II. UN VIAJE INCREÍBLE
La aceleración de mi pulso en aquel momento debió sobrepasar todos los límites. Oía los latidos de mi corazón con más intensidad que el leve zumbido que se escapaba de aquel artefacto luminoso.
La visión de aquella enorme máquina me dejó boquiabierto y paralizado. Estaba tan asustado que ni siquiera podía moverme. Sin ninguna duda aquella fue la impresión más fuerte de mi vida.
De repente, sin saber cómo, me vi envuelto en una especie de pompa de jabón gigantesca. En ese momento perdí la consciencia y me sentí flotar y elevarme suavemente.
Cuando abrí los ojos me encontré recostado sobre una especie de sillón esponjoso. Con la vista todavía nublada, parpadeé varias veces tratando de acostumbrarme a la luminosidad que reinaba en aquel lugar. Muchas veces había leído que ante experiencias insólitas de viajes a extraños lugares los protagonistas siempre se preguntaban: ¿me habré muerto? Yo me había reído de esas expresiones pensando que eran ridículas. Te aseguro que en aquel momento la posibilidad de estar muerto fue lo primero que me cruzó por la cabeza.
Descubrí un destello luminoso frente a mí y me froté los ojos. Al retirar mis manos vi un medallón exactamente igual al que yo había recibido del «apicultor». Al alzar la vista vi que pendía del cuello de un hombre joven, de unos 30 años, moreno, que estaba ligeramente inclinado sobre mí, observándome.
—Bienvenido.
La voz del desconocido sonaba suave y armoniosa. Me incorporé, abrí la boca dispuesto a responder al saludo pero en vez de eso un montón de atropelladas preguntas salieron incontenibles.
—¿Qué hago aquí?, ¿quién eres?, ¿dónde estoy?, ¿qué queréis de mí? —El desconocido sonrió y me pidió con un gesto que tuviera paciencia.
—Tranquilízate Baldomero. No te ha ocurrido nada y nada te ocurrirá. En seguida vendrán a explicarte el motivo de tu presencia. No obstante, te diré que yo estoy aquí como intermediario. Como tú, soy un hombre de la Tierra. Un día emprendí un largo viaje para servir de apoyo a una Misión de ayuda a nuestro planeta. Como yo hay bastantes personas en distintos lugares del Sistema Solar que están colaborando con los Hermanos Mayores para ayudarles a llevar a cabo su tarea.
Apenas entendí lo que me quería decir sobre misiones, terrestres y Hermanos Mayores.
—¿Tú eres de la Tierra? —pregunté asombrado, mirando el entorno que le rodeaba.
—Así es, aunque ahora no vivo en ella —respondió con tranquilidad el desconocido— mi nombre es Jon.
—Pero... no entiendo nada, ¿cómo puedes ser terrestre y viajar en este aparato?, ¿y qué es eso de la Misión?, ¿quiénes son los Hermanos Mayores?, ¿por qué me habéis traído aquí?, ¿qué tengo yo que ver en todo esto?
—Ten un poco de calma, por favor—insistió Jon— no te inquietes; no va a ocurrirte nada. Si tienes paciencia entenderás en seguida de qué se trata todo esto. Comprendo que estés asustado y sorprendido, pero ten confianza y no te preocupes; nadie te va a causar mal alguno.
Poco a poco la seguridad y el aplomo de Jon y sobre todo su voz tranquila y serena me fueron infundiendo confianza. Mi cerebro funcionaba a toda velocidad. Me parecía un sueño lo que estaba viviendo, pero no, no lo era; allí, frente a mí estaba Jon tan real como yo mismo, mirándome y sonriendo como si esperase a alguien, y allí estaba yo; podía moverme, tenía tacto y vista, estaba vivo y consciente de cuanto me rodeaba.
Miré alrededor. Por primera vez me fijé con detenimiento en el lugar en que me encontraba. Era una amplia sala abovedada en la que no había ángulos o aristas; todas las formas eran suavemente redondeadas. Las paredes, de color marfil, permitían que a través de ellas se filtrase una luz blanco-azulada. No vi ninguna abertura de ventanas o puertas. En el centro de la estancia había una gran mesa circular sobre la que pendía una esfera multifacética. Alrededor de la mesa pude contar siete sillas del mismo material que el sillón donde yo me encontraba. Tenían apariencia metálica, sin embargo su tacto era suave y esponjoso.
