27 de octubre de 2010

MADRE MARÍA – FELICITANDO POR LOS GRUPOS DE AMOR E INCITANDO PARA QUE ALGUIEN SE PONGA A TRADUCIR Y DIVULGAR EN INGLÉS

Alexiis, 27 de octubre, 2010

Con impresionante vigor vino la MADRE MARÍA para felicitar por la formación de los Grupos-Círculo AMOR, por su difusión y al mismo tiempo incitando a que alguien se haga cargo de traducirlo y divulgarlo en inglés, para así poder aumentar el caudal de integrantes.

Sinceramente tuve que preguntarle a la Madre si ella quería que yo lo haga, pero me insistió en que yo tengo que seguir haciendo lo que actualmente hago.

El audio es el siguiente y excepcionalmente la transcripción del texto la subiré a todos mis blogs para ver si encontramos una respuesta al pedido de la Madre.

http://www.megaupload.com/?d=06T0QLDF

Con todo amor, Alexiis

http://alexiis-vozdelaluz.blogspot.com

http://escritores-canalizadores.blogspot.com

http://alexiis-metafisica.blogspot.com

http://wayran.blogspot.com

http://traduccionesdeinteres.blogspot.com

http://anitrad.blogspot.com

25 de octubre de 2010

TRABAJO MANCOMUNADO CON LOS MAESTROS DE LA LUZ

Alexiis, 25 de octubre, 2010

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Queridos amigos y compañeros de senda:

El 20 de julio de este año los Maestros que figuran en este cuadro, siendo su principal guía el amado Yeshua, como yo lo llamo, le ha encargado a Sorem Bernardo el formar

GRUPOS-CÍRCULOS

PARA AYUDAR A GAIA Y A LA HUMANIDAD

Esto ha sido compartido con ustedes ya que he reenviado la canalización de Sorem de su guía Oxalc y de Yeshua, y así también he estado reenviando varios mensajes más.

Me he ofrecido en su momento para participar en la formación de los Grupos-Círculos y mediante una canalización mía del 10 de septiembre, he recibido la confirmación de Yeshua en cuanto a mi participación en este emprendimiento.

La idea original había sido formar 12 grupos de 12 personas cada uno, pero tengo que confesar que no he sido capaz de lograr esto aquí en Bariloche, motivo por el cual me he puesto en contacto con todos ustedes, mis queridos lectores, esperando poder llegar al Nº 12 requerido para formar un grupo, habiéndome asignado Sorem el GRUPO “AMOR” .

Todo esto es historia vieja se podría decir, pero les escribo hoy para relatarles un poco lo que ha sucedido en el tiempo transcurrido.

En lugar de encontrar a 6 o 7 personas que me hacían falta para integrar el Grupo AMOR, tengo que manifestarles lo increíble que ha sucedido.

Hoy en día contamos con 25 GRUPOS-CÍRCULOS “AMOR”, poniéndole primero los números Amor 1, 2, etc. Pero ahora esto ya no alcanzó y tuvimos que poner los nombres combinados, comentándoles que hoy estoy armando el grupo “AMOR Y LIBERTAD” Nº 2.

O sea, un cálculo simple es 25 grupos de 12 personas cada uno, es igual a 300 integrantes. Simplemente maravilloso, pero ahora viene el cálculo matemático que es lo que nos impulsa a seguir adelante. Una amiga entendida en matemáticas hizo el siguiente cálculo en un momento en que solamente éramos 21 grupos. Les copio el cálculo recibido porque yo no soy capaz de realizarlo fidedignamente:

Si somos 21 grupos de 12, la operación se hace de la siguiente manera, con el siguiente resultado que me ha dejado muy conmovido el corazón, por la magnitud de lo que estamos haciendo, "Si con nuestra pura y poderosa intención, hacemos el esfuerzo de reunirnos cada día, si no físicamente, a través de nuestro Yo Superior, pidiéndole desde nuestro corazón que vaya a reunirse con todos los de nuestro grupo y con todos los demás grupos que estamos haciendo éste maravilloso trabajo.

Si sólo se sienta a meditar UNO, da el siguiente resultado:

1 x 1 = 1

1 x 1 = 1

1 x 1 = 1

1 x 1 = 1 ¡¡¡ Siempre será uno!!!

Con razón Yeshua siempre pone el ejemplo, no con uno, sino iniciando con el 2 que da el siguiente resultado:

2 x 2 = 4

4 x 4 = 16

16 x 4 = 64

64 x 4 = 256 ¡¡¡Qué gran diferencia!!!.... ¡¡¡Pero la más asombrosa y emocionante es la siguiente!!! :

Al día de hoy somos ya 21 GRUPOS-CÍRCULOS-AMOR de 12:

21 x 12 = 252

252 x 252 = 63.504

63.504 x 252 = 16'003.008

16'003.008 x 252 = 4'032'758.016.....

¡¡¡ ¿Te imaginas la fiesta en el cielo?!!!!...... ¡¡¡más de 4 billones...!!! ¡¡¡Impresionante!!!

¡¡¡Alexiis... es como si en un momento dado, estuviéramos meditando y ayudando a la Madre Tierra, a la Humanidad y a toda la Creación, MAS DE CUATRO BILLONES DE ÁNGELES DISFRAZADOS DE HUMANOS, REALIZANDO EL SERVICIO EN ÉSTA AMOROSA MADRE TIERRA!!!! ...¡¡¡ ES IMPRESIONANTE LA GENEROSIDAD DE DIOS...QUE A 21 GRUPOS DE 12 MIEMBROS = 252, LOS CONVIERTE EN MÁS DE CUATRO BILLONES!!!...

Creo que mediante esta matemática cada uno se dará cuenta de cuán importante es seguir creciendo y creciendo como grupos. No importa el enorme trabajo que esto representa para Sorem y para mí, ambos estamos conscientes de la hermosa misión que nos ha sido encomendada, no solo por un Maestro, sino por doce Maestros de la Luz, y les comento sinceramente que viendo el éxito que nosotros como humanos estamos consiguiendo, cada vez hay más y más Maestros que se unen al Círculo.

Sentí el impulso, la necesidad, la inducción, como quieran llamarlo de ponerme nuevamente en contacto con todos ustedes para informarles de lo que todos, absolutamente todos somos capaces de hacer.

Tenemos integrantes de todo el mundo, de lugares tan distantes como India, Alemania, etc., el único freno es que por una vez todo este movimiento se está realizando en idioma español, aunque por supuesto tenemos muchos integrantes de Brasil, Portugal, etc., que comprenden nuestro idioma.

Estoy segura que si esto sería traducido y transmitido en inglés, también contaríamos con una gran cantidad de hermanos que quieran participar, pero sinceramente no dispongo del tiempo como para encarar esto, así que si alguien se ofrece para hacerlo y difundirlo, más que encantados.

A los que tengan ganas de participar en esta gran aventura les pido que me hagan llegar sus nombres, mails, lugares de residencia y una foto, ya que Sorem se ocupa de hacer un cuadro de fotos para cada grupo individual.

A todos los interesados les enviaré enseguida el material que se ha compartido ahora y les daré el nombre del grupo que integrarán.

Sorem es el que se ocupa de recibir las canalizaciones, el armado de las fotos y un largo etcétera en cuanto a la faz organizativa. Yo soy la que maneja la parte nombres, y todo lo demás.

Así que sinceramente espero que nuevamente haya hermanos/as que tengan ganas de participar y que me escriban a las siguientes direcciones

alexiis@speedy.com.ar

wayran@gmail.com

Con todo amor y agradecimiento por la confianza que nos tienen, me despido. Alexiis

24 de octubre de 2010

EMOCIONES DESTRUCTIVAS – Parte XVII - DANIEL GOLEMAN

Los efectos cerebrales de la compasión

Francisco Varela reorientó nuevamente el debate hacia la visión de la neurociencia esbozada el día anterior por Richard Davidson.

–Existe una faceta muy interesante de la práctica de la compasión en la que uno se pone en el lugar de los demás utilizando la imaginación para evocar una emoción que, al comienzo, tal vez resulte un tanto artificial, pero que, finalmente, acaba tomándose muy familiar. Cada vez hay más pruebas de que la percepción y la imaginación son dos funciones mentales estrechamente relacionadas. Por supuesto, podemos diferenciarlas, pero existe un gran solapamiento entre la imagen mental y la percepción de una determinada situación.

En consecuencia, uno puede aprender a utilizar la imaginación para modificar su propio funcionamiento fisiológico. Y esto es algo que se asienta en los recientes descubrimientos realizados por la neurociencia que evidencian la plasticidad del sistema nervioso. Veamos un solo ejemplo: Recientemente, los entrenadores deportivos han desarrollado técnicas para el adiestramiento estival de los esquiadores haciéndoles imaginar que están descendiendo una pendiente. Se trata de un método que tiene resultados muy concretos ya que, cuando finalmente se ponen los esquís, queda pa–tente la mejora de su desempeño. Y lo mismo ocurre también con el cultivo de la compasión.

–¿No pone acaso esa eficacia de relieve –sugerí entonces– la presencia de un cambio neuronal? Neurológicamente hablando, el ejercicio sostenido acaba estableciendo un hábito que modifica el sistema de circuitos cerebrales hasta conseguir que el objetivo deseado –la ecuanimidad o la compasión, por ejemplo– acabe convirtiéndose en una realidad. Y, sabiendo que su investigación era, en este sentido, sumamente relevante, pregunté directamente a Richie: ¿Es así como funciona?

–Sr –respondió Richie–. Los comentarios realizados por Matthieu al respecto el otro día fueron muy claros. Cuando emprendemos este tipo de práctica estamos generando un estado provisional de compasión u otras emociones positivas, pero la práctica sostenida acaba convirtiéndolo en un estado de ánimo y hasta en un temperamento, en cuyo momento queda pa–tente que la modificación de una parte de nuestro cerebro ha terminado convirtiéndose en un estado relativamente permanente.

Francisco citó, entonces, el descubrimiento de que el entrenamiento musical amplía ciertas regiones cerebrales o, dicho en otras palabras, que practicar con el violín aumenta tanto el número como la conectividad de las células implicadas en el desempeño musical.' Y ese comentario alentó a Richie a exponer al Dalai Lama un estudio sobre los taxistas de Londres que. Acababa de ser publicado en la prestigiosa revista Nature.'

–La reciente investigación ha puesto de relieve que las regiones cerebrales responsables de la orientación espacial de los taxistas se vieron claramente fortalecidas tras los primeros seis meses de conducción por las calles de Londres.

El Dalai Lama recordó, entonces, algunos textos budistas tradicionales que describen los estadios progresivos del dominio de la práctica meditativa que tenían que ver con este tipo de explicaciones. Todo empieza con la comprensión intelectual superficial de las palabras y de su significado, por ejemplo, la compasión. La reflexión sostenida permite que esa comprensión vaya profundizándose hasta que la persona acaba dominando intelectualmente el concepto y pueda aplicarlo con éxito a través del ejercicio meditativo. Es posible pues que, al comienzo, la evocación de la compasión exija un esfuerzo deliberado y se experimente como algo un tanto artificial, pero, en la medida en que la práctica va madurando, la compasión acaba brotando de manera natural y espontánea sin necesidad de realizar esfuerzo alguno.

Estos estadios son los estadios de la comprensión o sabiduría derivados de la escucha, la reflexión y la meditación –concluyó.

–Esa familiarización y falta de esfuerzo –señaló entonces Francisco al Dalai Lama ponen también de manifiesto que nuestro cuerpo ha experimentado una auténtica transformación neurológica, una transformación que nos ha convertido en personas diferentes. Así es como la familiaridad acaba provocando cambios permanentes en la estructura de nuestro cerebro.

–La tradición budista –añadió entonces Jinpa ilustra esta familiarización con la metáfora del agua vertida en agua que luego resulta imposible de separar.

El cultivo de la amabilidad

–Mark ha señalado un punto que me parece muy importante –comenté–, y es que el primer aprendizaje es el más sencillo, mientras que el aprendizaje posterior –el reaprendizaje requiere un esfuerzo mucho mayor. ¿Es posible enseñar a los niños a establecer por vez primera estas pautas de conexión neuronal? Tal vez, Mark pudiera comentarnos la interacción que existe entre este tipo de aprendizaje temprano y el desarrollo de las regiones cerebrales implicadas en la regulación de la emoción de las que nos habló Richie. Me refiero, claro está, a la región prefrontal, la amígdala y el hipocampo que, como usted ha dicho, son las más sensibles al aprendizaje y la experiencia.

–Son muchas –comenzó Mark– las investigaciones realizadas sobre el desarrollo del lóbulo frontal durante la infancia temprana e intermedia. Todavía no entendemos muy bien los resultados de esos experimentos, pero ocurre aquí lo mismo que sucede cuando empiezan a desarrollarse en el cerebro el autocontrol y el uso del lenguaje para hablar con uno mismo. Es entonces cuando se ponen en marcha todos estos mecanismos cerebrales.

Veamos algún ejemplo. Anoche recibí un correo electrónico enviado por una maestra con quien hemos empezado a trabajar en la adaptación de nuestros métodos en niños de entre tres años y medio y cuatro años. La maestra, que trabaja con niños pobres en un programa de Head Start, acaba de enseñarles el cuento de la tortuga. Según me dijo, la semana pasada visitó el hogar de tres de ellos, y, sin excepción alguna, todos los padres le dijeron que sus hijos hacían espontáneamente la tortuga en casa, como si se tratara de algo natural. -Una de las madres llegó incluso a decirle que, cierto día en el que estaba muy nerviosa, su hija de tres años y medio le propuso "que hiciera la tortuga"!

