24 de octubre de 2010

EMOCIONES DESTRUCTIVAS – Parte XV - DANIEL GOLEMAN

El conformismo de los niños orientales

"Pero la visión cultural del yo también influye en las emociones a través del componente fisiológico, es decir, del modo en que responde nuestro organismo. En cuanto yoes independientes, los euroamericanos valoran muy positivamente los estados de elevado arousal (activación), porque para ellos es importante estar en un estado placentero. Tal vez por eso presenten un mayor arousal fisiológico durante la emergencia de la emoción y tiendan también a tardar más tiempo en recuperar el estado de activación normal.

"Los yoes interdependientes, por su parte, valoran más los estados de bajo arousal. Recordemos que el yo independiente está centrado en sí mismo y quiere sentirse positivo, pero no olvidemos también que el arousal elevado puede hacer que los demás se sientan mal. Así, durante la emergencia de una determinada emoción, los yoes interdependientes muestran un bajo arousal y recuperan con más facilidad el estado normal de arousal para que los demás no se sientan mal. Dicho en pocas palabras, el yo interdependiente trata de que su estado emocional cause el menor impacto posible en el estado emocional de los demás."

Luego Jeanne pasó a relatar los resultados de la investigación realizada por Jerome Kagan, un psicólogo evolutivo de Harvard que comparó las respuestas fisiológicas de niños de cuatro meses de Beijing con las de niños euroamericanos de la misma edad."

"Los investigadores mostraron a los niños una serie de estímulos sensoriales, como objetos en movimiento, y observaron su conducta y descubrieron que los euroamericanos lloraban y vocalizaban más y, en suma, parecían más inquietos."

El Dalai Lama pareció intrigado por estos comentarios, al tiempo que se inclinaba y gesticulaba intensamente mientras discutía los datos con los traductores. Entonces adujo la siguiente explicación:

–Esto me parece muy interesante. ¿Acaso había alguna diferencia significativa en las experiencias que habían tenido durante esos cuatro primeros meses?

–Esa cuestión es esencial –dijo Jeanne, y debo decirle que ignoramos la respuesta.

–Esto me parece crucial –dijo el Dalai Lama, porque la existencia de alguna diferencia de índole ambiental descartaría cualquier posible explicación genética. Además, esas diferencias tan tempranas también podrían deberse al efecto de factores ambientales operando en el útero a través de las reacciones emocionales de la madre o del modo en que son tratados a partir del momento del nacimiento.

–Así es –dijo Jeanne, considerando todas esas implicaciones. Lo cierto es que ignoramos si esas diferencias son realmente genéticas.

–¿Qué es lo que dice la psicología evolutiva –preguntó entonces el Dalai Lama sobre el momento en el que el bebé tiene un reconocimiento cognitivo de su madre?

Jeanne derivó entonces esta pregunta a Mark Greenberg, un psicólogo evolutivo, quien dijo:

–Ello depende de la modalidad sensorial que consideremos –aclaró Mark–. Durante los primeros días de vida, el bebé puede identificar olfativamente el pecho de su madre.

–¿Inmediatamente? –preguntó el Dalai Lama. De modo que parece haber un sentimiento espontáneo de dependencia.

–En lo que respecta al ámbito auditivo, el bebé puede reconocer la voz de la madre desde el mismo momento del nacimiento –prosiguió Mark–. En el ámbito visual, sin embargo, ese reconocimiento es posterior, porque el sistema visual todavía no ha madurado lo suficiente.

La pasión del Dalai Lama por la experimentación pasó entonces a primer plano:

–¿Y qué ocurriría –preguntó entonces a Mark– si diera al bebé recién nacido el pecho de su propia madre y, al día siguiente, el pecho de otra mujer? ¿Habría acaso entonces alguna diferencia o rechazo en la respuesta del bebé? –Así es –confirmó Mark.

Richard Davidson añadió en ese momento otro descubrimiento de la investigación diciendo:

–Hay investigaciones que han demostrado que la respuesta fisiológica del feto de tres meses a una voz ajena a la madre es distinta a la que se produce cuando escucha la voz de su madre.

–Pero –matizó Jeanne tampoco está muy claro si esas diferencias se deben a factores genéticos o a diferencias ambientales.

–¿Y qué me dice de lo que sucede con los niños de Taiwán? –preguntó el Dalai Lama.

–Me gustaría mucho hacer ese estudio –respondió Jeanne con una sonrisa.

El Dalai Lama prosiguió con el tema de las influencias ambientales diciendo:

El dominio de las habilidades emocionales

–También sería distinto si el niño hubiera sido criado en un orfanato o hubiera estado en una guardería.

–Así es –coincidió Jeanne.

–Si los padres trabajan, los niños pueden estar en una guardería –dijo el Dalai Lama, ponderando los datos de los bebés de Beijing de Kagan, que es lo que suele ocurrir en el sistema comunista.

–Sí. Así es.

–De modo que ello no nos permite discernir claramente si se trata de una influencia oriental o exclusivamente china.

Jeanne coincidió de nuevo con el comentario del Dalai Lama y agregó:

–Hasta el momento no hemos podido determinar las razones que explican esas diferencias interculturales. Pero una de ellas podría ser la distinta visión del yo.

Tal avalancha de preguntas hizo lamentar a Jeanne que la psicología cultural se hallase en un estadio tan rudimentario. Todo lo que mencionaba –las prácticas de crianza, las distintas formas con que las diferentes culturas cuidan a los bebés podrían dar cuenta de las diferencias interculturales descubiertas por Kagan y otros. Lamentablemente, sin embargo, en la actualidad disponemos de muy pocos datos que nos permitan identificar los factores culturales implicados.

–La china comunista es una sociedad oriental que utiliza deliberadamente la ingeniería –si no les molesta que utilice esa palabra social, y no creo, en consecuencia, que su ejemplo sea representativo de todas las comunidades orientales –comentó entonces el Dalai Lama, abordando el tema desde otra perspectiva.

–Eso es muy cierto –coincidió Jeanne. Pero debo decirle que otros grupos orientales que no se han visto influidos por el comunismo también muestran parecidas diferencias en comparación con las culturas occidental o euroamericana.

Jeanne procedió, entonces, a presentar los datos procedentes de una investigación que comparó a los niños sinoamericanos con los niños euroamericanos.

"Todos esos estudios evidencian la presencia de la misma pauta, y es que los niños sinoamericanos parecen tardar menos en recuperar la normalidad después de un estado de agitación."

–Me pregunto si todas esas diferencias y similitudes no pueden deberse al entorno familiar en que han crecido –insistió de nuevo el Dalai Lama, centrando ahora su atención en una cuestión metodológica.

