras luces! ¡Quiero desafiar el desmentido brutal y después de haber dejado los efluvios del amor independiente y generoso, me entrego a la humanidad terrestre para desmenuzar sus cadenas y mostrarles a su Creador!

Coloquemos debajo de nuestros ojos las semejanzas que existen entre la época de las pruebas humillantes de Jesús y los tiempos de espantosas y convulsivas torturas del estado social. La desconfianza del pueblo de Jerusalén se apoyaba en las pruebas que se le daban respecto a mis contradicciones. Mi firmeza en rechazar toda participación en los hechos milagrosos que se me habían atribuido, influyó aún más para aumentar la desconfianza del pueblo. ¿Por qué, repetía el pueblo, permitió él que se le presentara como un sanador inspirado, mientras afirma ahora no haber sanado a nadie de un modo sobrenatural?

José y Andrés se atribuían el honor, por burla, de ser los hijos de Dios. María, mi madre, parecía oprimida por la vergüenza y el disgusto. Las mujeres que me acompañaban temblaban presentándome un resguardo con sus cuerpos, y mis nuevos amigos se interponían entre la multitud irreverente y mis discípulos de Galilea. Tales fueron los preliminares de una justicia que se hizo fuerte con el gran nombre de Dios, para luchar en contra de su Mesías y en contra de los intereses de su pueblo, para abatir al defensor del pueblo.

Hoy, hermanos míos, la doctrina de Jesús, mal comprendida en principio, tanto por la natural debilidad de Jesús, como por efecto de sus más celosos defensores, la doctrina de Jesús, repito, es mal conocida hasta el punto de que Jesús es un Dios para algunos, un loco para otros y un mito para la mayoría. Los hombres que se creen capaces de dirigir a la humanidad, discuten el poder soberano o no hablan de él jamás; los de espíritu más independiente se inutilizan en las orgías, o dan muestras de sí con acciones miserables, los menos irreligiosos sostienen todas las instituciones en oprobio al Dios de amor y de paz, y la negación de mi presencia aquí descansa en la pretendida imposibilidad de las relaciones espirituales. En este dédalo de negras herejías, de despreciables defecciones, de absurdos errores, domina como en los días de la revuelta del pueblo de Jerusalén en contra de Jesús, el loco orgullo de las pasiones inconscientes y el desafío de delincuentes concupiscencias.

Jesús preparado para la lucha y profundamente convencido de su misión divina, hacía depender demasiado su coraje del coraje de los que él amaba y la idea democrática bebida por él en un sentimiento religioso exaltado, pero razonado, no se levantaba lo suficiente por encima de las alegrías del corazón. La ingratitud, el abandono, la calumnia, llenaron el alma de Jesús de una pretenciosa compasión y sellaron sus labios cuando justamente hubiera sido de la mayor habilidad, el anunciar la religión universal a todos los pueblos de la Tierra.

En este momento Jesús mira hacia la humanidad, presa toda ella en parte del ateísmo y en parte de la superstición y por más que él se sienta tan golpeado por los escépticos como por los relajados y por los hipócritas, permanece impasible en el poder de la idea, en la fuerza de la acción, las que no están ya sujetas a las debilidades de la naturaleza humana. El amor se vuelve una fuerza de entidad espiritual, y si de la enseñanza práctica de su vida de abnegación, Jesús no pudo recabar los honores populares con que contaba, no por eso resulta menos el dulce apoyo de los pobres y de los humildes, el juez severo de los prevaricadores y de los conquistadores.

Dictemos los principales pasajes de las últimas predicaciones de Jesús y sacaremos en consecuencia que las falsas estimaciones provienen, sobre todo, de las omisiones y de las referencias apócrifas. Cuando él quiso dar testimonio de su prestigio de hijo de Dios en Jerusalén, pronunció estas palabras:

«Yo soy aquel que mi Padre enviara para daros su ley; quien quiera que me siga verá a Dios. Yo camino por el sendero de la verdad y la luz resplandece en mí».

«Pedid y se os dará, buscad y encontraréis. Ello quiere decir que Dios es una ciencia y contesta a los que trabajan».

«Estudiad el origen de los males y el de los beneficios y reconoceréis la justicia de Dios».

«Alejaos de los vicios y de los ruidos de la Tierra para interrogar a Dios y escuchar lo que os contestará».

«Yo soy el hijo de Dios, pero este honor fue merecido por mí y os digo: Todos los hombres de buena voluntad pueden llegar a ser los hijos de Dios».

