46. La responsabilidad de nuestros actos.
Aprendiendo de los niños.
6 de Abril de 1990
Las acciones que realizamos cada día son un ejemplo, una imagen, una referencia, para aquellos que nos rodean. Los hijos, los familiares cercanos, son los que con más fuerza, más intensamente, reciben esa imagen, ese ejemplo y esa referencia.
La responsabilidad que tienen nuestros actos es mayor cuando aquellos que los captan, por no tener criterio o ser aún menores, los perciben como pasos a seguir, de tal forma que si nuestros actos no son coherentes, estaremos siendo referencia incoherente para nuestros hijos porque ellos, que sin criterio se fijan en nosotros, la adoptarán.
Las pautas de comportamiento, a la hora de tomar decisiones, son fundamentales y deben siempre estar teñidas por la consciencia de la responsabilidad que entrañan con respecto a los que nos rodean.
No es válido decir "haz lo que digo, pero no lo que hago". No es válido porque si existe contradicción entre lo que hago y lo que digo, estaremos creando confusión a los que se miran en nosotros.
Trabajar por la evolución, haber adoptado una filosofía de vida, implica que nuestros actos deben estar teñidos de esa filosofía. Los que nos rodean nos patentizarán nuestras contradicciones e incongruencias, pero aquellos que, por su edad, no tienen aún criterio propio, vivirán la confusión entre lo que decimos y lo que hacemos.
Los niños son los principales beneficiarios o perjudicados por nuestros actos. Ellos reciben de nosotros un idioma, una filosofía, una educación, unos conceptos, unos criterios de funcionamiento ante las cosas que se van encontrando día a día, y el resultado de todo ello se manifestará en su vida más tarde o más temprano. Los ladrillos que vamos poniendo en su carácter, en su personalidad, los que ponemos con nuestro ejemplo, tienen una base sólida porque están adquiridos en momentos donde no hay posibilidad de elección, donde no existe criterio de selección. Ese criterio aparece más tarde.
En la pubertad, en la adolescencia, vemos a nuestros padres con otros ojos y les sometemos a unos filtros muy tupidos, descubriendo en ellos todos aquellos defectos que antes no veíamos. Sólo mucho más tarde, cuando reconocemos nuestros propios defectos, es cuando aprendemos a disculpar los de nuestros padres porque, posiblemente, muchos de los defectos que tenemos de adultos son los mismos defectos que tenían ellos, los mismos que adoptamos como pautas de comportamiento cuando éramos pequeños.
Así pues, la responsabilidad que adquirimos con respecto a nuestros hijos y a los niños que conviven cerca de nosotros es muy grande.
Trabajar por la evolución implicaría una educación libre basada en el respeto y en la coherencia. Todo aquello que vaya en contra de esos principios, estará poniendo ladrillos equivocados en la personalidad de esos niños. Es necesario que aquellos adultos que están a su cuidado estén perfectamente de acuerdo en los criterios a adoptar, para que los niños tengan una referencia fija, no dos puntos de vista, dos comportamientos o dos criterios distintos frente al mismo hecho, porque entonces el niño quedará en el vacío. Luchará entre el amor y el desconocimiento; se le obligará a tomar decisiones para las cuales no está preparado y se moverá por los sentimientos más que por la razón. Los adultos que guían sus acciones más en función de sus sentimientos, de sus emociones, que de sus parámetros racionales o aquellos que no sean capaces de conjugar sus emociones con sus razonamientos, provocarán un desconcierto en todo su entorno.
El hombre está situado a caballo entre su razón y sus sentimientos, pero no sabe conjugarlos. O se decanta a un lado, o se decanta a otro: el hemisferio derecho o el hemisferio izquierdo, el cerebro o el estómago, el estómago o el sexo, pero nunca conjuga los dos polos para obtener una energía positiva, una energía útil. No ha aprendido aún y entonces sufre.
"Es fácil encontrar la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio", decía el Maestro Jesús, y así es. Estamos siempre dispuestos averíos defectos en los demás y muy poco dispuestos a ver los propios.
Tenemos la obligación moral de ser espejo: hacia adentro y hacia afuera. Es ingenuo pensar que los demás no nos ven cómo somos. En el devenir diario, cientos de matices, de posturas, de palabras, dan la verdadera dimensión de cómo somos. Ayudarnos en ese sentido, conocernos un poco mejor, es labor de todos.
El inhibirse en los momentos importantes, en los hitos, es ir en contra de esa filosofía de hermandad, como también lo es el inhibirse en los momentos donde no hay hitos, catarsis o crisis, porque la relación humana es algo diario, cotidiano.
Es nuestro ejemplo, en todas las facetas de nuestra vida, nuestra imagen coherente, la que debe llegar a los demás. Si piensas blanco, haz blanco, pero no hagas otro color. Haz el esfuerzo de quitarte la careta para que los demás vean en ti aquello que eres, no lo que tú quieres que los demás vean.