A la izquierda pude ver una serie de paneles y pantallas con gráficos en continuo movimiento. Una gran pantalla central permitía ver indistintamente el firmamento estrellado y la Tierra a gran altura. Podía distinguir claramente Europa, África y parte de Asia Occidental, aunque no totalmente, pues las masas de nubes cubrían parte de la superficie del planeta. Una sensación de miedo me recorrió la espina dorsal poniendo erizado todo el vello de mi piel. ¡Estábamos en el espacio!, ¡pero eso era imposible! Nadie había conseguido subir tan arriba. Me fijé en la pantalla tratando de descubrir si se trataba tan sólo de una fotografía.
Como si adivinara mis pensamientos, Jon me dijo:
—Hemos tenido que ascender para no ser descubiertos y no provocar trastornos; queremos pasar desapercibidos —explicó.
—¿De qué planeta vienes? —le pregunté.
—Vivimos en un satélite del planeta Júpiter llamado Ganímedes —respondió Jon, dispuesto a satisfacer mi curiosidad.
—Jon, —me sorprendí llamándole por su nombre— yo tengo un medallón igual al que tú llevas. Me lo entregó un hombre extraño que encontré por casualidad hace algún tiempo ¿qué es exactamente y para qué sirve?
Jon tocó el medallón con sus dedos.
—Se trata de un «sensor», un acumulador de energías. Llevándolo sobre el plexo solar concentra una serie de energías beneficiosas para el cuerpo y la mente, sobre todo a determinadas horas del día y de la noche.
Iba a preguntarle más cosas sobre ese «sensor» pero él continuó hablando.
—Algunos hermanos tienen la responsabilidad de recoger muestras de la flora y fauna del planeta. Sabemos de tu encuentro y desde entonces hemos observado con interés tus procesos hasta el día de hoy.
—¿Quieres decir que todo ese asunto de los sueños y las claves, de las estrellas, del jeroglífico, ha sido provocado por ti? —le pregunté molesto ante la idea de que alguien pudiera estar manipulando mi mente.
Jon volvió a rogarme calma con un gesto.
—No, no he sido yo. Sólo soy un terrestre como tú y no tengo poder para comunicarme mentalmente. Los Hermanos Mayores te han inducido telepáticamente una serie de imágenes y sueños con el único propósito de que este encuentro tuviera lugar, pero eso no ha interferido en tu libre albedrío, si es eso lo que te preocupa
Los Hermanos Mayores son seres humanos de mayor grado de evolución. Su tasa vibratoria es muy elevada y su conocimiento y dominio de la mente está a años luz del nuestro. Ellos pueden transmitir y recibir mensajes telepáticos incluso de un planeta a otro.
—¿Quiénes son esos Hermanos Mayores? —pregunté intrigado.
—Son hombres parecidos a nosotros físicamente. Pronto vendrá uno de ellos para explicarte el objeto de tu presencia aquí
Nuevamente tuve que tragar saliva y pasarme la mano por la frente para no dudar de lo que estaba viviendo. Era real y me estaba ocurriendo a mí. Pensé en ello y después comprendí que mi aparente tranquilidad era consecuencia de no saber calibrar el alcance de la experiencia. O tal vez fuera la tranquilidad de Jon, o la paz que se respiraba en aquel lugar, o la profundidad del espacio que rodeaba a la nave. Lo cierto es que al poco de estar allí ya no tenía miedo y confiaba en aquel hombre de mirada tranquilizadora.
Vestía un traje muy similar al de mi amigo el «apicultor», aunque no llevaba escafandra. Tenía los ojos pardos y al hablar, su acento delataba su ascendencia vasca.