Me parecen muy adecuados tus comentarios, Dan, y creo que tiene mucho que ver con lo que ha nos explicado Matthieu acerca del cultivo de la amabilidad. Según dijo, la cultura tibetana se preocupa mucho por no matar ni siquiera una mosca algo que, francamente, no es muy habitual en Estados Unidos.

–Hace sólo unos instantes, Su Santidad nos ha hecho una demostración palpable de esa actitud –dije entonces, refiriéndome a una situación en la que había estado implicado el Dalai Lama que ilustraba perfectamente la compasión espontánea. El caso es que, durante su intervención, advirtió que un insecto diminuto estaba reptando por el brazo de su silla. Entonces hizo una pausa, se inclinó para mirarlo, lo apartó amablemente de un golpecito con un pliegue de su ropa y luego se inclinó para ver dónde había caído. Al advertir que todavía estaba en la silla, lo cogió con delicadeza, mientras Thupten Jinpa seguía traduciendo sus palabras, y se lo pasó al joven monje que estaba junto a él, quien lo sacó al jardín y lo liberó.

–Temía –explicó entonces el Dalai Lama, con su característica sonrisa aplastarlo inadvertidamente y acumular así un karma negativo innecesario. El insecto tenía una pata rota y no parecía hallarse en muy buen estado, de modo que me ocupé de que no sufriera ningún daño. -Pero hoy estoy de buen humor porque, en caso contrario...! –bromeó, dando una palmada sobre el brazo de su silla como si aplastara al insecto, despertando la risa alborozada de todos los presentes.

–Creo que fue Owen –seguí– quien dijo que, cuando la gente está de buen humor, es más altruista. Usted nos acaba de hacer una demostración práctica –y entonces fue Su Santidad quien se rió.

–Cuando esa actitud se convierte en un temperamento uno está siempre de buen humor –añadió Richie.

–¿Cómo podríamos, pues –pregunté–, educar a los niños para que siempre estén de buen humor y se comporten como lo ha hecho Su Santidad?

–En ocasiones –dijo entonces Mark–, cuento a los maestros una historia sobre dos hermanos, uno de los cuales siempre estaba contento, mientras que el otro no lo estaba nunca. Una mañana de Navidad, ambos recibieron sus regalos y se fueron a jugar con ellos a su habitación. El que nunca estaba satisfecho tenía un ordenador nuevo, un montón de juegos y un pequeño robot, pero cuando su padre le preguntó si estaba contento, respondió: " No. Ahora despertaré los celos de los demás niños, las pilas se agotarán y tendré que comprar otras nuevas, etcétera".

El otro, que únicamente había recibido estiércol de caballos, jugaba alegremente y, cuando su padre le preguntó: "¿Por qué estás tan contento?", respondió: "-Porque en algún lugar debe haber un caballo!" Es muy interesante –concluyó Mark– que los niños desarrollen una actitud positiva y optimista, una actitud, por otra parte, muy importante para el budismo.

Contrarrestando la crueldad

–El primer acto de crueldad –dijo entonces Paul, dirigiendo nuestra atención hacia el aprendizaje de las conductas negativas es el más difícil. Pero la acumulación de actos crueles acaba modificando el funcionamiento cerebral y convirtiéndose en un temperamento. A partir de ese momento, uno se comporta cruelmente sin reserva ni remordimiento alguno. Y, lamentablemente, ello ocurre más veces de las que sería deseable.

¿Qué podemos hacer cuando nos encontramos con alguien que ya se ha instalado en la crueldad y no duda en utilizarla contra usted o contra cualquier otra persona? ¿Cómo podríamos alejar a esa persona de la crueldad?

–Eso depende del contexto –respondió el Dalai Lama. En cualquier situación concreta uno tiene que preguntarse si puede hacer algo o no. Lo primero que debería tener en cuenta –teóricamente al menos es si cree que existe alguna posibilidad de utilizar medios pacíficos. En tal caso, por ejemplo, podría apelar a la razón para disuadir a esa persona.

Permítanme que vuelva a ponerme, por un momento, en la perspectiva budista. Existen cuatro formas de actividad iluminada en las que puede implicarse un bodhisattva. La primera de ellas es la pacificación, en la que usted trata de calmar una determinada situación apelando a la palabra, la razón, la amabilidad, etcétera. En el caso de que esa alternativa no funcione, habría que recurrir a la segunda opción, que es un poco más fuerte y consiste en darle algo a la persona –un conocimiento o algo tangible que provoque una cierta expansión y sirva para encauzar nuevamente las cosas.

Si esa alternativa tampoco funciona, podemos entonces pasar a la tercera opción, que implica el uso del dominio o del poder para doblegar a una persona, un grupo, un país, etcétera. Y, en las situaciones en las que ni siquiera esto es posible, puede apelarse incluso a la violencia. Uno de los cuarenta y seis preceptos secundarios del bodhisattva le compromete a recurrir incluso, cuando la situación así lo exija, al uso de la fuerza movilizada por el altruismo. Existe, pues, un tipo de compasión airada que puede ser violenta y que, teóricamente hablando, es permisible si se deriva de la compasión.

En la práctica, sin embargo, ese tipo de acción es muy difícil y sólo está justificada cuando no existe otro modo de transformar la conducta de la persona cruel. No deberíamos olvidar que la violencia genera más violencia y que, una vez que incurrimos en ella, es fácil que las cosas se nos escapen de las manos. Es mucho más recomendable esperar y ver qué es lo que ocurre. Tal vez, en esas circunstancias, baste con una plegaria o con un mantra y, si nada de ello funciona, quizás debamos incluso alzar la voz –agregó con una sonrisa.

Éstas son las alternativas de que dispone el bodhisatva que todavía está en el camino y tiene que recurrir al ensayo y al error, sin conocer exactamente de antemano lo que más conviene a cada situación. Los budas, sin embargo, no tienen que moverse a través el ensayo y del error porque saben de manera inmediata y cierta lo que deben hacer. Pero ninguno de nosotros –advirtió– ha alcanzado todavía ese nivel y aún estamos muy lejos del "camino del bodhisattva.

–¿Acaso –preguntó Paul resulta la crueldad más difícil para alguien que emana bondad?

–Así es, hablando al menos en un sentido muy general –respondió el Dalai Lama. Con cierta frecuencia cito una frase del Bodhicaryavatam, según la cual es mucho más sencillo el cultivo de la generosidad que el de la paciencia o el de la tolerancia. A fin de cuentas, todos disponemos de muchas más ocasiones de demostrar nuestra generosidad (porque todo el mundo está dispuesto a aceptar nuestros regalos) que de ejercitar la paciencia y la tolerancia (que sólo pueden ser cultivadas cuando tropezamos con la adversidad, con un enemigo y con la crueldad).

El autor de ese libro, Shantideva, se alienta a sí mismo y a sus lectores diciendo algo así como que, cuando advirtamos la presencia de alguna crueldad, deberíamos responder con fiero (el gozo de afrontar un reto), porque nos brinda la oportunidad de cultivar la paciencia, una oportunidad que, como ya hemos dicho, no es muy frecuente. Cuando usted no inflige daño a los demás, es menos probable que se inflija daño a sí mismo y, cuanto más se halle en este camino, menos serán sus enemigos.

–Cierto día –intervino entonces el venerable Kusalacitto, comentando una historia procedente de los sutras pali, el Buda se encontró con un domador de caballos y le preguntó: "¿Cómo enseñas a los caballos?"

–Yo divido a los caballos en tres tipos –respondió el domador. Los del primer tipo son los que más rápidamente aprenden, son caballos que se ponen a correr con sólo enseñarles el látigo. Los caballos del segundo tipo, por el contrario, sólo corren cuando prueban varias veces el sabor del látigo. Los caballos del tercer tipo son los más difíciles porque, por más que los fustigue, siguen tumbados sin inmutarse.

–"¿Y qué es lo que hace con estos últimos?" –Preguntó entonces el Buda, a lo que el domador respondió–: "Con ellos no merece la pena perder el tiempo".

El Buda concluyó esa historia diciendo que lo mismo sucede con los seres humanos. Hay personas que pueden ser entrenadas y otras que no, y que sólo es posible ayudar a aquellas a quienes su karma previo lo permite.

Richie Davidson señaló, entonces, ciertos estudios que parecen sugerir la posibilidad de ayudar incluso a algunos casos aparentemente deshauciados, como el de los psicópatas criminales:

–En Estados Unidos se han llevado a cabo varios estudios científicos con psicópatas encarcelados por actos de extrema crueldad. Los psicópatas se caracterizan por centrar tanto su atención en las cosas que desean –en el objeto de su deseo que son incapaces de reparar en las consecuencias negativas de sus actos.

Pero la investigación de la que estoy hablando ha puesto de relieve que, si se les enseña a desarrollar la paciencia y a hacer una pausa, pueden cobrar conciencia de las posibles consecuencias negativas de sus actos y experimentar una franca mejoría. Y las pruebas realizadas a este respecto con convictos de asesinato evidencian que esa mejora no exige mucho tiempo. Todo ello sugiere la posible existencia de métodos que todavía no hemos experimentado sistemáticamente, pero que valdría la pena intentar, aun en poblaciones tan embrutecidas y difíciles como las que hemos comentado.

Los antídotos de la crueldad: la empatía y la serenidad amorosa

Matthieu volvió, entonces, a la pregunta de Paul acerca del mejor modo de relacionarse con la persona cruel y dijo:

–Uno necesita dos manos para aplaudir y también son necesarios dos contrincantes para pelearse. Si uno no quiere, es imposible luchar con él. Ya sé que resulta difícil juzgar en libros y biografías, pero existen muchas historias de meditadores y ermitaños del Tíbet que se encontraron con bandidos y hasta con animales salvajes. Parece que, cuando un bandido se encuentra con alguien muy sereno y amable, su agresividad acaba apaciguándose, como cuando echamos agua fría en un recipiente de agua hirviente. Existen muchas historias de este tipo y no todas ellas deben de ser meras patrañas.

–¿Acaso su trabajo le ha sugerido la existencia –preguntó Jeanne Tsai a Paul de expresiones faciales o posturas corporales capaces de desarmar a una persona agresiva?

Después de reflexionar unos instantes, Paul comentó que no recordaba nada parecido.

–Creo –dijo que las personas crueles no son sensibles al sufrimiento ni al miedo de los demás, como si los despersonalizasen. Se trataría, por tanto, de hacerles sentir que están tratando con seres humanos. Tengamos en cuenta que quienes se comportan cruelmente dicen no percibir el dolor de los demás. Pero lo más sorprendente es que, por otro lado, hasta pueden llegar a ser buenos padres de familia. Así pues, la plasticidad cerebral también tiene un aspecto negativo, porque uno puede acabar aprendiendo a no considerar a las personas como tales.

–La investigación realizada con torturadores de regímenes dictatoriales de Latinoamérica y Grecia –señalé entonces, recordando ciertos estudios ha puesto de relieve que los verdugos tuvieron que atravesar un largo y metódico proceso de adoctrinamiento. Ese proceso empieza despojando a sus víctimas de cualquier cualidad humana y considerándolas como la encarnación misma del mal. El primer paso, pues, consiste en insensibilizarse hasta el punto de no considerar a la otra persona como un ser humano –o, como señaló Paul–, en despersonalizarlos. Luego incurren en actos que, al comienzo, resultan muy desagradables, pero cuya repetición acaba insensibilizándoles. Y, obviamente, ese proceso no deja de tener sus correlatos cerebrales.

–Todos ustedes –retomó Matthieu, desde otra perspectiva conocen la historia de los niños soldados de África que se ven obligados a asesinar a alguien para romper su resistencia al ejercicio de la violencia. También habrán oído historias de personas normales y corrientes que se vieron obligadas a trabajar en campos de concentración. Muchos de ellos dijeron que, los primeros días, no dejaron de llorar, pero que, al cabo de pocas semanas, acabaron anestesiándose ante el sufrimiento ajeno.

–También podemos mencionar la historia –señalé, ilustrando el camino que conduce desde la falta de empatía hasta la crueldad del hombre encarcelado en una prisión de California por haber matado a sus abuelos, a su madre y a cinco chicas que estudiaban en la University of California. Cuando, en cierta ocasión, mi cuñado le entrevistó para un proyecto de investigación y le preguntó: "¿Cómo pudo usted hacer eso? ¿No sintió acaso compasión por sus víctimas?", respondió con completa indiferencia: "Por supuesto que no. ¿Cree usted que, de haber percibido su sufrimiento, hubiera podido cometer semejante barbaridad". La clave, pues, de su crueldad parecía residir en no sentir nada por sus víctimas.

–Yo creo –concluí que la enseñanza temprana de la empatía es muy importante para el programa del que estamos hablando, aunque sólo sea como una vacuna para impedir la emergencia de la crueldad en etapas posteriores de la vida.

El Dalai Lama centró, entonces, su atención en el cultivo de la empatía. Su respuesta echó luz sobre una de las razones por las que solía expandir el debate hasta incluir a los animales y que le llevaron a ser tan solícito con el pequeño insecto que había descubierto en su silla.

