12 de diciembre de 2009

LOS MANUSCRITOS DE GEENOM (I)

«Terrestres: Esta es la historia» - GRUPO AZTLÁN

A todos los que con el despertar de su Conciencia y su esfuerzo están Empezando a construir la Nueva Era...

NOTA: Gracias a la colaboración de Christian Maruri estoy en condiciones de compartir Con todos ustedes un libro que a mí personalmente me ha ayudado mucho en el crecimiento Espiritual.- Con amor, Alexiis

PRÓLOGO

Conozco a los miembros del grupo Aztlán desde hace varios años y no albergo duda alguna acerca de su honestidad. La historia que el lector podrá leer en estas páginas podrá resultar o no creíble, pero puedo dar fe de que no está inventada ni es fruto de la imaginación. Al menos en lo que se refiere a la información recibida. He comprobado, eso si, que algunas cosas han sido noveladas para dar agilidad al relato y que han sido cambiados algunos de los nombres reales por otros ficticios. Pero me consta que el contenido del libro responde con exactitud a lo que ha sido trasmitido y no hay en él, por tanto, fabulación consciente alguna.

No estoy en condiciones, por supuesto, de confirmar que lo que el grupo lleva recibiendo desde hace dieciséis años proceda realmente de un ser extraterrestre. Ni creo que ellos, ni nadie en situación similar, pueda ofrecer pruebas tangibles distintas a las de su propia vivencia personal o a la que supone, per se, la documentación recibida durante los últimos tres lustros.

Debo añadir que en esta época de finales de siglo que vivimos es para mi absolutamente innecesario convencer a nadie de que en nuestro inmenso Universo tiene que haber, y sin duda así es, multitud de mundos habitados, muchos de ellos tecnológicamente más avanzados que el nuestro por meras razones de antigüedad. Y que siendo esto así, resulta absurdo plantearse si esas civilizaciones pueden estar o no en situación de comunicarse de alguna forma con nosotros o, incluso, de viajar por el espacio y llegar a nuestro planeta. Argumentar que ello no es posible porque los terrestres no sabemos cómo hacerlo resulta, simplemente, infantil. Y sólo una actitud de orgullo desmedido puede hacernos pensar que los hombres de la Tierra estamos a la cabeza del más que previsible conjunto de mundos habitados del Cosmos.

Consecuentemente, y sin entrar a valorar si ello está o no teniendo lugar, debo afirmar que a mi juicio la comunicación con seres de otros planetas es hoy, cuando menos, posible, si no probable.

Debo, en todo caso, expresar mis reservas en cuanto al método de comunicación utilizado -la ouija por cuanto cualquier estudioso conoce la complejidad del mismo y, en especial, la dificultad de discernir la fuente, el origen del mensaje, y, por ende, la validez de su contenido. Pero tengo que añadir, en honor a la verdad, que estas mismas dudas razonables se las planteó el propio grupo desde el inicio mismo del contacto y así lo manifiestan en la narración de los hechos, explicando las razones que les llevaron con posterioridad a tener la certeza de que el contacto era auténtico.

En todo caso, al lector más informado no dejarán de sorprenderle las coincidencias existentes entre algunas de las informaciones recibidas por el grupo Aztlán y las trasmitidas a otros contactados de diversos lugares de nuestro planeta. Ello obliga a pensar que la fuente es evidentemente la misma, sea esta cual sea (el subconsciente o la memoria genética de uno o varios de los miembros del grupo, el inconsciente colectivo del que hablara Jung, el "registro akhásico" de los esoteristas y la tradición oriental, el campo unificado propuesto por el físico David Bhom o el "campo mórfico" o "campo morfogenético" que menciona Rupert Sheldrake) si queremos buscar una explicación convencional o más ortodoxa a la experiencia vivida por el grupo, constatable y absolutamente real. La otra alternativa, por supuesto, es aceptar la realidad de que la información procede efectivamente de seres extraterrestres y de ahí la sorprendente similitud del contenido de muchos mensajes -algunos muy concretos en sus detalles- que vienen trasmitiéndose desde hace décadas a contactados de todo el planeta.

En todo caso, quiero expresar mi satisfacción por la decisión de los miembros del grupo Aztlán de dar a conocer esta primera obra, a la que -estoy seguro y así lo deseo- seguirán otras entregas, y felicitarles por su valentía al hacerlo arrostrando las previsibles burlas de otras personas con menor apertura de consciencia. Porque, en última instancia, ello nos permitirá ampliar nuestra visión de nosotros mismos y del mundo y nos hará reflexionar sobre la grandeza del ser humano y la inmensidad del Universo.

JOSÉ ANTONIO CAMPOY

Director de la revista

«MÁS ALLÁ DE LA CIENCIA»

...A MODO DE INTRODUCCIÓN

«Soy Geenom, un ser humano que ha recorrido un largo camino por el sendero de la evolución, un duro aprendizaje me ha ido llevando a través de milenios hasta el punto en que hoy me encuentro, próximo ya a trascender del plano físico. He pasado por todos los estadios de la etapa humana, desde la manifestación más burda hasta la más sutil, desde la inconsciencia y la duda, a la consciencia y la seguridad, desde la intuición a la certeza de saber, al fin, para que he sido creado.

