11 de diciembre de 2009

Entrevista a un extraterrestre: Geenom JOSÉ ANTONIO CAMPOY – Parte 9 Final

CAPÍTULO 6 y 7   (Dividido – parte a)

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¿HAY OTRAS EXPLICACIONES?

Debo confesar al lector que la mayor dificultad a la hora de afrontar posibles explicaciones a la experiencia de contacto del Grupo Aztlán estuvo, en un principio, en mis propias convicciones. Y ello porque me ocurrió lo que, por otra parte, le suele suceder a la mayoría de los investigadores que intentan resolver un enigma: afrontarlo en función de unos parámetros predeterminados que pretendí fueran lo más objetivos y libres de dogmas o creencias posible, sin darme cuenta de que esa misma actitud ya me condicionaba en la búsqueda de resultados. Me explicaré: el grupo de Owen, por poner un ejemplo práctico, desarrolló el experimento comentado para saber si el ser humano es, efectivamente, capaz de “crear” con la simple fuerza del pensamiento un “ser” en el plano mental (lo que los parapsicólogos llaman una “ideoforma”), dotado no sólo de inteligencia, sino de personalidad propia diferente a la de sus creadores e, incluso, capacidad de discernimiento, manteniendo luego diálogos con él. Y, con inobjetable criterio científico, diseñaron un protocolo que les garantizase que el origen del fenómeno –si finalmente tenía lugar – no pudiera ser otro que el pretendido. Así lo hicieron, pues, quedando plenamente convencidos de que, en la media en que el “personaje” con quien iban a comunicarse era completamente imaginario, inventado hasta el más mínimo detalle de manera conjunta por todos ellos, si éste respondía a ese perfil podrían descartar de plano tanto la posibilidad de que se tratase de la mente de cualquiera de ellos como del espíritu de un desencarnado.

Y yo pregunto: ¿por qué? ¿Qué impide racionalmente que, a pesar de sus deseos –como en su respuesta me dijera Geenom –, ese presunto “ser” no fuera en principio más que la manifestación de una de las mentes del grupo –ni siquiera una ideoforma, posibilidad que por otra parte tampoco descarto – y, posteriormente, un espíritu desencarnado –en el supuesto de que existan y puedan comunicarse con nosotros – que tomara las riendas del asunto? ¿O incluso –¿y por qué no?– que desde el principio se manifestara un desencarnado que les hubiera oído fraguar todo el experimento y les hubiera seguido el juego? Absolutamente nada.

Y es que Owen y su grupo partieron de una premisa falsa: que si la personalidad e historia del comunicante se ajustaba a la que habían inventado, ello demostraría que habían tenido éxito.

Es decir, que de entrada negaban que pudiera haber cualquier otra explicación alternativa a la que ellos habían previsto. Y excuso decir el asombro que produciría en algunos lectores conocer cuán a menudo ocurre esto, incluso en experimentos desarrollados en los laboratorios de Química, donde muchas veces –y está fehacientemente demostrado – la mera observación del investigador y sus expectativas influyen – mentalmente – en el proceso que observa. Hasta el punto de que, incluso en similares condiciones y protocolo, el mismo experimento químico llega a dar resultados diferentes. ¡Y eso en el denso terreno de la experimentación física! Imaginen, pues, en el sutil campo de la mente...

En suma, la explicación del singular experimento de Philip, valioso sin duda, sigue abierto. Y sólo en la medida en que uno limite las posibilidades en función de sus “creencias”, éstas se verán reducidas. Incluso si esas “creencias” son “racionalistas”. Verá: la posibilidad de que el espíritu de un desencarnado se comunique con nosotros pertenece, hoy por hoy, al terreno de la “creencia”, pues aunque es verdad que existen multitud de evidencias circunstanciales que apoyan esa hipótesis, no hay tampoco certeza objetiva de ello. Pero, paralelamente, no existe evidencia alguna que demuestre lo contrario. Es decir, negar la existencia de los espíritus y, por ende, la posible comunicación con nosotros, pertenece también al terreno de la “creencia”. En definitiva, todos somos “creyentes”, sólo que unos “creen” que los espíritus existen y podemos comunicarnos con ellos, y otros “creen” que no.

