DANIEL GOLEMAN
¿De qué depende la inteligencia distintiva de la humanidad?
Richie volvió a su presentación y proyectó una diapositiva de dos visiones del cerebro, una lateral y otra basal, en la que se distinguían varias regiones diferentes de la corteza prefrontal –los cortes frontales dorsolateral, orbital y ventromedial– este último especialmente importante para la emoción.
"El lóbulo frontal –dijo se divide en varias regiones diferentes, de entre las cuales la conocida con el nombre de corteza ventromedial resulta fundamental para la emoción. Los pacientes que presentan lesiones en esta región cerebral evidencian una conducta emocional desordenada e irregular, como ataques, por ejemplo.
"Según se cree, la parte anterior del lóbulo frontal desempeña un papel muy importante en ciertos tipos de cognición y, especialmente, en la planificación. En la medida en que determinados aspectos de la emoción también implican una cierta anticipación del futuro –como cuando, por ejemplo, estamos esperando con ansiedad el encuentro con una persona amada a la que llevamos mucho tiempo sin ver, esa parte del cerebro permanece activa durante la representación mental imaginaria de ese objetivo. Hablando en términos más generales podríamos decir que la motivación depende parcialmente de esa región del lóbulo frontal, que mantiene en nuestra mente los sentimientos que tendremos cuando se cumplan nuestros objetivos.1
"Quisiera ahora hablar con más detenimiento de la corteza frontal, porque desempeña una función esencial en la capacidad de regular las emociones y, sobre todo, las emociones destructivas. No olvidemos que las regiones cerebrales implicadas en la activación inicial de una emoción no son las mismas que las que se ponen en juego durante su regulación. En este sentido, la amígdala desempeña un papel fundamental en los circuitos activadores de la emoción, mientras que la corteza prefrontal, por su parte, se ocupa de la regulación.
"En circunstancias normales, las regiones cerebrales que activan una emoción y las que la regulan se ponen simultáneamente en marcha, de modo que, cuando se desencadena una emoción, también se disparan los mecanismos implicados en su regulación. Esto nos proporciona una clave para ayudarnos a entender el funcionamiento de las emociones destructivas, ya que nos permite examinar las reas del cerebro implicadas en la regulación de la emoción que pueden estar funcionando mal."
–Uno de los rasgos distintivos de la especie humana es la inteligencia –apuntó entonces el Dalai Lama. ¿Podría usted identificar una o más regiones del cerebro que estén en concreto relacionadas con la excepcional inteligencia humana, es decir, que sean distintivamente humanas?
–Antes señalé –respondió Richie volviendo a centrarse en los lóbulos frontales que cualquier conducta compleja depende de la interacción entre diferentes regiones cerebrales. La inteligencia es ciertamente muy compleja y es muy probable que implique el concurso simultáneo de diferentes regiones cerebrales.
Pero permítame ahora darle una respuesta más especulativa –prosiguió–. Los lóbulos frontales no sólo desempeñan un papel muy importante en aquellos aspectos distintivos de la inteligencia humana que Occidente denomina inteligencia cognitiva, sino también en lo que ha terminado llamándose inteligencia emocional. Los lóbulos frontales son fundamentales para ambas dimensiones de la inteligencia.
El hecho de que algunas de las regiones cerebrales implicadas en las emociones positivas se hallen también asociadas a la razón despertó el interés del Dalai Lama. En su opinión, la neurociencia confirmaba algo que siempre había creído, que las emociones constructivas y positivas pueden asentarse en la razón y verse ennoblecidas por ella. Su entrenamiento discursivo que le había adiestrado a aportar evidencias aparentemente discrepantes le llevó entonces a formular la siguiente pregunta:
–Antes apuntó que el tipo de imaginería mental evidenciada por Einstein parecía estar relacionada con una región posterior del cerebro –dijo el Dalai Lama pero que la imaginería mental que surge cuando pensamos parece tener su correlato en el lóbulo parietal, ¿no es así? Si podemos llamar a eso imaginación, el poder de la imaginación parecería muy ligado a la inteligencia. ¿Cree usted que el lóbulo parietal, que no forma parte del lóbulo frontal, desempeña también un papel esencial en la excepcional inteligencia que caracteriza al ser humano?
El Dalai Lama permaneció absorto y en silencio meciéndose lentamente hacia adelante y hacia atrás.
–Absolutamente –replicó Richie. Pero las conexiones entre el lóbulo frontal y el lóbulo parietal del cerebro humano son mucho más nutridas que las que existen en otras especies. La capacidad de imaginar característica del pensamiento creativo de Einstein, por ejemplo, vincula el lóbulo frontal –muy ligado a conceptos abstractos con la imaginería mental visual.
–Einstein decía –agregué entonces que primero tenía visiones y que luego las formulaba verbalmente, o, dicho de otro modo, que primero veía imágenes y sólo luego las formulaba en términos de ecuaciones o de leyes físicas.
El cerebro en un recipiente
–Todavía quisiera, Su Santidad –continuó Richie, abordar un par de cuestiones generales. En primer lugar, los lóbulos frontales, la amígdala y el hipocampo están muy relacionados con el resto del cuerpo y, muy en particular, con el sistema inmunológico, el sistema endocrino (que controla el funcionamiento hormonal) y el sistema nervioso autónomo (que regula la tasa cardíaca, la presión sanguínea, etcétera). Justo ahora empezamos a disponer de algunas pistas para comprender la relación que existe entre la mente y el cuerpo y el efecto de las emociones sobre la salud mental y sobre la salud física.
Entonces, el Dalai Lama formuló una pregunta un tanto singular:
– ¿Le parece teóricamente posible –aunque hoy en día resulte inviable cortar la cabeza de una persona y aportarle la sangre y el oxígeno que necesite para que siga funcionando?