–Lamentablemente –dijo Jeanne, los autores de esa investigación sólo agruparon a los niños en función de su herencia cultural y no consideraron la posibilidad de estudiar otros factores concretos que pudieran determinar esas diferencias.

Las preguntas del Dalai Lama sorprendieron a Jeanne por cuanto se centraban precisamente en las facetas que la psicología cultural todavía ignoraba y sugerían posibles mecanismos mediante los cuales el entorno cultural puede ejercer su influencia. Entonces resumió:

"Parecía como si los niños orientales experimentasen un menor arousal y fueran también más capaces de recuperar la normalidad que los occidentales. También existen algunos estudios que sugieren que esta diferencia se mantiene en el caso de los adultos ya que en el estudio de las parejas antes mencionado, por ejemplo, las parejas sinoamericanas mostraron un aumento significativamente menor en la tasa cardíaca durante los conflictos que las parejas euroamericanas."

Luego Jeanne presentó los resultados de un estudio realizado sobre el reflejo del sobresalto, el mismo factor estudiado por Paul Ekman y Robert Levenson con el lama Oser. Según este estudio, los sinoamericanos se recuperan más rápidamente –es decir, su tasa cardíaca vuelve más pronto a la normalidad después de escuchar un ruido súbito e intenso que los estadounidenses de origen mexicano.11 Hablando en términos generales, cuanto más prolongado es el reflejo del sobresalto, mayor es la respuesta emocional típica de la persona. Según concluyó Jeanne, todos esos datos sugieren la posible presencia en el entorno cultural de algún factor que determine nuestra respuesta fisiológica a la emoción, aunque todavía ignoremos de cuál se trata.

¿La atención centrada en uno mismo o la atención centrada en los demás?

Otra diferencia cultural es que, durante los episodios emocionales, los orientales tienden a centrar la atención en los demás, mientras que los occidentales lo hacen en sí mismos.

"Obviamente –señaló Jeanne existen diferencias entre los orientales y los occidentales, pero la cuestión es que, durante una interacción social, los occidentales (que poseen un yo independiente) piensan más en sí mismos, mientras que los orientales (que poseen un yo interdependiente) piensan más en los demás. Y resulta muy curioso que, cuando se les pregunta por el momento en que suelen experimentar las emociones más intensas, los primeros se refieran a acontecimientos que tienen que ver con los demás, mientras que los segundos, por su parte, afirmen experimentarlas en situaciones que les comprometen a ellos mismos."

Jeanne ha investigado la vergüenza, una emoción especialmente relevante para las culturas orientales, que suelen considerarla como una valoración negativa por parte de los demás. Los datos presentados en esta ocasión por Jeanne se referían a uno de sus estudios en los que comparó a los euroamericanos con el grupo asiático de los hmong, ubicado al sudoeste de Laos.

Para ello comenzó leyéndonos la siguiente descripción de una experiencia avergonzante realizada por un euroamericano: "En cierta ocasión, acepté un trabajo de subdirector porque creí que serviría para ello. Al cabo de cinco meses, sin embargo, estaba completamente avergonzado de mi mala gestión". La descripción realizada por una mujer americana de origen hmong de una experiencia avergonzante, por su parte, era completamente diferente: "Yo soy una "X" [un nombre hmong]. En un determinado momento, se descubrió que el pastor de nuestra iglesia –que también es un "X"– llevaba tres años manteniendo relaciones con una de sus feligresas, Y, aunque entre nosotros no exista ningún lazo de sangre, el hecho de compartir el mismo nombre nos avergüenza profundamente". En este último caso, eran las acciones de otra persona las que la avergonzaban ya que, aunque no se conocieran, compartían el mismo nombre y pertenecían al mismo clan (la unidad social básica de la sociedad hmong).

Jeanne también habló de otro estudio en el que los estudiantes universitarios tenían que describir escenarios hipotéticos en los que debían imaginar lo que ocurriría si ellos o sus hermanos hubieran cometido un error.

"Este estudio puso de relieve que, cuando el responsable de una acción era el hermano, los chinos se sentían mucho más avergonzados que los americanos –concluyó Jeanne."^

Luego resumió diciendo:

"Los orientales se sienten más avergonzados y culpables de los errores de los demás –así como también más orgullosos de sus aciertos que los occidentales porque, como ya hemos dicho, su visión del yo es más interdependiente. Así pues, la visión cultural del yo parece determinar tanto el modo en que experimentamos las emociones como las que consideramos más deseables, independientemente de que centremos la atención en nosotros mismos o en los demás. Bien podríamos decir, en este sentido, que la cultura se encarna en nuestro cuerpo y determina nuestro funcionamiento fisiológico.

"Yo creo que estas diferencias culturales tienen implicaciones muy profundas y que deberíamos tenerlas muy en cuenta a la hora de esbozar un programa como el que mencionábamos ayer. Es muy probable, por ejemplo, que los estadounidenses crean que ellos no necesitan tanto los programas de desarrollo de las competencias emocionales como otros grupos sociales, mientras que las cosas pueden ser muy diferentes en las culturas orientales".

–Yo no creo que esa actitud sea especialmente característica de los estadounidenses porque hasta los tibetanos, cuando escuchan las enseñanzas del Buda, piensan: "Esto está muy bien para los demás, pero no para mí" –señaló irónicamente el Dalai Lama.

Eso llevó a Jeanne a preguntarse si la actitud de los americanos con respecto a la compasión, por ejemplo, discurriría por los mismos cauces. Según dijo, existen ciertos estudios que muestran que los estadounidenses, más que los integrantes de cualquier otra cultura, creen hallarse por encima del promedio y ser mejores que los demás.

"Me parece muy lamentable que los estadounidenses sostengan esa actitud. Necesitamos programas apropiados y aceptables para los miembros de culturas muy diferentes. Creo que cualquier programa para el cultivo de la compasión que aspire a ser de aplicación universal debería admitir y considerar la existencia de todas estas diferencias culturales."

Cuando Jeanne acabó su presentación, el Dalai Lama tomó sus manos y se inclinó ante ella.

El reconocimiento de las similitudes

Aunque el Dalai Lama permaneció muy atento durante toda la exposición de Jeanne, también mantuvo una actitud un tanto escéptica hacia la importancia de las diferencias culturales con respecto a la herencia común de la humanidad y a la universalidad de los problemas que aquejan al ser humano. En un debate posterior esbozó del siguiente modo sus dudas al respecto:

–Todavía estoy un tanto perplejo por la insistencia de Jeanne en aferrarse a la idea de que existe una diferencia esencial en el modo en que los orientales y los occidentales gestionan sus emociones. Estamos hablando de algo que tiene que ver con la espiritualidad. Tal vez esas diferencias no se asienten realmente en factores culturales o étnicos, sino en sus distintos sustratos religiosos.