Pues bien: aplíquese esto a cualquier aspecto de la vida. Hay quienes, en el terreno de la religión, por ejemplo, “creen” que Jesús murió en la cruz; otros, por el contrario, “creen” que no (en especial quienes entienden que es un buen argumento para hacer tambalear los cimientos de la fe cristiana). Pues bien: ambos bandos son “creyentes” de lo que defienden, porque lo único cierto es que nadie tiene “evidencia” alguna de lo que realmente pasó hace dos mil años... por la sencilla razón de que ninguno de quienes vivimos en esta época estuvo allí. Y las evidencias históricas de distinta índole existentes en este caso no son, en modo alguno, concluyentes. Y si esto pasa al hablar sólo de la presunta muerte en la cruz, imagínense si entrásemos en cuestiones más complejas, como la de su “resurrección”...

Un problema, en suma, de “creencias”. ¿Cómo abordar, en consecuencia, la explicación del fenómeno de la comunicación del Grupo Aztlán con presuntos seres extraterrestres? ¿Negando su existencia por razones de supuesto sentido común – y, por tanto, rechazando “per se”, a priori, esa posibilidad (como hicieran Owen y su grupo en el terreno que exploraron)– o, por el contrario, estando abierto a cualquier explicación que nuestro conocimiento y cultura actuales permitan, por descabellada que alguna pudiera parecerle a alguien?

Bien. Me he decidido por esta última postura. Porque yo no sé con certeza –no tengo evidencias – si todo esto puede explicarse etiquetando simplemente a quienes viven estas experiencias de esquizofrénicos, si es posible comunicarse en nuestro plano de existencia con espíritus desencarnados o con extraterrestres, si la mente es capaz de crear “ideoformas” en el campo mental, si la fuente de la información pertenece a éste o a otros planos dimensionales, si el origen está en el futuro o es fruto de alguna manipulación efectuada por alguien que hace experimentos de control mental a distancia mediante radiónica, o, incluso, si procede del inconsciente colectivo, tiene o no que ver con la teoría de los campos morfogenéticos de Rupert Sheldrake, está imbricada en la hipótesis del campo unificado del que hablara el físico David Böhm o si, sencillamente, nuestras mentes son capaces de conectar con el gran holograma universal en la medida en que, como explica Karl Pribran, los cerebros humanos parecen funcionar de manera holográfica. En definitiva me niego a rechazar apriorísticamente cualquier hipótesis, por irracional o fantástica que alguna le pueda resultar a alguien.

UN PROBLEMA DE CONCEPTOS

Por otra parte, intentar explicar las posibles causas del fenómeno que vive el Grupo Aztlán – y otros similares – depende del grado de aceptación común que poseamos respecto de algunas cuestiones básicas como la idea que tengamos de Dios, nuestra concepción del universo, cuáles son las leyes que lo rigen, si está o no habitado por otras civilizaciones o qué entendemos por mente y cuáles son sus capacidades y facultades, entre otras muchas cosas. Sin embargo, exponer someramente todo eso, sin siquiera profundizar en ello, requeriría al menos otro volumen como éste. Y no es el objeto del presente libro. En consecuencia, me limitaré a perfilar de forma muy breve algunas de las posibles explicaciones que, a buen seguro, el lector medio habrá ya intuido al meditar sobre lo hasta ahora dicho y que, de pasada, acabo de mencionar.

En todo caso, es pertinente advertir que la explicación de esa experiencia podría hoy no estar siquiera a nuestro alcance, de la misma manera que, si fueran inteligentes, resultaría poco menos que imposible explicarle a un hormiga – no digamos ya a una célula – cómo es nuestro universo o en qué consiste el juego del ajedrez. Inciso que me parece oportuno por cuanto lo que aquí expondré no es sino una serie de hipótesis fruto del conocimiento que en el momento de escribir estas líneas poseemos, pero que en unos años puede quedar – mejor afirmémoslo: quedará – obsoleto.

Centrémonos, pues, en el proceso del contacto que desarrolla el Grupo Aztlán. ¿Cómo explicarlo? ¿Cuál es la fuente de la información que reciben?

Empezaré diciendo que ni siquiera niego la posibilidad de que el vaso pudiera moverse a través del tablero de la ouija por razones ajenas a las expuestas por el propio grupo –mero reflejo, por otra parte, de lo que a través del propio contacto se les ha dicho – y que haya algún tipo de energía desconocida que cause su desplazamiento o se deba a las facultades psicocinéticas de alguno – o algunos – de los presentes; pero como quiera que los propios psiquiatras y neurofisiólogos ortodoxos aceptan que la causa parece ser, en efecto, la expuesta (movimientos automáticos de la mano siguiendo las órdenes del inconsciente), lo mismo que la práctica totalidad de los movimientos tradicionales de espiritismo, no parece razonable intentar buscar explicaciones alternativas en este momento – que no descarto – ya que entiendo que ello no aportaría mayor claridad al fenómeno.