»Mis palabras son para vosotros, hombres de la Tierra, vosotros que os trazáis un camino muy corto, que os adelantáis como todos los adolescentes al futuro del hombre, os quedan aún miles y miles de años para alcanzar lo que llamáis la sabiduría, QUE NO ES OTRA COSA QUE LA CONSCIENCIA DEL ORDEN QUE DEBE TENER VUESTRO MUNDO, y cuando hablo de mundo me refiero a esa porción de Universo que el hombre debe conocer paso a paso, vida tras vida, generación tras generación...»

«Uno de los hitos que el ser humano se encuentra al llegar al punto donde estáis, es conocer su situación exacta. De dónde viene, dónde está y hacia dónde va...»

«Esta historia que hoy, al final de mis días como ser humano, voy a contaros, no es una biografía, pues sería demasiado exhaustivo y además no os serviría de mucho, pues es sólo una vida, no LA VIDA. Por el contrario, trataré de transmitir aquellas cosas que son las que hoy me van a permitir dar este nuevo paso. Aquellas cosas que el hombre busca y por las cuales vive, lucha y muere cientos de veces. Lo hago porque SE QUE DEBO HACERLO, porque una fuerza que ya ha empezado a formar parte de mí, así me lo exige.

»Os hablaré del hombre, del papel que desempeña en la Creación. De cómo siendo parte integrante de la Naturaleza, llegó a agredirla, para luego cuidarla y protegerla. De cómo sólo la consciencia puede hacer identificar a la Naturaleza como una madre. Al principio se depende de ella como un recién nacido depende de su madre. Luego el hombre adolescente se rebela contra ella y la repudia y agrede, pensando que él lo puede hacer mejor. Sólo cuando es adulto el hombre vuelve su mirada y ve a una madre que le ha dado todo, su sangre, su casa, su leche, su calor... y siente amor nuevamente por ella. Vosotros, hombres de la Tierra, sois adolescentes, unos más y otros menos, aún pensáis que podéis enmendar "errores" producidos por el Cosmos.

»Vuestro siguiente paso es volver la vista a vuestra madre y vivir con ella y para ella. Cuando aprendáis a amar a vuestra anciana madre, a cuidarla y protegerla, cuando hayáis comprendido que ella os necesita, os convertiréis en su fuerza vital, para que en ella sigan viviendo vuestros hijos y los hijos de vuestros hijos...»

«Ahora, cuando siento que la energía que constituye mi cuerpo físico se está transformando, cuando sé que mi paso por la vida humana está tocando a su fin, cuando he comprendido y asimilado lo que es el dolor, la muerte, el amor, la incomprensión, la desarmonía, el odio, la paciencia, la humildad, la soberbia, cuando sé que he conocido y manejado todos los aspectos físicos

de la vida, ahora debo dar un paso más, un paso hacia adelante. No necesito que nadie me lo diga. Lo sé.

»En estos momentos en que me voy para quedarme, quiero hacer, no obstante, un último repaso a aquello que constituye mi bagaje, mi experiencia, mi razón de partir y mi llegada. Quiero que se cumpla también en mí, como postrer tributo de un hombre a otros hombres, la máxima que ha sido mi referencia constante: TODO LO QUE SE RECIBE ES PARA DARLO...»

«Como conclusión final de mi existencia humana, he comprendido que sólo es complicado aquello que nosotros lo hacemos complicado. Que el hombre lleva dentro de sí las respuestas a todas sus preguntas. Que no se puede poner límites a su propia imaginación, a sus deseos, a su consciencia. Que crear instituciones para que el hombre aprenda lo que ya sabe, es reducir la capacidad humana de conocerse a sí mismo.

»He vivido muchos años y muchas vidas y de todas ellas siempre he aprendido algo. He sido sordo y luego he sabido escuchar. He sido ciego y luego he sabido ver y mirar. He sufrido en propia carne mis propios errores, pero también he sabido levantarme y continuar mi camino...»

«El hombre que piensa que no necesita a nadie, aquel que se autoproclama constructor de sí mismo, es como la abeja herida que gira y gira sobre sí misma. Todos, invariablemente, necesitamos a los demás y esta lección tendremos también, invariablemente, que aprenderla...»

«El conocimiento, aplicado a la evolución del ser humano, produce armonía, y al hablar de armonía no sólo se habla de un bienestar ambiental, se habla sobre todo de la perfecta interrelación de todo lo existente, visible e invisible.

»El hombre, desde sus primeras etapas hasta las últimas, recorre un camino que no es ajeno a su propio estado físico. La armonía para él es saber, en cada momento de su evolución, cuál es su etapa física, para adaptarse a ella y saber así interrelacionarse armónicamente con su entorno...»

«...hay siete etapas dentro del cuarto gran peldaño, el peldaño humano. Siete grados de evolución que van desde el hombre primitivo (4.1), al hombre supraconsciente (4.7), pasando por el hombre inconsciente (4.2), el hombre consciente (4.3) (punto en el cual, el hombre tiene el cien por cien de las riendas de su evolución), peldaño en el cual os encontráis la mayoría de los seres humanos del planeta Tierra.

