29 de abril de 2011

VIDA DE JESÚS - DICTADA POR ÉL MISMO Parte 4-b

En la abundancia de los consuelos dados a manos llenas a los afligidos, Jesús había dicho:

«Felices los pobres de espíritu, porque el reino de mi Padre les pertenece».

Vuelvo sobre esta expresión para hacer resaltar su alcance.

«Los pobres de espíritu son los que huyen del poder de la dominación de los goces mundanos y del reposo egoísta en la posesión de los bienes de la Tierra».

«La pobreza de espíritu proporciona el sentimiento de la humildad para empequeñecerse delante de los hombres, elevándose espiritualmente, para despreciar todas las demencias del orgullo y de la presunción. ¡Felices pues, grita aún Jesús, los pobres de espíritu! ¡Felices también los que comprenden y practican la palabra de Dios! ¿Quién de vosotros, amigos míos, no querrá contarse entre los pobres de espíritu, desde que la modestia y la fuerza en el sacrificio los coloca por encima de los demás hombres?»

Jesús define después una palabra lanzada por él en un momento de indignación. La muchedumbre se había abierto y un hombre del pueblo se aproximó a Jesús y le dijo:

«Maestro: ¿Has pagado tú los décimos al César? Si los has pagado, ¿por qué lo has hecho desde que no reconoces más autoridad que la de Dios? Si no los has pagado, ¿por qué prohíbes la rebelión, si das el ejemplo de ella?».

Jesús comprendió que tenía que vérselas con uno de esos hombres groseros y malos cuyo deseo era empujarlo hacia manifestaciones contrarias al gobierno establecido. Mas, conservó la calma exterior a pesar de la indignación que bullía en su interior, y contestó:

«Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». Los discípulos se sonreían al recuerdo del gesto y acento del Maestro, estando desprevenido; enseguida la palabra de Jesús se vuelve grave y saca de esta contestación motivo de enseñanzas llenas de moralidad.

«Hagamos depender nuestra felicidad, dijo, del cumplimiento de nuestros deberes, cualesquiera sean las cargas que resulten de ellos».

«Marchemos sin preocuparnos de los defectos de los demás, a fin de librarnos de nuestras imperfecciones, hacia la libertad de nuestra alma».

«La debilidad de los hombres los arrastra a juzgar las intenciones de los otros y se apoyan en la posibilidad del fraude para cometer ellos el fraude; y hablan de injusticia mientras hacen desbordar la injusticia de sus corazones y de sus labios. Hay quien ve una paja en el ojo de su vecino y no ve una viga en el suyo, otros se quejan del egoísmo y del abandono mientras cierran el alma a los lamentos de los infelices, a la desesperación de los náufragos, a la vergüenza del arrepentimiento de los pecadores».

«Yo os lo digo, amigos míos, la probidad honra al espíritu, así como la delicadeza en los juicios honra al corazón».

«Pagad vuestras deudas, sed fieles a vuestros compromisos, tanto con los justos como con los injustos, con los débiles y con los desheredados, lo mismo que con los fuertes y los poderosos, no condenéis, no digáis jamás Raca a vuestro hermano, y confirmad vuestra fe adorando a Dios con la plegaria, plegaria de pensamientos, de palabra y de acción».

«El pensamiento debe ser el guía de la palabra y de la acción, el fruto de la resolución; rogad juntos y separadamente, mas hacedlo sin ostentación».

«La plegaria del orgulloso se asemeja a la del hipócrita. El hipócrita se encuentra siempre en los primeros lugares en la Sinagoga, para que los demás perciban su frente inclinada y sus mejillas pálidas, para que se diga que ha ayunado y que ora con fervor».

«El orgulloso se arrodilla delante de Dios, pero su espíritu está lleno de planes para conseguir deslumbrar a los demás, y pide la gracia exponiendo los derechos que tiene para la gracia. Señor, dice el orgulloso, la dulzura de mi conducta y lo elevado de mis designios merecen que tú les prestes tu sanción y tu apoyo. No he prevaricado en las leyes de mis padres, nada he sustraído de la herencia paterna en detrimento de mis hermanos, he educado a mi familia en el temor y en la justicia y empleo mis bienes en aliviar a los pobres. Soy fuerte y poderoso, pero concedo mi protección a los débiles, me siento inclinado hacia los honores, pero me humillo delante de ti».

«Os lo digo, amigos míos, la oración de estos hombres es rechazada. Dios acoge en cambio la plegaria del pecador que honra su arrepentimiento con la humildad de su presencia y con la sencillez de sus palabras».

«Dios mío, dice el humilde, yo te adoro en todos tus decretos y te pido el perdón de mis culpas».

«Haz sentir el peso de tu mano sobre tu siervo, mas déjale la esperanza de poder ablandar tu Justicia y de merecer tu misericordia». «Os lo digo, amigos míos, este hombre gozará de su reconciliación con Dios, sacando luz de su misma fe y arrepentimiento».

«La plegaria en acción es el trabajo y la conformidad, es la limosna y el sacrificio por el amor de Dios, es la penitencia y la expiación para remediar el daño hecho a sí mismo y al prójimo con el pecado».

«Haced a los demás lo que quisierais que se os hiciera a vosotros mismos, y encaminad las almas hacia Dios con la edificación de vuestra vida».

«Honradme porque yo no me encontraré siempre en medio de vosotros, mas acordaos de estas palabras: yo volveré y estableceré mi ley y todos los hombres creerán en mí, y no habrá más que una sola grey y un solo pastor porque Dios no me ha mandado para un solo tiempo sino para los siglos futuros».

Yo soy aquel que fue, que es y que será y digo:

«Feliz el hombre que renacerá con nuevas fuerzas, puesto que habrá sembrado para recoger».

«El hombre vuelve a nacer hasta tanto no consiga libertarse de la esclavitud de la materia por la abundancia de los deseos espirituales. Creed y seréis fuertes para las luchas del espíritu con la materia».

Hermanos míos, las predicaciones de Jesús provocan dudas por las contradicciones que encuentra en ellas el observador y él se convierte en un personaje oscuro, cuyos actos participan de lo humano y de lo divino al mismo tiempo.

Deseo establecer mi personalidad sobre la Tierra de manera que no deje la menor debilidad de espíritu referente a mi doctrina y a mi naturaleza. Voy a dar el resumen sucinto de mis enseñanzas para liberar mi persona de esa falsa luz en medio de la que mantienen los idólatras y los malintencionados. Escuchad pues, todavía a Jesús y esta vez que sea sobre la montaña, como cuando, solo con Pedro, Juan y Mateo, explicó las manifestaciones de los espíritus de la Tierra, mediante la atracción del alma y del poder de la voluntad.

En esas breves enseñanzas Jesús les indicó a sus apóstoles el medio de establecer correspondencia con los espíritus libres de la envoltura corporal, y los inició en la felicidad de experimentar el contacto divino, adorando el fuego de la vida y pidiéndole la libertad, más allá de los horizontes humanos.

Los invita como a un banquete fraternal con los espíritus que vivieron en la Tierra y que le dirigen ahora una mirada de conmiseración.

«Elías, Elías, grita él, yo te llamo y espero la prueba de tu presencia».

«Honor a ti, Elías y que Dios nos permita comunicarnos aquí contigo, en esta soledad para efectuar la alianza de nuestros espíritus y de la emanación de nuestros deseos».

Durante el éxtasis en que cayó mi alma, parecía que rayos de luz me rodearan y me confundieran con el tinte de fuego de las nubes doradas y purpúreas que se cernían sobre nuestras cabezas y la alegría que inundaba mi semblante se comunicó a los apóstoles, que exclamaron:

«¡Elías está entre nosotros, el Señor nos lo ha mandado, sea bendecido su santo nombre!».

Al decir esto cayeron de rodillas, con la cara hacia el suelo, dominados por una mezcla de miedo y de adoración, de cuyo estado los saqué con estas palabras:

«Levantaos amigos míos y honrad la gracia como los espíritus fuertes». «La Justicia de Dios os ha elevado por encima de los demás hombres, para daros la virtud de instruirlos y de consolarlos. Nada digáis por ahora respecto a lo que habéis visto, pocos os creerán y muchos se burlarán y os insultarán, mas hacedles comprender a todos que el fervor atrae la gracia y que la fe levanta la voluntad».

Jesús se dispuso enseguida para el Sermón de la Montaña en medio de una compacta muchedumbre. Él se sentó y sus discípulos, sentados como él, lo defendían en contra de los manifestantes, demasiado entusiastas.

Las mujeres y los niños buscaron los primeros puestos y la palabra del Maestro los autoriza a tomarlos. Los hombres de pie dominaban el centro de la asamblea, de manera que las palabras tenían que llegar a todos y el orden se demostraba como en una casa ordenada, que se prepara para recibir huéspedes muy esperados.

La tarde era deliciosa, los semblantes se veían iluminados por los últimos rayos resplandecientes, los pechos se ensancharon con las primeras brisas de la noche y las emanaciones de la florida naturaleza aumentaban los atractivos de aquella reunión.

Jesús estaba sonriente, sus miradas reposaban sobre miradas amigas, su palabra empezó ensayándose en introducir entre los oyentes, ideas de consuelo y de esperanza, recorriendo con el pensamiento el vasto campo de los favores divinos y de los deberes del hombre.

«Amaos los unos a los otros y mi Padre os amará».

«Pedid a Dios lo que os haga falta y no dejéis jamás entibiar vuestra confianza».

«Aproximaos al que sufre y no le digáis que merece sus sufrimientos, procurad en cambio aliviarlo. La verdadera caridad no mira hacia el pasado, fijándose tan sólo en el presente».

«Cerrad vuestra alma a la tristeza, y por grande que sea el rigor de vuestros enemigos, pensad en la recompensa que se os ha prometido si fuereis pacientes y misericordiosos».

«La Tierra es un lugar de destierro para los que tienen derecho a una posición mejor; la Tierra es un lugar de purificación para la mayor parte, mas todos deben ayudarse para conocer el patrocinio de la fraternidad y el principio del amor universal».

«La libertad de muchos tiene lugar mediante el amor; el egoísta será castigado, y mucho se le perdonará al que mucho haya amado».

«Honrad la virtud, desenmascarad el vicio, mas perdonad a los que os hayan ofendido, para que a vosotros también se os perdone en la vida futura».

«No envidiéis el puesto de honor. Los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros en la casa de mi Padre; quien quiera que se ensalce será humillado y tan sólo el humilde se verá glorificado».

«Id a la casa del pobre y abrazadlo como a vuestro hermano. Desdeñad las distinciones de las riquezas y mostraos superiores a la mala fortuna». «Empequeñeceos para hacer sobresalir a los demás, pero no imitéis a los hipócritas, que buscan los elogios con las apariencias de la modestia».

«Felices los que lloran a causa de las injusticias de los hombres, porque la Justicia de Dios los hará resplandecer».

«Felices los que tienen el deseo de la vida eterna, porque ella los iluminará desde ahora. Felices los que tienen hambre y sed, porque ellos serán saciados».

«Felices los que comprenden y practican la palabra de Dios».

«Aprended, amigos míos, a soportar la adversidad con coraje. Dios es la fuente de las alegrías del alma y el alma se eleva con las privaciones de los bienes temporales, buscando los dones de Dios con el desprendimiento de las ambiciones terrestres. Facilitad los dones de Dios con el desprendimiento de las ambiciones y orad con un corazón devorado por los deseos espirituales. Vuestro Padre que está en los cielos se encuentra también entre vosotros, escucha vuestra oración y acogerá vuestro pedido si él está de acuerdo con lo que debéis a Dios y a los hombres».

«Yo os lo digo, ni siquiera un cabello cae de vuestras cabezas sin la voluntad del Padre Celeste, y la Divina Providencia que alimenta las avecillas, jamás os abandonará, si tenéis fe y amor».

«Os lo vuelvo a decir. El poder de Dios se manifiesta en las cosas más pequeñas, como en las más grandes, y su mirada penetra vuestro pensamiento en el mismo momento que recorre la inmensidad de la Creación».

«La palabra de Dios será desparramada sobre toda la Tierra. Los que la busquen la encontrarán, porque la Tierra está destinada a progresar por medio de la palabra de Dios, a la que todos tienen derecho».

«Id pues, mis fieles, dirigíos a la yerba en flor. Paced mis corderos. La yerba volverá a florecer eternamente, por cuanto la ley de Dios dice que el espíritu es inmortal».

«La presente generación será la luz para la que le siga».

«Los hombres de este tiempo verán el reino de Dios, porque el hombre tiene que renacer y la Tierra debe recibir aún la semilla de la palabra de Dios».

«Honrad mis demostraciones, llevando a la práctica lo que os digo y no preguntándome cosas que vosotros no podéis comprender».

«Permaneced prendidos con firmeza de estos dos mandamientos: El amor hacia Dios y el amor hacia los hombres. En ello se encuentra toda la ley y todos los profetas».

Hermanos míos, la doctrina de Jesús es hoy la misma que predicó en la montaña. Todos los que no ponen en práctica el amor y la fraternidad, no son discípulos del Mesías. Acostumbraos a comprender la extensión y la aplicación de la fe, del amor, de la solidaridad, de la justicia y de la dulzura, para que la gracia de las emanaciones espirituales descienda sobre vosotros.

Hombres de todas las religiones humanas, de todos los pueblos, de todas las clases, vosotros sois todos hijos de una sola patria y la leche de un mismo seno debe amamantaros a todos.

Hombres de todas las religiones, de todos los pueblos, de todas las clases, vosotros sois todos hermanos, y los más ricos en bienes temporales, los más sanos de cuerpo y de espíritu. Los más iluminados deben albergar a los pobres, curar a los enfermos, sostener a los débiles, e instruir a los ignorantes.

Iniciaos los unos a los otros en los conocimientos de la igualdad primitiva y de la igualdad futura, que proporciona al espíritu el sentimiento de humildad y la conciencia respecto a sus propias fuerzas para sufrir los efectos de una desigualdad pasajera y para no enorgullecerse de un encumbramiento también pasajero.

Adorad a Dios en espíritu y en verdad. Pedid y se os dará; llamad y se os abrirá. Luchad en contra de las emanaciones groseras. Libertad vuestra alma de las pasiones humanas y aguardad el porvenir; él está lleno de promesas. Entregad a la ciencia de Dios la aplicación de vuestros espíritus. Aprended la palabra de vida y enjugad las lágrimas con esa palabra. Desprendeos de todo rigor y aún de la frialdad en vuestras demostraciones, aproximándoos a todo infortunio, cualquiera que sea su origen y atraed hacia vosotros, tanto la confianza del delincuente como la curiosidad del malvado y la gratitud del afligido.

Calmad los clamores de vuestra conciencia con la reparación del fraude y de la injuria. Esperad el perdón de Dios purificándoos con el arrepentimiento. Elevaos marchando por el sendero de la virtud, vosotros que habéis desechado los hábitos del hombre viejo, aproximaos a la luz, vosotros que habéis comprendido el vacío que el espíritu encuentra en medio de sus errores. Aliaos conmigo vosotros que sentís que soy yo quien os habla aquí. Marchemos hacia la gloria de haber fundado la religión universal sobre la Tierra y de haber hecho penetrar en el espíritu humano el desprecio hacia la muerte corporal, con la esperanza divina de los bienes eternos.

Honremos, hermanos míos, el fin de este discurso con una invocación de nuestros espíritus al Espíritu Creador y detengámonos en el recogimiento y en la adoración de nuestras almas. Dios nos bendecirá juntos si os eleváis a las alturas de la gracia y si ponéis fe en mis palabras; Dios os dará fuerzas si oráis con fervor y si practicáis el amor.

¡Dios del Universo, Padre nuestro misericordioso y todopoderoso, haz descender la luz de tus miradas sobre tus hijos. Haz descender sobre sus espíritus la gloria, la grandeza, las perfecciones de tu naturaleza para que ellos se inclinen ante tus decretos y gocen de la esperanza en medio de las pruebas y de los dolores humanos.

A todos proporciónales la tranquilidad y el perdón. Prodígales a todos la abundancia de los consuelos! ¡Que tu Justicia ilumine de más en más el don de las alianzas fraternas y que tu misericordia baje a socorrer a los desviados!. ¡Avergoncémonos de la idolatría! Nosotros queremos adorar un solo Dios. ¡Avergoncémonos del egoísmo! Nosotros queremos sacrificarnos cada uno para todos y todos para con el deber.

