EL CAMPO UNIFICADO
La constatación en los casos de gemelos idénticos de que cada uno podría sentir el dolor sufrido por el otro de manera prácticamente instantánea, llevaría un día a los expertos en la matemática de la física cuántica a plantearse que también deberían existir partículas elementales gemelas, es decir, conectadas permanentemente entre sí, independientemente de la distancia que las separase. El propio Albert Einstein se lo plantearía, si bien rechazó esa posibilidad porque ello supondría que la información entre las partículas debería circular a mayor velocidad que la luz y eso implicaba romper la barrera del tiempo, lo que contradecía su Teoría de la Relatividad. Sin embargo, el físico Alain Aspect demostraría en 1982, que tal vinculación existe.
La constatación en los casos de gemelos idénticos de que cada uno podría sentir el dolor sufrido por el otro de manera prácticamente instantánea, llevaría un día a los expertos en la matemática de la física cuántica a plantearse que también deberían existir partículas elementales gemelas, es decir, conectadas permanentemente entre sí, independientemente de la distancia que las separase. El propio Albert Einstein se lo plantearía, si bien rechazó esa posibilidad porque ello supondría que la información entre las partículas debería circular a mayor velocidad que la luz y eso implicaba romper la barrera del tiempo, lo que contradecía su Teoría de la Relatividad. Sin embargo, el físico Alain Aspect demostraría en 1982, que tal vinculación existe.
Por su parte, David Böhm, físico de la Universidad de Londres y ex colaborador íntimo de Albert Einstein, llegó posteriormente no sólo a la conclusión de que esa vinculación efectivamente existía, sino que tenía lugar entre todas las partículas elementales, que la aparente separatividad entre las mismas era una mera ilusión – como afirmaba también, por cierto, uno de los tradicionales principios herméticos – y que ese vínculo tenía lugar en un dominio subyacente, implícito, no visible. Es decir, que – usando su propia terminología –, bajo la esfera explicada de cosas y acontecimientos separados se hallaría una esfera implicada de totalidad indivisible que, por otra parte, sería siempre accesible – de forma simultánea – para cada parte explicada. En otras palabras, Böhm vendría a plantear que el universo está constituido de un dominio que denomina Orden Implícito – u Orden Plegado – y que abarca la Totalidad – tanto de lo que “existe” como de lo potencialmente existente –, siendo por tanto Unidad indivisible, aespacial y atemporal. Por lo que se entendería como “orden explícito” u “orden desplegado” la manifestación en el espacio y el tiempo de aspectos parciales del mismo.
Bien. He de hacer un inciso para explicar que por aquel entonces acababa de descubrirse el holo-grama. Y, aunque es de suponer que la mayor parte de los lectores saben de qué se trata, voy a resumir-lo de manera sencilla y breve: el holograma es un sistema especial de almacenamiento óptico que, sin necesidad de lente, permite obtener la imagen tridimensional de cualquier objeto en una película. Para ello, se ilumina primero el objeto con un rayo láser; a continuación, se hace rebotar otro rayo láser sobre la luz reflejada del primer. Y entonces, el patrón de interferencia resultante queda fijado en la película que, cuando es revelada, nos muestra sólo una especie de remolino de líneas, unas iluminadas, otras oscuras. Pero si iluminamos esa película con otro rayo láser, entonces aparece la imagen tridimensional del objeto en cuestión.
Ahora bien, la imagen holográfica tiene una peculiaridad muy importante. Imagine, por ejemplo, que ha hecho usted el holograma de un paraguas; y que, luego, toma usted la película en la que aparece y la corta horizontalmente con unas tijeras por la mitad. ¿Sabe lo que sucede? Pues que en cada mitad aparece ¡la imagen completa del paraguas! No la parte superior de la imagen en una y la inferior en otra. No, aparece en ambas la imagen completa. Pero es más: si usted corta esos dos trozos en otros dos y los cuatro resultantes en otros tantos, y luego esos ocho en otros ocho, y así sucesiva-mente, se encontrará con que cada uno de los trozos sucesivamente, se encontrará con que cada uno de lo trozos conserva la imagen completa. Es decir, que en un holograma cada parte del mismo contiene toda la información. O, dicho de otra forma, que la parte está en el todo y el todo está en cada parte, una especie de unidad en la diversidad y diversidad en la unidad. En cualquier caso, el punto crucial que nos interesa es que “la parte tiene acceso al todo”.
¿Sorprendente, verdad? Pues no es todo, porque resulta que simplemente cambiando el ángulo de incidencia de los dos rayos láser, un pedazo de película puede grabar además distintas imágenes so-bre la misma superficie.