Razón por la que me voy a centrar en la fuente del contacto; esto es, en qué o quién se manifiesta a través de la ouija.

En ese sentido, y sin ánimo de ser exhaustivo, debo decir que se me ocurren, al menos, las siguientes posibilidades:

1) Que la respuesta decodificada por el vaso proceda de la mente de uno de los presentes. Por supuesto, ello supone aceptar la existencia de la telepatía, porque tanto si se trata de uno de quienes ponen el dedo sobre el vaso, como si el “responsable” es uno de los que permanecen mirando, para que el vaso decodifique el mensaje se requiere la sincronicidad de las dos –a veces más – personas que tienen sus dedos encima. Lo que sólo es posible transmitiendo el mensaje mediante telepatía de forma prácticamente instantánea, de manera que los inconscientes de quienes mueven el vaso actúen simultánea y sincronizadamente.

Y fíjese el lector que todo ello tendría lugar, cuando menos es muchos casos, sin que la persona que “envía” el mensaje que va a decodificarse lo sepa, es decir, sin que sea “consciente” de que la “fuente” es él.

2) Que la respuesta – y hablo de la misma respuesta a una pregunta, porque podría darse el caso de que cada respuesta a lo largo de una sesión la diera una mente distinta – proceda de los inconscientes de varios de los presentes. Esto es, que la fuente de una respuesta sea múltiple: el inconsciente de dos, de tres, de cuatro... o, incluso, de todos los miembros del grupo a la vez. Ello supondría aceptar que, casi de manera instantánea, todos los inconscientes implicados se pondrían en contacto telepático simultáneamente entre sí y, en milésimas de segundo, adoptarían una respuesta común que sería luego decodificada a través de las mentes de quienes manejan el vaso. Como se ve, algo mucho más complejo y difícil de aceptar ya que presupone, además, que existiría entre los presentes gran afinidad e identidad de criterios sobre multiplicidad de temas, y sabemos que – al menos a nivel consciente – eso no es lo habitual.

En cualquier caso, he de hacer un inciso antes de pasar a plantear otras posibilidades para puntualizar que las dos apuntadas hasta ahora son las más aceptadas convencionalmente, incluso por los psicólogos, psiquiatras y neurofisiólogos ortodoxos, sin que la mayoría parezca haber reparado en algunos hechos importantes:

¾ Uno, que en cualquiera de ambos casos, se estaría aceptando la existencia de la transmisión de pensamientos entre mentes, es decir, la telepatía, lo que la comunidad científica se ha negado hasta el momento a reconocer de manera oficial. Curiosa incongruencia.

¾ Dos, que estaríamos aceptando implícitamente – en el segundo supuesto – el hecho de que los inconscientes de las personas pueden comunicarse entre sí cuando éstas se encuentran en estado de vigilia –es decir, estando conscientes, bien despiertos, con el cerebro funcionando en ondas “beta” (aquellas que oscilan por encima de los doce ciclos por segundo)–, lo que la comunidad convencional tampoco acepta; y

¾ Tres, que además de la comunicación instantánea entre los inconscientes, ésos demostrarían ser capaces de actuar por sí mismos y encontrar una respuesta coherente y común que satisfaga a todos para que ese único mensaje sea transmitido y decodificado a través del vaso.

Pero no acaba ahí la cosa. Porque, aun aceptando que lo dicho se pueda producir, por difícil que se nos antoje, ¿de dónde obtienen los datos, la información, el conocimiento puntual y preciso en los casos en que no es aceptable pensar que está almacenado en el subconsciente? Es decir, si en un contacto se pregunta por alguna cuestión concreta de Astronomía, Física, Medicina, Filosofía, Historia, Psicología, Religión, Deportes o cualquier otra materia, puede darse el caso de que uno o varios de los presentes posean conocimientos sobre el tema en cuestión por haber leído o estudiado algo sobre ella, o puede suceder que, aunque ninguno posea tales conocimientos, en alguno quedaran “almacenados” – impresos en el subconsciente – tras ver una película en televisión o cine, ojear un libro, asistir a una obra de teatro, escuchar una conferencia, participar en un seminario, atender una conversación ajena, etc. Difícil también de admitir, pero posible. Ahora bien, ¿y qué decir de los casos en que es prácticamente “imposible” que es información esté en el subconsciente de las personas presentes en el contacto? Y pongamos dos ejemplos bien sencillos: ¿cómo puede provenir esa información de los subconscientes de los reunidos cuando la misma, por ejemplo, se detalla con absoluta perfección lingüística en un idioma que ninguno de los presentes conoce? ¿O cómo pueden recibirse complejas fórmulas – no cosas ligeras o simples, sino de elevado nivel de conocimiento – de Química o Matemáticas? La respuesta es simple: no hay respuesta... a ese nivel. Es decir, está claro que la respuesta se ha producido, pero también está claro que su origen no puede estar en la “memoria” de los presentes. Pero, entonces, ¿de dónde proviene la información? ¿Del ser que se identifica en el contacto? ¿De un extraterrestre, en el caso del Grupo Aztlán? Podría ser. Pero no necesariamente. Porque existen aún otras posibilidades, eso sí, algunas ya no tan “convencionales”.