«No me preguntéis adónde voy y de dónde vengo. Tan sólo mi Padre conoce mi porvenir, y mi pasado permanece secreto para mí, mientras el polvo que envuelve mi espíritu se mezcla con el polvo de los muertos».

«Destruid en vosotros al hombre viejo y dejad hablar al hombre nuevo. Mientras quede en vosotros algo del hombre viejo, las pasiones serán las más fuertes y el viento soplará sobre vuestros proyectos».

«Humillaos delante de Dios y no busquéis la dominación entre los hombres».

«Arrojad lejos de vosotros las cosas inútiles y cumplid la ley del amor».

«Disminuid vuestros gastos para socorrer a los pobres; el que todo lo haya dado a los pobres será rico delante de Dios».

«Levantad lejos de aquí vuestra vivienda, puesto que, os lo digo, el hombre es pasajero sobre la Tierra. Su familia lo espera; su familia lo seguirá en otro lugar y tendrá aún que trabajar para reparar las pérdidas presentes».

«No debilitéis vuestra fe con investigaciones estériles, con un estancamiento más estéril aún, mas practicad los mandamientos de Dios y la luz os llegará, puesto que la luz es una mirada de Dios».

«Todo el que cumpla con la ley y desee la luz conquistará la ciencia, no esa ciencia banal que concluye con todas las cosas de este mundo, sino otra ciencia que lo explica todo».

«Felices los que comprenderán estas palabras».

«Felices los hombres de buena voluntad, el Reino de mi Padre les pertenecerá».

Ante estos sermones, ajenos a toda ortodoxia, los doctores de la ley me amenazaron con cerrarme las puertas del Templo. Si el pueblo me hubiera parecido deseoso de conocer la definición de la ciencia y de la luz de las que hablaba, yo habría desafiado la prohibición y habría hecho valer los derechos de un profesor religioso, que no atacaba ninguno de los dogmas reconocidos, pero las malas disposiciones del pueblo me sorprendieron y resolví retirarme a Betania.

Durante el período transcurrido entre la primera defección del pueblo y los actos atroces de que el mismo pueblo fue autor, Jesús no puso ya límites a sus expresiones y el mismo sentimiento de su elevación le inspiraba arranques de furor y profecías de desastres. Él fustigaba a su gusto a los que llamaba los hipócritas y los perversos, y señalaba con anticipación, casi como para oprimirlos después con el terror, a los frágiles en el amor, a los indecisos en la fe, a los desconfiados, a los ingratos, a toda esa masa de ignorantes y viles que habían de oprimir su cuerpo, sembrar la indecisión en su alma y debilitar casi su confianza en Dios.

«Sois sepulcros blanqueados que la herrumbre y los gusanos corroen su interior».

«Poseéis ropas, los pobres se encuentran desnudos, y os reís cuando los niños lloran de frío y de hambre».

«Andáis publicando a gritos vuestras obras, mientras en el interior de vuestras casas se esconden la orgía y el delito».

«Denunciáis ante el mundo a la mujer adúltera y engañáis a Dios con las apariencias de castidad, mientras vuestro espíritu se encuentra turbado por deseos impuros y ambiciones deshonestas».

«Condenáis el vicio de los pobres pero guardáis silencio respecto a los escandalosos desórdenes de los emperadores y de la vergonzosa servidumbre de los cortesanos».

«Os llamáis los sacerdotes de Dios, los privilegiados del Señor y amontonáis riquezas sobre riquezas e incensáis a los déspotas y conquistadores».

«Yo soy el Mesías, hijo de Dios, y os anuncio que este templo se derrumbará, que no quedará piedra sobre piedra de vuestros edificios, una nueva Jerusalén se levantará sobre las ruinas de la antigua; vuestros descendientes buscarán el lugar donde se ejercitaba vuestro poder y los fastos de vuestro orgullo se desvanecerán como una sombra».

«Tanto que me decretéis honores como que me condenéis a morir, mi nombre sobrevivirá a los vuestros y la ley que traigo prevalecerá sobre la que vosotros predicáis sin cumplirla».

«Hipócritas, que tenéis la boca llena de miel y el corazón lleno de ira y de odio. Déspotas, asesinos sin fe, vil majada de esclavos encadenados durante la noche, cueva infecta de bestias venenosas; despreciable caterva de gente embrutecida y apestada, sois el mundo que está por terminar y yo predico un mundo nuevo, una tierra prometida, la verdad, la justicia y el amor. Intérpretes de un Dios vengativo, implacables proveedores de la muerte, la ciencia de la inmortalidad os dirá a todos, que Dios es bueno y que la vida humana tiene que ser respetada».

