24 de octubre de 2010

EMOCIONES DESTRUCTIVAS – Parte XVI - DANIEL GOLEMAN

"Hacer la tortuga"

Volviendo a las cuestiones prácticas, Mark empezó entonces a contarnos un cuento –ilustrado por imágenes que iba proyectando– que suele utilizarse en PATHS para trabajar con niños de entre tres y siete años de edad.

"Ésta es la historia de una pequeña tortuga a la que le gustaba jugar a solas y con sus amigos. También le gustaba mucho ver la televisión y jugar en la calle, pero no parecía pasárselo muy bien en la escuela."

Al comienzo, el Dalai Lama no pareció advertir que se trataba de un cuento infantil, pero apenas se dio cuenta de ello, se tocó la cabeza un par de veces y, visiblemente encantado, sonrió a todos los presentes.

"A esa tortuga le resultaba muy difícil permanecer sentada escuchando a su maestro –dijo Mark–. Cuando sus compañeros de clase le quitaban el lápiz o la empujaban, nuestra tortuguita se enfadaba tanto que no tardaba en pelearse o en insultarles hasta el punto de que luego la excluían de sus juegos.

"La tortuguita estaba muy molesta –seguía el cuento, mientras en la pantalla se proyectaba una imagen de la tortuga jugando a solas en el patio–. Estaba furiosa, confundida y triste porque no podía controlarse y no sabía cómo resolver el problema. Cierto día se encontró con una vieja tortuga sabía que tenía trescientos años y vivía al otro lado del pueblo. Entonces le preguntó: "¿Qué es lo que puedo hacer? La escuela no me gusta. No puedo portarme bien y, por más que lo intento, nunca lo consigo". Entonces la anciana tortuga le respondió: "La solución a este problema está en ti misma. Cuando te sientas muy contrariada o enfadada y no puedas controlarte, métete dentro de tu caparazón" –dijo Mark, encerrando una mano en el puño de la otra y ocultando el pulgar que sobresale como si fuera la cabeza de una tortuga replegándose en su concha.

""Ahí dentro podrás calmarte. Cuando yo me escondo en mi caparazón –continuó la vieja tortuga– hago tres cosas. En primer lugar, me digo 'Alto'. Luego respiro profundamente una o más veces si así lo necesito y, por último, me digo a mí misma cuál es el problema." Luego, las dos practicaron juntas varias veces hasta que nuestra tortuga dijo que estaba deseando que llegara el momento de volver a clase para probar su eficacia.

"Al día siguiente, la tortuguita estaba en clase cuando otro niño empezó a molestarla y, apenas comenzó a sentir el surgimiento de la ira en su interior, que sus manos empezaban a calentarse y que se aceleraba el ritmo de su corazón, recordó lo que le había dicho su vieja amiga, se replegó en su interior, donde podía estar tranquila sin que nadie la molestase y pensó en lo que tenía que hacer. Después de respirar profundamente varias veces, salió nuevamente de su caparazón y vio que su maestro estaba sonriéndole.

"Nuestra tortuga practicó una y otra vez. A veces lo conseguía y en otras no, pero, poco a poco, el hecho de replegarse dentro de su concha fue ayudándole a controlarse. Ahora que ya ha aprendido tiene más amigos y disfruta mucho yendo a la escuela.

"Pero no nos limitamos simplemente a contar a los niños el cuento de la tortuga, sino que también lo representamos. Así, cierto día un niño puede desempeñar el papel de vieja tortuga, al día siguiente hacer de tortuguita y un tercero puede ser el maestro. De este modo, todos los niños van adquiriendo gradualmente la capacidad de asumir los distintos puntos de vista.

"Como Su Santidad sin duda habrá advertido, este cuento tiene varios aspectos importantes. En primer lugar –y por encima de todo–, enseña al niño a cobrar conciencia de sus emociones antes de que se conviertan en conductas destructivas. Además, también le ayuda a asumir su propia responsabilidad y a controlarse, lo que resulta naturalmente muy gratificante y contribuye también muy positivamente a su proceso de desarrollo y maduración.

"Con este cuento enseñamos a los niños –continuó Mark– a "hacer la tortuga" de muchos modos diferentes, dependiendo del contexto, pero recurriendo siempre al cuerpo. En la mayor parte de los casos, les enseñamos a respirar profundamente al tiempo que cruzan los brazos sobre el pecho –dijo Mark ilustrando su comentario con el correspondiente gesto–.

"Ahora quisiera que todos los presentes hicieran esto durante un minuto. Respiren profundamente. Entonces no sólo advertirán que esto resulta muy tranquilizador, sino que también se darán cuenta de que, en esa postura, difícilmente podrán dañar a alguien –bromeó Mark."

–-Pero sí que podemos lanzarles miradas asesinas! –siguió con la broma Su Santidad.

Una vez que Mark nos tuvo a todos "haciendo la tortuga" prosiguió: "Desde el mismo comienzo enseñamos a los niños recompensándoles con el cuño de tinta de una tortuga cada vez que logran calmarse. El maestro tiene así también un signo evidente de que el niño está calmándose y, lo que es todavía más importante, asienta su aprendizaje –como sostenían los psicólogos rusos Vygostky y Luria– en la planificación motora. Nosotros creemos que el aprendizaje infantil se inicia a través de la acción física concreta y que sólo luego va tornándose más conceptual. Lo que queremos, en suma, es que asocien la noción de tranquilidad a una acción y, además –y como acabamos de decir–, resulta muy difícil agredir físicamente a alguien cuando nos hallamos en esa postura.

"Nosotros empezamos a trabajar en 1981 con niños sordos que, como todos ustedes saben, tienen dificultades con el lenguaje y nos vimos obligados a recurrir al apoyo gestual proporcionado por el lenguaje de los signos –dijo Mark, repitiendo de nuevo con sus manos el gesto de la tortuga ocultándose en su caparazón. Pero luego nos dimos cuenta de que era mejor cruzar los brazos porque, de ese modo, resulta también más fácil incorporar la respiración profunda, que tiene un notable efecto calmante.

"Los niños no saben calmarse y, para ello, suelen requerir el apoyo de los adultos. Por ello, cuando un maestro ve que un niño parece muy enfadado, conviene que le coja de la mano y le diga: "Veo que estás muy enfadado. Vamos a tranquilizarnos. Yo lo haré contigo. Inspiremos juntos" y que, después de ello, agregue algo así como: "¿Ya estás más tranquilo?", remedando, de ese modo, la actitud de la madre cuando "consolida" y estructura la relación con su bebé. También en este caso es necesario que el maestro repita con el niño esta práctica todas las veces que haga falta, hasta que acabe internalizando esa habilidad esencial.