Afortunadamente, tenemos una imagen moldeable que podemos ir puliendo día a día, perfeccionándola. No sirve de nada taparla; si se tapa no se corrige. Hay que sacarla, mostrarla, que los demás la vean para entre todos perfeccionarla, mejorarla. Es una labor ardua, lenta, pero eficaz en el tiempo. Sólo aquel que está convencido de estar en posesión de la verdad no cambia sus posturas, porque siempre espera que sean los demás los que las cambien.
Si nos fijásemos en nuestros hijos aprenderíamos mucho. Aprenderíamos cómo sus preguntas, basadas en su inocencia y en su ingenuidad, nos enseñarían a ser humildes, a preguntar lo que no sabemos. Seríamos capaces, entonces, con humildad, de fijarnos en los demás, en ver cómo los demás actúan, coger lo que sabemos positivamente que nos puede beneficiar. Eso es lo importante: tener la humildad para reconocer que no se es perfecto y tratar de dar siempre, a aquellos a los que podemos influir de una manera más directa, el ejemplo necesario para formar personas más limpias y con posibilidades de evolucionar con más fuerza.
47. La energía del amor.
Las experiencias no son transmisibles.
Sólo hay amor si se manifiesta.
11 de Mayo de 1990
Las experiencias, situaciones y circunstancias que cada ser humano vive desde que nace, son las que dan forma a la personalidad que manifiesta. Cada uno vive la historia desde un punto de vista personal, por tanto subjetivo. Las normas de conducta que dicta la sociedad, que dictan las religiones, que dictan las leyes, son reglas generales que, tratando de unir un sentimiento general, obligan al ser humano a renunciar, en muchas ocasiones, a sus propios conceptos, para acercarse a esa media grupal que conforma la sociedad en la que está inmerso.
No podemos pretender que nuestros procesos mentales, conformados por las experiencias vividas, sean traspasables a otras personas. Un síntoma de evolución es saber entender por qué el otro actúa de una manera y no de otra, más cercana quizás a nuestra forma de pensar.
La base de la comprensión es el amor. Si te guía el interés intentarás comprender; si te guía el amor no sólo intentarás comprender sino también aceptar. No siempre que se comprende se acepta, ni siempre que se acepta ha sido comprendiendo. Cuando ambos conceptos no están unidos es que falta amor.
Las sociedades y empresas en las que los hombres se empeñan tienen muchas veces, casi siempre, el objetivo económico, el objetivo de desarrollo profesional o el objetivo de ver cumplido un deseo que, a veces, es simplemente un deseo de mejorar la propia imagen de cara a los demás.
La relación de personas por amor lleva implícito el renunciar a aquello que te separa para acercarte a lo que te une y, en la medida que los dos intenten comprender y aceptar las cosas que les separan, se puede llegar a la unión total mediante el conocimiento, la comprensión y la aceptación. Son muchas las cosas que separan a las personas, pero también hay muchas cosas que les unen.
El elemento vital que mantiene la vida física es la sangre y ésta es posible trasvasarla de unos seres humanos a otros. Aún así, existen incompatibilidades que, a veces, no lo hacen posible. Quizás sea este elemento, el elemento vital, el que más fácilmente se puede trasvasar de un ser humano a otro. El resto de su organismo será rechazado y tendrá que ser forzado con elementos químicos para su aceptación, que en este caso es la imposición.
De la misma manera, si queremos que nos acepten nuestras ideas, imponiéndolas, tendremos que utilizar elementos ajenos, elementos no naturales para que esto ocurra y el rechazo puede surgir en cualquier momento. El rechazo, la separación y la muerte de la relación. Solamente tratando de comprender es como se puede llegar a un conocimiento de las razones por las que el otro se mueve.
A veces la forma en que hemos sido educados, las circunstancias que hemos vivido, las experiencias negativas o positivas o, simplemente, aquellas circunstancias que no hemos sabido asimilar, hace que nuestra respuesta a las demandas ajenas no sea completa, no sea real o no sea clara; pero si queremos saber lo que hay de verdad, no nos quedará más remedio que acercamos con amor, porque es la única energía que rompe las barreras, la que puede con todas las demás y la que, como energía superior, lleva incorporada en sí misma todo lo que es razonamiento del consciente, regulación vital del inconsciente y mente profunda del subconsciente.
Así pues, a veces puede parecer que cuando se ama no se razona y es que cuando se intenta poner el razonamiento por delante del amor, o al mismo nivel que éste, estamos reduciendo su energía.
Amor es aceptación, puesta en marcha de todos los mecanismos físicos, astrales y mentales conjuntamente, al unísono, para que todo sea un TODO, para que cada parte sea parte de ese todo y no se distinga del resto.
A veces no somos comprendidos. Los egoísmos y la soberbia hacen que se separen de nosotros aquellos a quienes queremos. Deberíamos entonces reflexionar sobre qué estamos haciendo nosotros para que ese amor que sentimos no se transmita fielmente a quien queremos. ¿Será quizás que pensamos que sólo sintiendo amor es ya suficiente?