La tradición judeocristiana, por ejemplo, centra su atención en la Divinidad y orienta todo su empeño hacia el logro de la unión trascendente, desatendiendo simultáneamente la necesidad de afrontar los problemas afectivos o la búsqueda del equilibrio interior. Desde esa perspectiva, basta con amar a Dios para que todo lo demás, incluido el amor al prójimo, se nos dé por añadidura. En tal caso, cuestiones como matar, robar o saquear van en contra de la creencia en Dios, un mensaje muy poderoso para convertirse en una buena persona.

Pero la aspiración última de la práctica budista consiste en el logro del nirvana. En tal caso, el énfasis está dentro de uno mismo, y las emociones y acciones negativas resultantes cobran importancia por sí mismas y, para ello, conviene saber lo que ocurre en el interior de la mente. Así pues, el objetivo del budismo es distinto al del cristianismo; y ello determina una visión cultural distinta de la emoción desde la cual hasta el más sutil intento de identificación con la realidad del yo y del mundo se torna obstructivo y negativo.

Por ello creo que las diferencias entre el cristianismo y el budismo tal vez se deriven de su distinta orientación esencial hacia lo trascendente o hacia el desarrollo interno, respectivamente. Pero, si dejamos de lado las creencias religiosas, creo que esas discrepancias sutiles son meras cuestiones secundarias y que no existe, desde la perspectiva de una ética estrictamente secular, diferencia fundamental alguna entre la visión occidental y la visión oriental. Ésa es mi conclusión.

A veces me parece –añadió– que los estudiosos suelen dar demasiada importancia a las diferencias que hay dentro de su campo de estudio, perdiendo entonces de vista la visión holística que lo unifica todo y centrando su atención excesivamente en las pequeñas diferencias. Dentro de mí mismo, por ejemplo, existen muchos Dalai Lamas diferentes: el Dalai Lama de la mañana, el Dalai Lama de la tarde y el Dalai Lama de la noche, muchos Dalai Lamas que difieren en función del estado de ánimo y hasta del hambre que uno tenga.

Luego volvimos a las cuestiones planteadas en aquella remota conversación entre Paul Ekman y Margaret Mead en torno a la agenda social implícita en los estudios culturales. Jeanne coincidía con el Dalai Lama en la existencia de similitudes y diferencias culturales y en que, dentro de cada individuo, existe una gran variabilidad conductual. Ciertamente, en un determinado nivel, los individuos son esencialmente iguales. Pero ella consideraba que la investigación científica no podía obviar la magnitud de las diferencias culturales y que eso era, precisamente, lo que ella y muchos otros estaban tratando de determinar. Jeanne también estaba de acuerdo en que la decisión de centrarse en las similitudes o en las diferencias culturales depende de la propia escala de intereses. En ese sentido señaló que, muy probablemente, su especial interés en las diferencias culturales fuese una reacción en contra de la manifiesta ignorancia que albergan al respecto el ámbito científico estadounidense y por la consecuente necesidad de llamar la atención de la psicología occidental sobre este particular. Jeanne era muy consciente de que, cuando la psicología occidental habla de emociones "universales", suele referirse, con demasiada frecuencia, a la corriente dominante "angloamericana y blanca". Del mismo modo, ella entendía perfectamente que el Dalai Lama, cuyo interés apunta a la unificación de personas procedentes de distintos sustratos culturales, quisiera centrar su atención en las similitudes y subrayar la naturaleza universal de la experiencia humana.

"Estoy de acuerdo –dijo en que las distintas tradiciones religiosas de las culturas orientales y occidentales pueden explicar las diferencias interculturales de las que he hablado hoy. Pero también debo señalar que los sinoamericanos de los estudios que les he presentado esta mañana no eran budistas sino cristianos y que, a pesar de ello, las diferencias parecen seguir existiendo.

"Pero –agregó Jeanne– también coincido con Su Santidad en que, dentro de cada grupo cultural, existen muchas diferencias individuales y en que estas visiones culturales del yo representan las distintas formas de ser globales a las que el individuo está reaccionando. Por supuesto que hay occidentales que están muy interesados en el budismo y que probablemente sean más interdependientes, pero, aun en ese caso, el individuo inmerso en un determinado contexto debe reaccionar de algún modo a los mensajes predominantes de su cultura.

"La cultura estadounidense, por ejemplo, transmite el mensaje de que cada individuo es especial y alienta, en ese sentido, la singularidad. Con ello no estoy diciendo que todos los americanos presentes en esta sala tengan que sentirse así, sino que, de un modo u otro, se ven obligados a responder al mensaje predominante transmitidos por su cultura. Y creo que es precisamente ahí donde se asientan las diferencias culturales de las que estamos hablando."

Lo individual versus lo colectivo

Los múltiples viajes que he realizado a lo largo de mi vida me han convencido de que muchas culturas occidentales modernas no son tan individualistas como Estados Unidos y de que también las hay de corte más colectivista, como ocurre en Oriente.

–La ética de las culturas escandinavas –dije, para ilustrar este punto se asemeja mucho a la de las culturas orientales y, según ellas, el individuo no debe sobresalir.

De hecho, los datos de Jeanne muestran que los euroamericanos de origen escandinavo son emocionalmente menos expresivos que aquellos cuyos antepasados proceden del Centro y del Sur de Europa, especialmente en lo que respecta a las manifestaciones de la alegría.

Jeanne conocía la existencia de estudios comparativos de las diferencias entre el individualismo y el colectivismo presentes en las distintas culturas occidentales.17

–Pero –agregó– la investigación todavía debe determinar si una cultura colectivista occidental es o no más individualista que la cultura oriental.

–Todo esto me parece un tanto extraño –observó entonces el Dalai Lama–. Por un lado tenemos la visión tradicional de un Dios creador sostenida por las tres religiones mediterráneas, el cristianismo, el judaísmo y el islam. Desde esa perspectiva, todos nosotros somos hijos del mismo creador, lo que nos convierte en miembros de la misma familia. ¿No creen ustedes que esa visión debería alentar la sensación de pertenencia, de uniformidad y de homogeneidad?