"Pero, al mismo tiempo que enseñamos a los niños a "hacer la tortuga", también les enseñamos a hablar consigo mismos, como un modo de controlar su conducta, algo que, en ocasiones, se denomina autocontrol verbal. La idea consiste en que el niño aprenda a hablar consigo mismo y aprenda también a utilizar el lenguaje como un sustituto de la representación conductual y del exabrupto emocional.

"Éste me parece un punto esencial, porque la autorregulación constituye el prerrequisito de toda acción responsable. No bastan, en este sentido, las admoniciones morales sin las habilidades subyacentes necesarias para llevarlas a la práctica.

"Nosotros creemos que, a menos que los niños aprendan a calmarse cuando están alterados, su desarrollo moral y emocional correrá el peligro de quedarse estancado. Éste es un punto realmente esencial, porque resulta muy difícil y requiere mucha práctica. Y debo decirles que, como adulto, todavía estoy trabajando en ello.

"Sólo utilizamos la técnica de la tortuga con los niños pequeños, porque los mayores tienen menos necesidad de ella y se avergüenzan de hacer algo tan infantil. Pero los niños más pequeños, de entre tres y siete años, tienen una mayor labilidad emocional y muchas más dificultades que los mayores, en consecuencia, para controlar su conducta".

Expresar lo que uno siente

Luego Mark proyectó varias imágenes de cartón de rostros humanos, cada uno de los cuales expresaba una emoción diferente: una cara sonriente para la felicidad, otra gruñona para el enfado, etcétera.

"Un segundo objetivo de nuestro programa consiste en que los niños se familiaricen con el mundo de las emociones. Para ello comenzamos con los sentimientos evolutivamente más rudimentarios y luego vamos avanzando hasta los más complejos. Y eso lo hacemos clasificándolos en función de un código de colores. Nosotros nunca hablamos de sentimientos buenos y de sentimientos malos –porque, para nosotros, todos los sentimientos están bien, sino de sentimientos amarillos y de sentimientos azules o de sentimientos cómodos y de sentimientos incómodos, respectivamente, porque es así como les hacen sentir internamente (aunque, en ocasiones, resulte un tanto complicado). Así, por ejemplo, cuando hablamos de "tener miedo", también solemos enseñarles al mismo tiempo el sentimiento opuesto, en este caso "estar seguro".

"Las lecciones son multimodales, en el sentido de que el maestro les muestra imágenes de las caras y los cuerpos de personas que están experimentando ese sentimiento, tal vez les hable de algún caso en el que él mismo la sintió cuando era niño, o quizás les invite a contar alguna ocasión en que ellos lo hayan experimentado. Al finalizar la lección, el maestro reparte a cada niño una tarjeta con una "cara de sentimiento" que éste coloca en un bloc con anillas y deja sobre su pupitre. El maestro también dispone de este tipo de cuaderno y, en el caso de que el programa se halle bien implantado en esa escuela, hasta el director tiene otro.

"El cuaderno en cuestión comienza teniendo muy pocas tarjetas, pero va llenándose con el paso del tiempo. A lo largo del día, esas caras se utilizan para desarrollar y expresar su conciencia de los estados internos. Del mismo modo, pues, que enseñamos a los niños a "hacer la tortuga" –porque es algo a lo que pueden apelar en cualquier momento, especialmente cuando se hallan atrapados en una emoción–, también les enseñamos a utilizar las "caras de sentimiento" en las situaciones reales. En ciertas ocasiones, por ejemplo, quizás al empezar el día, después del almuerzo o cuando están muy excitados, el maestro puede decirles: "Ahora quisiera que todo el mundo busque en su cuaderno la cara que mejor expresa cómo se siente". "Son muchos los sentimientos que, de este modo, enseñamos a los niños, empezando por los más rudimentarios (como sentirse feliz, triste, asustado y seguro), pasando luego a otros algo más complejos (como sentirse decepcionado u orgulloso), otros más evolucionados (como sentirse avergonzado o humillado) y, en el caso de niños de más de once años, a sentimientos todavía más sofisticados (como sentirse rechazados y sentir perdón).

"En las primeras lecciones también les enseñamos a utilizar una tarjeta en blanco –a la que denominamos "privado"– para transmitirles la idea de que no siempre están obligados a mostrar lo que sienten, independientemente de que ese sentimiento les haga sentir cómodos o incómodos. Y debo señalar que esto fue algo que nos enseñó un niño sordo. En los comienzos de la implantación de PATHS entregábamos a los niños algunas tarjetas vacías y veíamos lo que hacían. En cierta ocasión, uno de ellos recurrió a esta tarjeta para decirnos: "A nadie le importa cómo me siento", expresando así con suma claridad que ese día no tenía el menor interés en contarle a nadie cómo se encontraba.

"Ésas primeras experiencias con nuestro programa nos llevaron a extraer un par de conclusiones. La primera de ellas es que solemos menospreciar las habilidades de los niños, y la otra es que pueden enseñarnos cosas muy importantes. Recuerdo, en este sentido, el caso de un niño sordo de unos nueve años que, un buen día, dijo a su maestra: "Necesito una cara nueva, porque no tengo ninguna que exprese lo que siento". "¿Y cómo te sientes?" –Le preguntó entonces su maestra "Malo/feliz" –respondió éste, en el lenguaje de los signos. Y, cuando su maestra le pidió que explicara lo que quería decir con ello, éste replicó: "Es lo mismo que siento al reírme cuando alguien tropieza". Pasamos un año entero en el laboratorio debatiendo el mejor nombre para ese sentimiento y finalmente nos decidimos a llamarlo "malicia".

"Este tipo de aprendizaje no sólo ayuda a los niños a reconocer lo que ocurre en su interior (o lo que ocurre en el interior de otra persona), sino que también transmite la idea de que expresar los sentimientos contribuye de manera positiva a resolver los problemas. Permítanme ahora ponerles un ejemplo que precisamente tiene que ver con el sentimiento de "malicia" del que estábamos hablando.

"Son muchos los niños que no saben responder a las burlas de los demás, una situación que, en ocasiones, puede resultarles muy difícil. De poco sirve que los adultos les digamos que ignoren al bromista ya que no, por ello, éste dejará de reírse. Además, aunque esa sugerencia sea, en algunos casos, cierta, no siempre resulta fácil ignorar las burlas. Por otro lado, los niños pueden creer que están ignorando al bromista cuando, de hecho, no hacen más que invitarle a seguir molestándoles.

"De modo que, cuando les enseñamos el término "malicioso", también les enseñamos a decir: "Estás siendo malicioso" a quienes puedan estar burlándose de ellos, en cuyo caso, su respuesta no es reactiva, sino que constituye una posible forma de metacontrolar la situación. Recuerdo que, cierto día, estaba visitando una clase cuando advertí que un niño estaba burlándose de otro, momento en el cual éste le dijo: "Hoy estás muy malicioso. ¿Te ha ocurrido algo?", una reacción –que, en esa ocasión, por cierto, sirvió para atajar las burlas muy diferente al simple hecho de sentirse dañado."