El amor, el amor humano, el amor entre personas con circunstancias, personalidades y experiencias distintas, tiene que ser un amor adaptable, un amor que la mayor parte de las veces tiene que efectuar su entrega a través de procesos mentales complicados.
La energía que pongamos en ello nos llevará a ser aceptados y a aceptar. No nos limitemos a sentir, pongamos en práctica la aplicación del sentimiento a través de los mecanismos que el Cosmos nos ha dado: nuestra mente, nuestra energía astral y nuestro cuerpo físico, dejando paso a los elementos de mayor vibración cuando veamos que las de menor vibración no llegan, y al contrario. A veces, una caricia puede más que una mirada y una palabra más que una sonrisa, y a veces también es justo al contrario.
La habilidad, el deseo de sintonizar emocionalmente con los otros, nos hará estar muy pendientes, muy conscientes, de cuáles son las claves de acceso afectivo al otro y eso produce sintonía y un efecto recíproco, con lo cual la armonía se duplica, se completa, se cierra un círculo y se mantiene una energía, entre dos, capaz de generar energía de cuatro, de ocho y de más.
Dejemos fluir nuestras energías, armonicémonos para poder dirigir todo lo que está englobado en el amor hacia cuantos nos rodean y en especial hacia aquellos con los que estamos más vinculados, porque ellos están ahí no por casualidad, sino porque son, justamente, las personas que hemos elegido y que nos han elegido para la mutua evolución.
48. El miedo impide avanzar.
Claves para afrontar lo desconocido.
31 de Agosto de 1990
El futuro es una palabra o un concepto que carece de sentido si no se asumen responsabilidades. Hasta que el hombre no empieza a asumir responsabilidades, no se cuestiona el devenir, el futuro.
El miedo, que hace mella en todos los seres humanos cuando desconoce qué va a suceder, es más patente cuando, además, se carece de experiencia previa. Cuando el hombre adquiere sus primeras responsabilidades carece de la experiencia personal previa que le pueda dar referencias sobre qué puede ocurrir, porque, además, las experiencias ajenas no le son de utilidad.
Cuando el hombre alcanza la madurez y se enfrenta a retos en su vida, intenta echar mano de su bagaje de experiencias para perderle el miedo al futuro. Sin embargo, ese miedo sigue subyaciendo hasta que la luz empieza a entrar en su mente, la luz que viene dada por los primeros pasos que se dan en el camino del reto que tiene planteado.
El miedo lo queremos teñir, muchas veces, con la palabra prudencia. La prudencia es el conocimiento de lo que puede ocurrir, unido al desconocimiento de factores ajenos y unido, por último, a la paciencia. Prudencia, en todo caso, no significa estar parado sino andar con atención para corregir sobre la marcha, de forma natural, los errores que puedan ir cometiéndose.
Por el contrario, el miedo te impide andar, te impide avanzar. El miedo es la puerta de entrada a la paranoia. El que tiene miedo ve enemigos por todas partes, ve dificultades en todos los pasos. No avanza, se estanca, entierra la moneda y no la hace fructificar.
Dentro de nosotros tenemos las respuestas para hallar la salida a cualquier situación que se nos presente, pero para ello debemos tener la objetividad suficiente como para poder poner por delante la experiencia de lo que hayamos vivido anteriormente, uniéndola a la escala de valores que tengamos implantada en nuestra personalidad. La síntesis será el paso que demos a continuación. Si a la experiencia previa le unimos nuestra escala de valores, nuestra filosofía de la vida, el resultado tiene que ser algo positivo.
El temor, además, es contagioso, se transmite, crea inseguridad alrededor. Los que conviven con gente temerosa terminan por tener miedo, simplemente porque se han creado una serie de pilares de inseguridad tremendamente quebradizos.
No se trata de ir alocadamente hacia adelante, se trata de manejar la mayor cantidad posible de parámetros internos y externos, para que nuestra decisión sea la más adecuada a cada circunstancia. Cuando se tiene miedo, se ejerce presión sobre los demás, como buscando que sean ellos los que nos quiten nuestro temor, para que nos den seguridad. Nuestras inquietudes son sólo nuestras. Por mucho que queramos transmitirlas, los procesos internos son personales e intransferibles y, en todo caso, los demás sólo captarán la síntesis, el resultado; notarán la seguridad o la inseguridad de nuestros planteamientos.
Cuando estemos cerca de alguien con temor, con miedo, tratemos de encontrar el punto sobre el que se puede basar su seguridad. Busquemos en su historia, en sus referencias y a partir de ahí tratemos de que se apoye en esos puntos, porque sólo encontrando los pilares fuertes de su historia podrá encontrar la fuerza necesaria para seguir adelante.
El miedo se produce por desconocimiento, pero por desconocimiento de nuestras capacidades, de nuestras posibilidades. Esos son los pilares que tendremos que ir descubriendo.
En el ejercicio diario vamos poniendo a prueba cada una de esas capacidades. Reflexionemos, cada día, sobre las potencialidades que hemos puesto a prueba, con quién lo hemos hecho y qué resultado hemos obtenido. Hagámoslo cuando sintamos que pueden quedar reflejadas o archivadas en nuestro subconsciente, porque así nos servirán en próximas ocasiones.