»Estáis próximos a dar un gran salto, el que os llevará al siguiente escalón: El hombre de la Nueva Era (4.4). El paso siguiente es el peldaño de los Maestros (4.5), y lo son, por ser los primeros del escalón humano con capacidad (garantía de uso del libre albedrío hacia lo positivo) para servir de referencia a sus hermanos menores del peldaño 4.3. Y así llegaríamos al 4.6, Maestros de los 4.4 y a los 4.7, los últimos humanos que serán, a su vez, los primeros en formar parte del primer escalón del plano energético (5.1).

»Si he utilizado este símil de la escalera, es por su sencillez y claridad para retenerlo mentalmente. Sólo es una forma de dividir y razonar el camino de la evolución...»

I. UN ENCUENTRO DIFERENTE

El silencio volvió a reinar en el salón. Como único signo de vida, el viejo reloj de pared dejaba oír su latido en un tic-tac monótono y persistente.

El abuelo se levantó y comenzó a remover, muy despacio, las brasas de la chimenea. El chisporroteo de las llamas hizo que se levantaran un montón de pequeñas estrellitas de corta vida que intentaban ascender por el tiro de la chimenea sin conseguirlo.

Ninguno de los dos parecíamos tener prisa por romper el silencio y aunque nuestros pensamientos seguían caminos aparentemente diferentes tenían, no obstante, muchos puntos de conexión. El daba la impresión de sentirse entre esperanzado y triste, era una rara mezcla. Yo, en cambio, sentía curiosidad e interés por descubrir para qué me había hecho llamar el abuelo con tantas prisas.

Finalmente se decidió a hablar. Sus ojos fijos en las llamas brillaban de un modo especial. Como si estuviera hablando consigo mismo fue desgranando palabras que brotaban como el discurrir plácido de un río de corriente tranquila.

—Alberto, en estos últimos meses he estado tratando de asomarme un poco a tu vida, a tus sentimientos y a tus ideas y no creas que ha sido por simple curiosidad. Mi interés obedece a un propósito concreto que más adelante te explicaré.

Se pasó la mano por la frente haciendo una pausa antes de continuar, como si quisiera poner un poco de orden en sus ideas antes de empezar a hablar de nuevo.

TERRESTRES: ESTA ES LA HISTORIA, LOS MANUSCRITOS DE GEENOM

—Cuando echo la vista atrás me doy cuenta de que desde el principio mi vida ha tenido un denominador común: la lucha. De joven, cuando el cuerpo está pletórico de fuerza y la mente se alimenta con la ilusión y los ideales, uno no teme al enfrentamiento. Después con el paso de los años, a medida que vas acumulando experiencias y compromisos, vas perdiendo esa fuerza y ese empuje original.

Me gustaría hablarte un poco de mí, de mis ilusiones y esperanzas, de mis logros y mis decepciones, de mis esfuerzos y mis derrotas. Estoy en una edad en que casi constantemente me sorprendo a mi mismo haciendo balance de todo lo vivido en el pasado y siento la necesidad de contrastarlo con alguien, de verbalizar esos procesos que en ocasiones es difícil valorar al ser uno mismo el protagonista.

Desde muy joven tuve un Norte en mi vida: buscar el por qué de las cosas. Es un impulso tan arraigado en mí que no logro recordar cuando empezó ese afán por desvelar, por descubrir, por desembrollar los misterios; lo cierto es que todas las referencias y los recuerdos que tengo de pequeño ya apuntan a esa actitud. Debe ser una característica familiar que se transmite genéticamente porque mirándote me parece estar viéndome hace muchos años, tu eres también una persona inquieta y buscadora.

Yo observaba al abuelo en silencio. A medida que hablaba parecía que iba animándose por momentos, o al menos su voz sonaba más clara y decidida a pesar de estar salpicada de un cierto tono nostálgico.

—Al principio, cuando estudiaba, creía que en la ciencia, en el estudio y en la investigación de otros hombres iba a encontrar respuestas a mis muchos interrogantes. Y en honor a la verdad he de decirte que he encontrado algunas respuestas, pero no pude hallar el sentido profundo de las cosas. Siempre llegaba hasta un punto en el desarrollo lógico del que no podía pasar y, con el tiempo y la experiencia, fui descubriendo que la ciencia no tenía todas las respuestas que yo deseaba encontrar.

Por otro lado, la religión también se me quedaba corta. Daba a la vida un sentido que se me antojaba irreal, potenciando la ceguera mental y la falta de congruencia. Al final también llegaba a un punto del que no podía pasar. A partir de él, sólo había una solución: la fe. Una coletilla que se añadía siempre que faltaban las respuestas.

I. UN ENCUENTRO DIFERENTE

Durante mucho tiempo sólo logré ver enfrentadas esas dos posturas: por un lado la ciencia como exponente del agnosticismo y con una rigidez mental impropia, creo yo, de los «científicos». Por otro lado, una religión ciega y obstinada, anulando y negando una de las facultades más importantes del hombre: su capacidad de razonar.