–Una forma de desarrollar la empatía –comentó– consiste en prestar atención a pequeños seres sensibles como las hormigas y los insectos. Debemos reconocer que ellos también desean encontrar la felicidad, experimentar el placer y liberarse del sufrimiento. Convendría, pues, empezar prestando atención a los insectos y sentir empatía por ellos, pasar luego a los reptiles e ir así incluyendo sucesivamente al resto de los animales, hasta llegar a englobar a los seres humanos, Quienes se niegan a reconocer que hasta los insectos tratan de alcanzar el placer y evitar el dolor suelen también desentenderse y mostrarse indiferentes ante el sufrimiento de un pájaro, de un perro y hasta de un ser humano. Esa insensibilidad nos lleva a desdeñar el dolor de los demás y a preocuparnos exclusivamente por lo que nos daña a nosotros.

La sensibilidad al dolor y al sufrimiento de los animales –prosiguió el Dalai Lama depura nuestra sensibilidad y desarrolla nuestra empatía hacia los seres humanos. Cierta expresión budista afirma que todos los seres han sido "nuestras madres". Es importante, pues, el modo en que nos relacionamos con los demás seres vivos. –Y todo eso tiene mucho que ver –terció Mark– con los problemas que aquejan a Occidente. En el pueblo donde habito, por ejemplo, la escuela cierra el primer día que se levanta la veda para que todo el mundo –incluidos los niños pueda ir de caza. Las ideas, por tanto, que estamos exponiendo, tropezarían con la oposición directa de cerca del 40 por ciento de los varones de la zona rural en la que vivo.

–Y lo mismo podríamos decir de la pesca –añadió el Dalai Lama.

–Me pregunto cuál podrá ser el mejor modo de abordar este conflicto de valores –subrayó Mark.

–Resulta casi inconcebible –comentó el Dalai Lama pensar que, en algún momento, pueda prohibirse la caza deportiva –o la pesca en todo el mundo.

Owen volvió, entonces, a mi pregunta inicial sobre el cultivo de las emociones positivas y dijo:

–Hoy estoy más convencido de lo que lo estaba el primer día, cuando hablamos de ética con Su Santidad. Las emociones constituyen una pequeña pieza del rompecabezas que contribuye a convertirnos en buenas personas, llevar una vida digna y educar niños compasivos, amables y no violentos. En este sentido, el trabajo que Mark nos ha presentado me parece de capital importancia. Hemos hablado de plasticidad y del modo en que podemos enseñar a las personas adultas como nosotros a cambiar, y todos hemos coincidido en que no resulta nada sencillo. Cierto refrán inglés afirma que no es posible enseñar nuevos trucos a un perro viejo, pero no creo que sea literalmente cierto. En cualquiera de los casos, sin embargo, me parece muy prometedor el tipo de intervención mencionada por Mark.

He elaborado una lista de algunas de las principales virtudes y estados mentales sanos, entre las que cabe destacar la rectitud (o justicia), el amor (o caridad), la paciencia, la compasión, la generosidad, la gratitud, la tolerancia, el valor, la honradez y el conocimiento de uno mismo. También hay que tener en cuenta principios como el que afirma que uno debe tratar a los demás como quiere ser tratado y reconocer que cualquier ser humano vale tanto como uno mismo. Las cosas de las que Mark ha estado hablándonos esta mañana permiten que hasta los más jóvenes puedan disfrutar de una vida más positiva. De algún modo, aquí estamos tratando con la filosofía de la moral y aspiramos a promover una ética secular.

El Dalai Lama asintió con la cabeza pero, aun así –como más tarde me dijo– sentía una cierta reserva a esbozar propuestas en términos morales, porque son muchas las personas que desconfían de todo lo que despierte resonancias morales. Es cierto que algunas personas se sienten atraídas por ese tipo de cuestiones, pero no lo es menos que se trata de un grupo muy reducido, y de que la inmensa mayoría desdeña todas esas cuestiones como un lujo y una molestia innecesaria. Y es que esforzarse en ser una persona íntegra no parece tan atractivo como, pongamos por caso, invertir el mismo esfuerzo en convertirse en una persona sana.

Sería mucho más adecuado, por tanto, formular nuestras propuestas en términos de necesidad, puesto que nadie se niega a estar sano o feliz. La causa de que muchas personas se hayan orientado hacia el yoga no se asienta tanto en sus beneficios espirituales, como en sus efectos positivos sobre la salud. Por ello, que deberíamos esbozar nuestro programa de cultivo de las emociones positivas en términos de salud y de felicidad.

No convendría, por tanto, mencionar principios morales, éticos o religiosos, sino que deberíamos ofrecer evidencias y análisis científicos de los mejores modos de cultivar las emociones positivas y disminuir el efecto de las destructivas. El Dalai Lama quería evitar que nuestro análisis tuviera un sesgo manifiestamente budista que restringiese su aplicabilidad. Su objetivo aspira a llegar al mayor número posible de personas, ya que todos nos hallamos igualmente a merced de las emociones destructivas y todos, en consecuencia, necesitamos cobrar más conciencia de ellas.

Owen dirigió de nuevo el foco de atención de nuestro diálogo hacia uno de los hallazgos señalados en la presentación de Jeanne Tsai, en concreto, hacia los datos que corroboran la desproporcionada sensación de autoestima de la que suelen hacer gala las culturas individualistas. Entonces dijo:

–Quisiera presentar ciertos datos algo inquietantes sobre el individualismo típicamente occidental. La filosofía mantiene una polémica histórica en torno a la relación que existe entre la virtud y la felicidad, y yo mismo dije el primer día que todos parecían coincidir en que la persona virtuosa es la persona feliz, o, por decirlo de otro modo, que la auténtica felicidad es la que dimana de la virtud.

Promocionar la salud mental supone una aportación muy interesante a esta secular polémica. Tengamos en cuenta que ninguno de los múltiples y variados criterios utilizados por los psicólogos y psiquiatras para determinar la salud mental presta la menor atención a la bondad. Por el contrario, uno de los rasgos distintivos de la salud mental en los que todos parecen coincidir es la comprensión adecuada de uno mismo y del mundo. Dicho en otras palabras, pues, Occidente define a la persona mentalmente sana como aquella que no está sujeta al engaño, es decir, la persona que ve las cosas tal cual son.

Pero resulta que los estudios realizados con estadounidenses ponen de relieve que quienes obtienen una puntuación más elevada en los cuestionarios para determinar el grado de felicidad y de respeto por los demás, son quienes más se autoengañan, es decir, quienes incurren en lo que suele llamarse "ilusiones positivas" y, en consecuencia, existen serias dudas de que las cosas les vayan tan bien como dicen. Son muchos los estadounidenses, por ejemplo, que creen que lo que piensan ellos y sus seres queridos es mucho mejor que lo que piensan los demás, como si fueran más inteligentes. Por esta razón, que tienden a valorar más positivamente su desempeño –al interpretar una determinada pieza musical o al pronunciar una conferencia, por ejemplo que el de los demás.

–Tal vez, los europeos no estarían muy de acuerdo con este punto –dijo entonces el Dalai Lama, riéndose quedamente.

–Excepto en Francia –puntualizó Richie, siguiendo con la broma. –Ésa es la opinión –replicó rápidamente Francisco que tienen muchos europeos de Estados Unidos.

–Pero le contaré un par de descubrimientos más –continuó Owen con una seriedad que no hizo sino provocar más risas– puestos de relieve por varias investigaciones realizadas en Estados Unidos. Supongamos que Richie, Paul, Francisco y yo escribimos un artículo juntos y que, cuando finalmente se publica, todos nos felicitamos y coincidimos en que nuestra participación fue equitativa. Pero resulta que, al cabo de seis meses, alguien le pregunta a Richie cuál fue su grado de colaboración, y él no tiene el menor reparo en afirmar que fue del 33 por ciento... y lo mismo sucedería si le preguntasen a Paul, a Francisco o a mí. Y es que, cuanto más tiempo transcurre, más egoísta parece tornarse nuestra percepción, de modo que, veinte años después, resulta que todos recordamos haber realizado el 75 por ciento del trabajo.

Pero –prosiguió Owen los americanos supuestamente felices y bien ajustados suelen incurrir también en otro tipo de errores. Supongamos que a una persona se le dice que la probabilidad de que la mujer americana padezca de cáncer de mama es de una entre nueve. A pesar de ello, sin embargo, cuando se le pregunta a cualquier americana moderadamente feliz la probabilidad de que contraiga cáncer de mama suele responder algo así como: "Muy baja"... y lo mismo ocurre con los accidentes de automóvil y cualquier otro tipo de enfermedades. Y es que, aun cuando conozcan intelectualmente cuáles son las tasas normales, ese tipo de personas subestima la probabilidad de padecer esas eventualidades. -Y también hay que decir que las estimaciones más realistas –al menos entre los estadounidenses – son las realizadas por las personas moderadamente deprimidas!

Como ha señalado esta mañana Jeanne –concluyó Owen en su presentación de los determinantes culturales del yo, la cultura de Estados Unidos exagera la importancia de la autoestima y nos impide ver las cosas tal cual son. En el encuentro que celebramos el pasado mes de diciembre, Jeanne me mostró los resultados de una reciente investigación llevada a cabo en Japón, según la cual los japoneses también se consideran los más felices y los más virtuosos, aunque sin incurrir en el desmesurado optimismo de los estadounidenses.

–El budismo –puntualizó entonces el Dalai Lama no considera la autoestima como una virtud ni como un bien absoluto. Desde nuestra perspectiva, las personas que poseen una autoestima desproporcionada son proclives a caer en la aflicción mental de la arrogancia, en cuyo caso recomendaría el uso de un antídoto para paliar esa inflación. Si, por el contrario, careciese de autoestima le invitaría a emprender algún tipo de meditación discursiva centrada en el inapreciable valor de la vida humana y de la naturaleza búdica, es decir, de la naturaleza esencialmente luminosa de su conciencia, lo que contribuye de manera muy positiva a aumentar la sensación de autoestima.

Como ya he dicho, la autoestima –prosiguió– no es un bien absoluto y, por tanto, uno debe desarrollarla en el grado justo y equilibrado. Porque hay que decir que el exceso de autoestima, por su parte, alienta expectativas desproporcionadas y nos torna más vulnerables a la desilusión y al desengaño. Es una cadena.

–También convendría puntualizar –señaló entonces Richie otra de las conclusiones de esa investigación; y es que, cuanto más positivas son las emociones implicadas, más probable es que el individuo caiga presa de la ilusión. Pero esta correlación no es perfecta y existe un pequeño porcentaje de personas que presentan una tasa elevada de emociones positivas sin incurrir, no obstante, en la ilusión. Creo que estas últimas son las que más podrian interesarnos, porque se trata de personas que evidencian un grado moderado de autoestima sin perder, por ello, la percepción clara de las cosas.

–Lo que realmente importa –dijo entonces Matthieu volviendo a la práctica espiritual tibetana– es el cultivo de la humildad. Si usted le pregunta a un gran erudito lo que sabe le dirá: «Yo no sé nada». Hay veces en que esta actitud genera situaciones un tanto chocantes como ocurrió, por ejemplo, durante una visita realizada por dos grandes eruditos del Tíbet a Khyentse Rinpoche, uno de los grandes maestros del siglo pasado, a su monasterio del Nepal. Cuando se le pidió a uno de ellos que impartiera alguna enseñanza, respondió: «Yo no sé nada» y luego, dando por descontada la humildad del otro, respondió: «Y éste tampoco».

Luego llegó el momento de la pausa para tomar el té que el Dalai Lama aprovechó para charlar con Mark, invitándole –a él o a alguno de sus colaboradores– a alguno de los encuentros que anualmente realizan en Dharamsala los maestros tibetanos para formarles en los métodos de aprendizaje emocional y social.

¿Qué es la salud?

Después de la pausa para el té, el clima entre los participantes se tomó más distendido, y los diálogos, que antes habían sido más formales y se habían dirigido fundamentalmente hacia el Dalai Lama, se vieron reemplaza–dos por una interacción más directa y espontánea.

–¿Cómo combinaría usted –comencé formulando una pregunta que alguien había esbozado durante la interrupción– lo que ha dicho Jeanne esta mañana con lo que luego nos ha comentado Mark? ¿Cuál cree usted que sería la manera más adecuada de aplicar todos estos descubrimientos al ámbito escolar o a las personas adultas de un modo que reconozcan y respeten las diferencias culturales? Mark ha señalado que, a los niños a los que se aplica este programa, se les dice que no hay que rechazar ninguna emoción pero parece que, desde la perspectiva budista, esto no es así, un ejemplo palpable, a mi juicio, de las diferencias interculturales que existen en la valoración de las emociones. ¿Qué deberíamos hacer, pues, para respetar todas estas diferencias?

–La verdad –respondió Mark– es que, por el momento, lo ignoro. La idea típicamente americana y europea de que conviene expresar las emociones, por ejemplo, puede ser muy válida en nuestra cultura, pero no necesariamente lo es en otras. Y es que debemos reconocer que, de algún modo, todos estos programas constituyen un paliativo artificial de la falta de armonía.

A pesar de ello creo que todo lo que hemos dicho esta mañana –la noción de autocontrol, la necesidad de cobrar conciencia de nuestros propios estados de ánimo y la importancia de la planificación y del uso de la inteligencia es de aplicación universal y que, en el caso de existir diferencias interculturales, serán tan sólo diferencias de matiz.