No le demos la espalda a los problemas, porque los problemas son las claves para evolucionar. El miedo impide que afrontemos los problemas. El miedo, por tanto, nos impide evolucionar.
El valor, si no va unido a la inteligencia, es locura. El valor debe estar regido por la cordura, por la inteligencia, por el manejo de los parámetros positivos y negativos que se dan en cada acción, y aunque siempre existe el elemento riesgo, ese riesgo debemos asumirlo. Si el resultado final es positivo o negativo, asumámoslo también con absoluta naturalidad.
A veces, el hombre que no sabe encontrar dentro de sí las respuestas, va dando palos de ciego a su alrededor esperando que suene la clave para poder seguir por ese camino. Quizás así pueda encontrar la clave, pero habrá destrozado, posiblemente, muchas cosas a su alrededor, habrá dado muchos palos sin sentido.
La coherencia no está reñida con el amor, con la paciencia, con el valor, con la prudencia. La coherencia es el resultado de la unión de parámetros para tomar una decisión. Los procesos racionales nos tienen que servir para desenmarañar aquello que parece enmarañado. Si la información que se recibe parece confusa, enmarañada, sin sentido, parémonos y busquemos el hilo que deshaga el ovillo.
Así es la vida, una madeja revuelta pero con cabos que siempre están a nuestra disposición para desenmarañarla. Sólo el miedo nos hace desistir de ese reto.
Cuando nos encontremos frente a frente con una situación desconocida, tengamos la seguridad de que internamente tenemos las claves para afrontarla. No tengamos miedo a avanzar. Pongamos toda nuestra energía positiva en ello y aunque aparentemente recibamos sinsabores, en la balanza final seguro que encontramos un resultado altamente positivo.
Desenmarañemos la madeja sin miedo. Afrontemos lo que la vida nos viene dando, porque eso es lo que nos hará evolucionar. No queramos cambiar la vida al prójimo, no andemos por él. Seamos referencia pero no objetivo. El objetivo es uno mismo para uno mismo, no para el prójimo.
49. El Nombre Cósmico, referencia armónica.
Sensaciones y sentimientos. Relaciones grupales.
11 de Octubre de 1990
Decimos que el hombre posee un espíritu individualizado. Esa energía que llamamos espíritu individualizado es una semilla que, al ser generada en dirección a una entidad, produce un sonido inaudible para los oídos físicos y que siempre la acompaña dotándola de una vibración especial. Ese sonido o vibración especial de la semilla espiritual, es lo que conocemos como Nombre Cósmico de la entidad a la que va destinada. La función del Nombre Cósmico es la de servir de referencia armónica a la energía derivada de los actos que nuestro libre albedrío decide realizar, tanto por acción como por omisión. Si la decisión que adopta nuestro libre albedrío está en consonancia con lo que nos dicta la Voz de la Conciencia, estaremos armonizando dos corrientes energéticas.
La Voz de la Conciencia es el sonido de la semilla espiritual o Nombre Cósmico. Las decisiones que adoptemos constantemente harán que, por simpatía armónica, el espíritu que nos anima sea mejor percibido que si no actuamos de acuerdo a esa voz.
Cuando obramos bien nos sentimos bien generando, como consecuencia, una energía positiva, pareciendo que todo se ve de un color distinto. Estamos vibrando armónicamente con el espíritu, generando una energía altamente positiva. Por el contrario, cuando no obramos de acuerdo a la Voz de la Conciencia, se crean desarmonías entre ambas energías, nos sentimos mal, todo se vuelve sombrío, porque atraemos energías de signo negativo que están a nuestro alrededor.
Esto, que muchas veces no es percibido, si es una actitud mantenida, llega a provocar patologías físicas, desarmonías psíquicas, problemas de relación, y un largo etcétera que hace que el ser humano se sienta frustrado porque no está actuando de acuerdo a lo que le dicta la Voz de la Conciencia.
Si en lugar de hablar de un individuo hablamos de un colectivo, llámese seres humanos de la Tierra, continente, país, ciudad o grupo de trabajo, la resultante de las acciones del colectivo, si son positivas, sintonizarán con la energía positiva que anida dentro de cada uno de sus elementos y conseguirán que todo él, individual y colectivamente, avance mucho más deprisa que si sus acciones u omisiones no están de acuerdo con la filosofía que se han marcado.
Cada uno de los integrantes de un grupo o colectivo debe saber cuáles son las normas que le rigen, que le hacen moverse, adoptar posturas y tomar decisiones. No es fácil, en ocasiones, renunciar a las apetencias personales en función del bien común, del bien del colectivo, pero si es un colectivo armónico, siempre se encuentra una vía o un camino por el cual esas apetencias personales pueden encontrar satisfacción.