Al cabo de los años he aprendido que lo que yo intentaba era compaginar esas dos posturas, para lo cual debía realizar una labor de análisis, desbroce y reconstrucción hasta encontrar lo que de auténtico había en la religión y la ciencia. Yo buscaba una forma de ver las cosas que fuera capaz de respetar y contener a las dos.

Hoy podría decirte que creo haberla encontrado. Pienso que todos llevamos en nuestro interior un sentimiento íntimo que nos impulsa a «religarnos», a reencontrar a Dios. Necesitamos canalizar nuestra espiritualidad, nuestra trascendencia y eso se manifiesta en un afán por saber, por investigar, por alcanzar cotas más elevadas... A ese impulso, en definitiva el motor que nos posibilita para conseguir objetivos, yo lo llamo RELIGIOSIDAD. Es para mí un concepto nuevo que representa una tendencia natural que nace con el propio hombre y que marca toda su trayectoria evolutiva, es el viaje hacia el origen del que partimos.

La religión, no habría hecho más que institucionalizar y manipular esa tendencia, cargándola de ritos, liturgias y dogmas que terminan por ahogar el sentimiento original. Así, por un lado la religiosidad sería el impulso primario por saber y tendría una función «generadora» y por el otro, la ciencia sería la concreción de los logros obtenidos y tendría una función «elaboradora». Es difícil compaginar las dos tendencias pues a simple vista parecen contrapuestas. Sin embargo, cuando se encuentra su justo valor, te das cuenta de que son complementarías y que al apoyarse una en otra te ayudan a avanzar y desarrollar tus potencialidades.

Desgraciadamente, los hombres nos polarizamos en uno u otro bando, sin conseguir balancear las dos posiciones, con lo cual se crea un grave desequilibrio de fuerzas que nos obliga a estar insatisfechos durante una gran parte de nuestras vidas.

Por primera vez el abuelo Baldomero levantó su vista del fuego y se incorporó mirándome.

Yo desde el sillón, le miraba con el más vivo interés. No me sorprendían sus razonamientos ni nada de lo que me estaba contando, ya habíamos hablado muchas veces de esas cosas. Yo conocía muy bien la filosofía del abuelo, estaba asentada sobre unos pilares muy sólidos: los de la experiencia. No tenía ante mi a un hombre que hablaba de las teorías de tal o cual filósofo, sino a alguien que hablaba de sí mismo, de sus procesos, de la resolución de sus dudas, alguien a quien su impulso investigador, le había llevado a unas conclusiones de las que ahora hablaba con claridad y con fuerza.

Sin embargo sí me sorprendía su actitud, yo sospechaba que aquella no era una conversación como la de otras veces, algo en la actitud del abuelo me hacía notar una especial trascendencia. Quise decirle todo esto pero no pude. Me dio miedo romper la emoción del momento y únicamente le miré tratando de reflejar el calor y la admiración que sentía por él.

El abuelo volvió a sentarse, pero esta vez frente a mí. Con los codos apoyados sobre las rodillas y ambas manos rodeando la taza de té de peña, de la que daba pequeños sorbos.

Cada vez que hablaba con el abuelo yo perdía totalmente la consciencia del tiempo, era un gran conversador y en especial aquella noche una sensación muy peculiar de misterio flotaba en el ambiente desde que comenzamos a hablar.

—He de decirte, como preámbulo, que si he llegado a algunas conclusiones no ha sido solo. He contado con la ayuda inestimable de seres que me han ido enseñando a encontrar lo auténtico de las cosas, que me han ayudado a decantarme y a decidir mi propia escala de valores.

Voy a contarte algunas cosas que seguramente te sorprenderán. Por favor, escúchalas con atención y no te dejes guiar por la primera impresión. Te lo digo por experiencia. Tómate tiempo para meditarlas. Ya las comentaremos más adelante, si quieres.

Asentí.

—Hace mucho tiempo tuve un encuentro insólito, una experiencia que al principio pareció una simple casualidad y que sin embargo, a la vuelta de unos pocos meses, daría un giro trascendental a mi vida.

Fue una mañana en que me dirigía hacia el bosquecillo de hayas. Siempre que me encontraba aturdido o preocupado, o simplemente necesitaba reflexionar a solas acudía a aquel lugar. Lo recordarás porque hemos ido muchas veces juntos en los veranos que pasabas aquí. Allí, entre las viejas hayas, había encontrado muchas respuestas, habían despertado intuiciones que después, cuando llegaba el momento de ponerlas en práctica, daban buenos resultados. Según mi costumbre caminaba con firmeza mirando obstinadamente al suelo mientras apartaba la hojarasca caída durante el otoño. Recuerdo que hacía frío.

Estaba preocupado, hacía varios días que las vacas estaban aquejadas de algún mal extraño. Había examinado una y otra vez a los animales y a pesar de todos los síntomas no había encontrado una solución que acabase con el problema. Había aplicado diferentes remedios pero ninguno había sido lo suficientemente efectivo.

Como tú bien sabes, la mayor parte de las familias de Burón dependían, por aquel entonces, del ganado. Que muriese algún animal era algo grave, pues cada uno era el resultado de muchos sacrificios. Yo lo sabía y, como veterinario, ponía el máximo empeño en ayudar a esas buenas gentes.