Preparando las vías neuronales

"El caso de la burla es un fenómeno muy complejo porque, aunque la mayor parte de las veces en que alguien se burla de un niño éste se siente dolido, humillado y confundido, también hay circunstancias en que contribuye a integrarles en el grupo. A pesar de ello, no obstante, los niños suelen considerar negativa cualquier tipo de burla. A eso de los diez años, cuando los niños se agrupan en pandillas, aparece un nuevo tipo de conducta, el cotilleo, que les lleva a pasar mucho tiempo contando historias sobre éste y sobre aquél, lo que puede resultar muy molesto, porque es muy difícil controlar sus emociones cuando los demás no dejan de contar mentiras sobre él."

–¿Está usted diciendo –acotó entonces el Dalai Lama– que la inmadurez de su inteligencia impide al niño comprender el contexto. No creo que haga falta un gran desarrollo cognitivo para comprender esto porque, hasta los cachorros parecen entenderlo. No es extraño ver a un par de perrillos mordiéndose juguetonamente, como si supieran que no hay maldad alguna en ello.

Por ese motivo –respondió Mark– es muy importante que el niño sepa tranquilizarse cuando siente que alguien está burlándose de él y que sepa discriminar también con claridad si es un mero juego u oculta alguna intención aviesa. Tengamos en cuenta que los niños agresivos y los que se sienten fácilmente dañados suelen reaccionar de un modo casi automático. Por el momento ignoramos lo que, en tal caso, pueda estar ocurriendo en su cerebro, ya que tal vez existan circuitos muy sensibles al respecto. Hay veces en los que los maestros, al igual que los padres, se ven obligados a afrontar situaciones insolubles. Consideren, por ejemplo, el caso en el que dos niños entran corriendo del patio de recreo diciendo: "-Me ha quitado la pelota!" "-No, quien me la ha quitado ha sido él! -Yo la tenía primero!". "-No, ha sido él!". El problema es que, en tal caso, el maestro no presenció el acontecimiento desencadenante de toda la secuencia que, en ocasiones, puede incluso remontarse varios días atrás. Quizás uno pueda sospechar lo que ha ocurrido, pero muy pocas veces lo sabe a ciencia cierta y es muy probable que, atrapado en una situación de este tipo, acabe castigándolos a ambos diciendo algo así como: "Muy bien. Ahora mismo vais a sentaros los dos. Se acabó el recreo".

También hay maestros que, cuando el niño se queda atrapado en una emoción, se sienten emocionalmente perturbados. En tal caso, nosotros les sugerimos que digan algo así como: "Pareces muy molesto y ahora yo también estoy empezando a estarlo. Necesitamos calmarnos". Y una forma de hacerlo consiste en que los niños rebusquen entre las "caras de la emoción" la que más claramente exprese lo que están sintiendo. Y lo que pretendemos con ello –al menos de un modo teórico es la activación del lóbulo frontal izquierdo, un área que, como nos dijo Richie, contribuye a inhibir las emociones perturbadoras.

Se trata de utilizar el centro del lenguaje de la parte racional del cerebro para empezar a comprender –y, de ese modo, controlar la emoción. Es innecesario decir que esa estrategia no siempre surte el efecto deseado –concluyó Mark.

–Esto me parece muy bien –coincidió el Dalai Lama–. Desde la perspectiva budista, se trataría de atender a otra cosa para que la mente pueda recuperar un estado de neutralidad.

Desde una perspectiva evolutiva prosiguió Mark, asintiendo con la cabeza, nosotros creemos que el período que va desde los tres hasta los ocho o nueve años –en el que, dicho sea de paso, aprenden a designar las emociones– es el más adecuado para establecer esas vías neuronales. Nosotros no sabemos mucho sobre los caminos neuronales que conectan la amígdala o el hipocampo con el lóbulo frontal y todavía lo ignoramos casi todo sobre las estructuras cerebrales que jalonan esos dos caminos. Pero a pesar de ello consideramos que, en este período tan crítico de la vida, es muy importante asentar los cimientos de los hábitos que nos ayudan a desarrollar todas estas habilidades. Como ustedes saben, siempre es más difícil reaprender que aprender.

Una vez más, Mark enunció un principio esencial para la enseñanza infantil de las emociones. Resulta mucho más sencillo enseñar a los niños todas estas habilidades emocionales durante el período en que está conformándose su sistema de circuitos neuronales que tratar de modificarlo cuando ya son adultos. En este campo, como en muchos otros, vale más un gramo de prevención que un kilo de psicoterapia, de desintoxicación o de prisión.

Establecer "zonas de paz" en clase

"Además continuó Mark–, también disponemos de un contexto más amplio para enseñar a los niños las habilidades de resolución de problemas y de conflictos. Y también, en este caso, recurrimos a imágenes y a cuentos utilizando, por ejemplo, lo que llamamos el Control Signals Poster, una especie de semáforo que los niños entienden perfectamente.

"Mark proyectó entonces el póster de un semáforo, en el que cada una de las luces representaba un paso diferente del proceso de aprendizaje de los fundamentos del autocontrol:

Rojo: Respira lenta y profundamente. Formula el problema y di cómo te sientes.

Amarillo: ¿Qué es lo que puedo hacer? ¿Funcionará?

Verde: Lleva a la práctica la mejor de las alternativas. ¿Cómo ha funcionado?

"Se trata de un póster desarrollado por Roger Weissberg y sus colegas de la Yale University que ya había visto en las paredes de todas las aulas de las escuelas públicas de New Haven cuando, a comienzos de los noventa, visité varias de ellas para escribir un artículo sobre un programa pionero en el campo de la alfabetización emocional. Al cabo de los años, el programa de New Haven –que, como PATHS, ha acabado implantándose en todo el país se ha difundido ampliamente hasta el punto de que educadores de todas partes del mundo han viajado a New Haven para aprender a elaborar sus propios programas de "desarrollo social", como también se los conoce.

"La idea –dijo Mark, explicando el funcionamiento de este peculiar semáforo– es que las emociones transmiten información de modo que, cuando uno siente una emoción, lo primero que tiene que hacer es detenerse y calmarse. Éste es, precisamente, el paso que la anciana tortuga sabia enseñó a la tortuguita, ya que la luz roja supone inspirar lenta y profundamente y hablar luego del problema y de cómo se siente consigo mismo o con cualquier otra persona.

"Después de enseñar a los niños el significado de la luz roja pasamos a la luz amarilla. La idea, en este punto, consiste en generar soluciones alternativas a los problemas y ejercitarlas posteriormente mediante el role playing. Para ello es muy importante crear el contexto adecuado; en ese sentido, el maestro debería crear, en el aula, un clima muy familiar, como si se tratara de una familia fuera de casa. Y, puesto que las familias son entornos seguros, las soluciones generadas no deberían dañar a nadie. Es cierto que uno no tiene que ser amigo de todo el mundo, pero no lo es menos que debe aprender a relacionarse bien con los demás. Así pues, es muy importante comprender que uno está en un aula y que no debe dañar a nadie.