¡Avergoncémonos de nuestro apego a los bienes perecederos! Queremos vivir en el cumplimiento de la justicia y amontonando tesoros para la vida futura. ¡Avergoncémonos del ocio! Nosotros queremos amarnos, ayudarnos y respetar las obras de Dios.

¡Hagámonos fuertes en contra de los instintos de la animalidad! Vivamos sobriamente en el seno de las riquezas de Dios y honradamente en el amor dictado por la naturaleza material ¡Sublevémonos en contra de la servidumbre del pensamiento y de la esclavitud del espíritu! Queremos luchar a favor de la emancipación y del progreso, a favor de la alianza universal de los pueblos y de la marcha de la humanidad hacia Dios.

¡Haz, pues, oh Señor, que el poder de tus espíritus de luz baje hacia nosotros!

CAPÍTULO X

EL MESÍAS DEFINE SU PERSONALIDAD

La demostración de mi personalidad, hermanos míos, exige la confidencia de mis penas íntimas como hombre y de mis alegrías espirituales como espíritu. Tengo también que precisar la diferencia que existe entre mi revelación de antes y mi revelación actual.

Atribuyámosle a Jesús hombre las pasiones del hombre. Atribuyámosle a Jesús mediador la calma bebida en el seno de las instituciones divinas, la fuerza del sacrificio, y la resignación del mártir. Atribuyámosle a Jesús hombre, los impulsos del corazón hacia los llamados de la naturaleza humana. Atribuyámosle a Jesús mediador, la fuerza repulsiva en contra de toda impureza. Atribuyámosle a Jesús hombre, el disgusto hacia la humanidad perversa y cobardemente delincuente, mas veamos a Jesús mediador proclamándose el hermano y amigo de los culpables, el consolador de los afligidos, el sostén de todos los desgraciados, el arca abierta de los pobres, el consuelo de todos los arrepentidos.

Coloquemos en este libro bajo los ojos del lector, la doble condición de Jesús como espíritu elevado y como criatura carnal, para dar a comprender bien el laborioso coraje del espíritu en lucha con la materia, y liberemos a la Justicia Divina de las tinieblas con que la rodeó la ignorancia humana, para elevar el espíritu del hombre a la altura de nuestra intervención.

La naturaleza de Jesús, hermanos míos, es vuestra propia naturaleza. El espíritu de Jesús define la emancipación de una criatura nueva. El favor de Dios no existe, la denominación de privilegiado no tiene sentido alguno. La desproporción de las fuerzas, se encuentra en relación con la ancianidad y el trabajo de cada uno. La dependencia produce la dependencia y la libertad nace de una victoria definitiva de la naturaleza espiritual sobre la naturaleza animal. La perfectibilidad se hace más rápida cuando se logra dominar la naturaleza animal; mas la perfección se encuentra tan sólo en Dios, y todos los seres habiendo sido creados por Dios, tienen derecho a esta luz.

La decadencia del espíritu es tan sólo momentánea, pues la ley del progreso arrastra consigo todas las individualidades hacia un objetivo de acrecentamiento, mediante el equilibro general de las creaciones. La indiferencia y la depresión son ocasionadas por la difusión y por los contactos malsanos. Los mundos jóvenes, como la Tierra, entran en la faz de su desarrollo moral cuando el acercamiento de las ideas, se produce mediante el regreso provechoso de los espíritus desligados de la materia, a los que se les ha dado la facultad de volver para acelerar los movimientos y la vida del espíritu en las condiciones de la esclavitud humana. Los Mesías no vuelven ya a ser llamados hacia la vida material, pero tienen el supremo honor de dirigir a los menos Mesías.

El número de los Mesías aumenta progresivamente, de cuya suerte ellos, multiplicándose, inyectando, inoculando y desparramando por todas partes la luz y la faz del desarrollo, de que hemos hablado. La marcha de los mundos señala la marcha de las individualidades. La energía, la luz espiritual, la ciencia universal se apuntala mutuamente y producen el amor, la fuerza, la devoción y la revelación. La desmaterialización del espíritu se efectúa mediante el desarrollo de su razón. La naturaleza animal va cediendo poco a poco ante la naturaleza espiritual cuando domina la razón y el progreso es notable. El progreso recoge mayor fuerza de las luces divinas cuando el espíritu alcanza más elevación abandonando la sensualidad de la materia y acumulando honores sobre sí por el acuerdo de la razón con la fe.

Me aproximo hacia vosotros, hermanos míos, libre ya para siempre de la naturaleza carnal, mas he sufrido como vosotros las humillaciones y las desesperaciones propias de dicha naturaleza y si mi vida de Mesías fue gloriosa en virtud de las obras del Mesías, las alianzas, los desengaños del hombre fueron realmente crueles. Mis culpas me proporcionaron remordimientos, y los sufrimientos hicieron nacer en mí dudas y errores. Si mi vida de Mesías saboreó las delicias del amor humano en sus dependencias espirituales, las tiernas afecciones del hombre se vieron aplastadas sobre sus carnes y el espíritu triunfó en la lucha, pero tan sólo después de largos suplicios y heridas profundas.

Si finalmente, la luz del Mesías se vio turbada por las sombras de la naturaleza humana, la luz del espíritu pudo elevarse por encima de ellas, debido a su completa libertad con respecto a esas sombras y a las fuerzas progresivamente adquiridas en el estudio de las leyes divinas.

Establecida la diferencia existente entre mi revelación como Mesías y mi revelación presente, continuemos la relación de los hechos y reproduzcamos a los hombres bajo su verdadero aspecto. Pedro, el más celoso de mis discípulos, me negaría. No era por lo tanto del todo creyente, desde el momento que negó su alianza con Jesús.

Juan, el más tierno de mis amigos, desnaturalizaba mis palabras y me presentaba como dotado de poderes sobrenaturales. No se encontraba por consiguiente subyugado por la fe, puesto que tuvo que emplear el fraude para honrar mejor, delante de todos, mi persona y agrandarla ante el espíritu humano.

Jaime, hermano de Juan, seguía el impulso que recibía de su hermano, más fanático que él. Andrés no era más que una pálida copia de Pedro. Los dos Judas estaban en constante oposición, tanto desde el punto de vista de la ideas, como por su misma exterioridad. Judas primo de Pedro, era tímido de espíritu, de constitución endeble, fácil a conmoverse, dispuesto a ser influenciado por todos los afectos, a imitar todas las virtudes, a humillarse delante de todas las superioridades; pero sin iniciativa y sin fuerzas para luchar abiertamente en contra de la adversidad.

Judas, el que se llama ordinariamente Judas Iscariote, no tenía las apariencias de una naturaleza perversa, y debemos enmendar la opinión de los hombres respecto a este discípulo oprimido bajo el peso de una reprobación universal. Pueda nuestro juicio hacer penetrar en los espíritus esa tierna piedad, que disculpa todos los extravíos, ese desprecio por las prevenciones, que proporciona la sabiduría. Pueda nuestro juicio demostrar la debilidad de los juicios humanos, cuando juzgan una vida entera por el efecto de un sólo acto, aunque este acto haya sido delictuoso. Judas era trigueño y sus cabellos caían naturalmente sobre sus espaldas. Tenía ancha la frente, los ojos grandes y bien abiertos, la tez pálida, las formas sin defectos; su voz, bien timbrada, se hacía elocuente, cuando se inspiraba con asuntos graves. En la intimidad él era quien inspiraba la alegría en los semblantes, con sus anécdotas y observaciones llenas de agudezas. Nunca se le vio distraer en provecho propio la más pequeña parte de nuestro reducido peculio, el que, por otra parte, él nunca administró; mi tío Jaime era el encargado especialmente de ello.

El mal concepto que persigue a Judas en este sentido, es el resultado de un dato enteramente falso respecto a sus atribuciones entre nosotros. Excesivamente celoso y aspirando a honores y alegrías vanidosas, deseoso de establecer su superioridad en una asociación fraternal, cuyos miembros se consideraban iguales; he ahí los defectos del que más tarde me traicionó, para satisfacer un resentimiento, cuya causa me condena.

¿Por qué daba yo a Pedro pruebas de una confianza tan evidentemente exclusivista? ¿Por qué, le permitía a Juan esos modales de preferido que acusaban una manifiesta parcialidad de mi parte hacia él? ¿Por qué, cuando eran pocos los que tenían que acompañarme, elegía siempre a los mismos? ¿Por qué, en fin, habiendo descubierto el mal efecto que ello producía en Judas, no supe remediarlo?

Sí, digámoslo bien alto: Jesús, el hermano, el protector de Judas, no dio la debida atención a su naturaleza sensible, aunque desviada. Jesús no comprendió que era necesario combatir los celos, la vanidad, el orgullo de ese hombre mediante una extremada dulzura en todas las relaciones y con una justicia severamente igualitaria en las manifestaciones de todos para con uno solo y de uno solo para con todos.

Colóquese a Judas en el lugar del discípulo predilecto y a éste en el lugar de Judas; Juan, no viéndose ya apoyado por mi excesiva debilidad se hubiera mantenido en los límites de una afección santa, y no hubiera ofendido a la verdad con el deseo extravagante de quererme establecer un culto divino. Judas, mientras tanto, dirigido en el sentido que le era conveniente, no me hubiera traicionado. ¡Pobre Judas! Yo me alejaba de él a medida que aumentaba su resentimiento. El mal se iba agravando, el abismo se abría, cuando yo justamente podía encontrar el remedio en mi amor, evitando la caída de ese espíritu débil. ¡Pobre Judas! En mis últimas horas tú, más que todo, has ocupado mi pensamiento, y mi alma se inclinaba hacia la tuya para hablarle de esperanzas y de rehabilitación.

Perdido, se dijo, perdido está el que ha traicionado a Jesús. ¡Oh, no! ¡Nada se pierde de las obras de Dios! Todas volverán a encontrarse purificadas por el arrepentimiento, glorificadas por la resolución reparadora, luminosas después del perdón. ¡Oh, no! Nada se pierde de las obras de Dios. Todas llegarán a ser grandes, todas serán honradas; todas se arrastran penosamente por las laderas de la montaña para iluminarnos al fin, llegadas a la cima, con los esplendores del fuego divino.

El abandono lleno de ingenuidad y el carácter feliz de Alfeo, contrastaba con la oscura fisonomía de Felipe, quien se obstinaba en vaticinar un porvenir infausto y el fracaso de nuestras doctrinas. Tomás nunca creyó en la revelación divina, pero le había fanatizado la grandeza de la obra.

Mateo, el mejor preparado de mis apóstoles, fue también el más sincero al referir nuestros discursos. Mi hermano Jaime era siempre el primero en contestar sí a todo lo que yo proponía. Mi paciencia y mi coraje serían recompensados por este hijo de María, y la gracia coronaría el espíritu de mi hermano en los últimos días de mi vida mortal. La familiaridad que reinaba entre todos nosotros no impedía los sentimientos de otra índole, como el del reconocimiento de la superioridad, aunque en la más íntima amistad, y bien recuerdo emocionado, la constante devoción de Mateo hacia Tomás y la paternal protección de mi tío Jaime para con Lebeo (Tadeo).

Yo le decía a Pedro:

«Marchemos hacia la conquista de la humanidad. ¿A qué reposarnos en la calma y juntar alegrías dentro de la tranquila posesión de lo que hemos alcanzado, cuando nuevas posesiones les están prometidas a nuestro ardor y a nuestros sacrificios? ¿A qué pedirle fuerzas a Dios y no emplearlas después para logro de sus propósitos?».

«¡Jerusalén! ¡Esperanza de mi vida! ¡Ciudad venturosa! El grito sublime de llamada, saldrá de tu seno y tus hijos serán los verdaderos adoradores del Dios viviente y eterno».

«Los delitos y las ruinas darán origen a la sabiduría y a la magnificencia. La Tierra dirigirá hacia ti sus miradas desoladas y tú la llenarás de consuelos y de luces.

Los hombres te llamarán la gloria de las glorias, porque la paz, la libertad, el poder y el amor se confundirán y reinaran unidos por tu sola virtud».

«Aunque los justos perezcan a manos de los verdugos, que tus esclavos remachen sus propias cadenas; que tus tiranos se adormezcan sobre sus victorias. Nada, nada será capaz de arrebatar la hora de la libertad, y el amor fraterno se establecerá entre todos los hombres».

Pedro, mientras yo le presentaba mi pensamiento bajo formas simbólicas y proféticas, participaba de mi entusiasmo y me habría seguido hasta el fin del mundo, pero muy pronto ese entusiasmo se apagaba y él volvía a ser el apóstol de los primeros días, que escondía bajo el aspecto de la devoción el miedo que lo dominaba. Mi predilección por Pedro se habría formado debido a la rectitud de su carácter, ingenuidad de espíritu, delicadeza de sentimientos y a su excesiva probidad.

Hablándole con palabras sencillas, de las que más tarde se sacaron motivo de acusación por un delito futuro, yo no hacía más que leer con mi natural discernimiento lo que pasaba en ese corazón leal, en ese espíritu débil y poco desarrollado.

En nuestras reuniones familiares, (así designábamos las horas de la comida y mis conversaciones de la noche) Pedro, siempre colocado frente a mí, parecía que hubiese querido defenderme del trabajo de las contestaciones y evitarme la banalidad de las cosas materiales. Se volvía puro oído cuando yo hablaba y sus miradas se esforzaron en leer mis pensamientos, cuando yo callaba. Cuidaba de mi persona como hace una tierna madre por el hijo, y cuando más tarde yo quería permanecer en vela, aunque aparentemente cansado, se empeñaba en demostrarme que debía cuidar de mi salud, persiguiéndome con su solicitud que llegaba a ser molesta por lo exagerada. Durante nuestras giras, en nuestras excursiones más lejanas y en los momentos de descanso, siempre se le consultaba a Pedro respecto a todos los detalles, de lo cual él se aprovechaba para oponer consejos de prudencia y de calma a mi ardor y a mi fiebre por las obras, empleando la mayor lentitud en los preparativos para asegurar, según él, el éxito de nuestra misión.

Un día nos encontrábamos todos reunidos, me dirigí a Pedro y le dije:

«Tú serás el primero de mis sucesores, pero resultará, para vergüenza tuya, que decaerás en tu deber abandonando a tu Maestro. El abandono no consiste únicamente en la separación material, sino que se demuestra también y con mucha crueldad, mediante la separación de los espíritus».

«¡Felices de aquellos que han creído sin haber visto!».

«¡Más felices aún, aquellos que ven y comprenden sin el concurso de los sentidos materiales!».

«¡Felices los que sufrirán por la verdad, puesto que el reino de mi Padre será de ellos!».«¡Felices los libres y fuertes! La libertad y la fuerza se adquieren con la renuncia de los bienes de la Tierra ante los bienes eternos».

«La fe se muestra mediante los trabajos y brilla frente a las persecuciones».

«La gracia debe desparramarse para atraer con su aroma a aquellos sobre quienes aún no ha descendido. Los dones de Dios deben modificarse mediante las pruebas para fecundar el porvenir».

«¿De qué le sirven a Dios vuestras protestas y a los hombres vuestra dulzura si ha de quedar estéril?».

«¿Cómo queréis que Dios acoja vuestras plegarias en la gracia, si esta gracia sólo os aprovecha a vosotros?».

«¿Con qué objeto pretendéis que Dios os llene de dones, que vosotros mantendríais escondidos?».

«¡Hombres de poca fe! ¡La Tierra os retiene porque carecéis de la verdadera convicción de la vida futura! ¡Hombres indignos de la gracia! ¡La gracia os deja fríos y desganados porque no la comprendéis! ¡Hombres frágiles y embrutecidos, los dones de Dios son para vosotros lo que serían las piedras preciosas para los animales inmundos!».

Pedro se arrojó a mis pies pronunciando estas palabras: «Señor, amado Señor, haz de mí lo que mejor te convenga. Soy tu siervo y no tengo más voluntad que la tuya».

En ese momento Pedro era sincero como siempre, pero él obedecía a un sentimiento personal, y yo me hacía ilusiones de promesas tan a menudo renovadas. Con todo busqué premiarlo más que de costumbre y lo abracé diciéndole:

«Júrame que me seguirás hasta la muerte y que me escucharás aún después, como inspirador de tus actos, para continuación de lo que venimos llevando a cabo».