Estaba enfrascado en estos pensamientos cuando, por el cambio de expresión de Jon, me di cuenta de que algo estaba sucediendo a mi espalda. Giré en redondo y siguiendo la dirección de su mirada me encontré con que una puerta corredera se había abierto y tres hombres habían hecho su aparición. Me quedé bastante sorprendido. Al principio pensé que eran iguales los tres, después al fijarme con más detenimiento, noté algunas diferencias. Su estatura, peso y formas físicas eran, yo diría que idénticas. Sus cabellos rubios y algo largos tenían el mismo color, su piel y el color de sus ojos también. No obstante, tenían rasgos que les diferenciaban ligeramente. Eran bastante altos, yo diría que sobrepasaban los dos metros, pero perfectamente proporcionados. Todos ellos vestían traje blanco de una sola pieza y en el pecho lucían un escudo con una especie de dibujo de un planeta cruzado por una línea transversal, parecido a las representaciones que hacemos de Saturno, en seguida reconocí que era exactamente igual al del «apicultor».
Cuando entraron en la sala y la puerta se cerró tras ellos sentí un escalofrío. De inmediato me di cuenta de que eran diferentes a nosotros, de que ante Jon yo no había tenido en ningún momento esa sensación que me recorría la espina dorsal, haciendo que todos mis sentidos estuvieran alerta. En seguida pensé que esos seres no eran de la Tierra. Mi cerebro luchaba por ordenar el cúmulo de sensaciones que me embargaban. Pero curiosamente no sentí miedo, sino emoción.
—Baldomero, estos son tres hombres de Ganímedes que han colaborado conmigo trayéndonos en su nave y que ahora nos ayudarán para recibir a nuestro Hermano Mayor.
Me dirigieron una leve inclinación de cabeza y dentro de mí pude percibir tres saludos distintos provenientes de cada uno de ellos. Sin embargo, ninguno de los tres despegó los labios. Únicamente mostraron una leve sonrisa.
Miré a Jon y éste debió notar mi asombro, porque inmediatamente explicó:
—Ellos están un peldaño por encima de nosotros en la escala de la evolución y tienen dominio de la telepatía, por eso pueden llegar a comunicarse mentalmente contigo.
Les observé increíblemente tranquilo. Aquellos hombres irradiaban paz, pero la situación no dejaba de ser lo suficientemente extraña como para asombrarme.
En el suelo del extremo opuesto al que nos encontrábamos se produjo una abertura circular como de 3 metros de diámetro, por la que emergió de un piso inferior un extraño artefacto. Se trataba de un círculo metálico que tenía a ambos lados, enfrentándose, como dos pantallas cóncavas de unos 2 metros de altura por 1 de anchura. Del centro geométrico de cada pantalla salía una especie de antena. Parecían radares rectangulares. Detrás de cada pantalla había un complejo cuadro de mandos con muchos botones luminosos.
—Vamos a prepararnos —dijo Jon mientras me invitaba a ponerme de pie—. Antes quiero explicarte algo. Este ser que ahora vas a ver está muy evolucionado; de hecho se encuentra un peldaño más arriba que estos otros que nos ayudan, es decir, está dos escalones por encima de ti y de mí. La diferencia de vibración entre él y nosotros es tan grande que no podemos, sin preparación previa, soportar su presencia. Desgraciadamente no tenemos tiempo para esa preparación, por eso él va a venir hasta aquí en proyección energética, en una energía que nosotros llamamos astral. Gracias a la avanzada tecnología de esta nave podremos visualizarle bajo esa especie de arco energético que está situado sobre la plataforma circular que actuará como lente receptora o condensadora de energía. Veremos una imagen energética en tres dimensiones pero tan real como tú y como yo. ¿Me comprendes?
A pesar de no haberme enterado muy bien de las explicaciones asentí, moviendo la cabeza arriba y abajo. La verdad es que ya no me cabía mayor asombro y estaba, por momentos, mas ansioso de ver a aquel ser.
Los tres hombres dejaron de manipular sobre los paneles de cada pantalla y se dirigieron hacia nosotros hasta quedar a nuestro lado. Todos estábamos a la misma distancia del aparato.
El hombre que estaba en el centro de los otros dos nos dirigió una mirada y su pensamiento nos llegó con claridad:
—Vamos a concentrar nuestras mentes e intentemos al unísono emitir la llamada.
Todos cerraron los ojos e inclinaron ligeramente la cabeza. Yo hice lo mismo y apenas cerré los ojos percibí un sonido mantenido y armonioso en mi cerebro, emitido por los allí presentes:
—¡OOOOOOOMMMMMMMMMMMM...!