"Como resultado de nuestra filosofía, no perdemos tiempo dejando que los niños generen soluciones agresivas y negativas, porque eso es algo completamente improductivo. En lugar de ello, les preguntamos "¿Qué harías –si el objetivo es el de llevarte bien con los demás o, al menos, el de no pelearte con ellos si ahora mismo escuchases a alguien bromeando a tus espaldas? ¿Qué podrías hacer si alguien te empujara mientras estás en la cola y te enfadaras con él?". Luego les invitamos a ejercitar en la práctica las distintas alternativas generadas y, finalmente, les preguntamos cómo funcionó.

"Ese póster está en todas partes, en el aula, en las puertas del patio de recreo, en el restaurante y hasta en el despacho del director. Hay escuelas en las que, en el patio de recreo, existen varios conos rojos –como los que, en ocasiones, se utilizan a modo de balizas de tráfico a los que pueden dirigirse aquellos niños que se encuentren mal y no quieran ser molestados.

"En este mismo sentido, hay ocasiones en las que también disponemos en las últimas filas del aula de lo que llamamos "mesa de paz", "silla de paz" o lo que, en las escuelas del pasado, se denominaba "sillas de tiempo muerto". Éstas servían para que los niños se tranquilizasen después de una rabieta aunque, en ocasiones, las consideraban un castigo. Hoy en día, sin embargo, se trata de sillas marcadas con un círculo rojo a las que pueden recurrir los niños que se encuentren muy alterados para tranquilizarse y pensar en sus posibles alternativas de acción."

–¿De modo que cada aula dispone de una "zona de paz"? –pregunté, pensando en que ése era, precisamente, el nombre de una propuesta que había hecho el Dala Lama para convertir al Tíbet en una zona libre de armas.

–Bueno, lo cierto es que no están en todas las aulas –puntualizó Mark–, pero parece que, ahí donde las hemos probado, funcionan bastante bien.

"Son muchas las escuelas de nuestro país que también utilizan un programa centrado en la resolución de conflictos en el que se enseña a los niños mayores a mediar en los conflictos de los más pequeños. Ese programa, por ejemplo, enseña a los niños de once años a pasear por el patio de recreo de la escuela y a intervenir cada vez que vean a un pequeño en problemas. En las escuelas en las que se aplica el programa PATHS, esos mediadores portan una camiseta con la imagen del semáforo, lo que le convierte en un símbolo muy concreto que está en todas partes. De este modo, cuando interviene el niño mayor, dice algo así como: "Parece que aquí hay un problema. Luz roja, es decir, calmémonos", y luego "Ahora pasaremos a la luz amarilla. Primero hablarás tú, y el otro escuchará y luego intercambiaremos los papeles".

"La rigurosa evaluación realizada con el programa PATHS pone claramente de relieve que los niños que han pasado por él son más capaces de hablar de sus sentimientos y de comprender los sentimientos de los demás."8

Alentado por su instinto científico, el Dalai Lama preguntó entonces por la metodología utilizada para extraer estas conclusiones:

–¿El programa en cuestión se aplica a todas las clases o sólo a algunas?

–Lo más habitual –explicó Mark– es que el programa se aplique a toda una escuela, de otro modo podría haber algún tipo de contaminación porque, basta con que se disponga de él, para que el personal quiera difundirlo naturalmente a todo el entorno escolar. En cualquiera de los casos, las escuelas utilizadas para llevar a cabo la comparación se hallaban en barrios de status socioeconómico similar y la asignación se llevó a cabo de un modo completamente azaroso –nos aseguró Mark.

"Para evaluar los resultados –prosiguió Mark– empleamos una serie de preguntas del tipo "¿Cómo sabes si estás enfadado o triste?" Y debo señalar que los niños que han pasado por este programa son más capaces de responder a estas preguntas, es decir, más capaces de reconocer sus sentimientos y de hablar de ellos. Además, sus propios autoinformes ponen también de manifiesto una disminución casi inmediata de los síntomas de depresión y de tristeza. De hecho, esos síntomas son relativamente fáciles de cambiar, porque el hecho de hablar de los propios sentimientos y de compartirlos con los demás es uno de los principales antídotos de la depresión. Los distintos estudios realizados al respecto también evidencian una disminución significativa –aunque no espectacular de la tasa de conductas agresivas.

"Nosotros solemos pensar en todo esto como si se tratara de una enfermedad cardíaca. Sabemos que las enfermedades del corazón dependen de variables biológicas (como la dieta, la genética y el ejercicio, por ejemplo) y también sabemos que la eliminación de esos factores de riesgo disminuye asimismo la tasa de enfermedades cardíacas. Nuestro programa además disminuye la incidencia de los factores de riesgo que acompañan al hecho de no poder calmarnos, de no poder asumir el punto de vista de los demás y de no poder pensar detenidamente en un determinado problema. Así es como gradualmente vamos reduciendo la tasa de conductas agresivas y de los problemas ligados a la expresión de las emociones destructivas."

Se busca viejo sabio

"Basta con recordar el peso que tiene el proceso de modelado en la educación infantil –siguió diciendo Mark– para cobrar conciencia de la extraordinaria importancia de que el maestro aprenda y de que su conducta exhiba este tipo de habilidades. Es cierto que se trata de un proceso difícil y en el que existe una gran variabilidad interindividual, pero si trabajamos de manera regular y contamos con la colaboración del personal, el modelado puede tener una influencia muy profunda en el modo en que los niños aprenden a utilizar estas habilidades emocionales.

"El maestro no siempre puede utilizar el modelado para enseñar las habilidades de la tranquilidad, de hablar consigo mismo y de utilizar adecuadamente su inteligencia, pero cuando tal cosa es posible, sus beneficios son considerables. Esto parece confirmar la idea de Aristóteles, señalada ya por Owen, de que el contacto con un anciano sabio contribuye a armonizar las virtudes. Este proceso es tan esencial que la investigación ha demostrado que, si el maestro no modela con su conducta lo que está enseñando, el niño no aprende a utilizar esas habilidades.

"Es evidente también la importancia que tienen los padres en este sentido. John Gottman y otros investigadores han descubierto que muchos padres llevan a cabo lo que podríamos denominar coaching emocional. Así, cuando su hijo está enfadado o triste, no se alejan de él ni le castigan, sino que le ayudan a comprender que no existe ningún motivo para que se vean desbordados por los sentimientos, que todos los sentimientos están bien, que ése es un fenómeno natural y que es posible modificarlo. Y también hay que decir que esos niños aprenden las mismas habilidades positivas, una conducta más adecuada y una mayor capacidad de controlar su excitación fisiológica.