Juro, contestó Pedro, amarte y seguirte hasta la muerte y que seguiré tus instrucciones después de ti, como si estuvieras aquí. Así pues, Pedro no había comprendido la segunda parte del juramento que yo le exigía, desde que hablaba de mis instrucciones presentes, mientras yo le prometía nuevas inspiraciones después de mi muerte.

Seguí insistiendo desde ese día sobre la resurrección de mi espíritu, con tanta perseverancia, que las formas empleadas por mí fueron aprovechadas más tarde para imponer la creencia de mi resurrección corporal.

«Volveré, me sentaré a esta mesa para daros la paz y la fuerza, para prepararos para la Pascua, para haceros gustar las delicias de los favores divinos y facilitaros la predicación mediante la luz que os daré».

«Os lo digo: la vida corporal del hombre es corta, pero su espíritu vivirá eternamente. La casa vuelve a llenarse y el día sucede a la noche, en todos los tiempos y en todos los lugares».

«La familia se reconstituye con los miembros desparramados de otra familia antigua, y la estación próxima dará buenos frutos a los que hayan sabido sembrar en momentos favorables».

«Aceptad las pruebas pasajeras como una necesidad para vuestra naturaleza, y cuando ya no me veáis, honradme, acordándoos en los repartos de bienes, antes de los pobres que de vosotros mismos».

«Ya sea que os separéis o que permanezcáis reunidos a los fines de la consolidación de vuestras doctrinas, yo estaré siempre donde vosotros os encontréis, mas no alteréis ni dividáis nada de lo que yo he formado o reunido, de otro modo mi espíritu se alejará de entre vosotros».

«La vergüenza y el oprobio serían el resultado de vuestra ingratitud, y el desprecio, la contestación a vuestra iniquidad, si os dejáis influenciar por las pasiones de la Tierra. Vosotros, debéis enseñar el camino hacia la vida eterna, practicando la virtud y desdeñando los honores del mundo».

«Mi vida de hombre, tiene que concluir de una manera miserable, mas mi espíritu seguirá la marcha de los siglos y dominará el ruido de la tempestad para sosteneros en la lucha o para reconstituir la que vosotros habéis destruido; para resplandecer en medio de la plenitud de vuestros triunfos, o para arrojar luz entre las tinieblas que habréis fomentado, para defenderos, o para daros el beso fraternal o para regeneraros, para deciros: yo estoy con vosotros, o para deciros: yo estoy en contra de vosotros».

«Yo soy la vida, el que crea en mí vivirá. Yo soy el espíritu de verdad y poseo la verdad del Padre mío». «La Tierra pasará, pero mis palabras no pasarán, porque la verdad es de todos los tiempos, de todos los mundos, mientras la Tierra no es más que una habitación momentánea».

«No digáis jamás: nosotros somos maestros. Sed por el contrario modestos y llevad a la práctica los principios de fraternidad, amando a todos los hombres y ayudándolos».

«Cualesquiera que sean vuestras penas y tribulaciones, decid: Dios mío, que tu voluntad y no la mía sea hecha. En medio de los sufrimientos os daré la alegría y siempre que oréis me encontraré en medio de vosotros».

«Sed calmosos en la adversidad y nunca deseéis la ruina y la desgracia de vuestros enemigos. La fuerza nace de la adversidad y la resignación facilita el adelanto del espíritu».

«La malicia y la mala fe os empujarán hacia las insidias y los hombres os oprimirán con injurias por mi culpa; mas yo estableceré mi residencia entre vosotros y juntos prepararemos el reino de Dios sobre la Tierra, puesto que se dijo de mí: He aquí la alianza del pasado con el porvenir».

«Yo os lo repito, el espíritu volverá a hacerse ver y la Tierra se estremecerá de la alegría».

«La marcha del espíritu se efectuará tanto en medio del silencio y de las tinieblas de la noche como durante a pleno día y en medio del tumulto de las pasiones humanas. La voz del espíritu se hará oír por todas partes y el pensamiento de Dios se revelará con manifestaciones aparentes y propias de su poder y de su voluntad».

Yo hablaba siempre en este sentido y concluía la mayoría de las veces con un pretexto moral o con algún consuelo profético, cuyo significado temerario o valor real puedo explicar ahora. Hermanos míos, me parecían definitivas las formas de mis alianzas y de mis lazos humanos y jamás pensé en separarme de los que se me habían asociado en mis tentativas de reforma; pero en esta época fue tanto lo que tuve que luchar, tan dolorosamente, en contra del desaliento, que me arrepentí de haberme ligado con espíritus demasiado nuevos para comprenderme, demasiado dependientes de la familia para que pudieran sacrificarse por completo. Pedro era casado. Los dos hijos de Salomé sostenían a la madre. Tan sólo Judas y Lebeo se encontraban libres de parentela que pudiera gravar sobre ellos por su pobreza. Mis dos Jaimes, ya se sabe, no tenían más esperanzas que en mí, ni otros temores o cuidados. Aprobé con facilidad todos los proyectos de mis apóstoles, cuyo fin era el de endulzar en algo nuestra vida en común, pero yo les recomendaba una probidad escrupulosa en sus relaciones con las gentes y el abandono de sus derechos ante la falsía y la prepotencia de los demás.

«Nuestro Padre que alimenta las avecillas, les decía, os mandará vuestro pan cotidiano si colocáis en Él toda vuestra confianza».

«Pedid el perdón perdonando vosotros mismos a los que os hayan ofendido. Load a Dios mientras os encontréis en buena salud así como encontrándoos enfermos, tanto en medio de la alegría como en la tristeza, lo mismo en la pobreza que en la opulencia».

«Librad vuestro espíritu de las tentaciones de la carne y seguid la ley de amor y de Justicia». «Dios está en todas partes, ve vuestros pensamientos más secretos. Cuidaos por lo tanto de dirigirle vuestras plegarias tan sólo con los labios. Meditad sobre mis palabras. Encontraréis así la regla de una conducta edificante y la fuente de las oraciones agradables al Señor nuestro Dios».

Hermanos míos, la oración dominical no fue dictada por mí. Nuestras plegarias se hacían con el pensamiento y con la práctica de los deberes que nos imponíamos. Orábamos en todos los momentos del día, cuando ofrecía a Dios el sacrificio de mi vida, para sembrar con mi sangre la Tierra prometida a la humanidad del porvenir. Oraba a toda hora para aliviar mi alma, que buscaba a Dios, y para purificar mi Espíritu de las emanaciones terrestres. Pero no tenía que formular oraciones que mis enseñanzas preparaban, y me atenía sencillamente a asuntos de moral y a las explicaciones referentes a la nueva ley que quería reemplazar a la antigua.

La nueva ley se fundaba sobre máximas que yo había recogido y sobre el trabajo de mi mismo espíritu, cuando se lanzaba hacia las esferas de la espiritualidad, delante de las verdades divinas.

La nueva ley inculcaba el amor universal y abolía todos los sacrificios de sangre. La nueva ley favorecía el libre desarrollo de todas las facultades individuales para que concurrieran al bien general, y honraba a todos los hombres diciéndoles:

«Sed iguales delante de Dios. El poder de los hombres no tiene más que un tiempo, mientras que la Justicia Divina es eterna».

«Los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros para dar esplendor a esta Justicia».

«La pobreza da derechos a las riquezas. Felices los que son pobres voluntariamente para la gloria de Dios».

«La esclavitud será borrada de la Tierra, porque la mujer es igual al hombre y el siervo vale tanto como el patrón ante la sabiduría divina».

«Esta sabiduría es la que rige los destinos, recompensa y castiga, arroja la palabra de paz en medio de todas las humillaciones, en medio de todos los sufrimientos, de todas las torturas del alma, del espíritu y del cuerpo».

Yo me unía tan íntimamente con la pobreza que decía:

«Los pobres son mis miembros».

Y buscaba con tanta avidez la vergüenza, para darle la esperanza de la purificación, que mujeres de mala vida, vagabundos de toda laya, se convirtieron en el cortejo permanente de mi predicación durante este periodo de mi vida, desde el día de mi victoria sobre las indecisiones de mis apóstoles hasta el de mi acusación ante el Sanedrín de Jerusalén, ordenada por los príncipes de la ley y por los sacerdotes de Dios.

Yo tenía el convencimiento de que la muerte me esperaba en Jerusalén y quería rodearla de tal manera que guardaran de ella mis apóstoles, el recuerdo vibrante de mi actitud, de mis palabras, de mis demostraciones de amor, de actos de humildad y principalmente de mi resignación delante de todos los insultos y de todas las ferocidades. Era necesario demostrar la grandeza de mi doctrina y explicar mi fuerza de espíritu en medio de los acusadores y de los verdugos, para morir con los honores del éxito.

He ahí el porqué yo mezclaba en el proyecto de este viaje tantos estremecimientos generosos del corazón, con tantas amarguras del pensamiento; tantas emociones felices, con tantas energías en estigmatizar la cobardía y el abandono, tan dulces y persuasivas lecciones con tan duras y amenazadoras profecías; tanta ternura en la sonrisa y tanta tristeza en la mirada.

Agotado por las fatigas del apostolado, con el espíritu devorado por la ambición de las alegrías celestes, veía en el martirio la promesa de un glorioso reposo, y no buscaba retardar la hora de su llegada, porque sabía que la hora estaba señalada y que la elevada felicidad de la espiritualidad pura que me esperaba, empezaría con los postreros espasmos de mi cuerpo material.

Podía, es cierto, substraerme a los horrores del suplicio, pero me hubiera obligado a vegetar en la impotencia, y el porvenir hubiera resultado sacrificado por tan pueril debilidad. Hermanos míos, ese fanatismo constituía el sentimiento de mi misión. De vuestro mundo yo soy el único Mesías a quien le ha sido concedido el continuar ostensiblemente su obra, porque la he fundado con mi vida de trabajo y con mi voluntad hacia el sacrificio.

Establezcamos aquí, hermanos míos, un parangón entre Sócrates y Jesús, ambos muertos por la gloría de una doctrina, de razón sana y honrada por la luz divina. Sócrates se hizo afectuoso y filósofo dominando sus pasiones. Se hizo religioso comprendiendo la naturaleza, se hizo fuerte hablando con los espíritus de Dios. Sócrates murió perdonando a sus verdugos y bendiciendo la muerte que le devolvía la libertad, mas no pudo fundar un culto para el verdadero Dios, ni demostrar la utilidad de su muerte para los hombres del porvenir, y no queda de él más que una escuela, famosa, es cierto, pero sin preponderancia en el Universo, porque la palabra emanaba ahí de hombres llenos aún de supersticiones, a pesar de los principios de moral puestos por ellos en práctica. La doctrina de la existencia de un solo Dios enseñada por Sócrates y más tarde por sus discípulos no se elevó por encima de las ruinas de la idolatría y no echó los fundamentos de una sociedad nueva.

Al hacer resaltar así mi superioridad como Mesías, debo no obstante inclinarme ante este Sabio y señalarlo a la humanidad como uno de sus miembros más dignos de respeto y de amor. Sócrates vivió en la pobreza y jamás sus labios se vieron manchados por la mentira. Fue puro de todo odio y de todo deseo humillante para la conciencia; jamás su voz se dejó oír para acusar y jamás su corazón guardó resentimientos. La piedad hacia el infortunio, el desinterés en sus relaciones, la fuerza y la justicia en contra de la insolencia y de la duplicidad, honraron la vida de Sócrates y la muerte le transportó en medio de raudales de luz hacia las fuentes de todos los honores.

Sócrates tiene un punto de semejanza con Jesús, y es el deber dado, el ejemplo de las virtudes que predicaba y de haber muerto por la verdad. Mas Jesús, más adelantado que Sócrates en el conocimiento de lo espiritual, tenía que dar mayor impulso a sus sucesores y proyectar más luz a su derredor, y en la lucha con los instintos de la naturaleza carnal en presencia de las invasiones de las esperanzas divinas, Jesús tuvo que mostrarse más fuerte, porque se encontraba menos sujeto a la materia, por derecho de ancianidad de espíritu. La marcha de Jesús, desde su infancia hasta el Calvario, fue en todo momento la consagración de su idea. Sócrates en cambio no pudo verse enteramente libre de las supersticiones, y permaneció esclavo de las ideas de su época, en presencia de las mayorías populares, por más que adorara a Dios con sus discípulos. Pero ahí también se descubre un punto de semejanza. Sócrates lo mismo que Jesús, no podía desafiar la opinión pública sin incurrir en la severidad de las leyes, y si Jesús se muestra en sus doctrinas menos distanciado de la religión judaica que Sócrates en las suyas, de la pagana, ello nada quita al justo peso, desde que ambos se veían obligados a no chocar demasiado con la religión dominante.

Si Jesús corrió hacia la muerte, mientras que Sócrates la vio sencillamente llegar sin estremecimientos, es porque Jesús estaba convencido de su misión Divina. En ello consiste su superioridad indiscutible sobre Sócrates, siendo ésta precisamente la aureola de su gloria y la causa de su nueva mediación. Jesús bien lo sabía que podía evitar la muerte, pero la filiación divina que él se había dado, la radiante esperanza que demostraba para inspirar la futura docilidad a sus apóstoles, la palabra profética que lanzaba como una llama sobre el porvenir, todo constituía una ley que lo empujaba a morir dolorosamente y por su propia voluntad.

Resolvimos ir primeramente a Nazaret; yo tenía apuro por ver a mi familia. Mi próxima visita a mi madre formaba el argumento de mis meditaciones durante el camino y mis discípulos respetaban mi silencio. Preveía los reproches que mi madre me dirigiría al conocer mi resolución de luchar con los sacerdotes de Jerusalén. Yo había abandonado a los míos para entregarme a todos, había descuidado los deberes de familia para desligarme de los impedimentos carnales. ¿Tenía yo realmente el derecho de proceder así? ¿Sería bien visto a los ojos de Dios la transgresión de la ley humana, en lo que ella tiene de más justo y augusto, cual es el amor y la docilidad de los hijos para con la madre? ¿Por qué, Dios mío, esa angustia del alma si yo obedecía a tu voz? ¿Por qué estos afligentes recuerdos retrospectivos, si mi misión de Mesías debía sobreponerse a mi naturaleza humana, a mis deberes de hijo y a mis aflicciones terrestres? ¿Por qué tanta actividad para preparar el sacrificio, si él constituía un ultraje a la moral universal, basado en la dependencia de los seres y en sus relaciones fraternales? ¿Por qué, Dios mío, este desánimo en el momento de los honores y por qué este falso camino llevado a cabo por tu poder y por tu justicia?

Yo oraba. La oración calmaba estas agitaciones de mi naturaleza humana, desarrollando los deseos espirituales y alimentando mi corazón con los fuegos del amor divino. Oraba, y la esperanza de las alegrías celestes, me escondía las sombras de mi vida de hombre y la divina misión se me presentaba como una antorcha devastadora de las ternuras del alma y de las alianzas del espíritu en medio de la materia.

Después de haber orado, sólo me ocupaba de Dios. Después de estos delirios y de estos recogimientos, yo me sentía más fuerte y mi pensamiento se trasmitía más nítido en mi cerebro. Me acercaba a mis compañeros y los hacía partícipes de mi libertad de espíritu. Los reunía tan estrechamente en mi felicidad futura, que inclinaban la cabeza ante mis miradas inspiradas y besaban mis hábitos con tal fe y entusiasmo que mi alma se alborozaba.

Llegamos a Nazaret. Dejé a mis apóstoles en una casa próxima a la ciudad y con mi tío y mi hermano me presenté en la casa paterna. Toda la familia estaba reunida para recibirnos y presentimos una oposición más viva en esta concentración de fuerzas. Mis hermanos consanguíneos, cuyo número de cinco se había reducido a tres. Mis otros hermanos, al igual que yo hijos de María, habían pensado en ahorrarme una acogida demasiado fría. El hermano que me seguía en edad vivía en un paraje distante, a cinco estadios de Nazaret. Yo no podía conocer las cualidades de su corazón, ni las relaciones que se mantenían entre él y los demás hermanos, pero enseguida leí en sus miradas el profundo desprecio que le inspiraba mi vida vagabunda y mis trabajos de apóstol. Estaba por abrazarlo pero él me rechazó y pronunció estas palabras:

–«¡Hete aquí! ¿Vienes ahora para permanecer mucho tiempo o por una hora? ¿Vuelves a ser nuestro hermano o sigues siendo el hijo de Dios? ¿Debemos absolverte o resignarnos a una separación definitiva?».