De pronto me paré sorprendido. Al otro lado de un pequeño claro del hayedo descubrí a un hombre que parecía examinar la corteza de un gran haya. Vi que tenía un objeto metálico en las manos, pues un tibio rayo de sol había reflejado un destello. Me acerqué intrigado. A esa hora de la mañana nadie acostumbraba a visitar aquel solitario lugar. Los hombres del pueblo estaban afanados en sus tareas y las mujeres en sus quehaceres cotidianos, por eso era raro ver alguien por allí.

—Será un forastero —pensé mientras me acercaba.

El hombre pareció notar mi presencia, pues se volvió y dejó de manipular la corteza del árbol, quedándose allí, de pie, esperando que yo llegara.

A medida que iba aproximándome reparé en la extraña ropa de aquel personaje. Vestía una especie de traje de una pieza que le cubría desde los pies hasta el cuello, era de una tela muy blanca. Cuando estuve más cerca me di cuenta de que algo colgaba de su cinturón. Era una especie de escafandra con un visor de cristal; realmente era un atuendo poco usual. Pensé que debía tratarse de un apicultor.

Me sentí muy satisfecho con mi razonamiento al tiempo que apresuraba el paso, deseoso de encontrarme con aquel hombre.

Me detuve a unos pasos de él, notando cómo unos ojos verdes y límpidos se quedaban fijos en los míos. Un escalofrío de emoción me recorrió la espina dorsal. Al llegar frente al forastero su figura pareció aún más imponente. Era un hombre alto y delgado, con facciones bien dibujadas y la serenidad reflejada en el rostro, de piel muy blanca y pelo rubio.

Recuerdo que bajé instintivamente la mirada hasta encontrarme con las manos del desconocido, esperando que éste hiciera algún ademán de saludo, pero el hombre no se movió. Una de sus manos sostenía una especie de regla o varilla metálica con la que había estado hurgando en la corteza del árbol. Jamás olvidaría aquellas manos. Eran increíblemente blancas, de dedos largos y rectos. Al principio llegué a pensar que llevaba guantes pero después, al fijarme más detenidamente, observé que no era así. Cuando alcé los ojos me encontré nuevamente con su mirada.

Sin saber muy bien por qué sentí que ante aquellos ojos mis recelos se desvanecían y que una sensación de tranquilidad me invadía, anulando definitivamente la inquietud y extrañeza que en un primer momento me habían dominado.

En realidad no fue en ese momento cuando me di cuenta de estos detalles, sino varías horas después cuando reviví la escena y traté de encontrar explicación a algunas piezas que no encajaban.

Nunca podré explicar muy bien los siguientes instantes, sólo que al cabo de algunos minutos había ya entablado con aquel desconocido una animada charla. Sin saber muy bien cómo me encontré contándole mis preocupaciones sobre la extraña enfermedad del ganado.

El parecía tener un gran conocimiento sobre hierbas y sus propiedades curativas. Hablamos largo rato acerca de los beneficios de tal o cual hierba y sobre otros temas que días más tarde fueron tomando la importancia debida. Finalmente me aconsejó que suministrara a las vacas un cocimiento a base de mezcla de varías raíces, hierbas y cortezas de árboles.

Fue una charla agradable y el tiempo pasó volando. El sol ya estaba en su cénit. Como si tomase consciencia de la realidad en aquel mismo instante, me despedí del desconocido y a toda prisa volví a casa. Mientras preparaba el cocimiento de hierbas me di cuenta de que ni siquiera le había preguntado su nombre. Lamenté mi olvido pero no me preocupó demasiado pensando que ya tendría más oportunidades de hablar con mi nuevo amigo y seguir intercambiando experiencias y conocimientos.

Al cabo de algunas horas las vacas afectadas empezaban a mostrar los primeros síntomas de recuperación y las terneras más jóvenes tomaban ya alimento.

Había sido una larga noche y un largo día también. Empezaba a anochecer y el cansancio por la tensión sufrida en las últimas horas comenzaba a dejarse notar.

Cuando por fin, ya en casa, apoyé la cabeza en la almohada y relajé mi mente, empezaron a aflorarme dudas y preguntas. Las deseché sin contemplaciones deseoso de enganchar ese sueño reparador que tanto necesitaba. Ya tendría tiempo al día siguiente de pensar.

La mañana amaneció húmeda y plateada. Una lluvia persistente proporcionaba un brillo singular a los tejados y las calles. Aquel día no tenía ningún aviso pendiente salvo ir al matadero a última hora de la tarde, decidí quedarme en casa ordenando papeles.

Cogí el maletín y empecé a hacer un rápido inventario del contenido con la intención de reponer lo que faltase. Fui dejando en la mesa el instrumental, varios frascos de cristal de diferentes tamaños, el cuaderno de notas y recetas... De pronto me paré sorprendido. En el fondo del maletín un objeto redondo brillaba. Lo cogí y lo acerqué a la luz del flexo que iluminaba mi mesa de trabajo.

—¿De dónde ha salido esto? —Me pregunté extrañado. A punto estaba de llamar a la abuela para preguntarle, cuando comencé a recordar... Como entre una neblina apareció en mi mente el recuerdo del extraño encuentro que la mañana anterior había vivido en el viejo hayedo...