"Esta mañana les he hablado de la forma en que los padres pueden ayudar a sus hijos pequeños a gestionar sus emociones. Del mismo modo –aunque a un nivel evolutivo muy diferente los padres y los maestros de los niños de diez años también pueden ser de gran ayuda. Paul sabe bien que esa función prosigue aún en los padres de hijas de veinte años. No deberíamos olvidar que, a fin de cuentas, todos necesitamos maestros.

"Sería un error creer que la posibilidad de intervención concluye al finalizar la infancia. Aunque todavía no podamos afirmarlo con absoluta certeza, hay sobrados motivos para creer que la plasticidad del cerebro no acaba en la adolescencia, sino que prosigue más allá de ella. La evaluación rigurosa de los programas de aprendizaje emocional y social dirigidos a adolescentes ha demostrado su utilidad para combatir la adicción a las drogas, el consumo de tabaco y las conductas agresivas.

"Aunque los adultos desempeñan una función muy importante en la vida de los niños, las situaciones más difíciles siempre suelen darse entre pares. No olvidemos que el mejor predictor de la salud mental de un niño es lo que dicen sus compañeros, ya que éstos ven cosas que los adultos suelen soslayar.

"Por ello, considero muy importante que este tipo de abordaje se generalice y que su uso no se limite al ámbito de la psicoterapia o de la relación docente entre adulto y niño. La importancia del contexto social es tal que los padres no pueden llevar a cabo esta tarea sin el adecuado concurso del contexto proporcionado por los compañeros. Debemos crear un clima escolar en el que no sólo los padres, sino también los alumnos, valoren todas estas habilidades. Y los niños deben comprender también desde una edad muy temprana la necesidad de alentar este desarrollo, lo que en Estados Unidos resulta ciertamente problemático, dados los extraordinarios cambios que, en los últimos veinte años, ha experimentado el tiempo que los adultos pasan con sus hijos."

El Dalai Lama se dirigió entonces a Jinpa y le dijo en voz baja lo mucho que le había gustado escuchar el informe presentado por Mark. Él llevaba mucho tiempo insistiendo en la necesidad de aplicar algo así en el campo de la educación y por fin se enteraba de que estaba llevándose a cabo algo muy concreto y práctico al respecto. Luego también me dijo que estaba muy complacido de haberse enterado de la existencia de un intento sistemático de ayudar a los niños a gestionar más adecuadamente sus emociones destructivas. Y no sólo le impresionaban los datos concretos, sino también el hecho de que esos métodos formaran parte ya de la educación de algunos niños.

El modelado de la compasión

"La visión occidental del mundo –prosiguió Mark– y nuestro interés en evitar la psicopatología nos han llevado a dedicar muy poca atención al cultivo de las emociones positivas. En los últimos siete u ocho años, sin embargo, hemos empezado a dar tímidamente algunos pasos en este sentido y contamos a los niños historias reales de personas que, en algunos casos, son niños como ellos y que, de un modo u otro, han realizado alguna contribución importante al mundo.

"Quisiera darles ahora algunos ejemplos de las historias a través de las cuales tratamos de convertir al lenguaje y a los programas de lectura en un vehículo del contenido de PATHS e integrarlo así en la cotidianidad de la escuela. Para transmitir la noción de perseverancia a pesar de los obstáculos, por ejemplo, utilizamos la historia del famoso jugador manco de béisbol estadounidense Jim Abbott. Todo el mundo, según dice, le insistía en que, dada su situación, nunca llegaría a ser un buen jugador y sería mejor que abandonase esa idea. Nuestro relato subraya el modo en que perseveró en el esfuerzo hasta conseguir su meta. Luego les animamos a que nos hablen de un objetivo que crean inalcanzable y les hacemos reflexionar y esbozar los pasos que creen que deberían dar para llegar a conseguirlo.

"Otra de las historias que contamos es la de la birmana Aung San Suu Kyi –dijo Mark dirigiéndose al Dalai Lama y obteniendo de su parte una inclinación de cabeza en señal de reconocimiento, ya que ambos han recibido el premio Nobel de la paz, y él mismo había participado, junto a otros laureados con el Nobel, en una manifestación en su apoyo que se llevó a cabo en la frontera birmana.

"Con el relato de la vida de Aung San Suu Kyi tratamos de transmitirles la importancia de la responsabilidad social e ilustrar que, en ocasiones, merece la pena entregar la vida a una causa noble. Les hablamos del arresto domiciliario al que estuvo sometida durante muchos años y les explicamos la importancia de su sacrificio para el movimiento democrático de Myanmar (antigua Birmania). Así tratamos de transmitirles la necesidad, en ocasiones, de insistir en el esfuerzo a pesar de todos los sacrificios que ello implique.

"Después de contarles esta biografía, les invitamos a que esbocen un pequeño proyecto que contribuya a mejorar su escuela o su barrio. La idea consiste en despertar en ellos el mismo tipo de emociones y objetivos que movilizaron a Aung San Suu Kyi. Tal vez entonces puedan descubrir en sí mismos los objetivos que apuntan al bien común.

"Otro ejemplo que solemos dar es el de Maya Lin, la americana de ascendencia asiática que proyectó el Vietnam Veterans Memorial de Washington y el Civil Rights Memorial de Montgomery (Alabama). Usamos la historia de su vida para ilustrar el modo en que el arte puede servir para conmemorar acontecimientos importantes. Para ello utilizamos también el libro infantil de Eve Bunting The Wall, que relata la historia de un padre que lleva a su hijo al Vietnam Veterans Memorial para ver el nombre de su abuelo. Se trata de una historia muy interesante, porque además nos permite centrar la atención de los niños en los temas de la guerra y de la muerte.

"Luego les pedimos su opinión sobre el modo en que podrían conmemorar acontecimientos históricos importantes, y, por último, toda la clase diseña y realiza un proyecto que recuerde algún episodio importante de su comunidad. Y, en este sentido, nosotros no les damos ninguna sugerencia, sino que dejamos que sean ellos mismos quienes decidan lo que van a hacer y que lo mismo puede centrarse en algo que ocurrió en la escuela durante el curso, o en algún acontecimiento histórico que sucedió en los alrededores. La idea, en cualquiera de los casos, es la de orientar la atención de los niños hacia el ideal de la responsabilidad social... y transmitirles –eso esperamos al menos– un atisbo de la compasión.

"Como verán, se trata de ejemplos muy humildes porque nuestra atención se había centrado en la gestión de las emociones destructivas y justo ahora estamos empezando a trabajar con las positivas. Por ello estoy muy interesado en cualquier sugerencia que puedan darme para desarrollar la compasión. Sé que el budismo tiene una experiencia milenaria en el cultivo de la compasión de los jóvenes novicios y no veo razón para que no podamos beneficiarnos de ella."