«Tus hermanos son hijos de José y María, ¿qué tienes tú más que ellos? Tus hermanos han cumplido sus deberes de hijos y de parientes, ¿qué has hecho tú por tu parte?» Incliné la cabeza bajo esta recriminación que avergonzaba mis divinas esperanzas y enseguida dirigiéndome a mi madre le dije:

«Pobre madre, tu hijo Jesús te inunda en lágrimas, pero él llama a Dios en testimonio de la pureza de su corazón y de la lealtad de sus intenciones; su espíritu está devorado por el deseo espiritual y te amará a ti mucho más en la patria celestial de lo que pueda amarse sobre esta Tierra».

«Sí, interrumpió mi hermano, en la patria celestial no se precisa de nada, el amor de Dios alimenta y nuestra madre será amada por el hijo de Dios. ¡Qué honor para nosotros, si ello fuera algo más que el sueño de un insensato!».

A estas palabras mi tío y mi hermano Jaime se aproximaron a mí diciendo: ¡Nosotros también somos insensatos! Me acerqué a mi madre y pasándole el brazo debajo del suyo, la llevé en dirección del pequeño jardín que se extendía bajo la ventana de la pieza en que nos hallábamos. Nuestros hermanos y hermanas nos siguieron.

Mi cansancio y la pobreza demostrada por mi indumentaria, excitaron la compasión de las tres mujeres y empezaron a prodigarme ahí mismo una serie de atenciones delicadas y de cuidados, que me hicieron sufrir mucho más que la frialdad de mis hermanos.

He aquí los nombres de mis hermanos y hermanas por orden de edad: Efraín, José, Elisabeta, Andrés, Ana y Jaime. En cuanto a mis hermanos consanguíneos, los que la historia nebulosa de mi vida ha convertido en primos, me acuerdo con un sentimiento de felicidad de sus afectos. Se llamaban: Matías, Cleofe, Eleazar.

José y Andrés me siguieron más tarde para oponer a mis medios de propaganda la negación de mi título divino y acusarme de locura. Mis hermanos Matías, Cleofe y Eleazar se me demostraron más tarde, pero sólo con el deseo de arrancarme a la muerte, sin combatir mi fe. Demoramos varios días en Nazaret. Mis hermanas, de las cuales la más joven vivía con mi madre, se disputaban el gusto, decían ellas, de servirme, y mis hermanos se hacían atentos a mi voz. Mi madre se inspiraba en mis pensamientos y se elevaba en aras de la pureza de la plegaria, cuando le demostraba la necesidad de mi sacrificio.

–«¡Oh, Dios mío, decía ella, me resigno a tu voluntad, pero sostén mi resignación y proporcióname pruebas evidentes de que mi hijo se encuentra en la luz!». «Dale a mi fe el apoyo que le falta, a mi esperanza una luz que pueda hacerla segura y entonces mi amor de madre sucumbirá bajo el poder de tu amor divino». Un día que nos hallábamos solos mi madre y yo, le mostré la arena que cubría la tierra a nuestros pies y después con un pedacito de madera tracé algunos caracteres, cuyo sentido era el siguiente:

«Jesús tiene que morir para glorificar a Dios, o vivir para ser deshonrado delante de Dios».

Expliqué a mi madre la fuente de mi ciencia y la prueba material de mis inspiraciones divinas. La dejé bajo la impresión de la sorpresa y la arrastré enseguida hacia el convencimiento de mi espíritu y entusiasmo de mi alma. Impresioné su imaginación mientras daba satisfacción a su inteligencia. La preparé para el sacrificio con la exaltación de mis creencias y de la luz que recibía de Dios.

Mi madre quedó convencida aunque no del todo resignada. Durante nuestra estada en Nazaret, teníamos todas las noches conversaciones con muchas personas y contestábamos con dulzura a las objeciones y al curioso deseo de encontrarnos en faltas. La familiaridad de mis discípulos con mis hermanos tuvo por resultado el hacernos espiar y molestar por todas partes, por donde llegamos a pasar después. Mi independencia no fue completa, como se cree generalmente, puesto que, empujado a los extremos de la contrariedad, que me suscitaba mi familia, llegué a hacerme un derecho de mi propia libertad de espíritu y a proclamar que no conocía hermanos, ni parientes, ni aliados.

Dejé Nazaret por última vez, llevando conmigo el dolorosísimo recuerdo del sufrimiento de mi madre y de los lamentos cariñosos de mis hermanas. Mis queridos hermanos nos acompañaron por alguna distancia y nos separamos con las lágrimas en los ojos.

Vuelvo a llevar conmigo a mi tío y a mi hermano Jaime que quieren acompañarme hasta la muerte. Íbamos silenciosos al alejarnos de Nazaret. Estas expansiones en medio de la familia habían hecho recordar a mis discípulos, la familia ausente, y el alma de Jesús se inclinaba con dolor bajo el peso del amor filial y fraterno.

Teníamos que colocarnos en las condiciones de hombres que todo lo han sacrificado por el triunfo de una idea, pero mis discípulos conservaban la esperanza de volver a ver a los que habían dejado, mientras que yo apoyaba sobre mis recuerdos y sobre mis aspiraciones la mano helada de la muerte y huía al mismo tiempo de toda imagen consoladora para encontrarme mirando en el vacío…

El vacío se animaba por mi obstinación en darle vida y de este modo del sufrimiento extremo yo pasaba a los resplandores divinos.

–¡Oh, Dios mío! ¡Cuánta felicidad en esas visiones! Pero también ¡Cuánto abatimiento en la realidad! ¡Cuántos honores después de la victoria, pero cuántas amarguras durante el combate!

Hermanos míos, no podría repetíroslo suficientemente, la luz de Jesús era momentánea, huía, y la naturaleza humana arrojaba a su espíritu en medio de crueles perplejidades, para honrar en él, como en todas las criaturas, el eterno principio de la justicia Divina.

Mi proyecto al abandonar Cafarnaúm era el de visitar a todos mis amigos de Jerusalén y de procurarme dos nuevos aliados para dar a mis doctrinas mayor exterioridad. Quería demostrar mi título de hijo de Dios con las explicaciones de mi título de Mesías, ante los que se encontraran en condiciones de comprender esta alianza, basada sobre la razón y la justicia Divina, pero estaba bien resuelto a no hacer uso más que de la primera de estas prerrogativas, la de hijo de Dios, en todos los casos de agitaciones tumultuosas de las masas ignorantes y de exaltaciones fanáticas de mis más sencillos servidores. Era necesario asegurar el porvenir y un reformador, un Mesías, hubiera caído pronto en el olvido, sobre todo después de las manifestaciones llenas de malevolencia del pueblo, que mis enemigos no dejarían de sublevar en mi contra.

En esta última visita a Jerusalén yo tenía que afirmar la creencia en mi poder espiritual, sin proporcionar base para acusaciones de parte de la posteridad en el sentido de este poder espiritual, es decir, que mi presencia entre los hombres, debía fundar una religión universal, dejando en todos los espíritus el germen indestructible del amor fraternal, que era el iniciador y el mártir.

El hijo de Dios que libertaba a sus hermanos de la esclavitud y que moría para dotarlos de una ley de amor: el hijo de Dios que desarrollaba sus preceptos en medio de los pobres, de los enfermos, de los pecadores; el hijo de Dios que salvaba a la mujer adúltera de la primera piedra con estas palabras:

«¡Arrójele la primera piedra el que se sienta libre de culpas!» El hijo de Dios que levanta a la pecadora con estas palabras:

«Ven, la casa de mi Padre está pronta para recibirte, ya que detestas tu pasado». El hijo de Dios que dirá a todos: «Amaos los unos a los otros y todos vuestros males cesarán, y todas vuestras ofensas a Dios os serán perdonadas».

Este hijo de Dios no tenía necesidad de herir la imaginación con fantasmagorías, pero tenía que afirmar su prestigio divino y conquistar la humanidad, apoyando su moral con el ejemplo.

Que este prestigio haya alcanzado su coronamiento aquí y haya obscurecido su memoria en otra parte, nada importa. Este prestigio queda como la sanción de la obra y es lo que Jesús quería.

Que la humanidad no haya sido aún conquistada por culpa de los sucesores de Jesús, nada importa, puesto que Jesús está ahí y quiere reconstruir su Iglesia.

Jesús dijo y yo lo repito:

«Traigo la palabra de vida. Todo el que oiga esta palabra tendrá que desparramarla».

«Presentadme la verdad y yo os la diré ahora y más tarde, puesto que la verdad es de todos los tiempos, y yo soy la alegría y la esperanza, el presente y el futuro».

Yo me fijé inmediatamente en las riberas del Jordán. Nos dedicamos a las prácticas de la purificación, encontrándonos en la época de mayores calores del año. Siempre con el propósito de empujar a los hombres hacia la creencia en la resurrección del espíritu, pronuncié muchos discursos en el sentido de mi participación futura en la liberación de la humanidad y del establecimiento de mi doctrina en toda la Tierra.

«Nadie, decía yo, cree ahora en la resurrección del espíritu, pero se creerá bien cuando yo vuelva para acusar y maldecir a los falsos profetas, las perniciosas doctrinas, los feroces dominadores, los depravados y los hipócritas».

«¡Se creerá bien cuando Dios calme la tempestad con mi palabra y que esta palabra será repetida, de boca en boca, hasta el final de los siglos! ¡Cuando los muertos despertarán de su sueño para anunciar la vida! ¡Cuando la naturaleza exhausta recibirá un nuevo impulso y la sangre no brotará más de sus entrañas!».

«La resurrección se efectúa también ahora, pero se evidenciará mejor cuando podáis conservar el recuerdo de vuestro pasado, y os lo afirmo: muchos de los que me escuchan, me verán y me reconocerán».

La purificación, nuevo bautismo, como decía Juan, tenía también la predilección de mis pensamientos. La culpa y el delito, todos los vicios, principalmente la hipocresía, me sugerían plegarias fraternas para obtener un arrepentimiento verdadero; pero, Juan pronunciaba con palabras duras la condena del pecador sumido en la impenitencia final.

De mi diferente forma de hablar, según los hombres a que me dirigía, creo, hermanos míos, haberos ya dado la razón, y las contradicciones puestas en evidencia más tarde, como acusaciones ante el pueblo de Jerusalén, se explican fácilmente.

Mas, las contradicciones cesan desde el momento que anuncio el reino de Dios, que muchos verán y que precisa la resurrección del espíritu, desnudándola de las formas nebulosas que le había dado al principio, para huir de una persecución demasiado apurada.

Yo me coloco en este instante como demostrador de la justicia divina y acuso con mayor energía a las instituciones humanas, puesto que designo las riquezas como un escollo, el poder como una aberración y el principio donde descansan las leyes humanas como un flagrante delito de esa majestad divina. Echo abajo todas las posesiones basadas en el derecho del más fuerte y proclamo la esclavitud, la más vergonzosa demostración del embrutecimiento humano; anuncio el reino de Dios que muchos verán e insisto en la resurrección del espíritu, diciendo:

«La libertad del hombre se obtiene gradualmente, con la fuerza de su voluntad unida a las luces de sus predecesores en la vida espiritual». «Estas cosas no pueden todavía ser comprendidas, mas vendrá el tiempo en que todos comprenderán y entonces el reino de Dios se establecerá sobre la Tierra».

«Muchos entre vosotros verán el reino de Dios y el Mesías repetirá las palabras que hoy pronuncia». «El hombre nuevo renacerá hasta que el principio carnal haya sido extinguido en él. Todo el que nace tiene que renacer y los que hayan vivido bastante irán a vivir a otra parte».

«El espíritu del hombre tiene que abandonar su cuerpo, pero el espíritu, volverá a tomar otro cuerpo. Por eso, cuando vosotros me preguntáis si soy Elías, os contesto: ¡Elías volverá, mas yo no soy Elías, soy el hijo de Dios!, y mi Padre me mandará nuevamente para hacer resplandecer su justicia y su amor, pero solamente me mostraré a algunos y mis discípulos tendrán que repetir mis palabras y afirmar mi presencia».

«Soy el Mesías y el Mesías morirá sin haber terminado su obra, pero la concluirá después de su muerte».

«Os lo recomiendo, libertaos del temor de la muerte, que la muerte se reduce a un cambio de residencia, y haced de la resurrección del espíritu un honor para los que no habrán prevaricado en contra de mi ley».

«El espíritu marcha siempre hacia delante mientras esté sostenido por la fe en las promesas de Dios, quien concede también la gracia de poder persuadir a los hombres, a los que tienen fe».

«No os amedrentéis por mi muerte y marchad hacia el espíritu con fe y con amor».

«No esperéis de los hombres la recompensa de vuestros trabajos; poned sólo en Dios vuestras esperanzas. Dios jamás permanece sordo a la plegaria y a los deseos de un corazón puro y agradecido».

Hermanos míos, en el ejercicio del apostolado, Jesús tuvo que ser despreciado de los ricos y de los poderosos (exceptuando algunos casos de los cuales ya os he hablado y que haré nuevamente resaltar), pero en el último periodo de mi misión, el pueblo, cuyos derechos Jesús había sostenido siempre, calmando sus sufrimientos morales, ese pueblo fue su acusador y su verdugo.

Es que la ignorancia convierte al pueblo en cómplice de sus más crueles enemigos. Es que la hipocresía, baldón espantoso de la humanidad terrestre, emplea como instrumento para oprimir el pensamiento, encadenar el brazo, herir el corazón, aquellos mismos a quienes debiera aprovechar el trabajo del pensamiento, la fuerza del brazo, el amor del corazón.

Yo tenía que caer tan sólo por la malevolencia de las masas, y sabía también que esta malevolencia se manifestaría, y preparaba para ella a mis discípulos. «Sed mis guardianes y mi consuelo, les decía, rodeadme de dulzura, puesto que me veo entre las garras de la mala fe de los grandes, y de la ingratitud de los pequeños, del odio de los malos y del abandono de los mejores».

La clara interpretación de mis fuerzas y de mis esperanzas se producía cada vez más en el espíritu de mis fieles y la respetuosa deferencia ante mis deseos favoreció mi libertad de acción y mis medios de proselitismo durante el espacio de tiempo que corrió entre mi llegada a Jericó y mi apresamiento en el Monte de los Olivos.

Hay que contar siete meses entre estas dos épocas. Jericó me gustaba, ya sea por su situación y por la afabilidad de sus habitantes, ya sea por los recuerdos que despertaba en mi espíritu. Pero aquí también tengo que hacer notar algunos errores. A Zaqueo el aduanero y a Bartimeo el mendigo se les dio una denominación convencional.

El título de hijo de David, con que se me gratificó en Jericó y en otras partes, no produjo en mí más que piedad e impaciencia. El título de hijo del Hombre se pretende que haya sido elegido por mí, pero yo jamás quise otro patrocinio que no fuese el de las denominaciones de Mesías y de hijo de Dios. La cualidad de Mesías está llena de claridad; la de hijo de Dios comprende en su oscuridad el derecho de todo hombre a la filiación divina, tal como ya lo ha explicado. La fuerza del porvenir, el triunfo de la verdad tenían que surgir de estas palabras:

Mesías hijo de Dios.

¿Qué podía importarle a Jesús el título vanidoso de hijo de David y el otro título, al que quiso dársele una forma dogmática? Diré más tarde cómo y por quién se me dio la denominación de hijo del Hombre. Hermanos míos, aprovecho mi estada en Jericó para terminar el capítulo décimo.

Empezaremos el undécimo entrando a Jerusalén. Enseguida os presentaré mis huéspedes de Betania, María de Magdala y muchas figuras que os son desconocidas.

Continuará…

VIDA DE JESÚS - DICTADA POR ÉL MISMO Parte 4-a

CAPÍTULO VIII

JESÚS DEFINE EL ORIGEN Y DESARROLLO DEL ESPÍRITU

Definamos hoy, hermanos míos, la gracia inherente a la naturaleza humana y ascendamos los escalones que llevan al conocimiento de la creación del hombre. Parto de un Principio y digo, que el libre albedrío y el sentimiento de la responsabilidad de las acciones, le son dados al hombre en el estado natural y primitivo. Digo, que el alma humana los desarrolla a medida que su luz intelectual e hace más viva, y añado, que esta luz intelectual es propia del espíritu.

