5 de agosto de 2010

EMOCIONES DESTRUCTIVAS – Parte IX

DANIEL GOLEMAN

Las familías básicas de las emociones

"La última de las ideas de Darwin que resulta relevante para nuestra conversación tiene que ver con la existencia de diferentes emociones. Y es que no sólo existen emociones positivas y emociones negativas, sino que cada emoción apunta a un propósito diferente. ¿Cuántas emociones hay? Veamos ahora una lista de las distintas emociones de las que tenemos una cierta evidencia científica.

"Mucho se ha hablado de las emociones básicas, es decir, de las emociones de las que se derivan todas las demás. Son varias las escuelas filosóficas y la investigación realizada en el ámbito intercultural (para determinar si una emoción es universal) y en el de la comparación entre las distintas especies (para ver si también se presentan en los primates), dos dominios clave para averiguar si una determinada emoción pudo haber sido esencial para la evolución. Según Paul, existen diez emociones básicas: el enojo, el miedo, la tristeza, el disgusto, el desprecio, la sorpresa, el disfrute, la turbación, la culpabilidad y la vergüenza, "cada una de las cuales no representa tanto una emoción como una familia de emociones. En este sentido, existe toda una familia de sentimientos ligados, por ejemplo, al enojo".

La lista de Paul comparte ciertas similitudes con la lista de los estados mentales proporcionados por la psicología budista. Esta noción de familias de emociones llamó poderosamente la atención del Dalai Lama, que estableció varias comparaciones inmediatas con la tipología budista con la que estaba familiarizado, lo que originó un largo debate con Jinpa, siempre dispuesto a ejercitarse en la modalidad de debate úbetano, Finalmente, Su Santidad preguntó a Paul:

– ¿Diría usted que la codicia es una emoción? Porque aquí parece haber un cierto desacuerdo.

–Yo creo que se halla más próxima a la envidia –replicó Paul. Creo que cada emoción forma parte de una familia de sentimientos y que, en este sentido, la codicia forma parte de la familia de la envidia –que, por cierto, no se halla en la lista de las emociones básicas esenciales para la supervivencia.

Cuando comencé a estudiar el desprecio –siguió diciendo Paul, creía que se trataba de una emoción estrictamente occidental, más en concreto inglesa, pero no tardé en descubrir pruebas de su universalidad y evidencias de que no sólo afecta al ser humano, sino también a otros animales. La investigación realizada por Stephen Suomi, por ejemplo, ha puesto de relieve que, cuando un primate dominante es desafiado por otro más joven, responde con el mismo despliegue muscular puesto en marcha por el ser humano en situaciones parecidas.

– ¿Son todas las emociones de su lista (el miedo, el enfado, el disgusto, etcétera) –preguntó entonces el Dalai Lama espontáneas? ¿Son comunes también a los animales? ¿Somos necesariamente inconscientes de su aparición? ¿Podría haber casos de miedo, por ejemplo, que fueran el resultado de los procesos del pensamiento?

–Sí –dijo Paul, el miedo está muy ligado a las expectativas negativas. No es nada infrecuente, por ejemplo, que, si tengo que esperar varios días para conocer el resultado de una biopsia, mi mente vuelva a ello una y otra vez, dando vueltas y más vueltas a las posibles consecuencias de esa situación y experimente miedo. En mi opinión –una opinión que, debo decirlo, no todo el mundo comparte se trata de un proceso que también puede presentarse en el caso de los primates. Y es que algunos primates pueden ser conscientes del modo en que se sienten, prever eventos emocionales y experimentar un cierto sufrimiento anticipado.

–Este punto –dijo entonces el Dalai Lama nos lleva de nuevo al tema de la inteligencia aflictiva. Es cierto que ese uso de la inteligencia reflexiva puede generar miedo, pero me pregunto si los animales pueden incurrir también en ese tipo de procesos. Tal vez sea así de un modo muy general, pero no me cabe la menor duda de que ése es un tipo de funcionamiento típicamente humano.

–Estoy de acuerdo con usted, pero también me pregunto si ésa no es una actitud que subestima lo que ocurre en otras especies –dijo entonces Paul, subrayando un punto que evocaba los escritos de Su Santidad sobre la compasión, que nos invita a tratar con el mismo respeto hasta el más pequeño de los insectos.

Siete tipos de felicidad

"Cada una de las distintas familias de la emoción –explicó Paul incluye un complejo de sentimientos relacionados como ocurre, por ejemplo, con las siete modalidades que componen la familia de la felicidad:

Regocijo

Fiero (el gozo de afrontar un reto)

Alivio

Excitación, novedad

Sobrecogimiento, admiración

Placeres sensoriales (en cada uno de los sentidos)

Calma y sosiego

"Aunque no dispongamos de pruebas fehacientes en todos los casos, creo que cada uno de los sentimientos mencionados constituye una emoción. Basándome en lo que he estado pensando durante la última semana, he añadido a la lista el estado de calma o sosiego. Y, aunque los términos tal vez no estén muy bien elegidos, creo que no hay duda de que se mueven en ese rango."

– ¿Podría tratarse acaso de la ecuanimidad? –sugerí, recurriendo al término utilizado por la literatura budista para referirse a un estado de plenitud equilibrada.

–Me parece muy adecuado –asintió Paul. Como bien ha dicho el Dalai Lama, el hecho de que no dispongamos de una palabra para referirnos a una emoción no significa que ésta no exista, como tampoco implica necesariamente su existencia el hecho de que tengamos una palabra para nombrarla. Me gustaría señalar, a modo de ejemplo, el término fiero, que se refiere al placer que acompaña al hecho de afrontar un reto. En inglés carecemos de una palabra para esa emoción concreta y, por lo que me han dicho, tampoco la hay en alemán o en ruso. Pero en italiano existe un término concreto para referirse a esa emoción.

Matthieu y Francisco señalaron entonces que el francés dispone de una palabra parecida, fierté, que suele traducirse como "orgullo" para referirse a la satisfacción producida por el trabajo bien hecho... aunque Francisco puntualizó que "la felicidad no está incluida en la ecuación que compone el vocablo francés".