Las religiones tradicionales de Oriente como el budismo, por su parte, no sustentan la misma noción de un creador externo. Desde esta perspectiva, el karma individual es el que determina las condiciones de cada ser vivo y nos inserta en este mundo. Aun el mundo que experimentamos se deriva de nuestro karma. Una de las cuatro leyes del karma es que, si usted no crea la causa, no experimentará el resultado, pero si ha creado la causa, definitivamente se verá obligado a experimentar sus consecuencias. Y todo ello parece muy ligado a la individualidad, porque no existe fuente externa que nos unifique y es uno, en cuanto individuo, el que crea el mundo en que vive.

¿No debería, pues, esa actitud, imprimir a los budistas una intensa sensación de individualidad? Pero parece que las cosas no funcionan así. Así pues, el individualismo occidental y la interdependencia oriental no deben asentarse en fundamentos religiosos, sino en otro tipo de factores. ¿De qué factores podría tratarse?

–Tal vez tengan que ver con la familia o con variables de tipo económico –conjeturó Jeanne. Yo creo que son muchos los factores que inciden sobre el yo. Estas cosas son muy complejas. No es que todas las culturas occidentales sean así y que todas las culturas orientales sean asá. En una cultura individualista, por ejemplo, existen individuos más o menos biculturales, como yo misma, que se han visto influidos por más de una tradición cultural. Y debo decir que, en algunos contextos, soy muy independiente mientras que, en otros, soy muy interdependiente. Así pues, el modo en que todo ello se manifiesta en un determinado individuo es muy complejo.

–Si tenemos en cuenta una religión como el cristianismo, por ejemplo –dijo entonces Alan, es muy importante prestar atención a su desarrollo histórico. La reforma protestante subrayó la importancia de la relación del individuo con Dios sin intermediación sacerdotal, al tiempo que disminuyó la importancia de la comunidad. La Ilustración, por su parte, puso el acento en la razón individual. Yo creo que el fuerte énfasis en el individuo es un hecho más bien reciente y sospecho que, en el cristianismo medieval –anterior a la reforma protestante, nos encontraríamos con una situación muy parecida a la modalidad típicamente oriental.

–Lo cual pone de relieve –concluyó Jeanne que la cultura se halla sometida a un continuo proceso de cambio.

En opinión del Dalai Lama, ése era un punto crucial porque, como me dijo más tarde, todavía tenía ciertas dudas e interrogantes metodológicos sobre la validez de establecer generalizaciones entre las diferencias culturales, aunque sólo fuera por el hecho de que éstas se hallan en un continuo proceso de cambio. Él había sido testigo directo del cambio provocado en su propia cultura por el contacto con otras culturas. Tal vez sea útil conocer las diferencias de cómo las distintas culturas expresan sus emociones pero, aun así, creía que, por debajo de ello, todo el mundo experimenta el mismo tipo de emociones. Además, en tanto que figura del escenario mundial, es comprensible que el Dalai Lama prefiera centrar su atención en las cuestiones que nos unifican y no en las que nos diferencian. En su opinión, todas las personas son, esencialmente hablando, iguales, lo que significa que no le importa tanto si alguien es chino, indio o americano, puesto que aspira a encontrar soluciones a los problemas que aquejan a toda la humanidad.

Durante la pausa para el té, se produjo un intercambio mucho más personal entre Jeanne y el Dalai Lama. Ella consideró importante hacerle conocer su simpatía por la causa tibetana en su lucha contra la China comunista. Él, por su parte. Le respondió que no sentía la menor animosidad hacia los chinos y que respetaba profundamente su cultura. Entonces, ella aprovechó la oportunidad para decirle que, aunque estaban orgullosos de su herencia china, eran muchos los sinoamericanos que simpatizaban con la lucha del pueblo tibetano. Cuando el Dalai Lama le dijo que se sentía muy conmovido por ello, los ojos de ambos se llenaron de lágrimas.

11. LA EDUCACION DEL CORAZON

Uno de los temas que más me preocuparon cuando, en 1995, escribí Inteligencia emocional fue que los niños pudieran beneficiarse de la aplicación de la alfabetización emocional al ámbito escolar. En esa época, sin embargo, se trataba de una idea demasiado novedosa para el mundo educativo y eran muy pocas las escuelas interesadas en llevarla a la práctica... y menos todavía las que estaban dispuestas a evaluar científicamente su eficacia.

Una de las honrosas excepciones a esta situación fue un programa de alfabetización emocional elaborado, entre otros, por Mark Greenberg, que será nuestro próximo ponente. El programa en cuestión se llamaba PATHS (Promoting Alternative Thinking Strategies) y aspiraba a que los niños sordos aprendiesen a utilizar el lenguaje para cobrar conciencia, reconocer y gestionar más adecuadamente sus emociones y las emociones de los demás.1 Todas esas habilidades son elementos constitutivos fundamentales de la inteligencia emocional; y en mi libro cité ese programa como un modelo de alfabetización emocional, o de lo que el mundo educativo actual, como Mark ha señalado, denomina "aprendizaje emocional y social".

Después de la pausa para tomar el té, nuestra atención se centró en el tema del aprendizaje emocional y social. Como ya he dicho, hoy en día son muchas las escuelas que han puesto en marcha el tipo de programas de los que estuvimos hablando ayer para el desarrollo de las habilidades emocionales de los niños. También he comentado que Mark, un pionero en la elaboración de este tipo de programas de amplio uso en la actualidad, nos hablaría de ellos y he agregado que ese programa ha superado con éxito la rigurosa evaluación realizada para determinar su eficacia –algo, por cierto, un tanto insólito dentro del campo educativo, asentando así los cimientos necesarios para la aplicación científica de la enseñanza de la inteligencia emocional al ámbito infantil.

Mark se ha preocupado también de la aplicación de su trabajo a campos que trascendieran el meramente educativo y lo ha convertido en una herramienta de prevención primaria, una estrategia orientada a disminuir los peligros que acechan a los jóvenes que empiezan a enfrentarse con la vida. En la actualidad, Mark dirige la cátedra Edna Peterson Bennett de investigación sobre la prevención de la Pennsylvania State University, es el director del Prevention Research Center for the Promotion of Human Development y también gestiona –en colaboración con otras cuatro universidades– dos grandes subvenciones federales (que, en un período de unos trece años, habrá recibido cerca de 60 millones de dólares) con el fin de corroborar la eficacia de un programa que sirva para reducir los riesgos que acompañan a la violencia, la delincuencia y el abandono escolar.

–La idea que alienta su trabajo –comencé– es que, si hoy en día nos preocupamos por enseñar a los niños todas estas cosas, podremos reducir la incidencia futura de ciertos problemas, especialmente de los derivados de las emociones conflictivas, como la violencia, el suicidio, el abuso de drogas, etcétera.