El espíritu es una creación de Dios, de la que el alma fue la promotora, y la materia su expresión. El espíritu adquiere cada vez mayor lucidez para desarrollar su principio espiritual y amortiguar sus primitivas tendencias, enteramente animales. El espíritu del hombre nuevo no puede concebir las alegrías espirituales, pero se mantiene, en sus relaciones materiales, ajeno a toda demostración de ferocidad, cuando trae de su precedente habitación instintos dulces y en armonía con el estado social que abraza. El espíritu del hombre nuevo se hace delincuente cuando trae de su precedente habitación, el deseo de las demencias atroces y el gusto por las luchas furiosas.

El hombre nuevo debe su fácil desarrollo o su embrutecimiento prolongado, a la intervención de los espíritus de que está rodeado y el progreso del mundo se encuentra obstaculizado por el bajo nivel moral de todos. La Tierra le debe a su Creador el justo tributo de su propio progreso y la Tierra en cambio demora siempre este progreso como si le fuera dificultoso el descubrir la meta y el origen, como si ella desconfiara del porvenir y quisiera ignorar el pasado.

Todos los hombres se han ocupado del destino del hombre, mas todos echaron una sombría mirada de desaliento sobre el origen del hombre. Yo voy a daros algunas nociones respecto a dicho origen, aun cuando estas nociones hubieran de ser acogidas con el escepticismo propio de la época, cuyo triste resultado moral yo deploro. La creación, hermanos míos, no se encuentra tan por encima de la fuerza de vuestra inteligencia, que no se pueda explicar con un razonamiento humano. Me ofrezco por lo tanto a vosotros, como un filósofo de la Tierra, como un espíritu, cuyas investigaciones se vieron coronadas por el éxito y llamo con ello vuestra atención. Volveré a tomar después mi nombre y mi título, ahora no soy sino un amigo vuestro, que viene a comunicaros las impresiones recibidas por él en regiones más favorables para la educación moral e intelectual de los hombres. Me presento como un profesor de bellezas desconocidas y tomo la palabra con el deseo de iluminaros. Estudio desde hace siglos, adoro el poder divino y alimento con su luz la linterna que yo poseo.

Hermanos míos, para que el cuadro de la creación sea comprensible para vosotros, es necesario admitir como punto de partida: el alma como facultad sensitiva, el espíritu como facultad pensante y la materia como facultad demostrativa, en el mundo en que habitáis. El alma, como dependencia del principio vital universal. El espíritu, como creación de este principio vital. La materia, como expresión de la sensibilidad y de la inteligencia.

Mis desarrollos respecto al espíritu formarán el tema de este capítulo. Es necesario por consiguiente establecer una base para la demostración y determinar las funciones del espíritu, completamente distintas de las del alma. El alma es el principio del movimiento y de las sensaciones. El alma es el soplo divino que se desliza y se reanima por la fuerza de la materia, que se alimenta de las fuerzas de la naturaleza carnal y que concluye por su debilitamiento.

El espíritu es una dependencia del alma y de la materia; al principio se caracteriza por el recuerdo, que establece la personalidad, luego por convertirse en una criatura inteligente por el continuo desarrollo de su naturaleza, desarrollo inherente a la transformación y emancipación de sus demostraciones exteriores y de sus deseos íntimos.

En las razas de espíritus inferiores, la memoria está circunscrita a hábitos naturales y a combinaciones pueriles. En las razas más elevadas, la memoria se convierte en la fuente de progreso, dirigiendo su luz sobre las faltas cometidas en el pasado. En las regiones enteramente espirituales, la memoria saca del pasado enseñanzas preciosas para comprender y hacer comprender el porvenir. El espíritu se convierte en un iluminado con respecto a los designios de Dios y se eleva sin descanso hacia las verdades eternas, cuyas profundidades ya ha medido.

En las primeras manifestaciones de su personalidad, el espíritu procede como los niños en los mundos carnales; camina con temor y dirige miradas de sorpresa, sobre todo lo que aún no llega a concebir, armoniza sonidos cuyo significado nadie comprende sino los espíritus de su orden, huye de la luz, que le inspira temor y se acerca a la llama, que lo divierte, presta poquísima atención a las enseñanzas de su vida y no le atraen más que los goces presentes, nada prepara y muy poco recuerda.

Durante el completo ejercicio de sus facultades, el espíritu se vuelve malo por cálculo, de malo que era por el ocio o por los desordenados deseos de sus instintos materiales. En medio de la luz de sus deberes, el espíritu se convierte en delincuente, olvidándolos para satisfacer pasiones cuya perniciosa influencia él conoce, y desde esta degradación moral el espíritu cae en la turbación de la muerte para despertarse entre las angustias de la duda y en las tinieblas del error. Cuando el espíritu humano cae entre los goces bestiales, aunque sin delinquir pero ingrato hacia Dios, pierde la pureza de su alma. Engolfado en divagaciones enfermizas, el espíritu humano pierde a menudo de vista el verdadero objetivo de la vida carnal y su ciencia, tan estimada de los hombres y que no les proporciona la paz del corazón y la salud del alma. ¿Qué es el alma sino la parte sensible del Ser, el derecho de sentir y de aspirar, la capacidad de gozar y de sufrir?

El espíritu del animal que os sigue como primero después de vosotros, hombres nuevos, es incapaz sin duda de arbitrar mejoras y fantasías de comodidades, ¿pero quién le impedirá a su alma concebir el dolor, llorar la separación, alegrarse por la maternidad y entregarse a las pasiones del amor?

El espíritu de ese hombre nuevo, oh, hombres ancianos, se encuentra ciertamente desprovisto de las facultades adquiridas por vosotros en el ejercicio de los dones de Dios, pero su alma no tiene ninguna diferencia con la vuestra, cuando son iguales las fuerzas morales. Me explicaré: si vuestro espíritu, en el ejercicio de los dones de Dios, es decir, en el camino de los goces y de los conocimientos adquiridos, dejó vuestra naturaleza humana llena de vicios, puesto que se inclinó al mal en el libre ejercicio de vuestras facultades, el alma se resiente de este embrutecimiento y permanece inerte en la sensación de las alegrías que le son inherentes y como desheredada por el distribuidor de estas alegrías.

El espíritu concibe las buenas acciones y el alma se felicita por ello. El espíritu descubre la verdadera fortaleza y la verdadera justicia, fortaleciéndose el alma por el impulso que con ello se le da. El espíritu honra la ley de los mundos y destierra de su naturaleza brutal, el gusto por las infracciones de esa ley y el alma le presta la sensibilidad de su esencia para armonizar los preceptos de la ley con el sentimiento del beneficio y el horror hacia la crueldad.

Si el espíritu titubea en seguir la luz del mejoramiento, el alma sufre y llora. El alma eleva la voz en el silencio, en la soledad y esta voz se llama «conciencia». El alma es la conciencia del espíritu, el alma es la elevada expresión de la moral, colocada en el Ser, como semilla del porvenir. El alma en los animales destructores parece asfixiada por la ferocidad del espíritu, mas en cuanto el espíritu mejora, el alma toma la fisonomía que le es propia, es decir, que domina los instintos groseros, hasta donde le permite el desarrollo de su inteligencia. Ella se anuncia por medio de la potencia de las emociones tiernas y por la manifestación de saciedad de los placeres corrompidos. El alma se adueña de la situación cuando las facultades del espíritu pierden su prestigio sobre la materia, mas en este caso la marcha humana se debilita y la derrota se hace completa a causa de la ruptura de la trinidad, el alma, el cerebro y el cuerpo. El espíritu no ofrece entonces más que demostraciones y la dilatación de los órganos, de los que precisa por no tenerlos más, los sonidos del pensamiento se desvían como los sonidos de una voz escuchada por oídos afectados de sordera.

El pensamiento es la labor del espíritu, el espíritu piensa siempre. El espíritu marcha hacia delante por el ensanchamiento de su pensar. El espíritu no pierde su equilibrio en la locura sino que la debilidad de su instrumento hace imperfectas o nulas sus manifestaciones. El espíritu se agita durante la fiebre porque su organismo se encuentra enfermo. El espíritu pierde su poder de iniciativa en la vejez por el desgastamiento de su medio de manifestación. El espíritu también durante la locura ilumina con sus relámpagos, pero pronto se cansa de la lucha y esta lucha determina el fin de la vida corporal. El espíritu no se descubre en la infancia porque el cerebro no tiene el desarrollo conveniente, del mismo modo que en la vejez el sentimiento de la animalidad, domina la naturaleza humana; pero a medida que se adquieren fuerzas, el espíritu se evidencia a través de la niebla que lo envuelve demostrando su carácter y sus aptitudes. El espíritu no ha permanecido inactivo después de su última etapa en un mundo carnal, mas el estado de sopor producido por una nueva emigración, le quita la sensación de su poder, y ahí como en otra parte, la memoria se debilita en el sentido del mantenimiento de los decretos de Dios.

La memoria del niño y la memoria del hombre recogen del pasado tan sólo las tendencias y los gustos, de los que la presente existencia ofrece la prueba innegable. La memoria del niño se manifiesta en sus inclinaciones. La memoria del hombre unas veces ilumina con la luz del genio su nueva carrera y otras, evidencia facultades pueriles o alumbra su ruta con la luz siniestra de delitos vergonzosos o inmundas orgías del espíritu.

Si en un momento dado aparecen resplandores de la memoria del espíritu en el cerebro humano, el Ser se encuentra elevado en un éxtasis de poesía en medio de visiones de lejanas armonías. Si son otros los reflejos de esa memoria que relampaguea en el cerebro, el hombre puede convertirse en innovador. El poder de la memoria lleva consigo la luz que alumbra el sendero humano, y la sensación del Ser, en el vasto horizonte de los descubrimientos, es un recuerdo confuso de los anteriores esfuerzos de cada uno. El hombre se siente empujado hacia el progreso por la memoria y nada queda perdido para él a pesar de las interrupciones momentáneas de sus fuerzas intelectuales. Las privaciones de la inteligencia no llevan consigo el anulamiento de sus esfuerzos y el reposo del espíritu nada les quita a su penetración y a su actividad futura.

El sentimiento de las luces intelectuales resulta del adelantamiento del espíritu. La tendencia moral hacia las bellezas de la naturaleza, demuestra la sensibilidad del alma y esta sensibilidad se encuentra casi siempre asociada con el progreso del espíritu. La lucha de los instintos carnales con el principio espiritual que anima al espíritu adelantado, es el trabajo impuesto a ese espíritu. El testimonio de su victoria le asegura un aumento de facultades morales e intelectuales para su nueva peregrinación.

El fracaso repentino del principio espiritual en la lucha, sumerge al espíritu en el estupor, en el reposo humillante, en el debilitamiento de las aspiraciones divinas, en el remordimiento y en el abatimiento del alma.

No quiero seguir en su expiación a los espíritus que se han desmerecido ellos mismos, porque el argumento de mi exposición es ajeno a la descripción de los tormentos inherentes a toda culpa, correspondiéndome tan sólo tratar de las gracias derramadas sobre el espíritu del hombre que ha permanecido firme en medio de la luz alcanzada en sus anteriores existencias. Me tomo la tarea de probar la elevada enseñanza de la llamada con propiedad gracia, de la gracia otorgada a la naturaleza humana de conocer su origen y su destino, mediante el aprendizaje de sus deberes y en virtud de las manifestaciones de la verdad.

En la naturaleza humana, he dicho, existen seres nuevos y seres renovados. Espíritus recién salidos del embrutecimiento material, sin otro reflejo de luz que los guíe, más que el instinto del alma, que dominando al espíritu, se encuentra a su vez dominada por la materia. Espíritus que han pasado por esperanzas de vida, por sufrimiento de degradaciones, por abatimientos, por alegrías, por relámpagos, por caídas, por éxtasis de felicidad, por tristezas, por glorias, por martirios. Espíritus cuyos sufrimientos fueron hijos de sus excesos y a los que el horror de la muerte los ha arrojado en medio del terror y del arrepentimiento. Espíritus que están llamados a sostener a sus hermanos y a ascender las gradas del poder espiritual. Espíritus fuertes por el desarrollo de su inteligencia. Espíritus dispuestos al bien por el desarrollo de sus facultades, preparados para la felicidad por su sentimiento de justicia y dominados por el deseo de las investigaciones.

Baso mi definición sobre la dependencia de las fuerzas intelectuales de la naturaleza espiritual y digo: que la medida de la inteligencia es proporcional a la extensión de los conocimientos adquiridos por el espíritu, en los desarrollos alcanzados en las sucesivas existencias temporales y de las alianzas productivas, en el camino ascendente de las facultades del alma y en la actividad del elemento divino. La ciencia humana ha llegado a demostrar la influencia efectiva de las funciones del cerebro sobre las manifestaciones intelectuales, pero este hecho, material para los ojos humanos, guarda dependencia con el organismo espiritual, por cuanto el cerebro no es más que el espejo del espíritu, y el espíritu se ve colocado en un medio que le es favorable para cumplir los decretos de Dios y llenar los fines de su creación.

Todos los espíritus deben descubrir el poder de Dios y la dependencia de su propia naturaleza. Todos los espíritus deben estudiar el origen y el objeto de la existencia, pero deben al mismo tiempo dominar el instinto natural de la materia para convertir este descubrimiento y este dominio en el pedestal de su grandeza espiritual. Todos los espíritus humanos, aunque tuvieran que permanecer siglos en la ignorancia, no saldrán de esta ignorancia sino cuando sus tendencias carnales hayan sido finalmente anuladas, mediante esfuerzos de paciencia y pruebas de pureza en presencia de la elevada esperanza de los bienes fastuosos de la espiritualidad.

Hermanos míos, en el mundo en que habitáis, las influencias del círculo de vuestras alianzas y la ceguera del espíritu no le permiten al pensamiento elevarse hasta los deliciosos goces de la espiritualidad. Él no es capaz de desprenderse de los objetos materiales y pocas veces le es dado meditar sobre la potencia de Dios, sintiéndose enseguida desviado por las aparentes contradicciones recogidas en el mismo seno de la naturaleza terrestre, mas la fuerza de la gracia está ahí, la luz de Dios hiende las tinieblas, la voluntad del espíritu despedaza el yugo que lo aprisiona.

Entonces el espíritu humano, decidido a conquistar su engrandecimiento, rasga el velo que le esconde la adorable figura de Dios. ¡Oh, divina naturaleza del alma! ¡Arroja tus lazos y tus dulzuras sobre el camino del hombre, en medio de las tribulaciones materiales y concede los dones de la ciencia a los que te reconocen como elemento de vida y de felicidad! ¡Sé la alegría de los creyentes y provoca entre ellos ideas de reformas, refina sus gustos, ensancha sus pensamientos y concédeles honores de alta moralidad! ¡Haz que baje entre las sombras de las pasiones la tranquila claridad, calma la fiebre de las pasiones, destruye las causas del delito aplicando a todos los males el bálsamo de la palabra celeste! ¡Conviértete en el consuelo de los justos, pero da también aviso a los pecadores y haz la luz en la noche de sus espíritus! ¡Bella y santa poesía del alma, domina las humillaciones de la materia carnal y conviértete en la fuente de los mejoramientos del espíritu humano!

Hermanos míos, la dependencia del espíritu humano, de la naturaleza espiritual del alma, es la base del pensamiento eterno de Dios para convertir las criaturas en el objeto de su amor. El principio de la religión universal descansa sobre esta base, que os muestra al hombre en su porvenir, libertado del yugo de los vicios de la naturaleza carnal y resplandeciente de los atributos del alma, cuya naturaleza es divina.

Alejo de mi pensamiento el recuerdo del embrutecimiento del hombre y demuestro a sus miradas el desarrollo futuro de su naturaleza espiritual, colocando como principio el indicado resultado de los esfuerzos del Ser y de la multiplicidad de conocimientos adquiridos. Mas debo deducir de todo lo dicho, que los esfuerzos del trabajo y la multiplicidad de las luces determinen el adelanto del espíritu y escriban el círculo de sus atribuciones en el eterno pensamiento divino.