En PATHS, por ejemplo, un niño distinto asume cada día la tarea de ayudar al maestro, permaneciendo junto a él, ayudándole con la lección, sosteniendo las imágenes, etcétera. Al finalizar el día, ese niño recibe el agradecimiento por el trabajo realizado. En tal caso, el maestro puede decir algo así como: "Hoy me has ayudado mucho", "Has sido muy amable" o, simplemente, "Llevas unos zapatos muy bonitos". Luego el niño selecciona a un par de alumnos y también les elogia públicamente. Por último, todos esos cumplidos son anotados por escrito y remitidos a los padres para que éstos añadan algún que otro cumplido más.

Creo que ésta es una idea muy americana y que, en consecuencia, no puede trasplantarse sin más a las culturas orientales, porque no hay duda de que aumentan la sensación de importancia personal. Se trata de una práctica que hemos llevado a cabo en Holanda, Inglaterra y Estados Unidos con resultados muy positivos, puesto que entusiasma a los padres, quienes no dudan en colgar la carta en un lugar bien visible y dicen algo así como: "Por fin escucho algo positivo sobre mi hijo. Esto le hace tan feliz a él como a todos nosotros". Pero es muy posible que la misma idea resultase embarazosa, o incluso que provocase resultados contraproducentes, en otras culturas.

–Recuerdo que, en la ceremonia de graduación del instituto –dijo entonces Jeanne Tsai, ilustrando el caso con una anécdota personal, el director fue llamándonos uno a uno y enumerando nuestros talentos y logros, de modo que, cuando se hallaban en el escenario, todos mis amigos euroamericanos parecían resplandecer, sonriendo a la audiencia cuando el director señalaba que destacaban en matemáticas, o que pensaban ir a tal o cual universidad.

Cuando llegó mi turno y el director empezó a subrayar mis habilidades, yo permanecí con la mirada clavada en los pies. Me habían enseñado a ser humilde, y eso era lo que estaba haciendo. Entonces me di cuenta de que mis compañeros creerían que miraba hacia abajo porque estaba triste en lugar de orgullosa y, en ese momento, alcé la mirada y empecé a sonreír. Pero luego me dijeron que no habían entendido mi conducta, otro claro ejemplo de las diferencias interculturales.

El Dalai Lama se frotó entonces la cabeza y sonrió en silencio.

–En mi opinión –replicó Mark poniendo en perspectiva la noción de diferencias culturales, aunque se trate de diferencias meramente secundarias, haríamos bien en tenerlas en cuenta si queremos elaborar un programa de aplicación universal.

Como educador estadounidense, Mark se hallaba muy sensibilizado por las cuestiones ligadas a la diversidad cultural. Pero cuando tuvo que aplicar su programa a otras culturas –como Holanda o el Reino Unido, por ejemplo descubrió que muchas de ellas desaprobaban algunos métodos como "demasiado americanos" aduciendo que, en su cultura, no surtirían el mismo efecto. En tales casos, Mark les alentaba a adaptar los programas a sus respectivas culturas aunque, cuando volvía meses después, solía descubrir que estaban aplicándolos tal cual originalmente los había presentado y que, a pesar de ello, parecían surtir los mismos efectos, algo que le llevó a valorar positivamente la insistencia del Dalai Lama en que la universalidad de la experiencia humana no sólo tiene un sentido ético, sino también eminentemente práctico.

Alabanza, amabilidad y aprendizaje eficaz

En un aparte del diálogo, alguien sugirió a Mark la posibilidad –que hoy en día ha terminado integrándose en PATHS de que su programa no se centrase tanto en alabar cuestiones secundarias relativas al aspecto personal, por ejemplo, como en reconocer y honrar adecuadamente las conductas altruistas, es decir, las cosas que el niño pueda haber hecho para ayudar a los demás.

–Me parece una idea muy interesante –dijo y trataré de incluirla en el programa.

–La alabanza –sugirió entonces el Dalai Lama es un método muy eficaz para modificar algunas conductas. Para aumentar la confianza de los niños no conviene tanto señalarles los errores como decirles algo así como: "Eres muy inteligente y serás perfectamente capaz de corregir tal o cual cosa".

Este comentario sorprendió a Mark, que creía que el Dalai Lama desaprobaría los cumplidos como una forma de aumentar la importancia personal del niño, inflar su ego o, al menos, centrar demasiado la atención en sí mismo. Pero Mark descubrió que el Dalai Lama se daba perfecta cuenta de la necesidad de que los niños desarrollen una sana confianza en sí mismos y sientan también adecuadamente valorados sus esfuerzos.

–Cuando un domador trabaja con animales del circo, ya se trate de leones, de tigres y hasta de ballenas –prosiguió el Dalai Lama, subrayando la importancia del refuerzo positivo, no se apoyan tanto en el castigo como en el refuerzo positivo. La verdadera fortaleza de los seres humanos no es tanto física como mental, y, en consecuencia, el modo más adecuado de cambiar a las personas consiste en recurrir a la amabilidad. Así pues, la alabanza contribuye a que el niño se sienta feliz y entusiasta... aunque debo decirles que no tengo mucha experiencia en este sentido, porque ni siquiera he pasado un día entero con un niño -Es muy probable que, en tal caso, acabara tirándole de las orejas! –rió, imitando ese gesto.

–-Recuerde la tortuga! –aconsejé.

–Hay una expresión tibetana que dice: "Si estás enfadado, muérdete los nudillos" –bromeó de nuevo cruzando los brazos y "haciendo la tortuga".

–Son muchos los estudios científicos –añadió Richie que corroboran la eficacia del refuerzo positivo. Y es que la recompensa promueve la retención del aprendizaje mucho más que el castigo.

–Otro estudio realizado hace treinta años en esta misma línea –terció entonces Paul puso de relieve que, cuando la maestra sonríe mientras está en clase, los alumnos recuerdan mejor lo que dice que cuando no sonríe. Por ello, como Su Santidad ha dicho, el cultivo de la amabilidad debe producirse en un contexto igualmente amable. Creo que éste es otro dato de aplicación universal.

–Las emociones destructivas –añadí, refiriéndome a otra investigación parecen interferir con la capacidad de percibir y comprender la información, lo que explica que los niños perturbados presenten problemas de aprendizaje. Por esta razón, que la introducción de este tipo de programas en el ámbito escolar contribuye muy positivamente a que los educadores puedan desempeñar más eficazmente su misión. En este sentido, las evaluaciones realizadas con programas como el de Mark han demostrado que, al cabo de un año o dos, mejoran claramente el rendimiento académico de los alumnos.

Como posteriormente me dijo, este descubrimiento resultó muy interesante para el Dalai Lama. En su opinión, el aprendizaje debe servir para salvar la distancia que existe entre la percepción y la realidad. Tras esa visión filosófica se asienta la noción de que es nuestra ignorancia e incapacidad de percibir la realidad tal cual es la que impide el logro de nuestras aspiraciones. El conocimiento nos permite acercarnos a la realidad y resolver mejor nuestros problemas ya que, como llevábamos debatiendo varios días, muchas de las emociones destructivas obstaculizan nuestra percepción de la realidad. Precisamente por ello, el Dalai Lama consideraba muy positivo que la educación asumiera la idea de que la comprensión de la mente resulta esencial para cualquier proceso de aprendizaje.

Transformando nuestra agenda

Paul preguntó entonces a Mark por las perturbaciones que puede provocar en el hijo una mala relación con sus padres:

–¿Cuál es la eficacia que tienen estos programas con los hijos de padres deprimidos, o de padres que rehúyen el contacto físico, por ejemplo?

–Yo creo –respondió Mark– que éste es un problema de salud pública. Hay niños que poseen un largo historial de lesiones y problemas, cosa que no ocurre con los hijos de padres muy comprensivos, aun en este último caso –cuando no evidencian problemas de conducta, el programa sigue siendo útil, porque les ayuda a pensar más detenidamente en sus dificultades y a expresar sus emociones.

También debo decir que la evaluación realizada al respecto pone de manifiesto que quienes más se benefician no son los niños gravemente perturbados, sino los casos menos graves.

En este sentido, Mark señaló que, si bien los programas de aprendizaje emocional y social ayudan a los niños deprimidos, no suelen ser muy útiles para aquellos cuya conducta es muy descontrolada, ni para aquellos otros aquejados de graves problemas de salud mental que requieren una intervención mucho más individualizada. Tampoco parecen servir gran cosa para quienes presentan graves déficits atencionales (ya sea por daño orgánico o por síndrome alcohólico fetal), niños que tienen muchas dificultades para aprender de la experiencia. Pareciera, pues –resumió–, como si hubiese límites muy claros para lo que puede ofrecernos un modelo de salud pública.

Mark pasó, entonces, a tocar un tema de política educativa, la formación de los maestros:

–La formación de los maestros les obliga a superar cuatro años de estudios universitarios, pero lo más curioso es que, en ninguna parte del mundo, se les somete a un curso que gire en torno a los temas de los que hemos estado hablando. Es cierto que saben elaborar programas educativos, también lo es que suelen conocer la historia de la educación, que saben matemática y ciencias y que, en algunas ocasiones, saben incluso recompensar y castigar adecuadamente a los niños, pero, a pesar de ello, suelen ignorarlo todo sobre el desarrollo emocional. Los maestros, pues, no saben el modo de despertar la atención de los niños y de crear grupos armónicos. Si tuviera que subrayar la principal carencia de nuestro sistema educativo y, en consecuencia, el ámbito en el que nuestros programas pueden resultar más útiles, no dudaría en afirmar que tenemos que enseñarles todas estas cosas a los maestros antes de encomendarles la tarea de hacerse cargo de un aula.

–Esto me parece muy bien –dijo entonces el Dalai Lama porque, en tal caso, estaríamos realmente yendo a la fuente.

–Así es –dijo Mark– pero, aunque parece muy sencillo de aplicar, resulta muy difícil movilizar a las instituciones pedagógicas correspondientes para que incluyan estos temas en sus programas. No conozco ninguna universidad de Estados Unidos que enseñe a los maestros el desarrollo emocional y social de los niños antes de que puedan hacerse cargo de un aula. Y debo insistir en que ésta me parece una de las principales deficiencias de la política educativa.

Tanto en Estados Unidos como en muchos otros países del mundo desarrollado –dije entonces, abordando el tema desde otra perspectiva existe la creciente sensación de que hay algo que no funciona, especialmente en lo relativo al desarrollo infantil. Éste es otro motivo importante para introducir cambios en el sistema educativo. Hace un mes que un maestro de Littleton (Colorado) me pidió que fuera a hablar ante la asociación estatal de directores de escuela.

Yo había hablado con el Dalai Lama sobre el trágico incidente de la Columbine School de Littleton, donde un par de alumnos asesinaron a un profesor y a doce de sus compañeros, antes de acabar suicidándose de un tiro.

–Lamentablemente, sin embargo, este tipo de incidentes son cada vez más frecuentes, y, en consecuencia, los educadores están cada vez más predispuestos al cambio. Muchos de los programas de aprendizaje emocional y social se implantan con el objetivo de prevenir la violencia, pero, como usted señala, si queremos educar emocionalmente a los niños, debemos hacerlo en un clima amable, de modo que es imprescindible que los maestros reciban este tipo de instrucción.

–Yo también me muevo en el mundo académico –dijo Alan y he constatado la presencia de la misma resistencia al cambio. El reto consiste en que nosotros mismos –estaba a punto de decir "ellos"– deberíamos esforzarnos en ser mejores personas, en ser más altruistas, etcétera, o, dicho de otro modo, en que el cambio debe comenzar con los maestros. La gente no se resiste a la idea de que la sociedad deba cambiar, sino a aceptar que son ellos mismos quienes deben de hacerlo. Es como si hubiera una inercia y un miedo que nos llevase a pensar: "Es demasiado difícil... No creo que pueda hacerlo... Tal vez sirva para escribir libros, pero ¿serviré para otra cosa? Puede que no".

El cristianismo, el judaísmo y hasta la ciencia –añadió Alan no parecen creer que podamos cambiarnos a nosotros mismos desde el interior. Nosotros solemos creer que los cambios siempre proceden del exterior. En el caso de la tradición judeocristiana. El cambio proviene de la bendición de Dios o de la gracia mientras que, desde la perspectiva de la ciencia, procede de los fármacos o de la terapia genética, por ejemplo.

–Yo creo –dijo Richie, desde una perspectiva más optimista que este es un caso en el que el modelado –incluido, por cierto, en el programa de Mark– constituye una forma muy poderosa de aprendizaje. Pensemos en lo interesante que sería que cada escuela dispusiera de un maestro cuya conducta ejemplificase el amor y la compasión.

Entonces pensé que, en las escuelas, existen muchos maestros de este tipo que, lamentablemente, no son considerados como un modelo. Lo que necesitamos, por tanto, es alentar esas actitudes en los maestros que no las posean y el apoyo institucional necesario para llevar a cabo este proceso.

Richie sugirió, entonces, que el hecho de utilizar a esos maestros como modelo para alentar la compasión del alumnado abriría una puerta a la esperanza en el mundo educativo.

–Los primeros pasos deben ser muy pequeños, pero el modelado puede acabar catalizando el cambio.

–Éste me parece un comentario lo suficientemente positivo –dije entonces– como para concluir con él nuestra sesión de hoy.

Al finalizar el día, el Dalai Lama me dijo que estaba muy contento con lo que había escuchado acerca de la educación emocional, que coincidía perfectamente con su propio análisis del significado profundo de la “educación" y que el aprendizaje mental y emocional deberían formar parte integral de cualquier programa educativo.

CONTINUARÁ….