Mark Greenberg pertenece a la generación del baby boom, se crió en Harrisburg (Pennsylvania) y estudió en la Johns Hopkins University. Ahí fue donde inició su formación con la conocida psicóloga evolutiva Mary Ainsworth y quedó fascinado por el tema. Recordemos que Ainsworth fue colaboradora del famoso psicólogo británico John Bowlby, el mayor experto mundial sobre el temprano vínculo paternofílial en el que se asienta la capacidad del sujeto para establecer relaciones durante el resto de su vida. A partir de ese momento, Mark se interesó por el efecto de las relaciones personales de los primeros años de vida en el desarrollo de la personalidad.

Luego Mark se especializó en psicología evolutiva y en psicología clínica en la University of Virginia, donde empezó a trabajar casualmente con niños sordos. Cierto día que tuvo que pasar un test para determinar el CI (Coeficiente de Inteligencia) de un niño sordo de cinco años se dio cuenta de lo mucho que el niño se asustaba cuando su madre abandonaba la habitación. Entonces fue cuando empezó a investigar el nexo padres hijo en los niños con problemas auditivos, una investigación que le llevó a interesarse por los problemas conductuales que aquejaban a los niños sordos y por el modo de impedirlos lo que, a su vez, acabó conduciéndole a desarrollar, junto a su colega Carol Kusché, el programa PATHS.

La rigurosa evaluación científica a que fue sometido el programa PATHS demostró tal eficacia que los directores de las escuelas en las que se puso a prueba le pidieron que lo adaptase para poder aplicarlo a todo tipo de alumnos. Hoy en día, ese programa está implantado en unos cien distritos escolares de Estados Unidos y se ha difundido también a muchos otros países, como Holanda, Australia e Inglaterra.

PATHS convirtió a Mark en un pionero en el campo de la prevención primaria, una nueva especialidad de la psicología que tiene por objeto proteger a los niños mediante la enseñanza de las habilidades emocionales esenciales para la vida. El programa forma parte de un movimiento de aprendizaje emocional y social que aspira a implantar en todas las escuelas la enseñanza de estas habilidades básicas. Hoy en día, Mark es codirector de investigación del Collaborative for Academic, Social and Emotional Learning de la University of Illinois (Chicago) bajo la supervisión de Roger Weissberg.

Mark estaba impaciente por compartir su experiencia con el Dalai Lama y por relacionarla con los lóbulos prefrontales en los que se asienta el desarrollo emocional y social. Pero este encuentro también era personalmente muy significativo para él por cuanto, desde su época universitaria, estaba muy interesado en la meditación y creía que Occidente tiene mucho que aprender de las psicologías orientales como el budismo.

Los métodos utilizados por la psicología y la psicoterapia occidentales contribuyen al desarrollo de un yo sano, es decir, de una adecuada madurez emocional, una cierta sensación de eficacia y cuestiones por el estilo, pero no mucho más que eso. No obstante, como bien han dicho teóricos de la psicología transpersonal como Daniel Brown y Ken Wilber –y también hemos señalado anteriormente de pasada al hablar de los métodos budistas y occidentales para tratar las emociones destructivas–, la psicología oriental admite la necesidad de desarrollar un ego sano antes de poder abandonarlo y también subraya la necesidad de trascenderlo y de promover el desarrollo más allá del ego.

El Dalai Lama representa, para Mark, un modelo que equilibra perfectamente las inquietudes espirituales con la acción social y está fascinado por la importancia que atribuye al aprendizaje de la gestión de las emociones destructivas, su campo de interés profesional. Quisiera acabar esta presentación señalando que, tanto desde una perspectiva científica como espiritual, Mark considera que el reto fundamental al que nos enfrentamos consiste en equilibrar adecuadamente el corazón y la mente y descubrir el mejor modo de enseñar a los niños a encontrar ese equilibrio.

La educación del corazón

Para su presentación, Mark se vistió con el tradicional chaleco tibetano granate. La noche anterior había estado bromeando y diciendo que, en la medida en que pasaban los días, los presentadores tenían un aspecto cada vez más tibetano y que, de seguir así, todos acabarían la semana ataviados con túnicas. Mark habla en voz baja, pero lo hace muy rápidamente y, como sucedió también con Owen, tuvo que hacer el reiterado y deliberado esfuerzo de hablar más lentamente.

Mark empezó su presentación agradeciendo al Dalai Lama y al Mind and Life Institute su interés en el tema de las emociones destructivas y dijo que, para él, era una satisfacción y una bendición compartir sus ideas al respecto. Luego nos presentó a su esposa Christa, que también es psicóloga. Según nos dijo, muchos de los descubrimientos que ha realizado en los últimos veinte años son el fruto de una estrecha colaboración tanto con ella como con otros especialistas.

"Me ha parecido adecuado –comenzó diciendo empezar con una cita de Su Santidad: "Aunque la sociedad no lo mencione, el principal valor del conocimiento y de la educación es el de ayudarnos a comprender la importancia de disciplinar la mente y de comprometernos en acciones más sanas. El adecuado uso de la inteligencia y del conocimiento debe llevarnos emprender los cambios internos necesarios para alentar la bondad".

"Mi charla se centrar en los datos aportados por la psicología occidental sobre algunos de los factores que pueden servir para la educación del corazón, es decir, para desarrollar personas más bondadosas. El símil del sistema inmunológico utilizado por Su Santidad me ha parecido muy interesante y útil y creo que, desde una perspectiva secular, nuestro objetivo debería centrarse en el desarrollo de un adecuado sistema inmunológico emocional. En tal caso, cuando aparezcan las emociones destructivas –y no les quepa la menor duda de que, en un momento u otro, aparecerán podremos usar nuestra inteligencia y nuestro corazón para afrontarlas más adecuadamente. Quisiera subrayar que lo que más nos importa es el momento en que nos hallamos atrapados en una emoción, porque es precisamente entonces cuando podemos aprender a gestionarlas mejor.

"Esta inmunidad recibe, en el ámbito de la investigación sobre el desarrollo infantil, el nombre de "factores protectores". Hoy quisiera hablar tanto de los factores protectores como de los factores de riesgo que inciden en el bienestar emocional del niño. Comenzaremos dedicando unos minutos a hablar de la infancia y luego consagraremos el grueso de nuestra ponencia –como nos ha pedido Dan a cuestiones prácticas ligadas a la enseñanza de las habilidades emocionales y sociales en el ámbito escolar.

"Ayer me resultó muy interesante que Su Santidad dijera que el budismo suele referirse a la compasión y a la empatía utilizando el modelo proporcionado por la relación entre la madre y el hijo. También ha sido muy interesante escuchar sus comentarios en torno al amor romántico, sobre todo porque, en determinados estadios del desarrollo, la identificación puede ser necesaria y hasta útil. Quisiera subrayar ahora tres cuestiones muy importantes relacionadas con el vínculo paternofilial.