Aparto de mi naturaleza el cuadro de los humillantes errores del espíritu humano, pero aspiro a su regeneración y esta aspiración llegará a ser una realidad. Aparto la vista de los hábitos monstruosos, de los negocios deshonrosos, de las prepotencias, de los delitos, de los horrores, de las corrupciones y veo en el fondo del cielo de mi alma, desarrollados cambios, elevaciones, honores y fuerzas para conquistar el poder espiritual.

En el retraso de su naturaleza espiritual, los hombres se convierten en fraticidas e impíos. Vueltos a la felicidad que proporciona la memoria del alma, comprenderán el destino de sus espíritus y la justicia del fardo que constituyen las pruebas de la vida corporal. Sabrán armonizar las potencias del impulso carnal, con la solidez de las reglas del orden superior y recogerán el dulce fruto de la oración, cuando esta oración sea dirigida al Creador del Universo, cuyas obras serán respetadas y observadas sus leyes.

Todos colaborarán en los propósitos divinos, cuando se entreguen al trabajo, reconociéndolo como la causa del acrecentamiento de la fuerza y de la inteligencia que nos aproximan a Dios. Los hombres se encuentran alejados de Dios. Los espíritus de la Tierra son inferiores como familias y como individualidades. La elevada expresión de la inteligencia divina los encuentra fríos y escépticos, el desarrollo de su órgano auditivo no está en relación con las armonías de la gracia, de cuyos dones están rodeados, y la pureza del elemento espiritual los hace parecer larvas que se arrastran por encima de las carnes putrefactas de un cadáver. Mas, lo hemos dicho ya, la gracia de la fuerza está ahí… La luz de Dios penetra a través de las tinieblas, la voluntad del espíritu despedaza el yugo que lo aprisiona, y por lo tanto el espíritu humano, pobre aún, pero resuelto a engrandecerse, rasga el velo que le esconde la adorable figura de Dios. El fin de los espíritus es el progresar y poco importa la naturaleza de los obstáculos que los rodean. ¿Qué pueden importarle las ambiciones mezquinas de su demora momentánea en la vida material?

La desproporción de los alcances intelectuales con relación a la idea de la verdadera justicia y de las elevadas gracias, que por todas partes los rodean, ha de desaparecer por efecto de la voluntad y se ha de evidenciar la naturaleza espiritual cuando se borre la materialidad bajo el imperio de mayores progresos y de alianzas más nobles en manifestaciones del alma.

Los espíritus de la Tierra se encuentran alejados de Dios a causa de la inferioridad de su naturaleza, que los somete a leyes monstruosas de la impiedad y a costumbres de bárbaros goces. Pero espíritus de más elevada naturaleza vienen a emancipar el pensamiento y a ensanchar el criterio de los espíritus de la Tierra y a menudo les son concedidas fuerzas de luces especiales que les permiten, mediante apoyos de naturaleza intermediaria, poderse sostener en medio de estos espíritus atrasados, en medio del ambiente oscuro y de sufrimientos de la humanidad.

¡Pobres espíritus terrestres! Humillaos ante la ciencia de los delegados de Dios, para abreviar el camino hacia vuestra espiritualidad. Permaneced a la expectativa de los bienes futuros, caminando de una manera activa y consciente en medio de las pasiones y de los males de la humanidad, para reprimir las tendencias perniciosas de vuestra naturaleza y para aliviar a los más miserables entre nosotros.

Aprended a daros cuenta del objeto de vuestra existencia y proseguid el trabajo de vuestra regeneración, a pesar de la presión que el espíritu debe soportar por efecto de la lucha y del alejamiento de los hombres, entregados a los goces y al orgullo. Buscad ayuda y consuelo en la fuente de la Divinidad y aligerad el fardo de los dolores propios de la naturaleza corporal en el empleo de las fuerzas de la naturaleza espiritual.

Sí, hermanos míos, es realmente Jesús quien os habla, mas la alegría intelectual derivada de las manifestaciones de su espíritu no puede ser concedida sino a los que han empezado la tarea de su purificación, el trabajo de su desmaterialización, a los que han entrado ya por el camino de las reformas de su propia naturaleza animal y por el de las luchas en contra de sí mismo, en contra de todas las pasiones desorganizadoras del alma, en contra de todos los vicios que hacen descender al espíritu al nivel de los brutos, en contra de la ambición de los bienes terrestres, en contra de la facultad pensante que trata tan sólo de culpables ficciones, malas doctrinas, delirios de imaginación dignos de lástima, falsos estudios filosóficos, tristes soluciones, despreciables negaciones de la existencia de Dios.

Descubrid vuestros destinos, hermanos míos, en la manifestación espiritual. Practicad excursiones en medio de la luz, y libertad vuestras almas de los lazos que las oprimen. Permaneced defensores del libre pensamiento, ¡oh, vosotros que deseáis la emancipación del espíritu!, haced participar en la discusión el gran nombre de Dios e inclinaos ante los testimonios de su poder y de su amor. Acumulad tesoros de ciencia, pero recordad que sin la debida participación del espíritu, no existen verdaderos triunfos para el hombre y abandonad el tonto orgullo y el insolente desprecio de las naturalezas inferiores por lo que saben y por lo que no saben, por no alcanzarlo a concebir.

Influid en favor de la educación general de las masas y emplead vuestras facultades para el bien general. Buscad creyentes para la religión universal, haciéndoos sus apóstoles. Ella quiere la fraternidad entre los hombres y la devoción para con Dios, busca el elemento divino en su pureza y la paz en el mundo, relaciona el amor de la familia con el amor entre todos los espíritus, se aproxima a la habitación humilde lo mismo que a la fastuosa morada, y explica el porqué del rigor de las pruebas al lado de la abundancia de los dones; el por qué de la grandeza de las ideas al lado de la desnudez del espíritu, del camino de los honores al lado del estancamiento de las facultades, de la posesión de grandes inteligencias al lado del desarrollo puramente vegetativo del hombre en sus fases de crecimiento y de pausa.

Humillad la naturaleza carnal en lo que ella tiene de bestial. Destruid la vergüenza en el matrimonio reemplazándola por la sinceridad y la delicadeza del amor. Huid de la gloria adornada de sangre, de las alegrías compradas con el precio de la deshonra, de los humos de la embriaguez y de las tentaciones de la carne. Haced que bajen hacia vosotros las fuerzas de la patria celeste, pidiéndolas con el fervor de un alma llena de esperanza y orad, como oran los ángeles, sin mezcla de debilidad y con la abnegación de las grandes almas.

Llevad en el cumplimiento de las leyes humanas, la fuerza demostrativa del espíritu que lucha en contra de la sensibilidad del alma, pero dejad que el alma hable para endulzar la suerte del condenado. Id a la casa del pobre para dar pruebas de fraternidad. Castigad el asesinato pero jamás matéis al asesino; el derecho de muerte sólo a Dios pertenece.

Haced descansar la ley humana sobre la ley divina y levantad al culpable después de la expiación para inducirlo hacia el camino de la rehabilitación y de la libertad. Despojad al hombre anciano de todas sus vejeces, rejuveneciéndolo en todo sentido y escribid sobre su rejuvenecimiento esta máxima religiosa humanitaria y fundamental: Dios para todos y cada hombre para sus hermanos. Decid a todos los espíritus que la gracia se adquiere por el buen empleo de todas las facultades y poned en obra para la regeneración social la penosa pero gloriosa actividad de los nobles hijos de Dios, de los inteligentes y de los fuertes, mandados en auxilio de los ignorantes y de los débiles.

Entonces, hermanos míos, Jesús ya no os parecerá más tan lejos de vosotros y las manifestaciones de su espíritu arraigarán las convicciones en los vuestros, así como la dulce piedad de su alma atraerá los entusiasmos de vuestros corazones. Me despido de vosotros, hermanos míos, hasta vernos en el noveno capítulo.

CAPÍTULO IX

CONTINÚA EL DESARROLLO DE LA MISIÓN DE JESÚS

En el presente coloquio, hermanos míos, continuaremos con el desarrollo de su misión. Durante su corta aparición como Mesías en medio de los hombres, Jesús tuvo que renunciar a darse a conocer porque su poder residía en el título de hijo de Dios, título lleno de promesas, pero lleno también de la oscuridad sobre lo desconocido, de lo cual tomaba motivo para adquirir ascendiente sobre las masas. Mas en sus conversaciones particulares, Jesús dejaba comprender que la filiación de que se honraba, honraría también a todos los espíritus llegados a la emancipación del alma en medio de la naturaleza carnal.

La unidad de Dios jamás se vio comprometida por Jesús. Los que hicieron los milagros fueron los que convirtieron a Jesús en Dios. Dios distribuye a cada uno la fuerza y la inteligencia, en proporción a los honores ganados en la lucha de los instintos de la materia con las emanaciones divinas de la inmortalidad espiritual.

La inmortalidad del alma, al poner de manifiesto ante el espíritu el objeto de sus existencias sucesivas en la materia, lo empuja al desprecio por toda dependencia carnal, elevándolo en cambio hacia la gloria de la misión divina. Los mesías son los hijos de Dios, porque muestran a Dios.

Ahora puedo hablar así, pero antes era necesario que me rodease de prestigio, a lo cual no convenía que se explicara el principio sobre el que descansan los honores del Mesías. Era necesario dilatar el sentido moral de la humanidad y no convenía proporcionarle la posibilidad de discutir mis derechos de hijo de Dios. Era necesario obtener el resultado bajo proporciones fuera de lo ordinario, so pena de ser arrestado a los primeros pasos.

A pesar de ello, a menudo me he reprendido a mí mismo por esa tortuosidad del camino y cuando me encontraba a solas con alguno de mis discípulos, si se me presentaba una ocasión favorable para arrojar en un espíritu perspicaz el germen de la verdad, yo me confiaba a medias, pronunciando frases misteriosas, de cuyo significado esperaba que, tal vez el porvenir sacara algún provecho para la verdad.

Me decían que era el confidente de los profetas y de los mártires sorprendidos por la muerte y llamado por el sentimiento de mi posición, reprimía manifestaciones y recomendaba a los que habían sido testigos de mis expansiones entusiastas, que guardaran el mayor secreto respecto a lo que habían oído.

En mis conversaciones siempre intentaba asociar la creencia en los dogmas establecidos con la doctrina de las encarnaciones sucesivas de los espíritus, hablando al mismo tiempo del infierno y de la santidad de mis derechos de hijo de Dios. Mas el dilatado horizonte se extendía delante de mis pensamientos, los hechos se veían justificados por los propósitos. Yo dirigía mis esperanzas hacia el porvenir y colocaba las deliciosas emociones de mi alma en frente de las armonías en que soñaba, viéndose ellas justificadas aún en este mismo momento en que vuelvo para completar mi obra, valiéndome nuevamente de Dios.

Yo mezclaba la ley antigua con la nueva, de lo cual resultaban esas parábolas que a menudo carecían de claridad, esas contradicciones aparentes, envueltas en la rapidez de mis exposiciones y mal advertidas por la poca perspicacia del auditorio, y esas apreciaciones sobre la Justicia Divina, llenas al mismo tiempo de misericordia y de eterna venganza.

Hermanos míos, inclinémonos ante la majestad de Dios y confesemos la pobreza de nuestra naturaleza. Yo decía a mis discípulos:

«Vosotros, todos sois hijos de Dios, y el último de vosotros tendrá que trabajar para llegar a ser grande y fuerte».

«Se hace más fiesta en la casa de mi Padre cuando entra en ella un espíritu recién convertido que no por la perseverancia de dos justos».

«La voluntad y la emulación libran al espíritu de las humillaciones de la carne. El amor de Dios inspira el amor de las criaturas, que son la obra de Dios».

«Convertíos en los depositarios de mi ley; ella es una ley de amor. La ley de amor no dice: diente por diente, ojo por ojo; ella dice: perdonad a vuestros enemigos, orad por los que os calumnian, llevad sin hacer ruido, vuestra limosna a la casa del pobre. Si os dan una cachetada en una mejilla, presentad la otra, porque los hombres ceden antes a la dulzura de la virtud que a la justicia de las represalias».

«Habitad con los enemigos de Dios y no esquivéis a las mujeres de mala vida, puesto que el dar ejemplo es una obligación para los que trabajan en la viña del Señor, y la proximidad del vicio no puede manchar al justo».

Yo traía ejemplos favorables para las inteligencias de aquellos a quienes ellos iban dirigidos y atraía con conversaciones familiares, en las fiestas, encontrando a menudo ahí en qué aplicar mis preceptos.

Me acuerdo de un hecho que tuvo lugar en una casita de la montaña que domina el valle de Sichem. Estaba cansado y mientras reposaba esperando a mis discípulos que habían ido a renovar nuestras provisiones, empecé a hacer elogios de la limpieza que se observaba en medio de tanta pobreza, con el propósito de entablar conversación con una mujer que se mantenía respetuosamente de pie delante de mí. En estos lugares de Jerusalén había mucha población samaritana, despreciada por los hebreos.

«Señor, me dijo esa mujer, ya que eres profeta, enséñame a mí también, porque la ley de Dios está encerrada en el Templo de Jerusalén, mientras que nosotros tenemos que adorarle aquí».

«Mujer, le contesté, Dios no tiene más que un Templo y ese Templo está en todas partes». «Los hombres adorarán a Dios en espíritu y en verdad; la hora no ha llegado todavía, mas la luz dará origen a la verdad, y yo voy predicando la luz».

«Créeme, sobre esta montaña, como en el Templo de Jerusalén, Dios ve los corazones y favorece a los justos. Sobre esta montaña, como en el Templo de Jerusalén, no hay una brizna de hierba que pase inadvertida a los ojos de Dios. La ley de Dios no se encuentra encerrada en un Templo, sino que resplandece en todos los corazones».

Hermanos míos, la mejor prueba de vuestra alianza con Dios es la de reconocer dicha ley en todas partes, inclinándoos bajo la prueba como en presencia de sus bendiciones, adorando al Padre con los pensamientos y con las obras, alabándolo tanto en medio de los sufrimientos como en medio de la prosperidad.

Demostrad la ley de Dios con la rectitud de vuestra vida; convertid a los hombres en justos, haciéndoles felices y sed felices vosotros mismos mediante la fe. Me acuerdo todavía de una fiesta en que la abundancia y la alegría reinaban entre los presentes, y en esos momentos todos se olvidaban de los cuidados y de las penas de la vida. La alegría se dibujaba en todos los semblantes y la mesa colocada en medio de un patio que formaba un jardín, recibía algunos rayos de sol, a pesar de la bóveda de verdor que lo cubría. Los jóvenes me dirigían miradas tímidas, los hombres, las mujeres y muchachos me rodeaban y todos querían darme el puesto de honor. Yo acepté, colocándome a la cabecera de la mesa y mis discípulos, que me habían acompañado en número de cuatro, ocuparon el otro extremo. Me mostré amable y conversador esa noche. Mis miradas y mis sonrisas se dividían entre los comensales iluminándose con el brillo de la alegría general.

Así procedí siempre tomando las actitudes que correspondían a las circunstancias en que me encontraba y jamás en una fiesta o en una reunión de amigos, se me vio deseoso de silencio o distraído por penosas preocupaciones. Acostumbrado a la vida nómada, renegaba de la familia y de la patria para honrarlas mejor, en la elevada expresión de estas palabras: ¡Familia de hombres! ¡Patria universal!

Yo llevaba el fanatismo por los derechos del alma hasta la renuncia completa de las esperanzas humanas, pero en los casos de mi presencia entre los hombres, daba la seguridad del apoyo divino para los que supieran dirigir bien sus familias y para la justa y amorosa dirección de las madres.

Mi doctrina se basaba sobre la fraternidad humana y las masas se apretaban a mi alrededor para oír estas palabras, de las que eran pródigos mis labios:

«Dejad que se aproximen a mí los más pequeños y los más débiles».

«Yo he venido para dar alegría a los tristes y para decirles a los felices: Sed los siervos de los pobres, el Dios del amor y de la justicia os recompensará».

«Vosotros todos sois hermanos y el siervo vale tanto como el maestro en la casa de mi Padre».

«El que se humilla será elevado. Humillaos para servir a Dios; tan sólo los humildes serán glorificados».