En medio de otros excesos del lenguaje, Jesús acusaba a los pobres de seguir una miseria envilecedora, sin combatirla con el trabajo y con el ahorro del trabajo.

«Deseáis la holgura y pasáis el tiempo en el ocio y en la ebriedad. Detestáis a vuestros patrones, pero envidiáis su fortuna, y si os encontrarais en su lugar, procederíais como ellos, porque no poseéis la fe que proporciona el coraje en medio de la pobreza, y la modestia en medio de la opulencia».

«Os quejáis del orgullo y crueldad de los ricos y yo os digo que vosotros tenéis el alma enferma y el espíritu pervertido, propio de las naturalezas bajas y celosas».

«Los que entre vosotros comprenden la nada de las riquezas y el papel de los pobres, serán los primeros en el Reino de mi Padre; mas, lo repito, puesto que muchas veces lo he dicho: Muchos serán los llamados, pero pocos los elegidos».

«Baldón para los comerciantes de mala fe; el robo, bajo cualquier nombre que se le cubra, es una falta ante las prescripciones más elementales de la ley divina. Tan sólo la restitución y la caridad pueden descargar la conciencia del depositario infiel, del mercader desleal, del falsario, del hombre ambicioso e injusto».

«Pecadores de todas las condiciones, hombres de todos los tiempos, la moral se encierra en estas palabras: Haced a los demás lo que quisierais que se os hiciera a vosotros».

«¡Atrás, traficantes de las cosas santas en el templo del Señor!».

«La casa de mi Padre es una casa de oración y vosotros la convertís en una cueva de ladrones».

«Salid, salid os digo, de este lugar de paz y de retiro».

«Los sacrificios de carnes son impíos; la plegaria es un perfume del alma, un grito del corazón, un arrepentimiento del espíritu, que los ruidos del mundo no podrán acercársele sin alejarlo de Dios».

«¡Ay de vosotros y de todos los que torcerán de su verdadero objetivo las obras del Creador! ¡Ay de vosotros y de todos los que conviertan la devoción en un medio para adquirir fortuna temporal!»

La voz de Jesús tomaba entonces una entonación vibrante y sus ademanes se volvían amenazadores. En ninguna época de su vida de apóstol encontró tanta amargura en su alma y tanta indignación en su espíritu al revelar las vergüenzas de la humanidad, armándose en contra de ella con las prerrogativas que le daban su misión y la ciencia divina.

«Sois débiles y feroces. A la ignorancia de la juventud añadís la perversidad del orgullo, del avaro, del ambicioso, del disoluto, del asesino».

«¡Peleáis por la gloria ajena! ¿Qué es esta gloria?».

«Una espantosa demencia, un monstruoso asesinato».

«¡Adoráis un dios! ¿Quién es este dios?».

«Una imagen formada por espíritus en delirio, un ídolo a menudo furioso, siempre fácil para tranquilizarlo, accesible a todas las quejas, dispuesto a todas las concesiones. Un ídolo vestido con vuestros mismos vicios».

«Los altares de vuestro dios están inundados de sangre y vosotros le dedicáis hasta sacrificios humanos».

«¡Ah! ¡Me causáis horror! Me empeño por adelantar el momento de mi muerte, sabiendo bien que ella será dolorosa, y que después yo me veré libre de vuestro parentesco, rota una hermandad que me es odiosa, y entraré en la gloria de mi Padre».

«Pondréis en desnudez mi cuerpo, para alegrar vuestras miradas, someteréis a la suerte mis ropas para que pueda decirse que nada mío habéis dejado a mis siervos. Éstos desaparecerán y moriré abandonado por los hombres, puesto que está dicho: el Mesías morirá ignominiosamente; el Cielo y la Tierra guardarán silencio».

«No creáis que yo tengo temor a la muerte; más bien me asusta vuestro porvenir».

«No penséis que yo abrigue las intenciones de librarme de vuestros odios, mas comprended y recordad esto: Yo volveré después de mi muerte. Los que me reconozcan serán perdonados. Le corresponde al hijo de Dios levantar al pecador y bendecirlo, de facilitar el arrepentimiento y de proteger a los débiles».

