4 de marzo de 2009

TEMAS DIVERSOS Nº 18

¿Adonde voy y cuando llegaré?
La finalidad de la incertidumbre
El desarrollo humano del nacimiento a la muerte
¿Cómo diseñamos una encarnación?
¿Para qué sirve el dolor?
Nuestra alma
Almas jóvenes y almas viejas
Desarrollo del alma a lo largo de muchas vidas
Somos embajadores del alma
¿Cómo vine a parar a esta familia?
Relaciones y destino
El karma equilibra
Mi propia curación y la de otros

DE: Alexiis
wayran@gmail.com
5 de marzo, 2009

¿ADÓNDE VOY Y CUANDO LLEGARÉ?
Cuentos de hadas... mitos... sagas épicas de hazañas realizadas por valientes aventureros...

Estos relatos familiares y queridos, con todos sus fantásticos detalles, ejercen hechizo sobre nosotros una y otra vez, generación tras generación. Sin que importen las circunstancias de nuestra vida, nos hablan, nos atraen, nos arrastran porque en verdad son nuestra propia historia. Mediante metáforas simbólicas, nos describen a ti, a mí y a nuestra gesta heroica: un viaje en el cual nos vemos separados de nuestra Fuente y obligados a expandirnos por medio de la experiencia, a superar tentaciones, despejar engaños y dominar los defectos de nuestro carácter, hasta que retornamos al hogar, esclarecidos.

Estos relatos suelen comenzar presentando un muchacho común, quizás algo tonto o un joven noble que, no obstante, debe demostrar su temple. Con mucha frecuencia es el menor de tres hermanos y, por lo tanto, el más inocente, ingenuo y lleno de optimismo. Nuestro protagonista abandona el hogar para abrirse camino en el mundo y buscar fortuna.

Muchas veces comienza su gesta a fin de prestar alguna ayuda al padre, así como nosotros encarnamos para ayudar a la expansión del alma.

En “El pájaro del fuego”, cuento favorito de los rusos, el príncipe Iván, hijo menor del rey, parte en busca del Pájaro del Fuego, que ha robado manzanas de oro de la huerta de su padre. Como casi todos los protagonistas de esos relatos (y casi todos los seres encarnados) la búsqueda se inicia con bastante sencillez, pero pronto sus actos lo embrollan en una serie de aventuras peligrosas. El príncipe llega a un cruce de rutas indicado por una piedra, cuya inscripción reza:” Hacia delante para buscar esposa, hacia la izquierda para que te maten y hacia la derecha para perder tu caballo”. Al pensar que aún no es tiempo de buscar esposa y sin deseos de morir, gira hacia la derecha.

Más tarde, al despertar de una siesta, descubre que su caballo ha desaparecido. Un lobo gris admite de haber devorado su caballo, pero se ofrece de tomar su lugar, llevar al príncipe en su lomo y actuar como fiel sirviente.

El lobo lleva al príncipe hasta el Pájaro de Fuego y le advierte que sólo debe tomar el ave, pero no su jaula de oro. El príncipe Iván no puede resistir la tentación de tomar la jaula; suena una alarma y lo atrapan. El rey, dueño del Pájaro de Fuego, exige que el príncipe le traiga, a cambio de su libertad, el ave y la jaula, al caballo de crines de oro.

El dilema del príncipe corre paralelo con lo que ocurre cuando el alma se abre paso entre los peligros de la encarnación. Cada experiencia necesaria crea inevitablemente consecuencias o karma que es preciso resolver; por un tiempo largo y cansador se producen furiosas batallas en regiones peligrosas y aparecen dificultades que es preciso dominar para que la parte encarnada del alma, como el vagabundo del cuento, pueden volver al hogar.

El príncipe Iván parte, pues, en busca del caballo, no sus arreos de oro. Pero el príncipe no puede resistir la tentación de tomar los arreos, suena una alarma y el furioso rey, dueño del caballo, exige al príncipe que, a cambio de su libertad, el caballo y sus arreos de oro, Iván le traiga la Bella Helena para desposarla.

Cada uno de estos desafíos equivale al elevado precio pagado por las experiencias del alma en el plano terrestre. Estas experiencias producen consecuencias, karma que, como la tarea a la que se enfrenta nuestro príncipe, debe ser enfrentada y superada, so pena de que se interrumpa todo el progreso. Pueden ser necesarios muchos intentos del príncipe Iván, muchas vidas por parte del alma, para superar esos desafíos.

En la mayoría de los relatos míticos, nuestro protagonista se ve tentado, atrapado, desafiado; hace frente y supera diversas dificultades y, por lo tanto, va ganando experiencia, confianza y madurez, hasta convertirse en un héroe, en un verdadero superhombre.

Pero al aumentar sus poderes también aumenta su temeraria arrogancia. En la cima de su fuerza cae en una trampa o sufre una herida tal que no bastan su inmensa fuerza y valor para salvarlo. Ha logrado tanto y superado tantas cosas, para finalmente encontrarse del todo inerme. Así ocurre con el príncipe Iván.

Tras haber robado no sólo el Pájaro de Fuego, sino también el caballo y a la Bella Helena, agradece al lobo toda su ayuda, sin prestar atención a sus advertencias de que aún puede necesitar ayuda. Ufano en su confianza, en el trayecto de retorno al hogar decide detenerse a descansar. Mientras él y la Bella Helena duermen, pasan sus dos hermanos y, al verlo con el Pájaro de Fuego, el caballo de crines doradas y la Bella Helena, deciden matarlo; uno se apodera del caballo y el ave; el otro, de la Bella Helena.

El príncipe Iván yace muerto en la llanura por noventa días, hasta que el lobo ve su cadáver y soborna a un cuervo para que le traiga las aguas de la muerte y de la vida. Con las aguas de la muerte cura las heridas del príncipe. Con las aguas de la vida, lo reanima.

-A no ser por mí- le dice el lobo-, habrías dormido para siempre.

Y así el lobo, ese ser poderoso que ha acompañado al héroe desde el principio de su viaje hasta el final, vigilándolo, guiándolo, permitiendo que fuera castigado y templado por la derrota para devolverle por fin la salud, lo lleva a casa de su padre y hacia los tesoros que son el don de su gesta.

Todos estos cuentos describen nuestro viaje por la encarnación en el plano terrestre, bajo la guía del alma. Esotérica y místicamente, el alma se considera femenina. El casamiento del héroe con la hermosa doncella o princesa representa el cierre del ciclo, al unir al buscador con el alma.

Desde la ingenua inocencia, a través de pruebas de valor, hasta la sabiduría y la perfección finales, el viaje del héroe es nuestro viaje. Se entiende, pues, que jamás nos cansamos de estas antiquísimas leyendas del bravo viajero que, tras peligrosas expediciones en tierras lejanas, donde se enfrentó a enemigos, perdiendo y ganando batallas, retorna victorioso al hogar.

LA FINALIDAD DE LA INCERTIDUMBRE

Mientras estamos encarnados, uno de los grandes desafíos es no saber adónde vamos, mucho menos si llegaremos o no. En este punto de coyuntura crítica en el que somos más introspectivos y más sensibles a los sufrimientos propios y ajenos, debemos luchar constantemente, no sólo con esas difíciles condiciones exteriores a las que nos enfrentamos, sino también con todas nuestras dudas y miedos interiores.

Quizás te preguntes por qué todo debe ser tan difícil. El proceso sería mucho más eficiente si se nos asignaran las tareas y pudiéramos cumplirlas directamente.¿Por qué agregar a nuestras cargas el misterio, la búsqueda ciega del rumbo? ¿Por qué no se nos permite saber?

En períodos tales muchos buscamos el asesoramiento de psíquicos, astrólogos y personas hábiles en el arte de la adivinación. Que esas consultas sean o no acertadas y útiles depende de diversos factores: de la capacidad del psíquico y el grado de afinamiento que logre ese día; del entendimiento energético entre nuestros Guías y los del psíquico (porque en una buena lectura, lo que nuestros Guías puedan comunicar a los del psíquico es lo que este nos traduce); de que el desarrollo espiritual del psíquico pueda adecuarse al material espiritual que se nos comunique; de que alguna parte de la lectura nos haga sentir amenazados al punto de distorsionarla o ignorarla, y por fin, de que sea o no el momento adecuado para que sepamos más, para reconfortarnos con la promesa de mejores cosas por venir, o de que debamos continuar en la oscuridad por algún tiempo más.

Cuando buscamos una comprensión más clara de los planes que nuestra alma tiene para nuestra encarnación actual, cuando queremos entender mejor y colaborar con la voluntad de Dios, estamos ejerciendo la única razón valedera para estudiar las ciencias ocultas o para consultar quienes lo hacen. Pero cuando tratamos de usar dones psíquicos y poderes ocultos, propios o ajenos, para permitirnos un capricho, estamos usando magia negra y nos arriesgamos a postergar nuestra iluminación, en vez de facilitarla. Y debemos recordar, por supuesto, que la habilidad y la ética de los psíquicos varía mucho, como entre los miembros de cualquier otra profesión.

En este aspecto de la vida, como en todos los demás, debemos utilizar el discernimiento cuando consultemos a alguien sobre nuestro destino y futuro. Pero también debemos reconocer que hay momentos en los que nadie, por muy bien dotado que esté, puede ayudarnos a ver lo venidero, pues hacen falta las esperanzas y los miedos que operan sobre nosotros y profundizan nuestro carácter y maduran nuestra conciencia.

Si eliminas la ansiedad causada por no conocer el resultado de una cierta situación, también desaparece toda tu motivación. Pagamos un precio muy alto en el aspecto emocional al no saber si una situación dada terminará como deseamos o como tememos. Pero saberlo por anticipado también cuesta un precio: el allanamiento de nuestras emociones, puesto que la euforia de la esperanza, la expectativa y el fuerte impulso del deseo pierden su importancia. Cuando ya sabemos el resultado de cualquier situación desafiante, ya nada nos espolea para esforzarnos y crecer. En realidad, eso ya no puede considerarse un desafío. Es, simplemente, un hecho más a vivir.

Ahora imagina que, además de conocer el resultado de la partida, también sabes si obtendrás la beca y cómo será tu vida en adelante, en todo detalle, incluyendo las circunstancias de tu muerte. Toda tu vida es como un libro ya leído. Así no habrá golpes desagradables, pero tampoco sorpresas felices: sólo un despliegue de hechos en secuencia, a lo largo de los años...

¿Percibes el peso de ese conocimiento? ¿Ves de qué modo privaría de efervescencia a todas las ocasiones gozosas el saber, por anticipado, que tras ese paso centelleante te tocaría hollar la siguiente desgracia?

No: debemos avanzar por la vida a ciegas o no avanzar en absoluto, porque si supiéramos nos resistiríamos. Trataríamos de esquivar los episodios penosos, evitar las relaciones difíciles, prevenir las catástrofes. Y eso equivaldría a esquivar, evitar y prevenir nuestra propia evolución, provocada justamente por esas experiencias y los cambios que deberíamos asumir para darles cabida.

Todo héroe lo es porque se enfrenta con valor a lo desconocido hasta que, después de grandes esfuerzos, acaba por prevalecer. A veces tiene una espada mágica o un corcel fabuloso que le prestan una ayuda adicional en su batalla contra ogros y dragones. Nosotros también podemos utilizar todas las herramientas útiles que hallamos para ganar fuerzas: la plegaria y la meditación, una disciplina espiritual, literatura inspiradora, el apoyo de un grupo de pares que estén lidiando con problemas parecidos a los nuestros.

Y podemos recordar que, en todas nuestras luchas con la vida, en todas nuestras batallas con las dudas y el miedo, aun cuando creemos estar fracasando, cada intento de hallar el camino nos hace crecer espiritualmente y prueba nuestro heroísmo.

EL DESARROLLO HUMANO DEL NACIMIENTO A LA MUERTE
Todo el proceso de avance hacia fuera y retorno al hogar está demostrado, en el microcosmos, en el desarrollo del ser humano durante una sola vida.

Nacemos y pasamos el primer período de vida concentrados sobre todo en dominar nuestro vehículo físico. A medida que obtenemos una mayor destreza, vamos transfiriendo nuestra atención al mundo más amplio, con sus tentaciones, oportunidades y desafíos. Sentimos el poder de nuestra personalidad en desarrollo y comenzamos a tomar decisiones, a actuar. Con el desarrollarse de las consecuencias vamos ganando experiencia.

Sin embargo, el proceso deja sus huellas. En el camino sufrimos chichones, cardenales y también algunas heridas profundas, tanto en el cuerpo físico como (lo más importante) en los niveles profundos, donde moran las emociones y los pensamientos. Estos chichones, cardenales y heridas son parte inevitable y hasta necesaria de la experiencia de la vida, rica fuente de aprendizaje, comprensión y crecimiento.

Pero el dolor y las cicatrices que los acompañan causan siempre algún grado de deterioro y hasta paralización de las zonas afectadas. Todo deterioro sufrido, ya sea físico, emocional o mental, a menos que se lo cure, tiende a durar toda la vida, tornándonos con frecuencia más rígidos, fijos y petrificados con el tiempo.

En una etapa posterior de la vida llega un punto de reorientación. A medida que nuestro cuerpo físico empieza a fallar, disminuye la atracción que tiene el mundo exterior sobre nosotros. Cada vez nos volvemos más hacia adentro o, si lo prefieres, hacia arriba. Empezamos a ocuparnos de lo que habitualmente llamamos intereses espirituales.

Con frecuencia aparece una profunda necesidad de hallar sentido a la vida y también de atar algunos cabos sueltos, curar brechas y enemistades antiguas, desechar viejos rencores y buscar reconciliaciones. Reemplazar nuestro anterior apetito por experiencias más numerosas y amplias es un anhelo de paz, tanto interior como exterior, y de eliminar todo lo que impida esa paz, incluyendo por fin al cuerpo físico.

¿CÓMO DISEÑAMOS UNA ENCARNACIÓN?

Toda encarnación tiene raíces en lo que ha sucedido en el pasado, pero sobre todo en el episodio inmediatamente anterior en la vida terrestre. A través de nuestras incontables encarnaciones tempranas, el principal propósito de nuestra existencia aquí es acumular experiencia del plano físico. Más adelante asumimos encarnaciones a fin de comprender y, en caso necesario, curar lo que se ha experimentado.

Cada vez que, al morir, abandonamos el cuerpo físico, se produce una revisión de la vida recién terminada. Aquellos que han sufrido experiencias de muerte momentánea describen esta revisión de la vida como un repaso objetivo, libre de los dictados de la personalidad. De esta manera, podemos identificar con la ayuda de nuestros Guías, que generalmente son nuestras propias encarnaciones terminadas actuando bajo la dirección de nuestra alma, aquello a lo que más deberemos dedicarnos a continuación.

Se nos ayuda a aislar los tres factores condicionantes principales que definirán la esencia de nuestra encarnación siguiente. Establecemos las circunstancias necesarias para la próxima misión y concebimos el diseño del vehículo físico, astral y mental con el cual la ejecutaremos. Esto es como decidir, al terminar un año lectivo, qué cursos elegiremos cuando volvamos a los estudios y a asegurarnos de disponer el equipo necesario.

El primero de estos factores condicionantes es la naturaleza del ambiente físico en el cual encarnaremos a continuación. Todos reconocemos que la cultura general, el medio social y la posición, las aficiones y las actividades de la familia en la que nacemos ejercen una poderosa influencia sobre nuestro desarrollo. También, si entendemos que este campo de experiencia se elige antes de la encarnación, porque proporciona el fundamento requerido para las tareas que nos hemos fijado, comprenderemos que no hemos sido víctimas ni favoritos del Destino. Por el contrario, estamos en el medio requerido para dirigirnos hacia las metas de esta encarnación.

El segundo factor determinante es el grado de refinamiento y los puntos fuertes y débiles del cuerpo físico. Esotéricamente se enseña que el factor más kármico de toda encarnación es el cuerpo físico, su sistema nervioso. Elegimos el cuerpo que se adecue mejor al trabajo de cada vida. El sistema nervioso de cada uno, que nos hace interpretar el mundo de un modo propio y característico, estructura profundamente cada una de nuestras experiencias y, por lo tanto, nuestra visión general de la vida. Las habilidades naturales determinan nuestra línea de menor resistencia, llevándonos a acentuar las actividades y aficiones que nos resultan fáciles, mientras que nuestros puntos débiles impiden otras empresas.

El tercer factor es la composición del cuerpo astral o emocional, que determina qué y quién va a atraernos y, al mismo tiempo, a qué y a quién atraeremos. Este cuerpo emocional se vincula con nuestras percepciones del mundo que nos rodea mediante el sistema nervioso. Los sentidos físicos del tacto, el gusto, el olfato, el oído y la vista ínterpenetran el medio de un modo condicionado y teñido por el cuerpo emocional.

De la misma manera que el cuerpo emocional afecta, por vía del sistema nervioso, el modo en que experimentamos cada dimensión del miedo, a su vez el medio se ve afectado por cada dimensión de nuestro ser en su totalidad. Aunque no tengamos conciencia del hecho, los seres humanos nos percibimos mutuamente como paquetes completos de energía. Cada plano de nuestra aura, cada uno de nuestros cuerpos sutiles, responde a la correspondiente dimensión energética de otra persona. Y estas respuestas son emocionales.

Mediante las atracciones gobernadas por el cuerpo emocional buscamos y somos buscados por aquellos con quienes tenemos asuntos pendientes de determinada existencia o, tal vez, de vida en vida: son quienes forman nuestro grupo kármico. Este grupo puede incluir o no nuestra familia de origen, pero siempre incluye a las personas con quienes tenemos vínculos importantes, capaces de cambiarnos la vida.

EL EJERCICIO DEL LIBRE ALBEDRÍO

Así llegamos a la existencia en el plano físico con algo similar a una agenda, para la cual nos hemos preparado mediante experiencias anteriores en existencias previas. Esta agenda está expresada en nuestro medio y nuestro equipamiento físico, emocional y mental. En realidad, es durante el período entre dos encarnaciones cuando más ejercemos nuestro libre albedrío, pues entonces es cuando determinamos, con ayuda de nuestros Guías, las condiciones y las zonas de acentuación para nuestra próxima estancia en la Tierra.

A lo largo de una existencia dada, cada una de nuestras elecciones disponibles existe dentro de estos parámetros previamente determinados, que resultan, a su vez, de la historia de nuestras encarnaciones pasadas. Debemos trabajar siempre con lo que hemos sido, según evolucionamos hacia lo que ansiamos ser.

RESONANCIA MORFOGENÉTICA Y CICLOS CURATIVOS

Cuando llega el momento de regresar al plano terrestre, el alma compone los cuerpos mental y emocional para la próxima encarnación, a partir de una materia que exprese las gradaciones vibratorias presentes en esos cuerpos al final de la última encarnación.

Como es muy raro que no aprendamos algo de cada estancia aquí y como siempre llevamos con nosotros todo lo logrado, es seguro que evolucionaremos en vez de involucionar. Lo que ha mejorado tiene sus componentes energéticos en esos cuerpos emocional y mental, así como todo lo que permanecía bloqueado o distorsionado en el momento de la muerte.

Una vez más, la situación se parece a una escuela. Todo lo que ya hemos aprendido forma automáticamente parte de nosotros y debemos concentrarnos en lo que debemos aprender a continuación. Literalmente, corporizamos nuestras lecciones siguientes, pues todo lo que debe curar en lo pasado tiene su equivalente energético en uno u otro de nuestros cuerpos presentes. Más aun: todo lo que siga distorsionado en nosotros atraerá más de lo mismo. Esto ocurre porque los campos de energía similares se atraen entre sí, mediante un principio que Rupert Sheldrake llamó “resonancia morfogenética”.

Para expresar esto de otro modo: atraemos a nuestro karma y nuestro karma nos atrae. Automáticamente las personas, los hechos y las circunstancias que se adecuen o reflejan nuestras distorsiones, se ven atraídas hacia nuestro campo energético y, de ese modo, dan forma a nuestra experiencia de vida. Mediante esas transacciones, llamadas “ciclos de curación”, se nos brinda la oportunidad de mejorar o, si resistimos, de empeorar.

COMO FUNCIONAN LOS CICLOS DE CURACIÓN

Ya mejoremos, ya empeoremos, cada una de esas transacciones constituye un ciclo de curación, pues nos impulsa a través de nuestra distorsión. Y el entrar más profundamente en la distorsión aumenta la posibilidad de que terminemos por rendirnos y emerger.

Esto vale para todos nosotros. Durante una encarnación, la vida es como un tren sobre sus vías. Podemos decidir cuándo detenernos, dónde y por cuánto tiempo. Hasta podemos optar por retroceder. Pero el rumbo que tomará nuestro viaje está fijado. La única cuestión verdadera es con qué celeridad llegaremos a destino.

Resistirnos a la curación es una de las pocas opciones importantes de libre albedrío que tenemos en una encarnación. Mientras resistamos, la distorsión o el bloqueo seguirán creciendo, pues acumula más y más energía ligada con más y más experiencia.

Con el correr del tiempo (esto requiere a veces vidas enteras, pero el alma cuenta con toda la eternidad) el mismo peso o masa de la distorsión llega a aplicar presión suficiente para obligar a un cambio. Por fin quedamos exhaustos y nos derrota nuestra obsesión por el dinero, los bienes materiales, el poder, la fama, el orgullo, la vanidad, la victimación o lo que sea. Al derrumbarnos bajo el peso de la obsesión o el engaño nos vemos paradójicamente devueltos a la integridad, una vez que nos reconocemos derrotados.

FALSOS DIOSES Y CICLOS DE CURACIÓN

La exhortación bíblica “No adorarás a otros dioses más que a mí”, se refiere a nuestra relación con nuestra propia alma. Todo lo que se interpone en la marcha de esa relación, todo lo que adoremos en su lugar, es un falso dios, una imagen que generalmente arrastramos de vida en vida y que nos ha apartado de nuestra naturaleza más elevado, por lo tanto, tarde o temprano debe ser destruida.

Nuestro cuerpo emocional atraerá hacia nosotros, de entre un vasto mar de desconocidos, a las personas y las situaciones más adecuados para ayudarnos a avanzar a través de nuestros distorsiones.

Los ciclos de curación reintroducen temas no resueltos en vidas anteriores, una y otra vez, hasta que se produce el descubrimiento. Cuando la conciencia es completa ya no resulta necesario continuar con los ciclos de curación en una dirección dada.

Mediante el principio de atracción entre similares en el plano energético, tenemos una exposición básica del karma personal, familiar y grupal en acción.

¿PARA QUE SIRVE EL DOLOR?
El alma nos da alternativa, sabe lo que necesitamos experimentar y diseña los cuerpos físico, emocional y mental que, juntos, conformarán nuestro siguiente vehículo para la existencia en el plano terrestre. Estos cuerpos nos hacen atraer las experiencias necesarias sin consentimiento consciente.

El alma sabe también que, en último término, aunque pueda demandarnos muchas vidas, el valor de las lecciones que hemos aprendido y la conciencia alcanzada sobrepasará ampliamente los sufrimientos soportados. Además, el sufrimiento se esfuma de la memoria, como los dolores de parto una vez nacido el bebé; de lo contrario, sus efectos duraderos se pueden elaborar más adelante, mediante ciclos de curación.

Pero, todo progreso de conciencia alcanzado durante la existencia en el plano terrestre pasa de encarnación en encarnación, pues se acumula en nuestros cuerpos sutiles. Se lo puede reestimular con bastante facilidad en una encarnación subsiguiente, una vez que alcanzamos suficiente madurez física, emocional y mental. Esto explica por qué gran parte de nuestro aprendizaje subjetivo encierra un “!Aja¡”:es que traemos de regreso a la conciencia alguna verdad que ya estaba almacenada en lo profundo de uno mismo.

¿EN QUE SIRVEN LAS HERIDAS DE LA EVOLUCIÓN?

A veces las heridas nos empujan hacia el camino que el alma nos quiere hacernos tomar y al que la personalidad se resiste. Otro modo de decir esto es que una herida puede crear la presión necesaria para que avancemos en un ciclo de curación.

En la época actual, que confiere tanto atractivo a dones psíquicos, tendemos a suponer que cualquier persona dotada de esas habilidades debe de tener una conciencia muy elevada. Esto no es más acertado que atribuir una gran evolución espiritual a quien tiene un don innato para la música, la pintura o la matemática superior. Cualquier don que nos hace sobresalir (una gran belleza, el talento, la inteligencia, la fuerza atlética o lo que sea) es en verdad una prueba. Cuanto mayor es el don, mayor desafío de usarlo con responsabilidad, pese a las oportunidades y las tentaciones de hacer lo contrario.

ATENDER DEFECTOS DE CARÁCTER A TRAVÉS DE LAS HERIDAS

Las heridas y los defectos de carácter están estrechamente relacionados. A veces sufrimos una herida por un defecto de carácter que acerca a nosotros cierto tipo de personas y de hechos. En otros casos, la herida puede no resultar de un defecto de carácter, pero aun así es un medio de atender y superar fallas semejantes.

Analicemos por un momento las oportunidades que nos proporcionan las diversas heridas para atender particulares defectos de carácter. Si nos sentimos faltos de amor, por ejemplo, el verdadero problema puede estar en nuestra obsesión egocéntrica, nuestra exigencia de que nos presten atención. Si estamos desfigurados, quizás estemos aprendiendo a basar nuestro valer en algo que no sea el aspecto físico. Si sufrimos una desventaja económica, tal vez estemos atendiendo un arraigado hábito de codicia. Nuestra lección es, por lo tanto, aprender a compartir lo poco que poseemos, pues compartir es la base de la prosperidad saludable.

Todos estos ejemplos están simplificados. En la mayoría de los casos, tanto la expresión de nuestros defectos como las situaciones por los que debemos atenderlos son muy poco personales. No vayas a pensar, por ejemplo, que todos los pobres lo son para curarse de la codicia. Al fin y al cabo, juzgar al prójimo también es un defecto de carácter.

Puesto que los defectos de carácter se desarrollan y ahondan a lo largo de muchas vidas, pueden ser necesarios varias encarnaciones para convertirlos en virtudes. Pero con el cultivo de cada una de estas virtudes nuestro egocentrismo es reemplazado por una actitud que toma en cuenta el bienestar del prójimo. Desarrollar esta conciencia de grupo es una de las tareas básicas a las que se enfrenta, tarde o temprano, toda alma en encarnación individual. Inevitablemente atraemos hacia nosotros la presión y las oportunidades que nos permiten hacerlo.

DESCUBRIR LA VERDAD MEDIANTE EL TRAUMA

Con respecto a las vidas pasadas debemos recordar siempre que nuestro único interés válido es el de nuestra vida actual. Ella contiene todo lo que debe interesarnos Buscar revelaciones sobre vidas pasadas por pura curiosidad es, cuanto menos, un gusto caprichoso y totalmente insalubre. Es preciso ocuparse de los temas, las presiones y los defectos de carácter que uno tiene en el presente. Sólo cuando hayamos superado hasta cierto punto los defectos de carácter puede sernos útil conocer los detalles de las vidas pasadas que vengan al caso. De lo contrario, no servirán más que para distraernos de nuestros desafíos actuales o como excusa para no enfrentarlos.

Una ley espiritual pertinente establece que, cuando llega el momento adecuado, lo que meditamos debemos saber nos será revelado sin esfuerzo alguno de nuestra parte. Es prudente confiar en que el alma sabrá elegir el momento y el método para efectuar esas revelaciones. Gran parte de lo que atribuimos a la casualidad, al azar, es en verdad la obra sutil del alma. A veces nuestra captación proviene de algo tan simple como una conversación entre dos desconocidos oída por casualidad. Otras veces estamos leyendo un libro o viendo una película y de pronto vemos, sabemos. Puede ocurrir que, mientras o soñamos, algo se mueve en nosotros y surja una captación que no podríamos expresar con palabras. Pero nos vemos cambiados de alguna manera profunda e irrevocable.

¿Todo ocurre por casualidad, pues? ¿No hay nada que podamos hacer para facilitar un proceso esencialmente divino?

Podemos pedir, podemos rezar pidiendo comprender nuestra herida, su finalidad, su lección. Podemos orar pidiendo fuerzas para no resistirnos a sus enseñanzas, pues cada vez que nos negamos a ocuparnos de nuestros defectos de carácter, estos empeoran en vez de desaparecer. Entonces se hace necesario otro ciclo de curación.

El pedir no asegura que recibamos una respuesta inmediata que nos sea comprensible. Tampoco es promesa de que el dolor de la herida desaparecerá de inmediato. Pero si pedimos humilde y seriamente, avanzamos hacia el don de nuestra herida y nuestra propia iluminación.

NUESTRA ALMA
LA ADVERSIDAD SEGÚN LA VISIÓN DEL ALMA

Dondequiera que vemos la adversidad, el alma ve la oportunidad de cura, expansión y esclarecimiento.

Carl Jung hizo una observación penetrante:”La vida de una persona es característica de esa persona”. Nuestros dilemas, nuestros dificultades y aprietos, junto con nuestro modo de enfrentarlos y resolverlos, definen quiénes somos, por qué estamos aquí y qué tratamos de alcanzar mediante la existencia en el plano terrestre.

Con demasiada frecuencia, la personalidad juzga el valor individual por la posición social, la seguridad y las señales exteriores de triunfo material; el alma, en cambio, brinda pistas al temple del individuo a través de las tareas y los desafíos que le asigna.

Creemos erróneamente que la meta está constituida por felicidad, comodidades, seguridad y posición social, pero el alma tiene planes muy distintos. A ella no le importa el sufrimiento de la personalidad, pero sí que haya refinación, fortalecimiento y purificación, para que la personalidad sea digna de cumplir los propósitos del alma.

Cada vez que nos preguntamos:”¿ por qué me ocurre esto?”, debemos recordar que la felicidad, las comodidades, la seguridad y la posición social no purifican, no fortalecen ni refinan.

Pero ser templado en el fuego a golpes de martillo, eso sí.

COMO SIRVE EL CUERPO A LA CONCIENCIA

Carl Jung presentó el principio de la sincronicidad para explicar las causas ocultas tras la coincidencia, el motivo de sucesos que, por lo general, atribuimos al azar, pero que parecen predestinados por su importancia. Con frecuencia experimentamos esos sucesos como hallazgos fortuitos: un acontecimiento casual que nos pone en contacto con oscuras fuentes de una información que necesitábamos mucho, por ejemplo, o el encontrar un viejo amigo después de años de separación.

Esotéricamente se enseña que toda enfermedad, toda herida, toda experiencia de sufrimiento sirve, en último término, para limpiar y purificar. Aunque no siempre entendamos con exactitud cómo se produce esto, si recordamos siempre esta enseñanza podremos comenzar a discernir algunos de los valiosos servicio que nos prestan nuestras dificultades.
Por ejemplo: una enfermedad o una lesión pueden proporcionar una puerta a la transformación. En segundo término, el alma puede elegir una enfermedad o una lesión, no solo para curar algunos aspectos de la conciencia individual, sino para curar también un aspecto de la conciencia grupal más amplia. Cuando ocurre esto, lo que opera es lo que se conoce esotéricamente como ley del sacrificio. Cuando el sufrimiento de unos pocos sirve al bienestar o a la mayor conciencia de los más, opera la ley del sacrificio. Una enfermedad como el Sida es, por cierto, una demostración de cómo opera esta ley. Creo que toda víctima del Sida se puede ver desde esta perspectiva, como parte de un gran grupo de almas dedicadas, en esta encarnación, a expresar la ley del sacrificio, sufriendo a fin que avance la conciencia humana.

Un tercer modo por el que podemos beneficiarnos con una enfermedad, una lesión o un malestar físico se presenta cuando, faltos de sinceridad con nosotros mismos, tratamos de ignorar una circunstancia penosa en nuestra existencia. Los problemas del cuerpo pueden actuar como indicadores de nuestras evasiones psicológicas.

Toda situación difícil es una prueba; a medida que evolucionamos, lo mismo ocurre con nuestras pruebas: de situaciones que desafían nuestro valor físico pasamos a aquellas que someten a examen el valor moral, la integridad personal y la sinceridad con uno mismo. Ninguna de estas pruebas es fácil. Como preferiríamos ignorarlas o evitarlas, el malestar físico cumple dos propósitos: nos advierte que hay un problema sin resolver y hace que, si intentamos desoír la advertencia, las consecuencias sean lo bastante dolorosas como para contemporizar. Mediante los mismos síntomas que manifiesta, el cuerpo puede señalar lo que estamos tratando de negar.

COMO EL CUERPO SIRVE AL ALMA

La vida, nuestra vida, la que elegimos y diseñamos desde la perspectiva y la sabiduría del alma, nos planta en un rincón, y nos obliga a elegir, por ejemplo, que una mujer se entregue por entero a la profesión, o que renuncie para dedicarse a su familia, aunque su cuerpo corra peligro de no sobrevivir la decisión. La vida nos planta en un rincón y fija apuestas muy, pero muy altas: vida y muerte, amor y respeto, nuestros amados hijos o la profunda vocación; luego nos obliga a elegir.

¿ Y con qué contamos para que nos guíe en nuestra elección ? Por una parte está la presión de las normas sociales y las propias conformadas por la necesidad y los tiempos en que vivimos. Por la otra, nuestro corazón nos exhorta:”Esto por sobre todas las cosas: se leal a ti mismo “.

Esta prueba es la esencia misma de la existencia en el plano terrestre. Estos aprietos y dilemas, que los esoteristas llaman “fuego por fricción”, crean presiones con las cuales pulen nuestros puntos toscos para dejarnos, por fin, puros y brillantes, aunque no necesariamente en el curso de una sola vida. Se trata de un proceso largo, muy largo, y mientras nos encontramos inmersos, rara vez apreciamos sus efectos refinantes. Sólo sabemos que estamos sufriendo y envidiamos a los que no padecen así, pensando que, de algún modo. Deben de llevar una vida más correcta, y, por lo tanto, reciben más bendiciones. Tanto en lo individual como en lo social, ¿no tendemos acaso a reconocer más crédito espiritual a quienes viven en forma pulcra y ordenada, y los creemos mejores que nosotros que luchamos con nuestras diversas aflicciones?

Nos acercaríamos más a la verdad de la situación si recordáramos que la vida, en este plano terrestre, es un aula; a medida que uno avanza en la escuela, las tareas se tornan más complicadas. Todos los grados son necesarios para nuestro desarrollo último. Cada uno es un desafío cuando estamos en este nivel, pero en cuanto lo dominamos, debemos pasar al siguiente. Ninguno de nosotros querría permanecer en segundo grado, una vez aprendido todo lo que tenía para enseñar. Más tarde, en medio de cada nuevo desafío, olvidamos que nosotros mismos lo elegimos así.

Tal vez el cuerpo está más en sintonía que nosotros mismos con nuestras elecciones. Se rebela cuando nos alejamos demasiado de lo que nos conviene. Y paga el precio por las tensiones que nuestras elecciones engendran. Al hacer lo que le exigimos y, paradójicamente, aun en sus rebeldías, el cuerpo es el sirviente del alma.

Cuando no pude recuperar la movilidad, después de mi operación de rodilla, aprendí una nueva manera de relacionarme con mi cuerpo. Como los ejercicios recomendados no me servían de nada, decidí en cambio tratar mi cuerpo como a un caballo querido: con suavidad, amabilidad y reconfortándolo. Interrumpí todos los tratamientos que me resultaban dolorosos, me liberé del enojo y la impaciencia por el hecho que mi cuerpo no respondía como yo deseaba y lo toqué sólo con amor. Todo esto requería una disciplina constante, pues yo siempre había contado con él sin darle importancia, muchas veces lo obligaba a hacer mi voluntad, aunque respondiera con dolor. Según adquiría un nuevo respeto y apreciación, tanto por mi cuerpo como por lo que me enseñaba esa lesión, la rodilla comenzó a curar lentamente.

En San Francisco, el libro de Kazantzakis, el santo considera el cuerpo físico como un animal de carga que, no obstante, tiene necesidades propias. Cuando Leo, su compañero, se avergüenza de admitir que tiene hambre, Francisco lo insta gentilmente a comer:” Alimenta a tu borrico”.

Alimenta a tu borrico con la comida adecuada y buen descanso. Trátalo con respeto. Ofrécele amor y gratitud por todos los servicios que te presta. Y no olvides escuchar con sabiduría.

ALMAS JÓVENES Y ALMAS VIEJAS

El viaje que nos aleja y nos regresa a nuestra Fuente es un largo proceso de etapas y ciclos, cado uno diferente de los otros.

Así como una persona joven y otra madura asumirán, sin duda, enfoques diferentes del mismo problema, también el alma que llamamos “joven”, en el Camino hacia fuera, y el “alma vieja” en el Camino de Retorno, reaccionarán ante situaciones y condiciones similares de manera notablemente distinta.

Como alma joven que busca la experiencia necesaria, con frecuencia tendemos a iniciar y perpetuar las dificultades, mediante una postura combativa o una empecinada determinación de imponernos. Así debe ser, pues estamos desarrollando el valor físico y la integridad personal que ejercitamos por su propio valor, y aprendiendo a defendernos solos.

Ponemos un fuerte acento en las palabras “yo”, “mío”, “a mí”. Lo que tratamos de alcanzar es, ante todo, para nuestro yo personal; más tarde esta esfera puede extenderse a “mi” esposa, “mis” hijos,”mi” familia, “mi“ comunidad,”mi” país. Ejercemos el poder por el poder mismo y en beneficio personal. Podemos actuar como soldados heroicamente valerosos, pero como civiles nos enredamos en problemas con la autoridad, por nuestras reacciones agresivas ante quien se nos oponga.

Esta perspectiva egocéntrica de lo que afecta a nuestra vida personal, ya sea el armamento nuclear o el ladrido del perro vecino, es en un todo adecuada para el Camino hacia fuera y abre paso al desarrollo subsiguiente. Después de todo, a fin de practicar la verdadera valentía moral debemos haber desarrollado primero la valentía física. Y en términos de desarrollo psicológico, debe existir un yo para poder trascender el yo.

Cuando estamos en el Camino hacia fuera la vida es muy diferente de cuando nos acercamos al Punto de Integración, más diferente aun, cuando avanzamos por el Camino de Retorno. Cualesquiera sean las circunstancias exteriores, en las primeras etapas del viaje la vida es una aventura caótica y dramática, que evoca fuertes reacciones físicas y emocionales de todo tipo. Dominar el cuerpo físico, aumentando su fuerza y perfeccionando sus habilidades, es una preocupación común. Pero nuestro dominio consciente de las emociones es muy inferior al que tendremos en un punto posterior del Camino. Como aún no hemos desarrollado bien las habilidades mentales, generalmente nos sentimos más felices dedicados a las tareas físicas que a los emprendimientos intelectuales.

Cuando se llega al Punto de Integración, ya no se vive mediante la reacción, sino mediante la acción lograda utilizando el pensamiento racional y el control consciente. Hemos desarrollado la capacidad de concebir metas y llevarlas a cabo mediante un planeamiento deliberado. Estamos logrando ascendiente en la vida, percibimos nuestro poder y eso nos intoxica.

En esta etapa de la evolución, el reconocimiento nos resulta muy importante. Es en el Punto de Integración donde tenemos más probabilidades de ser reconocidos por nuestro poder, logros e influencia. La mayoría de quienes aparecen en los diarios (políticos, gente de la industria del espectáculo, líderes de movimientos) están en el Punto de integración y ejercen su gran poder para el bien o para el mal. En la fuerte personalidad que caracteriza a quien está en el Punto de Integración hay siempre dos rasgos presentes. La obstinación y el egocentrismo.

La obstinación es el convencimiento de que nuestro punto de vista es el adecuado, junto con una gran decisión de alcanzar nuestros fines. El egocentrismo es la preocupación por nuestra condición de inigualables y la exigencia de que otros noten y aprecien esa condición. Con frecuencia, esta exigencia de ser reconocidos como personas especiales es lo que, tarde o temprano, provoca las pruebas y las dificultades que acaban por reconciliarnos con nuestra alma. Y a medida que renunciamos poco a poco a la obstinación y el egocentrismo, giramos en la esquina de la evolución y comenzamos a recorrer el Camino de Retorno.

Una vez que se escucha y atiende la llamada del alma, cambian todas las reglas para vivir. Tras haber internalizado, con gran esfuerzo, normas y guías para vivir efectivamente, ahora descubrimos que ya no nos sirven. Esto se debe a que, en el Camino de Retorno, nuestra tarea ya no es desarrollar la valentía física, como lo era en el Camino de Afuera, ni pensar, planificar y ejercer el poder, como en el Punto de Integración. En vez de trabajar para lograr las metas de la personalidad, debemos utilizar nuestro poder, valerosa y reflexivamente, para servir al grupo, guiándonos por el contacto consciente con un Poder Superior.

En el Camino de Retorno enfrentamos igual número de desafíos, tanto externos como internos; pero ahora todo problema requiere una solución que tome en cuenta el bienestar de todos, no sólo el propio bienestar o el de nuestro grupo personal. Al identificarnos con toda la humanidad, el acento supone un abarcamiento mayor, que comprende todos los aspectos y no adopte posiciones dogmáticas a favor ni en contra, por muy noble que pueda ser la causa. Ahora estamos dispuestos a ceder, a comprender, a perdonar y, por encima de todo, a servir. Son más importantes las metas del alma que las de la personalidad.

Desde el Camino hacia fuera hasta el Punto de Integración y por el Camino de Retorno, la fórmula de todo el proceso de la evolución humana se podría expresar así:

Falta de Control – Control Consciente – Rendición Consciente
Reaccionar ante la vida – Actuar en la vida – Servir a la vida

Para quien está en un punto del Camino, los valores, creencias y actos de otra persona que esté en un punto diferente pueden parecer incomprensibles y hasta insostenibles. Sin embargo, una vez que el individuo ha avanzado lo suficiente por el Camino de Retorno (punto que muy pocos han alcanzado) se logra la verdadera tolerancia. Así como el adulto acepta que el niño tiene una comprensión y una capacidad limitadas por su falta de desarrollo, así la persona que está en un punto avanzado del Camino de Retorno respeta y honra las actitudes y conductas de otros viajeros, que aún no han avanzado tanto a través de tantas vidas.

DESARROLLO DEL ALMA A LO LARGO DE MUCHAS VIDAS

Este concepto de despliegue progresivo, de avanzar primero hacia una manifestación física más potente para luego, en un punto de rica madurez, regresar hacia el centro y la fuente, también da cabida al concepto macrocósmico de las vidas múltiples, experimentadas en bien del alma.

El progreso del alma a través de innumerables encarnaciones sigue un patrón similar al del desarrollo humano individual; se inicia con un largo período en el cual su trabajo principal es alcanzar el dominio del vehículo físico o cuerpo. A este dominio, logrado después de muchas vidas, sigue el desarrollo y refinamiento del equipo emocional y, más adelante, del aparato mental.

La siguiente meta de la encarnación, que también requiere muchas vidas, es la efectiva coordinación de todos estos elementos: los aspectos (o cuerpo) físico, emocional y mental. Cuando estos cuerpos están finalmente alineados y funcionando en sincronización energética, el resultado es una personalidad realmente integrada.

La personalidad integrada, cuando se alcanza, es un potente vehículo para la expresión en el mundo exterior, una poderosa fuerza para el bien o para el mal. Es justamente a esta altura del desarrollo cuando el alma empieza a reparar más en sus manifestaciones en el plano terrestre. Por fin tiene, en la personalidad integrada, un vehículo lo bastante evolucionado como para expresar en la existencia material las cualidades del alma. Y esta empieza a llamar a gritos a su manifestación, a reclamar su vehículo de expresión.

Lo que ocurre entonces equivale a lo que pasa cuando una madre llama a su hijo cuando está jugando, embelesado en el glorioso papel que representa en su drama de mentirillas. Al principio la criatura no oye siguiera el llamado de su madre, tan fuerte es el mágico hechizo bajo el cual está; cuando por fin escucha la voz del adulto, se resiente por la intromisión y se niega a acudir. Para que entre en la casa serán necesarias medidas más fuertes.

Lo mismo sucede cuando el alma llama a la personalidad integrada, que está en el mejor momento de su potencia en el plano terrestre y se resiste, resentido por la llamada. Se produce entonces una lucha entre la personalidad y el alma. Sigue una serie de vidas en las que la presión del sufrimiento, generado por fallas en nuestro carácter, acaba por hacernos reconocer las limitaciones de nuestro egocentrismo y obstinación. Cuando el príncipe Iván despidió al lobo, diciendo que le bastaban su fuerza y su sagacidad para completar solo su viaje, sufrió la peor de las catástrofes: fue asesinado y yació muerto por mucho tiempo. Sólo el lobo, con sus cuidados, pudo despertarlo y llevarlo al hogar.

Todos debemos aprender, tarde o temprano, que no es posible hacer solos el viaje. Debido a grandes presiones, a veces terribles, nuestra personalidad desarrolla la disposición a rendirse a un poder superior, más grande que ella. Cuando lo hacemos se produce la curación gradual o súbita de esas dificultades que provocaron nuestra rendición.

A medida que recorremos el Camino de Retorno vamos cobrando cada vez más conciencia de que el alma nos guía. Se repiten episodios incompletos de vidas anteriores, de los que aún llevamos heridas y cicatrices, pero reaparecen como ciclos de curación. Se generan presiones; somos sometidos a pruebas. A su debido tiempo nos rendimos a esos ciclos de curación; los resultados son comprensión, perdón y servicio.

Cuanto más nos encontramos con el viejo karma y lo superamos, cuanto más curamos viejas heridas y eliminamos antiguas cicatrices, más fuerte y consciente se torna nuestra identificación con el alma. A lo largo de innumerables vidas, desarrollamos un vehículo cada vez más refinado y sensible para la expresión del alma, hasta que al fin se disuelve la división entre lo que se manifiesta en materia y eso que lo envió a su manifestación. Se alcanza la unión entre el alma y su vehículo. Como veremos más adelante, la expiación es el paso final de esa reconciliación.

SOMOS EMBAJADORES DEL ALMA

Si en nuestra existencia cotidiana no nos vemos como infatigables cruzados de una gesta inmensa, sino más bien como cansados actores de un interminable culebrón, es porque nuestra visión es limitada.

Durante una encarnación en el plano terrestre nos identificamos casi por completo con nuestro cuerpo físico y las percepciones de sus sentidos, a las cuales nuestra personalidad agrega sus interpretaciones de la realidad. No nos damos cuenta de que, tomadas en conjunto, sólo componen la avanzada del alma en el denso plano físico. Nuestra excesiva identificación con el vehículo de la existencia física es más o menos como decidirse a emprender un viaje, buscar un auto y conducirlo rumbo a nuestro destino, pero creer sólo en la realidad del vehículo, la ruta, el panorama y los acontecimientos del camino, olvidando por completo de que fue uno quien decidió hacer el viaje, y conducimos y terminamos por llegar. Los datos de nuestros sentidos físicos oscurecen el hecho de que el alma que nos envía es una realidad mayor que nuestro provisorio vehículo para el viaje.

Como embajador del alma en el plano terrestre, el ser humano encarnado se mueve en una de dos direcciones. Como nuestro héroe puede alejarse del hogar o emprender el regreso, tras haber aprendido mucho de su viaje.

Esotéricamente se dice que estamos en el Camino hacia fuera o en el Camino de Retorno. Mientras vamos por el Camino hacia fuera, descendemos a la materia física y nos identificamos más y más con ella; primero mediante nuestro cuerpo físico, las sensaciones y experiencias que este nos proporciona; después, mediante nuestra visión de uno mismo como personalidad, como fuerza para realizar nuestros deseos en el mundo material.

En el Camino de Retorno nos vemos atraídos hacia nuestra Fuente de origen y llevamos con nosotros todo lo que hemos ganado en nuestras aventuras.

Sin embargo, como ya hemos visto, a fin de reconciliarnos con lo que nos envió, debemos desprendernos del karma que hemos generado y curar las heridas ocasionadas por las experiencias vividas en el Camino hacia fuera. Muchas de estas heridas y las configuraciones de energía congelada que las acompañan, “cicatrices energéticas”, se eliminan mediante la comprensión, el perdón y el remedio a través del servicio.

¿Cómo VINE A PARAR A ESTA FAMILIA?
LA ELECCIÓN DE UN PROGENITOR DIFÍCIL

En el momento de cada encarnación elegimos, bajo la dirección del alma, a los padres que no sólo nos proporcionarán el vehículo físico adecuado para la próxima vida, sino aquellos que más ayuden a nuestro desarrollo espiritual. El alma, en su deseo de evolución, nos asigna a nuestros padres, no porque sean capaces de darnos todo lo que nuestra personalidad pueda desear, sino porque nos proporcionarán una parte importante de lo que requerimos para avanzar en el Camino.

Quien crea que habría podido avanzar más en la vida si sus padres le hubieran dado más amor, aliento o comprensión, hará bien en recordar que esos son los deseos de la personalidad, no las necesidades del alma. Lo que podamos alcanzar o no en el mundo exterior tiene poca importancia en relación con el progreso que alcanzamos en una existencia dada por cuenta de nuestra alma. Gracias a las reacciones que provocan en nosotros, con frecuencia los progenitores difíciles prestan una gran contribución a ese progreso.

REDEFINICIÓN DE LAS RELACIONES

¿Qué haríamos con una invitación a encontrarnos con nosotros mismos en un plano más profundo y verdadero? Con toda probabilidad, haríamos lo posible por ignorar la invitación, desacreditar a la persona que nos la había extendido y continuar con nuestra vida como antes. Tal es la respuesta que la mayoría da por lo general a sus ciclos curativos. Después de todo, si fuera fácil admitir en la conciencia esas partes nuestras que tenemos y despreciamos, todos lo haríamos mucho antes y respondiendo a presiones mucho menores de las que habitualmente se requieren.

Si crees que recibirías de buen grado la oportunidad de comprender mejor tu propio temperamento, formúlate las siguientes preguntas. Como sonarán mucho más poderosas y reales en tu propia voz, pregúntate en voz alta: ¿Y yo? ¿Me ha invitado la vida a ser más sincero sobre mi lado oscuro? ¿Y cómo he respondido a esas invitaciones: con franqueza o con miedo? ¿Qué sería lo peor que podría descubrir sobre mi propia naturaleza? ¿Puedo aceptar que eso podría morar en mí, alimentando mi horror, mi asco y mi actitud crítica hacia aquellos que no pueden ocultar este aspecto en sí mismos? ¿Conozco a alguien que haya ayudado a crear en mí la aversión por estos rasgos? ¿Puedo reconocer que tal vez debería estarles agradecido por la parte que han jugado en mi propia evolución?

Obviamente, para estas preguntas no hay respuestas “acertadas” que puedas buscar en la página de un libro, después de haber reflexionado. Estas son las preguntas que debemos formularnos, una y otra vez, todos que participamos conscientemente en nuestra propia evolución. Son muestras del sentido en que cada uno debe comenzar a examinar todo lo que ocurre dentro de sí y alrededor, en la vida. Cuando aprendamos a plantearlas y a buscar ese tipo de respuestas, descubriremos que emerge un nuevo paradigma o visión del mundo, que lo altera todo por completo.

Mediante esa nueva visión es posible comprender la naturaleza integrada de las relaciones, los hechos y la evolución. Por medio de ella podemos saber que vivimos en un Cosmos, no en un Caos. Podemos comenzar a apreciar el modo en que cada persona, cada vida, constituye una parte significativa de un Orden mayor en el que todos, individualmente y en concierto, desempeñamos una parte vital y magnífica.

LA LUCHA ES LO NATURAL PARA CRECER

Encuestas hechas entre jóvenes de la secundaria con respecto en qué momentos de su vida creían haber cambiado y madurados más, demostraron que daban respuestas reflexivas, y rara vez citaban momentos gratos y fáciles.

Muchos estudiantes hablaban francamente de los períodos difíciles, que les habían enseñados a ser responsables, pacientes y comprensivos, a sentir compasión y agradecer sus ventajas.

Casi todos los hechos a los que atribuían una mayor madurez eran experiencias que sus padres habrían tratado de ahorrarles, si hubiera sido posible. ¿Significa esto que esos padres, con tan buenas intenciones, habrían impedido que sus hijos maduraran? Es posible, al menos por un tiempo. Pero si las cosas eran demasiado fáciles y cómodas, esos jovencitos habrían buscado otro tipo de dificultades contra las cuales luchar. Ponerse a prueba, demostrar el vigor y forzar el propio crecimiento es, para los adolescentes, un proceso de desarrollo tan habitual como aprender a caminare y hablar para los bebés, y tan natural como para el alma diseñar una existencia llena de desafíos.

Ningún bebé aprende a caminar sin caídas, ni a hablar sin algunas dificultades para hacerse entender. Si pudiéramos evitar todos los porrazos que conducen a un niño al dominio final del movimiento, o todos los errores de pronunciación por lo que llega finalmente a manejar el lenguaje, estaríamos inhibiendo el desarrollo de esas habilidades. Los niños pueden aceptar mejor la frustración que les producen sus propios limitaciones que la frustración experimentada cuando no se les permite enfrentar esos límites y superarlos.

Sin embargo, observar los esfuerzos de un bebé resulta soportable y hasta grato porque sabemos que el niño está aprendiendo. En cambio no sabemos nada de eso cuando se trata de la lucha de un adolescente con el sexo, las drogas o la violencia. Tampoco hay un resultado previsible para la mayoría de las batallas que nos impone la vida. Abundan las historias de horror; tememos por nosotros y por nuestros seres amados. Por eso hacemos lo posible por controlar y proteger, por evitar algunas de las experiencias que un alma encarnada puede buscar o crear en forma deliberada.

NUESTRA CONTRIBUCIÓN AL CUERPO DE LA HUMANIDAD

Debemos reconocer la existencia del karma racial, nacional o planetario, aparte de los karmas personal, familiar o grupal, porque cada uno de nosotros, como miembro de esos grupos más amplios, está sujeto a vastas fuerzas impersonales que afectan profundamente su vida individual. No obstante, para comprender los conceptos de karma familiar y grupal debemos aceptar que, además de ser individuos independientes, también estamos unidos con otros, con quienes componemos unidades contribuyentes dentro del gran cuerpo de la humanidad, que es un ser viviente por derecho propio.

El mismo cuerpo físico proporciona una analogía. Sabemos que las diversas células individuales, en combinación con otras similares, forman órganos con tareas propias, pero interdependientes, todas vitales para el desarrollo y mantenimiento general del cuerpo físico. De modo muy parecido los individuos, en combinación con otros genéticamente similares (su familia) y con intereses compartidos (su grupo), componen unidades o círculos con tareas propias, pero interdependientes, todas vitales y necesarias para el desarrollo de la humanidad.

Aquello que logramos como individuo, en bien de la humanidad como un todo, se consigue por lo general, ya mediante la cooperación estrecha y armoniosa con otros de nuestro círculo que comparten nuestro karma familiar o grupal, ya mediante reacciones más o menos violentas contra esas mismas personas. Gran parte de nuestros problemas con el prójimo en una existencia dada surgen porque, ligados como estamos, nos obligamos mutuamente a experimentar dimensiones distintas y hasta opuestas de asuntos relacionados.

Junto con los desafíos situacionales que nos presentamos unos a otros, también hay siempre desafíos espirituales. Muchos pasamos por la experiencia de decidir que seremos muy distintos de un progenitor, en ciertos aspectos, sólo para descubrir que, pese a nuestra decisión, estamos desarrollando esos mismos rasgos y debemos superarlos. Así es como nuestro progenitor nos ha ayudado a despertar a nuestra tarea.

Por cierto, hay padres que nos dan el bienvenido presente del amor, pero de otros nos llegan dones menos gratos: los de odio, debilidad, adicción, pobreza, traición y envilecimiento, que nos proporcionan la oportunidad de redimir nuestros propios defectos de carácter. Para el desarrollo espiritual se necesita de enemigos y aflicciones, como floretes contra los cuales probarnos, a fin de convertirnos en todo aquello que somos capaces de ser.

TAREAS KARMICAS COMPARTIDAS

Por supuesto, mientras luchamos con la abrumadora responsabilidad de cargar con una madre alcohólica, el bochorno social de tener un hermano retardado, las fantasías de venganza hacia un padre violento, la ira indefensa provocado por un jefe sexista o nuestros esfuerzos, cada vez más obsesivos, por controlar los devaneos del cónyuge, olvidamos que estas dificultades son las áreas de aprendizaje que decidimos atender en esta encarnación, los campos de estudio que atrajeron al alma para la nueva estancia en la escuela de la vida.

La hija que encarna con la misión de progresar en la comprensión de la violencia y su dinámica puede necesitar de un padre brutal que le proporcione la experiencia requerida. Tampoco sería esta su misión si no buscara aumentar su propia expresión, experiencia y expansión en el tema de la violencia. En realidad, puede existir entre ella y su padre una antigua deuda kármica que terminará si ella emplea ese maltrato como trampolín, a fin de alcanzar una comprensión más profunda y la curación. Y si llegara a utilizar esa curación para ayudar a otros maltratados como ella, tanto mejor.

¿Comprendemos ahora de qué modo, si ocurriera esto, tanto ella como su padre se habrían convertidos juntos en instrumentos de curación? Las dos contribuciones contrastantes son necesarias para completar la tarea que, en el plano del alma, aceptaron atender juntos.

A veces los individuos comparten una tarea kármica que pueden realizar justamente porque no se llevan de acuerdo. Con frecuencia esta tarea consiste en servir al prójimo, revelar una verdad, fundar una institución o movimiento necesarios o hacer algo que afecta a otras personas, aparte de las que están involucrados en forma más directa. Lo interesante es que, con frecuencia, esas dinámicas de encarnación se pueden discernir o verificar por los horóscopos de las personas participantes, interpretados y comparados por un astrólogo hábil y sensible.

RELACIONES Y DESTINO

A veces, cuando hemos pasado mucho tiempo y esfuerzo buscando respuestas sobre un tema en especial, el Universo proporciona súbitamente una clave importante que ilumina nuestro entendimiento.

Una alegoría críptica, una versión en términos de relaciones es el clásico cuento de John O` Hara: “Cita en Samarra”: Un hombre se entera en el mercado, una mañana, de que la Muerte irá a buscarlo esa misma noche. Desesperado por evitar su destino, el hombre huye aterrorizado y viaja todo el día, hasta bien entrada la noche; cuando considera que ha puesto suficiente distancia entre él y la Muerte, decide detenerse a descansar. Ya entrada la noche, en la lejana Samarra, se encuentra de pronto cara a cara con la Muerte, que lo alaba por haber sabido presentarse a tiempo a la cita, pese a haber fijado un sitio tan lejano de su hogar.

Esta escalofriante leyenda parece estar expresando que sellamos nuestro destino con los mismos esfuerzos que hacemos para evitarlo. En verdad, se diría que, cuando creemos estar escapando no hacemos más que correr a toda prisa para abrazar el fin temido. Sobre todo en las relaciones, parecen existir corrientes ocultas que utilizan nuestros deseos e intenciones conscientes para producir el efecto opuesto. Por cierto, parecería que cualquier relación significativa tiene, en realidad, una vida independiente con un propósito muy oculto a nuestra conciencia.

Nuestras relaciones más significativas existen por un motivo muy diferente del que creemos, ya personalmente como individuos o colectivamente como sociedad. Su verdadera finalidad no es hacernos felices, satisfacer nuestras necesidades ni definir nuestro sitio en la sociedad, ni tampoco mantenernos fuera de peligro... SINO HACERNOS CRECER HACIA LA LUZ.

El hecho simple es que, junto con esas personas a las que estamos vinculados por parentesco, casamiento o amistad profunda, nos hemos fijado un rumbo con riesgos y obstáculos ideados para llevarnos de un punto de la evolución a otro. De hecho, cuando tratamos de entenderla naturaleza de nuestras relaciones humanas, muchas veces difíciles, haríamos bien en recordar que existe una eficiencia impecable e implacable en el Universo, cuya meta es la evolución de la conciencia. Y siempre, siempre, el combustible de esa evolución es el deseo.

En la raíz misma de la Creación está el deseo de la Vida de manifestarse en la forma. Esto es la voluntad-de-ser. E implícita en todas las formas, desde la más baja a la más evolucionada, está el deseo o la voluntad-de –devenir. ¿Devenir qué? En expresión, en materia física de la Fuerza tras la Creación, una expresión más grande y plena, más completa, pura y perfecta. Esta voluntad-de-devenir existe en todos los sectores, desde el átomo más diminuto hasta la suma del Universo físico; desde las regiones más exaltadas de la existencia hasta este plano físico en el que moramos nosotros, la humanidad. Aunque nuestra perspectiva, necesariamente limitada, parecería a veces negar este hecho, los humanos nos vemos impulsados hacia ese Devenir con todo el resto de la Creación.

El alma, que nos envía por el Camino, es obligada por el deseo a acercarse más a Dios. Nosotros, como personalidades, facilitamos esta meta por nuestro propio deseo natural de buscar el placer y evitar el dolor. Para aquellos de nosotros que satisfacemos con relativa facilidad las necesidades fundamentales de comida, techo y seguridad, son las relaciones humanas las que nos proporcionan tanto la zanahoria como la vara que nos mantiene en movimiento.

De allí el niño difícil; el adolescente rebelde; el padre que defrauda, el que rechaza o el desvalido que nos ahoga, el amigo que nos traiciona; el empleador que nos explota; el ser amado que no nos corresponde; el cónyuge que nos desilusiona o nos critica, que nos abandona o muere; las personas que ocupan nuestros pensamientos y juegan con nuestras emociones, aquellos con quienes vivimos, los que provocan nuestras ansias o nuestra preocupación, competencia o rebeldía; aquellos por quienes nos sacrificamos y sufrimos. Todos ellos nos empujan, arrastran y acicatean a lo largo del Camino, que compartimos con ellos, el Camino hacia el Despertar.

¿Despertar de qué?, de las ilusiones que aún albergamos con respecto a nosotros, el mundo y nuestro sitio en ese mundo; de los defectos de carácter que aún debemos admitir y superar y, en tanto avanzamos a una espiral más alta del Camino, despertar gradualmente de todos nuestros deseos egoístas.

CREAR Y ELIMINAR ENGAÑOS

Ese tipo de mitos, que tiene el poder de afectar profundamente la vida y el juicio de una persona, se conoce en esoterismo como GLAMOUR. Nosotros mismos creamos estos glamoures, estas ilusiones bajo las cuales trabajamos hasta que se rompe el hechizo. Tarde o temprano, todo glamour que nos hechiza produce exactamente las pruebas que hacen falta para quebrar la ilusión y disipar el engaño.

Como los glamoures se basan siempre en los deseos egoístas de la personalidad, siempre son enfermizos. Existen en el plano astral, donde tienen sustancia propia, una forma, sonido y hasta olor característicos. Psíquicamente se los puede ver como una especie de miasma centelleante, una niebla densa y brillante, llena de imágenes, escenas, hechos y con frecuencia figuras de otras personas. Su olor es repelente, aunque dulzón: algo sofocante y un poco pútrido. Su sonido, un zumbido desagradable, estruendo o rugido. Los glamoures tienen una vida propia que se resiste a la destrucción y se oponen siempre a nuestra iluminación.

Para destetarnos de estas fantasías atesoradas, con las que nos identificamos tan plenamente, se requiere una objetividad de la que no somos capaces mientras estamos bajo su hechizo. Suele hacer falta una crisis para que podamos desprendernos de esas creaciones propias que nos mantienen cautivos.

EL PROCESO DE DESPERTAR

En el sofisticado clima psicológico actual, muchos nos esforzamos a conciencia por alcanzar una mayor conciencia interior. Puede tratarse de un sincero deseo de desarrollo espiritual o estar impulsado por el dolor emocional. Con frecuencia es una combinación de ambos factores la que nos impele a leer libros, asistir a conferencias, comprar grabaciones de autoayuda, incorporarnos a grupos de apoyo, buscar una religión en la que podamos creer, un maestro al que seguir, un terapeuta digno de confianza. Pero por mucho que nos dediquemos a nuestro despertar, inconscientemente tenemos mucho miedo al proceso mismo que estamos cortejando y, por lo tanto, nos resistimos a él. Esta ambivalencia fundamental surge porque la intuición nos señala que para despertar en cualquier grado debemos renunciar a las fantasías con las que nos identificamos tan profundamente.

Una metáfora apta para describir el proceso del despertar en cualquiera de nosotros es la historia de Saúl, quien perseguía obsesivamente a los primeros cristianos. En el camino a Damasco, al quedar ciego e indefenso, debió enfrentarse a su ceguera espiritual, más profunda, y despertar de su fanatismo justiciero. Por medio de este despertar se convirtió al mismo credo al que se había opuesto con tanta violencia. Tal como ocurrió con Saúl, nuestro mismo despertar exige que reconozcamos y nos rindamos justamente a eso que hemos rechazado y negado con fuerza durante toda nuestra vida.

Se explica que tengamos miedo, y se explica algo tan inevitable y compulsivo como las relaciones humanas que deban, en frecuencia, obligarnos a seguir jugando, como podamos, con esos peligrosos fuegos del Despertar.

EL DESEO AL SERVICIO DE LA EVOLUCIÓN

Recuerda que el deseo es la clave de toda evolución en la Creación entera. Dentro del reino humano, son nuestros propios deseos personales los que tienen el poder de seducirnos, al inducirnos que nos involucremos con otras personas de un modo más profundo (y a veces más desesperado). Queremos dar cierta imagen, queremos amor y o aprobación, admiración, respeto, comodidades, sexo, bienes materiales, seguridad, compañía, encumbramiento social, poder, ayuda de alguna especie, alivio o protección. En el grado en que nos seduzca el deseo, a su debido tiempo podemos vernos inducidos a una mayor conciencia.

La fórmula de tales despertares, alimentados por el deseo, bien podría escribirse como sigue: Seducción (por el deseo) = Inducción (a la toma de conciencia).

La palabra “seducción” conjura, para casi todos nosotros, la imagen de alguien con un atractivo tan irresistible que cedemos a él, pese a lo que nos diga el buen juicio. Lo cierto es que no se nos puede seducir como no sea mediante nuestros propios deseos. Las personas dotadas de mayor capacidad para facilitar nuestro desarrollo son los que generan en nosotros los sentimientos más potentes y hacia las cuales nos sentimos atraídos de manera inexorable. Aunque consideramos la seducción primordialmente como un hecho sexual, en realidad nos vemos siempre seducidos por nuestros propios glamoures, puesto que reflejan nuestros defectos de carácter.

Por ejemplo, suele ocurrir que escojamos a alguien por ciertas cualidades que nosotros mismos no estamos dispuestos a desarrollar o expresar. Declaramos admirar estas cualidades o habilidades en esa otra persona, pero nos sentimos traicionados cuando nos vemos obligados a desarrollar esas mismas cualidades.

EL KARMA EQUILIBRA

El concepto del karma fue ampliamente introducido en el pensamiento occidental con el surgimiento del interés por las religiones orientales que se produce en la década de 1960. La palabra sugiere el funcionamiento de un destino para equilibrar la balanza por actos pasados, incluidos los de otras vidas. Podemos referirnos al concepto del karma cuando nos enfrentamos a un hecho por lo demás inexplicable, para dar a entender que, si se supiera todo, se está cumpliendo una justicia sutil. Con frecuencia se destaca el aspecto temible y retributivo del karma; en realidad, es la única definición que muchos conocen. Sin embargo, no es esa la esencia. El karma no es un principio punitivo ni vengativo, sino equilibrante.

Al pasar por el necesario asunto de la encarnación, que consiste en expandirnos a través de diversas dimensiones de experiencia, creamos todo tipo de efectos, reacciones y repercusiones. La Ley del Karma asegura el equilibrio a lo largo de toda esta actividad y expansión. Por lo tanto, en su sentido más amplio es una ley para curar los extremos y restaurar el equilibrio. Pero desde nuestra perspectiva, necesariamente limitada, su implacable trabajo puede parecernos muy duro. Y si no hubiera una clave por la cual se pudiera revertir el infinito proceso por el que se genera más y más karma, nuestra situación no será de evolución, sino de involución. Llegaríamos a empantanarnos tanto en las reacciones en cadena que no habría esperanza de alivio. Por suerte, la clave existe. Es el perdón.

EL PERDÓN CURA

Perdonar de verdad requiere comprender de verdad. Debemos ser capaces de mirar con claridad toda la escena, no retroceder ante ninguna parte, no negar nada, aceptarlo todo. En cierto sentido, esto significa que debemos convertirnos en expertos con respecto a lo que es preciso perdonar, para ver todos los aspectos, no sólo el propio.

Mediante el perdón somos perdonados. Esa frase del Padrenuestro que dice:”...perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”, adquiere un nuevo significado si uno amplía su perspectiva para incluir las muchas dimensiones de sí mismo, expresadas a lo largo de muchas vidas. Uno mismo en una parte de su vida, por ejemplo en la infancia, puede ser víctima, y ya hombre, estar a punto de convertirse en perpetrador. Sin duda ambos papeles, el de víctima y perpetrador, existen también dentro de nosotros, cuando analizamos nuestra evolución a lo largo de muchísimas vidas. A fin de curar por completo debemos reconocer, por fin, que no somos tan diferentes de nuestro enemigo, después de todo. Y entonces, como nuestro enemigo representa esa parte hasta allí inadmisible de nosotros mismos, la parte que hemos venido a curar, debemos aceptar o amar a ese enemigo, que nos ha ayudado a reconciliarnos con nuestro ser o alma.

Nuestro propio resentimiento, la amargura, el odio que sentimos hacia el que percibimos como enemigo y los males que deseamos a esa persona, todo eso constituye configuraciones del mal más potentes que cuanto ocurre en el plano físico. Para que se nos perdone el daño que hemos causado debemos perdonar todo el daño que nos han hecho. Es decir: debemos devolver bien por mal. En el acto mismo de perdonar se purifica nuestra aura y se eleva nuestra vibración.

En el Nuevo Testamento se nos dice que debemos perdonar, no una ni varias veces, sino “setentas veces siete”. En otras palabras, debemos perdonar interminablemente y sin reservas. Tal vez aún no comprendamos conscientemente en qué deuda hemos incurrido que haga necesario nuestro perdón, pero la resonancia morfogenética (el karma en acción) garantiza que atraeremos, no sólo nuestras lecciones, sino nuestras deudas y la oportunidad de pagarlas. Y cuando aparezca, el que podamos saldarlas de modo rápido e indoloro depende mucho de nuestra actitud.

El único “atajo” que he descubierto a través del karma es el perdón. Mediante el sencillo deseo de perdonar, toda nuestra situación se eleva a un plano superior que ese en el que opera la Ley del Karma. Ingresamos a un nivel donde ya no atraemos más dificultades y traumas similares mediante la resonancia. Entramos en el reino de la Gracia.

Y así, según realizamos las tareas grandes y pequeñas de cada encarnación, llenando meticulosamente cada espacio en el vasto mapa de nuestro viaje evolutivo, es el amor y el perdón los que, en definitiva, impregnan nuestra tela, cada vez más colorida, de una luz blanca y pura.

KARMA - REMEDIO
En el Camino de Retorno, nuestra primera tarea es remediar el karma que se haya generado en el largo proceso de profundización de nuestra conciencia. En el nivel más elevado del remedio no nos oponemos a nada: sólo ayudamos.

Con frecuencia hay evidencias físicas de los traumas sufridos en vidas pasadas, bajo la forma de cicatrices, marcas de nacimiento, deformidades o debilidades. También suele ocurrir que las vidas subsiguientes revelen el proceso incremental de la evolución de conciencia. Imaginemos, por ejemplo, que alguien haya estado relacionado con los caballos en muchas existencias, incluida alguna vida en que perdió a un ser amado en un accidente provocado por el capricho de un animal. El dolor de esa pérdida hizo que la ira y la angustia quedaron congeladas en ella. Entonces siguió una existencia como adiestrador de caballos, que se vengaba por medio de sus métodos brutales, ideados para eliminar cualquier capricho semejante, con lo que se obtenían caballos tan cansados por el castigo que eran sólo autómatas quebrados.

El cruel adiestrador, al morir, sufrió un despertar causado por una herida, que era consecuencia directa de su inhumanidad. Este despertar a la angustia que había infligido fue resultado de su propia experiencia personal del sufrimiento físico, combinado con la evolución de su conciencia.

Despertares tales pueden producirse mientras el ser está aún en el cuerpo físico o durante el “repaso postmortem”. Recordemos que durante el repaso postmortem, se ven los sucesos y experiencias de la encarnación recién completada con una claridad, objetividad y coherencia que no son posibles mientras estamos en el cuerpo físico, bajo la influencia de la personalidad. Este repaso provoca siempre una expansión de la conciencia. Traer esa expansión a la conciencia personal durante la encarnación física es la tarea corriente del alma, que debe operar dentro las limitaciones de tiempo, espacio y materia física.

Por mucho que deploremos la crueldad y nos resistimos al sufrimiento, es importante recordar que todas esas experiencias son necesarias, pues mientras estamos en el plano terrestre aprendemos y cobramos conciencia por medio del contraste, de la dualidad y de la experiencia de estados opuestos del ser. En general sólo tenemos conciencia de nuestra salud, por ejemplo, si recientemente hemos experimentado una enfermedad. Creemos que la abundancia no es debida, a menos que hayamos conocido primero privaciones. Y la conducta cruel puede no parecerlo tanto mientras no se la compara con expresiones de bondad y compasión. Hasta que nuestra conciencia evoluciona reaccionamos a nuestro propio sufrimiento con un deseo de venganza o retribución. Pero cuando desarrollamos la capacidad de sentir el sufrimiento ajeno, además del propio, despierta en nosotros, como en el adiestrador de caballos, una dedicación inversa a aliviar ese sufrimiento en vez de infligirlo.

Cuando esa persona fue un adiestrador brutal, estaba bajo el gobierno de sus emociones, sobre todo el deseo de venganza. Esto indica que aún se está en el Camino hacia fuera. Cuando se está curando el viejo karma generado durante esa vida previa, sirviendo a los animales y enseñando a quienes los cuidan sus suaves métodos de entrenamiento. Quizás hayan pasado muchas encarnaciones entre esa antigua vida de crueldad y la actual; en ella se va evolucionando, y actualmente con el abnegado servicio indica que es una persona en el Camino de Retorno.

En el Camino de Retorno, esta persona, a fin de que se produzca el remedio debe existir tanta compasión por esos seres humanos que, por temor o ignorancia, llegan a la crueldad inadvertida o deliberada como por los animales sujetos a esa crueldad. De otro modo, al juzgar las creencias y actos ajenos, se generaría más karma.

Esta persona ejemplifica una actitud de aceptación y amor, sirve magníficamente a los humanos como a los animales, y no culpa ni a unos ni a otros por los problemas que se producen entre ellos. Ha evolucionado hasta lo que, en mitología, se domina “el sanador herido”, el que comprende realmente por medio de la experiencia personal y que puede curar desde este sitio de comprensión.

El arquetipo del sanador herido está representado en muchas de esas personas que dedican la vida a un servicio compasivo. La familiaridad con las condiciones de aquellos a quienes ayudan puede haberse desarrollado mediante experiencias previas en esta vida o, estar ocultas en otras existencias. Cualquiera sea la fuente, la profundidad de su empatía y su respeto los diferencian y los tornan infinitamente más efectivos que quienes sólo muestran simpatía y buenas intenciones. La herida ha sido transformada en un don de entendimiento y curación, don que recibieron primero ellos mismos mediante el sufrimiento, y pudieron luego compartir con los demás.

Mi propia curación Y LA DE OTROS

Casi todos reaccionamos y opinamos según lo que ocurre en un momento dado de la historia en desarrollo. Un hecho aislado ¿es una bendición o una desgracia? Dejamos que lo decidan nuestras emociones. Pero si pudiéramos, de algún modo, librarnos mágicamente de las emociones (sobre todo del miedo, cuando nos acosa la adversidad) no la llamaríamos adversidad, sino “cambio”, porque eso es lo que todo acontecimiento o situación imprevista exige de nosotros: que cambiemos hasta cierto punto.

Los dos conceptos, adversidad y cambio, están tan inextricablemente ligados que tendemos a medir la gravedad de una dificultad por el grado de cambio que exige. Nos definimos según las situaciones y circunstancias que experimentamos a diario y nos resistimos a toda alteración, por el miedo muy básico a perder nuestra identidad. ¿Quién seremos si ya no podemos hacer lo que estamos habituados a hacer de la manera acostumbrados? ¿Podremos arreglarnos, enfrentar el desafío? Sabemos por instinto que el exceso de cambio y de tensión, por sobre nuestra capacidad de adaptación, debilita nuestra salud, tanto física como mental. Nos desvitaliza.

Sin embargo, el cambio es necesario para la vida, en verdad, es la esencia misma de la vitalidad. Cuando está bloqueado, se produce una disminución en el flujo de energía vital, que provoca la torpeza del estancamiento o la rigidez petrificada de la cristalización. La adversidad, que nos obliga a cambiar, nos incita, nos arranca de los hábitos viejos, nos estira y exige que despertemos y desarrollemos las partes no utilizados. Nos revitaliza.

Por lo tanto ¿qué es? ¿Revitalizante o desvitalizante? ¿Da energías o debilita? El cambio puede ser cualquiera de las dos cosas. Y puede ser ambas cosas a la vez.

Por ejemplo, cualquier emergencia pide y hasta exige de nosotros las cualidades y habilidades humanas más elevadas y heroicas. Requiere que emerja lo mejor. Frente a un gran peligro se deja caer la eterna fachada, se abandona la cautela y, de inmediato, emergen desconocidos habilidades para el liderazgo y la acción decisiva, en un heroico momento de integración, honestidad y verdad.

Los grandes acontecimientos que provocan cambios en la vida rara vez duran un momento, pero, aunque sean breves cataclismáticos, sus efectos se prolongan durante semanas, meses, años, décadas.

LA NATURALEZA DE LA CURACIÓN

La verdadera curación ocurre en planos mucho más sutiles que el físico e involucra configuraciones energéticas que han persistido a lo largo de muchas vidas. Liberar el cuerpo emocional de las distorsiones y los engaños que hay en él ejerce un efecto sumamente beneficioso en el funcionamiento físico, pero la curación más profunda posible es la del cuerpo mental.

Todo lo que somos durante una encarnación emana de los planos mentales, pues en verdad “así como el hombre piensa, así es él”. Según avanzamos en el Camino hacia Afuera, desde la inocencia a la madurez, nuestros traumas nos llevan a desarrollar creencias definidas sobre uno mismo y la naturaleza de la vida. Cuando empezamos a recorrer el Camino de Retorno, la vida se encamina hacia el desprendimiento de esas distorsiones.

SUGERENCIAS PARA CURARSE A SI MISMO

Siempre nos debatimos contra la adversidad. Necesitamos la ayuda de algunas sugerencias que nos recuerden cómo colaborar en el proceso de transformación. A continuación una lista de tales sugerencias:

- Busca siempre el lado positivo de toda adversidad
- No te permites la autocompasión
- Nunca culpes a otro de tus problemas
- Cultiva una actitud agradecida
- No evalúes tu situación ni las ajenas
- Evita el sentimentalismo
- Reconoce que una enfermedad no es castigo
- Busca oportunidades para servir
- Aprende a considerar la muerte como una curación.

Ahora veremos algunas de estas sugerencias:

BUSCA SIEMPRE EL LADO POSITIVO DE TODA ADVERSIDAD
Todo problema es una tarea encomendada por tu alma. Por lo tanto, debes reconocer que hay un propósito en tu problema, tu herida, tu dolencia, tu incapacidad, tu enfermedad terminal; trata de alinearte con esa adversidad, es decir: busca lo que trata de enseñarte. Recuerda que, desde la perspectiva del alma, un cambio de conciencia tiene mucho más valor que una cura.

NO TE PERMITAS LA AUTOCOMPASIÓN
Puedes pensar que un poco de autocompasión es natural y permisible, con tanto como estás sufriendo. Sin embargo, es una indulgencia odiosa que se vuelve habitual con facilidad. Una vez que se instala, el hábito de la autocompasión actúa sobre nuestra conciencia como una droga a la que somos adictos, proporcionando una seductora excusa para permitirnos más y permitirnos la autocompasión es, como consumir habitualmente drogas, una barrera muy efectiva contra el desarrollo espiritual.

NUNCA CULPES A OTROS DE TUS PROBLEMAS
Culpar a otros es, como la autocompasión, una práctica permisiva que nos impide hacernos responsables de nuestra propia vida. Ninguna parte de la ley espiritual establece que otra persona tenga la culpa de nuestros problemas, ni en esta vida ni en las anteriores. Si recordamos que todas nuestras dificultades, aun aquellas vinculadas con el prójimo, cumplen en nuestra evolución una finalidad importante, reconoceremos en nuestros enemigos a los agentes de nuestra iluminación. No obstante, esto no significa que debamos disfrutar de todos nuestros tratos con estos agentes del karma.

Un sabio refrán antiguo aconseja:”Cuando te enfrentes a in enemigo, alábalo, bendícelo, déjalo ir”. Bendecir a nuestros enemigos, desearles todo el bien que desearíamos para nosotros mismos, es un modo excelente de alcanzar la propia liberación.
La verdad superior oculta tras nuestras dificultades con otros es que, en realidad, estamos aquí para ayudarnos mutuamente a avanzar por el Camino. Sin negar que los problemas existen, podemos atemperar mucho las dificultades interpersonales enviando bendiciones.
CULTIVA UNA ACTITUD AGRADECIDA
A veces, cuando las cosas están muy mal, una revisión de nuestras bendiciones puede servir de excelente antídoto contra la depresión insidiosa y la autocompasión. Cuanto más nos concentramos en nuestras bendiciones, más liviana se nos hace la carta. Y si también podemos apreciar los progresos que ya hemos hecho (las lecciones aprendidas y la comprensión que hemos logrado al enfrentar los desafíos previos) esto nos ayuda a tener fe en que nuestras dificultades actuales también rendirán su fruto, a su debido tiempo.
Esta “actitud agradecida” no es, simplemente, un intento de restar importancia o negar una adversidad muy real, más bien, es una disciplina espiritual que consiste en apartar el foco de la conciencia de los aspectos negativos de nuestra situación y elevarlo hacia los positivos. Al apartar los pensamientos de lo negativo, con suave firmeza, lo positivo se convierte en una parte mayor de la realidad experimentada.
NO EVALÚES TU SITUACIÓN NI LAS AJENAS
Es virtualmente imposible, durante una encarnación, evaluar en que parte del Camino estás; tampoco suele ser posible, antes de completar la misión kármica, identificar siquiera qué se ha estado aprendiendo. Aunque es importante buscar la comprensión abriéndose a ella, una actitud crítica con respecto al propio avance es a un tiempo inadecuada y perjudicial. Confía en que, cualesquiera sean las condiciones exteriores de tu vida, estás avanzando.
Evita las comparaciones con otros. Cuando evaluamos nuestra situación frente a la del otro, estamos siempre comparando lo incomparable, pues no nos es posible ver con claridad todo el cuadro propio, mucho menos el ajeno.
Respeta los temas que conciernen a tu familia y a tu grupo, así como la parte que cada uno de vosotros desempeña, sin olvidar que en este plano se necesita del contraste para aprender. A veces ese contraste se produce por medio del conflicto y, por lo tanto, alguien debe proporcionarlo.
EVITA EL SENTIMENTALISMO
Según evolucionamos espiritualmente, aprendemos a disciplinar nuestras emociones, cultivar el desapego y ampliar nuestra perspectiva más allá de lo que es obvio, inmediato y personal. El sentimentalismo es una emotividad no esclarecida; dificulta este tipo de evolución y nos atrapa en las relaciones estereotipadas de nuestra cultura ante diversos acontecimientos.
RECONOCE QUE LA ENFERMEDAD NO ES CASTIGO
La enfermedad no es prueba de que tengamos defectos; tampoco indica que no estamos pensando de manera suficientemente positiva, aunque a veces los problemas físicos indican que una zona emocional de la vida requiere nuestra atención, no siempre es así, en absoluto. A veces padecemos físicamente porque, de alguna manera misteriosa, estamos cumpliendo con el karma.
Algunas enfermedades son, simplemente, resultado de estar en manifestación física. Literalmente, estamos hechos de material reciclado, y en el plano terrestre hay mucha energía contaminada.
El Tibetano, que dictó los múltiples volúmenes escritos por Alice Bailey, afirma que la finalidad de todo sufrimiento es limpiarnos y purificarnos. Por lo tanto, cualquiera sea la causa primordial de nuestra dolencia (problemas personales a los que no prestamos atención, deudas kármicas a pagar o contaminaciones planetarias que llevamos en nuestro vehículo físico), en cierta forma nos elevamos al soportar cualquier enfermedad que padezcamos.
BUSCA OPORTUNIDADES DE SERVIR
No todos podemos servir al prójimo con asesoramiento, terapia, asistencia social, etc.; tampoco debemos hacerlo. Hay muchas otras maneras de servir. Una de ellas es, simplemente, continuar con las actividades que realizamos normalmente, pero llevarlos a cabo con una conciencia más altamente desarrollada. El mundo necesita mucho de gente esclarecida en todas las esferas de la vida.
No hay nada más efectivo para causar un mayor bien en el mundo que el pensamiento puro, no contaminado por el deseo. Al dedicarte a alcanzar el contacto consciente con tu Poder Superior, te conviertes en un canal para esas energías superiores que elevan, inspiran y nos guían a todos.
APRENDE A CONSIDERAR LA MUERTE COMO CURACIÓN
La muerte es el punto en el que se cosecha todo lo que se ha ganado en determinada vida. Aun la muerte prematura, súbita o brutal, puede ser considerada como una curación, en cuanto el ser encarnado se ve libre de algo que, en el mejor de los casos, es una tarea difícil: vivir en el plano terrestre. Esotéricamente se considera que el suicidio y el asesinato son erróneos porque interrumpen de manera prematura el episodio kármico en desarrollo de un individuo, y no porque extingan una vida. La vida nunca se extingue ni se pierde en lo que llamamos muerte.

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Recopilación de diversos autores.
http://wayran.blogspot.com

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