«Llamad y se os responderá, golpead y se os abrirá». Aprended mi ley y divulgad mis preceptos por toda la Tierra, amándoos los unos a los otros. No procedáis como los hipócritas que se postran delante de Dios para ser observados por los hombres, que oran con el corazón lleno de cólera y celos; deponed en cambio ante las puertas del Templo de Dios vuestros deseos de fortuna terrestre, vuestras alegrías de esperanzas mundanas, vuestras debilidades de amor propio, vuestros pensamientos impuros, vuestras bajas concupiscencias, para que la gracia descienda sobre vosotros con la oración.

«Dad asilo a la viuda y al huérfano».

«Librad al pecador de su vergüenza, mostrándole los brazos siempre abiertos para recibirlo».

«Descubrid el vicio, desenmascarad la impostura, mas haced que penetren en todos los culpables las palabras de misericordia, la promesa del perdón».

«La limosna hecha con ostentación no es agradable al Señor, nuestro Padre, y el óbolo de la viuda tiene mayor mérito ante sus ojos que los millones del rico».

«La limosna no es provechosa para el que la hace, sino cuando se la rodea del mayor misterio. Guardad por lo tanto el secreto sobre las miserias que hubierais aliviado, y que vuestra mano izquierda ignore lo que vuestra derecha haya distribuido».

«Decid ¡Creo! Y obrad. La actividad es a la fe, como el calor al amor, una señal de vida».

«Meditad mis palabras y no les deis un sentido diferente del que tienen».

«El fervor no consiste en la abundancia de las palabras y en la petulancia de la acción, sino en la modestia de la caridad. Él honra al espíritu sin darle brillo entre los hombres. Él da al alma un dulce ascendiente sobre las almas, pero no la empuja hacia la opresión, hacia la dominación, hacia la prepotencia del mando. Hace florecer la sabiduría, no arrastra al espíritu hacia la turbación del orgullo y del poder, hacia las pasiones tumultuosas de la grandeza humana, en la temeridad de la ambición de los honores humanos».

«Predicad en mi nombre y afirmad mi presencia, porque mi espíritu seguirá aún en medio de vosotros».

«Permaneced fieles a mi voz y consolaos diciendo: El Señor está con nosotros».

«Tomadme como ejemplo; soy pobre, permaneced pobres; soy perseguido, sufrid persecución y que el Dios de paz dicte vuestras palabras».

«Despreciad los ultrajes, ejerced el amor y rogad con un corazón puro».

«El hierro y el fuego, el abismo y el espíritu de las tinieblas, no prevalecerán en contra de vosotros».

«Yo soy aquel que Dios ha enviado para que diga la verdad a los hombres». «Soy el lazo del amor».

«Soy la puerta de la patria feliz y las puertas del infierno no prevalecerán contra mí».

«Soy aquel que fue, que es y que será».

«No explico estas palabras porque vosotros no podríais comprenderlas; mas el día llegará en que todos los hombres podrán comprender la verdad».

«Permaneced fuertes en el amor. Soy vuestro Señor y vuestro Padre y estaré con vosotros durante todos los siglos mediante el poder de Dios y por efecto de mi voluntad».

«No desenvainéis jamás la espada; quien quiera que haga uso de la espada perecerá bajo el golpe de ésta».

«Mejor sería que no hubierais jamás nacido antes que olvidar mis enseñanzas, porque la Justicia de Dios pesa con mayor rigor en contra de los padres que de los hijos; en contra de los ministros infieles, que en contra de la masa de los pecadores».

«Id por toda la Tierra y anunciad la palabra de Dios, proclamándoos sus Profetas. Perdonad los pecados. Todo lo que vosotros perdonareis aquí, perdonado será en el cielo, y la gracia os acompañará mientras sigáis mi ley».

La Justicia de Dios quiere todavía que Jesús sea vuestra estrella conductora en medio de los errores y peligros, pero manda que las palabras de otros tiempos sean desligadas de la oscuridad que las envolvía para resplandecer de luz divina y para iluminar a los espíritus que se encuentran ahora mejor dispuestos para recibir la luz que en la época en que Jesús vivía como hombre entre los hombres.

La doctrina de Jesús demostraba la igualdad entre los espíritus al salir de las manos del Creador, siendo la diferencia que se establece después entre ellos el resultado del adelantamiento más o menos rápido de cada uno, de acuerdo con la irradiación del amor hacia la familia universal, cuyos miembros son todos hermanos, y deben ayudarse mediante la caridad y la abnegación. Cuanto mayor es el progreso de los espíritus, tanto más sienten los deberes de la fraternidad. Cuanto más adelantados son los espíritus, tanto más sienten la tendencia generosa y el ardor del sacrificio a favor de sus hermanos como expresión del amor fraternal. Con la palabra caridad yo no entiendo tan sólo la limosna y la falta de los sentimientos del odio sino la condolencia íntima del alma ante todo sufrimiento. Con la palabra devoción no quiero designar únicamente la exaltación pasajera del alma en busca de Dios, empujada tal vez por un sufrimiento momentáneo, sino el sentimiento de la plegaria en la asociación continua con todos los sufrimientos y la tendencia permanente a participar de todas las miserias, todas las vergüenzas, todos los conflictos del alma.

La palabra amor no encierra la explicación de las ternuras entre los aliados terrestres, sino que impone el bien por medio de la palabra, de las obras, del olvido de sí mismo en beneficio de los demás, mediante la firmeza en la protección de nuestros semejantes y el cumplimiento de todos nuestros deberes fraternos y humanos. La doctrina del amor, basada en la igualdad y en la fraternidad; he ahí la causa del prestigio de Jesús en medio de la humanidad. Ha venido a traer la ley de Dios a un mundo demasiado nuevo para poderla comprender, pero puso los cimientos de su obra, que sería inmortal, y esa obra continúa su desarrollo. Él vino para enseñar la ley de sacrificio, y si bien los sucesores de sus apóstoles, que estaban en la obligación de marchar en medio de la humildad y de la pobreza, para honrar la ley y obedecer al mandamiento, no han respetado la palabra del Maestro, vendrán discípulos más fervorosos que sabrán colocarse en el cumplimiento de dichas enseñanzas, repitiendo sus palabras, las que tendrán al fin continuadores.

Hermanos míos, yo soy el Mesías y el fundador de la Iglesia Universal. Vuelvo ahora para repetir todo lo que dije, dándole el sello de la grandeza divina a las palabras humanas.

«La presencia del espíritu resplandecerá en medio de las tinieblas y las tinieblas serán despejadas. La luz ilumina a todo hombre de buena voluntad».

«Los hombres no me han conocido porque no poseían la verdadera luz, pero me reconocerán al adquirir mayor luz, iluminados por las claridades del espíritu enviado por el Señor».

«Felices los que creerán, porque marcharán en mi ley; felices los que seguirán mis preceptos porque verán a Dios».

«Es un error fatal el afirmar que Jesús vino a traer la espada, pues yo soy el lazo de amor, habiendo dicho: Amaos los unos a los otros y mi Padre os amará».

¡Errores realmente son los que han dado lugar a alegrías sacrílegas en medio de la sangre y de los horrores de las hecatombes humanas, ofrecidos al Dios de los ejércitos, mientras no son más que delirios por la posesión de bienes efímeros, en medio del triunfo de las bajas pasiones y del propio sometimiento al imperio de la maldad y de los goces vergonzosos del vicio!

Yo dije:

«Permaneced humildes; no os dejéis dominar por la ambición de los bienes terrenales, ni por el deseo de poderes mundanos».

«Los que se apegan a la Tierra no me pueden seguir. Mi Reino no es de este mundo».

«Apoyaos en mí y yo os llevaré hacia la vida, y os daré la vida, porque la vida soy yo».

«Yo soy el buen pastor; cuando una oveja se pierde, yo la busco y la vuelvo a la majada».

«Mis ovejas son los hijos de los hombres; haced como yo hago y reine la alegría en la casa del patrón cuando una oveja extraviada vuelve al redil».

«Dejad venir hacia mí a los niños y también a los pobres, a los pecadores y a las mujeres de mala vida, puesto que si la niñez precisa de luz y de apoyo, los pobres son mis preferidos, los pecadores solicitan ayuda para poder entrar a la nueva vida, y las mujeres de mala conducta se apegan a un vaso de arcilla, cuando tienen a su alcance un vaso de oro. El vaso de arcilla es el amor falso de los hombres, y el vaso de oro es el amor de Dios que no perece».

«Permaneced fieles a mi doctrina y propagadla por toda la Tierra para que los hombres no se encuentren más divididos y no exista más que una religión y un templo».

«Haced lo que os digo, arrancad la mala hierba, echad al fuego la planta seca, separad el buen grano de entre los malos y caminad en medio de las ruinas edificando de nuevo».

«Mas cumplid la ley con dulzura y amor. Hay que compadecerse de la pobre avecilla y recordad, también, que como ella, todo lo que vive depende de Dios».

«Andad y repetid mis palabras. El Cielo y la Tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán, porque la voz del espíritu debe repercutir en todo tiempo».

«Hagamos resplandecer mi identidad, hermanos míos, con el paciente encadenamiento de los pensamientos y la exposición de mis obras. Humillémonos juntos. Aceptadme como mediador, puesto que me ofrezco a vosotros y vengo a libertaros de los hombres de mala vida».

«Romped la cadena que os liga al egoísmo, al orgullo, al vicio, a la tibieza, al desaliento, puesto que vengo a libertaros del pecado y de la muerte».

Yo soy siempre aquél que os lleva hacia la vida y os digo:

«Venid a mí, los que lloráis, porque yo os consolaré». «Venid a mí, pobres y pecadores, humildes y abandonados, y yo os daré la paz y el calor».

Mis discípulos estaban cada vez más convencidos de la grandeza de mi misión, y la familiaridad de nuestras conversaciones particulares, no disminuían el respeto de sus demostraciones delante de los hombres. Imitadores de mis modales y de mis gestos en la manera de hablar, ellos recibían honores en todas partes, reflejándolos sobre mi persona a quien no perdían las continuas ocasiones que se les presentaban para designarme con los calificativos de Señor y de Maestro, queriendo con esto demostrar el lugar que me daban en medio de ellos.

Yo me resigné al honor de ese cargo de maestro, para dirigirlos, pero empleaba todos los argumentos para hacerles comprender la divina esencia de la palabra hermano, reconocer la elevación del alma en medio de las más humildes posiciones del espíritu y saber adquirir toda la fuerza necesaria para soportar todas las humillaciones presentes con la celeste esperanza de la gloria futura.

«Yo soy vuestro Padre espiritual, pero este carácter me obliga, más que a vosotros, al empleo de la mayor paciencia y dulzura».

«Soy vuestro Señor, es decir, vuestro director, vuestro defensor; mas si alguien entre vosotros me juzgase indigno de estos títulos, se encontraría en el deber de advertírmelo, puesto que el discípulo vale ante Dios tanto como el maestro y es indispensable que exista entre nosotros una confianza ilimitada, para poder alcanzar el objetivo que nos hemos propuesto».

«Oremos juntos para que Dios nos sostenga, mas sería preferible que el discípulo pereciera antes que el maestro, porque la cabeza es más útil que el brazo y porque la ruina del patrón produciría también la de sus siervos».

«Honradme, pero no me prodiguéis juramentos referentes al porvenir, porque el espíritu está pronto, pero la carne es débil. Yo os lo digo: muchos de vosotros me abandonarán en el camino del sacrificio».

«Los dispersos no se reunirán sino para volverse a dispersar. Tan sólo la cabeza es fuerte. La cabeza soy yo, los miembros sois vosotros».

«No temáis. La prueba que está por llegar soportadla como una ráfaga huracanada».

«Los Mesías resucitarán en espíritu y este espíritu brillará en medio de las tinieblas, guiará vuestra nave por encima de las agitadas olas, su voz dominará la tempestad y su palabra anunciará el nuevo día».

«Vosotros percibiréis al espíritu por la influencia de dulces esperanzas que se filtrarán en vuestra alma y por la fuerza que duplicará vuestras fuerzas». «Percibiréis al espíritu mediante el soplo divino que pasará por encima de vuestras cabezas mediante el calor que penetrará en vuestros corazones».

«Veréis al espíritu en medio de los resplandores que iluminarán vuestras almas y nadie podrá engañarse al respecto».

«Mas escuchadme y preparad el reino de Dios practicando la devoción y el amor, la prudencia y el desprecio por los honores».

«El mundo os llenará de escarnio y muchos os odiarán, pero sufridlo por amor a mí, diciendo siempre: el Señor está con nosotros y nosotros somos sus miembros. Tengo aún otros miembros: son los pobres y cuando veáis a los pobres, acordaos de éstas mis palabras».

Dentro de poco yo no seré más; pero mi espíritu os acompañará y os dictará mi voluntad, como si me encontrara aún entre vosotros.

«No acuséis a nadie por mi muerte. Mi Padre me mandará el cáliz de la amargura y yo lo apuraré hasta el fin».

«Mas llevad a la práctica después de mi partida lo que ahora llevamos a la práctica juntos, y desparramad mis palabras como las he dicho, sin cambiarles nada ni añadirles nada».

«La Tierra se renovará y mis palabras serán comprendidas al pasar los siglos; yo os lo repito: el espíritu ayudará al espíritu y el reino de Dios se establecerá, por obra del poder del espíritu».

«El espíritu arrojará la palabra y la palabra será semilla».

«Muchos de vosotros verán el reino de Dios».

«Estas palabras no podéis comprenderlas y tengo que dejaros en la ignorancia, porque el momento no ha llegado para explicároslas; pero muchos las comentarán y yo volveré debido a esto y a otras cosas, por cuanto mi día no ha concluido y dejaré, muriendo, errores y dudas que mi Padre me permitirá disipar».

«La verdad se siembra en un tiempo y los frutos de la verdad se recogen como cosecha en otro tiempo. Mas la palabra de Dios es eterna, y todos los hombres la recibirán, porque la justicia de Dios es también eterna, y porque su presencia se manifiesta en todos los tiempos».

Aprendamos hoy, hermanos míos, la justicia de estas enseñanzas y honradme con la misma atención que prestaban mis discípulos. Marchemos por el camino del engrandecimiento y dejemos divagar a los pobres de espíritu, convirtiendo en cambio nosotros la palabra de Dios en nuestro alimento espiritual. Dios manda a todos los mundos instructores, mas a cada mundo le están destinados como instructores espíritus del mismo mundo. Los Mesías son instructores avanzados, cuyas enseñanzas parecen utopías. Mi misión no podía imponer una regla de conducta en un siglo de ignorancia, teniendo que concretarse a hacer nacer ideas de revolución en los espíritus y prepararlos para la renovación del estado social futuro. Mis apóstoles no debían ser hombres de genio, ni hombres de mundo. Era necesario que yo los eligiera entre la gente sencilla y trabajadora, para instruirlos e imprimirles una dirección justa, sin tenerlos que obligar a la renuncia de los goces del Espíritu y de las comodidades de la fortuna. Mis lazos de familia no me retraían del cumplimiento de mis propósitos, porque desde la infancia me sentía dominado por la idea de sacrificarlo todo en aras de esos ideales y porque me empujaba el deseo de la salud de una familia más preciosa para el apóstol de lo que pueda serlo la familia carnal para el hombre.

Mi resolución inamovible de sacrificar mi vida mediante el martirio, parecía una orden a la que debía obedecer so pena de verme retirar el título de apóstol, el patrocinio de Mesías y ese prestigio de Salvador y de hijo de Dios, con que el Padre me había agraciado y de lo cual la humanidad esperaba especiales beneficios.

Mis conocimientos de apóstol se concentraban hacia el porvenir, y a menudo, mientras hablaba a los hombres del presente, me dirigía indirectamente a los hombres del porvenir. Mi voz se hacía entonces profética y mis discursos sufrían la influencia de la difusión de mis pensamientos cuando llegaba a las alturas de la verdad y que esta verdad había que velarla con la rigidez de los dogmas establecidos.

A las preguntas que tenían por propósito el hacerme caer en contradicciones, yo contestaba de manera como para desconcertar al que preguntaba, buscando al mismo tiempo de infundir respeto en las multitudes con la autoridad de la mirada, del gesto y de la palabra, siempre resuelta e incisiva.

Chocando en contra de todos los poderes, de todos los prejuicios, del nacimiento y de las riquezas, habría facilitado la revuelta, si al mismo tiempo no hubiera predicado la gloria que se encuentra en las humillaciones en frente de la felicidad eterna. Pobre y libre, yo hablaba con firmeza, empujado por un entusiasmo indescriptible al referirme a las libertades espirituales.