"En primer lugar, la investigación indica que, cuando los padres reconocen las emociones negativas de sus hijos –su ira y su tristeza– y les ayudan a afrontarlas, éstos acaban desarrollando, con el paso del tiempo, una mayor capacidad de regulación fisiológica de sus emociones y exhiben una conducta más positiva. Cuando, por el contrario, los padres ignoran esas emociones, se enfadan o castigan a sus hijos por tenerlas –y debo decir que son muchos los padres que, curiosamente, se enfadan con sus hijos (aun cuando son bebés) por enfadarse–, el niño parece sacar la conclusión de que no debe compartir ciertas emociones y acaba desconectándose de ellas. Sin embargo, de ese modo, todavía se inquieta más, tanto fisiológica como psicológicamente, porque no, por ello, la emoción desaparece y acaba entorpeciendo el establecimiento de una confianza básica entre el niño y los adultos. Según las observaciones realizadas por Mary Ainsworth sobre la relación entre el hijo y su madre, hay niños que, con un año, no buscan el contacto con su madre cuando están alterados y afligidos, sino que, muy al contrario, lo rehuyen. Son niños que tienen un problema de aproximación/evitación con respecto al contacto emocional y físico y que, en consecuencia, tienen grandes dificultades para gestionar adecuadamente sus emociones.

"En segundo lugar, debo decir que la depresión de la madre es la principal de las variables que hacen peligrar gravemente el desarrollo emocional del niño. Por ello, los hijos de madres tristes, apáticas o deprimidas son más agresivos, ansiosos y depresivos.

"Recordemos que la investigación dirigida por Richie Davidson ha puesto de relieve la presencia de una menor actividad del lóbulo frontal izquierdo en los adultos deprimidos, una pauta que la investigación realizada por Geraldine Dawson ha corroborado en las madres deprimidas. Otra investigación dirigida por Dawson también ha demostrado que, con un año, los hijos de madres deprimidas presentan una pauta característica de baja activación del lóbulo frontal izquierdo.

"Los hijos de madres deprimidas parecen mostrar, pues, una pauta inusual de activación cerebral y una menor incidencia de emociones positivas. Y no debemos olvidar que las relaciones establecidas durante la temprana infancia determinan el rumbo del posterior desarrollo emocional y social. La tasa de emociones positivas, como la alegría, por ejemplo, presentes en las relaciones infantiles parecen, pues, esenciales para asentar las vías neuronales adecuadas. Hoy en día sabemos que todos los estadios evolutivos son importantes para el desarrollo emocional y debemos prestar una atención especial a sus mismos comienzos."

Resumiendo, pues, la felicidad del bebé le ayuda a establecer las conexiones nerviosas necesarias para experimentar sentimientos positivos –como la alegría, por ejemplo– durante el resto de su vida. Posteriormente, el Dalai Lama me dijo lo mucho que le había complacido enterarse de ese descubrimiento, ya que el deseo biológico de afecto constituye un elemento fundamental de su ética secular. Ahora disponía de más argumentos para apoyar su visión de que la necesidad de afecto es tan importante como la necesidad de alimento.

Luego Mark se refirió al tercero de los puntos que quería señalar, los efectos provocados por la privación emocional y social en el cerebro infantil y dijo:

"Sabemos que la privación puede determinar la tasa de neurotransmisores como la dopamina y, en consecuencia, influir sobre el desarrollo y la plasticidad del cerebro. Convendría, por tanto, prestar atención al alarmante aumento del número de niños que se ven obligados a vivir en orfanatos desprovistos de afecto y de un vínculo emocional estrecho con sus cuidadores. Los terribles efectos del sida presagian, en la próxima década, un espectacular aumento del número de huérfanos, especialmente en Asia y África. Tengamos en cuenta que, en la actualidad, el 28 por ciento de las sudafricanas embarazadas, por ejemplo, son seropositivos, de modo que cabe esperar, durante la próxima década, la aparición en ese país de un millón de huérfanos. Se trata de un problema tan apremiante que corregir sus efectos se nos antoja de capital importancia".

Ante una perspectiva tan sombría, el rostro de Su Santidad –que suele ser muy transparente a sus emociones se llenó de una inmensa tristeza, como si estuviera a punto de llorar. Pero al cabo de un momento se recuperó y cerró los ojos como si estuviera ofreciendo una breve plegaria.

La ventana prefrontal de la competencia emocional

'Quisiera ahora centrar la atención en los años preescolares –continuó Mark–, una época jalonada por el aprendizaje y en la que el cerebro todavía se encuentra en proceso de formación. Entre los tres y los siete años empiezan a desarrollarse ciertas habilidades sociales muy importantes que Su Santidad menciona con cierta frecuencia. Me refiero, claro está, a habilidades como el autocontrol, la capacidad de detenerse y de calmarse cuando uno está enfadado, y la habilidad de mantener la atención de la que ayer nos habló Alan.

»Durante este período, los niños también evidencian un gran desarrollo de su conciencia emocional. En los primeros estadios del desarrollo del lenguaje, el niño dispone de muy pocas palabras para referirse a las emociones, pero en los años preescolares, se produce un espectacular aumento de su capacidad para reconocer las emociones y hablar de ellas. Además, el niño puede empezar, entonces, por primera vez en su vida, a planificar y reflexionar en el futuro. A los cuatro o cinco años, por ejemplo, podemos preguntar al niño lo que haría si otro se burlase de él porque, a esa edad, se encuentra ya en condiciones de utilizar sus nuevas habilidades cognitivas para pensar en el futuro y esbozar ideas y planes.

»Como nos comentó ayer Richie, hoy en día se sabe que el lóbulo frontal está muy ligado a estas nuevas habilidades evolutivas que combinan información procedente de la emoción y del pensamiento. Es muy improbable, en este sentido, que un estilo de juego manifiestamente agresivo en niños de cinco o seis años acabe desvaneciéndose, y es de esperar que persista durante toda su vida. Los datos de la investigación parecen confirmar que más de la mitad de los niños agresivos violentos se conviertan en adolescentes crueles y violentos.'

»Los estudios realizados por Mark ponen de relieve que los niños agresivos tienen dificultades para integrar la emoción y la razón. Esa agresividad parece derivarse de su dificultad para planificar el futuro y de un escaso control de los impulsos emocionales, dos actividades que, no lo olvidemos, están muy ligadas a los lóbulos prefrontales.