"Les agradezco el comentario –dijo Paul. Luego pasó al siguiente punto, el último que iba a tocar antes de la interrupción. En sí misma, la palabra felicidad no nos comunica de qué tipo de felicidad estamos hablando. El hecho de que sólo haya esbozado siete tipos de felicidad no significa que no existan más. Ese número únicamente refleja los límites de mi imaginación. Así pues, existe el regocijo (que se mueve en un espectro que va desde muy débil a muy intenso), el fiero (que es una emoción diferente) y el alivio (que es la emoción que uno experimenta cuando se entera, por ejemplo, de que no tiene cáncer).

"También hablamos del sentimiento de excitación (que se deriva de la novedad), del sentimiento de sobrecogimiento y admiración (una emoción que no es muy frecuente pero sí muy importante) y del sentimiento de calma y sosiego. Éstos son, desde mi punto de vista, los siete tipos diferentes de felicidad que configuran esta familia emocional."

– ¿El sobrecogimiento del que habla –preguntó entonces Alan sólo tiene que ver con algo positivo, elevado o excelente? ¿No podría referirse también a la emoción que me embarga cuando me siento sobrecogido por un accidente de tráfico y un cuerpo tirado en la calzada y digo: "-Qué terrible!"?

–La verdad es que no lo sé –respondió Paul, pero cuando he preguntado a la gente por experiencias de sobrecogimiento, sólo me han hablado de admiración.

–Algo positivo entonces –concluyó Alan.

–Tal vez –aclaró en ese momento Paul conviniera llamarlo sobrecogimiento positivo.

Entonces dije que había llegado ya el momento del descanso matutino. Durante ese período, Su Santidad me dijo que estaba muy interesado en los correlatos neuronales de los procesos mentales de los que Paul había estado hablando y le pareció muy bien cuando se enteró de que Richard Davidson hablaría de ello al día siguiente.

Los estados de ánimo y sus desencadenantes

Después de la pausa, Paul tomó nuevamente la palabra:

"La lista anterior no incluye los estados de ánimo. Aunque los estados de ánimo están relacionados con las emociones, no son lo mismo que ellas. Su diferencia más palpable reside en su duración. Las emociones pueden aparecer y desaparecer en cuestión de minutos o de segundos, mientras que los estados de ánimo pueden llegar a durar varios días".

– ¿Cómo definiría usted un estado de ánimo? –preguntó el Dalai Lama. ¿Es acaso el impacto que deja un evento emocional?

–Su pregunta –respondió Paul tiene que ver con otro aspecto que diferencia a los estados de ánimo de las emociones. Cuando experimentamos una emoción podemos decir lo que la produjo, podemos concretar el hecho que la desencadenó y la puso en marcha, pero no es esto lo que suele ocurrir en el caso de los estados de ánimo. Cada mañana nos despertamos con un estado de ánimo irritable, feliz, temeroso o triste sin saber muy bien por qué. Creo que los estados de ánimo son producidos por cambios internos que no guardan mucha relación con lo que ocurre en el exterior.

Pero también existe una segunda forma de aparición de los estados de ánimo que está ligada a experiencias emocionales muy intensas. Si experimentamos numerosos episodios de regocijo en un corto período de tiempo, por ejemplo, no es extraño que entremos en un estado de ánimo muy eufórico. Y, por el contrario, si nos enfurecemos muchas veces en un corto período de tiempo, tampoco es de extrañar que acabemos asentándonos en un estado de ánimo irritable. Éstos son, en mi opinión, los dos caminos que conducen a un estado de ánimo.

– ¿No podría darse el caso –pregunté, pensando en la terapia cognitiva, según la cual las emociones perturbadoras se ven desencadenadas por pensamientos sutiles que suceden en el trasfondo de la mente y que el hecho de cobrar conciencia de ellos nos libera de su presa de que ciertos pensamientos de fondo, de los que no nos damos cuenta, puedan provocar la aparición de un determinado estado de ánimo?

–Claro que sí –asintió Paul. En realidad, sabemos tan poco sobre las causas de los estados de ánimo como de las causas de las emociones.

El Dalai Lama preguntó entonces a Paul si los estados de ánimo podrían depender de las propias condiciones fisiológicas o del entorno, y éste respondió afirmativamente.

– ¿Y no podría también producirlos –preguntó entonces Alan el hecho de hallarse sometido a malos tratos?

–Ése precisamente sería el caso antes mencionado de un estado de ánimo generado por una experiencia emocional muy intensa –señaló Paul.

–Pero, en ese caso, el desencadenante estaría claramente identificado –apostilló el Dalai Lama.

–Así es –dijo Paul. Y eso es también lo que suele ocurrir con los estados de ánimo que siguen el segundo de los caminos mencionados, las experiencias emocionales intensas, en cuyo caso uno conoce los motivos por los que se encuentra en ese estado de ánimo.

"Los estados de ánimo –prosiguió Paul sesgan o limitan nuestro pensamiento, y ello nos torna especialmente vulnerables, lo que nos crea numerosos problemas, porque modifica nuestra forma de pensar. No es extraño, por ejemplo, que, si me despierto en un estado de ánimo irritable, cosas que habitualmente considero nimias y no me afectan empiecen a frustrarme y acabe enfadándome con más facilidad. Pero el peligro de los estados de ánimo no se limita a influir sobre nuestro pensamiento, sino que también magnífica el impacto de las emociones. Cuando nos encontramos en un estado de ánimo irritable, por ejemplo, nos enfadamos con más frecuencia y facilidad, nuestro enfado dura más tiempo y resulta bastante más difícil de controlar. Se trata de un estado ciertamente muy desagradable... en el que no quisiéramos volver a encontrarnos."

Como luego veremos, ese último comentario de Paul resultó ser premonitorio.

Más tarde, se llevó a cabo un debate colateral en tibetano entre el Dalai Lama, los lamas presentes y los traductores, que Alan nos resumió del siguiente modo:

Ellos están tratando de determinar el equivalente tibetano de la expresión "estado de ánimo", lo que no resulta nada sencillo, porque también sucede aquí lo mismo que ocurría con la palabra "emoción".

–Pero quisiera recordar una vez más a Su Santidad lo que usted mismo comenta en sus libros –dijo entonces Paul: "El hecho de que no dispongamos de una palabra para referirnos a algo no implica su inexistencia".

–Estamos tratando de explicar que los estados de ánimo ocurren de un modo espontáneo e incontrolable –aclaró Jinpa.

–Deben haber ciertas condiciones que favorecen su emergencia –dijo entonces el Dalai Lama, aun cuando no nos resulten evidentes.