Por ejemplo, que esa información esté almacenada en lo que se denomina “memoria perpetua” – que la comunidad científica ni menciona, porque para ella no existe –, es decir, la memoria que uno incorporaría en el momento de su nacimiento y que se transmitiría – entre otras “vías” en las que no es el momento de entrar – a través del ADN genético. Memoria perpetua en la que se hallaría codificada la información almacenada por todos nuestros antepasados, por lo que no sólo nuestras características físicas y psicológicas vendrían en cierta medida prefiguradas, sino que nos legarían la información, los conocimientos acumulados por todos y cada uno de ellos durante sus vidas, y eso a lo largo de los milenios. ¿Se lo imagina, amigo lector? Un “disco duro” genético con la información – siempre hasta el momento de cada “concepción”, obviamente – de nuestros padres, nuestros cuatro abuelos, ocho bisabuelos, dieciséis tatarabuelos y así durante generaciones y generaciones... Y ello sin necesidad de aceptar algo tan controvertido para algunos como la reencarnación. Porque si, usted lector, cree en ella, entonces deberá añadir a ese “disco duro” la información sobreañadida que cada uno traería al nacer, atesorada durante sus anteriores reencarnaciones. ¿Y cuántas? ¿Decenas? ¿Cientos? ¿Miles? ¿En éste o también en otros planetas? ¿Cómo saberlo? En cualquier caso, sí es obvio que en este caso esa información no se transmitiría por vía genética. Pero, ¿y por vía del ADN astral? Porque, ¿es verdad que además del ADN físico, los seres humanos tienen un ADN astral que se incorpora durante la gestación y que es aportado por el espíritu o alma que va a encarnar antes de su definitiva incorporación al cuerpo? ¿Está en él la información de nuestras anteriores encarnaciones? ¿O ésa se encuentra en el mismo espíritu? No quiero seguir. Esto pertenece ya a un terreno en el que no debo profundizar en este momento, entre otras razones porque su explicación chocaría con la lógica racionalista que, en alguna medida, pretendía seguir para buscar respuesta a mis propias inquietudes. Dejémoslo, pues, aquí.

Ahora bien, la “memoria perpetua” puede ofrecer una explicación razonable para datos proporcionados y decodificados a través del vaso... para cuestiones anteriores al propio nacimiento. Pero si la información es contemporánea, si los datos que se proporcionan están a la vanguardia del saber científico actual o, incluso, lo superan... es evidente que entonces tampoco nos vale lo anterior como explicación.

¿COMUNICACIÓN CON ESPÍRITUS?

Bueno –argumentarán algunos lectores –, ¿y por qué no va a tratarse, sencillamente, de uno o varios espíritus desencarnados? Porque éstos – y hay testimonios de ello desde hace milenios –, se interrelacionan de forma habitual con nosotros y, como no tienen limitaciones físicas, pueden estar perfectamente al día en todos los terrenos del saber, incluso en aquellos a los que nosotros no tenemos fácil acceso.

Bien, la verdad es que eso presupone admitir varias cosas y dudo que todos los lectores estén de acuerdo. ¿Cuáles? Pues, entre otras, éstas:

a) Que el hombre es inmortal y su alma o espíritu sobrevive al cuerpo físico.

b) Que, siendo así, ese espíritu permanece – cuando menos algún tiempo, cuando menos algunos de ellos – en un plano de existencia cercano al nuestro.

c) Que, a pesar de estar físicamente muerto, un espíritu puede no sólo interrelacionarse con nosotros, sino comunicarse mediante diversas técnicas: la ouija, el trance mediúmnico, la escritura automática, los sueños, las psicofonías, las psicoimágenes, etc.: y

d) Que si, efectivamente, hay espíritus comunicándose con seres humanos vivos, tienen la capacidad de interferir en nuestras vidas desde el otro plano.