Hermanos míos, la palabra de Jesús se hace sentenciosa y profética a medida que él se va acercando hacia el término de su vida terrestre, al mismo tiempo que sus afirmaciones se ven, mayormente libres del temor por las persecuciones y por las preferencias de su espíritu a favor de los desheredados. Anunciando él mismo la resurrección de su espíritu y prometiendo su participación en los progresos de la familia humana, dictaba su sentencia de muerte. Sus amigos, desde luego demasiado tímidos y descorazonados por la confusión de los espíritus, se sintieron impotentes ante esta terrible imputación.

«Se ha declarado Dios. Todos lo han oído. Tiene que morir».

Determinemos la confusión de los espíritus y hagamos distinción entre los partidarios y defensores de Jesús.

Los partidarios de Jesús amaban al hombre y habrían querido salvarlo del peligro inherente a las prerrogativas del Mesías. Los defensores de Jesús deducían con pruebas su superioridad y las demostraciones como apóstol; mas esta superioridad cada uno la explicaba a su modo y la lógica resultaba sacrificada a menudo ante el espíritu de partido y de disputas.

Los unos ignoraban la doctrina que le había proporcionado a Jesús sus más hermosas definiciones de la grandeza de Dios y lo tomaban por un Ser sabio, cuya vida había transcurrido en el estudio de las leyes orgánicas y de las dependencias de éstas. Admiraban el ardiente profesor de moralidad tan pura, mas rechazaban todo cuanto les parecía salir del círculo de los descubrimientos permitidos a la inteligencia del hombre. El destino humano después de la muerte corporal era para ellos un misterio que nadie podía penetrar. Atacando este misterio yo me convertía en reformador ante sus ojos, sosteniendo mis convicciones me volvía en un fanático para aquellos que no estaban en condiciones de comprenderme. Otros conocían las fuentes de mi ciencia, pero no reconocían a esta ciencia el poder de establecer demostraciones tan absolutas y tachaban de orgullosa pretensión mis alianzas de espíritus con espíritus más elevados.

Los primeros tenían la franqueza de sus opiniones, los últimos mezclaban a la consagración de un hecho innegable, las reticencias de espíritus estrechos y celosos. Los defensores reales de Jesús eran al mismo tiempo sus partidarios más instruidos. Hemos nombrado a José de Arimatea, Nicodemo, Marcos y Pedro. En los últimos días que pasé en Betania, Pedro y José recibieron de mí instrucciones definitivas respecto a lo que tenían que hacer después de mi muerte. Demostrar mi mensaje divino a estos dos depositarios de mi última voluntad era mi constante preocupación.

«Que desmerezcan no más en el cumplimiento de su misión, decía yo, pero que estén convencidos de mi resurrección espiritual, y esta doctrina, endeble como ellos al principio, se consolidará. ¡Oh, sí! El porvenir tendrá la cosecha de todo lo que yo recogí y puse en evidencia. El porvenir verá a nobles espíritus combatir lo que yo he combatido y poner en práctica lo que enseño, y yo me convertiré en su apoyo como los que me llevaron la delantera lo hicieron conmigo, a fin de dar perseverancia a la acción, la calma y la fuerza en medio de los vendavales».

«¡Oh, sí! Saldré victorioso de la muerte y descubriré ante el mundo los signos de mi inmortalidad».

Mis discípulos de Galilea (exceptuando a Pedro) me parecían incapaces para seguir mis prescripciones. Su ineptitud se hacía aún mayor por los deplorables celos, y siempre me había costado mucho trabajo una apariencia de unión entre ellos. Juan y el hermano se preocupaban en buscar los medios de elevarme ante la posteridad y predecían que yo resucitaría corporalmente, a los tres días después de mi muerte.

Mateo y Tomás me querían, me veneraban con una especie de adoración, pero no creían en mi lucidez con respecto a lo que se relacionaba con el porvenir. Felipe decía que era imposible efectuar alguna fundación con elementos conservadores tan limitados. Judo y Andrés, Alfeo y Tadeo permanecían indecisos sobre muchos puntos de la doctrina. Judas buscaba más que nunca, pocos días antes de nuestra salida, algún testimonio de afecto. ¡Ay de mí! Lo olvidé en medio de tantas preocupaciones. Mis amigos de Galilea eran superiores, en méritos espirituales, a todos mis discípulos de Galilea.