Las personas se mueven entre dos polaridades que podrían estar marcadas por las sensaciones y los sentimientos: las sensaciones que se percibirían a través de sus sentidos, como la parte más material, y los sentimientos, que serían generados por la parte más sutil, por la parte espiritual. Entre esas dos polaridades hay un campo en el cual el hombre se mueve y hacia el cual se inclinan sus decisiones, bien atendiendo a los sentimientos o bien atendiendo a sus percepciones físicas.
Un grupo o colectivo también se mueve por estos dos parámetros: sus apetencias físicas, sus miedos, sus necesidades de comunicación y, por otra parte, su sentimiento trascendente, su deseo de conocimiento, su deseo de comunicación y su deseo, en definitiva, de evolucionar.
A veces, las circunstancias personales hacen que las tendencias grupales se inclinen hacia la parte más física, hacia las percepciones, hacia las necesidades de tipo más egoísta o más personal y otras veces, por el contrario, sus inclinaciones le llevan a profundizar en la trascendencia.
Un grupo de trabajo debe saber manejar ambas polaridades y extraer una síntesis, porque ella marcará su momento de evolución grupal y personal.
A medida que se evoluciona, las necesidades físicas van pareciéndose, cada vez más, a las necesidades filosóficas, de tal manera que los colectivos más evolucionados se rigen por una sola ley o por una sola fuente de influencias que, aunque tenga también sus dos polaridades, están muy próximas y apenas se distinguen.
La comunicación entre los miembros de un grupo debe ser fluida, sin miedo, sin reservas, incorporando que todos los que lo integran poseen una intencionalidad positiva con respecto a los demás, un deseo de ayuda y comprensión. Siendo esto así, la comunicación grupal tiende a ser efectiva, creativa, instructiva y generadora de ideas y soluciones.
Un grupo vibrando al unísono genera una energía impresionante. Mal utilizada esa energía, hace que el grupo pueda llegar a convertirse en una secta, en una pseudo-religión, en un grupo que busca, al final, su satisfacción mediante el control y el poder, porque se convierte en endogámico. Sin embargo, un grupo que simplemente quiere ser testimonio de una filosofía, de un conocimiento, de una experiencia, busca simplemente que los que le rodean se beneficien de esa energía sin otro ánimo que el de compartirla.
Los grupos no son ampliables o reducibles en función de reglas fijas. Los grupos, como el corazón, se contraen y se expanden. A veces, hay que contraerse para recuperar energías, para hacer revisiones, para controlarnos, para saber dónde nos hemos desviado y para recuperar también un poco el camino del conocimiento y poder así ampliarlo a continuación. Después se expande para poder liberar la energía contenida durante el tiempo en que ha estado encerrado en sí mismo.
Si existe comunicación entre los miembros del grupo, esa expansión tiene que generar una energía altamente positiva, porque el objetivo que guía la expansión sería un objetivo positivo, no un objetivo con fines de control, de poder, de exaltación personal sino que, por el contrario, sería altruista sin buscar compensaciones y con la consciencia de que esas compensaciones llegarán si se obra de acuerdo a la Voz de la Conciencia, porque el espíritu y la energía que genera siempre producen beneficio.
Cuando un grupo tiene objetivos comunes es como la locomotora a la que se echa combustible en su caldera para que ande más deprisa. Sin darse cuenta, los objetivos grupales y la energía que cada uno le pone hacen que la máquina funcione a mayor velocidad.
Un grupo que esté saliendo de una contracción después de una fuerte revisión personal, empieza a expandirse de una forma cada vez más notoria. Eso significa que la energía retenida durante la contracción, siendo positiva, tiene que expandirse, y no se puede escudar ningún miembro del grupo en los miedos que supone enfrentarse a la filosofía que le anima.
Si existe una filosofía vital dejémosla fluir. La energía que genera un grupo, bien canalizada, es una energía vivificante, en el sentido de que transmite conceptos y vivencias. Sólo viviendo la experiencia es como se puede contar.
Desterrad el egoísmo, desterrad el miedo y desterraréis también la agresividad, la violencia y la cólera.
50. La intolerancia, síntoma de inseguridad.
Las fronteras.
Comunicación, palabra clave.
25 de Mayo de 1991
La intolerancia es una de las más altas barreras que los seres humanos ponen frente a otros seres humanos.
La intolerancia, el no aceptar las manifestaciones del otro, es un síntoma claro de inseguridad. La defensa de nuestros intereses, de nuestras ideas, de nuestras comodidades y nuestros criterios hacen que nos posicionemos frente a los criterios, las ideas y los intereses de los demás de una forma rígida, con un planteamiento de incomprensión, dando lugar a eso que se llama intolerancia.
La comunicación entre los seres humanos debe estar libre de ese tipo de posturas. Debemos aprender a escuchar, debemos apreciar el valor que tienen las manifestaciones de los demás, aunque a veces esas manifestaciones puedan dolemos, simplemente porque no van en la misma dirección que nuestras propias manifestaciones.