¿Acepta usted esta posibilidad? Si así es, he ahí una de las posibles explicaciones a los fenómenos de contacto. Es más: recuerde que el propio Geenom me decía en la entrevista que la mayor parte de los casos de presuntos contactos con extraterrestres no son en realidad sino mentalismos generados inconscientemente por alguna – o algunas – de las personas que conforman los grupos de contacto o bien manifestaciones de espíritus desencarnados que se hacen pasar por ellos. Razón por la que, obviamente, usted y yo tenemos derecho a plantearnos que todo lo que he trascrito en la entrevista puede ser igualmente fruto de un fenómeno mentalista o, aceptando la existencia de la reencarnación, que Geenom – y sus compañeros, si es que son varias las entidades que se manifiestan en las clases – sean en realidad espíritus desencarnados haciéndose pasar por seres extraterrestres.

Pero no nos adelantemos a los acontecimientos porque, además de las expuestas, sigue habiendo aún otras posibles explicaciones.

Volvamos, pues, atrás, a la pregunta de cómo es posible –en el caso de que aceptemos que todo se podría explicar mediante una cuestión de procesos mentales – que las respuestas tengan no sólo un alto nivel de conocimiento y no puedan proceder de la memoria de ninguno de los miembros del grupo, sino que además sean tan contemporáneas, tan de vanguardia, que esa posibilidad deba ser, sin más, rechazada... ¿Existe en tales casos alguna otra explicación?

Pues... sí; existe. La de que, por ejemplo, algún miembro del grupo – o varios – contacte telepáticamente –a nivel inconsciente, por supuesto – con alguna persona – o personas – de la Tierra, ajena a los reunidos que posea esa información. Y que ésta, también telepáticamente y de forma inconsciente, la transmita y sea luego decodificada a través del vaso. Así de simple. O de complicado, porque ello supondría aceptar que las mentes de todos los seres humanos están –o pueden estarlo – intercomunicadas, bien de forma permanente, bien ocasional y puntualmente. Claro que también es posible que con lo que conecte inconscientemente mediante telepatía quien busca esa información no sea con mente alguna, sino que acceda directamente al “lugar” en el que esa información esté “registrada”. Y ya me imagino la cara de más de un lector preguntándose: pero, bueno, ¿todo eso es posible?

Hay que decir que, en principio, y aunque se sorprenda, la respuesta es afirmativa; pero no es menos cierto que su comprensión requiere dar algunas explicaciones inevitables y que la imposibilidad de profundizar en ellas, por las razones ya antedichas, puede hacer que le parezcan carentes de rigor y fantasiosas. Y nada más lejos de la realidad. Así que permítanme unas breves líneas para centrar el asunto y dejen que les hable del inconsciente colectivo, de los registros akáshicos, de los campos mórficos o morfogenéticos, del orden plegado y del universo holográfico. Y para que me entienda el mayor número posible de personas, voy a procurar ser claro en mis explicaciones, utilizando incluso un lenguaje no muy académico si hace falta, aun a riesgo de parecer superficial. Vamos allá.

EL INCONSCIENTE COLECTIVO

Cuando a lo largo de estos dos años expliqué a algunos amigos la experiencia que estaba viviendo y mis dudas sobre la fuente, el origen real de la información que se recibe a través de los contactos del Grupo Aztlán, obtuve las más diversas respuestas. Para algunos, sin embargo, el proceso en sí resultaba tan fascinante que conocer el origen de la información era mucho menos importante que su contenido. Para otros, el contenido no tenía ninguna importancia porque intuían que todo procedía de las propias mentes de los miembros del grupo y, en consecuencia, no tenía mayor valor. Los primeros denotaban una sorprendente ingenuidad, pero su mente estaba libre de prejuicios; los segundos estaban llenos de prejuicios y, convencidos ya de “su” verdad, no estaban dispuestos a perder tiempo analizando los hechos. En unos faltaba capacidad analítica y crítica; en otros sobraba soberbia.

Los más, por el contrario, aceptaron entrar en el juego de buscar la verdad. En el de buscarla, no en el de encontrarla. Y sería con ellos con quienes formulé hipótesis que permitieran explicar el fenómeno. Y, en ese sentido, la primera proposición que se planteó sería si los miembros del Grupo Aztlán no estarían contactando mentalmente con el inconsciente colectivo del que hablara Carl Gustav Jung.