–Ésta es, de hecho –respondió Richie, una pregunta que se han formulado muy en serio los filósofos de la mente. Un filósofo llamado Daniel Dennett ha escrito un ensayo al respecto titulado precisamente The Brain in a Vat fes decir, El cerebro en un recipiente], la misma metáfora por la que usted se ha interesado. En principio me parece desde una perspectiva teórica posible. Y debo decir que una de las implicaciones más interesantes de esa posibilidad es si ese cerebro sería todavía capaz de experimentar emociones.
–De modo que, en principio –señaló el Dalai Lama, su respuesta es afirmativa, aunque todavía existan ciertas dudas al respecto.
–Correcto.
– ¿Y qué ocurriría en tal caso con la inteligencia? ¿Se trataría acaso de un cerebro inteligente? –añadió sonriendo el Dalai Lama. Eso sería lo mejor, tener inteligencia sin tener emociones.
–Yo creo que todavía tendría emociones –respondió Richie.
–Mientras exista alguna sensación de identidad –concluyó entonces con más seriedad el Dalai Lama creo que estamos atados a las emociones que necesariamente la acompañan.
La neurociencia de la emoción
El cerebro dividido
Richie pasó entonces a otro punto ligado a los lóbulos frontales.
"El cerebro de todas las especies vertebradas está dividido en dos mitades, y la investigación realizada sobre las diferencias funcionales entre ambas partes en el ser humano y en los primates superiores sugiere que cada una de ellas desempeña un papel diferente en la emoción. Las evidencias recogidas en este sentido parecen sugerir que el lóbulo frontal izquierdo cumple con una función decisiva en las emociones positivas, mientras que el lóbulo derecho está más ligado a ciertas emociones negativas.
"En cierto experimento, por ejemplo, presentamos a las personas imágenes destinadas a activar emociones positivas o emociones negativas (como la imagen de una madre sosteniendo amorosamente a su hijo y la imagen de personas quemadas o víctimas de un accidente, respectivamente)."
– ¿Está utilizando –preguntó Jinpa entonces los términos positivo y negativo (en lugar de constructivo y destructivo) para referirse a la cualidad de la experiencia?
–Así es. La investigación ha demostrado que la presentación de imágenes negativas destinadas a evocar emociones como el miedo va acompañada de una activación de la corteza frontal derecha y refleja un aumento del metabolismo de esa región. La presencia, por el contrario, de imágenes positivas va acompañada de una pauta de activación muy distinta en la región orbital, en la parte superior del lóbulo frontal y en algunas regiones motoras del lóbulo izquierdo. Y debo subrayar que, a diferencia de lo que ocurre con las emociones negativas, todas las áreas activadas por las imágenes positivas se encuentran en el lado izquierdo y que esas pautas se mantienen en el caso de los diestros y en la mayor parte –aunque no en todos de los zurdos.
El instinto científico del Dalai Lama pasó entonces a primer plano y preguntó:
–¿Se modifican esas variables si el experimento se repite al cabo de un tiempo, tal vez un par de semanas más tarde, cuando el sujeto se encuentra en plena forma, enfermo o hambriento, pongamos por caso? ¿O acaso se presentaría siempre la misma pauta de activación?
–Muy buena pregunta –replicó Richie. Recientemente hemos llevado a cabo este experimento con los mismos sujetos en tres ocasiones a la misma hora del día durante un par de meses y debo decirle que, con independencia del hambre y del cansancio, en todos los casos advertimos la misma pauta de activación. Y ello nos lleva a concluir que se trata de un rasgo estable que no se ve modificado con el paso del tiempo.
– ¿Y esa estabilidad también se mantiene –insistió de nuevo el Dalai Lama si la prueba se realiza inmediatamente después de haber experimentado una emoción muy intensa?
–Ésa también me parece una pregunta muy interesante –replicó Richie, aunque debo decirle que, en este caso, todavía no disponemos de una respuesta concluyente. Sabemos que, en la mayor parte de los casos, las emociones intensas influyen en el estado emocional del momento sub–siguiente. Para recuperarnos de una emoción intensa se requiere que transcurra un cierto período de tiempo que no siempre es el mismo, puesto que hay quienes se recuperan más pronto. En este sentido –concluyó Richie, subrayando un punto mencionado el día anterior por Paul, cuando habló del período refractario durante el que la persona permanece a merced de la emoción, creemos que las diferencias interpersonales son muy importantes.
La mujer que no conocía el miedo
Una vez, el Dalai Lama me confesó traviesamente que, cuando escuchaba informes técnicos relativos al funcionamiento del cerebro, solía tener lo que llamó "pensamientos monjiles". ¿Qué me importa –dijo entonces saber cuáles son las partes del cerebro que se activan cuando emergen las emociones positivas y las emociones negativas? En el fondo, lo único que me interesa saber es si contribuyen a mejorar mi práctica budista o no.
Pero hoy escuchaba muy atentamente.
Luego Richie abordó el tema de la amígdala y del papel que desempeña en el caso del miedo. Para ello comenzó hablándonos de un experimento en el que se medían los cambios que lleva a cabo el riego sanguíneo del cerebro cuando las personas contemplan una serie de imágenes de rostros (desarrollado por Paul Ekman) expresando emociones muy diversas, desde la alegría más extrema hasta la tristeza más profunda.
"Ese experimento –prosiguió Richie puso de relieve que la región de la amígdala sólo se activa cuando la imagen en cuestión es la de una persona asustada, mientras que, cuando se presenta un rostro feliz, la amígdala permanece desactivada. Basta con contemplar el rostro de una persona asustada para que se produzca la correspondiente activación de la amígdala. Y debo agregar que la amígdala no sólo es importante para la detección de las señales del miedo, sino también para su generación.
"Existe –continuó Richie una patología dérmica llamada enfermedad de Urbach–Weithe que provoca ciertos depósitos minerales anormales que decoloran la piel y que, en ciertos casos, afecta exclusivamente a la amígdala y provoca su muerte celular.
"El caso de una mujer que padece esta singular enfermedad nos ha proporcionado una demostración excepcional del papel que desempeña la amígdala. Esta paciente recibió la indicación de dibujar el modo en que imaginaba que se sentiría experimentando diferentes emociones. Y, lo más curioso es que todos sus dibujos evidenciaban rostros felices, tristes, sorprendidos, asqueados y enfadados –y apropiados, por tanto, a la emoción en juego, pero su expresión del miedo era un bebé gateando."