EMOCIONES DESTRUCTIVAS – Parte XVI - DANIEL GOLEMAN

"Hacer la tortuga"

Volviendo a las cuestiones prácticas, Mark empezó entonces a contarnos un cuento –ilustrado por imágenes que iba proyectando– que suele utilizarse en PATHS para trabajar con niños de entre tres y siete años de edad.

"Ésta es la historia de una pequeña tortuga a la que le gustaba jugar a solas y con sus amigos. También le gustaba mucho ver la televisión y jugar en la calle, pero no parecía pasárselo muy bien en la escuela."

Al comienzo, el Dalai Lama no pareció advertir que se trataba de un cuento infantil, pero apenas se dio cuenta de ello, se tocó la cabeza un par de veces y, visiblemente encantado, sonrió a todos los presentes.

"A esa tortuga le resultaba muy difícil permanecer sentada escuchando a su maestro –dijo Mark–. Cuando sus compañeros de clase le quitaban el lápiz o la empujaban, nuestra tortuguita se enfadaba tanto que no tardaba en pelearse o en insultarles hasta el punto de que luego la excluían de sus juegos.

"La tortuguita estaba muy molesta –seguía el cuento, mientras en la pantalla se proyectaba una imagen de la tortuga jugando a solas en el patio–. Estaba furiosa, confundida y triste porque no podía controlarse y no sabía cómo resolver el problema. Cierto día se encontró con una vieja tortuga sabía que tenía trescientos años y vivía al otro lado del pueblo. Entonces le preguntó: "¿Qué es lo que puedo hacer? La escuela no me gusta. No puedo portarme bien y, por más que lo intento, nunca lo consigo". Entonces la anciana tortuga le respondió: "La solución a este problema está en ti misma. Cuando te sientas muy contrariada o enfadada y no puedas controlarte, métete dentro de tu caparazón" –dijo Mark, encerrando una mano en el puño de la otra y ocultando el pulgar que sobresale como si fuera la cabeza de una tortuga replegándose en su concha.

""Ahí dentro podrás calmarte. Cuando yo me escondo en mi caparazón –continuó la vieja tortuga– hago tres cosas. En primer lugar, me digo 'Alto'. Luego respiro profundamente una o más veces si así lo necesito y, por último, me digo a mí misma cuál es el problema." Luego, las dos practicaron juntas varias veces hasta que nuestra tortuga dijo que estaba deseando que llegara el momento de volver a clase para probar su eficacia.

"Al día siguiente, la tortuguita estaba en clase cuando otro niño empezó a molestarla y, apenas comenzó a sentir el surgimiento de la ira en su interior, que sus manos empezaban a calentarse y que se aceleraba el ritmo de su corazón, recordó lo que le había dicho su vieja amiga, se replegó en su interior, donde podía estar tranquila sin que nadie la molestase y pensó en lo que tenía que hacer. Después de respirar profundamente varias veces, salió nuevamente de su caparazón y vio que su maestro estaba sonriéndole.

"Nuestra tortuga practicó una y otra vez. A veces lo conseguía y en otras no, pero, poco a poco, el hecho de replegarse dentro de su concha fue ayudándole a controlarse. Ahora que ya ha aprendido tiene más amigos y disfruta mucho yendo a la escuela.

"Pero no nos limitamos simplemente a contar a los niños el cuento de la tortuga, sino que también lo representamos. Así, cierto día un niño puede desempeñar el papel de vieja tortuga, al día siguiente hacer de tortuguita y un tercero puede ser el maestro. De este modo, todos los niños van adquiriendo gradualmente la capacidad de asumir los distintos puntos de vista.

"Como Su Santidad sin duda habrá advertido, este cuento tiene varios aspectos importantes. En primer lugar –y por encima de todo–, enseña al niño a cobrar conciencia de sus emociones antes de que se conviertan en conductas destructivas. Además, también le ayuda a asumir su propia responsabilidad y a controlarse, lo que resulta naturalmente muy gratificante y contribuye también muy positivamente a su proceso de desarrollo y maduración.

"Con este cuento enseñamos a los niños –continuó Mark– a "hacer la tortuga" de muchos modos diferentes, dependiendo del contexto, pero recurriendo siempre al cuerpo. En la mayor parte de los casos, les enseñamos a respirar profundamente al tiempo que cruzan los brazos sobre el pecho –dijo Mark ilustrando su comentario con el correspondiente gesto–.

"Ahora quisiera que todos los presentes hicieran esto durante un minuto. Respiren profundamente. Entonces no sólo advertirán que esto resulta muy tranquilizador, sino que también se darán cuenta de que, en esa postura, difícilmente podrán dañar a alguien –bromeó Mark."

–-Pero sí que podemos lanzarles miradas asesinas! –siguió con la broma Su Santidad.

Una vez que Mark nos tuvo a todos "haciendo la tortuga" prosiguió: "Desde el mismo comienzo enseñamos a los niños recompensándoles con el cuño de tinta de una tortuga cada vez que logran calmarse. El maestro tiene así también un signo evidente de que el niño está calmándose y, lo que es todavía más importante, asienta su aprendizaje –como sostenían los psicólogos rusos Vygostky y Luria– en la planificación motora. Nosotros creemos que el aprendizaje infantil se inicia a través de la acción física concreta y que sólo luego va tornándose más conceptual. Lo que queremos, en suma, es que asocien la noción de tranquilidad a una acción y, además –y como acabamos de decir–, resulta muy difícil agredir físicamente a alguien cuando nos hallamos en esa postura.

"Nosotros empezamos a trabajar en 1981 con niños sordos que, como todos ustedes saben, tienen dificultades con el lenguaje y nos vimos obligados a recurrir al apoyo gestual proporcionado por el lenguaje de los signos –dijo Mark, repitiendo de nuevo con sus manos el gesto de la tortuga ocultándose en su caparazón. Pero luego nos dimos cuenta de que era mejor cruzar los brazos porque, de ese modo, resulta también más fácil incorporar la respiración profunda, que tiene un notable efecto calmante.

"Los niños no saben calmarse y, para ello, suelen requerir el apoyo de los adultos. Por ello, cuando un maestro ve que un niño parece muy enfadado, conviene que le coja de la mano y le diga: "Veo que estás muy enfadado. Vamos a tranquilizarnos. Yo lo haré contigo. Inspiremos juntos" y que, después de ello, agregue algo así como: "¿Ya estás más tranquilo?", remedando, de ese modo, la actitud de la madre cuando "consolida" y estructura la relación con su bebé. También en este caso es necesario que el maestro repita con el niño esta práctica todas las veces que haga falta, hasta que acabe internalizando esa habilidad esencial.

"Pero, al mismo tiempo que enseñamos a los niños a "hacer la tortuga", también les enseñamos a hablar consigo mismos, como un modo de controlar su conducta, algo que, en ocasiones, se denomina autocontrol verbal. La idea consiste en que el niño aprenda a hablar consigo mismo y aprenda también a utilizar el lenguaje como un sustituto de la representación conductual y del exabrupto emocional.

"Éste me parece un punto esencial, porque la autorregulación constituye el prerrequisito de toda acción responsable. No bastan, en este sentido, las admoniciones morales sin las habilidades subyacentes necesarias para llevarlas a la práctica.

"Nosotros creemos que, a menos que los niños aprendan a calmarse cuando están alterados, su desarrollo moral y emocional correrá el peligro de quedarse estancado. Éste es un punto realmente esencial, porque resulta muy difícil y requiere mucha práctica. Y debo decirles que, como adulto, todavía estoy trabajando en ello.

"Sólo utilizamos la técnica de la tortuga con los niños pequeños, porque los mayores tienen menos necesidad de ella y se avergüenzan de hacer algo tan infantil. Pero los niños más pequeños, de entre tres y siete años, tienen una mayor labilidad emocional y muchas más dificultades que los mayores, en consecuencia, para controlar su conducta".

Expresar lo que uno siente

Luego Mark proyectó varias imágenes de cartón de rostros humanos, cada uno de los cuales expresaba una emoción diferente: una cara sonriente para la felicidad, otra gruñona para el enfado, etcétera.

"Un segundo objetivo de nuestro programa consiste en que los niños se familiaricen con el mundo de las emociones. Para ello comenzamos con los sentimientos evolutivamente más rudimentarios y luego vamos avanzando hasta los más complejos. Y eso lo hacemos clasificándolos en función de un código de colores. Nosotros nunca hablamos de sentimientos buenos y de sentimientos malos –porque, para nosotros, todos los sentimientos están bien, sino de sentimientos amarillos y de sentimientos azules o de sentimientos cómodos y de sentimientos incómodos, respectivamente, porque es así como les hacen sentir internamente (aunque, en ocasiones, resulte un tanto complicado). Así, por ejemplo, cuando hablamos de "tener miedo", también solemos enseñarles al mismo tiempo el sentimiento opuesto, en este caso "estar seguro".

"Las lecciones son multimodales, en el sentido de que el maestro les muestra imágenes de las caras y los cuerpos de personas que están experimentando ese sentimiento, tal vez les hable de algún caso en el que él mismo la sintió cuando era niño, o quizás les invite a contar alguna ocasión en que ellos lo hayan experimentado. Al finalizar la lección, el maestro reparte a cada niño una tarjeta con una "cara de sentimiento" que éste coloca en un bloc con anillas y deja sobre su pupitre. El maestro también dispone de este tipo de cuaderno y, en el caso de que el programa se halle bien implantado en esa escuela, hasta el director tiene otro.

"El cuaderno en cuestión comienza teniendo muy pocas tarjetas, pero va llenándose con el paso del tiempo. A lo largo del día, esas caras se utilizan para desarrollar y expresar su conciencia de los estados internos. Del mismo modo, pues, que enseñamos a los niños a "hacer la tortuga" –porque es algo a lo que pueden apelar en cualquier momento, especialmente cuando se hallan atrapados en una emoción–, también les enseñamos a utilizar las "caras de sentimiento" en las situaciones reales. En ciertas ocasiones, por ejemplo, quizás al empezar el día, después del almuerzo o cuando están muy excitados, el maestro puede decirles: "Ahora quisiera que todo el mundo busque en su cuaderno la cara que mejor expresa cómo se siente". "Son muchos los sentimientos que, de este modo, enseñamos a los niños, empezando por los más rudimentarios (como sentirse feliz, triste, asustado y seguro), pasando luego a otros algo más complejos (como sentirse decepcionado u orgulloso), otros más evolucionados (como sentirse avergonzado o humillado) y, en el caso de niños de más de once años, a sentimientos todavía más sofisticados (como sentirse rechazados y sentir perdón).

"En las primeras lecciones también les enseñamos a utilizar una tarjeta en blanco –a la que denominamos "privado"– para transmitirles la idea de que no siempre están obligados a mostrar lo que sienten, independientemente de que ese sentimiento les haga sentir cómodos o incómodos. Y debo señalar que esto fue algo que nos enseñó un niño sordo. En los comienzos de la implantación de PATHS entregábamos a los niños algunas tarjetas vacías y veíamos lo que hacían. En cierta ocasión, uno de ellos recurrió a esta tarjeta para decirnos: "A nadie le importa cómo me siento", expresando así con suma claridad que ese día no tenía el menor interés en contarle a nadie cómo se encontraba.

"Ésas primeras experiencias con nuestro programa nos llevaron a extraer un par de conclusiones. La primera de ellas es que solemos menospreciar las habilidades de los niños, y la otra es que pueden enseñarnos cosas muy importantes. Recuerdo, en este sentido, el caso de un niño sordo de unos nueve años que, un buen día, dijo a su maestra: "Necesito una cara nueva, porque no tengo ninguna que exprese lo que siento". "¿Y cómo te sientes?" –Le preguntó entonces su maestra "Malo/feliz" –respondió éste, en el lenguaje de los signos. Y, cuando su maestra le pidió que explicara lo que quería decir con ello, éste replicó: "Es lo mismo que siento al reírme cuando alguien tropieza". Pasamos un año entero en el laboratorio debatiendo el mejor nombre para ese sentimiento y finalmente nos decidimos a llamarlo "malicia".

"Este tipo de aprendizaje no sólo ayuda a los niños a reconocer lo que ocurre en su interior (o lo que ocurre en el interior de otra persona), sino que también transmite la idea de que expresar los sentimientos contribuye de manera positiva a resolver los problemas. Permítanme ahora ponerles un ejemplo que precisamente tiene que ver con el sentimiento de "malicia" del que estábamos hablando.

"Son muchos los niños que no saben responder a las burlas de los demás, una situación que, en ocasiones, puede resultarles muy difícil. De poco sirve que los adultos les digamos que ignoren al bromista ya que no, por ello, éste dejará de reírse. Además, aunque esa sugerencia sea, en algunos casos, cierta, no siempre resulta fácil ignorar las burlas. Por otro lado, los niños pueden creer que están ignorando al bromista cuando, de hecho, no hacen más que invitarle a seguir molestándoles.

"De modo que, cuando les enseñamos el término "malicioso", también les enseñamos a decir: "Estás siendo malicioso" a quienes puedan estar burlándose de ellos, en cuyo caso, su respuesta no es reactiva, sino que constituye una posible forma de metacontrolar la situación. Recuerdo que, cierto día, estaba visitando una clase cuando advertí que un niño estaba burlándose de otro, momento en el cual éste le dijo: "Hoy estás muy malicioso. ¿Te ha ocurrido algo?", una reacción –que, en esa ocasión, por cierto, sirvió para atajar las burlas muy diferente al simple hecho de sentirse dañado."