«Dad vuestros bienes a los pobres y seguidme. Es más difícil que un rico entre en el cielo, que un camello pase por el ojo de una aguja»

Las figuras atrevidas, las comparaciones de tinte subido eran apropiadas para un pueblo más fácil de conmoverse que a comprender razones, por cuyo motivo a menudo tenía yo que echar mano de estos medios poderosos para abrir brecha en el espíritu de mis oyentes.

Mis discursos, que siempre terminaban con una cita apropiada al caso o con una sentencia, quedaban como estampados y mis formas de lenguaje en nada se parecían a la de los otros oradores. Yo hacía denuncia ante la Divinidad de todos los vicios que descubría.

El castigo del mal rico me inspiraba cuadros sombríos y yo lanzaba anatemas en contra de la explotación del hombre sobre el hombre; mas nada había de preparado en mis palabras, cuya elegancia de asociación como brillantez de pensamientos fueron siempre por mí descuidadas, por cuanto me dirigía a espíritus que convenía más bien sorprender, que seducir con la belleza de las formas.

Los goces puros de mi alma, tenían su manifestación únicamente en medio de los amigos, y las conversaciones tranquilas y afables, se me hacían cada día más necesarias.

Hermanos míos, santas compañeras mías, volved a ser nuevamente en estos momentos la fuente de las alegrías retrospectivas del espíritu. Sed el descanso en medio de mis agitados recuerdos, para que las imágenes consoladoras, al presentarse ante mis ojos, juntamente con las sombras pavorosas, eviten el esfuerzo por abreviar el relato bajo la influencia del disgusto y de las pasadas amarguras, lo cual sería una deficiencia histórica y un punto negro para la luz de mi espíritu.

Hermanos míos: Ojalá podáis comprender el valor de mis palabras y ligarme a vosotros, como hermano vuestro en la adoración de un solo Dios; como hermano vuestro en la reforma de vuestros hábitos y en las meditaciones de vuestro espíritu. Como hermano vuestro en el deseo y esperanza por vuestra parte hacia la adquisición de las conquistas del espíritu que, con felicidad, yo disfruto y como hermano por el perfecto acuerdo de vuestras voluntades con la mía, pudiéndose así imprimir a la marcha de las cosas, una dirección más conforme con la naturaleza humana dignificada por una emanación divina.

No ignoro que ésta mi fraternal demostración hará el efecto, en el primer momento, de una pura ilusión de mi espíritu, mas cuento con Dios para disipar este error. Dios no me ha dado el poder de manifestarme hoy para abandonarme luego, dejándome en la impotencia de dar pruebas de mi revelación. Dios os mira y espera vuestras miradas.

Hombres dominados por el vértigo y por la ceguera piden la continuación de los honores y riquezas que disfrutan y el derecho de cuya posesión surge de las faltas y delitos cometidos. Hombres devorados por pasiones brutales y egoístas afirman que nada existe más allá de la materia, y que las creencias religiosas no constituyen más que mentidas apariencias o ridículas aberraciones del espíritu. La lucha es la que distribuye los honores. La luz del día y la oscuridad de la noche envuelven al crápula embriagado y al niño que muere de hambre. ¿Qué demuestra todo ello sino el horrible trastorno de la dignidad de los espíritus dada por su Creador? ¡Sólo la decadencia del espíritu inteligente que deprime al espíritu nuevo!

El espíritu de Dios se conmueve ante esta situación y se hace visible su intervención. ¿De qué manera será ésta acogida por los hombres? ¡Con burlas desgraciadamente! Mas el espíritu de Dios es una fuerza que domina al intérprete de su palabra y es una luz que penetra a través de las tinieblas. En medio de la naturaleza humana pocos seres se ven favorecidos por los dones del espíritu puro, porque pocos son los que tienen el valor y la voluntad de desafiar las potencias mundanas, mientras que el espíritu puro huye de las ruidosas agitaciones, de la disipación y del vicio para aproximarse a los que sufren y a los que investigan en el silencio. En las manifestaciones de los dones de Dios el espíritu humano nada tiene que hacer, y el alma debe orar por unirse al pensamiento del espíritu puro. Durante la adoración del alma, el deseo de ella por conocer la verdad es irresistible. Debido a la nulidad del espíritu, la luz se ve libre de los obstáculos de la imaginación y la revelación se obtiene únicamente en medio de estas condiciones del alma y del espíritu. La revelación de los espíritus de Dios proporciona fuerzas al espíritu humano y las impresiones del hombre encuentran fría a la esperanza al lado de la palabra de Dios que la ilumina. El espíritu iluminado por la palabra divina goza en la soledad, pero debe sacrificar este gozo en aras de la expansión del principio de fraternidad y de caridad, puesto que a él le corresponde el cerrar las llagas, cicatrizar las heridas, estudiar las necesidades, insinuarse en los corazones, apaciguar los odios, cubrir las vergüenzas, dar brillo a la esperanza y afirmar la idea de la vida futura.

Todos los espíritus de Dios se reconocen por la elevación de sus manifestaciones. Ninguno de ellos concede a su intérprete la facultad de eludir las leyes que rigen para la naturaleza humana, y todos buscan robustecer en sí mismos el sentimiento de justicia y de abnegación. La revelación es un honor que Dios concede a sus hijos y se manifiesta por la inspiración del espíritu en el espíritu, se hace ostensible por el acrecentamiento del deseo y de la voluntad; se impone mediante las misiones encargadas a los espíritus.

La revelación constituye una parte de la ley de amor que se desarrolla en medio de las humanidades. Debe añadirse que la revelación no puede ir más allá de la comprensión de su intermediario y que ella proporciona la luz necesaria según las necesidades de la época en que tiene lugar. La manifestación del espíritu puro es generosa, pero permanece dentro de los límites trazados por la sabiduría y santidad de su misión. No asocia jamás la promesa de los bienes temporales con la promesa de las gracias merecidas con el adelantamiento del espíritu; no contesta a las preguntas dictadas por la curiosidad inconsulta, por eso se aleja de los intérpretes indignos y son poco frecuentes sus manifestaciones. Es justamente por la escasez de estas manifestaciones que yo insisto en la efectividad de mi luz. La participación de Jesús en las alegrías infinitas le confiere el derecho de hablar más divinamente que cuando hablaba como hijo de la Tierra; mas, en estas páginas, en que Jesús evoca las expansiones de su naturaleza humana, tiene que expresarse en la forma en que lo hacen los hombres ante los hombres, demostrando sus alianzas de familia, su vanidad de hijo rebelde, sus debilidades de espíritu, sus ilusiones del corazón, como si aún se encontrara en el mundo de los humanos.

El poder de mi voz se asocia hoy con la emanación de mis recuerdos de hombre. No os preocupéis de la distancia que nos separa, hermanos míos; destruid vuestras erróneas creencias, levantad una barrera infranqueable entre Jesús hombre, su madre mujer y las fábulas que han desnaturalizado la personalidad de Dios.

En el transcurso de mi vida terrenal me hice de discípulos y de amigos, derramando palabras de paz y censurando, con la conciencia de un espíritu iluminado, la vanidad y la hipocresía de esa sociedad potente y fastuosa, que predominaba, encendiendo en los cerebros la llama del deseo hacia los goces espirituales, practicando la caridad del corazón para con todos los dolientes, levantando la voz en defensa de todos los débiles, acercándome a todas la miserias, descendiendo a todas las vergüenzas, inspirando a los pecadores el arrepentimiento.

¿Por qué no habría de conseguir yo ahora discípulos y amigos mediante la emanación de mi espiritualidad? Mis palabras del tiempo pasado se vieron adulteradas o mal comprendidas; mis palabras de hoy se honrarán porque reciben la luz divina. Mis palabras de antes tuvieron que desmenuzarse al chocar en contra de la ignorancia; mis palabras de hoy traen en pos de sí el testimonio de Dios. Procedamos, hermanos míos, a una revista fácil y rápida de mis hábitos, de mis fatigas, de mis entretenimientos, de mis expansiones fraternales, y honrémonos mutuamente, vosotros mediante una justa atención y yo con mis confidencias y con mi libre trabajo de espíritu.

Durante una vida humana no pueden llevarse a cabo trabajos inmensos, mas la marcha en el sentido del progreso puede reanimarse bajo un soplo generador. En el periodo de la decadencia de un mundo, el pensamiento reformador surge de improviso, como el vasto horizonte que, al partirse las nubes, se ofrece repentinamente ante nuestra vista. La actuación humana de Jesús había preparado el horizonte que hoy, bajo su manifestación divina, expone ante las miradas de la humanidad terrestre, y su voz, en la plenitud hoy de su potencia, hará desaparecer todas las sombras que oscurecieron su alianza con Dios y con los hombres. ¡Alianza con Dios!

Sí, porque Jesús tenía que emancipar las órdenes de Dios. ¡Alianza con los hombres! Sí, porque Jesús venía a hablarles de amor, de fraternidad, de paz, de justicia, y éstos dan origen a la sabiduría, a la fuerza, a la ciencia de las alegrías futuras y de los favores de Dios. Jesús ahora demuestra a la posteridad su naturaleza humana dándole al mismo tiempo pruebas de su existencia de espíritu. Repitamos, pues, las palabras pronunciadas por Jesús hombre, mas agreguémosles las nociones del espíritu de Dios para que os penetréis bien de la elevada misión que Jesús vino a empezar como hombre y que el mismo Jesús viene ahora a continuar como espíritu.

Jerusalén me atraía, no obstante las pocas probabilidades de éxito me llevaba a mis tentativas de proselitismo. Yo buscaba presentarles bajo alegres colores a mis discípulos el viaje hacia ella, conociendo bien la repulsión y el terror que su idea les provocaba. Pedro manifestó a gritos, como acostumbraba, su desagrado cuando se le habló de volver a Jerusalén. Los dos hijos de Zebedeo derramaron lágrimas sinceras, suplicándome que desistiera de tal propósito. Los dos Santiagos, hermano y tío de Jesús, le hicieron el completo sacrificio de su voluntad. Todos los demás me dieron seguridades de su fidelidad y devoción, instándome a permanecer en medio de un pueblo donde había encontrado tanta docilidad y tanto amor. Cansado de esta oposición, pero resuelto a vencerla, dejé que se calmaran estas primeras emociones de mis apóstoles y no les volví a hablar de Jerusalén.

Mas en nuestras conversaciones, como en mis prédicas, yo daba las medidas de las preocupaciones de mi espíritu, sublevándome en contra de la debilidad de los que prefieren el reposo a la lucha, el éxito fácil a los trabajos del pensamiento y a las fatigas corporales.

«La luz, gritaba yo, debe esparcírsele con profusión».

«Avergonzaos vosotros que la mantenéis debajo del celemín, hombres pusilánimes, hombres de poca fe».

«La largueza de los dones divinos os llena de alegrías, mas cuando se hace necesario demostrar la verdad con el trabajo y la gracia mediante sacrificios, vosotros permanecéis en medio de la holgazanería y del egoísmo».

«El cultivador que da con una tierra estéril, lleva sus esperanzas hacia otra tierra más productiva; pues bien, yo soy el cultivador y la tierra estéril sois vosotros».

El nivel de mis conocimientos no era alcanzado por las multitudes; mas me seguían algunos discípulos más clarividentes en las casas donde mis apóstoles y yo encontrábamos albergue, ya sea en la misma Cafarnaúm, ya sea en los alrededores. En medio de este círculo de íntimos, yo hacía las confidencias de mis tristezas humanas y de mis esperanzas divinas. Cuanto más próxima me parecía mi muerte, mayores eran las advertencias que ella me sugería.

Mi obra perecería, yo lo sabía, si después de muerto, Dios no me permitiera colaborar aún en ella como espíritu. Mi fe y mi confianza arrastraban la fe y la confianza de los que me escuchaban y me abandonaba a las visiones serenas y dulces, tanto como a la dolorosa perspectiva de la ignominia y del martirio. Yo imprimía en el alma de esos oyentes mis ideales y mis propósitos como esos estigmas de fuego, que no pueden desaparecer, e imprimía en sus espíritus la imagen de mis miradas, que eran siempre tiernas, de mi sonrisa, casi inmutable, de mis modales y de mi delicadeza al consolarlos y al demostrarles mis afectos. Veía en ello el pueblo del porvenir y soñaba en el despertar del mundo, en el éxito de mi misión, el triunfo de mi doctrina, a pesar de las tonterías de mis amigos y de la mala fe de mis enemigos.

Los hombres, cuya creencia en la divinidad de mi persona fomentaba mi discípulo predilecto Juan, eran mis mismos amigos, poco avisados, que darían lugar más tarde a la fundación de un culto idólatra, con el misterio de la Trinidad, de la Encarnación y de la Redención.

Hermanos míos, convertíos en verdaderos adoradores de Dios interpretando

con sabiduría las leyes de la naturaleza. Honrad el camino de vuestro espíritu, amontonad pruebas de la grandeza de Dios y rechazad todo lo que sea contrario a esta grandeza.

Yo no discuto con vosotros respecto a mi identidad, pero empleo todas las potencias de mi espíritu para quebrantar la falsa e irrisoria denominación que la liga a mi nombre de hombre. Venid, hermanos míos, a la casa en que Jesús, mientras espera la comida de la noche, está sentado en medio de hombres ávidos de escucharlo aún después de haber estado todo el día siguiéndolo y escuchándolo, sea en las Sinagogas, sea en los centros mas populosos de los lugares recorridos. La conversación gira siempre alrededor de las prédicas recientes. Jesús había pronunciado las siguientes palabras después de la parábola del hijo prodigo:

«La reconciliación de un pecador con Dios, produce mayor alegría en el Cielo que la perseverancia de diez justos». Ahora Jesús desarrolla su pensamiento.

La naturaleza humana, según los dogmas de la ley judaica, está llamada a una recompensa estacionaria en el cielo, o a una condena eterna en el infierno. Pero Jesús, de acuerdo con el sentimiento humano que ve en Dios, la omnipotencia unida a la suprema bondad, determina contradicciones a sus mismas palabras para afirmar su fe delante de sus discípulos y combatir el principio consagrado en otra parte de la ley. Pero Jesús de acuerdo con la alta inteligencia de Dios, abandona la letra dogmática en las bajas regiones y expande su espíritu hacia el contacto de los espíritus fácilmente iluminados por él.

«El hijo pródigo, dice, es el pecador llevado al arrepentimiento, es el hombre enfermo vuelto a sus fuerzas y a la salud. Me expliqué para hacer comprender las delicias de la reconciliación, mas escuchad el verdadero sentido de mis palabras».

«El destino del hombre lo llama a numerosos trabajos y su libertad se opera lentamente por medio de las alianzas de su espíritu y de la expansión de sus facultades».

«En la vida carnal ese destino y esa libertad aparecen ahora débiles, pero volverán corporalmente más fuertes y desembarazados de los terrores imaginarios del espíritu. La espera se ve a menudo alargada por la pereza y la emancipación por el amor sensual».

«La justicia Divina deja al hombre el libre empleo de sus fuerzas pero si él abusa de ello para empobrecer su alma, le hace sufrir el peso del fardo de sus miserias y de sus dolores, después de habérselo soliviado por un momento».

«En un estado más avanzado del espíritu humano, hay espíritus que pueden permanecer inactivos, debido a alianzas perniciosas o a debilidades morales en el cumplimiento de una elevada tarea. He ahí los justos de que quise hablar».

«En medio de la degradante humillación de la naturaleza humana, un espíritu puede volverse repentinamente heroico en la justipreciación de los dones de Dios. He ahí el hijo pródigo».

«Ha merecido el bien de Dios el que se levanta con coraje, el que desarraiga el árbol viejo y lo echa al fuego, el que lava su puesto para que nada se note en él del pasado, el que desde el fondo del abismo sale a la luz del Sol en el pleno dominio de su voluntad y mediante sus esfuerzos».

«El Festín, el Cielo, es la festiva acogida que se le hace al pecador arrepentido a su llegada entre los espíritus del Señor. El árbol desarraigado es el pecado, el puesto lavado es el corazón que estaba manchado; el abismo es la muerte del alma, como la luz es su resurrección».

Continuará….