—¡Aquel hombre! —exclamé en voz alta— sí, él me lo dio.

Un tropel de recuerdos se amontonaba en mi mente y eso era algo que me ponía muy nervioso. Respiré profundamente y me senté junto al ventanal sin dejar de mirar aquel medallón de metal plateado. Tenía unos extraños dibujos haciendo una especie de espiral; era bastante ligero y colgaba de una cadena. Le di varias vueltas pero no había ninguna inscripción. Deforma ordenada, empecé a rememorar la escena.

Recordé al extraño individuo y la sorpresa y curiosidad que me causó verle allí, vestido de aquella forma. Le había tomado por un apicultor, pero... ni en el hayedo, ni en las proximidades había instalada ninguna colmena. Yo conocía bien la zona y lo sabía con certeza.

—Tal vez hayan puesto alguna en estos últimos días —pensé sin demasiada convicción. En el pueblo todo se sabía en seguida, y yo no había oído ningún comentario al respecto.

Seguí cavilando sobre las posibles razones de la presencia de aquel hombre en el hayedo.

—El caso es que cuando pensé que era un apicultor la idea me pareció lógica. De cualquier modo, podía haberle preguntado para salir de dudas. Recuerdo que pensé en ello, pero se me olvidó en seguida. Tal vez fue mi propia preocupación, estaba pensando en otras cosas —me justifiqué algo incómodo conmigo mismo, mientras daba vueltas al medallón buscando una y otra vez alguna señal de algún tipo.

Aquel hombre me inspiró confianza. Por eso a los pocos minutos estaba hablando con él como si le conociese de antes. Pero, ¿hablando? Yo sí hablaba, pero ahora recuerdo su cara fija como una fotografía. ¡El no despegó los labios! —terminé en un diálogo conmigo mismo, dando un respingo en el asiento al darme cuenta de lo que acababa de decir.

Sin embargo, yo oía con claridad las respuestas a mis preguntas. Se estableció un diálogo entre nosotros. ¿Lo habré soñado todo o habrá sido una alucinación producto del cansancio o la preocupación del momento? —me preguntaba una y otra vez mientras una cierta desazón me invadía—. No puede ser una alucinación. Tengo aquí el medallón, el «sensor» como lo llamó él. Me explicó que se trataba de un receptor de energía y que además tenía la facultad de potenciar la que tenemos los seres humanos.

Ahora recuerdo cómo aquel hombre me lo entregó. Lo llevaba colgado de su cuello y muy despacio se lo quitó y lo puso en mis manos.

Me di cuenta de que al rememorar la escena las imágenes pasaban ante mis ojos como una película, recordando hasta los más pequeños detalles que antes me habían pasado desapercibidos.

A partir de ahí no recordaba nada más. La siguiente vez que había visto ese «sensor» había sido en el fondo del maletín. ¿Cómo había llegado allí? Seguramente lo había puesto yo mismo, pero ¿cuándo? No recordaba en absoluto haberlo hecho.

Me mordí el labio. Me molestaba dejar cabos sueltos pero por más que ahondaba en mi memoria, no lograba ningún resultado para resolver el enigma del medallón. Finalmente decidí seguir avanzando.

Instintivamente me acerqué a la mesa y, sacando unos folios en blanco, comencé a escribir. Había demasiados descubrimientos, demasiadas ideas revueltas en mi cabeza y necesitaba ordenar los pensamientos. No comprendía muy bien el alcance de la experiencia que había vivido, pero algo en mi interior me decía que había sido muy importante y que debía reflejar punto por punto mis percepciones ahora que aún estaban frescas en la memoria.

Así fui rellenando folios y folios describiendo al individuo. Me sorprendí al recordar hasta los más mínimos detalles sobre la fisonomía de aquel hombre, como si los tuviese grabados en mi cerebro y estuviese mirando una fotografía. Incluso hice varios dibujos, uno del rostro y otro de cuerpo entero. Recordé el extraño símbolo que el desconocido llevaba impreso sobre su traje blanco en el centro del pecho. Era un círculo cruzado por una línea transversal inclinada.

Escribí varias notas sobre recetas naturales, fórmulas curativas aprovechando los recursos de la tierra y también algo que me había interesado desde que ingresara en una Orden Hermética en mis tiempos de estudiante: el descubrimiento y manejo de las energías, sobre todo de la energía del hombre.

Escribía deprisa, como si temiese que de un momento a otro todo fuese a desaparecer de mi cabeza. Más tarde me preocuparía de buscar los porqués, pero ahora sólo deseaba agrupar toda la información que pudiese sobre el suceso. Una y otra vez miraba aquel «sensor» que era la prueba evidente para mí de que no había sido un sueño, de que en verdad aquello había sucedido.

Cuando por fin levanté la cabeza de los papeles era ya mediodía. Pensé rápidamente en acercarme al hayedo.

—¿Cómo no se me ha ocurrido antes? A lo mejor vuelve por allí, o quizá encuentre algún indicio de su presencia.