Preparando las vías neuronales

"El caso de la burla es un fenómeno muy complejo porque, aunque la mayor parte de las veces en que alguien se burla de un niño éste se siente dolido, humillado y confundido, también hay circunstancias en que contribuye a integrarles en el grupo. A pesar de ello, no obstante, los niños suelen considerar negativa cualquier tipo de burla. A eso de los diez años, cuando los niños se agrupan en pandillas, aparece un nuevo tipo de conducta, el cotilleo, que les lleva a pasar mucho tiempo contando historias sobre éste y sobre aquél, lo que puede resultar muy molesto, porque es muy difícil controlar sus emociones cuando los demás no dejan de contar mentiras sobre él."

–¿Está usted diciendo –acotó entonces el Dalai Lama– que la inmadurez de su inteligencia impide al niño comprender el contexto. No creo que haga falta un gran desarrollo cognitivo para comprender esto porque, hasta los cachorros parecen entenderlo. No es extraño ver a un par de perrillos mordiéndose juguetonamente, como si supieran que no hay maldad alguna en ello.

Por ese motivo –respondió Mark– es muy importante que el niño sepa tranquilizarse cuando siente que alguien está burlándose de él y que sepa discriminar también con claridad si es un mero juego u oculta alguna intención aviesa. Tengamos en cuenta que los niños agresivos y los que se sienten fácilmente dañados suelen reaccionar de un modo casi automático. Por el momento ignoramos lo que, en tal caso, pueda estar ocurriendo en su cerebro, ya que tal vez existan circuitos muy sensibles al respecto. Hay veces en los que los maestros, al igual que los padres, se ven obligados a afrontar situaciones insolubles. Consideren, por ejemplo, el caso en el que dos niños entran corriendo del patio de recreo diciendo: "-Me ha quitado la pelota!" "-No, quien me la ha quitado ha sido él! -Yo la tenía primero!". "-No, ha sido él!". El problema es que, en tal caso, el maestro no presenció el acontecimiento desencadenante de toda la secuencia que, en ocasiones, puede incluso remontarse varios días atrás. Quizás uno pueda sospechar lo que ha ocurrido, pero muy pocas veces lo sabe a ciencia cierta y es muy probable que, atrapado en una situación de este tipo, acabe castigándolos a ambos diciendo algo así como: "Muy bien. Ahora mismo vais a sentaros los dos. Se acabó el recreo".

También hay maestros que, cuando el niño se queda atrapado en una emoción, se sienten emocionalmente perturbados. En tal caso, nosotros les sugerimos que digan algo así como: "Pareces muy molesto y ahora yo también estoy empezando a estarlo. Necesitamos calmarnos". Y una forma de hacerlo consiste en que los niños rebusquen entre las "caras de la emoción" la que más claramente exprese lo que están sintiendo. Y lo que pretendemos con ello –al menos de un modo teórico es la activación del lóbulo frontal izquierdo, un área que, como nos dijo Richie, contribuye a inhibir las emociones perturbadoras.

Se trata de utilizar el centro del lenguaje de la parte racional del cerebro para empezar a comprender –y, de ese modo, controlar la emoción. Es innecesario decir que esa estrategia no siempre surte el efecto deseado –concluyó Mark.

–Esto me parece muy bien –coincidió el Dalai Lama–. Desde la perspectiva budista, se trataría de atender a otra cosa para que la mente pueda recuperar un estado de neutralidad.

Desde una perspectiva evolutiva prosiguió Mark, asintiendo con la cabeza, nosotros creemos que el período que va desde los tres hasta los ocho o nueve años –en el que, dicho sea de paso, aprenden a designar las emociones– es el más adecuado para establecer esas vías neuronales. Nosotros no sabemos mucho sobre los caminos neuronales que conectan la amígdala o el hipocampo con el lóbulo frontal y todavía lo ignoramos casi todo sobre las estructuras cerebrales que jalonan esos dos caminos. Pero a pesar de ello consideramos que, en este período tan crítico de la vida, es muy importante asentar los cimientos de los hábitos que nos ayudan a desarrollar todas estas habilidades. Como ustedes saben, siempre es más difícil reaprender que aprender.

Una vez más, Mark enunció un principio esencial para la enseñanza infantil de las emociones. Resulta mucho más sencillo enseñar a los niños todas estas habilidades emocionales durante el período en que está conformándose su sistema de circuitos neuronales que tratar de modificarlo cuando ya son adultos. En este campo, como en muchos otros, vale más un gramo de prevención que un kilo de psicoterapia, de desintoxicación o de prisión.

Establecer "zonas de paz" en clase

"Además continuó Mark–, también disponemos de un contexto más amplio para enseñar a los niños las habilidades de resolución de problemas y de conflictos. Y también, en este caso, recurrimos a imágenes y a cuentos utilizando, por ejemplo, lo que llamamos el Control Signals Poster, una especie de semáforo que los niños entienden perfectamente.

"Mark proyectó entonces el póster de un semáforo, en el que cada una de las luces representaba un paso diferente del proceso de aprendizaje de los fundamentos del autocontrol:

Rojo: Respira lenta y profundamente. Formula el problema y di cómo te sientes.

Amarillo: ¿Qué es lo que puedo hacer? ¿Funcionará?

Verde: Lleva a la práctica la mejor de las alternativas. ¿Cómo ha funcionado?

"Se trata de un póster desarrollado por Roger Weissberg y sus colegas de la Yale University que ya había visto en las paredes de todas las aulas de las escuelas públicas de New Haven cuando, a comienzos de los noventa, visité varias de ellas para escribir un artículo sobre un programa pionero en el campo de la alfabetización emocional. Al cabo de los años, el programa de New Haven –que, como PATHS, ha acabado implantándose en todo el país se ha difundido ampliamente hasta el punto de que educadores de todas partes del mundo han viajado a New Haven para aprender a elaborar sus propios programas de "desarrollo social", como también se los conoce.

"La idea –dijo Mark, explicando el funcionamiento de este peculiar semáforo– es que las emociones transmiten información de modo que, cuando uno siente una emoción, lo primero que tiene que hacer es detenerse y calmarse. Éste es, precisamente, el paso que la anciana tortuga sabia enseñó a la tortuguita, ya que la luz roja supone inspirar lenta y profundamente y hablar luego del problema y de cómo se siente consigo mismo o con cualquier otra persona.

"Después de enseñar a los niños el significado de la luz roja pasamos a la luz amarilla. La idea, en este punto, consiste en generar soluciones alternativas a los problemas y ejercitarlas posteriormente mediante el role playing. Para ello es muy importante crear el contexto adecuado; en ese sentido, el maestro debería crear, en el aula, un clima muy familiar, como si se tratara de una familia fuera de casa. Y, puesto que las familias son entornos seguros, las soluciones generadas no deberían dañar a nadie. Es cierto que uno no tiene que ser amigo de todo el mundo, pero no lo es menos que debe aprender a relacionarse bien con los demás. Así pues, es muy importante comprender que uno está en un aula y que no debe dañar a nadie.

"Como resultado de nuestra filosofía, no perdemos tiempo dejando que los niños generen soluciones agresivas y negativas, porque eso es algo completamente improductivo. En lugar de ello, les preguntamos "¿Qué harías –si el objetivo es el de llevarte bien con los demás o, al menos, el de no pelearte con ellos si ahora mismo escuchases a alguien bromeando a tus espaldas? ¿Qué podrías hacer si alguien te empujara mientras estás en la cola y te enfadaras con él?". Luego les invitamos a ejercitar en la práctica las distintas alternativas generadas y, finalmente, les preguntamos cómo funcionó.

"Ese póster está en todas partes, en el aula, en las puertas del patio de recreo, en el restaurante y hasta en el despacho del director. Hay escuelas en las que, en el patio de recreo, existen varios conos rojos –como los que, en ocasiones, se utilizan a modo de balizas de tráfico a los que pueden dirigirse aquellos niños que se encuentren mal y no quieran ser molestados.

"En este mismo sentido, hay ocasiones en las que también disponemos en las últimas filas del aula de lo que llamamos "mesa de paz", "silla de paz" o lo que, en las escuelas del pasado, se denominaba "sillas de tiempo muerto". Éstas servían para que los niños se tranquilizasen después de una rabieta aunque, en ocasiones, las consideraban un castigo. Hoy en día, sin embargo, se trata de sillas marcadas con un círculo rojo a las que pueden recurrir los niños que se encuentren muy alterados para tranquilizarse y pensar en sus posibles alternativas de acción."

–¿De modo que cada aula dispone de una "zona de paz"? –pregunté, pensando en que ése era, precisamente, el nombre de una propuesta que había hecho el Dala Lama para convertir al Tíbet en una zona libre de armas.

–Bueno, lo cierto es que no están en todas las aulas –puntualizó Mark–, pero parece que, ahí donde las hemos probado, funcionan bastante bien.

"Son muchas las escuelas de nuestro país que también utilizan un programa centrado en la resolución de conflictos en el que se enseña a los niños mayores a mediar en los conflictos de los más pequeños. Ese programa, por ejemplo, enseña a los niños de once años a pasear por el patio de recreo de la escuela y a intervenir cada vez que vean a un pequeño en problemas. En las escuelas en las que se aplica el programa PATHS, esos mediadores portan una camiseta con la imagen del semáforo, lo que le convierte en un símbolo muy concreto que está en todas partes. De este modo, cuando interviene el niño mayor, dice algo así como: "Parece que aquí hay un problema. Luz roja, es decir, calmémonos", y luego "Ahora pasaremos a la luz amarilla. Primero hablarás tú, y el otro escuchará y luego intercambiaremos los papeles".

"La rigurosa evaluación realizada con el programa PATHS pone claramente de relieve que los niños que han pasado por él son más capaces de hablar de sus sentimientos y de comprender los sentimientos de los demás."8

Alentado por su instinto científico, el Dalai Lama preguntó entonces por la metodología utilizada para extraer estas conclusiones:

–¿El programa en cuestión se aplica a todas las clases o sólo a algunas?

–Lo más habitual –explicó Mark– es que el programa se aplique a toda una escuela, de otro modo podría haber algún tipo de contaminación porque, basta con que se disponga de él, para que el personal quiera difundirlo naturalmente a todo el entorno escolar. En cualquiera de los casos, las escuelas utilizadas para llevar a cabo la comparación se hallaban en barrios de status socioeconómico similar y la asignación se llevó a cabo de un modo completamente azaroso –nos aseguró Mark.

"Para evaluar los resultados –prosiguió Mark– empleamos una serie de preguntas del tipo "¿Cómo sabes si estás enfadado o triste?" Y debo señalar que los niños que han pasado por este programa son más capaces de responder a estas preguntas, es decir, más capaces de reconocer sus sentimientos y de hablar de ellos. Además, sus propios autoinformes ponen también de manifiesto una disminución casi inmediata de los síntomas de depresión y de tristeza. De hecho, esos síntomas son relativamente fáciles de cambiar, porque el hecho de hablar de los propios sentimientos y de compartirlos con los demás es uno de los principales antídotos de la depresión. Los distintos estudios realizados al respecto también evidencian una disminución significativa –aunque no espectacular de la tasa de conductas agresivas.

"Nosotros solemos pensar en todo esto como si se tratara de una enfermedad cardíaca. Sabemos que las enfermedades del corazón dependen de variables biológicas (como la dieta, la genética y el ejercicio, por ejemplo) y también sabemos que la eliminación de esos factores de riesgo disminuye asimismo la tasa de enfermedades cardíacas. Nuestro programa además disminuye la incidencia de los factores de riesgo que acompañan al hecho de no poder calmarnos, de no poder asumir el punto de vista de los demás y de no poder pensar detenidamente en un determinado problema. Así es como gradualmente vamos reduciendo la tasa de conductas agresivas y de los problemas ligados a la expresión de las emociones destructivas."

Se busca viejo sabio

"Basta con recordar el peso que tiene el proceso de modelado en la educación infantil –siguió diciendo Mark– para cobrar conciencia de la extraordinaria importancia de que el maestro aprenda y de que su conducta exhiba este tipo de habilidades. Es cierto que se trata de un proceso difícil y en el que existe una gran variabilidad interindividual, pero si trabajamos de manera regular y contamos con la colaboración del personal, el modelado puede tener una influencia muy profunda en el modo en que los niños aprenden a utilizar estas habilidades emocionales.

"El maestro no siempre puede utilizar el modelado para enseñar las habilidades de la tranquilidad, de hablar consigo mismo y de utilizar adecuadamente su inteligencia, pero cuando tal cosa es posible, sus beneficios son considerables. Esto parece confirmar la idea de Aristóteles, señalada ya por Owen, de que el contacto con un anciano sabio contribuye a armonizar las virtudes. Este proceso es tan esencial que la investigación ha demostrado que, si el maestro no modela con su conducta lo que está enseñando, el niño no aprende a utilizar esas habilidades.

"Es evidente también la importancia que tienen los padres en este sentido. John Gottman y otros investigadores han descubierto que muchos padres llevan a cabo lo que podríamos denominar coaching emocional. Así, cuando su hijo está enfadado o triste, no se alejan de él ni le castigan, sino que le ayudan a comprender que no existe ningún motivo para que se vean desbordados por los sentimientos, que todos los sentimientos están bien, que ése es un fenómeno natural y que es posible modificarlo. Y también hay que decir que esos niños aprenden las mismas habilidades positivas, una conducta más adecuada y una mayor capacidad de controlar su excitación fisiológica.