La casa de Simón se había llenado, debido a mí, de consuelos y esperanzas, pero ahí, como en las otras partes, los espíritus carecían de homogeneidad en la fe. Todos los que encontré en esta casa me fueron fieles y me sirvieron con devoción.

María murió poco tiempo después que yo. Marta y Simón encontraron fuerzas en las manifestaciones espirituales que yo les había prometido.

Hermanos míos, permanezcamos penetrados de la gracia divina, pero procuremos no ver en ella un trastorno de la naturaleza. La demostración de los destinos humanos puede ser hecha tan sólo por los delegados de Dios, a espíritus preparados para recibir esta demostración, y todos los espíritus tendrán que recorrer el camino que lleva a los honores de la revelación, hecha por los delegados de Dios.

La idea manifestada con la palabra milagro no existe en nuestra patria, donde las leyes del desarrollo y las de la desorganización son reconocidas como inviolables y donde el mantenimiento del equilibrio universal, se define por medio de un estado permanente de las propiedades de cada elemento, de las armonías de cada atmósfera, de los principios conservadores y de las causas morbíficas inherentes a la materia, de las afinidades y de las repulsiones propias del espíritu, de los senderos abiertos a la inteligencia colectiva y a las investigaciones individuales para conservar, preservar, reparar, sanar y vencer la destrucción, mediante la conquista de la espiritualidad pura.

La doctrina de Jesús explicaba el fasto de la imaginación para describir las alegrías de la espiritualidad pura; mas en la enseñanza de la adoración humana por medio de la divinidad y en la enseñanza de los deberes fraternos, la doctrina de Jesús, positiva en sus principios, desafiaba los equívocos mediante la aplicación de sus preceptos. Ella tomaba de las perfecciones de Dios la causa motriz de la perfectibilidad del espíritu humano. Reunía los atributos divinos para hacer con ellos un código de moral universal. Proclamaba la igualdad, explicando los orígenes y los destinos. Decía que el amor de las criaturas, entre ellas, es el único medio para atraer sobre las humanidades el amor del Creador.

«En vuestra adoración de un Dios justo, decía Jesús a sus discípulos, sed ajenos a los deseos contrarios a la justicia».

«En vuestra adoración del Autor de todas las cosas, rechazad las profanaciones y las crueldades».

«En vuestra adoración de un Dios fuerte, poderoso e inmutable, aliviad vuestra conciencia, dilatad vuestra alma, olvidad las mezquindades de la vida corporal».

«En vuestra adoración de un Dios de amor y de misericordia, daos en brazos de un ardoroso amor filial, de un amor grato, y perdonad a los que os han ofendido. Reunid a los fieles en mi nombre y repetid mis palabras sin quitarles ni añadirles nada».

«Id a la casa del pobre para consolarlo y bendecirlo. No os mezcléis en las cosas temporales más que para reunir nuevamente lo que hubiese sido desunido y para facilitar la concordia entre los hombres».

«Sed sobrios y discretos, pero no os impongáis sacrificios inútiles».

«Despreciad los honores del mundo y no seáis esclavos de prejuicios. Habitad con los enemigos de Dios para edificarlos con vuestra conducta y jamás maldigáis a alguien. Tomadme como ejemplo y seguidme, diversamente no seréis ya mis discípulos. Soy pobre, permaneced pobres, soy perseguido, sufrid las persecuciones, y desparramad entre todos los hombres la esperanza, la paz y la luz del espíritu».

Hermanos míos, el amor de Dios convierte el alma humana en creadora, después de haberla doblegado bajo las pruebas de un desarrollo dolorosamente laborioso. La inteligencia humana creadora es el acercamiento del espíritu creado y del espíritu creador, es la perfectibilidad orgánica, el desarrollo de las facultades, tal como el pensamiento estático había osado soñar; es la quimera de un vasto ideal convertida en una poesía seria del alma, dilatación devoradora del espíritu.

¡Oh, Dios mío! Cuánta distancia entre este pedestal levantado por tu amor a las generaciones ascendentes y los abismos hormigueantes de malhumorados insensatos, de enemigos despiadados, de héroes monstruosos. Cuánta distancia entre el esplendoroso vestíbulo de tu morada de glorias eternas y estas tinieblas de espanto, donde tu nombre, pronunciado con hipócrita dulzura, es acogido por las risas estúpidas de una muchedumbre que exhala nubes de polvo y ríos de sangre.

Dentro de poco volveré. Concluyo aquí mi decimocuarto capítulo.