–¿Se le ocurre alguna idea que pudiera servirnos para cultivar la compasión de los adolescentes? –preguntó entonces Mark al Dalai Lama.

Luego, éste pidió en tibetano a sus compañeros budistas su opinión al respecto.

–Algunas familias tibetanas –dijo Matthieu tienen una costumbre muy sencilla, pero que me parece extraordinaria y es que, el día de su cumpleaños, el niño hace regalos –y debo decir que está encantado de ello a todos los miembros de su familia. Se trata, obviamente, de un detalle que no encierra grandes principios, pero en cualquiera de los casos, me parece muy significativo.

–Lo que a los niños les importa –coincidió Mark– no son las grandes ideas, sino las pequeñas cosas que configuran su realidad cotidiana.

El repertorio de la compasión

–Yo también creo –dijo entonces el Dalai Lama exponiendo sus ideas al respecto que es muy importante gestionar adecuadamente las emociones negativas, pero eso, en sí mismo, no resolverá los problemas. Usted ya ha reconocido muy claramente en su programa la necesidad de cultivar y desarrollar las emociones positivas. Por más que esas emociones puedan no ser aplicables de manera directa como antídoto en el calor del momento, pueden predisponer al niño –o a quien sea a afrontar más adecuadamente las emociones negativas. Lo cierto es que no tengo ninguna idea definida sobre las técnicas concretas a que podría apelarse, pero me parece evidente que la exposición del niño a un clima realmente amoroso y compasivo, tanto en el seno de la familia con los padres como en el ámbito escolar con maestros que les respetan y se preocupan por su bienestar, tiene en ellos un impacto muy poderoso. El mejor modo de enseñar el amor y la compasión no pasa por las palabras, sino por las acciones.

Mark sabía que el Dalai Lama no suele asumir nunca el papel de experto en temas como el desarrollo infantil, pero lo cierto es que su comentario le sorprendió.

–Precisamente, por ello –dijo recurrimos a estas historias. Permítame que le cuente otro relato que usamos con los niños del tercer grado. Se trata de una historia verdadera, la historia de Trevor Ferrell, un niño de trece años que vivía en una zona residencial de los alrededores de Philadelphia. Cierta noche estaba viendo el telediario cuando cobró conciencia de los sin techo que vivían en las calles del centro de su ciudad. La noticia le conmovió tanto que habló con su padre y le dijo: "Nosotros tenemos algunas mantas viejas en el garaje. Quisiera regalárselas a la gente que duerme en plena calle calentándose con el vapor que sale de las rejas".

Aunque su padre pensó que era una idea un tanto extraña, le ayudó a llevarla a la práctica, y la experiencia resultó muy gratificante para ambos. Al día siguiente, Trevor llenó las tiendas de los alrededores de su casa con carteles que decían cosas como: "¿Tiene usted alguna manta que no utilice?" "¿Tiene comida que no necesite?". Al cabo de una semana, su garaje estaba lleno de comida y, hoy en día, son muchos los almacenes de Philadelphia –a los que, en su honor, se bautizó como Place Trevor que se dedican a alimentar a las personas sin hogar.

El Dalai Lama había escuchado toda la historia asintiendo y sonriendo. –Nosotros contamos esta historia y la usamos junto al Control Signals Poster, esforzándonos en que los niños sientan lo que pudo haber experimentado Trevor, la necesidad que tuvo luego de calmarse y, finalmente, se pregunten: "¿Qué puedo hacer yo al respecto?". La idea es que los niños también pueden enseñarnos muchas cosas. Utilizamos, pues, estos relatos como un vehículo para la transmisión de este tipo de enseñanzas, pero siempre andamos en busca de nuevas ideas.

–Antes he escuchado con cierta suspicacia –comentó entonces Alan Wallace su comentario de que todas las emociones son naturales y están bien. Luego me ha parecido que tal vez fuera una buena idea admitir su sugerencia y no juzgar las emociones antes de haberlas reconocido. Ahora bien, del mismo modo que todas las personas son iguales, pero algunas son más iguales que otras, todos los sentimientos están bien, pero algunos están mejor que otros. William James tenía un principio que me parece brillante y que recuerdo cada día de mi vida: " Aquello a lo que atendemos se convierte en nuestra realidad, y aquello a lo que no atendemos acaba desapareciendo poco a poco de nuestra realidad". Me ha resultado curioso que un buen número de los "rostros de sentimiento" fueran negativos. Tal vez los niños, especialmente a partir de los diez, once o doce años, pudieran empezar también a desarrollar un repertorio más amplio que incluyera tarjetas relativas a la compasión, la paciencia, la cordialidad, etcétera.

Uno de los temas centrales del clásico Budhicaryavatara es que uno debe observar cómo le afectan los sentimientos en el mismo momento en que aparecen. ¿Cómo experimenta un niño la generosidad en el momento en que está expresándola? No sólo hay que observar el modo en que experimenta la generosidad la persona que la recibe, sino también la persona que la expresa. Tal vez entonces, los niños puedan empezar a desarrollar su sensibilidad y su conciencia de las virtudes sin necesidad de decirles: "Tendrías que hacer esto o aquello otro". Su Santidad dice a menudo que estas virtudes son naturales, de modo que no sería nada extraño que, si los niños les prestan atención y disponen de tarjetas alusivas, acaben reconociéndolas.

–Me parece muy buena idea –dijo Mark–. Uno de los motivos por los que creo que en Occidente estamos más centrados en las emociones destructivas es porque nos movemos en un ámbito, el escolar, en el que hoy existe una gran preocupación por la violencia, una preocupación que está impulsando la financiación de estos programas. Pero ciertamente no deja de resultar curioso que, aunque nuestros proyectos sólo se encuentren en sus primeros pasos, no hayamos prestado todavía atención a las emociones positivas. En estos días he estado tomando nota de las posibles lecciones que deberíamos incluir. No tenemos ninguna, por ejemplo, que tenga que ver con el sobrecogimiento ni con la admiración. He aprendido mucho sobre lo que podríamos empezar a hacer al respecto y les estoy muy agradecido por ello.

El Dalai Lama, que se había quedado muy conmovido por la presentación de Mark, tocó entonces su frente con sus manos en señal de agradecimiento.

12. ALENTANDO LA COMPASION

¿Por qué creen ustedes que la ciencia occidental ha ignorado la compasión?

Ésa fue la pregunta en torno a la cual giró el quinto encuentro organizado por el Mind and Life Institute, que versó sobre el altruismo y la naturaleza humana. La pregunta había sido formulada por Anne Harrington, especialista en historia de la ciencia de la Harvard University.

–Históricamente hablando –había dicho Harrington, cuanto más profundamente se ha adentrado la ciencia en la exploración de la realidad, menor ha sido la relevancia de nociones como la compasión. Y es que, desde la perspectiva evolucionista, por ejemplo, el altruismo no es más que una mera estrategia de adaptación genética.