Era un sonido que yo conocía bien por las enseñanzas de la Orden, un mantra, como dicen los orientales, que se podía utilizar con dos fines: para armonizar la mente o para emitir una llamada a entidades superiores. Sin embargo en aquella sala tuvo una vibración especial que se extendió por toda la estancia, impregnando cada partícula del aire. Tal vez fuera por estar en medio del espacio o porque aquellos hombres eran capaces de emitir una gran armonía, lo cierto es que a pesar de que yo había repetido ese sonido muchas veces, nunca había sentido a nivel físico lo que en aquellos segundos pude sentir: el discurrir de la sangre por mis venas, el circular del aire por mis pulmones y todas mis células llenas de vida. Al mismo tiempo, una luz de color verde eléctrico parecía inundar el interior de mi cabeza e intentaba escapar a través de mis párpados cerrados.
De pronto aquella vibración cesó y el color verde desapareció. Abrí los ojos sorprendido y me quedé mudo por el asombro. Ante nosotros y bajo ese arco energético, la figura imponente de un hombre muy alto se estaba terminando de formar. Me quedé sobrecogido. Era un ser resplandeciente; toda su imagen desprendía luz. Sus cabellos plateados le rozaban los hombros. Sobre el pecho lucía un emblema que consistía en un círculo dentro del cual había un triángulo invertido. Desde sus hombros se deslizaba una capa blanca que llegaba hasta el suelo. Sus ojos, de un azul intensísimo, destacaban sobre su piel increíblemente blanca.
No pude por menos que parpadear, turbado ante esa mirada limpia y clara La sensación de algo grande me embargaba y me henchía el pecho hasta sentir que me iba a estallar. Una especie de energía intensa nos envolvió a todos los presentes, una energía especial que producía un sentimiento de hermandad y amor. Me sentía inundado por sentimientos que no podría explicar hasta varios meses después.
Una voz clara y segura resonó en mi interior:
—Gracias, hermanos, por vuestra colaboración.
Después dirigió su mirada hacia mí y, tras una leve pausa prosiguió.
—Baldomero, por favor escucha con atención; mi mensaje va dirigido especialmente a ti.
Me sentí como un niño pequeño ante alguien muy superior en todos los sentidos y sólo pude tragar saliva y parpadear en señal de asentimiento.
Durante un buen rato, no podría precisar cuanto, aquel hombre habló fundamentalmente del futuro de nuestra humanidad y del planeta. Nuestro mundo iba a pasar por una serie de graves dificultades y parecía que los hombres de la Tierra no estábamos preparados para afrontarlas.
Ese hombre, y otros muchos, estaban involucrados en programas de ayuda a nuestro planeta, y para llevarlos a cabo necesitaban personas de la Tierra que estuvieran dispuestas a intentar cambiar el rumbo de las cosas.
El abuelo inspiró profundamente y los ojos se le humedecieron por la emoción. El recuerdo de aquella escena hacía revivir sentimientos que surgían de lo más profundo de su ser. Su voz vibraba mientras narraba con voz lenta y ronca aquellas vivencias ocurridas hacía tantos años. Se abstraía y, mirando las llamas, parecía revivir mentalmente cuanto estaba contando.
Yo permanecía mudo por el asombro y por la emoción de aquel momento. Quería respetar el ritmo del abuelo, sus silencios, sus pausas. Me daba cuenta de que aquel hombre estaba abriéndome su corazón y depositaba en mí una confianza que no había tenido en nadie. Mil preguntas se atropellaban en mi cerebro, pero callé a la espera de que él continuase. La narración era tan completa, tan descriptiva que yo no tenía que hacer ningún esfuerzo para visualizar lo que el abuelo contaba.
Después de la breve pausa, retomó su narración.
—Alberto, no puedo darte, por ahora, más detalles sobre la información que recibí; no obstante, voy a terminar de contarte el resto de lo que ocurrió aquella noche inolvidable de junio.
Después de oír a aquel ser, tomé la decisión de colaborar con ellos. Tenía ante mí algo que ni siquiera hubiera podido soñar y lo acepté.