Pero, se preguntará el lector menos informado, ¿qué es eso del “inconsciente colectivo”? Bien, vamos a intentar explicarlo someramente:

Sigmund Freud, contemporáneo de Jung, fue el primero en hablar de que, a nivel mental, en todos los hombres existe un estrato de conciencia – el inconsciente –, que vendría a ser como una especie de almacén donde guardamos todas las experiencias de nuestra vida, en especial aquellas que hemos reprimido porque nos hace daño recordarlas. Concepto que ampliaría más tarde, al acabar postulando que, además, debía de existir un “super–yo”, algo que tenía ya el carácter de conciencia colectiva.

Sería, en cualquier caso, su discípulo más famoso, Carl Gustav Jung [1], quien estructurara una formulación detallada en torno a la existencia y manera de manifestarse de esa conciencia global. Para éste, el inconsciente personal descansaría en realidad sobre un estrato más profundo, no originado en la experiencia y la adquisición personal, sino innato. Estrato que, por tanto, no sería de naturaleza personal, sino universal, y que a diferencia de la psique individual, sería idéntico en todos los hombres y constituiría un fundamento anímico de naturaleza suprapersonal. Estrato común a todos los seres humanos que definió como “inconscientes colectivo”.

Bueno – se preguntará sin duda el lector –: ¿y por qué va a haber un estrato común a todos los seres humanos? ¿Cómo llegó a esa conclusión? Bien. Jung se dio cuenta de que en las mitologías y culturas de las más diversas civilizaciones había una serie de creencias que eran comunes. Por ejemplo, en todas se creía que los espíritus descienden siempre del cielo, que el agua es símbolo de vida, que el Sol representa la divinidad, etc. Y que eso era así tanto si se trataba de un nativo centroafricano como de un aborigen australiano o un ejecutivo japonés. Es decir, que en todos había una serie de arquetipos comunes. (He de señalar que el concepto de arquetipo ha estado presente a lo largo de la historia en las reflexiones de los principales pensadores, desde Platón hasta Hermes Trismegisto pasando por Filón de Alejandría, Irineo, Dionisio o San Agustín.)

Pues bien, Jung entendió que esos arquetipos – comunes a todos los pueblos de la humanidad –, constituían el contenido del inconsciente colectivo. Un día, por cierto, le preguntaron cuántos arquetipos había en el mundo, respondiendo que “infinitos”, aunque probablemente hubiera querido decir que incontables. Luego matizaría que en ese inconsciente colectivo también se hallaban los mitos y los sueños. Si bien, para él, los sueños no eran sino una síntesis del inconsciente colectivo y el inconsciente personal, mientras que los mitos constituían algo así como una dramatización de los arquetipos.

Llegado a este punto, se planteó el problema de cómo conocerlos, de cómo llegar a ellos; para lo cual, Jung propuso utilizar lo que llamaría el lenguaje del inconsciente colectivo; los símbolos. De ahí que – diría – los símbolos encierren, en mayor o menor medida, la carga energética de los arquetipos.

Poca gente sabe, por cierto, que Jung estudió el fenómeno de los platillos volantes – véase su obra Un mito moderno – afirmando que la proliferación de avistamientos de OVNIs en su época se debía a que, al estar nuestra humanidad enferma por tener la conciencia altamente escindida, se hacía necesaria – así lo preveía él – la llegada de un sanador, de un salvador divino, que sería lo que anunciarían esos mandalas que tanta gente afirmaba ya entonces ver, plasmación masiva y arquetípica de la tradición hindú y universal en tanto símbolos de la integración de la conciencia y de la totalidad.

En ese sentido, cabe recordar que si bien las experiencias de encuentros con entidades “fantasmales”, incorpóreas, han sido un fenómeno permanente a lo largo de la historia, como puede observarse en el folklore primitivo de todas las culturas, nunca como hoy, cuando parece existir una amenaza de extinción universal, nos habían “visitado” esas entidades tan masivamente. Razón por la que la mayoría de los investigadores creen que tal avalancha no es sino una reacción contra la visión unidimensional del mundo al no lograr satisfacer los interrogantes del alma humana. Asimismo, numerosos psicoanalistas sostienen que estas “apariciones” no corresponden a entidades existentes de ninguna clase, sino que serían “habitantes” del inconsciente, visiones creadas por la mente que aparecen en nuestra vida en momentos cruciales, revelándonos nuevas dimensiones de la existencia.