–Es cierto que existen condiciones –asintió Paul que desencadenan los estados de ánimo, pero se trata de condiciones que suelen ser opacas para nosotros, es decir, que se encuentran fuera de nuestra conciencia y, en consecuencia, resultan imposibles de determinar. Es muy común decir: "No sé por qué estoy tan irritable", pero no significa que no exista, para ello, ningún motivo, sino tan sólo que lo ignoramos.

–La psicología budista –replicó entonces el Dalai Lama explica las causas y los mecanismos que facilitan el surgimiento del enfado. Pero el término "infelicidad mental" con el que suele traducirse el vocablo tibetano relativo al desencadenante del enfado –la sensación continua de insatisfacción no resulta, por cierto, muy afortunado. Cuando usted se encuentra insatisfecho, suele irritarse con relativa facilidad y es muy proclive a enfadarse. Me pregunto si eso tendrá que ver con sus ideas al respecto. –Me parece muy claro –asintió Paul.

La psicología budista explica la irrupción de un determinado estado mental –como el enfado, por ejemplo en términos de causas directas y de causas secundarias. Entre ellas, cabe destacar los estímulos externos del medio ambiente, el estado fisiológico, los propios pensamientos y otras influencias ocultas (derivadas de lo que los budistas consideran experiencias de vidas anteriores almacenadas en nuestra mente en forma de tendencias latentes).

Pero una diferencia fundamental entre el budismo y la mayoría de las visiones occidentales es que aquél se esfuerza en liberarse por completo del enfado, mientras que éstas suelen considerar al enfado, en su justa medida y en la situación adecuada, es algo perfectamente legítimo y son muy pocos quienes contemplan tan sólo la necesidad de erradicarlo.

Paul pasó entonces a explorar la familia del enfado, comenzando con sus parientes emocionales más cercanos, el odio y el resentimiento.

"Debo comenzar señalando que yo no utilizo estos términos en el sentido habitual que se les da en Occidente, ni tampoco como los emplea Su Santidad en sus escritos –dijo Paul. Pero lo importante no es tanto utilizar los términos exactos como identificar si se trata de estados claramente diferenciados.

"El resentimiento es la emoción duradera de ser tratado de manera inadecuada o injusta. Cuando estamos resentidos, no lo estamos de continuo, sino tan sólo en aquellas ocasiones en que un determinado acontecimiento nos lo evoca. Se trata de una emoción que puede aumentar hasta alcanzar un punto crítico que acaba ocupando la totalidad de nuestra mente, pero no es así como habitualmente se nos presenta, ya que suele mantenerse agazapado y dispuesto a emerger en el momento en que se cumplan determinadas condiciones."

– ¿Cabría decir que, cuando esta emoción no alcanza el punto de ebullición necesario para manifestarse, permanece en esa gran categoría que la psicología occidental denomina subconsciente? –preguntó entonces el Dalai Lama.

–Lo cierto es que no podemos afirmar claramente dónde está –dijo Paul. Lo único que podemos decir es que se halla fuera de la conciencia y dispuesta a emerger.

–Según la psicología budista –señaló el Dalai Lama, las emociones no siempre son manifiestas, sentidas o experimentadas, sino que también pueden hallarse presentes en forma de tendencias inconscientes o inactivas hasta el momento en que algo cataliza su aparición.

–El término pali anusayas (que significa "tendencias latentes") se refiere precisamente a este punto –intervine entonces. Esta noción de la psicología budista sostiene que la mente alberga diferentes tendencias emocionales, incluyendo las emociones destructivas derivadas de experiencias pasadas que han acabado convirtiéndose en hábitos mentales." Ésa es la explicación, según la psicología budista, de que el enojo, por ejemplo, pueda presentarse en una ocasión futura con más facilidad e intensidad que la anterior aun cuando, entre una ocasión y otra se desvanezca por completo e incluso se vea reemplazada por la compasión o el perdón. Y es que, dadas las adecuadas circunstancias desencadenantes, el enfado latente puede volver a presentarse con toda su fuerza. Por este motivo, cuando el budismo habla de erradicar las emociones destructivas, está refiriéndose también a la erradicación de todas esas tendencias latentes.

"El resentimiento puede verse fácilmente reactivado –siguió diciendo Paul, pero la clave para ello es la sensación de haber sido tratado injustamente. El odio, al igual que el resentimiento, es muy duradero e implica, al menos, tres emociones: el disgusto, la ira y el desprecio."

– ¿Ubicaría usted en la misma categoría –preguntó entonces el Dalai Lama el resentimiento basado en una injusticia real y el evocado por ideas que no tienen nada que ver con la realidad?

–En mi opinión, se trata de dos modalidades muy diferentes de resentimiento –respondió Paul. El odio, al igual que el resentimiento, es muy duradero y, como él, puede ser inconsciente e inflamarse hasta el punto de llegar a ocupar de continuo nuestra mente. Pero difiere del resentimiento en el hecho de que, aunque se centre en una persona, no está ligado a una injusticia concreta. Espero que esta tarde podamos debatir si ese tipo de emoción necesariamente es destructiva porque, en mi opinión, no siempre es así.

El odio hacia Hitler, por ejemplo –añadió Paul, podría llevarme a entregar mi vida a la lucha contra la intolerancia y la violencia. Desde mi perspectiva, pues, el odio no siempre conduce a una conducta destructiva hacia uno mismo o hacia los demás.

Las sutilezas del amor y de la compasión

Con la lista de las familias de emociones básicas todavía en la pantalla, Paul pasó a ocuparse del amor, uno de los quince parientes emocionales de la familia del disfrute al que, obviamente, incluye y trasciende. Aunque sus impulsos momentáneos sean agradables, el amor no es una emoción momentánea, sino que está ligada a un compromiso a largo plazo, un estado complejo de identificación.

"Quisiera diferenciar ahora tres tipos diferentes de amor para los que me gustaría disponer de tres palabras claramente distintas. Se trata del amor parental, de la amistad y del amor romántico, habitualmente el más breve de los tres –añadió Paul, con una sonrisa."

– ¿No sería acaso este último una subdivisión de la amistad? –preguntó el Dalai Lama.