Para que una bombilla dé luz deben cumplirse varios requisitos: que en su interior se haya hecho el vacío, que su filamento esté completo y que tenga una conexión con la red de electricidad. Para que el ser humano dé luz, su interior, su mente, debe estar vacía de prejuicios, de intolerancias, de egoísmos y de soberbias, debe tener una mente preparada para recibir sin bloqueos, con un filamento que son sus neuronas dispuestas a conexionarse unas con otras al menor impulso. Por último, tiene que tener el deseo interno de conexionarse con la fuente de energía.
Cuando esos requisitos han sido cumplidos, el hombre da luz e ilumina a todo cuanto le rodea.
Hasta que llega a ser bombilla, el hombre debe pasar por diferentes estadios. Antes, seguramente, deber ser como una vela donde la materia que lo compone es la que arde, la que se consume en vez de crecer. El hombre, en ese estadio, se consume con la luz que proporciona, porque quizás no ha aprendido todavía que cuanto más recibes más puedes dar y viceversa.
A lo largo de su historia, el ser humano ha ido poniendo fronteras, barreras de intolerancia, barreras de oscuridad para protegerse, como si los demás fuesen a agredirle. Las fronteras son la muestra de la intolerancia, la muestra de la falta de fraternidad entre los seres humanos.
Por causa de las fronteras se han producido millones de muertes; por causa de unas líneas imaginarias los seres humanos se han matado, unos a otros, durante siglos. En lugar de decir: mi casa es tu casa; han dicho: tú en tu casa y yo en la mía. El sentimiento de propiedad absurdo también es otra de las causas de la falta de comunicación y entendimiento. En lugar de buscar un idioma común a todos los seres humanos, cada uno, dentro de sus fronteras, ha tratado de encontrar un lenguaje propio y particular que le diferenciase de los demás, para hacer así más difícil la comunicación. En lugar de buscar juntos la Fuente, el origen de su vida, de su existencia, el hombre ha ideado diferentes tipos de religión enarbolando la bandera de la exclusividad.
En lugar de ayudar al pobre, al necesitado, a aquellos países que pasan hambre y mueren, el ser humano ha acumulado riquezas y ha sido incapaz de dar sin esperar algo a cambio.
Son muchas las cosas que el ser humano de la Tierra ha puesto en el camino para romper la comunicación entre unos y otros. Aún dentro de las propias familias, los hermanos mayores han tenido más privilegios que los menores; el hombre más privilegios que la mujer, o la mujer más privilegios que el hombre, según las culturas.
El sentimiento de igualdad brilla por su ausencia en sociedades como las terrestres. Comunicación es la palabra clave para que los seres humanos puedan andar juntos en la misma dirección. Todos los intentos que se hagan por bloquear la comunicación, son intentos antievolutivos, así como todos los intentos que se hagan por facilitarla serán intentos dirigidos en el camino correcto. En lugar de pensar en uno mismo, pensemos en qué necesita el otro y seguro que, en ese momento, se estará empezando a iluminar un poco la bombilla que configura nuestro ser integral.
Ser intolerantes es estar bloqueado, es mirarse al propio ombligo y pensar que la razón está de nuestra parte, como si la razón o la verdad fuese patrimonio de uno en detrimento de los demás.
Nadie tiene la verdad absoluta, ni nadie está solo como para pensar que pueda conseguir evolucionar sin la ayuda de los demás. La bombilla sin la conexión con la red no brillaría , y una sola bombilla no puede iluminar un campo.
En la oscuridad de la noche sólo la luz que seamos capaces de generar nos ayudará a evitar los tropezones, las piedras y los hoyos. Hablemos con el de al lado, preguntémosle como es el camino que ha encontrado, cojámonos del brazo del de al lado y andemos y ayudémonos mutuamente cuando uno de los dos tropiece. Pero para eso es necesario eliminar todas las barreras mentales, físicas y energéticas que hemos ido poniendo a lo largo de cientos y miles de años entre unos seres humanos y otros.
Cada vez que sintamos en nuestro interior que estamos siendo intolerantes, que estamos poniendo un bloqueo en la comunicación con el prójimo, parémonos, recapacitemos sobre nuestros procesos mentales, teniendo presente que nuestro objetivo en esta vida es la evolución y que todo aquello que hagamos en contra de ella apagará un poco esa bombilla que el Cosmos nos ha proporcionado para iluminar un poco más el mundo en el que nos ha tocado vivir.
51. El final de un ciclo planetario.
20 de Septiembre de 1991
Los acontecimientos cotidianos que vive el hombre, que los vive como un devenir habitual y aparentemente sin conexión de unos con otros, son los elementos que le llevarán al final de una etapa, de sus etapas particulares, las que tiene que cumplir.
Cada uno tiene previsto realizar sus propias metas y el camino que realiza cada día es el caldo de cultivo necesario para que esa meta se pueda conseguir. El hombre generalmente es inconsciente de que está construyendo su propio camino, piensa que son las circunstancias ajenas a él las que marcan su trayectoria. Sin embargo, son sus pensamientos, sus gestos y sus actos los que constituyen cada ladrillo, cada piedra, el asfalto y los límites laterales.