Pero cuando uno –puntualizó en esa ocasión Harrington– explora la realidad desde la perspectiva budista, descubre dimensiones muy diferentes en las que la compasión desempeña un papel fundamental y proporciona un marco de referencia a los dramas de la vida, según el cual los seres no están en lucha, sino íntimamente relacionados.

En esa ocasión, el Dalai Lama dijo que la ciencia era una disciplina relativamente joven y que, en consecuencia, su visión de la naturaleza humana como algo esencialmente agresivo, egoísta y cruel parece la mirada arbitraria de un estadio concreto de la evolución del ser humano.

Según Richard Davidson, el organizador de ese encuentro, es muy probable que esa visión negativa se deba al hecho de que la psicología sigue los pasos de la medicina, que no centra tanto su atención en la salud como en la enfermedad. "Es muy probable que sea precisamente esa tendencia –concluyó– la que nos predisponga al estudio de las emociones negativas."

En ese punto, Ervin Staub, psicólogo social de la University of Massachusetts, señaló que, en los últimos treinta años, algunos psicólogos han empezado a investigar también el altruismo y la empatía, aunque todavía no han llegado a hacer lo mismo con la compasión. En su opinión, el campo se halla ya lo suficientemente maduro como para prestar atención a la compasión y a las emociones positivas en general.

Ese mismo foco sobre la compasión y los aspectos positivos de la emoción fue también el tema central de nuestra sesión vespertina. Cuando comenzó la sesión de la tarde, dije al Dalai Lama que me gustaría seguir hablando de un punto que habíamos tocado en Chonor House durante el almuerzo, a saber, que el programa escolar descrito por Mark se centraba básicamente en el control de las emociones destructivas, pero no decía gran cosa acerca del cultivo de las emociones positivas, que son los auténticos antídotos de aquéllas.

–Nos preguntábamos –dije si el budismo, que tantos métodos tiene para el cultivo de las emociones positivas, no dispondrá también de técnicas que puedan adaptarse al ámbito secular para la enseñanza de este tipo de programas.

Como hace tantas veces cuando se le pide una respuesta concreta, el Dalai Lama se tomó su tiempo para reflexionar:

–Según dijo Matthieu en su presentación, el budismo señala la existencia de unas ochenta y cuatro mil aflicciones mentales diferentes y, en consecuencia, de ochenta y cuatro mil antídotos distintos. Quisiera comenzar con esa afirmación, luego veremos lo que usted tiene que decir y tal vez después yo pueda añadir algo más.

Entonces advertí que Alan quería hablar y le cedí la palabra. Él comenzó refiriéndose de nuevo al clásico Bodhicaryavatara, escrito por el sabio Shantideva, que ya había mencionado en la sesión de la mañana y dijo:

–En ese libro hay todo un capítulo dedicado al cultivo de la paciencia y de la tolerancia como antídoto para contrarrestar los problemas ocasionados por la ira y el odio. Otro enfoque se remonta a las enseñanzas de los Cuatro Inconmensurables (la compasión, la ecuanimidad, la alegría empática y el amor) –señaló Alan, refiriéndose a un conjunto clásico de meditaciones budistas orientadas al cultivo de esos estados.

Según ese enfoque –continuó Alan, el amor es el opuesto natural del odio. Si el odio es una actitud o una emoción que no puede tolerar el bienestar de otra persona ("porque es mi enemigo y no quiero que sea feliz"), el amor funciona exactamente al revés ("deseo que todos los seres alcancen la felicidad y sus causas").

Desde esa perspectiva, el cultivo del amor constituye una especie de vacuna que fortalece nuestro sistema inmunológico emocional y nos permite adentrarnos en territorios emponzoñados de ira y odio sin peligro alguno de contagiarnos. Y algo parecido sucede también con los demás Inconmensurables. Así, la compasión es el opuesto de la crueldad (que consiste en gozar con el sufrimiento ajeno llegando incluso a desear hacerle daño).

"Que todos los seres puedan liberarse del sufrimiento y de sus causas" – dijo entonces Alan, verbalizando una fórmula utilizada a menudo en la práctica de la meditación budista. Se trata de frases que se repiten mentalmente al tiempo que se evoca el sentimiento de compasión hasta que ambos –pensamiento y sentimiento acaban fundiéndose (aun cuando al comienzo puedan estar muy separados).

Luego Alan habló del concepto exclusivamente budista de mudita, que se refiere al hecho de regocijarse con el bienestar y la alegría de los demás. Como suele ocurrir con los conceptos budistas relacionados con la emoción, no existe un solo equivalente de este término en inglés, lo que pone de manifiesto lo pobremente articulado que se halla ese concepto en nuestra cultura.

–Por su parte, el cultivo de la alegría empática –prosiguió Alan es el contrapeso natural de los celos, su opuesto, que consisten en no tolerar la felicidad de otra persona y no poder soportar que sea famoso o rico, por ejemplo. La alegría empática nos lleva a gozar de la felicidad de los demás, algo que erradica los celos antes incluso de que tengan la oportunidad de manifestarse.

Por último, también está la ecuanimidad, que es el opuesto tanto del apego como de la aversión. Asimismo, en este caso, el cultivo de la ecuanimidad fortalece el sistema inmunológico del practicante y le permite irradiar paz por dondequiera que vaya.

–Convendría, por último, señalar –intervino entonces Matthieu un par de formas complementarias de movilizar las emociones positivas. Una de ellas utiliza el razonamiento, y la otra comienza generando algunas emociones básicas y luego trabaja con ellas.

El primer procedimiento consiste en ponernos en el lugar de los demás. En este sentido, existe toda una secuencia gradual de ejercicios que comienza equiparándonos con los demás, intercambiándonos con ellos y pasando luego a considerarlos como más importantes que uno mismo, asumiendo su punto de vista y dándonos así cuenta de nuestro propio egoísmo y arrogancia. En tal caso, uno empieza a sentir por su propio ego el mismo disgusto que sentiría con cualquier persona egoísta. Luego añadió que, en el texto de Shantideva al que Alan se había referido, se explican formas muy sutiles de llevar a cabo ese proceso.

La otra modalidad consiste en evocar un sentimiento de amor pensando, para ello, en alguien que suscite nuestro amor como, por ejemplo, una madre abnegada e imaginándola que está atravesando una situación difícil.

Se trata de un ejercicio que apela al uso de la imaginación para movilizar nuestra emoción. Supongamos que usted imagina a esa madre como un cervatillo que, asediado por un cazador, se ve obligado a saltar desde un escarpado risco quebrándose las patas. En ese momento llega el cazador y, cuando está a punto de darle el tiro de gracia, el ciervo le mira impotente y le dice: "¿Puedes ayudarme?". O tal vez pueda visualizar también que alguien muy querido lleva tiempo sin comer y le pide algo de alimento. En cualquiera de los casos, el objetivo de este tipo de ejercicio consiste en evocar una intensa emoción de amor recurriendo, para ello, a la imagen de una persona a la que amemos.