– ¿Acaso ello implica –preguntó entonces el Dalai Lama que no puede relacionarse con la expresión de la emoción real del miedo? ¿O es que esa mujer no puede experimentar miedo? ¿Qué ocurre cuando se la amenaza con un cuchillo? ¿No experimenta entonces miedo?
–No –dijo Richie. Cuando la pinchas con una aguja reacciona con dolor, pero cuando la amenazas con algo aversivo –y debo decir que esto ha quedado claramente demostrado no muestra el mismo aumento en la tasa de sudoración que presenta la mayoría de la gente.
– ¿Diría usted que es más valiente? –preguntó entonces el Dalai Lama.
–No, no necesariamente. Es cierto que ha atravesado situaciones peligrosas y que suele elegir las alternativas más arriesgadas, pero dudo que podamos calificarlo como valentía. Yo, al menos, no le llamaría valor sino irresponsabilidad.
– ¿Y significa ello también que no tiene miedo a la muerte? –insistió de nuevo.
–Muy probablemente. Pero no lo sé con certeza.
–Eso no puede ser –dijo el Dalai Lama. Mientras exista algún tipo de sensación de identidad habrá, en mayor o menor medida, emociones ligadas a la muerte y al miedo.
–Otra investigación que hemos realizado con la amígdala –apuntó Richie parece corroborar la intuición de Su Santidad de que entraña ciertos tipos de miedo pero no todos los miedos.
–Eso me parece más adecuado.
–Es como si la lesión de la amígdala eliminase el miedo a objetos amenazadores concretos –aclaró Richie.
– ¿Quiere decir –preguntó Matthieu que esa persona no percibiría el miedo ni aun cuando estuviera a punto de despeñarse por un precipicio?
–No –respondió Richie. No tendría miedo y, por tanto, sería muy peligroso que se acercase a un acantilado.
Entonces, Alan recogió un comentario anteriormente hecho por Sogyal Rinpoche y añadió:
–Me pregunto cuál podría ser el significado de su dibujo de un bebé, que parece representar la imagen arquetípica de la vulnerabilidad.
–Podría ser –respondió Richie. Ella nos dijo que la primera cosa que se le ocurrió cuando pensó en el miedo son los peligros a los que continuamente se ve expuesto el bebé.
Recuperar la calma
Luego Richie centró la atención en las diferencias interpersonales que existen en el modo de experimentar las reacciones emocionales.
"Existe una gran diferencia interpersonal en el modo en que respondemos a los acontecimientos, y creemos que ésa es la clave para comprender por qué algunas personas son muy propensas a las emociones destructivas, mientras que otras, por su parte, se muestran mucho menos vulnerables al respecto.
"Debo decir que, cuando estoy hablando de reacciones diferentes, estoy refiriéndome a diferencias en el funcionamiento cerebral, aunque no creo que ello implique diferencias genéticas, porque hay sobrados motivos para pensar que son el simple resultado de la experiencia.
"Una de las más notables que hemos estudiado en este sentido es lo que yo denomino "función de recuperación", es decir, el tiempo que transcurre antes de que la persona que acaba de experimentar una emoción recupere la condición de partida (lo mismo que ayer Paul denominó "período refractario", es decir, el tiempo necesario para liberarse de la presa de las emociones).
"Y debo señalar –prosiguió– que esas diferencias no sólo son subjetivas y dependen de lo que nos dicen los sujetos, sino que también pueden ser registradas objetivamente. Basándonos, por tanto, en el funcionamiento cerebral, podemos afirmar que algunas personas tienen una función de recuperación muy lenta, mientras que otras recuperan muy velozmente la condición de partida.
"Quienes retornan más rápidamente al estado original después de haberse visto expuestos a imágenes amenazadoras son los que presentan una activación menos intensa y duradera de la amígdala y una mayor activación en la corteza prefrontal izquierda (un área muy ligada, recordémoslo, a las emociones positivas). También hay que decir, por último, que la vida cotidiana de esas personas parece estar llena de sentimientos de energía, optimismo y entusiasmo.
"Y debo subrayar que esas diferencias han sido constatadas incluso en bebés de diez meses. Pero no se trata de diferencias muy estables, de modo que el niño que, a los tres años, por ejemplo, tuvo una reacción muy prolongada a un acontecimiento muy negativo y estresante, no necesariamente presentar esa misma reacción a los trece años. La estabilidad de estos rasgos es mucho menor en la temprana infancia que en la edad adulta, lo cual parece significar que, durante los primeros años de vida, nuestro cerebro se halla mucho más expuesto al impacto del entorno.
"Quisiera mencionar otras tres características propias de este tipo de rasgos –prosiguió Richie. Una de ellas, claramente demostrada por la investigación, es que, si las personas que se recuperan con más rapidez de un acontecimiento negativo, reciben instrucciones para controlar voluntariamente la emoción –es decir, instrucciones para reprimir la cólera o el miedo, son más capaces de hacerlo. Así pues, este tipo de personas no sólo muestra una respuesta natural más corta y se recuperan con mayor prontitud, sino que también posee un mayor control de sus emociones cuando se les pide que lo hagan.
"Estas personas presentan asimismo una tasa más baja de cortisol en sangre (una hormona segregada por las glándulas suprarrenales, ubicadas sobre los riñones, aunque controladas por el cerebro) que desempeña un papel fundamental en el estrés. Así pues, la aparición de un estímulo estresante en el entorno provoca la liberación de cortisol, aunque en una tasa inferior en aquellos que se recuperan más rápidamente. Por otro lado, la investigación realizada con personas aquejadas de depresión severa o de trastorno de estrés postraumático ha puesto de relieve que las tasas elevadas y prolongadas de cortisol acaban destruyendo las células del hipocampo.