En estos momentos el ser humano de la Tierra está llegando al final de un camino que le ha costado 25.000 años construir. Ha ido llenándolo de muchos hoyos, muchas trampas, muchas dificultades, pero sólo gracias a que internamente tenía marcada su meta, ha podido llegar casi a cumplir una nueva etapa.
Todas las personas de este planeta se van a ver en los próximos tiempos abocadas a cerrar una etapa, una etapa importante; van a cerrar 25.000 años de vida, de camino, para enfrentarse a un nuevo reto. La teoría, la información, lo que se ha asimilado, lo que aún falta por asimilar, deberá concretarse. Se pasará entonces a una nueva fase, al recibir energías que potenciarán zonas y áreas de su organismo que les permitirán afrontar ese nuevo reto en condiciones más favorables.
El hombre de la Tierra tiene ante sí la posibilidad de abrir sus canales a unas nuevas energías y a unas nuevas vías de conocimiento, pero para ello tendrá que hacer el esfuerzo previo de cerrar la etapa que está viviendo ahora, de cerrar definitivamente el círculo personal y social que se ha ido cerrando punto a punto, día a día y año a año en los últimos 25.000.
Es muy importante que los seres humanos que vibran en la misma frecuencia, vayan encontrándose y trasvasando sus experiencias, su forma de entender la filosofía de la vida, para de esta manera llegar unidos a un punto más lejano en el conocimiento del Cosmos, de sus manifestaciones y de la forma de acceder a planos más elevados de consciencia.
No dejéis de ser seres humanos con deseos de andar, es la única manera de llegar al final del camino.
52. Deber, querer y poder.
Los proyectos como combustible del cerebro.
27 de Agosto de 1992
La contradicción en la que vive el hombre de la Tierra es debido a tres factores fundamentales: el deber, el querer y el poder marcan la totalidad de su existencia.
Su conciencia le dice lo que debe hacer, su corazón le dice lo que quiere hacer y su consciente le dice lo que puede hacer.
Normalmente el consciente marca sus pautas de una manera muy conservadora, se baña pero guarda la ropa y siempre es superado por el corazón que al final es el que lleva los proyectos adelante. Durante todo el tiempo su conciencia le esta indicando cuál es su deber de acuerdo a la Ley Cósmica, al avance, a la evolución.
Cuando el hombre tiene un objetivo claro, un deseo en el que coinciden los tres elementos, todas las energías se unen y el proyecto se lleva a cabo satisfactoriamente, pero esto no es algo habitual. Normalmente es el consciente el que frena, y el corazón el que acelera, y en esa situación de «tira y afloja» la conciencia pasa a un tercer lugar. Sólo se la tiene en cuenta cuando del resultado de la pugna, de la tensión establecida, sale un proyecto errado. Entonces se recurre a la conciencia y se utilizan frases tópicas: «Tenía que haber escuchado», «Tenía que haberme dado cuenta», «Me he precipitado»...
Siempre es la conciencia, el deber, la que debería marcar el camino y tanto el consciente como el corazón adaptarse a lo que dicte la conciencia y aún más, el corazón debería estar en principio por encima del consciente porque al hablar de corazón hablamos de sentimientos internos, de sentimientos que vienen de lo profundo de la mente y con una carga energética mucho más potente que la que pueda proporcionar el consciente. Sin embargo, a veces, las cosas que se hacen con el corazón tampoco funcionan bien, incluso aunque estén de acuerdo a la conciencia y eso ocurre porque la frialdad del consciente también es necesaria. El nos va a dar la visión de las posibles dificultades, de los posibles inconvenientes con los que podremos encontrarnos y hay que tenerlos en cuenta.
La unión de esas tres fuerzas producen el éxito. No consiste en ir más deprisa o más despacio, consiste en ir equilibrado, sabiendo que cuentas con una intencionalidad positiva que marca la conciencia, sabiendo que cuentas con toda la energía que te da tu fuerza interna y sabiendo que tienes en cuenta los pros y los contras con que te puedes encontrar. Esa es la situación perfecta, pero pocas veces se alcanza.
El equilibrista que está sobre el alambre, cuando empieza, cuenta con su experiencia, con su dominio y también sabe que, en caso de caída, debe adoptar la postura adecuada para hacerse el menor daño posible. Si solamente fuera con su ímpetu y no tuviera en cuenta diversas circunstancias, como la tensión del alambre, la vibración, su propia estabilidad corporal y saliese corriendo sobre el alambre caería y quizás en no muy buena posición porque no lo tendría previsto.
Los proyectos son importantes, son la gasolina para un motor y para un cerebro. Es necesaria esa gasolina, la energía potencial, la energía vibracional que hace avanzar a los hombres. Proyectos viables a los que hay que ponerles la energía del corazón y la frialdad del consciente. Se trata de lograr un objetivo positivo, eso es lo importante. No se trata de ser aplaudidos durante el recorrido, ni tampoco de llegar exhaustos, se trata de hacer el recorrido de forma coherente, sabia, poniendo energía en cada movimiento e incluso guardando algunas de ellas para el siguiente proyecto.