–Yo no creo que el amor romántico perdure a menos que se asiente en una amistad que le proporcione estructura –respondió Paul. Cuando esa amistad no se desarrolla, el amor romántico no perdura en el tiempo. Además, el amor romántico posee dos componentes adicionales, la intimidad sexual (ausente en el caso de la amistad) y la concepción y educación de los hijos en el seno de una relación duradera.

Estos tipos de amor proporcionan los contextos en los que se experimentan multitud de emociones. Yo quiero a mi hija (que está sentada por ahí, pero ello no significa que, en ocasiones, no me enfade o me preocupe mucho por ella. Rara vez me siento a disgusto con ella y son muchas las ocasiones en que me siento orgulloso o gratamente sorprendido por ella. Pero la clave de las diferentes emociones que siento por ella no se encuentra en las emociones mismas, sino en el compromiso duradero e incondicional que mantenemos.

¿Cuál es el papel que desempeña la compasión a este respecto? Aquí empezamos a adentrarnos en un terreno algo resbaladizo. ¿Se trata de un rasgo emocional? ¿Es acaso una actitud y no un rasgo? Ciertamente, la compasión parece una condición en la que uno se torna sensible a las emociones de los demás. En tal caso, uno es capaz de advertir y saber lo que sienten, pero la compasión trasciende a la mera empatía. ¿Por qué resulta tan difícil de cultivar y desarrollar? ¿Cualquier persona puede ser compasiva? ¿Poseen ciertas personas una predisposición especial hacia ella y, en tal caso, por qué?

El Dalai Lama mostró su interés por lo que Paul estaba diciendo asintiendo con la cabeza.

"El ejemplo que me parece más adecuado para abordar el tema de la compasión –señaló Paul es la dedicación y preocupación incondicional que existe entre una madre y su hijo. Se trata de un estado tan intenso que no tengo palabras para describirlo, un estado que, en sí mismo, impide la aparición de muchas actitudes negativas. Ello no quiere decir que la madre no se enfade nunca con su hijo, pero lo cierto es que –al menos desde una perspectiva ideal nunca le hará daño. Sé que algunos occidentales me preguntarían por qué no hablo de "cuidador" y de niño, pero lo cierto es que, biológicamente hablando, ése no me parece un modelo tan bueno como el que proporciona la relación madre–hijo. Desde hace muy poco tiempo estamos empezando a conocer algunas de las hormonas responsables de la relación biológica entre una madre y su hijo. Pero dejaré que mi amigo, Richie –Richard Davidson se ocupe mañana de la biología de las emociones."

–Ése es también el modelo –dijo entonces el Dalai Lama que utilizan los textos budistas para abordar el tema de la compasión.

–Existe un tipo de meditación tibetana sobre la compasión –dijo entonces Alan en la que uno considera que los seres han sido su madre en alguna vida pasada. Se trata de un tipo de meditación diseñada para despertar el afecto y la gratitud evocando a la persona que nos ha demostrado el mayor amor y compasión.8

–El budismo define técnicamente la compasión –aclaró Matthieu desde la perspectiva budista como el deseo de que los demás puedan liberarse del sufrimiento y de las causas del sufrimiento. El amor, por su parte, se define como el deseo de que los demás sean felices y descubran las causas de la felicidad.

"No cabe la menor duda de que la naturaleza del compromiso entre padres e hijos es tal que aquéllos pueden sacrificar su vida por éstos –continuó Paul. Antes de leer sus libros, yo creía que esta emoción era privativa de la relación que existe entre un padre y su hijo, pero, en sus libros, usted postula la posibilidad de experimentar algo así por un grupo mucho más amplio. Espero que podamos regresar a este punto, porque lo único que tengo que decir al respecto es expresar mi admiración."

–Me pregunto si establece usted alguna distinción entre la compasión aflictiva y la compasión no aflictiva –comentó el Dalai Lama. En el primero de los casos, el objeto de la compasión es también un objeto de apego porque, cuando ve en peligro a su querido hijo, experimenta apego y compasión. En el caso de la compasión no aflictiva, por el contrario, el objeto de la compasión –que podría llegar incluso a ser un enemigo no despierta el apego.

–Me parece que acaba de hacer usted una distinción fundamental –respondió Paul. Yo creo que la compasión aflictiva a la que se ha referido está muy ligada al sentimiento de posesión. Como padre, me parece muy difícil dar autonomía a mis hijos puesto que, en el mismo momento en que crecen y pueden dañarse a sí mismos, escapan ya de mi posible control. Yo tengo que aprender a dejarles ser libres, una tarea muy difícil para un padre, porque nadie quiere que a sus hijos les ocurra nada malo. Pero las cosas no van nada bien si uno no permite que sus hijos vayan dirigiendo su propia vida. Ser padre significa necesariamente preocuparse.

–Usted es un padre muy bueno –dijo el Dalai Lama riéndose y asintiendo con una expresión seria, cuando se disiparon las risas de la sala, que subrayaba la sinceridad de sus palabras. Posteriormente, Su Santidad me dijo que los comentarios de Paul le habían parecido muy elocuentes y conmovedores. Y ése fue también uno de los momentos que Paul recordaría como uno de los puntos emocionalmente álgidos de la semana.

Entre el impulso y la acción. Los puntos de apoyo de la mente

Paul entonces pasó a un punto crucial: ¿Cómo podríamos controlar mejor nuestras emociones destructivas? Él reconoció, desde el mismo comienzo, que la ciencia sabe muy poco sobre el modo en que se desencadenan las emociones, aunque parece que suceden de manera automática y que su puesta en marcha se produce fuera de nuestra conciencia. Por ello suelen pillarnos por sorpresa y se presentan de manera inesperada. ¿Podemos hacer algo por modificar la evaluación original que las provoca y sustraernos, de ese modo, de su automaticidad? En tal caso dispondríamos de más tiempo entre el impulso que nos lleva a actuar y la reacción real y, en consecuencia, tendríamos también más oportunidades de responder de un modo más mesurado.

"Recuerdo que, cuando era psicoterapeuta, hace ya más de cuarenta años –dijo Paul, uno de mis profesores me comentó: "El objetivo al que usted debe apuntar al tratar a sus pacientes es el de aumentar el lapso existente entre el impulso y la acción". Su Santidad, sin embargo, no está hablando de aumentar el tiempo que va desde el impulso hasta la acción, sino el tiempo de evaluación que precede al impulso, una diferencia sumamente importante.