"Por último, quienes se recuperan más rápidamente también poseen una mayor inmunidad, lo que significa una mayor salud física. Por dar un solo ejemplo, esas personas presentan niveles superiores de actividad de las llamadas células asesinas [o linfocitos T], una defensa primordial utilizada por el sistema inmunológico para desembarazarse de muchos tipos de antígenos ajenos que penetran en nuestro organismo, desde las células de tumores cancerosos hasta el resfriado común."
Los descubrimientos realizados sobre las diferencias interpersonales que existen en la capacidad de recuperación ante una determinada emoción perturbadora tienen importantes implicaciones para ayudar a las personas a gestionar más adecuadamente el estrés emocional. Hablando en términos muy generales, el rango de diferencias dentro de un determinado sistema biológico sugiere la presencia de una cierta plasticidad, es decir, de una cierta posibilidad de cambio en esa dimensión concreta. En este sentido, por ejemplo, los estudios que correlacionan la alimentación con la tasa de colesterol en sangre han puesto de relieve la utilidad de ciertas dietas para disminuir dicha tasa.
Todavía quedaba por ver si podemos aprender a gestionar más adecuadamente las emociones perturbadoras y a recuperarnos de ellas con una mayor prontitud, una pregunta que encontraría algunas respuestas prácticas al final de esa misma jornada.
La ira: el primero de los Tres Venenos
El Dalai Lama había pedido explícitamente que nos ocupásemos de los estados destructivos que el budismo conoce como los Tres Venenos (es decir, la ira, el deseo y la ignorancia). Después de haber expuesto sus fundamentos neurológicos, Richie centró nuestra atención en el primero de ellos, la ira.
–Los estudios psicológicos hablan de varios tipos de ira. Uno de ellas es la ira dirigida hacia el interior y que, en consecuencia, no se expresa externamente. Otro tipo de ira es la que se dirige hacia afuera y que puede acabar conduciendo al ataque de rabia. Además, hay una ira ligada a algunas modalidades de la tristeza y, por último, también tenemos que mencionar la existencia de un tipo de ira que puede proporcionarnos el impulso constructivo necesario para superar los obstáculos que se nos presenten."
La lógica implícita en esta enumeración intrigó al Dalai Lama que preguntó:
– ¿En qué basa usted la diferencia entre todas esas modalidades de la ira? ¿Son únicamente diferencias de conducta o de expresión, o se trata, acaso, de otro tipo de diferencias?
–Se basa en varios tipos de evidencias –respondió Richie. Una de ellas proviene del análisis de las respuestas dadas por los sujetos experimentales a diferentes cuestionarios. Otra fuente de evidencias se deriva de los datos conductuales y, por último, también existen evidencias fisiológicas que posteriormente abordaremos.
"La investigación ha demostrado que, cuando una persona está enfadada y no lo expresa, su lóbulo frontal derecho presenta una pauta de activación que también está asociada a otros tipos de emociones negativas. Además, esa persona también presenta una activación de la amígdala. En el caso de los niños que lloran de frustración, la ira –que suele presentarse asociada a la tristeza está ligada a una pauta de activación del lóbulo frontal derecho.
"Existe, pues, un tipo de ira asociada a lo que llamamos "conducta de aproximación", en la que la persona intenta constructivamente eliminar un obstáculo. Todos estos tipos de ira han sido estudiados de distintos modos. Si usted enseña a un niño un juguete interesante al tiempo que sujeta sus brazos impidiéndole cogerlo, no tardará en mostrar los signos faciales de la ira. Y la respuesta fisiológica a esta situación consiste en una pauta de activación de la región frontal izquierda, que ha sido interpretada como un intento de eliminar los obstáculos que le impiden coger el juguete.
"En el caso de los adultos, este mismo tipo de ira ha sido estudiado en personas a las que se encomendaba la tarea de solucionar un complejo problema matemático. Y aunque, en tal caso, el problema resulte muy difícil y frustrante, el sujeto trata activamente de resolverlo. De nuevo nos encontramos aquí con una activación frontal izquierda que los occidentales denominamos ira constructiva, la ira asociada al intento de superación de un obstáculo."
¿Esposible hablar de ira constructiva?
El concepto de ira constructiva nos llevó de nuevo al debate del primer día sobre las diferencias entre la psicología occidental y la psicología budista en torno al carácter destructivo de ciertas emociones como, en este caso, la ira.
–El intento de superar un obstáculo, como la resolución de un complejo problema matemático –comentó Alan, desde la perspectiva budista, supone una actividad ciertamente constructiva. ¿Pero podemos afirmar que la ira contribuye a resolver el problema? ¿Existe alguna evidencia clara de que la frustración, la ira, la irritación y la exasperación realmente nos ayudan a alcanzar un determinado objetivo?
–Éste es un punto realmente crítico –reconoció Richie. Como cualquier otra emoción, la ira está compuesta de aspectos más elementales, y tal vez alguno de ellos –que también está presente, por cierto, en otros estados ajenos a la ira sea el elemento constructivo.
–Yo diría que se trata de la tenacidad –acotó entonces Paul Ekman. La ira puede proporcionarnos la perseverancia necesaria para seguir persistiendo en la resolución de un problema matemático.
– ¿Por qué entonces se la denomina de ese modo? –preguntó el Dalai Lama, un tanto perplejo por el hecho de que se llamara ira a la perseverancia constructiva, aunque ésta sea una respuesta a la frustración. Esta idea parece incompatible con la noción budista, según la cual la ira sesga, por definición, nuestra percepción y nos lleva a exagerar las cualidades negativas de las cosas.
–La llamamos ira –respondió Richie porque las personas implicadas en la investigación afirmaron estar frustrados, y la frustración forma parte de la familia de la ira.
La respuesta, que parecía un tanto circular, no pareció complacer al Dalai Lama, de modo que pedí a Richie que explicase el caso concreto que provocaba la frustración de los sujetos implicados en el experimento. Entonces Richie dijo:
"Suponga que le pido que tome el número 4.186 y le reste 19 y que, al resultado de esa operación, vuelva a restarle 19, y así sucesivamente, y que también le digo que la velocidad de sus respuestas es una medida de su inteligencia. Se trata de un ejercicio difícil que no puede realizarse rápidamente y que, en consecuencia, no tarda en provocar la frustración. Lo más interesante del caso es que, ante este reto, algunas personas se rinden rápidamente, mientras que otras son mucho más persistentes".