Antes de marchar, aquel hombre se despidió diciendo:
—He de retirarme ya. Espero que esta energía inicial que te anima vaya creciendo con el tiempo, y algún día te sirva para encontrar la razón de tu existencia.
Poco a poco la imagen tridimensional que se había formado bajo el arco energético fue diluyéndose hasta desaparecer.
Yo no me atreví a dar ni un paso. Me quedé allí, mirando al vacío donde antes había estado ese ser luminoso. Dentro de mí sentía una inexplicable alegría, al tiempo que una sensación de irrealidad me hacía dudar si todo lo que me estaba ocurriendo no sería un sueño.
Jon me sacó de mi abstracción devolviéndome a la realidad.
—Baldomero, debes regresar a la Tierra. Ya está preparada la burbuja energética que te dejará en el mismo lugar que te recogimos. Tengo algo para ti —dijo dándose la vuelta y acercándose hacia un extremo de la sala.
Cuando volvió traía en sus manos un libro.
—Son unos «manuscritos» que debes leer para tener una idea completa de la gran interrelación que existe entre todos los seres del Universo. «Conserva este libro como un tesoro, pues lo es. Haz buen uso de la información que contiene: son muchos datos sobre la historia del hombre. Léelos y pon tu mente en disposición de aprender y asimilar cosas nuevas».
Yo permanecía quieto, impresionado aún por todo lo que había ocurrido.
Jon, con movimientos pausados y casi ceremoniosos, me ofreció «un grueso libro de pastas blancas». Extendí mis brazos y lo cogí mirando el emblema que había en la portada. Era un dibujo de la galaxia rodeada por 24 estrellas.
Seguía mirando aquel emblema cuando de pronto me encontré de nuevo en el suelo. Mis pies se hundían en la hierba de la pradera y sentí una brisa fresca que me despejó totalmente.
Instintivamente miré hacia el cielo con el tiempo justo de ver como una rueda luminosa giraba a gran velocidad, haciéndose cada vez más pequeña hasta desaparecer perdida en el firmamento infinito como una estrella más.
Me dejé caer y sentado en el centro de la pradera, con el libro apretado fuertemente contra mí, como si temiera que de un momento a otro fuera a desaparecer como había ocurrido con la nave, comencé a llorar.
Era tal el cúmulo de emociones que en aquel momento me embargaba, que sólo podían tener salida con el llanto, un llanto suave pero incontenible que fue calmándome poco a poco.
Por mucho que lo pensara no me cabía en la cabeza que una cosa semejante pudiera haberme sucedido a mí. ¿Quién era yo? ¿Por qué habían confiado a un pobre veterinario toda esa información?
Por otra parte, el hecho de haber vivido una experiencia tan asombrosa me hacía sentirme extraño, como si no terminara de creérmelo. ¿Sería realmente cierto que había viajado al espacio con seres de otros mundos? Nadie había conseguido volar tan alto y mucho menos tan rápido, al menos yo no tenía noticia de ello. Hacía un par de años, cuando acabó la Segunda Guerra Mundial, se hablaba de que pronto el hombre podría poner un satélite artificial en órbita, pero lo que yo había presenciado era algo infinitamente más avanzado, no sólo por el hecho de haber viajado al espacio, sino también por el vehículo en el que fui, una nave espacial tecnológicamente a miles de años de distancia de la más avanzada técnica terrestre.
Pensé en la abuela ¿qué diría ella de todo esto? Seguro que pensaría que había sufrido alguna alucinación, pero afortunadamente tenía una prueba: el libro que Jon me había entregado.
Me sentía tremendamente feliz. Había vivido algo reservado a muy pocos hombres, algo muy importante, tanto como para no guardármelo sólo para mí; pero al mismo tiempo sentí miedo a la incredulidad de la gente, a que no me creyeran y me tildaran de loco. El resto de la noche no pude dormir, mirando sin cesar el inmenso cielo estrellado con la secreta esperanza de que «ellos» volvieran otra vez.
El abuelo calló, pude ver como rodaba una lágrima por su mejilla.
—Tal vez tú, Alberto, algún día, puedas comprender lo que te estoy diciendo.