"Esta mañana les he hablado de la forma en que los padres pueden ayudar a sus hijos pequeños a gestionar sus emociones. Del mismo modo –aunque a un nivel evolutivo muy diferente los padres y los maestros de los niños de diez años también pueden ser de gran ayuda. Paul sabe bien que esa función prosigue aún en los padres de hijas de veinte años. No deberíamos olvidar que, a fin de cuentas, todos necesitamos maestros.

"Sería un error creer que la posibilidad de intervención concluye al finalizar la infancia. Aunque todavía no podamos afirmarlo con absoluta certeza, hay sobrados motivos para creer que la plasticidad del cerebro no acaba en la adolescencia, sino que prosigue más allá de ella. La evaluación rigurosa de los programas de aprendizaje emocional y social dirigidos a adolescentes ha demostrado su utilidad para combatir la adicción a las drogas, el consumo de tabaco y las conductas agresivas.

"Aunque los adultos desempeñan una función muy importante en la vida de los niños, las situaciones más difíciles siempre suelen darse entre pares. No olvidemos que el mejor predictor de la salud mental de un niño es lo que dicen sus compañeros, ya que éstos ven cosas que los adultos suelen soslayar.

"Por ello, considero muy importante que este tipo de abordaje se generalice y que su uso no se limite al ámbito de la psicoterapia o de la relación docente entre adulto y niño. La importancia del contexto social es tal que los padres no pueden llevar a cabo esta tarea sin el adecuado concurso del contexto proporcionado por los compañeros. Debemos crear un clima escolar en el que no sólo los padres, sino también los alumnos, valoren todas estas habilidades. Y los niños deben comprender también desde una edad muy temprana la necesidad de alentar este desarrollo, lo que en Estados Unidos resulta ciertamente problemático, dados los extraordinarios cambios que, en los últimos veinte años, ha experimentado el tiempo que los adultos pasan con sus hijos."

El Dalai Lama se dirigió entonces a Jinpa y le dijo en voz baja lo mucho que le había gustado escuchar el informe presentado por Mark. Él llevaba mucho tiempo insistiendo en la necesidad de aplicar algo así en el campo de la educación y por fin se enteraba de que estaba llevándose a cabo algo muy concreto y práctico al respecto. Luego también me dijo que estaba muy complacido de haberse enterado de la existencia de un intento sistemático de ayudar a los niños a gestionar más adecuadamente sus emociones destructivas. Y no sólo le impresionaban los datos concretos, sino también el hecho de que esos métodos formaran parte ya de la educación de algunos niños.

El modelado de la compasión

"La visión occidental del mundo –prosiguió Mark– y nuestro interés en evitar la psicopatología nos han llevado a dedicar muy poca atención al cultivo de las emociones positivas. En los últimos siete u ocho años, sin embargo, hemos empezado a dar tímidamente algunos pasos en este sentido y contamos a los niños historias reales de personas que, en algunos casos, son niños como ellos y que, de un modo u otro, han realizado alguna contribución importante al mundo.

"Quisiera darles ahora algunos ejemplos de las historias a través de las cuales tratamos de convertir al lenguaje y a los programas de lectura en un vehículo del contenido de PATHS e integrarlo así en la cotidianidad de la escuela. Para transmitir la noción de perseverancia a pesar de los obstáculos, por ejemplo, utilizamos la historia del famoso jugador manco de béisbol estadounidense Jim Abbott. Todo el mundo, según dice, le insistía en que, dada su situación, nunca llegaría a ser un buen jugador y sería mejor que abandonase esa idea. Nuestro relato subraya el modo en que perseveró en el esfuerzo hasta conseguir su meta. Luego les animamos a que nos hablen de un objetivo que crean inalcanzable y les hacemos reflexionar y esbozar los pasos que creen que deberían dar para llegar a conseguirlo.

"Otra de las historias que contamos es la de la birmana Aung San Suu Kyi –dijo Mark dirigiéndose al Dalai Lama y obteniendo de su parte una inclinación de cabeza en señal de reconocimiento, ya que ambos han recibido el premio Nobel de la paz, y él mismo había participado, junto a otros laureados con el Nobel, en una manifestación en su apoyo que se llevó a cabo en la frontera birmana.

"Con el relato de la vida de Aung San Suu Kyi tratamos de transmitirles la importancia de la responsabilidad social e ilustrar que, en ocasiones, merece la pena entregar la vida a una causa noble. Les hablamos del arresto domiciliario al que estuvo sometida durante muchos años y les explicamos la importancia de su sacrificio para el movimiento democrático de Myanmar (antigua Birmania). Así tratamos de transmitirles la necesidad, en ocasiones, de insistir en el esfuerzo a pesar de todos los sacrificios que ello implique.

"Después de contarles esta biografía, les invitamos a que esbocen un pequeño proyecto que contribuya a mejorar su escuela o su barrio. La idea consiste en despertar en ellos el mismo tipo de emociones y objetivos que movilizaron a Aung San Suu Kyi. Tal vez entonces puedan descubrir en sí mismos los objetivos que apuntan al bien común.

"Otro ejemplo que solemos dar es el de Maya Lin, la americana de ascendencia asiática que proyectó el Vietnam Veterans Memorial de Washington y el Civil Rights Memorial de Montgomery (Alabama). Usamos la historia de su vida para ilustrar el modo en que el arte puede servir para conmemorar acontecimientos importantes. Para ello utilizamos también el libro infantil de Eve Bunting The Wall, que relata la historia de un padre que lleva a su hijo al Vietnam Veterans Memorial para ver el nombre de su abuelo. Se trata de una historia muy interesante, porque además nos permite centrar la atención de los niños en los temas de la guerra y de la muerte.

"Luego les pedimos su opinión sobre el modo en que podrían conmemorar acontecimientos históricos importantes, y, por último, toda la clase diseña y realiza un proyecto que recuerde algún episodio importante de su comunidad. Y, en este sentido, nosotros no les damos ninguna sugerencia, sino que dejamos que sean ellos mismos quienes decidan lo que van a hacer y que lo mismo puede centrarse en algo que ocurrió en la escuela durante el curso, o en algún acontecimiento histórico que sucedió en los alrededores. La idea, en cualquiera de los casos, es la de orientar la atención de los niños hacia el ideal de la responsabilidad social... y transmitirles –eso esperamos al menos– un atisbo de la compasión.

"Como verán, se trata de ejemplos muy humildes porque nuestra atención se había centrado en la gestión de las emociones destructivas y justo ahora estamos empezando a trabajar con las positivas. Por ello estoy muy interesado en cualquier sugerencia que puedan darme para desarrollar la compasión. Sé que el budismo tiene una experiencia milenaria en el cultivo de la compasión de los jóvenes novicios y no veo razón para que no podamos beneficiarnos de ella."

–¿Se le ocurre alguna idea que pudiera servirnos para cultivar la compasión de los adolescentes? –preguntó entonces Mark al Dalai Lama.

Luego, éste pidió en tibetano a sus compañeros budistas su opinión al respecto.

–Algunas familias tibetanas –dijo Matthieu tienen una costumbre muy sencilla, pero que me parece extraordinaria y es que, el día de su cumpleaños, el niño hace regalos –y debo decir que está encantado de ello a todos los miembros de su familia. Se trata, obviamente, de un detalle que no encierra grandes principios, pero en cualquiera de los casos, me parece muy significativo.

–Lo que a los niños les importa –coincidió Mark– no son las grandes ideas, sino las pequeñas cosas que configuran su realidad cotidiana.

El repertorio de la compasión

–Yo también creo –dijo entonces el Dalai Lama exponiendo sus ideas al respecto que es muy importante gestionar adecuadamente las emociones negativas, pero eso, en sí mismo, no resolverá los problemas. Usted ya ha reconocido muy claramente en su programa la necesidad de cultivar y desarrollar las emociones positivas. Por más que esas emociones puedan no ser aplicables de manera directa como antídoto en el calor del momento, pueden predisponer al niño –o a quien sea a afrontar más adecuadamente las emociones negativas. Lo cierto es que no tengo ninguna idea definida sobre las técnicas concretas a que podría apelarse, pero me parece evidente que la exposición del niño a un clima realmente amoroso y compasivo, tanto en el seno de la familia con los padres como en el ámbito escolar con maestros que les respetan y se preocupan por su bienestar, tiene en ellos un impacto muy poderoso. El mejor modo de enseñar el amor y la compasión no pasa por las palabras, sino por las acciones.

Mark sabía que el Dalai Lama no suele asumir nunca el papel de experto en temas como el desarrollo infantil, pero lo cierto es que su comentario le sorprendió.

–Precisamente, por ello –dijo recurrimos a estas historias. Permítame que le cuente otro relato que usamos con los niños del tercer grado. Se trata de una historia verdadera, la historia de Trevor Ferrell, un niño de trece años que vivía en una zona residencial de los alrededores de Philadelphia. Cierta noche estaba viendo el telediario cuando cobró conciencia de los sin techo que vivían en las calles del centro de su ciudad. La noticia le conmovió tanto que habló con su padre y le dijo: "Nosotros tenemos algunas mantas viejas en el garaje. Quisiera regalárselas a la gente que duerme en plena calle calentándose con el vapor que sale de las rejas".

Aunque su padre pensó que era una idea un tanto extraña, le ayudó a llevarla a la práctica, y la experiencia resultó muy gratificante para ambos. Al día siguiente, Trevor llenó las tiendas de los alrededores de su casa con carteles que decían cosas como: "¿Tiene usted alguna manta que no utilice?" "¿Tiene comida que no necesite?". Al cabo de una semana, su garaje estaba lleno de comida y, hoy en día, son muchos los almacenes de Philadelphia –a los que, en su honor, se bautizó como Place Trevor que se dedican a alimentar a las personas sin hogar.

El Dalai Lama había escuchado toda la historia asintiendo y sonriendo. –Nosotros contamos esta historia y la usamos junto al Control Signals Poster, esforzándonos en que los niños sientan lo que pudo haber experimentado Trevor, la necesidad que tuvo luego de calmarse y, finalmente, se pregunten: "¿Qué puedo hacer yo al respecto?". La idea es que los niños también pueden enseñarnos muchas cosas. Utilizamos, pues, estos relatos como un vehículo para la transmisión de este tipo de enseñanzas, pero siempre andamos en busca de nuevas ideas.

–Antes he escuchado con cierta suspicacia –comentó entonces Alan Wallace su comentario de que todas las emociones son naturales y están bien. Luego me ha parecido que tal vez fuera una buena idea admitir su sugerencia y no juzgar las emociones antes de haberlas reconocido. Ahora bien, del mismo modo que todas las personas son iguales, pero algunas son más iguales que otras, todos los sentimientos están bien, pero algunos están mejor que otros. William James tenía un principio que me parece brillante y que recuerdo cada día de mi vida: " Aquello a lo que atendemos se convierte en nuestra realidad, y aquello a lo que no atendemos acaba desapareciendo poco a poco de nuestra realidad". Me ha resultado curioso que un buen número de los "rostros de sentimiento" fueran negativos. Tal vez los niños, especialmente a partir de los diez, once o doce años, pudieran empezar también a desarrollar un repertorio más amplio que incluyera tarjetas relativas a la compasión, la paciencia, la cordialidad, etcétera.

Uno de los temas centrales del clásico Budhicaryavatara es que uno debe observar cómo le afectan los sentimientos en el mismo momento en que aparecen. ¿Cómo experimenta un niño la generosidad en el momento en que está expresándola? No sólo hay que observar el modo en que experimenta la generosidad la persona que la recibe, sino también la persona que la expresa. Tal vez entonces, los niños puedan empezar a desarrollar su sensibilidad y su conciencia de las virtudes sin necesidad de decirles: "Tendrías que hacer esto o aquello otro". Su Santidad dice a menudo que estas virtudes son naturales, de modo que no sería nada extraño que, si los niños les prestan atención y disponen de tarjetas alusivas, acaben reconociéndolas.

–Me parece muy buena idea –dijo Mark–. Uno de los motivos por los que creo que en Occidente estamos más centrados en las emociones destructivas es porque nos movemos en un ámbito, el escolar, en el que hoy existe una gran preocupación por la violencia, una preocupación que está impulsando la financiación de estos programas. Pero ciertamente no deja de resultar curioso que, aunque nuestros proyectos sólo se encuentren en sus primeros pasos, no hayamos prestado todavía atención a las emociones positivas. En estos días he estado tomando nota de las posibles lecciones que deberíamos incluir. No tenemos ninguna, por ejemplo, que tenga que ver con el sobrecogimiento ni con la admiración. He aprendido mucho sobre lo que podríamos empezar a hacer al respecto y les estoy muy agradecido por ello.

El Dalai Lama, que se había quedado muy conmovido por la presentación de Mark, tocó entonces su frente con sus manos en señal de agradecimiento.

12. ALENTANDO LA COMPASION

¿Por qué creen ustedes que la ciencia occidental ha ignorado la compasión?

Ésa fue la pregunta en torno a la cual giró el quinto encuentro organizado por el Mind and Life Institute, que versó sobre el altruismo y la naturaleza humana. La pregunta había sido formulada por Anne Harrington, especialista en historia de la ciencia de la Harvard University.

–Históricamente hablando –había dicho Harrington, cuanto más profundamente se ha adentrado la ciencia en la exploración de la realidad, menor ha sido la relevancia de nociones como la compasión. Y es que, desde la perspectiva evolucionista, por ejemplo, el altruismo no es más que una mera estrategia de adaptación genética.