No lo pensé dos veces. Salí de la casa como una exhalación y a toda carrera me dirigí hacia el bosquecillo. Una bruma pegajosa se había adueñado de aquel lugar. Hacía frío pero no lo sentí. Sólo quería llegar cuanto antes al claro. Me detuve reconociendo el lugar. Sí, allí había sido. Caminé despacio hacia el haya vieja donde había tenido tan particular encuentro, tratando de recuperar el aliento. Miraba alrededor esperando encontrar algo. Pero aquel lugar, como de costumbre, estaba totalmente solitario, ni siquiera los pájaros cantaban a esas horas. La lluvia y la niebla, o quizá el haber sido testigos de algún hecho extraordinario, les había hecho enmudecer.

Sacudí la cabeza pensando que eso ya eran desvaríos. Un par de pasos más y ya estaba junto al tronco. Con dedos temblorosos rocé la corteza del árbol. Allí, tal y como esperaba había una profunda hendidura, la corteza había sido raspada. Sí, era cierto, alguien se había llevado un trozo, ¿una muestra?

No sabía si alegrarme por el hallazgo. Se entremezclaban por un lado la decepción de no encontrar más pruebas del suceso y por el otro la comprobación una vez más de que yo había estado allí con alguien.

Caminé en amplios círculos buscando afanosamente alguna prueba, algún objeto, algo raro que no estuviera antes en el bosque, pero todo fue inútil. Tampoco hallé resto alguno de colmenas por allí, aunque eso ya lo daba por sentado.

Sentí frío. Con las prisas había salido de la casa en mangas de camisa y la temperatura era bastante baja. Hundí las manos en los bolsillos y a paso rápido me dirigí de nuevo hacia el pueblo.

En días sucesivos y obedeciendo a un impulso interno, me sentaba ante la mesa del despacho y pasaba varías horas escribiendo mis recuerdos de aquel día. Era como si, en alguna parte de mi cerebro tuviese almacenada información y que por algún extraño mecanismo esa información fuera saliendo progresivamente al exterior...

Aquel encuentro me dejó bastante inquieto. No tenía todas las piezas del rompecabezas y eso me disgustaba. Continuamente me sorprendía tratando de encontrar explicaciones a los hechos. Miraba una y otra vez aquel extraño medallón sin encontrar ninguna pista.

Con el paso de los días las cosas se fueron reposando y comencé a soñar deforma asidua con una serie de escenas y lugares que se repetían una vez y otra. Me veía volando a gran velocidad por encima de un paisaje montañoso, pasando muy cerca de las copas de los árboles y los picachos de los montes.

Durante el sueño tenía la sensación de que debía ir a algún sitio, pero en lugar de eso daba vueltas y vueltas sobre el mismo sector del terreno. No lograba reconocer el lugar pues la velocidad me impedía distinguir el paisaje con nitidez. Era como si pasaran una película ante mis ojos a gran velocidad.

Durante varios días estuve inquieto. Allí debía haber algo que me atraía poderosamente, pero ¿qué era? Al despertar siempre me quedaba la sensación de que no había logrado el objetivo.

Una noche, antes de dormirme, concentré mi pensamiento cuanto pude en una sola idea: si volvía a soñar lo mismo descendería hasta ver el lugar donde me encontraba. Hasta que el sueño me venció martilleé mi cerebro una y otra vez con ese único pensamiento.

De pronto me vi como protagonista de mi propio sueño. Como en ocasiones anteriores, allá abajo podía ver los picachos blancos con las últimas nieves del invierno. Reinaba la luz del atardecer y el sol teñía de tonos violetas los bosques y las montañas.

Las piedras blancas de los impresionantes farallones de los Picos de Europa resplandecían, erigiéndose como gigantes plateados al recibir los últimos rayos del sol.

Tardé un poco en darme cuenta de que estaba volando despacio. ¡Había reconocido las montañas! Efectivamente, podía contemplar a placer el paisaje porque me deslizaba como una pluma dejándose mecer por una suave brisa.

Al instante reconocí aquellos parajes. Desde mi altura, el Valle de Valdeón dejaba ver toda su belleza. Me sentía libre y henchido de maravillosas sensaciones. Sabía que estaba soñando y quería vivir el sueño con toda intensidad. Parecía como si el tiempo y el mundo se hubiesen detenido. Todo era quietud, hasta el discurrir rápido del río parecía amortiguar su murmullo para no romper aquella paz.

De pronto me vi envuelto en un torbellino. Giré a gran velocidad como en una especie de espiral. Me di cuenta en seguida de que ya no estaba en el mismo lugar. El sueño había cambiado repentinamente y me encontré de cara al firmamento. Un cielo oscuro tachonado con miles de estrellas me hizo sentir un extraño vacío en el estómago perdido en aquella inmensidad. El horizonte de 180 grados a mi alrededor me causó una profunda impresión y los ojos se me humedecieron.

Al cabo de unos segundos un grupo de estrellas llamaron poderosamente mi atención. Formaban una especie de amplia circunferencia y dentro parecía estar contenido un triángulo isósceles dividido por la mitad. Conté, sin saber muy bien por qué, las estrellas de cada uno de los lados del triángulo.

Me parecía estar ante un jeroglífico que debía descifrar. No encontré relación alguna entre los números que salían de la suma de aquel conjunto de estrellas.