Luego Matthieu explicó que, cuando el meditador ha fortalecido suficientemente ese sentimiento de amor, lo amplía hasta englobar a otras personas y, finalmente, a todos los seres vivos:

–Se trata de expandir este sentimiento y de comprender que, en realidad, no hay motivo alguno para que no llegue a englobar a todos los seres vivos. También es posible combinar ambos métodos y adaptarlos naturalmente a nuestra propia idiosincrasia.

–Yo utilizo una versión más modesta de lo que usted está sugiriendo –terció entonces Paul Ekman. Se trata de una técnica a la que he recurrido cuando he tenido que prepararme para alguna situación que presumía difícil y que consiste en apelar a ciertas imágenes visuales que tengo asociadas a emociones muy positivas. Lo que hago en tal caso es concentrarme mentalmente en esas imágenes hasta experimentar la emoción y poder adentrarme así de forma positiva en esa situación. Se trata de una técnica que me parece muy relacionada con lo que usted está diciendo aunque a un nivel, claro está, mucho más casero.

La otra técnica se basa en mi investigación y también guarda cierta relación con algo mencionado por Mark. La cuestión consiste en esbozar los movimientos musculares que componen la sonrisa para generar así un estado emocionalmente positivo –una técnica, por cierto, que se apoyaba en los resultados de su propia investigación, según la cual el hecho de esbozar de manera deliberada los gestos que componen una sonrisa provoca los mismos cambios cerebrales que la sonrisa.

También utilizo una leve variante de la postura de la tortuga –continuó Paul. Cuando estudié la cultura de la Edad de Piedra de Nueva Guinea descubrí que, cuando los miembros de esa tribu se encuentran a gusto, asumen naturalmente esta postura –dijo entonces ilustrándola con su propio cuerpo, cruzando los brazos y sujetándose los hombros con las manos.

Tengo centenares de fotografías de personas que asumen esta postura, una postura en la que uno se sujeta y se controla a sí mismo, lo cual resulta ciertamente reconfortante. Ignoro si, en medio del calor de la emoción, puede servir para recuperar el control de uno mismo, pero, por el momento, éstos son los métodos a los que recurro cuando preveo una situación difícil.

La compasión: el gran tranquilizante

–Hablando en términos generales –intervino entonces el Dalai Lama, que parecía tener muchas cosas que decir, antes de comprometerse con la práctica budista, uno debe tener en cuenta cuál es su objetivo y cuáles son sus beneficios. Éste es un procedimiento muy práctico y, si usted se salta este estadio, lo más probable es que, cuando se le diga que cultive la compasión, desarrolle algo artificial que carezca de todo interés.

Un procedimiento utilizado tradicionalmente por el budismo para el cultivo de la compasión, por ejemplo, consiste en contemplar a cualquier persona como si se tratara de nuestra propia madre. Ya sé que no es posible demostrar de forma lógica que un determinado ser ha sido realmente nuestra madre en una vida pasada, pero ésa no es razón para no contemplar a todos los seres como si fueran nuestra madre. ¿Y por qué deberíamos hacer tal cosa? Porque el hecho de considerar a un individuo como si fuera nuestra madre evoca naturalmente el sentimiento de afecto, aprecio, amabilidad y gratitud. Poco importa, cuando uno reconoce esa motivación profunda, que haya sido nuestra madre o no, porque basta entonces con cobrar conciencia del beneficio y del propósito de esta práctica para estar en condiciones de acometerla.

De manera parecida, uno de los antídotos utilizados tradicionalmente para contrarrestar el apego –el verdadero apego consiste en apelar a la imaginación. En tal caso, por ejemplo, uno imagina el mundo cubierto de huesos y esqueletos, una forma, por supuesto, muy poco gratificante y satisfactoria de contemplar la realidad. ¿Por qué diablos debería uno hacer tal cosa? ¿No es acaso mucho más amable contemplar el mundo cubierto de flores? Pero no es difícil comprender que este tipo de reflexión puede ayudarnos a liberar la mente del apego. Se trata de un medio hábil para neutralizar lo que nos inquieta, una forma de contrarrestar todo aquello que perturba nuestro bienestar. Quienes sean capaces de reconocer que el problema se asienta en su propia mente podrán verificar y comprobar por sí mismos la eficacia de este método.

Uno podría tener la impresión de que el cultivo del amor y de la compasión es algo que hacemos por los demás, una especie de ofrenda que realizamos al mundo, pero, en realidad, ésa es una forma muy superficial de ver las cosas. La experiencia directa pone claramente de manifiesto que el primer beneficiado de la práctica de la compasión es uno mismo. La práctica de la compasión nos reporta, por así decirlo, un beneficio del cien por cien, mientras que el beneficio que supone para los demás es tan sólo del cincuenta por ciento. Así pues, uno mismo es el principal beneficiario del cultivo de la compasión.

Luego, el Dalai Lama señaló que, en las escrituras budistas, el bodhisattva –la persona que alcanza un elevado nivel de logro espiritual mediante la práctica de la compasión disfruta de una gran felicidad y bienestar debido a que desarrolla un nivel inusual de amor y de compasión que le permiten amar al prójimo más que a sí mismo.

–Mi pequeña experiencia al respecto –confirmó Paul Ekman, que se había visto gratamente sorprendido por la actitud emocional sostenida por el Dalai Lama durante todo el encuentro me ha permitido descubrir que el afecto y el respeto por los demás nos fortalece internamente y nos hace sentir más tranquilos y felices. Es cierto que no se trata de una panacea que resuelva todos los problemas, pero ¿a quién le importa? En tal caso, las circunstancias adversas pueden hacernos sentir mal durante unos instantes, pero luego nos recuperamos con más prontitud y volvemos a sentirnos en paz.

–Yo creo que la práctica de la compasión es una medicación que restablece la serenidad cuando uno se encuentra muy agitado –concluyó el Dalai Lama. Y es que la compasión es el principal de los tranquilizantes.

Durante todo su comentario sobre la compasión, el Dalai Lama se mostró muy animado y se manifestaba con gestos muy vigorosos que expresaban claramente su interés por el tema.

–Ustedes saben –señaló entonces Matthieu, ampliando el marco del debate que la Declaración de los Derechos Humanos tiene cincuenta y ocho artículos. Pero en nuestra relación con los demás, hay un artículo que los resume a todos, es decir, que nadie quiere sufrir y que los demás quieren –y tienen el mismo derecho que nosotros– a ser felices. Esta sencilla afirmación resume, en última instancia, toda la Declaración de los Derechos Humanos.

CONTINUARÁ….

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