Alan abordó entonces el tema desde una perspectiva un tanto diferente.
–Existe un tipo muy difícil de meditación budista llamado shine o meditación de la quietud, que sólo puede lograrse mediante un tenaz desarrollo del gozo, la confianza y el entusiasmo.7 En tal caso, quien trate de llevar a cabo esta meditación apoyándose en la ira, el enojo, la irritación o la exasperación no llegará muy lejos.
–No estoy completamente de acuerdo –precisó entonces el Dalai Lama con lo que Alan acaba de decir. En el contexto budista, la sensación de desilusión y aspiración a la liberación, de la que nos habló Alan ayer –el llamado "espíritu de emergencia"–, requiere de una cierta sensación de intolerancia o de malestar por el hecho de hallarnos a merced de las aflicciones. En tal caso, uno ya no puede seguir soportando el sufrimiento del samsara, sino que está desilusionado e incluso disgustado con esa situación. Y eso, desde la perspectiva budista, es algo sano y constructivo.
–Pero, aun en el caso –contrarrestó Alan de que uno esté ciertamente asqueado del samsara, la respuesta airada debe acabar dejando paso a la confianza y al gozo de la práctica espiritual. Yo sigo creyendo que uno no puede avanzar gran cosa en el camino de la liberación si su única motivación es el descontento.
– ¿La ira constructiva –insistió el Dalai Lama de la que usted habla está asociada a alguna activación concreta de la región frontal izquierda?
–Sí –dijo Richie. Y la cualidad más importante en ese tipo de ira es el empeño en la superación de los obstáculos.
La petición de ayuda del francotirador: la ira patológica
"Quisiera ahora, Su Santidad, que centrásemos nuestra atención en la ira patológica que puede acabar conduciendo a la cólera y a la violencia y en todo lo que nos dice al respecto la neurología cerebral. Las personas propensas a la rabia patológica son incapaces de anticipar las consecuencias negativas de la expresión extrema de la ira, una incapacidad en la que están implicados el lóbulo frontal y la amígdala. Un estudio muy reciente demuestra la existencia de una atrofia o de una grave contracción en la amígdala de quienes presentan un historial de agresividad severa.8
"La idea implicada aquí es que la amígdala es necesaria para anticipar las consecuencias negativas de nuestras acciones, algo imposible para las personas propensas a incurrir en episodios de furia patológica.
"En Estados Unidos hubo un hombre llamado Charles Whitman que, después de matar a varias personas desde la torre del campus de la University of Texas en Austin, acabó suicidándose. Esa persona dejó una nota en la que decía que donaba su cerebro para que la ciencia investigase la patología que le aquejaba. La autopsia reveló la existencia de un tumor cerebral que oprimía su amígdala y, aunque no sea más que el informe de un solo caso, parece sugerir la existencia de una clara relación entre la amígdala y la expresión patológica de la violencia."
El deseo: el Segundo Veneno
Luego Richie pasó a ocuparse de la neuroquímica del deseo.
"En el cerebro existe un producto químico llamado dopamina que está presente en casi todas las formas investigadas de deseo. Aunque la mayor parte de la investigación realizada en este sentido se ha llevado a cabo con drogadictos, las anormalidades del sistema dopamínico también se hallan presentes en los ludópatas, las personas que no pueden dejar de jugar por más que se endeuden. Todas las formas de deseo, en suma, parecen ir acompañadas de algún tipo de disfunción del sistema dopamínico. La reciente investigación parece indicar que el deseo provoca cambios moleculares en el sistema dopamínico que alteran profundamente su funcionamiento."9
La dopamina desempeña un papel fundamental en la recompensa y en los sentimientos positivos que la acompañan. Pero Richie señaló que la adicción no depende exclusivamente de factores biológicos, sino también de hábitos aprendidos.
"El deseo puede hallarse muy condicionado, de modo que el aprendizaje puede acabar convirtiendo estímulos u objetos anteriormente neutros en algo muy significativo. Permítanme decirles en este sentido que, si un adicto a las drogas suele tomarlas en una determinada habitación o acompañado de una determinada parafernalia, basta con la mera presencia de ese entorno para acabar provocando modificaciones cerebrales semejantes a las producidas por la misma droga.
"Cierto estudio descubrió que el visionado de una cinta de vídeo que mostraba imágenes de los utensilios que los adictos solían utilizar para administrarse cocaína provocaba en su cerebro cambios cerebrales semejantes a los ocasionados por la misma sustancia. Ese estudio descubrió que el deseo activa una región cerebral denominada núcleo accumbens, muy rica en dopamina y que parece hallarse implicada en todas las formas de deseo y de adicción.10
"Nosotros diferenciamos los circuitos cerebrales asociados al placer –o el disfrute de los asociados al deseo. A menudo, ambos funcionan simultáneamente, de modo que queremos las cosas que nos gustan, pero la adicción parece fortalecer los circuitos asociados al deseo y debilitar al mismo tiempo los asociados al placer. Y el hecho de que nuestra sensación de placer o disfrute disminuya al tiempo que aumenta nuestro deseo implica necesariamente que cada vez disfrutemos menos y deseemos más. Por ello, que seguimos deseando, pero cada vez necesitamos más para obtener el mismo grado de disfrute. Éste es uno de los principales problemas que entraña el deseo. Son muchos los casos en los que los circuitos ligados al placer se ven distorsionados por la adicción como bien ilustra, por ejemplo, el caso de la nicotina."
La ilusión: el Tercer Veneno
Cuando Richie pasó a ocuparse de la ilusión, el último tema de la mañana, estalló un gran trueno anunciando la tormenta.
"Quisiera ahora ocuparme de la visión neurocientífica de la ilusión y de sus semejanzas y diferencias con la perspectiva budista."