"Resumiendo, pues –prosiguió Paul, existen dos momentos puntuales en los que la conciencia de lo que ocurre podría contribuir a aumentar nuestra capacidad de controlar las emociones destructivas. Supongamos, por ejemplo, que alguien se nos cuela mientras estamos esperando nuestro turno, en cuyo caso llevamos a cabo una evaluación rápida –a la que podemos denominar "conciencia de evaluación"– de la conducta de esa persona que nos lleva a concluir "qué maleducado". Tal vez, si pudiéramos cobrar conciencia de esa evaluación, si nos diéramos cuenta de ella y fuésemos conscientes de lo que está ocurriendo, podríamos dar un paso atrás y cuestionar esa creencia, cayendo entonces en la cuenta de que no nos ha visto, o de que no merece la pena enfadarse por esa nimiedad."

Pero, en opinión de Paul, esa posibilidad es muy remota, porque el proceso de evaluación es muy rápido y se produce en regiones cerebrales que operan fuera del marco de nuestra conciencia.

"En un momento posterior a la evaluación (que nos lleva a decir, por ejemplo, "Vaya conducta más grosera e injusta") –prosiguió Paul aparece un impulso que nos conduce a la acción y a desaprobar bruscamente, pongamos por caso, la conducta de esa persona. Ese segundo momento –comentó Paul nos proporciona una nueva oportunidad para cobrar conciencia del impulso, reevaluarlo y elegir así una respuesta más acorde. Esta segunda posibilidad –a la que Paul llamó "conciencia del impulso"– puede ocurrir de forma ocasional, pero no resulta nada sencillo y requiere de la adecuada práctica."

Pero también existe la posibilidad de cobrar conciencia de lo que está sucediendo en un momento posterior, cuando empezamos a hablar, o experimentamos la tensión de nuestro cuerpo. Así pues, la observación de la acción en el mismo momento en que ocurre –al que Paul se refirió como "conciencia de la acción"– nos proporciona una tercera posibilidad de intervención para controlar nuestras acciones e interrumpir, o modificar, nuestros hábitos emocionales.

¿Cómo podemos educar nuestra atención para fortalecer la capacidad de controlar el momento de evaluación y ampliar así el intervalo existente entre el impulso y la acción? En este sentido, Paul estaba muy interesado en la meditación de la atención plena, una práctica budista que enseña a observar todo lo que ocurre en la propia mente. En opinión de Paul, la meditación de la atención plena nos ayuda a prestar atención a la acción y a los impulsos que la digitan, pero no tenía tan claro si también podría contribuir a aumentar nuestra conciencia del momento de la evaluación. Además, también estaba interesado en otras técnicas que pudieran ayudarnos a tornarnos conscientes de lo que estamos sintiendo o haciendo, como el feedback que nos proporciona nuestro cuerpo (aunque no creía que estas últimas fueran de gran ayuda en lo que respecta a cobrar conciencia del impulso y, mucho menos, de la evaluación).

El objetivo consiste, obviamente, en aumentar nuestra capacidad de elección. Según Paul, aunque la función evolutiva de las emociones discurre por derroteros ajenos a la conciencia, las cosas funcionarían mejor si tuviéramos la posibilidad de elegir, sobre todo en el caso de que las emociones nos aboquen a acciones destructivas para nosotros mismos o para los demás, es decir, cuando no percibimos adecuadamente lo que ocurre. En resumen, pues, Paul señaló tres posibles puntos de intervención diferentes, el momento de la evaluación, el momento del impulso y en el momento de la acción.

"Permítanme volver ahora –continuó Paul a la cuestión más general de la automaticidad de la evaluación. Tengamos en cuenta que la evaluación nos lleva a responder a determinadas situaciones de forma emocionalmente distinta a los demás."

– ¿Estoy en lo cierto –preguntó entonces el Dalai Lama al pensar que, en opinión del psicoanálisis y de la psicología occidental, la manifestación física y verbal de las emociones negativas es indeseable y, por tanto, uno debe tratar de impedir su emergencia? Aunque también existe la comprensión de que, si las emociones forman parte del psiquismo humano, no hay nada malo en ellas y no deberían ser modificadas ni prolongadas a voluntad.

Con ello, el Dalai Lama estaba comparando el objetivo budista de erradicar las emociones destructivas con el objetivo psicoterapéutico de no cambiar tanto las emociones como la conducta.

Paul eludió responder a esa cuestión y pasó a centrarse en las respuestas emocionales esenciales que no pueden ser eliminadas.

"Es muy improbable –dijo, en este sentido, que podamos aprender a evitar ciertas respuestas emocionales como, por ejemplo, cuando el avión en que uno viaja cae repentinamente en un bache de aire y se dispara una respuesta automática de miedo. Las conversaciones que he mantenido al respecto con pilotos han puesto de relieve que, por más familiarizados que se hallen con esa situación, esa respuesta emocional se repite una y otra vez. Es como si esta respuesta se hallara tan asentada que no hubiera modo alguno de transformarla."

– ¿Es cierto que los pilotos –preguntó el Dalai Lama siguen experimentando la misma emoción independientemente de las veces que se ven expuestos a ella? Mi experiencia parece ser diferente porque, en la medida en que he ido acostumbrándome a volar, cada vez siento menos miedo y experimento menos sus síntomas físicos

–Creo que aquí existen varias cuestiones en juego –señaló Paul. La primera es si la respuesta de miedo es cada vez menor. Luego debemos tener en cuenta que las personas que experimentan el vuelo como una amenaza difícilmente pueden convertirse en pilotos. Además, los pilotos no han tenido las experiencias de Su Santidad, de modo que no estamos en condiciones de llevar a cabo generalizaciones a partir de su experiencia.

–Tal vez debería saber que, la primera vez que volé, estaba realmente asustado –dijo entonces el Dalai Lama, despertando la risa de alguno de los presentes, Creo que, independientemente del miedo que suscite la situación, la experiencia de los pilotos debe surtir algún efecto.

La liberación del miedo

"Ahora deberíamos –prosiguió Paul cuestionarnos un punto muy importante. ¿Puede acaso el ser humano aprender a dejar de temer algunas de las cosas que le producen miedo? Yo diría que, en la mayor parte de los casos, resulta bastante improbable desaprender las respuestas que son el producto de la evolución. Aunque también debo añadir que son muy pocas las respuestas que cumplen con este requisito y que, en su mayoría, las cosas que nos asustan o nos enfadan son el fruto del aprendizaje y que, en consecuencia, podemos desaprenderlas."