Por eso el conocido filósofo norteamericano Michael Grosso cree que el contactismo OVNI, como otros fenómenos de “canalización” de entidades, son simples manifestaciones de una alteración en el inconsciente colectivo de la especie debido al violento impacto que ha tenido la ciencia moderna sobre la vida del hombre y sobre la ecología del planeta. El auge reciente del fenómeno de contactos son presuntas entidades como la Virgen, los ángeles o los extraterrestres sería, bajo ese punto de vista, un simple intento inconsciente de reestablecer nuestro contacto con el reino de arquetipos atemporal e infinito. Tesis compartida por el investigador francés Jacques Vallée, para quien los Ovnis – y, por extensión, las demás entidades – actuarían como un servomecanismo para el crecimiento de la inteligencia humana: “Son parte – afirma Vallée – del sistema de control de la evolución humana (...). Pero sus efectos, en lugar de ser sólo físicos, también repercuten en nuestro sistema de creencias. Influyen sobre lo que llamamos nuestra vida espiritual. Y afectan a nuestras instituciones políticas, a nuestra historia y a nuestra cultura”.

En cualquier caso, no nos desviemos. Porque, ¿dónde “ubicaba” Jung ese mundo arquetípico? Pues bien, para éste, el mundo de los arquetipos sería como un todo inaprehensible, algo que está más allá de nuestra capacidad de comprensión a nivel de conciencia de vigilia, y que en consecuencia, no puede ser tocado, troceado, pesado, medido.. En otras palabras, estaría en el Vacío, en la Conciencia absoluta.

Carl Gustav Jung nació en 1875 y su vida estuvo salpicada de numerosos “encuentros” con lo paranormal. En 1920 fue testigo de fenómenos de fantasmogénesis junto con los célebres investigadores Bleuler y Schrenck-Notzinh, e incluso participó en algunas de las sesiones del sensitivo Rudi Schneider. Su propia madre, Emilie Jung, y antes de ella su abuela, Augusta Preiswerk, habían protagonizado experiencias de percepción extrasensorial y psicocinesis. Fruto de esas vivencias y estudios sobre lo paranormal fue su disertación doctoral Zur Psychologie und Pathologie sogenannter occulter Phänomege (Sobre la psicología y patología de los llamados fenómenos ocultos), así como su posterior formulación del principio de “sincronicidad”, la vinculación no casual que explicaría las coincidencias “significativas”.

Uno de los creadores de la moderna Psicología Transpersonal, el psiquiatra checo emigrado al Estados Unidos Stanislav Grof, fundador en 1978 –junto con Michael Murphy y Richard Price– de la Asociación Transpersonal Internacional, lo explica con estas palabras: “El Vacío existe más allá de cualquier forma; se halla más allá del espacio y del tiempo y, aunque es la fuente de todo, no procede de ninguna parte. Se trata de un estado en el que no podemos percibir nada en concreto, pero en el cual existe la profunda certeza de que lo contiene todo Así pues, la Vacuidad Absoluta está preñada potencialmente de todo lo existente”. Y prosigue: “El Vacío trasciende cualquier concepto ordinario de causalidad. Quienes han experimentado este estado se tornan agudamente conscientes de que todas las formas emergen de este Vacío y asumen la forma de un arquetipo o de una realidad fenoménica sin que exista ninguna razón o causa aparente para ello. La idea de que algo puede suceder o tomar forma sin razón alguna quizás parezca incomprensible desde el punto de vista de nuestro estado ordinario de conciencia, pero resulta plenamente comprensible cuando experimentamos el Vacío”.

Es decir, la Psicología Transpersonal ha empezado por redefinir la conciencia al entender que hoy día no es aceptable ya la concepción de una conciencia dual que se consideraba distinta de la materia y de la mente y que reducía su extensión al área individual. Ahora, metabolizado ya el concepto de inconsciente colectivo jungiano, lo que se preconiza es la existencia de una conciencia única y total. Una conciencia que nos trasciende y, al trascendernos, nos integra en la totalidad. Una conciencia que es la Realidad, la única realidad. Con lo que los estados modificados de conciencia personales pasarían a ser simples aspectos subjetivos de la conciencia global.

De ahí que incluso se haya intentado obtener el estado de éxtasis místico sincronizando nuestros ritmos cerebrales con la banda theta de frecuencia 7,83 Hz, o “resonancia Schumann”, así llamada porque fue este científico quien postuló matemáticamente en 1952 que nuestra Tierra y la ionosfera constituían una cavidad resonante y una guía de ondas, calculando que sus constante físicas y el campo magnético debían oscilar en una frecuencia resonante idéntica a la banda de ondas de los ritmos cerebrales humanos. Y, en efecto, diez años después –en 1962– se detectaron y grabaron las señales preconizadas por W.O. Schumann, comprobándose que esa resonancia presenta un pronunciado nodo en torno a los 7,82 Hz. Frecuencia que sería bautizada con el nombre de “onda cerebral terrestre” y que hoy se está utilizando ya para inducir estados místicos.