»También es muy significativa la baja tasa de recuperación de las lesiones del lóbulo frontal de los niños pequeños —ya sea por accidente o por enfermedad—, algo que resulta muy inquietante, porque los lóbulos prefrontales son esenciales para la integración del pensamiento y la emoción. A diferencia de lo que ocurre con los lóbulos temporales (ligados al lenguaje), la tasa de recuperación de los Lóbulos prefrontales es muy baja. En el caso de que el niño experimente una lesión en los lóbulos temporales, por ejemplo, es muy probable que otras regiones asuman el control y que el niño no sufra una gran merma de sus habilidades lingüísticas, pero si el daño se produce en la región prefrontal, es casi inevitable que experimente un notable deterioro emocional y social.

»Todos estos datos neurológicos subrayan la importancia de la región prefrontal para el desarrollo sano de las emociones del niño. Como bien señaló Richie, los lóbulos frontales del ser humano son mucho mayores y más evolucionados que los del resto de los primates. Además, el hecho de que se trate de la región cerebral evolutivamente más joven explica su baja redundancia con otras áreas."

En cualquiera de los casos, la región prefrontal es muy plástica y, durante el largo período de formación en el que todavía sigue desarrollándose, va estableciendo conexiones con el resto del cerebro en función de las experiencias y del aprendizaje. No olvidemos que el cerebro es el órgano que más tarda en alcanzar su madurez anatómica y que los hitos que jalonan ese proceso se expresan en el desarrollo mental y social. Y recordemos también que, a su vez, el área prefrontal es la región cerebral evolutivamente más reciente y que no alcanza su madurez anatómica hasta mediada la veintena, lo que convierte a los primeros años de vida en una verdadera oportunidad para que los jóvenes aprendan a dominar las lecciones más importantes de la vida. Ese fue, precisamente, el significado de lo que Mark expuso a continuación:

"Por otra parte, los niños que poseen una buena capacidad de planificación y que son conscientes de sus emociones al ingresar en la escuela, a eso de los cinco o seis años, corren muchos menos riesgos de experimentar trastornos posteriores de agresividad y de ansiedad. Hoy en día sabemos que las pautas presentes en la época en que el niño empieza a ir a la escuela son muy importantes para determinar su futuro, aunque esa relación no sea completamente estable.

"Esto tiene mucho que ver con el concepto de percepción selectiva del que ya hemos hablado. Los niños agresivos o acomplejados por haber sido lastimados con anterioridad permanecen muy alerta para descubrir a cualquiera que pueda volver a dañarles. Son niños que están a la defensiva y que reaccionan con mucha facilidad.

"En el ámbito escolar, los niños tienen que ponerse muchas veces en fila –para ir a almorzar, para ir al recreo, para volver de él, etcétera–, y son muchos los problemas que, en tal caso, pueden presentarse. Cuando un niño agresivo, por ejemplo, es empujado por otro, no suele detenerse a ver lo que ha ocurrido, sino que reacciona violentamente emprendiendo una pelea. Estas rápidas reacciones emocionales son muy importantes, porque los niños que han sido agredidos están muy predispuestos a centrar su atención en el daño que se les ha hecho, aun cuando tal cosa no sea cierta o se trate de un mero accidente.6

"Como bien dijo ayer Matthieu, las escuelas tal vez sean las únicas instituciones que podemos usar para promover la salud emocional. Llevamos ya unos veinte años tratando de demostrar científicamente –junto a otros colegas de Estados Unidos y de otros lugares del mundo la posibilidad de utilizar eficazmente el ámbito escolar para fomentar la salud emocional; y estoy encantado de poder decirles que en la actualidad disponemos de una demostración científica que corrobora de manera fehaciente que el uso del programa PATHS con una regularidad de entre dos y cinco veces por semana contribuye muy positivamente a mejorar el bienestar infantil.7 El adecuado uso de este programa permite el desarrollo de las habilidades emocionales y sociales de los niños así como también mejora algunas de sus capacidades racionales. Estaríamos muy equivocados si creyéramos que las habilidades emocionales y sociales se encuentran desvinculadas de las capacidades racionales. No en vano, según el modelo budista, la inteligencia las incluye a ambas. Es cierto que, en Estados Unidos, las hemos escindido y hemos creído que los desarrollos social y cognitivo constituyen dos ámbitos nítidamente separados, pero hoy en día tenemos muy claro que se trata de dos dominios muy estrechamente vinculados".

La práctica: PrImero calmarse y luego pensar

"Quisiera ahora –dijo entonces Mark– dedicar el resto de mi presentación a cuestiones prácticas y me gustaría usar nuestro trabajo con PATHS durante los últimos diecinueve años como un ejemplo del modo de trabajar en el ámbito de la educación, una estructura secular sumamente conservadora y, en consecuencia, muy reacia al cambio. Nuestro trabajo se ha puesto fundamentalmente en marcha en las escuelas públicas de Estados Unidos y también ha comenzado a aplicarse en Inglaterra, Holanda, Canadá, Bélgica, Australia y Gales... y, aunque todavía no se ha implantado en Francia, ya ha sido traducido al francés –agregó, despertando las risas de los presentes y dando origen a lo que acabó convirtiéndose en un chiste privado que se repitió muchas veces durante estas jornadas.

"Comenzaré diciendo que, en mi opinión, nuestro trabajo todavía se encuentra en un estadio muy rudimentario y, en consecuencia, no lo expondré como un modelo completo, sino como un simple punto de partida. Debo decir también que este trabajo se ha nutrido de la obra de muchos investigadores del campo de la prevención, como Maurice Elias, Roger Weissberg y Myrna Shure.

"Hoy en día sabemos que los programas eficaces se caracterizan por los cinco rasgos siguientes. En primer lugar, deben centrase en ayudar a los niños a calmarse, es decir, a reducir el lapso de recuperación de la activación emocional (al que se refirió Paul el martes), independientemente de la emoción considerada. En segundo lugar, deben contribuir a aumentar la conciencia de los estados emocionales de los demás. El tercer rasgo distintivo tal vez sea el más occidental y se refiere a la necesidad de hablar de los sentimientos para resolver los problemas interpersonales. El cuarto consiste en desarrollar la capacidad de pensar y planificar anticipadamente el modo de evitar las situaciones difíciles. Cualquier programa eficaz, por último, debería tener en cuenta los efectos de nuestra conducta en los demás, un punto que implica tanto la empatía como la relación interpersonal.