–Según el budismo –señaló el Dalai Lama existen dos formas diferentes de activación de las aflicciones mentales. Una de ellas tiene que ver con la presencia de un acontecimiento imprevisto y breve, mientras que la otra se deriva de causas mucho más profundas derivadas de nuestras predilecciones y tendencias habituales. Estas últimas son las más difíciles de modificar.

Este comentario puso sobre el tapete un punto que yo había querido formular anteriormente acerca del campo de aplicación de la psicoterapia.

–Su Santidad –dije entonces, me gustaría mencionar aquí una investigación dirigida por Lester Luborsky en la University of Pennsylvania. La conclusión revelada por ese estudio puso de relieve que la psicoterapia exitosa no transforma tanto los sentimientos del paciente –ya que el sujeto sigue experimentando los mismos miedos y enfados que antes del proceso terapéutico, aunque ciertamente de un modo menos intenso como las acciones que éste emprende. Así pues, el sujeto sigue experimentando la misma emoción, aunque parece que aprende a cambiar sus respuestas.

–Tal vez ésa sea una limitación del enfoque terapéutico considerado y haya otras modalidades de intervención más adecuadas –comentó Paul––Si se me permite utilizar la metáfora del procesador de información, existe un sistema de almacenamiento en el que van acumulándose los acontecimientos que hemos aprendido a temer, o que nos han enfadado o entristecido durante toda nuestra vida. Y también es muy posible que las cuestiones almacenadas durante determinados períodos críticos, o que superen una determinada intensidad, resulten más difíciles de erradicar.

Quisiera volver a un punto que Su Santidad ha tocado anteriormente y que se refiere a la importante diferencia que existe entre la regulación de nuestra respuesta emocional antes de que se produzca o durante su emergencia. Y, como hemos señalado, existen tres momentos –o, si lo prefieren tres oportunidades de intervención diferentes. El objetivo, en mi opinión debería ir más allá del campo de aplicación de la psicoterapia mencionado por Dan. No se trataría, por tanto, de emocionarse y luego preguntarse "¿por qué me enfado con esto?" o "¿por qué me asusta aquello?", sino de conseguir que tal cosa no ocurra.

Pero, en el caso de que usted no consiga alcanzar esa meta, el segundo objetivo es el de no llevar el impulso a la práctica y no permitir que acabe dañando a los demás. Lo único que puede hacer, finalmente, si tampoco logra ese objetivo, es aprender de ello en la expectativa de que la próxima vez lo hará mejor. Pero el primer paso, en mi opinión, es el más importante de todos.

– ¿Se corresponden, estos tres objetivos, con los tres estadios mencionados que se producen antes, durante y después de la emoción? –preguntó entonces el Dalai Lama.

–Eso creo –respondió Paul y quisiera ilustrarlo con un ejemplo. Pero, antes de ello, veamos una cuestión algo más abstracta. Tengamos en cuenta que, una vez que han emergido plenamente, las emociones poseen un gran poder esclavizante. Por eso, decimos que existe un período refractario (que puede durar desde unos pocos segundos hasta mucho más tiempo), durante el cual no estamos en condiciones de admitir nueva información o, en el caso de hacerlo, la interpretamos mal y sólo tenemos en cuenta aquellos datos que corroboran la emoción que estamos sintiendo. Mientras nos hallamos en ese período es como si nos halláramos secuestrados por la emoción, lo que no necesariamente significa que debamos dejarnos arrastrar por ella. La emoción sólo concluye cuando acaba el período refractario.

Me gustaría saber qué prácticas pueden ayudarnos a reducir ese período refractario –señaló Paul, advirtiendo que existen tres posibles vías de intervención: no caer en las garras de la emoción, reducir la duración del período refractario, o tratar de encauzar más adecuadamente nuestras acciones aun cuando nos hallemos en pleno período refractario.

El caso de Tim

Luego, Paul volvió al ejemplo que nos había prometido, extraído de las páginas del libro que estaba escribiendo titulado Grlpped by Emotion.

"Supongamos el caso de un niño, al que llamaré Tim, cuyo padre estaba siempre gastándole bromas humillantes. Y, por más que Tim se enfadara por ello, su padre no dejaba de gastarle bromas. No es de extrañar, por tanto, que, a eso de los cinco años, la posibilidad de que una persona poderosa se burlase de él acabó grabándose muy profundamente en su sistema de almacenamiento emocional.

"Hoy en día, veinte años más tarde, Tim es una persona normal y corriente. Nadie trata de humillarle, pero cuando alguien le gasta una broma, se enfada de inmediato. Es como si no pudiera aceptar los chistes ni las bromas. ¿Cómo afronta Tim esta situación? Es evidente que no quiere estar siempre enfadado. Hay veces en que, después de una situación de ese tipo, siente que su reacción ha sido desproporcionada y que las personas no tenían intención de dañarle. Pero, en cualquiera de los casos, lo cierto es que la situación se encuentra fuera de su control.

"El primer paso, por tanto, consiste en identificar el detonante que desencadena la situación, para que el yo consciente sepa que ése es un gatillo de suma importancia y uno conozca su origen. Es evidente que esto resulta mucho más fácil de decir que de llevar a cabo y que, en ocasiones, es necesaria la colaboración de personas que puedan ayudarnos a darnos cuenta de las situaciones que activan nuestra ira. El segundo paso, después de haber cobrado una cierta conciencia de los eventos que desencadenan la emoción, consiste en reflexionar al respecto y considerar la posibilidad de que las bromas no tengan la mala intención que les atribuimos y podamos reevaluar, de ese modo, lo ocurrido.

"Luego podemos empezar a poner en práctica otras formas de respuesta. También podemos incluso anticipar la aparición de un determinado episodio y prepararnos antes de que ocurra. De este modo es posible ir reduciendo paulatinamente la carga emocional con que reaccionamos a las bromas.

"Existen, a mi juicio, siete factores que determinan la posibilidad de eliminar el elemento desencadenante. El primero de ellos tiene que ver con la mayor o menor proximidad del evento a la función evolutiva con la que cumple la emoción en cuestión. Y, aunque nadie sepa cuál es la función evolutiva exacta con la que cumple la ira, vamos a suponer, por un momento, que usted está frustrado porque algo o alguien ha interferido con lo que usted estaba tratando de hacer.