Antes de irnos a dormir cada noche pensamos en las cosas que hemos hecho y en las que nos quedan por hacer y lo vemos de una manera determinada. Nuestro cerebro funciona entonces con las energías que tiene de reserva, que no suelen ser muchas, y entonces, normalmente, no se es muy objetivo.
Cuando nos levantamos por la mañana a esas cosas que habíamos visto por la noche le damos un enfoque muy diferente, parece como si la luz del sol quitase las cortinas, los velos, que nos hacían ver las cosas de una manera más pesimista y nos sentimos con fuerza para afrontar el reto nuevamente.
Así, cuando se inicia un proyecto, con toda la energía física y mental dispuesta a ponerse en marcha, tengamos en cuenta que por la noche, posiblemente, no estaremos muy satisfechos de lo que hayamos hecho durante el día.
Tengamos en cuenta, entonces, que estamos pensando, que estamos meditando, que estamos tratando de racionalizar con un porcentaje más bajo que el de por la mañana, en cuanto a capacidad de discernimiento lógico. Dice una frase que no hay que tomar decisiones en caliente, pero tampoco en frío, porque en una actúa el corazón y en la otra la mente, y ambas, en este caso, carecen de su perfecto complemento.
No hay que dejar pasar la energía que nos da el corazón y no hay que hacer caso al 100 % de lo que dice la mente, porque la mente cuenta con muy pocos parámetros, es muy limitada. Así pues los parámetros que faltan los va a dar el corazón aunque en principio no sean muy conscientes.
Aquellos que se os acerquen buscarán, en muchas ocasiones, energía para su proyecto de vida. Buscarán alguna referencia. Deberéis ser como bidones de gasolina, no como surtidores. Se da lo que se tiene en el bidón, pero no se crean dependencias. Se os acercarán y querrán estar unidos, formar parte de vosotros y de vuestros proyectos, pero el objetivo de la relación humana es que cada uno tenga, finalmente, su propio bidón de gasolina.
Los proyectos, las ideas, deben estar por tanto cargadas de energía y de coherencia, sólo así, con la realización de esos proyectos, podrá llenarse el bidón personal con las experiencias que luego se deberán compartir.
Los seres humanos de la Tierra debéis aportar lo que tenéis y no esconderse por comodidad o egoísmo. Habrá que asumir riesgos y habrá que asumir también los beneficios físicos, energéticos y mentales que se deriven de una acción conjunta de personas que saben lo que buscan.
Al lado de las personas que viven en armonía se mueven entidades muy cercanas, en cuanto a nivel de evolución, que están constantemente apoyando. Se mueven también otras entidades, que aunque más lejanas en el espacio, no lo están en el interior de cada uno. Hay una unión fraternal entre todos los hombres allí donde se encuentren, y esa unión fraternal se basa fundamentalmente en la ayuda para el crecimiento del ser humano en todas sus facetas.
53. EPÍLOGO
Los Manuscritos de Geenom no representan un punto y final en la información que nuestro grupo ha ido recibiendo y elaborando desde 1976. Por el contrario, nuestra vocación es la de divulgarla a través de todos los medios posibles, principalmente libros monográficos. En el momento que se está imprimiendo éste, estamos preparando nuevos trabajos sobre energías, psicología de grupos, medicina psicosomática, capacidades paranormales, pedagogía, etc., sin olvidar un libro de cuentos que nuestros Hermanos Mayores nos han ido narrando a lo largo de los años, antes de irnos a dormir.
Simultáneamente, seguiremos dando charlas y conferencias en aquellos lugares donde seamos requeridos, siempre apoyadas con la proyección de los diversos audiovisuales que hemos ido confeccionando sobre los más variados temas.
Además, sigue adelante el proyecto de edición de una revista bimensual, «Generación 4.4», que tratará de transmitir nuestro pensamiento y el de todos aquellos que quieran colaborar en ella. Un vehículo de comunicación interactivo, donde podamos compartir inquietudes, proyectos y utopías al más puro estilo de la Nueva Era.
Nos gusta ser considerados un grupo atípico, desmitificador y cercano. En ese empeño seguiremos, pero sabemos que no podemos hacerlo solos, y aunque haya muchos «cuerdos» que nos tilden de utópicos y visionarios, también sabemos que cada vez son más los que vibran con la idea de un mundo mejor, sin manipuladores políticos o religiosos, donde lo oculto deje paso alo evidente, donde los milagros dejen de serlo para dar paso a la comprensión de las leyes de la Naturaleza.
Esta obra y las que le seguirán, está dedicada a todos los «locos» del planeta, pequeñas células que están conformando, cada vez con más presencia, el tejido de una nueva sociedad, de un nuevo mundo, a pesar de que las viejas células no quieran reconocer que el nuevo hombre emergente goza ya de unas energías vivificador as distintas y más solidarias, lejos de esas otras que han mantenido, durante siglos, al ser humano de la Tierra anclado en la superstición, la dependencia del dinero y el miedo al futuro.
F I N