¿Y por qué el concepto de “transpersonal”? Literalmente, el término significa “más allá de lo personal”. Por lo que resulta obvio que esta nueva concepción de la psicología estudia el desarrollo humano más allá del ego, o sea, del yo personal, afirmando además que es posible experimentar la totalidad y la autotrascendencia. Claro que para aceptar esta posibilidad se requiere, ante todo, concebir de otra manera la conciencia. Porque para la Psicología Transpersonal, la conciencia no es – como muchos siguen explicando – un producto del cerebro humano, algo que se encuentra dentro de nuestro cráneo y es fruto de nuestra vida individual, sino algo que existe fuera de nosotros, algo independiente de nuestras vidas personales y que no se encuentra ligado a la materia; algo, en definitiva, ajeno a nuestros sentidos físicos, aunque se halle, no obstante, mediatizada por ellos en nuestra percepción cotidiana de la vida.

Más aún. Como afirma Grof, “la conciencia transpersonal es infinita y trasciende los límites del tiempo y del espacio. Intentar aprehender las dimensiones del reino transpersonal resulta tan insondable para nuestra mente cotidiana como intentar abarcar la magnitud y la profundidad del cielo estrellado de una noche despejada. Bajo la bóveda cósmica del firmamento estrellado podemos comenzar a reconocer que los límites de ese vasto e ilimitado universo que percibimos ahí fuera no son más que los límites de nuestra propia mente. Y fuera no son más que los límites de nuestra propia mente. Y lo que acabamos de decir sobre el espacio exterior de los astrónomos es también aplicable al espacio interior del psiquismo humano”.

¿Cómo sorprenderse, en consecuencia, de que para la Psicología Transpersonal las llamadas manifestaciones sobrenaturales – incluidas la experiencias místicas – no sean más que el resultado de un elevado estado modificado de conciencia que permite en un momento dado la fusión con la conciencia global, con la totalidad?

Hasta aquí la breve explicación que le prometí al lector. Analicemos ahora la posibilidad planteada anteriormente: ¿puede en realidad estar en contacto el Grupo Azltán con el inconsciente colectivo? Es decir, ¿puede estar recibiendo la información de un plano de existencia más allá del físico a través del arquetipo simbólico de un ser extraterrestre, siendo éste sólo el lenguaje que utilizaría la Conciencia Global, es decir, la Totalidad, en donde nada se halla manifestado, pero donde Todo existe potencialmente?

La respuesta es compleja. Depende de la concepción de la realidad que tenga el lector. De su concepción del universo y de su idea de Dios. Cuando hablemos de las otras posibilidades planteadas, sin duda comprenderá mejor mis palabras.


Continúa…..

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Amigos míos: ¡Qué difícil resulta para algunos romper los Viejos Paradigmas convencionales que nos atan a la Razón! Dan Winter, en "La Geometría Sagrada del Corazón", nos brinda ya la película develada de la Dinámica de Campos Toroidal, con la que nuestro Corazón se CONECTA con la Conciencia Cósmica Universal. Llámenle Dios, o Cosciencia Akashika, un término Atlante para definir esa Energía Esencial, que SIEMPRE ES UNA ESPIRAL VIRTUOSA, QUE AUTOGENERA ENERGÍA INFINITA, capaz no sólo de viajar por lo menos a 27 veces la velocidad de La Luz, sino que ESA Misma Energía, en Conexión con el Deseo Ferviente del Corazón, ES CAPAZ DE MODELAR CREATIVAMENTE LAS INFINITAS POSIBILIDADES VIBRÁTILES DE ESA ENERGÍA, PARA PLASMARLA EN MATERIA. NASSIN HARAMEIN nos plantea una Teoría de la Singularidad Cuántica, que coincide a plenitud con lo expuesto por Winter. La Conciencia Divina nos impregna de su Sagrado Vació 99,99999999999999999%, que es Pura Conciencia Sagrada; la mismísima que nos HACE SER PARTE DE LA GRAN UNICIDAD.

Alexiis dijo...

Cleto agradezco tu disertación pero no comprendo qué es lo que tiene que ver con el escrito.
Con amor, Alexiis