"Cuanto más próximo se halle un determinado evento desencadenante a esta cuestión, más difícil resulta ignorarlo. Si el padre de Tim, en lugar de bromear con él, le hubiera sujetado por los brazos hasta inmovilizarle, su ira resultaría mucho más difícil de desaprender porque, en tal caso, el gatillo desencadenante comprometería mucho más su supervivencia. Pero su caso es mucho más sencillo. Podemos aprender a enojarnos con cualquier cosa, pero cuanta menos implicación tenga para el proceso evolutivo, más fácil resultará desaprenderlo.

"Permítanme ahora ponerles otro ejemplo. Cuando el jefe de mi departamento supo lo que estaba escribiendo dijo: "¿Podrías explicarme por qué me enfado cuando, al venir en coche al trabajo, alguien quebranta una norma de circulación y no me cede el paso cuando debería hacerlo? ¿Qué más da llegar unos minutos antes o después? No me enfado así cuando, en el trabajo, alguien pone dificultades a un proyecto en el que llevo trabajando varios meses. A pesar de que es muy importante para mí, nunca me enfurezco tanto como en la otra situación. ¿Se te ocurre alguna explicación?".

"Yo creo –continuó Paul que esa experiencia se halla muy próxima al tema de la frustración y que además es de orden físico. Por ello, aunque parezca insignificante, no lo es tanto desde el punto de vista emocional de nuestro cerebro y resulta bastante más difícil de abordar."

–Me parece muy buen ejemplo – dijo el Dalai Lama.

"El segundo factor –prosiguió Paul es la época en la que el sujeto aprendió ese factor desencadenante. Porque es muy posible que existan ciertos períodos críticos del aprendizaje que posteriormente dificulten el cambio de rumbo. La creencia general en Occidente es que, cuanto más temprano es el aprendizaje, más difícil resulta de erradicar. En este sentido, Tim lo tiene difícil, porque el suyo fue un aprendizaje muy temprano.

"El tercer factor a tener en cuenta es la intensidad emocional con que fue aprendido que, en el caso que nos ocupa, era muy fuerte. Su padre bromeaba despiadadamente con él, y eso resulta muy difícil de modificar. La repetición puede ser un cuarto elemento que contribuya a la fortaleza con la que consolida una determinada emoción.

"El quinto factor es algo más complicado, porque tiene que ver con variables de orden más interno. Si Tim pertenece al tipo de persona que responde más rápidamente a las emociones, o si éstas son más intensas, tendrá más problemas para controlarlas que quienes las experimentan de un modo más moderado y menos intenso. Por eso, el mismo evento puede provocar resultados distintos en las diferentes personas.

"El sexto factor está ligado al estado de ánimo. Si Tim, por ejemplo, se hallase en un estado de ánimo irritable, sería mucho más vulnerable aun cuando todavía no hubiera alcanzado el punto en que responde airadamente a las bromas.

"El último factor es el temperamento."

– ¿Cuál es, a su juicio, la diferencia que hay entre el estado de ánimo y el temperamento? –preguntó el Dalai Lama. (Según me comentó luego, esa distinción –a la que la psicología budista, por cierto, no había prestado mucha atención le había parecido muy interesante.)

–Yo creo –respondió Paul que el modo más fácil de establecer la diferencia entre el estado de ánimo y el temperamento es su duración. Los estados de ánimo se mantienen durante horas y habitualmente no superan el día, pero el temperamento perdura una larga temporada, aunque no necesariamente toda la vida. Lo cierto es que no lo sabemos con precisión. Parece que algunos temperamentos se desarrollan a través de la experiencia, mientras que otros son heredados (aunque también puedan verse modificados por la experiencia). En cualquiera de los casos, el temperamento permanece medianamente estable a lo largo de los años. Por este motivo, independientemente de que Tim hubiera experimentado muchos episodios de ese tipo a una edad muy temprana, le resultará mucho más difícil cambiar las cosas si tiene un temperamento hostil que si posee un temperamento básicamente sociable y amistoso.

Esperando una llamada telefónica

"Quisiera compartir ahora con ustedes otro ejemplo que me sucedió hará aproximadamente un mes, cuando estaba preparando mi presentación para este encuentro. No es un ejemplo del que esté especialmente orgulloso, pero creo que ilustra a la perfección el punto que quiero comentarles, porque lo conozco muy bien. Mi esposa Mary Ann, que da clases en una universidad diferente de la mía, se hallaba en Washington en un congreso. Yo vivo en San Francisco. Cuando uno de nosotros está de viaje, solemos llamarnos cada noche por teléfono. Cuando ella me llamó la noche del viernes, yo le dije que ese sábado iba a cenar con un colaborador y que luego trabajaríamos un poco, de modo que llegaría demasiado tarde a casa como para llamarla, a lo que ella respondió: "Muy bien, mañana te llamo". Perfecto –respondí.

"Mary Ann me conoce muy bien y sabe que los domingos que ella está ausente, yo me siento ante el ordenador a eso de las siete y media de la mañana (que eran las diez y media en Washington). Pero a esa hora no recibí ninguna llamada, ni tampoco a las ocho y media. A las nueve (las doce en Washington) empecé a enfadarme. "¿Por qué no me habrá llamado?" –me pregunté. Pero la cosa no acabó ahí, porque entonces empecé a pensar lo que podría haber ocurrido la noche anterior y comencé a sentir celos. Luego me enfadé conmigo mismo, por estar celoso, y también con ella porque, si me hubiera llamado, me hubiese ahorrado todo eso. Como ustedes pueden fácilmente suponer, a esas horas me hallaba ya sumido en pleno período refractario, un período en el que uno es incapaz de prestar atención a cualquier dato que pueda interrumpir el curso de la emoción.

"Luego pensé en la posibilidad de que hubiera sufrido un accidente y me asusté. ¿No debería llamar a la policía de Washington? Entonces me enfadé de nuevo conmigo. "¿Por qué tengo que tener miedo?" "Si me hubiera llamado, no me encontraría en esa lamentable situación."