Sentí como el corazón se me estrujaba. El abuelo continuó después de unos cuantos carraspeos:
—A la mañana siguiente regresé a casa y comencé a leer aquellos manuscritos. Ahí estaba contenida la historia de la vida, el nacimiento del planeta, de los hombres, de las civilizaciones que lo han poblado, pero sobre todo de lo que el hombre ha venido a aprender a hacer aquí, en este pequeño planeta. Ahí, Alberto, estaban contenidas muchas, muchas respuestas... en definitiva, toda una filosofía de vida. Aquellos seres me dieron una clave para contactar con ellos y mantener comunicaciones telepáticas. En seguida comencé con las prácticas; fue una época muy dura, sobre todo al comienzo, pues los esfuerzos me parecían muchos y los resultados pocos. Me sentía poseedor de un gran tesoro. Mi deseo era compartirlo, comunicárselo a todo el mundo. Ese afán me llevó a cometer algunos errores que luego pesaron grandemente en mi ánimo.
Se levantó de su asiento y caminó hacia el amplio ventanal. La luz de la luna llena derramaba una claridad casi diurna. De espaldas a mi y escudriñando el cielo prosiguió como si estuviera pasando una nueva página de su vida.
—Gracias a un amigo, en mis tiempos de estudiante yo había entrado en contacto con una antigua Orden Hermética que parecía conservar intacta la enseñanza tradicional, el saber desde el principio de los tiempos. Durante muchos años he bebido de esa fuente, y aún hoy sigo con ellos. Fue la necesidad de canalizar mis inquietudes lo que me llevó a ingresar en esa Orden. Periódicamente recibía información que yo estudiaba con mucho interés. Cuando tuve esta experiencia con los «extraterrestres» se abrieron ante mí nuevas puertas, nuevas posibilidades, e intenté incorporarlas en mi vida. Las enseñanzas contenidas en los manuscritos, así como las comunicaciones que iba teniendo, me proporcionaban una visión más amplia de lo que la Orden me ofrecía. Cuando me sentí un poco más seguro de lo que tenía me di cuenta de que la nueva filosofía no contradecía la de la Orden, sino que le daba una dimensión mayor. Me puse en contacto por carta con algunos miembros con el afán de intercambiar información. Mis mejores ímpetus y energías se volcaron en contrastar los datos que para mí habían sido tan reveladores. En aquella época todas las actividades de este tipo estaban censuradas, y resultaba muy difícil ponerse en contacto con otros miembros.
Finalmente, me dirigí con mis flamantes descubrimientos a la Sede Central. La respuesta de las altas jerarquías no se hizo esperar. La manipulación, el elitismo y la falta de visión de los dirigentes fueron sembrando el miedo y el desconcierto y poco apoco me fueron cerrando todas las puertas. Empezaron a llegar comunicaciones de la Sede Central sobre el peligro de dar cabida a nuevas injerencias que no harían sino desvirtuar el verdadero sentido y saber de la antigua y tradicional Orden. Sufrí una tremenda decepción; hubo momentos muy difíciles de superar. La impotencia, la frustración y la angustia me hacían sentirme incapaz de llevar a cabo mi objetivo.
Por otro lado me encontraba solo. A pesar de que las comunicaciones con los guías extraterrestres llegaron a ser muy fluidas, el no tener a nadie para contrastarlas me hacía sentirme inseguro en muchos momentos y sobre todo, era una responsabilidad que me pesaba como una losa. En las comunicaciones yo recibía datos tan concretos y explicaciones tan racionales a mis preguntas, a los que ni la lógica más aplastante podía plantear la más mínima objeción. Había mucho de desmitificación y de claridad en esas teorías, mucho de luchar contra la institucionalización de todas las ideas, que es el verdadero cáncer de la sociedad. La Orden, a lo largo de los años, se había ido cargando con elementos manipuladores. Mi filosofía se vio fuertemente atacada por unos pocos que, como los antiguos sacerdotes, no querían perder los privilegios del poder y el reconocimiento.
Con el paso del tiempo mis fuerzas fueron mermándose y tuve que admitir mi fracaso en el intento de difundir lo aprendido. Diversas enfermedades me mantuvieron apartado durante mucho tiempo de cualquier actividad exterior, salvo las de mi profesión. La quietud y el retiro obligados me hicieron comprender que no podría jugar el papel que me había propuesto.