–Los budistas –dijo entonces el Dalai Lama tenemos una idea muy clara de lo que entendemos por ilusión. ¿A qué se refiere usted cuando habla de ilusión?
–La ilusión –respondió Richie consiste en la distorsión de nuestra percepción del mundo provocada por las emociones aflictivas.
–El budismo –insistió el Dalai Lama, buscando una definición más precisa habla tanto de apariencias engañosas como de una aprehensión o percepción ilusoria de la realidad. ¿Se refiere usted –porque ambos casos gravitan en torno a la ilusión– al modo en que las cosas se nos presentan, o al modo en que las aprehendemos?
–Más bien al modo en que las aprehendemos –aclaró Richie. Nosotros consideramos la ilusión como una distorsión emocional de la percepción y de la cognición. La ilusión supone una interferencia de los circuitos emocionales en los circuitos neuronales, responsable de la percepción o de la aprehensión del mundo, y también en los circuitos implicados en el pensamiento.
–Entonces –concluyó el Dalai Lama, la ilusión provoca un claro sesgo perceptual.
–Sí –coincidió Richie. Y todo ello está muy ligado a los comentarios realizados ayer por Matthieu en torno a la aprehensión de la realidad tal cual es, porque todas esas influencias obstaculizan nuestra capacidad de percibir la realidad y reflejan el modo en que la emoción distorsiona tanto nuestra percepción de la realidad como nuestro pensamiento. Las personas habitualmente ansiosas y desconfiadas, por ejemplo, focalizan su atención en los datos relacionados con la amenaza. Quienes padecen de fobia social temen las situaciones que implican una interacción social, como estar con los demás, sentirse juzgados por ellos, hablar en público y cuestiones similares. Cuando se les muestra un rostro neutro que no exhibe ninguna emoción concreta, su amígdala evidencia una activación que, en el caso de las personas normales, sólo se presenta en respuesta a la visión de un rostro amenazador.
Luego Richie pasó a describir la relación anatómica de la amígdala con ciertas regiones del sistema nervioso encargadas de procesar la visión.
"Ciertas conexiones nerviosas que se dan entre la amígdala y el área del cerebro que procesa la información visual podrían explicar el mecanismo a través del cual las emociones negativas acaban afectando a nuestra percepción de la información visual."
–El budismo –añadió entonces el Dalai Lama diferencia muy claramente la percepción visual de la conciencia de la percepción visual. ¿Está usted acaso sugiriendo la existencia de una relación neuronal entre la amígdala y la corteza visual que llega a modificar incluso la percepción visual?
–Eso es.
–Según la epistemología budista –prosiguió el Dalai Lama, el estado mental precedente puede llegar a distorsionar nuestra percepción, o, por decirlo en otras palabras, un determinado estado cognitivo puede acabar modificando nuestra percepción visual.
"Nuestros resultados, pues, son coherentes con la visión budista –dijo Richie, procediendo luego a ilustrar este punto con un ejemplo.
"Supongamos que les muestro un par de palabras como, por ejemplo, "cuchillo" y "lápiz" y que les digo que, apenas aparezca un punto junto a una de ellas, ustedes deben pulsar un botón. A veces, el punto se encuentra junto a la palabra "lápiz" y otras junto a la palabra "cuchillo". La investigación ha demostrado que las personas ansiosas responden mucho más rápidamente cuando el punto señala la palabra de mayor carga emocional (en nuestro caso, "cuchillo"). En realidad, se trata de un experimento muy sencillo."
Luego Richie mostró una diapositiva en la que había escritas una serie de palabras, cada una de las cuales estaba impresa en un color diferente, "manzana" en púrpura, "casa" en amarillo, etcétera. También había algunas palabras emocionalmente muy cargadas, como "sangriento" y "tortura". Y todas ellas estaban además escritas en tibetano, lo cual creó un gran revuelo entre los lamas presentes.
Se trataba de una variante del llamado test Stroop (una prueba psicológica clásica que ilustra el modo en que las emociones influyen en la percepción) y en la que el sujeto debe responder nombrando el color en que está impresa una determinada palabra. Luego dijo:
"Las personas ansiosas tardan mucho más en nombrar el color de las palabras que evocan la ansiedad porque, en tal caso, la inquietud obstaculiza el proceso de identificación del nombre del color en cuestión. Ése es un claro ejemplo del modo en que la emoción influye sobre nuestra percepción.
"Quisiera ahora, para concluir esta presentación, leer una cita que me parece muy reveladora procedente de El arte de la felicidad, el libro que Su Santidad escribió en colaboración con Howard Cutler: "La estructura y las funciones del cerebro facilitan el adiestramiento sistemático de la mente, el cultivo de la felicidad y la auténtica transformación interior que acompaña al desarrollo de los estados mentales positivos en detrimento de los negativos. No debemos olvidar que el cableado neuronal de nuestro cerebro no es algo estático e irreversible sino, por el contrario, muy maleable"".
Richie había citado ese mismo pasaje al final de un artículo sobre la plasticidad neuronal que apareció en el número especial correspondiente al año 2000 del Psychological Bulletin porque resumía perfectamente su visión original de lo que debía ser la psicología y lo que le había atraído, desde el principio, hacia ese campo del saber. Esa cita, en suma, resumía perfectamente sus intereses intelectuales y personales. En opinión de Richie, el Dalai Lama ilustra las cualidades emocionales óptimas, como la ecuanimidad y la compasión, y constituye un ejemplo vivo de la posibilidad de que todos podamos alcanzarlas.
Todo el mundo aplaudió esa nota positiva, y Richie entonces juntó sus palmas saludando al Dalai Lama, quien tomó sus manos entre las suyas y se las llevó a la frente en un gesto de aprecio.