Pero cuando uno –puntualizó en esa ocasión Harrington– explora la realidad desde la perspectiva budista, descubre dimensiones muy diferentes en las que la compasión desempeña un papel fundamental y proporciona un marco de referencia a los dramas de la vida, según el cual los seres no están en lucha, sino íntimamente relacionados.

En esa ocasión, el Dalai Lama dijo que la ciencia era una disciplina relativamente joven y que, en consecuencia, su visión de la naturaleza humana como algo esencialmente agresivo, egoísta y cruel parece la mirada arbitraria de un estadio concreto de la evolución del ser humano.

Según Richard Davidson, el organizador de ese encuentro, es muy probable que esa visión negativa se deba al hecho de que la psicología sigue los pasos de la medicina, que no centra tanto su atención en la salud como en la enfermedad. "Es muy probable que sea precisamente esa tendencia –concluyó– la que nos predisponga al estudio de las emociones negativas."

En ese punto, Ervin Staub, psicólogo social de la University of Massachusetts, señaló que, en los últimos treinta años, algunos psicólogos han empezado a investigar también el altruismo y la empatía, aunque todavía no han llegado a hacer lo mismo con la compasión. En su opinión, el campo se halla ya lo suficientemente maduro como para prestar atención a la compasión y a las emociones positivas en general.

Ese mismo foco sobre la compasión y los aspectos positivos de la emoción fue también el tema central de nuestra sesión vespertina. Cuando comenzó la sesión de la tarde, dije al Dalai Lama que me gustaría seguir hablando de un punto que habíamos tocado en Chonor House durante el almuerzo, a saber, que el programa escolar descrito por Mark se centraba básicamente en el control de las emociones destructivas, pero no decía gran cosa acerca del cultivo de las emociones positivas, que son los auténticos antídotos de aquéllas.

–Nos preguntábamos –dije si el budismo, que tantos métodos tiene para el cultivo de las emociones positivas, no dispondrá también de técnicas que puedan adaptarse al ámbito secular para la enseñanza de este tipo de programas.

Como hace tantas veces cuando se le pide una respuesta concreta, el Dalai Lama se tomó su tiempo para reflexionar:

–Según dijo Matthieu en su presentación, el budismo señala la existencia de unas ochenta y cuatro mil aflicciones mentales diferentes y, en consecuencia, de ochenta y cuatro mil antídotos distintos. Quisiera comenzar con esa afirmación, luego veremos lo que usted tiene que decir y tal vez después yo pueda añadir algo más.

Entonces advertí que Alan quería hablar y le cedí la palabra. Él comenzó refiriéndose de nuevo al clásico Bodhicaryavatara, escrito por el sabio Shantideva, que ya había mencionado en la sesión de la mañana y dijo:

–En ese libro hay todo un capítulo dedicado al cultivo de la paciencia y de la tolerancia como antídoto para contrarrestar los problemas ocasionados por la ira y el odio. Otro enfoque se remonta a las enseñanzas de los Cuatro Inconmensurables (la compasión, la ecuanimidad, la alegría empática y el amor) –señaló Alan, refiriéndose a un conjunto clásico de meditaciones budistas orientadas al cultivo de esos estados.

Según ese enfoque –continuó Alan, el amor es el opuesto natural del odio. Si el odio es una actitud o una emoción que no puede tolerar el bienestar de otra persona ("porque es mi enemigo y no quiero que sea feliz"), el amor funciona exactamente al revés ("deseo que todos los seres alcancen la felicidad y sus causas").

Desde esa perspectiva, el cultivo del amor constituye una especie de vacuna que fortalece nuestro sistema inmunológico emocional y nos permite adentrarnos en territorios emponzoñados de ira y odio sin peligro alguno de contagiarnos. Y algo parecido sucede también con los demás Inconmensurables. Así, la compasión es el opuesto de la crueldad (que consiste en gozar con el sufrimiento ajeno llegando incluso a desear hacerle daño).

"Que todos los seres puedan liberarse del sufrimiento y de sus causas" – dijo entonces Alan, verbalizando una fórmula utilizada a menudo en la práctica de la meditación budista. Se trata de frases que se repiten mentalmente al tiempo que se evoca el sentimiento de compasión hasta que ambos –pensamiento y sentimiento acaban fundiéndose (aun cuando al comienzo puedan estar muy separados).

Luego Alan habló del concepto exclusivamente budista de mudita, que se refiere al hecho de regocijarse con el bienestar y la alegría de los demás. Como suele ocurrir con los conceptos budistas relacionados con la emoción, no existe un solo equivalente de este término en inglés, lo que pone de manifiesto lo pobremente articulado que se halla ese concepto en nuestra cultura.

–Por su parte, el cultivo de la alegría empática –prosiguió Alan es el contrapeso natural de los celos, su opuesto, que consisten en no tolerar la felicidad de otra persona y no poder soportar que sea famoso o rico, por ejemplo. La alegría empática nos lleva a gozar de la felicidad de los demás, algo que erradica los celos antes incluso de que tengan la oportunidad de manifestarse.

Por último, también está la ecuanimidad, que es el opuesto tanto del apego como de la aversión. Asimismo, en este caso, el cultivo de la ecuanimidad fortalece el sistema inmunológico del practicante y le permite irradiar paz por dondequiera que vaya.

–Convendría, por último, señalar –intervino entonces Matthieu un par de formas complementarias de movilizar las emociones positivas. Una de ellas utiliza el razonamiento, y la otra comienza generando algunas emociones básicas y luego trabaja con ellas.

El primer procedimiento consiste en ponernos en el lugar de los demás. En este sentido, existe toda una secuencia gradual de ejercicios que comienza equiparándonos con los demás, intercambiándonos con ellos y pasando luego a considerarlos como más importantes que uno mismo, asumiendo su punto de vista y dándonos así cuenta de nuestro propio egoísmo y arrogancia. En tal caso, uno empieza a sentir por su propio ego el mismo disgusto que sentiría con cualquier persona egoísta. Luego añadió que, en el texto de Shantideva al que Alan se había referido, se explican formas muy sutiles de llevar a cabo ese proceso.

La otra modalidad consiste en evocar un sentimiento de amor pensando, para ello, en alguien que suscite nuestro amor como, por ejemplo, una madre abnegada e imaginándola que está atravesando una situación difícil.

Se trata de un ejercicio que apela al uso de la imaginación para movilizar nuestra emoción. Supongamos que usted imagina a esa madre como un cervatillo que, asediado por un cazador, se ve obligado a saltar desde un escarpado risco quebrándose las patas. En ese momento llega el cazador y, cuando está a punto de darle el tiro de gracia, el ciervo le mira impotente y le dice: "¿Puedes ayudarme?". O tal vez pueda visualizar también que alguien muy querido lleva tiempo sin comer y le pide algo de alimento. En cualquiera de los casos, el objetivo de este tipo de ejercicio consiste en evocar una intensa emoción de amor recurriendo, para ello, a la imagen de una persona a la que amemos.

Luego Matthieu explicó que, cuando el meditador ha fortalecido suficientemente ese sentimiento de amor, lo amplía hasta englobar a otras personas y, finalmente, a todos los seres vivos:

–Se trata de expandir este sentimiento y de comprender que, en realidad, no hay motivo alguno para que no llegue a englobar a todos los seres vivos. También es posible combinar ambos métodos y adaptarlos naturalmente a nuestra propia idiosincrasia.

–Yo utilizo una versión más modesta de lo que usted está sugiriendo –terció entonces Paul Ekman. Se trata de una técnica a la que he recurrido cuando he tenido que prepararme para alguna situación que presumía difícil y que consiste en apelar a ciertas imágenes visuales que tengo asociadas a emociones muy positivas. Lo que hago en tal caso es concentrarme mentalmente en esas imágenes hasta experimentar la emoción y poder adentrarme así de forma positiva en esa situación. Se trata de una técnica que me parece muy relacionada con lo que usted está diciendo aunque a un nivel, claro está, mucho más casero.

La otra técnica se basa en mi investigación y también guarda cierta relación con algo mencionado por Mark. La cuestión consiste en esbozar los movimientos musculares que componen la sonrisa para generar así un estado emocionalmente positivo –una técnica, por cierto, que se apoyaba en los resultados de su propia investigación, según la cual el hecho de esbozar de manera deliberada los gestos que componen una sonrisa provoca los mismos cambios cerebrales que la sonrisa.

También utilizo una leve variante de la postura de la tortuga –continuó Paul. Cuando estudié la cultura de la Edad de Piedra de Nueva Guinea descubrí que, cuando los miembros de esa tribu se encuentran a gusto, asumen naturalmente esta postura –dijo entonces ilustrándola con su propio cuerpo, cruzando los brazos y sujetándose los hombros con las manos.

Tengo centenares de fotografías de personas que asumen esta postura, una postura en la que uno se sujeta y se controla a sí mismo, lo cual resulta ciertamente reconfortante. Ignoro si, en medio del calor de la emoción, puede servir para recuperar el control de uno mismo, pero, por el momento, éstos son los métodos a los que recurro cuando preveo una situación difícil.

La compasión: el gran tranquilizante

–Hablando en términos generales –intervino entonces el Dalai Lama, que parecía tener muchas cosas que decir, antes de comprometerse con la práctica budista, uno debe tener en cuenta cuál es su objetivo y cuáles son sus beneficios. Éste es un procedimiento muy práctico y, si usted se salta este estadio, lo más probable es que, cuando se le diga que cultive la compasión, desarrolle algo artificial que carezca de todo interés.

Un procedimiento utilizado tradicionalmente por el budismo para el cultivo de la compasión, por ejemplo, consiste en contemplar a cualquier persona como si se tratara de nuestra propia madre. Ya sé que no es posible demostrar de forma lógica que un determinado ser ha sido realmente nuestra madre en una vida pasada, pero ésa no es razón para no contemplar a todos los seres como si fueran nuestra madre. ¿Y por qué deberíamos hacer tal cosa? Porque el hecho de considerar a un individuo como si fuera nuestra madre evoca naturalmente el sentimiento de afecto, aprecio, amabilidad y gratitud. Poco importa, cuando uno reconoce esa motivación profunda, que haya sido nuestra madre o no, porque basta entonces con cobrar conciencia del beneficio y del propósito de esta práctica para estar en condiciones de acometerla.

De manera parecida, uno de los antídotos utilizados tradicionalmente para contrarrestar el apego –el verdadero apego consiste en apelar a la imaginación. En tal caso, por ejemplo, uno imagina el mundo cubierto de huesos y esqueletos, una forma, por supuesto, muy poco gratificante y satisfactoria de contemplar la realidad. ¿Por qué diablos debería uno hacer tal cosa? ¿No es acaso mucho más amable contemplar el mundo cubierto de flores? Pero no es difícil comprender que este tipo de reflexión puede ayudarnos a liberar la mente del apego. Se trata de un medio hábil para neutralizar lo que nos inquieta, una forma de contrarrestar todo aquello que perturba nuestro bienestar. Quienes sean capaces de reconocer que el problema se asienta en su propia mente podrán verificar y comprobar por sí mismos la eficacia de este método.

Uno podría tener la impresión de que el cultivo del amor y de la compasión es algo que hacemos por los demás, una especie de ofrenda que realizamos al mundo, pero, en realidad, ésa es una forma muy superficial de ver las cosas. La experiencia directa pone claramente de manifiesto que el primer beneficiado de la práctica de la compasión es uno mismo. La práctica de la compasión nos reporta, por así decirlo, un beneficio del cien por cien, mientras que el beneficio que supone para los demás es tan sólo del cincuenta por ciento. Así pues, uno mismo es el principal beneficiario del cultivo de la compasión.

Luego, el Dalai Lama señaló que, en las escrituras budistas, el bodhisattva –la persona que alcanza un elevado nivel de logro espiritual mediante la práctica de la compasión disfruta de una gran felicidad y bienestar debido a que desarrolla un nivel inusual de amor y de compasión que le permiten amar al prójimo más que a sí mismo.

–Mi pequeña experiencia al respecto –confirmó Paul Ekman, que se había visto gratamente sorprendido por la actitud emocional sostenida por el Dalai Lama durante todo el encuentro me ha permitido descubrir que el afecto y el respeto por los demás nos fortalece internamente y nos hace sentir más tranquilos y felices. Es cierto que no se trata de una panacea que resuelva todos los problemas, pero ¿a quién le importa? En tal caso, las circunstancias adversas pueden hacernos sentir mal durante unos instantes, pero luego nos recuperamos con más prontitud y volvemos a sentirnos en paz.

–Yo creo que la práctica de la compasión es una medicación que restablece la serenidad cuando uno se encuentra muy agitado –concluyó el Dalai Lama. Y es que la compasión es el principal de los tranquilizantes.

Durante todo su comentario sobre la compasión, el Dalai Lama se mostró muy animado y se manifestaba con gestos muy vigorosos que expresaban claramente su interés por el tema.

–Ustedes saben –señaló entonces Matthieu, ampliando el marco del debate que la Declaración de los Derechos Humanos tiene cincuenta y ocho artículos. Pero en nuestra relación con los demás, hay un artículo que los resume a todos, es decir, que nadie quiere sufrir y que los demás quieren –y tienen el mismo derecho que nosotros– a ser felices. Esta sencilla afirmación resume, en última instancia, toda la Declaración de los Derechos Humanos.

CONTINUARÁ….