Alexiis, 26 de marzo, 2013, 3:11 a.m.
NUEVAMENTE RELACIONADO CON LA MUERTE
A raíz de todo el estudio que acabo de realizar, al que he llamado auto-análisis, combinado con lecturas de mi estudio de Terapias de Vidas Pasadas, he llegado a darme cuenta de que por un lado todos prácticamente tememos a lo que denominamos comúnmente la “muerte”, sin tomar conciencia de que no existe una muerte que sea un fin del Alma, sino que simplemente es un interludio entre una vida y otra.
La mayoría de la gente le teme a la muerte porque cree que es el fin de todo, pero no es así, se trata solamente de una etapa entre una vida y otra. Sin embargo cuando nos encontramos en el espacio que se podría llamar “entre vidas”, en donde la mayoría de las veces nos damos cuenta de las fallas que hemos cometido y lo que hemos dejado de hacer en la vida que se acaba de terminar, finalmente nos aterra la idea de tener que volver de nuevo a nacer para seguir aprendiendo y evolucionando.
Muchos de estos casos se ven en los nacimientos en que los bebés nacen con el cordón umbilical alrededor de la garganta, creyendo nosotros que esto es una cosa de la naturaleza, pero como terapeuta les puedo decir que no es así. Ese bebé en cierto momento decidió que no quería nacer y con ello esperaba evitar o dificultar el nacimiento, así también los nacimientos de nalga, etc.
No nos damos cuenta que la muerte y el renacimiento es un viaje sagrado del derrotero del alma, la que ha partido al morir y regresa luego a la vida física, siendo esto una rutina repetida, con algunos viajeros que se resisten un poco a partir, otros que no ven la hora de irse para descansar y una gran mayoría que no quiere saber nada de volver a empezar.
Si nos cuesta tanto volver, si hasta nos enojamos y porfiamos con nuestros guías que nos aconsejan y nos rebelamos cuando llega el momento de nacer, ¿por qué entonces tanto miedo, tanto dolor, tanta tragedia, cuando llega el momento ansiado por el alma de regresar por fin a los campos de beatitud, al estado de gracia, a ese mundo de luz y de amor? ¿Qué nos ha pasado? ¿Dónde, en qué lugar, en qué momento, perdimos la conciencia que teníamos de nuestro ser espiritual, de nuestra esencia, de nuestra verdadera condición de seres inmortales?
Vinimos a la vida física a aprender, a crecer y a evolucionar, para regresar más tarde a casa, enriquecidos con la experiencia adquirida. Pero resulta que en el afán de hacer más cómoda y placentera nuestra estadía en la Tierra, nos hemos olvidado de la verdadera finalidad de nuestra presencia aquí. Nos hemos creído que éramos el cuerpo, cuando en realidad el cuerpo es la ropa que nos pusimos para ir a la escuela y cuando llega el momento de partir, nos desgarramos las vestiduras por lo que creemos que vamos a perder, porque nos damos cuenta de que perdimos el tiempo o porque no tenemos la conciencia muy tranquila.
Estamos aquí en la Tierra, para cumplir con un propósito. Venimos con un plan diagramado de antemano. Sabemos exactamente lo que tenemos que hacer y aprender, pero al poco tiempo nos olvidamos de nuestro objetivo. Creemos que el objetivo es pasarla bien y sufrimos cuando no lo logramos. Sólo después de desprendernos del cuerpo nos damos cuenta de lo equivocados que estábamos, que nos hemos distraído con cosas inútiles, no aprendimos nada, no cumplimos con lo que nos habíamos comprometido. Ahora tendremos que volver una vez más a la escuela de la Tierra.
Esta vez para no realizar lo que tendríamos que hacer, ponemos como excusa la lucha por la vida y el esfuerzo para alcanzar una posición social acomodada, pero nuevamente cuando lleguemos al otro lado nos daremos cuenta que nos equivocamos y nos olvidamos de lo que era nuestra misión. Esto seguirá sucediendo vida tras vida hasta que despertemos a nuestra conciencia espiritual y recuperemos ese conocimientos que está en nosotros mismos, en nuestra propia esencia. Necesitamos recuperar nuestra Verdad.
Este es uno de los motivos por los cuales recibimos tantos y tantos mensajes de los diferentes Maestros recalcando la importancia de que tomemos conciencia de quienes realmente somos, que no solo somos los cuerpos con los que vivimos y los cuales consideramos lo más importante de esta vida, sino que el cuerpo es la vestimenta del alma y que es ella la que vida tras vida tiene que avanzar en la escalera de la ascensión, pero que nosotros no le prestamos la ayuda requerida por no tomar conciencia de este hecho.
La muerte no es ni un castigo ni una maldición. No hay vida y muerte, sólo existe la vida, y la muerte es el punto medio de una larga vida. Una vida que en un momento transcurre en el plano de la esencia y, en otro momento, transcurre en el plano de la manifestación física.
La muerte es un pasaje, igual que el nacimiento. Uno es un pasaje de ida y el otro es un pasaje de vuelta. Hay una puerta de entrada y una de salida y de las dos, la más importante es la de la salida porque es la hora de la verdad, la hora de rendir cuentas. La vida física es una escuela y la muerte es el momento del examen final, es el momento en el que no podemos mentir ni inventar lo que no aprendimos. Es el momento en el que nos graduamos o somos reprobados y enviados de vuelta a repetir la lección que no aprendimos.
Cuando comenzamos a penetrar en la historia íntima del alma y de su evolución a través de los distintos ciclos de vida, muerte y renacimiento, nos damos cuenta que la muerte no es ni un castigo ni una tragedia. Lo verdaderamente trágico es la forma como nos conducimos ante la muerte y los despropósitos a los cuales somos arrastrados por la ignorancia y el olvido de lo que somos.