9. NUESTRO POTENCIAL PARA El CAMBIO
En el best–seller El monje y el filósofo, Matthieu Ricard y su padre, el filósofo francés Jean François Revel, mantienen un largo diálogo en torno a la ciencia, el budismo y el sentido de la existencia. En ese libro, Matthieu sostiene que los practicantes budistas llevan más de dos mil años sirviéndose de lo que podríamos llamar una "ciencia interna", un método para transformar sistemáticamente nuestro mundo interno, liberarnos de la opresión de las emociones destructivas y crear un ser humano mejor, más amable, más compasivo, más sereno y más ecuánime.
No hace mucho que la psicología actual ha emprendido la misma búsqueda, pero no lo ha hecho desde una perspectiva religiosa sino científica y con la intención de transformar el funcionamiento de nuestro cerebro, mitigar el efecto de las emociones destructivas y aumentar nuestro equilibrio emocional.
Esa misma mañana, Richard Davidson nos había mostrado los estrechos vínculos neuronales que existen entre el intelecto y la emoción, una relación que pone de relieve la posibilidad de alentar una vida afectiva más inteligente, más concretamente, la afirmación –inexplorada durante la sesión matutina– de que la experiencia puede llegar a transformar el funcionamiento del cerebro nos llevó a interesarnos por la posible educación de las emociones. Ése fue el tema sobre el que versó la sesión vespertina, no sin antes aclarar un punto ligado a los niveles más sutiles del funcionamiento mental.
Después del almuerzo, el Dalai Lama llegó de nuevo temprano (otra muestra evidente de su interés) y se puso a hablar con los pocos asistentes de la ligera granizada que había caído a la hora del almuerzo. Entonces, Alan Wallace aprovechó el momento en que los técnicos de audio y vídeo ponían a punto sus equipos para formular, antes de comenzar la sesión, una pregunta sobre uno de los temas del día, la relación que existe entre la actividad mental y el funcionamiento del cerebro:
– ¿Cree Su Santidad que todo estado mental –al menos en el nivel del funcionamiento ordinario– posee un correlato neuronal?
–No existe razón alguna –replicó el Dalai Lama para creer en la existencia de correlatos neuronales de los estados mentales sutiles –es decir, de la llamada "mente innata" (la naturaleza esencialmente luminosa de la conciencia)– porque, al no ser de orden físico, no depende del cerebro. Pero, dejando de lado ese punto, creo realmente que todos los procesos mentales ligados a la vida humana cotidiana poseen correlatos neuronales.
Con ese comentario sobre la "mente innata", el Dalai Lama sacó a colación uno de los aspectos de la ciencia cerebral que más le interesan. La visión budista afirma la idea de la continuidad de la mente en el nivel sutil. Por ello, aunque coincida con la neurociencia en la existencia de correlatos neuronales de los eventos de la mente ordinaria, también considera que, en los niveles más sutiles de la conciencia, el cerebro y la mente son dos entidades independientes.
En su opinión, de hecho, la hipótesis de la neurociencia cognitiva de que el cerebro y la mente constituyen dos facetas diferentes de la misma actividad restringe arbitrariamente el campo de la investigación científica. Tal vez, los nuevos descubrimientos realizados por la ciencia puedan ampliar los límites de ese paradigma y expandir las fronteras que, hasta el momento, se ha autoimpuesto la neurociencia.
A los científicos les interesaría estudiar, por ejemplo, lo que los tibetanos denominan "el estado de la clara luz" después de la muerte. Según se dice, algunos practicantes avanzados son capaces, en el momento de la muerte, de permanecer en un estado meditativo hasta varios días después de la cesación de la respiración, tiempo durante el cual el cuerpo no muestra signo alguno de descomposición. Por supuesto, se trata de un fenómeno muy excepcional, pero, recientemente, el Dalai Lama había tenido noticias de un monje que, según le aseguraron varios testigos, habían permanecido en el estado de la clara luz cuatro días después de su muerte.
En el otro extremo de la vida, el Dalai Lama también se preguntaba si la ciencia se hallaba ya en condiciones de determinar el momento exacto en el que el feto se torna sensible y consciente, el momento que, desde la perspectiva budista, jalona el despertar de la conciencia sutil.
Las influencias sutiles
Todas estas consideraciones llevaban al Dalai Lama a creer que el cerebro y el cuerpo se hallan ambos movilizados por una conciencia sutil.
–Estoy muy interesado –dijo en este sentido– en una modalidad de pensamiento muy sutil que bien podríamos decir que se halla casi por debajo del umbral de la conciencia. ¿Cuál es la causa de que, cuando uno, por ejemplo, está tranquilamente sentado pensando en algo, de esa quietud emerja, sin estímulo externo alguno que lo desencadene, el enfado? ¿Existe algún fundamento empírico que nos permita afirmar que el cerebro origina pensamientos sutiles que acaban desembocando en la ira o en otras emociones? ¿O podría darse el caso de que las cavilaciones sutiles y cuasiconscientes tengan un impacto en el cerebro que, a su vez, determine la aparición de otras emociones?
No cabe la menor duda de que los distintos estados de equilibrio y desequilibrio corporal –la buena y la mala salud– influyen en nuestro estado mental. Eso ya ha sido claramente demostrado. Pero yo me pregunto en qué medida la mente y los pensamientos sutiles concretos pueden influir en el cerebro y, en ese sentido, no estoy tan interesado en la relación causal entre el cerebro y la actividad mental como en la que existe entre la actividad mental y el cerebro.
A medida que iban llegando, los distintos participantes se sentaban en silencio y centraban su atención en la conversación. Luego Francisco Varela tomó el testigo y esbozó la visión sostenida al respecto por la neurociencia cognitiva:
–Yo creo que Su Santidad ha tocado un tema muy importante que tiene que ver con lo que la ciencia moderna denomina emergencia (en una acepción del término obviamente muy distinta a la que le da el budismo). Desde esta perspectiva, la emergencia es el nombre que recibe el efecto "descendente" de un estado global de la mente en alguno de sus elementos neuronales compositivos. Así pues, de la misma manera que el cerebro puede suscitar estados mentales, éstos también pueden llegar a modificar el funcionamiento del cerebro. Pero también hay que decir que, por más que se trate de una noción lógicamente implícita en las afirmaciones de la ciencia occidental actual, resulta un tanto contraintuitiva y que, en consecuencia, apenas si ha sido investigada.