"A las once el teléfono seguía sin sonar; finalmente, llamó a mediodía. A esas horas yo ya estaba furioso, pero no le dije nada, ni le eché en cara que no me hubiese llamado, ni le dije lo mal que lo había pasado. Lo cierto es que quiero decírselo, pero no lo hice y tampoco pude ocultar el tono distante de mi voz. No quería comportarme de ese modo, pero no pude impedirlo, de modo que era muy consciente de que ella sabía que estaba enfadado.

"Por su parte, Mary Ann no me preguntó nada, y la llamada telefónica resultó muy insatisfactoria. Ella no respondió positivamente a mi enfado, y no hablamos del tema. Yo era muy consciente de que, si hubiera dicho algo, las cosas habrían cambiado, pero colgamos a los dos o tres minutos, sabiendo que volveríamos a vernos esa misma noche.

"Cuando pasó el período refractario me dije: "Sé que Mary Ann odia usar el teléfono". De hecho, lo odia tanto que, si está en casa y tiene que llamar a alguien, suele pedirme que lo haga yo, a lo que yo respondo algo así como: "Muy bien, pero tú te encargas de lavar los platos". Pero, mientras me hallaba en pleno período refractario, no se me ocurrió pensar algo tan sencillo como que no me llamó simplemente porque no le gusta hablar por teléfono, sino que seguí dándole vueltas a la posibilidad de que me hubiera sido infiel.

"He de decir que mi madre me abandonó a los catorce años y que el enfado que experimento cuando me siento abandonado por una mujer ha acabado convirtiéndose en un guión emocional de mi vida. Yo nunca tuve la ocasión de expresarle a mi madre el enfado que sentía con ella, de modo que permanece agazapado y a la espera de manifestarse en cualquier ocasión propicia. Éste es un tema al que soy especialmente vulnerable. Yo sabía todo eso, pero durante el período refractario, fue como si hubiera perdido la posibilidad de acceder a esa información. Después de veinte años de matrimonio, también sabía que puedo confiar plenamente en Mary Ann y que no tenía el menor motivo para estar celoso. Toda esa información estaba en mi interior, pero durante el período refractario, sólo podía tener en cuenta aquellos datos que corroborasen la emoción que estaba experimentando.

"Afortunadamente, un par de minutos después de haber hablado con ella, reevalué de este modo todo lo sucedido. Entonces la llamé de nuevo y, aunque seguí sin decirle que me había enfadado, charlamos más distendidamente. Días más tarde volvimos a hablar del episodio y me dijo: "Me di cuenta de que estabas enfadado, pero no quise comentar nada al respecto".

"Ahora creo que, si volviese a repetirse una situación parecida, no me enfadaría, porque he aprendido algo nuevo. Es cierto que no puedo acortar la duración del período refractario, pero sí que puedo evitar decir o hacer algo de lo que luego me arrepienta. Después de aquello, analicé cuidadosamente todo aquello que podría contribuir a evitar que cayese de nuevo en ese tipo de situación. Nadie quiere seguir incurriendo una y otra vez en los mismos errores.

"Tal vez resulte excesivo suponer que siempre podemos estar en condiciones de anticipar la aparición de una emoción, pero este tipo de episodios pueden enseñarnos a ser emocionalmente más inteligentes."

Este relato fue uno de los momentos de la presentación de Paul que más impresionó a Su Santidad. Él consideró el enfoque de Paul como una especie de contemplación de la naturaleza destructiva de la ira, semejante a la práctica budista en que se analiza lógicamente las consecuencias que se derivan del hecho de dejarnos arrastrar ciegamente por nuestras emociones. Pero Paul no era budista, y, para el Dalai Lama, su enfoque científico resonaba con su convicción de que la esencia de todas las grandes religiones del mundo comparten el mismo objetivo de fortalecer las cualidades positivas de la naturaleza humana.

Evidentemente, el budismo dispone de métodos muy concretos y únicos para tratar con las emociones destructivas.9 Pero el Dalai Lama creía que la capacidad de adiestrar la propia mente para comprender –y para controlar más adecuadamente los aspectos destructivos de las emociones es algo que –como sugiere el ejemplo de Paul todo ser humano puede llevar a cabo.

La ira. La eliminación de lo que nos frustra

"La ira –prosiguió Paul es una emoción muy problemática, una emoción que, con mucha frecuencia, nos lleva a dañar a los demás. En primer lugar, yo no creo que la ira siempre se asiente en la violencia, al menos, no es una consecuencia biológicamente necesaria de ella. En mi opinión, muy al contrario, creo –aunque no tenga la menor evidencia al respecto que el objetivo de la ira es el impulso para eliminar los obstáculos que se interponen en nuestro camino y nos frustran, lo que no necesariamente implica violencia."

– ¿Quiere usted decir –preguntó entonces el Dalai Lama que, desde la perspectiva de la evolución, el objetivo de la ira no es tanto el de dañar a los demás, como el de eliminar los obstáculos que interfieren nuestro camino?

–Ésa es, precisamente, mi opinión –dijo Paul, aunque no tenga la menor prueba de ello, ni tampoco coincida necesariamente con lo que opinen todos los estudiosos y científicos occidentales. Veamos ahora una lista de los eventos que con mayor frecuencia preceden a la ira, como los obstáculos físicos, la frustración, ser objeto de una agresión o la ira de otra persona. Uno de los aspectos más peligrosos de la ira es que genera más ira y que, en consecuencia, exige un gran esfuerzo no responder a ella con más ira todavía.

El Dalai Lama asintió entonces con la cabeza.

–La decepción que puede causarnos otra persona –siguió diciendo Paul también puede desencadenar la ira. Pero el tema común es la frustración.

–Según el budismo –dijo entonces el Dalai Lama, la tolerancia es el opuesto de la ira; la tolerancia o paciencia frente al daño que nos causan los demás, es el opuesto de la violencia. Creo que esto coincide con su visión de que el objetivo de la ira, desde el punto de vista de la evolución, no es la violencia.

–Yo avanzaría todavía un paso más –replicó Paul y diría que la forma más adecuada de eliminar los obstáculos consiste en asumir la perspectiva de la otra persona. En tal caso, en lugar de reaccionar verbal o físicamente, usted se pregunta por qué puede estar comportándose como lo hace. Los escritos de Su Santidad diferencian muy claramente el acto del actor, lo que me parece muy compatible con el punto de vista occidental.

CONTINUARÁ….

No hay comentarios: