31 de agosto de 2010

EMOCIONES DESTRUCTIVAS – Parte XI

DANIEL GOLEMAN

La raíz del apego

–Asumiendo, por un momento, el papel de maestro budista –dijo entonces el Dalai Lama, debo señalar que, en Fundamentos del Camino Medio, Nagarjuna explica el proceso que origina el surgimiento de las aflicciones y que se asienta en la creencia en la realidad independiente de las cosas, del yo, de los demás y del mundo. En tal caso, la interacción con los demás o con el mundo pone en marcha el proceso de atribución de cualidades agradables o desagradables que nos lleva a generar apego o rechazo por un determinado objeto.

Y, por más rápido que sea este proceso, el yogui o el meditador adiestrado puede llegar a discernir el mecanismo causal que pone en marcha este proceso.

Pero, en realidad, tampoco es preciso un gran entrenamiento para ello, porque la observación seria de la naturaleza del shunyata, es decir, la ausencia de naturaleza intrínseca e independiente del yo, también podría propiciar el mismo tipo de cambio. Este enfoque nos permite intervenir en el segundo estadio, el estadio de la proyección, y controlarlo de modo que no acabe conduciendo a la aflicción. Pero, aun en el caso de que se haya puesto en marcha el proceso de identificación con la realidad intrínseca del sujeto y del objeto, uno puede prolongar el intervalo que existe entre el instante de aprehensión y la aparición de la aflicción. Existe un lapso, pues–que podría prolongarse, entre el momento de identificación y la subsiguiente proyección.

Del mismo modo, el hecho de que alguien aprehenda un objeto no necesariamente supone una cosificación de la realidad independiente de ese objeto.

–Lógicamente, pues –señaló Francisco todo ello debería tener su correlato físico y cerebral que podría determinarse científicamente.

–Lo cierto –replicó el Dalai Lama es que ignoramos si los científicos podrán llegar a discriminar la diferencia que hay entre los correlatos cerebrales del proceso de cosificación y los de la aprehensión. La aprehensión de un objeto no necesariamente va acompañada de su cosificación, pero, como digo, todavía queda por ver si es posible determinar neurológicamente esa diferencia.

¿Qué es lo que sucede, por ejemplo, cuando analizamos detenidamente la percepción de una flor? En un primer momento, usted sólo capta la flor, sin cosificación alguna. Ésa es una cognición válida. Pero normalmente el proceso prosigue en un momento posterior en el que tiene lugar la cosificación de la flor, a partir del cual se adentra en una modalidad falsa de cognición.4

De modo que –concluyó el Dalai Lama, dirigiéndose a Francisco todavía queda por ver la posibilidad de descubrir los correlatos neuronales concretos que se corresponden con el primer momento de aprehensión de la flor y con el segundo de cosificación.

– ¿No les parece un interesante experimento? –comentó Francisco.

Algunas propuestas

Con evidente entusiasmo ante las posibilidades experimentales que se abrían, el Dalai Lama propuso entonces varias alternativas:

–También podríamos investigar la existencia de alguna diferencia cerebral entre la cognición válida y la cognición falsa. En este sentido, por ejemplo, podría mostrarse a alguien la fotografía de una persona a quien conoce de nombre, pero a la que nunca ha visto. Entonces, por ejemplo, usted puede decirle que se trata de tal persona, y el se lo creerá. Pero la foto, en realidad, pertenece a otra persona con lo cual, desde la perspectiva de la epistemología budista, es un ejemplo de cognición falsa.

Luego le dice que le ha engañado y que la fotografía en cuestión no es de tal persona, sino de tal otra, momento en que, abandona la idea que se había formado y asume una nueva comprensión que ahora es una cognición válida. El experimento que propongo, en definitiva, aspiraría a determinar si cada una de estas dos cogniciones –la verdadera y la falsa del mismo objeto (a saber, la imagen de la fotografía) va acompañada de una actividad neuronal diferente.

–En este sentido –comentó Richard Davidson se han realizado algunos experimentos muy interesantes. Veamos un ejemplo muy sencillo. Usted tiene dos luces de diferente intensidad, una fuerte y otra más débil, cada una de las cuales va precedida de un tono diferente de modo que, apenas se presenta el tono, el sujeto sabe ya cuál es la luz que está a punto de encenderse. Luego presenta una luz de intensidad intermedia que, en algunas ocasiones, va precedida del primer tono y, en otras, del segundo. La investigación ha demostrado la existencia de una región cerebral que rastrea directamente la intensidad de la luz, independientemente del sonido que le precede. Y ello no anula la existencia de otras regiones cerebrales que se ocupan de la expectativa creada por el tono.

Este comentario avivó el interés del Dalai Lama, que procedió entonces a proponer otra serie de experimentos.

–También sería interesante estudiar, desde una perspectiva neurobiológica, la posibilidad de detectar diferencias en la actividad cerebral cuando la mente aprehende un objeto y cuando no lo hace, es decir, cuando la mente detecta una apariencia sin registrarla.

¿Existe –siguió diciendo alguna diferencia entre la percepción de un objeto físico y la percepción de su simple imagen visual? Eso sería realmente fascinante.

–Son varias, hasta el momento, las investigaciones –respondió Francisco que han corroborado esa diferencia.

–También me pregunto –prosiguió el Dalai Lama si la investigación cerebral podría permitirnos discernir la activación de la inteligencia de la activación de una emoción que no está ligada a ella.

Asumiendo de nuevo la perspectiva budista –continuó el Dalai Lama– quisiera señalar ahora la existencia de dos grandes modalidades de meditación. Una de ellas es la concentración –conocida como shamatha o samadhi (que consiste simplemente en la estabilización y focalización de la mente)– y la otra es la llamada meditación vipashyana o de la visión penetrante (en la que uno examina realmente la naturaleza de la realidad). También sería fascinante determinar si cada una de ellas tiene sus propios correlatos cerebrales.

Como ya hemos visto en el capítulo 1, esta experiencia fue llevada a cabo al año siguiente en el laboratorio de Richie Davidson en Madison.

–Otra investigación muy interesante –intervino entonces Richie, sumando así su propia propuesta a este aluvión de ideas sería aquella que pudiera demostrar a la ciencia occidental que la ignorancia o la ilusión son emociones que afectan a nuestra percepción y distorsionan nuestra capacidad de percibir la realidad tal cual es. Partiendo de este modelo, podríamos determinar las regiones cerebrales en las que los circuitos emocionales influyen en los perceptuales y distorsionan así nuestra capacidad de aprehender el mundo. Existen algunos interesantes experimentos realizados en este sentido que veremos mañana.

Volviendo a una diferencia fundamental

Alan Wallace cambió entonces de tema y volvió a centrar la atención en una cuestión muy importante que ya había sido formulada por Paul, Owen y Richie:

– ¿Existe alguna diferencia entre la visión budista y la occidental hacia alguna de estas emociones destructivas? Aristóteles dijo que uno debería encontrar el grado apropiado para la ira y otras emociones. Richie ha sugerido que uno debe encontrar expresarlas en el contexto adecuado. ¿Qué es lo que dice el budismo a este respecto?

Si tenemos en cuenta lo dicho por Su Santidad y nos mantenemos en el contexto secular –dejando de lado, pues, la aspiración al nirvana, parece que existen diferencias muy significativas. Si usted está perdidamente enamorado, por ejemplo, y quiere alcanzar el nirvana, deberá acabar renunciando al amor romántico, porque éste se encuentra demasiado entremezclado con el apego y le impedirá el logro del nirvana. Pero, si dejamos de lado el nirvana y nos atenemos al contexto de la vida cotidiana, la ausencia de amor y de afecto entre las personas que llevan a establecer una pareja y tener hijos acabaría con la especie humana. De modo que, en este sentido, el budismo coincide con la idea de que existen circunstancias y grados apropiados para la manifestación del amor romántico.

En lo que respecta a la ira, no obstante –prosiguió Alan, el ideal budista parece diferir tanto de la visión aristotélica como de la visión sustentada por la moderna psicología. Aunque, desde un punto de vista práctico, resulte muy difícil liberarse de la ira, el ideal budista aspira a erradicarla completamente, aun cuando uno pudiera pensar que, en ciertas circunstancias, resulta justificada y apropiada. En este sentido, el budista diría que no se trata tanto de no tener emociones, como de buscar alternativas que sirvan para afrontar la situación de un modo más adecuado y eficaz. Yo creo que se trata de una diferencia muy importante.

–Pero resulta que –acotó entonces el Dalai Lama en inglés– en un contexto secular, es imposible que la persona normal y corriente elimine completamente las emociones negativas.

–Resumiendo –dije entonces– aunque no podamos liberarnos por completo de las emociones destructivas, convendría determinar los métodos más adecuados para reducir su impacto. Para ello precisamente estamos aquí.

–Así es –subrayó con énfasis el Dalai Lama y se trata de un intento que realmente merece la pena.

Ahí acabó nuestra sesión.

Para Paul, el día había sido un tanto frustrante, en especial por el curso serpenteante que había tomado el debate de la tarde, que no parecía guardar gran relación con su presentación. Según dijo Paul, antes de la pausa para tomar el té, el Dalai Lama había comentado que convendría dejar de lado el nirvana y centrar nuestra atención en las realidades de la vida cotidiana. "¿Qué podía ser más útil –había señalado el Dalai Lama– para quienes no estuvieran interesados en el budismo que encontrar formas más eficaces de afrontar sus emociones destructivas?" Pero, en su opinión, tal cosa no había ocurrido y habíamos seguido moviéndonos por derroteros demasiado teóricos perdiendo así de vista la dimensión práctica.

En cierto modo, yo también compartía la frustración de Paul. Pero también sé que estos debates van madurando y desarrollándose a lo largo de los días y que muchas de las cuestiones e ideas a las que nos habíamos referido acabarían dando su fruto en los días venideros.

TERCER DIA LAS VENTANAS DEL CEREBRO

22 de marzo de 2000

8. LA NEUROCIENCIA DE LA EMOCION

Con el paso del tiempo, la psicología ha ido alejándose gradualmente de sus orígenes en la filosofía y las humanidades y acercándose a las ciencias del cerebro. Este cambio ha sido la inevitable consecuencia de los nuevos métodos de investigación cerebral que han puesto de relieve el fundamento neuronal de nuestra vida emocional y mental.

Freud y quienes siguieron sus pasos durante los últimos tres cuartos de siglo no tuvieron la ocasión de investigar directamente el modo en que el cerebro influye sobre nuestro comportamiento. En la época de Freud, los vínculos entre la conducta y el funcionamiento del cerebro eran un continente inexplorado, una auténtica tierra incógnita. A decir verdad, la neurociencia ha acabado corroborando la veracidad de algunas hipótesis pioneras de Freud como, por ejemplo, el poder de los procesos inconscientes para determinar nuestras acciones. Pero, más allá de estas confirmaciones puntuales, la absoluta falta de métodos para la observación del funcionamiento cerebral dio carta blanca a los primeros teóricos de la psicología a la hora de elaborar todo tipo de explicaciones pintorescas acerca de la conducta humana que no guardan la menor relación con lo que realmente sucede en el cerebro.

Un siglo después de Freud, sin embargo, las cosas han cambiado mucho, y hoy disponemos de teorías firmemente asentadas en los descubrimientos realizados por la reciente investigación cerebral. Así, aunque, durante la mayor parte del siglo XX, la psicología pretendió explicarlo todo –desde la esquizofrenia hasta el desarrollo infantil sin referencia alguna al funcionamiento cerebral– esa actitud, hoy en día, ha dejado ya de ser plausible.

Los fundamentos neurológicos de la psicología moderada quedaron bien patentes en la presentación realizada por Richard Davidson en torno al cerebro y las emociones. Davidson ha dedicado su vida al estudio e investigación del fundamento neurológico de la emoción utilizando, para ello, los métodos científicos más sofisticados y vanguardistas.

En primer lugar, el laboratorio de Davidson, en Madison, utiliza una versión muy novedosa del electroencefalógrafo (EEG), un instrumento muy frecuente en los departamentos de neurología de los hospitales que se emplea para el registro de las ondas cerebrales. Pero el EEG sólo detecta la actividad cerebral que se produce inmediatamente por debajo del cuero cabelludo, algo que se asemeja a cartografiar el mapa meteorológico de Estados Unidos registrando sólo las temperaturas en las localidades fronterizas con Canadá. El equipo de Davidson, sin embargo, dispone de un software muy moderno y de un sofisticado sistema de electrodos que no sólo le permite detectar la actividad que hay en la superficie del cerebro, sino también en regiones mucho más profundas, con lo cual está en condiciones –por seguir con el ejemplo anterior– de elaborar un mapa climático completo basado en el registro de la temperatura de todo el país.

Además, el laboratorio de Davidson también dispone de un escáner de resonancia magnética nuclear (RMN) funcional, que le permite detectar pequeñas modificaciones en el flujo sanguíneo de todo el cerebro durante una determinada actividad mental. A diferencia de los escáneres RMN habitualmente utilizados en los hospitales, que nos brindan instantáneas del funcionamiento cerebral, el RMN funcional nos proporciona lo que podríamos asemejar a un vídeo que permite a los investigadores determinar los cambios precisos que se producen en el cerebro durante una determinada actividad. Recordemos que tanto el RMN funcional como el EEG de localización de fuente fueron ambos utilizados en la investigación llevada a cabo en Madison con el lama Oser.

También debemos decir que el laboratorio de Davidson dispone de un equipo de tomografía de emisión de positrones –conocido como escáner PET–, que utiliza trazadores radiactivos para evaluar la actividad cerebral de los neurotransmisores y, de ese modo, permite a los investigadores establecer cuál de los varios centenares de neurotransmisores existentes se halla implicado en una determinada actividad.

No cabe la menor duda de que las conclusiones de Freud hubieran sido muy diferentes de haber podido contar con los métodos de que actualmente dispone Davidson para su investigación y cuyos resultados estaba a punto de presentarnos.

La aportación de Davidson al diálogo sobre el papel que desempeñan las emociones destructivas en el funcionamiento del cerebro resultó decisiva para nuestro encuentro. Porque orientó la atención de los presentes hacia la práctica y alentó el esbozo de un programa que no sólo nos ayude a superar las emociones destructivas, sino que también pueda contribuir al desarrollo de las emociones positivas.

El clima se enfrió súbitamente, el cielo se encapotó y amenazaba tormenta. Y, aunque el resfriado del Dalai Lama parecía haber empeorado, ese día nos sorprendió llegando con anticipación a la sesión de la mañana, una actitud que evidenciaba claramente un interés que se vio luego confirmado por las muchas preguntas que formuló.

Cuando todos los participantes y observadores ocuparon su lugar, tomé la palabra y expuse la agenda que abordaríamos ese día.

Según el modelo que nos presentó ayer el venerable Kusalacitto, el debilitamiento de las emociones aflictivas va acompañado de la emergencia de un conjunto de emociones sanas. Y, aunque no estemos hablando de la realización última, este modelo nos proporciona un horizonte nuevo sobre las posibilidades del desarrollo humano y un modo de determinar el avance realizado en esa dirección.

Su Santidad nos ha solicitado el desarrollo de aplicaciones prácticas que puedan contribuir a la formulación de una ética secular válida y útil para la humanidad. También hemos visto el papel que desempeña la ilusión como fundamento de todas las emociones aflictivas. Éste será uno de los temas que hoy abordará Richard Davidson cuando nos hable de las bases cerebrales de las emociones aflictivas que el budismo denomina los Tres Venenos, es decir, la ira, el deseo y la ilusión.

Su Santidad ya conoce a Richard Davidson, él fue el moderador del último encuentro organizado por el Mind and Life Institute. Se trata de uno de los principales investigadores actuales del nuevo campo de la neurociencia afectiva, la ciencia cerebral que se ocupa de la emoción.

Una educación alternativa

Davidson empezó su sobresaliente carrera el primer día en que, siendo todavía estudiante de la Midwood High School –una escuela de Brooklyn orientada a alumnos que mostraban una especial habilidad para la ciencia– sostuvo un electrodo entre sus manos. Davidson se había presentado como voluntario para trabajar en el laboratorio de investigación del sueño del Maimonides Medical Center y se le había encomendado la tarea de limpiar los electrodos que acababan de ser utilizados en un estudio sobre los ritmos cerebrales que acompañan al sueño.

Los electrodos han acabado convirtiéndose para Davidson –a quien casi todo el mundo conoce como Richie en una herramienta fundamental, y hoy en día es director del Laboratory for Affective Neuroscience de la University of Wisconsin en Madison, un centro de investigación auténticamente pionero en el esfuerzo de convertir la psicología en una ciencia cerebral.

Conocí a Richie en 1972 cuando se sentó a mi lado en la primera clase del seminario de psicofisiología impartido, la noche de los lunes, por Gary Schwartz en Harvard. Yo acababa de regresar de un viaje de quince meses a la India becado por Harvard para el estudio de la meditación y de las psicologías orientales tradicionales y me había apuntado al curso para aprender los métodos utilizados por la psicofisiología, porque quería hacer una tesis centrada en la meditación como técnica para ayudar a las personas a gestionar más adecuadamente sus reacciones físicas al estrés.

Pero lo cierto es que Richie no sólo había ido a Harvard para tener la oportunidad de estudiar con Schwartz, sino también para conocerme a mí. Resulta que, durante mi estancia en la India, había escrito varios artículos sobre la meditación y sus efectos en la mente y el cuerpo que se habían publicado en el especializado Journal of Transpersonal Psychology. Richie –que, por aquel entonces, se hallaba en la New York University y estaba muy interesado en las tradiciones orientales y en el estudio de la mente había leído esos artículos; y fue ciertamente curioso que, sin conocerme, se sentara justo a mi lado.

Cuando terminó la clase me ofrecí a llevarle a su apartamento en mi furgoneta Volkswagen roja repleta de estampas de yoguis hindúes, lamas tibetanos y otros maestros espirituales a quienes había conocido, o con quienes había estudiado durante mi peregrinaje por toda la India. Según me dijo meses después, la entrada en mi automóvil supuso para él, cuyo mundo se hallaba exclusivamente circunscrito a Brooklyn y el campus de la University Heights en el Bronx, una revelación que hizo estallar en pedazos su mente.

Durante ese pequeño viaje hablamos largo y tendido de mi fascinación por la meditación y sus efectos y de la gran relación que ello tenía con sus intereses personales y científicos. En ese momento, Richie supo que se hallaba en el lugar adecuado, puesto que sintió una sensación de conexión y de seguridad, y supo que "eso" era, precisamente, lo que estaba buscando. Para Richie, ese paseo significó el vislumbre de una visión alternativa que, más tarde, le llevó a viajar a la India para estudiar con algunos de los maestros de meditación de quienes le hablé esa noche y que, a la postre, han acabado también conduciéndole a este encuentro en Dharamsala con el Dalai Lama.

Alentando el desarrollo

Mientras estuvimos en Harvard, Richie y yo escribimos un artículo señalando que el uso de la meditación para adiestrar la atención puede provocar "efectos rasgo", es decir, cambios psicobiológicos beneficiosos y permanentes que representaron el precursor de lo que, con el paso del tiempo, han acabado dando origen a las nociones de plasticidad cerebral y emocional.1 Pero todavía debía pasar un tiempo para que la ciencia se hallara en condiciones de admitir esas ideas.

Richie siempre ha sido un científico interesado en el desarrollo, descubriendo razones y formas de investigar el funcionamiento de la mente que, si bien empiezan despertando ciertas resistencias, todo el mundo acaba aceptando. Cuando todavía era alumno de la NYU, Davidson escribió en colaboración con la psicóloga Judith Rodin (hoy en día rectora de la University of Pennsylvania) un trabajo pionero en el estudio de la imaginería mental. Y debo decir que todo ello ocurría en una época en la que la psicología se hallaba sojuzgada por el conductismo, según el cual el único objeto válido de investigación científica era la actividad observable y, en consecuencia, se negaba a conceder el menor valor a cualquier tipo de experiencia interna. Por ello, que la fascinación de Richie por los procesos mentales –como las imágenes que sólo pueden verse con el ojo de la mente se oponía frontalmente a la ortodoxia dominante.

Pero Richie no se arredraba con facilidad y siguió investigando lo que entonces era el nuevo campo de la psicología cognitiva y acabó desarrollando nuevos métodos que le permitieron sustraerse al influjo del conductismo. Pero hay que decir que, con el paso del tiempo, la psicología cognitiva también terminó estableciendo su propia ortodoxia, una ortodoxia que desdeñaba la emoción y afirmaba que lo único que merecía la pena investigar eran operaciones mentales como las imágenes y la memoria.

Entonces fue cuando Richard Davidson se empeñó en destronar el nuevo dogma científico. Richie recuerda cierta conversación que se produjo a mediados de los años sesenta, poco antes de abandonar la universidad, con nuestro mentor en Harvard, el difunto psicólogo David McClelland, en la que éste le insistió en la necesidad de despreocuparse de lo que pensara el resto del mundo y creer en sí mismo y seguir el camino que le dictaba su intuición científica.

Fue cuando tomó la decisión de emprender un camino –que, por aquel entonces, discurría por los márgenes del conocimiento científico que le llevaría a investigar los vínculos que existen entre el cerebro y las emociones. Y no sólo eso, sino que su atención se centró en el papel que desempeñan los lóbulos prefrontales en las emociones en una época en que el conocimiento neurológico convencional sostenía que las emociones se asientan en las regiones profundas evolutivamente más remotas del cerebro, en especial el sistema límbico y el tallo cerebral. En esa época se creía que la región prefrontal –el área cerebral evolutivamente más reciente se ocupaba sólo de las funciones superiores, es decir, del pensamiento y la planificación.

Sin embargo, Richie había estudiado con Norman Geschwind, el gran neurólogo conductista de la Harvard Medical School, que, basándose en las distorsiones emocionales que presentaban pacientes con distintos tipos de lesiones cerebrales, llevó a cabo una serie de ingeniosas observaciones clínicas. Otra de sus fuentes de inspiración fue el hecho de estudiar neuroanatomía en el Massachusetts Institute of Technology con Wally Nauta, uno de los principales neuroanatónomos del siglo XX. Nauta estaba especializado en la región frontal y fue la primera persona a quien Richie escuchó hablar de las vías neuronales que conectan la corteza prefrontal con los centros emocionales ubicados en las regiones más profundas del cerebro. Esos vínculos eran entonces poco conocidos y muy cuestionados, pero Nauta no tenía el menor problema en desafiar el conocimiento convencional e inspiró a Richie a investigar la relación que existe entre el área prefrontal y las emociones.

El inicio de una nueva disciplina

En los años en que trabajó como profesor adjunto en el campus de la State University of New York, Richie vio rechazados una y otra vez sus proyectos de investigación y los artículos que enviaba a distintas revistas científicas. Lentamente, sin embargo, otros investigadores empezaron a seguir sus pasos, en parte motivados por la búsqueda de respuestas a cuestiones como por qué, a pesar de estar sometidos a la misma tensión nerviosa, hay quienes se desmoronan y hunden físicamente, mientras que otros superan la situación y disfrutan de una vida larga y saludable. Tal vez, la respuesta a todo ello se asentara en las diferencias que hay en los circuitos cerebrales en que Richie estaba interesado.

Pero no debemos olvidar que la ciencia también está sujeta a cambios. Recordemos que el estudio de las emociones floreció durante el apogeo del psicoanálisis freudiano para acabar marchitándose bajo el asedio de los conductistas, que dominaron la escena hasta los años sesenta para terminar, a su vez, pasando el testigo a los psicólogos cognitivos. Pero, como ya hemos apuntado en otro lugar, el enfoque cognitivo –que asimila el funcionamiento del cerebro al modelo de un procesador de información es tan frío como el conductismo.

En el momento en que los científicos empezaron a preocuparse por el modo en que el funcionamiento del cerebro da lugar a la vida mental emergió el nuevo campo de la neurociencia cognitiva. Y, cuando se descubrió la existencia de una intrincada red de conexiones neuronales que vinculan los pensamientos a los sentimientos, es decir, la cognición a la emoción, se abrió una puerta completamente nueva para el estudio científico de las emociones. En la actualidad, Richard Davidson es considerado como uno de los científicos que ha puesto en marcha la disciplina que, actualmente, se conoce como neurociencia afectiva y que se ocupa del estudio de la relación entre el cerebro y las emociones. Así fue como una investigación que antaño se viera desdeñada como mera especulación ha acabado convirtiéndose en la semilla de una nueva disciplina científica que corrobora las persistentes intuiciones de Richie.

En 1985, Richie se trasladó a la University of Wisconsin, donde sus intereses científicos recibieron una excelente acogida. La universidad le subvencionó con diez millones de dólares para construir un laboratorio en el que llevar a cabo sus investigaciones con la ayuda de un amplio plantel de colaboradores que van desde neurocientíficos hasta físicos. En la actualidad, Davidson es director del Laboratory for Affective Neuroscience y del W.M. Keck Laboratory for Functional Brain Imaging and Behavior, uno de los pocos laboratorios del mundo que se ocupa de investigar las relaciones que existen entre el cerebro y la emoción. También ocupa dos cátedras en las facultades de psicología y de medicina de la University of Wisconsin, una de las cuales lleva el nombre de su héroe William James.

Richie cree que la ciencia es el acerbo principal de la cultura moderna y también ha manifestado, desde muy temprano, un gran interés en los fundamentos cerebrales de la experiencia humana. En consecuencia, no sólo considera aceptable el estudio científico de la conciencia humana, sino que cree que puede tener un poderoso impacto sobre la sociedad en general.

Cuando el congreso de Estados Unidos pidió al National Institute of Health que seleccionase cinco centros de estudio para investigar las interacciones entre la mente y el cuerpo, el laboratorio de Davidson recibió una subvención de once millones de dólares a fin de investigar, entre otras cosas, los efectos de la meditación en el cerebro, el sistema inmunológico y el funcionamiento endocrino y, en consecuencia, en la salud. También hay que decir que ésa fue –y hay que recordar que estamos hablando de 1989– la primera ocasión en que la administración federal sufragaba un proyecto destinado de forma explícita al estudio de los efectos de la "meditación", algo impensable sólo cinco años antes, que ponía claramente de relieve que, en este sentido al menos, la ciencia estaba experimentado un cambio.

Hoy en día, por vez primera en su carrera, Richie cree que la ciencia dispone ya de métodos para el estudio riguroso del cerebro y de la conciencia humana. Y es que las sofisticadas herramientas de investigación cerebral de que su laboratorio le han permitido demostrar de manera fehaciente la relación entre los lóbulos prefrontales y el sistema límbico y unificar así el pensamiento y el sentimiento, la cognición y la emoción, una investigación que no sólo le ha servido para reivindicar a Wally Nauta, sino también a sí mismo.

La neurociencia de las emociones aflictivas

Richie parecía muy relajado cuando tomó asiento en el sillón del presentador. Él había moderado el quinto encuentro del Mind and Life Institute, que había girado en torno al altruismo y la compasión y ahora presentaba al Dalai Lama el manuscrito de ese encuentro, titulado Visions of Compassions, que había editado con Anne Harrington, de la Harvard University.

"Los científicos que han participado en estos diálogos –comenzó diciendo se han visto irreversiblemente afectados por ellos. Y es que estos encuentros parecen provocar cambios muy importantes en nuestra perspectiva que se ponen claramente de relieve cuando regresamos a nuestras respectivas comunidades científicas."

Este comentario pareció premonitorio porque no tardaríamos en ver sus efectos prácticos.

"Quisiera comenzar –dijo, entrando ya en su presentación formal– hablando de tres grandes cuestiones. La primera de ellas tiene que ver con algunos de los mecanismos cerebrales que subyacen a las emociones y su regulación, y me gustaría revisar ciertos fundamentos evolutivos. Luego quisiera centrar la atención en varias cuestiones esenciales para cualquier visión neurocientífica de los estados emocionales aflictivos. Y, en tercer lugar, presentaré algunos hechos y teorías ligados a los tres principales estados emocionales aflictivos, la ira, la agresividad y el miedo, por una parte; el deseo, por otra, y la ilusión o ignorancia, por último.

"La neurociencia –continuó Richie nos enseña que cualquier conducta compleja –como la emoción, por ejemplo no se asienta en una sola región cerebral, sino en la conjunción de distintas regiones cerebrales. No existe, pues, ningún centro concreto que regule el funcionamiento de la emoción, como tampoco lo hay para jugar al tenis o para cualquier otra conducta compleja. Todo ello implica la interacción de diferentes regiones de la corteza cerebral."

Richie mencionó en este sentido varias regiones corticales como el lóbulo frontal, ubicado justo detrás de la frente, una zona que resulta esencial para la regulación de las emociones que luego abordaría con más detalle. También habló del lóbulo parietal, en el que se unifican las representaciones procedentes de todos los sentidos, como la visión, la audición y el tacto, por ejemplo, y señaló que el lóbulo parietal desempeña un papel fundamental en las representaciones mentales, como, por ejemplo, cuando imaginamos algo con "el ojo de la mente".

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Cuando Richie proyectó la primera diapositiva, el Dalai Lama –siempre tan atento pidió al monje encargado de ello que apagara la luz y preguntó a la cámara que se ocupaba de grabar el evento si disponía de luz suficiente.

La diapositiva mostraba la parte interior de un corte sagital del cerebro, y Richie centró entonces su atención en las regiones cerebrales ligadas a las emociones destructivas y a su regulación.

En este sentido, Richie señaló los lóbulos frontales, que son los centros ejecutivos del cerebro y desempeñan un papel fundamental en la regulación de las emociones. Luego llamó nuestra atención hacia la amígdala –formada por un par de estructuras del tamaño de una nuez de cerca de 1,5 centímetros cúbicos, ubicadas a ambos lados del cerebro, otra región esencial para las emociones que se halla sepultada en la región conocida como sistema límbico, ubicada en medio del cerebro.

"La amígdala –dijo Richie resulta fundamental para cierto tipo de emociones negativas, como el miedo, por ejemplo."

En los días siguientes escucharíamos muchas otras cuestiones negativas acerca de la amígdala y del papel esencial que desempeña en las emociones destructivas.

Entonces, el Dalai Lama preguntó –como suele hacer por las implicaciones de lo dicho en el caso de los animales. No olvidemos que su compromiso de compasión hacia todos los seres también engloba a los animales y, a lo largo de este diálogo, como también sucedió en otras ocasiones, amplió la discusión hasta llegar a incluirlos. Lo que dijo concretamente es que los animales muestran emociones que parecen semejantes al miedo humano y preguntó si su cerebro posee las mismas estructuras que las del cerebro humano. Richie respondió afirmativamente diciendo que todos los mamíferos las poseen, pero que, en el caso del ser humano, los lóbulos frontales son mayores.

Emociones fuera de lugar

Davidson prosiguió su visión general de la neuroanatomía pasando entonces al hipocampo, una estructura elongada que se halla ubicada justo detrás de la amígdala y que está muy ligada a la memoria. Según dijo, el hipocampo desempeña un papel muy importante en la emoción, porque resulta esencial para valorar el contexto en el que se producen los acontecimientos.

"Yo podría estar –dijo en un entorno en el que me ocurren cosas buenas –como, por ejemplo, mi casa, donde me siento seguro y amado por mi familia, de modo que el simple hecho de hallarme en él resultase reconfortante. En este sentido, el hipocampo se ocupa de la valoración del contexto físico en el que nos hallamos.

Tengamos en cuenta que ciertas afecciones emocionales –como la depresión y el trastorno de estrés postraumático, por ejemplo van acompañadas de una disfunción del hipocampo."

–¿Es cierto que –preguntó entonces el Dalai Lama cuando una determinada región del cerebro está dañada y, en consecuencia, también lo está su correlato mental, hay ocasiones en que, con el paso del tiempo, otras áreas asumen el control de las tareas de las que se encarga esa región? ¿Ocurre también lo mismo con las regiones que estamos considerando? ¿En qué casos es posible esa suerte de reemplazo y cuándo, por el contrario, el daño es irreversible?

–Ésta es una cuestión muy interesante –respondió Richie. Tanto en el caso de la depresión como en el del trastorno de estrés postraumático se ha observado una disminución objetiva del tamaño del hipocampo. Pero, en el último año, se ha descubierto que, cuando la depresión es tratada con antidepresivos, el hipocampo no se atrofia del mismo modo que cuando permanece sin tratar.' Basándonos, pues, en lo que hoy en día sabemos –y debo señalar que nuestro conocimiento al respecto todavía sigue siendo muy limitado podemos afirmar que el hipocampo es una estructura muy plástica y que sus funciones –al igual que ocurre con otras estructuras cerebrales pueden verse parcialmente asumidas por regiones cerebrales distintas.

–Vamos a ver si lo entiendo –dijo el Dalai Lama. ¿Está usted acaso afirmando que, cuando uno no está deprimido, las funciones primarias del hipocampo tienen que ver con la memoria y con el reconocimiento del contexto? ¿Quiere decir que, cuando uno está deprimido, el funcionamiento del hipocampo también se encuentra dañado?

–Correcto.

– ¿Y que cuando uno –prosiguió el Dalai Lama logra sobreponerse a la depresión recupera su funcionamiento normal?

–Así es.

–Tal vez entonces –añadió bromeando el Dalai Lama si la única función del hipocampo es la de sumir al sujeto en la depresión, fuese mejor extirparlo.

–Pero resulta –respondió Richie que ésa no es su única función y que se trata de una estructura absolutamente necesaria. Lo importante es que todo ello nos proporciona una comprensión muy importante de la visión occidental de las emociones destructivas, las emociones que no son apropiadas a la situación. Es natural, por ejemplo, que alguien se sienta triste cuando muere un ser querido, pero la persona deprimida experimenta tristeza en contextos que no son apropiados, lo cual puede deberse a algún tipo de disfunción del hipocampo. No olvidemos que el hipocampo nos proporciona información sobre el contexto y nos ayuda a dar una respuesta emocional adaptada a él. Uno de los problemas de los trastornos emocionales, pues, consiste en la expresión de la emoción en un contexto inapropiado.

Y algo parecido sucede también en los casos del miedo y de la fobia, su extremo patológico. Porque, si bien resulta adecuado experimentar miedo ante una amenaza a nuestra supervivencia física, no lo es la respuesta de la persona fóbica que experimenta miedo en contextos en los que no existe ninguna amenaza real y, mucho menos, una amenaza a la supervivencia física, en cuyo caso también existe una hipótesis que implica una posible disfunción del hipocampo.

Dicho en otras palabras –concluyó– una de las pruebas para determinar si alguien está emocionalmente trastornado es la presencia de una respuesta emocional inapropiada al contexto que pueda deberse a algún tipo de disfunción del hipocampo. Ésta es una relación que, hasta el momento, sólo se ha estudiado en los casos del miedo y la tristeza, aunque tal vez pueda también aplicarse a otras emociones, como la ira y la ansiedad.

El modo en que la experiencia modifica nuestro cerebro

Richie habló entonces de los cambios que ha experimentado el tamaño del cerebro en el curso de la evolución de las distintas especies de primates hasta llegar al ser humano.

"El gran tamaño relativo que ocupa el lóbulo frontal del ser humano con respecto a la totalidad de su cerebro debe estar relacionado con cualidades distintivamente humanas. Y cabe señalar, en este sentido, que los lóbulos frontales desempeñan un papel fundamental en la regulación de las emociones (uno de los rasgos más propiamente humanos) y que su disfunción parece estar ligada a las emociones destructivas."

– ¿Acaso está sugiriendo que los animales carecen de sistema de regulación de las emociones? –preguntó de nuevo el Dalai Lama, ampliando una vez más su preocupación al ámbito de los animales.

–Lo poseen, pero no es tan sofisticado como el de los seres humanos.

El Dalai Lama entonces asintió satisfecho inclinando la cabeza.

"Uno de los descubrimientos más interesantes realizados por la moderna neurociencia en los últimos cinco años ha sido que la experiencia influye en las regiones cerebrales que hemos descrito (los lóbulos frontales, la amígdala y el hipocampo), regiones que se ven espectacularmente afectadas por el entorno emocional y que también pueden verse afectadas por la experiencia repetida."

Ésa fue la primera ocasión en que Richie introdujo el concepto de "plasticidad neuronal" –el modo en que la experiencia modifica el cerebro, que acabaría desempeñando un papel esencial en nuestro debate.

"Lo que resulta especialmente interesante a este respecto es que el impacto del entorno en el desarrollo del cerebro ha sido rastreado hasta el nivel de los genes (si bien hay que decir que, hasta el momento, esto sólo ha sido verificado en el caso de los animales, aunque existen sobradas razones para creer que también resulta aplicable al ser humano). En este sentido, si uno crece en un entorno favorable se producen cambios objetivos demostrables a nivel genético. Por ejemplo, existen genes relacionados con ciertas moléculas que desempeñan un papel importante en la regulación de las emociones y que responden a las influencias ambientales."

– ¿Quiere decir –inquirió entonces el Dalai Lama que quienes han sido educados en un entorno más nutricio pueden gestionar más adecuadamente sus emociones?

–Así es –respondió Richie. Existen evidencias al respecto en el mundo animal, y Mark Greenberg nos hablará mañana de la importancia de la alfabetización emocional de los niños. Hasta hace tan sólo un par de años, los neurocientíficos creían que todos nacemos con un determinado número de neuronas, que esa cantidad permanecía estable a lo largo de toda la vida y que los únicos cambios que acompañaban al desarrollo tienen que ver con modificaciones de las conexiones interneuronales y con la muerte celular. En los dos últimos años, sin embargo, hemos asistido al fantástico hallazgo de que el ser humano sigue desarrollando nuevas neuronas durante toda su vida.

– ¿Acaso quiere decir que –inquirió de nuevo entonces el Dalai Lama, cuando mueren y se eliminan algunas neuronas, aparecen otras completamente nuevas que no tienen nada que ver con las anteriores?

–Aparecen lo que nosotros llamamos –respondió Davidson células troncales, es decir, células que pueden acabar convirtiéndose en células de cualquier parte del cuerpo, como, por ejemplo, células renales, células cardíacas o incluso neuronas.

–En cierto modo podríamos decir que se trata de células genéricas –señaló el Dalai Lama. ¿Y en qué se convierten las neuronas que mueren?

–Desaparecen y se ven reabsorbidas por otras células –dijo Richie.

–Si algunas neuronas del cerebro mueren –preguntó entonces el Dalai Lama, otras perviven y aparecen otras nuevas, ¿qué hace que algunas de ellas pervivan? ¿Existe alguna neurona que dure toda la vida?

–Por el momento ignoramos la respuesta concreta a esta pregunta –respondió Richie, pero, según se cree, las nuevas neuronas que emergen –aun en personas de sesenta años están ligadas a nuevos aprendizajes y a nuevos recuerdos.

–-Qué bien! –exclamó alborozado y bromeando el Dalai Lama, que ha superado ya esa edad.

El cerebro de Einstein

El Dalai Lama cambió entonces de tema. Había leído los nuevos análisis realizados con el cerebro de Einstein y tenía algunas preguntas al respecto.

–Según parece, el cerebro de Einstein presentaba ciertos aspectos bastante inusuales. ¿Cuáles eran en concreto esas singularidades? Según se dice, el tamaño del giro angular (una estructura del lóbulo parietal que se ocupa de unificar los datos procedentes de todos los sentidos) del cerebro de Einstein era especialmente grande. ¿Se trata de una leyenda que ha ido elaborándose con el paso del tiempo o de algo basado en los hechos?

–Esto es algo muy interesante aunque, por el momento, no ha sido suficientemente estudiado. Según decía el mismo Einstein, cuando se hallaba absorto en algún pensamiento, experimentaba sinestesias, es decir, imágenes que combinan, en un mismo contenido, modalidades sensoriales diferentes. Tal vez, esa singularidad de su cerebro pudiera explicar su especial destreza para ese tipo de pensamiento.

– ¿Cree usted –insistió de nuevo el Dalai Lama que Einstein nació con esa notable ampliación del lóbulo parietal, o considera acaso que su genialidad fue una simple consecuencia de su modo de utilizar la mente? ¿Qué fue primero, dicho de otro modo, el huevo o la gallina?

–Probablemente ambos –dijo Richie.

–La respuesta más segura –acotó el Dalai Lama con una sonrisa y luego prosiguió diciendo. Pero lo que, en realidad, estoy tratando de determinar es un punto que ya hemos tocado antes y que se refiere al hecho de si cada proceso mental aparece necesariamente después de una determinada actividad cerebral. Permítanme que asuma por un momento no sólo la perspectiva budista, sino también la de todos aquellos que afirman la existencia de vidas anteriores y posteriores, una teoría que sostiene la existencia de una serie de conciencias que no dependen de la actividad cerebral y que pueden pasar de una vida a la siguiente.

La conversación a la que el Dalai Lama estaba refiriéndose se había producido durante el segundo encuentro organizado por el Mind and Life Institute, que giró en torno a la pregunta de si, de algún modo, la conciencia puede proseguir después de la muerte sin cerebro que la sostenga.

Richie respondió a esta pregunta citando a un pionero de la psicología y de la filosofía americana. En el primer capítulo de su libro Principles of Psychology, escrito en 1890, William James afirmó que el cerebro es el único órgano que subyace a las operaciones mentales y que todos sus principios de psicología no eran sino una nota a pie de página de esa única afirmación.

En un libro posterior, Francisco Varela respondió diciendo que, en su libro Las variedades de la experiencia religiosa, el mismo James contradice esa afirmación.

–Lo único que podemos decir –señaló Richie es que James no fue coherente con esa visión y que carecemos de evidencia que nos permita extraer una conclusión firme al respecto.

–La literatura tradicional tibetana –comentó Thupten Jinpa irónicamente– presta más atención a los escritos posteriores de un autor que a los más tempranos.

–En el caso de la ciencia sucede lo contrario concluyó Richie.

CONTINUARÁ….

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