Entonces el Dalai Lama reorientó nuevamente la conversación en la dirección que le interesaba:
–Mi pregunta no se refiere tan sólo a los fundamentos filosóficos que puedan estar determinando la moderna ciencia del cerebro, sino también a sus fundamentos teológicos. Owen nos dijo que la ciencia moderna se mueve dentro del marco de referencia kantiano, pero si observamos los fundamentos teológicos de la ciencia occidental –que, sin duda, se asientan en creencias incuestionables–, no existe ningún concepto que sostenga la posibilidad de la continuidad de la conciencia de una vida a otras y eso es algo que, de partida, descarta como inadmisible.
Desde la perspectiva budista, sin embargo, todos los procesos mentales estudiados por la neurociencia son propiedades emergentes que se derivan de la mente innata, es decir, de la luminosidad propia de la naturaleza esencial de la conciencia. Y esto es algo muy distinto a lo que afirma la moderna neurociencia, según la cual los procesos mentales no son propiedades emergentes de la luminosidad esencial de la conciencia, sino que se derivan del funcionamiento cerebral.
¿Acaso es la mente una simple marioneta del cerebro?
–Como bien ha señalado Francisco –siguió diciendo Alan, la ciencia admite la existencia de la influencia "ascendente". Desde esa perspectiva, cuando el cerebro hace tal cosa, la mente –una mera marioneta hace tal otra. Y aunque Richie haya señalado también que la experiencia y el ambiente influyen de modo muy tangible –a veces incluso molecular– en el cerebro, hasta el momento no hemos escuchado absolutamente nada al respecto.
Su Santidad –prosiguió Alan dirigiéndose a Francisco se pregunta por el efecto de los pensamientos en el cerebro. ¿No opera la causalidad en ambos sentidos? ¿No cree que sería importante que usted, con todo su prestigio y autoridad como neurocientífico, comenzara a utilizar otro tipo de lenguaje?
Porque debo decirle que, cuando sólo subraya la importancia de la "experiencia" y del "entorno", me siento francamente empobrecido como individuo. En tal caso siento, desde una perspectiva afectiva e irracional, que debo buscar el entorno y las experiencias más idóneos para mi cerebro. Entonces me siento como un simple peón, y lo mismo ocurre cuando me dice que el cerebro es el encargado de hacer todas estas cosas. Tal vez, si la psicología actual utilizase un lenguaje diferente y subrayara también la importancia que tienen las actitudes, los pensamientos y los valores sobre el funcionamiento cerebral, establecería un fundamento cognitivo más adecuado para descubrir el modo en que podemos mejorar nuestra higiene psicológica y nuestra educación emocional, porque lo cierto es que uno tiene que sentir que sus esfuerzos se asientan en la realidad.
–El hecho de subrayar en demasía la importancia del entorno, del cerebro, etcétera –dijo entonces el Dalai Lama– parece despojarnos de la posibilidad de cambiar y alentar, en tal caso, la dependencia de algo externo. Y, aunque sean muchos los que sigan creyendo que los cambios provienen del exterior –de un Dios externo, por ejemplo y que nosotros no podemos hacer gran cosa al respecto, opino que eso es un gran error.
–Creo que aquí existe un pequeño malentendido –apuntó entonces Richie Davidson. Cuando uno tiene ciertos pensamientos o emociones, cuando, por ejemplo, usted está sentado visualizando una imagen, también está controlando y transformando su cerebro. Esto es algo que hoy en día podemos demostrar fácilmente en el laboratorio y sabemos que, de ese modo, las personas pueden modificar voluntariamente su cerebro.
Si tienen en cuenta las "propiedades emergentes" de las que habla Francisco, los pensamientos o las emociones a las que ustedes se refieren son propiedades emergentes del cerebro que, a su vez, influyen en el cerebro de los demás. Por ello, no existe la menor duda de que la evocación de sentimientos de bondad y de compasión o de cierto tipo de imágenes provoca cambios manifiestos en el cerebro. En la moderna neurociencia existen numerosos estudios que demuestran que, cuando muevo mi mano, también modifico el funcionamiento de mi cerebro. Éste es el mensaje que realmente quisiera transmitirles.
–Lo más importante de lo que acaba de decir Richie –terció entonces Francisco– es que, aun en cuestiones tan triviales como el hecho de mover un brazo, la ilusión de voluntad que damos por sentada también constituye una manifestación palpable de la causalidad descendente. Del mismo modo, pues, que existe una causalidad descendente, también hay otra causalidad ascendente.
Nadie pareció reparar en la provocativa frase utilizada por Francisco de "la ilusión de la voluntad", y Owen Flanagan señaló entonces que la filosofía también lleva tiempo enfrentándose a la misma cuestión de la relación que existe entre la mente y el cerebro.
–Dentro del ámbito del dualismo cartesiano propio de la tradición filosófica occidental se habla de lo que cierto filósofo denominó "el mito del fantasma en la máquina". Según esta visión, existe una especie de alma incorpórea que se relaciona con el cerebro a través –en opinión de Descartes– de la glándula pineal. En la actualidad, la filosofía cree –lo que no significa que sea cierto– que la mente es el cerebro.
Del mismo modo, pues, que existe una causalidad ascendente, también existe una causalidad descendente. Por este motivo. nuestros pensamientos de orden superior pueden llegar a influir sobre nuestro cuerpo, aunque esos pensamientos, pese a ser propiedades emergentes, no dejen de ser procesos cerebrales. El modo en que Su Santidad ha formulado la pregunta pone de relieve una cierta visión dualista, en la que los pensamientos –que no son, en sí mismos, eventos cerebrales– determinan lo que ocurre en el cerebro. La moderna filosofía occidental –y creo que también la moderna neurociencia– considera que todo acontecimiento mental, por más extraño que sea –incluido el estado de luminosidad anteriormente mencionado–, posee un correlato cerebral.
CONTINUARÁ….