"Veamos ahora algunas líneas directrices que consideramos muy importantes y que también enseñamos a los maestros y a los niños. Luego les expondré los procedimientos prácticos a los que solemos apelar para el desarrollo de cada una de estas habilidades. "Hemos determinado que las emociones se atienen a ciertas reglas, a las que bien podríamos llamar principios. En este sentido, queremos transmitir a los niños y a sus maestros cuatro grandes ideas. La primera es que los sentimientos son señales –que pueden provenir tanto del interior como del exterior y que, en consecuencia, nos proporcionan una información muy importante sobre uno mismo (sobre lo que uno necesita o desea) o sobre los demás (sobre lo que necesita o desea otra persona).

"Por este motivo nos interesa que los niños aprendan a valorar adecuadamente esa información. Para poder cobrar conciencia de las emociones no sólo debemos darnos cuenta del modo en que nos sentimos, sino que también debemos saber verbalizar nuestros sentimientos y reconocerlos en los demás. Creo que esta noción, además, tiene mucho que ver con la inteligencia –y con la noción budista de florecimiento, por cuanto implica la capacidad de usar la razón no para reprimir las emociones, sino para tenerlas muy en cuenta y basarnos en ellas a la hora de tomar decisiones.

"Así pues, una de las líneas directrices de nuestro programa es que las emociones son señales muy importantes. Pero, como veremos más adelante, no nos limitamos a contar a los niños todas estas cosas, sino que también nos preocupamos por proporcionarles herramientas que puedan ayudarles a llevarlas a la práctica. Esto es muy importante, porque son muchos los niños que tienen miedo a sus sentimientos y que, con mucha frecuencia, no saben separarlos de su conducta... algo que, dicho sea de paso, también sucede con muchos adultos. Se trata de una cuestión muy compleja y a la que muchas formas de psicoterapia adulta dedican mucho tiempo. Es muy importante, por tanto, que ayudemos a los niños a diferenciar sus sentimientos de su conducta.

"Para ello, por ejemplo, colocamos grandes carteles en el aula que dicen "Todos los sentimientos están bien. Son las conductas las que pueden estar mal". Es importante que los niños se den cuenta de que todo el mundo siente, en algunas ocasiones, celos, avaricia, desilusión, etcétera, el espectro completo, en suma, de los sentimientos. Pero una cosa son los sentimientos y otra muy distinta la conducta, y sólo ésta puede estar bien o mal.

"¿Y qué es lo que hacemos en la práctica para enseñar todo esto? Veamos, por ejemplo, lo que ocurre en el caso de una lección sobre los celos, una emoción muy importante para los niños. En tal caso, hablamos de los celos y les mostramos imágenes del rostro de diferentes personas que expresan esa emoción con el objetivo de que lleguen a familiarizarse con ella. También podemos contar una historia de una ocasión en que un niño sintió celos y del modo en que lo resolvió; podemos invitarles a hablar de alguna situación en la que ellos mismos sintieron celos, o a que hagan un dibujo, o escriban en su diario acerca de ellos. También insistimos en que una cosa es la emoción y otra la conducta y que, si bien puede resultar difícil controlar la aparición de los celos, sí que podemos decidir comportarnos de un modo o de otro.

"El segundo punto consiste en diferenciar claramente los sentimientos de la conducta. En este caso, se trata de determinar qué tipos de conducta están bien y cuáles no lo están, algo que puede requerir mucho tiempo. Es muy frecuente que, cuando los niños experimentan ciertas emociones, como la ira, por ejemplo, y son castigados por ello, acaben confundiendo la emoción con la conducta y concluyan la inadecuación de ciertas emociones. Por ello es muy importante que los niños aprendan que los sentimientos forman parte integral de ellos mismos y que, en consecuencia, conviene tenerlos muy en cuenta. Los sentimientos son, pues, naturales y no hay nada malo en ellos.

"La tercera directriz que tratamos de transmitirles es que, antes de pensar, deben calmarse. Si quieren verlo así, se trata de una especie de mantra de nuestras aulas muy ligado a la idea de Matthieu de que las emociones condicionan la mente para ver de un determinado modo, como ejemplificó también la experiencia de la llamada telefónica de Paul. Por ese motivo insistimos mucho en que, para poder ver con claridad lo que les está ocurriendo y actuar en consecuencia, primero deben calmarse, y, para ello, enseñamos técnicas concretas a las que los niños pueden apelar para tranquilizarse cuando se encuentran atrapados en una emoción."

–¿No le parece –preguntó entonces el Dalai Lama que la misma propuesta de calmarse para valorar adecuadamente la emoción y ver lo que pueden hacer con ella implica ya una invitación a cambiar la emoción?

–Bien –respondió Mark– lo que queremos transmitirles es la necesidad de aprender a manejar mejor la excitación que acompaña a la emoción. Nosotros no pretendemos que se desembaracen de las emociones, lo único que queremos es que aprendan a calmarse para que luego puedan decirse a sí mismos: "Estoy enfadado. ¿Por qué estoy enfadado? ¿Qué puedo hacer con este enfado?" Nosotros no les invitamos a que nieguen sus emociones, sino tan sólo a modificar la activación de esa emoción y a calmarse antes de utilizar nuestra inteligencia.

Paul Ekman puntualizó, entonces, que eso significa disminuir la intensidad de la emoción.

Según PATHS, pues, cualquier emoción está bien, pero las acciones derivadas de ella pueden no estarlo, lo cual, dicho sea de paso, contrasta claramente con la noción budista de que ciertas emociones no están bien. El Dalai Lama se tomó entonces un tiempo para pensar antes de hacer una seña a Mark para que siguiera.

"La cuarta línea directriz consiste en la llamada "regla de oro" –prosiguió Mark–, a la que consideramos como una auténtica obra maestra de la sabiduría. Para ello decimos a los niños: "Trata a los demás como quieras que ellos te traten a ti", una idea que implica, obviamente, la necesidad de asumir el punto de vista de los demás.

Éstas son las cuatro grandes directrices que tratamos de transmitir una y otra vez, pero no sólo a los niños, sino también a los maestros, al director y a todos los miembros del personal que se hallen en contacto con los niños."

El Dalai Lama volvió entonces a su anterior pregunta:

–Me parece advertir una cierta contradicción entre la afirmación de que todas las emociones están bien –aunque no la conducta y el hecho de que, apenas aparezca una emoción (como la ira, por ejemplo), les diga a los niños:"Cálmate". ¿No sería más adecuado decir algo así como: "Veo que te has enfadado. Yo también me enfado pero ¿no sería mejor no estar tan enfadados?", es decir, ayudar al niño a aplacar la excitación que acompaña a la ira.

–Esto es precisamente –replicó Mark– lo que hacemos. No veo ahí la menor contradicción y creo que hacemos en la práctica lo que Su Santidad acaba de decir.

CONTINUARÁ….

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