El abuelo volvió a tomar asiento junto a mí y continuó hablando con nostalgia.
—Cuando me entregaron los manuscritos, me dieron también una serie de consejos y recomendaciones. Entonces no entendí algunas cosas que el tiempo se ha encargado de desvelarme. Ahora veo claramente que ellos sabían que yo no podría llegar hasta el final. Sé que pensaban en alguien más, en un posible sucesor y creo que tenían un plan perfectamente estructurado.
Hizo una pausa, interrumpiendo su relato. Volvió a bucear con su mirada en mí. En aquellos momentos yo estaba ya totalmente en tensión, esperando que el abuelo, de alguna forma, me diera entrada, me invitara a romper el silencio. Pero él parecía sumido en un mar de recuerdos.
Por fin me decidí a hablar.
—Abuelo, lo que me has contado me ha dejado absolutamente boquiabierto. Si no viniera de ti pensaría que me estaban tomando el pelo. Ahora no sé qué pensar. ¿Te das cuenta de lo que me has contado? ¡Un viaje espacial en ovni y con extraterrestres! ¡Si parece una historia de ciencia ficción! Además, lo que el ser energético te contó debió ser muy importante, porque si no, no te habrían transportado físicamente. Tengo muchísimas cosas que preguntarte, abuelo, pero hay algo que me inquieta, ¿por qué me lo has contado a mí? ¿Por necesidad de contarle a alguien tu secreto, o por algo que se relaciona conmigo?
Por primera vez su voz sonó cansada.
—Ya no voy a contarte nada más, pero si quieres información la tendrás. Sólo necesito oírte decir que ese interés que manifiestas es algo más que curiosidad, que deseas conocer más para descubrir esa filosofía de vida de la que te he hablado. El tiempo apremia y los acontecimientos que se avecinan son muy graves.
Las últimas palabras resonaron cargadas de tristeza.
—Realmente tengo una curiosidad enorme, siempre me han atraído los temas de ciencia ficción, de civilizaciones del futuro, de otros planetas... pero no es sólo eso; también quiero conocer esa filosofía de vida que te enseñaron. Me gustaría saber el porqué de las cosas, de la vida y la muerte, en fin, de la razón por la que he venido a este mundo. Por otra parte, me gusta tu forma de ser, y si es fruto de esas enseñanzas, pues con mayor motivo. Sí abuelo, quiero conocer más.
Me pareció percibir que se le aflojaban los músculos al abuelo mientras me oía. Fue como si se le soltasen las amarras o como si hubiese entregado una pesada carga. Se sintió feliz, su expresión había cambiado.
Lentamente se levantó y salió del salón.
Sorprendido por su reacción me puse en pie sin saber qué hacer ¿dónde había ido? Notaba un hormigueo constante en las piernas y, como siempre que me emocionaba o vivía algo importante, sentía el estómago atenazado por los nervios.
A los pocos minutos el abuelo reapareció trayendo en sus manos un sobre grande. Se colocó frente a mí y me miró muy serio. En sus ojos descubrí dos lágrimas que pugnaban por no caer. No dijo nada, abrió el sobre y extendió sus dos manos hacía mi ofreciéndome su regalo. «Un grueso libro de pastas blancas con un dibujo de la galaxia rodeada por estrellas», que aunque no conté estaba seguro de que serían veinticuatro, esperaba ser recogido por una mano amiga que diera vida a cada una de sus páginas.
La carretera serpenteaba entre los montes. Estaba comenzando a oscurecer y los árboles que flanqueaban el camino movidos por el viento, proyectaban sobre el asfalto sombras extrañas. Había comenzado a llover.
Mientras conducía el coche, tratando de concentrar la atención y no apartar los ojos de la carretera iba rememorando una y otra vez lo que había vivido durante el fin de semana en casa de los abuelos.
Hacía tan sólo 24 horas que había hecho el camino en sentido inverso, respondiendo a una llamada escueta del abuelo: «Necesito hablarte, ven en cuanto te sea posible». Ese cortísimo mensaje telefónico fue suficiente para movilizarme de inmediato, yo le conocía bien y sabía que sólo podía tratarse de algo importante.