De pronto el firmamento se volvió negro y las estrellas desaparecieron. Fue una impresión tan fuerte que me encontré repentinamente sentado en la cama, inmerso en la oscuridad del dormitorio. Hasta varios segundos después no comprendí que todo había sido un sueño y que había terminado bruscamente, sin darme tiempo a reaccionar.

A la mañana siguiente, mientras trabajaba en el despacho, me sorprendí reproduciendo el dibujo geométrico que había visto en mi sueño tratando de hallar alguna relación.

Hice varios dibujos hasta que uno de ellos me pareció una fiel réplica de la imagen que había visto en sueños. Coloqué los números resultantes de la suma de los lados del triángulo y puse unos números de forma inconsciente.

De manera instintiva comencé a dar vueltas a aquella secuencia de números y al final llegué a la conclusión de que se podía tratar de una fecha: 22/6.

Estuve varias semanas dándole vueltas al tema. Discurría el mes de mayo y aquella fecha se acercaba sin que yo tuviera claro si estaba volviéndome loco buscando explicaciones y misterios donde no los había o si, por el contrario, aquello tenía una cierta lógica. Tenía muchas dudas y en ocasiones evitaba conscientemente pensar en el tema, pero era algo que me obsesionaba.

Un buen día, consultando unos antiguos mapas de la zona, me fijé con detenimiento en el Valle de Valdeón. Siguiendo el curso del río se llegaba a unas praderas deforma circular que la gente de por allí conocía por Corona. Yo tenía señalados varios invernales... —al ver mi gesto interrogante por ignorancia, aclaró— los invernales son unas cabañas de piedra donde se guarda el ganado y los pastos durante el invierno. Curiosamente esas construcciones formaban un círculo. Una imagen se quedó grabada en mi retina; busqué rápidamente el dibujo de las estrellas, intenté colocarlo de varias formas y finalmente comprobé que haciendo coincidir el vértice superior del triángulo con una pequeña ermita, el resto de las estrellas encajaban perfectamente con la posición de los invernales.

¿Sería aquella la clave? ¿Era ese el lugar? ¿Qué había allí? Había estado durante tantos días sin entender nada que ahora, ante la posibilidad de haber resuelto el enigma, tenía que contenerme para no salir corriendo hacia Corona.

El siguiente fin de semana viajé hasta allí. Estaba emocionado. Reconocí el lugar al que había ido en más de una ocasión.

Recorrí palmo a palmo el terreno. Con mi dibujo en la mano verifiqué la distribución del lugar y comprobé que era una fiel réplica en cuanto a proporciones y medidas de aquel lugar. Busqué algún indicio de algo extraño, algo que no encajara en aquel ambiente. No era fácil pues no sabía lo que buscaba en realidad. Al cabo de un rato de dar vueltas y vueltas desistí decepcionado. Aquello no me conducía a nada.

Volví malhumorado por haber puesto demasiadas esperanzas en un par de coincidencias que en el mejor de los casos podían ser meras especulaciones alentadas por mi imaginación. Durante el camino de regreso recapacité y volví a pensar en lo curioso de esas coincidencias. Fue en aquel momento cuando decidí quemar mi último cartucho. Dentro de unas semanas sería 22 de Junio. Yo estaría en ese lugar ese día. Si no ocurría algo me prometí a mí mismo olvidar el asunto. Una vez tomada esta decisión me quedé más tranquilo.

El tiempo que me separaba de aquella fecha pasó muy rápido. Recuerdo que la víspera preparé mi mochila como un ritual y me encaminé hacia Corona decidido a acampar allí esa noche. El día transcurrió muy despacio. Encontré algunos aldeanos de Cordiñanes, el pueblo más cercano, que segaban los pastos ya altos por aquellas fechas. Aproveché la jornada para recolectar hierbas, hice una buena provisión de tila y otras plantas que yo utilizaba a menudo. Un día claro y despejado hacía prever una noche diáfana. Poco a poco la oscuridad fue cayendo sobre el lugar. Había una hermosa luna que bañaba de plata la pradera,

—¡Qué bien se está aquí! —pensé disfrutando del momento.

Me tumbé sobre una manta y cara al cielo paseé mi mirada por las múltiples lucecitas que parpadeaban inquietas. No sé cuánto tiempo pasó, pero de pronto tuve una extraña sensación. No pude ver nada pero percibí cómo los mil ruidos de la noche desaparecían. El silencio era absoluto. Me incorporé sobre los codos pensando que tal vez algún lobo se estaba acercando. Mientras aguzaba el oído comencé a percibir un ligerísimo zumbido muy lejano. Intenté averiguar de dónde provenía y al darme la vuelta hacia el Este, noté cómo una luz, al principio pequeña como una estrella, iba moviéndose y agrandándose más y más. Había aparecido por detrás de las montañas, en el lado opuesto a la luna que ya se había ocultado.

Me puse de pie sin apartar los ojos de aquella luz que continuaba aumentando de tamaño, acercándose deforma constante. Antes de queme diera cuenta tenía sobre mi cabeza un disco de dimensiones gigantescas.

Continuará…..

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