No somos el cuerpo, el cuerpo sólo es el instrumento que nos permite manifestarnos en el plano físico y obrar directamente sobre la materia y, la muerte, es el abandono de ese instrumento cuando ya hemos cumplido con nuestro propósito aquí en la Tierra. La muerte es el punto culminante, más sublime y trascendental en la vida de una persona. Es el momento en el que el alma en evolución se reunirá con su Padre o con su Creador, llevando el aprendizaje realizado, fruto de su esfuerzo aquí en la Tierra. Y resulta que, por miedo, ignorancia, olvido y superstición, arruinamos ese momento.
Ahora bien, para rendir un buen examen final y graduarnos en el momento de la muerte y obtener la liberación tan ansiada, es necesario respetar ese momento y hacer de él, el acto más sagrado de nuestra vida. Desafortunadamente, empecinados como estamos en derrotar a la muerte, enceguecidos por la soberbia de arrancarle unos días más de vida a un cuerpo que ya cumplió con su servicio y, acuciados por la culpa de no cumplir con nuestro deber si no agotamos todos los recursos de la ciencia, violamos impunemente el momento para el cual nos hemos preparado durante toda una vida. Y es en ese momento cuando se instala la tragedia. Lo trágico no es morir, lo trágico es impedir que una persona pueda morir en paz, con dignidad, conscientemente y acompañada por sus seres queridos para que cada uno tenga la oportunidad de despedirse.
Lo más difícil para una persona que se está muriendo, no es la muerte sino la soledad, la incomprensión de los otros que no entienden lo que está viviendo, y que la duermen cuando necesita mantener su conciencia despierta.
NOTA: Lamentablemente, aun sabiendo todo esto, no he podido estar presente en ninguno de los momentos decisivos de mi padre, mi madre ni mi esposo, ya que al estar en terapia intensiva no se me permitía estar presente. Sinceramente en aquellos momentos yo no había aprendido todo lo que ahora sé así que tampoco me di cuenta de lo importante que hubiera sido mi compañía. Es por ello que hoy en día trato de pedir disculpas a las almas de mis seres queridos que han abandonado la Tierra sin contar con mi presencia.
Imagínense a un enfermo en condiciones clínicas irreversibles, internado en una unidad de cuidados intensivos. Él sabe que se va a morir, pero su familia y los médicos no quieren que se muera. Y allí está él entonces, en un mundo frío y desconocido, lejos de su casa, separado de los seres que ama, conectado a un respirador artificial, su cuerpo ensartado con tubos y catéteres, sondas por arriba y por abajo, electrodos, drogas extrañas circulando por su sangre y las manos atadas para evitar que se arranque todo lo que le insertaron. Su conciencia está obnubilada, su dignidad humillada y su pudor ultrajado.
La familia no quiere que se vaya y los profesionales se juegan su egolatría y su prestigio. Y mientras tanto él está a punto de desprenderse de su cuerpo y de rendir su examen final. ¡Está a punto de ser llevado ante la Presencia Divina, tal vez obtenga su graduación, y a nadie le interesa! Y aquí no se puede solicitar postergación de la fecha de examen. Es ahora o ahora.
Desesperados por salvar el cuerpo, con el miedo a la culpa y el terror cultural a la muerte cargando sobre nuestras espaldas, nadie percibe la tragedia del alma que se debate entre el dolor y la congoja de sus familiares, el sufrimiento de su cuerpo atormentado, sus propios miedos y culpas no resueltos y su esperanza de lograr, por fin, la paz y la liberación de sus ataduras carnales.
NOTA: Por suerte hoy en día la humanidad está tomando conciencia de estas situaciones y tenemos como importantes autores a Elizabeth Kübler Ross, autora importante sobre esta situación. Además están los autores como Raymond Moody, Brian Weiss, el Dr. José Luis Cabouli – que fue mi instructor en el aprendizaje de Terapias de Vidas Pasadas y no puedo dejar de mencionar al Maestro Tobías del Círculo Carmesí, que hicieron talleres especiales para la enseñanza de Acompañantes de los seres que iban a trascender.
Seguiré suministrando algunos detalles relacionados con este paso trascendental.
Si se sabe que la muerte es inevitable, se debe facilitar el pasaje al otro lado del río. Y es allí, en ese punto, donde fallamos. Nacidos y educados en la cultura de la negación y el miedo a la muerte, sólo vemos en ella una enfermedad más, un enemigo a derrotar, y no podemos aceptarla e integrarla como un hecho natural y cotidiano de nuestra vida. Nos falta familiaridad con la muerte. Necesitamos aceptarla como un hecho natural, como el resultado lógico de nuestra experiencia aquí en la Tierra, para poder encontrar el punto de equilibrio que nos permita actuar con sabiduría y ecuanimidad.
Generalmente no queremos que el enfermo se nos vaya. No queremos aceptar que el momento haya llegado y entonces se va como puede.
Todo podría ser distinto si aceptásemos, emocionalmente, la realidad de la muerte. Si comprendiéramos que la muerte no es un enemigo a derrotar, sino que se trata del momento culminante de nuestra vida. Es el cierre de la experiencia que se abrió con el nacimiento. Es necesario hacer de ese momento un ritual, un acto sagrado. Es necesario rodearlo del cuidado y del amor que implica un acto de esa naturaleza. Entonces, todo será mucho más glorioso y ya no veremos los despropósitos a los cuales el miedo y la tecnología nos tienen acostumbrados.
Espero que toda esta información recopilada de distintas fuentes nos sea de utilidad. Con amor. Alexiis.
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