Pero las conversaciones mantenidas durante el fin de semana habían superado todas mis expectativas. Había convivido con los abuelos desde niño durante todos los veranos, sentía por ellos un gran cariño y admiración y su figura para mí era la representación de la coherencia y el buen hacer.
Muchas veces habíamos contrastado ideas y filosofías. Yo era una de las pocas personas que conocía su vinculación con la Orden desde que se fuera a estudiar Veterinaria a Madrid. Aquellas enseñanzas que recogían el saber oculto de la humanidad desde los tiempos del antiguo Egipto habían sido para él un auténtico manantial que calmó durante muchos años su sed de conocimiento. Él siempre me decía que aquella semilla era auténtica y que aunque admitía mis criticas sobre la «comercialización» de ese saber, no obstante ahí había grano, sólo había que hacer la labor de separar la paja del trigo, pero el que de verdad tenía ansias de búsqueda lograba encontrar respuestas.
Yo nunca me sentí atraído por la Orden, veía demasiado la inmensa estructura jerárquica en la que se había convertido por su afán en difundir y divulgar sus enseñanzas. Era de nuevo una gran institución con un organigrama que se diferenciaba muy poco del de cualquier multinacional.
Hasta ese momento había pensado que todo el bagaje del abuelo había surgido de sus estudios en la Orden, ¿cómo era posible que hubiera mantenido su secreto durante tantos años? Me parecía increíble, a pesar de que él decía que el tronco era común, a mí me costaba trabajo admitir la interrelación que podía existir entre una Escuela Hermética muy antigua y unos seres de otros planetas involucrados en unas supuestas misiones de ayuda a la Tierra, seres cuya tecnología estábamos aún muy lejos de alcanzar.
Cierto es que desde que me casé, hacía dos años, nos habíamos distanciado un poco y las visitas nunca eran tan prolongadas como en el pasado. Sin embargo, raro era el mes que no nos acercábamos por Burón para pasar con ellos un fin de semana. Y el abuelo todos esos años guardando celosamente esa increíble experiencia...
Miraba de vez en cuando al asiento de al lado donde descansaba el manuscrito. Allí estaba, patentizándome, que todo había sido verdad.
A medida que transcurría el tiempo iba dándome cuenta de que había creído la historia del abuelo más de lo que pensaba, de que a pesar de lo insólito de los hechos, estos encajaban como piezas irregulares de un puzzle.
Y ahí me encontraba, camino de León, donde Teresa me esperaba. Tendría que contárselo todo, el abuelo me había hecho prometer que compartiría con ella la lectura del manuscrito. ¿Qué pensaría? ¿Cómo iba a reaccionar cuando le contara que nuestro abuelo Baldomero había viajado hacía más de 25 años en una nave tripulada por seres extraterrestres y que desde entonces había mantenido contactos esporádicos a nivel telepático con ellos?
A partir de ese momento, mi preocupación durante el resto del viaje fue tratar de hallar el modo de transmitirle a Teresa la historia de la forma más verosímil posible. Teníamos que leer el libro y tratar de aplicar en todo momento la lógica y el razonamiento, entre los dos lograríamos una mayor objetividad. Cuando termináramos volveríamos a Burón para hablar con el abuelo, él nos esperaba con el resto de la información que —yo no sabía muy bien por qué— ahora se había callado.
La reacción primera de Teresa fue, como era de esperar, de sorpresa. Yo intentaba reproducir el relato del abuelo de la manera más fiel que era capaz, aunque me daba cuenta de que me faltaba la seguridad con que él me lo había dicho. Había cosas que incluso a mi me costaba creer y eso se traslucía en mis palabras.
Al final, después de varias horas de conversación nos encontramos ante el momento que ambos esperábamos con expectación: enfrentarnos a la lectura de los manuscritos.
En aquel momento ninguno de los dos podíamos imaginar lo importante que iba a ser aquel libro en nuestras manos, el cambio que de una forma progresiva se iba a producir en nuestras vidas.
Admitir la posibilidad de que la historia del abuelo fuese real era una revolución en muchos de nuestros esquemas mentales, pero el contenido de ese libro iba a suponer una revolución aún mayor.
Continuará….
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