Pues bien, sería el conocimiento de este hecho el que llevó a David Böhm a plantearse que tal vez el universo se comporte también como un holograma. No que esté constituido de luz láser y sea un megaholograma, sino que se “comporta” como tal. Deduciendo, en consecuencia, que la aparente conexión hiperlumínica de las partículas elementales probablemente se deba a que exista un nivel más profundo de la Realidad al que no somos admitidos. Y que si vemos las partículas subatómicas separadas es, sencillamente, porque no vemos el trozo de película holográfica cósmica en la que están inmersas. Sólo veríamos la imagen ilusoria y fugaz que procede de ella.
En suma, para Böhm la realidad clásica se habría centrado en manifestaciones secundarias – el aspecto desplegado de las cosas – y no en su fuente. Siendo para él evidente que la ciencia que pretende separar el mundo en sus partes no podrá nunca descubrir las leyes básicas, primarias. Y saber de qué está hecha en última instancia la materia que conforma el Cosmos es todavía hoy un tema pendiente para la ciencia. Porque la mayoría de los físicos creen que las partículas elementales generadas en los primeros instantes del universo se componen de quarks y neutrinos, hallazgo que, lejos de explicarlo todo, ha planteado a la ciencia muchos otros interrogantes. Para empezar, ninguna de estas partículas es visible a los sentidos; los quarks están encerrados en las partículas y, cuando se extraen de ellas, sólo se consigue crear más partículas, así que no se pueden aislar; en cuanto a los neutrinos, sus características son tan impenetrables que han creado una verdadera revolución en el campo de la física cuántica: viajan a la velocidad de la luz, atraviesan la materia, la Tierra y las personas como si fueran transparentes, y en apariencia carecen de carga eléctrica y de masa.
Lo que nos retrotrae inevitablemente a los antiguos escritos en griego atribuidos a Hermes Tris-megisto, quien ya entonces afirmaba, entre otras cosas, que “el Universo es mental por que todas las cosas han nacido de esa única energía mental por adaptación y que el hombre puede llegar a conocer el Todo reflejando el mundo en su propia mente, ya que tanto el hombre como la energía primordial están hechos del mismo material: la mente”.
Lo cierto es que la idea de que la mente pudiera ser la única sustancia primordial de la que todo emana y a la que todo vuelve fue muy bien acogida y se abrazó con entusiasmo ya que ofrecía, además, un método sistemático para llegar al conocimiento del universo. Es más: con el tiempo, adelantándose quince siglos al moderno paradigma holográfico, filósofos neoplatónicos como Plotino y Proclo dijeron ya en su época que “todo ser contiene en sí mismo todo y ve todo en cada uno de los otros, de forma que todo está en todos los lugares; todo ser es todo y así sucesivamente en una irradiación infinita”.
Para Hermes, pues, la potencia creadora del Universo se manifiesta en forma de pensamientos: “El Todo ha creado el universo mentalmente de una forma análoga al proceso mediante el cual el hombre crea sus imágenes mentales”. De lo que cabría deducir que la materia no nace como algo diferente a la energía, sino que ambas son dos polos de la misma mente universal, una dualidad que podríamos ver reflejada en la dicotomía onda-partícula inherente a la luz y puesta de manifiesto por la física cuántica. Es decir, que todo “emana” de una misma fuente universal –la mente – y la diferenciación entre las cosas materiales es debida únicamente a su adaptación dentro de una jerarquía organizada. De ahí la afirmación taxativa de Eddington de que “el universo es mente”, parafraseando el principio hermético que afirma que “Todo es espíritu. El universo es una creación mental sostenida en la mente del Todo”.
Ahora bien – se dirán algunos lectores –, aun admitiendo que lo postulado por Böhm fuera cierto, es evidente que el Grupo Aztlán no podría acceder a ese orden implicado, a ese orden plegado aespacial y atemporal en el que se encontraría toda la información del universo. Luego, ¿a cuento de qué viene todo esto?
Y me temo que para responder, amigo lector, deberé hablarle primero de Karl Pribram.
EL MODELO HOLOGRÁFICO DEL CEREBRO
Al igual que hace ya décadas que los investigadores de vanguardia saben que mente y cerebro no son la misma cosa, saben también que la memoria tampoco está confinada en un lugar específico del cerebro. Así lo demostró el profesor vienés Karl Lashley en su laboratorio de Orange Park (Florida, EE.UU.), al comprobar que cualquiera que fuese la parte que se extirpase de un cerebro, era imposible eliminar totalmente la memoria, sólo su grado de definición. Es más, sus experimentos demostraron igualmente que cada porción del cerebro contenía la totalidad de la memoria. Hecho que nadie sabía có-mo explicar... hasta que, años después, un discípulo suyo, el neurólogo Karl Pribram, profesor de la Universidad de Stanford, al conocer los trabajos de David Böhm, se dio cuenta de que si el universo se comportaba como un holograma, tal vez el cerebro fuera un decodificador holográfico.
Y de hecho, es precisamente ese modelo holográfico del cerebro el que permite comprender me-jor cómo esa masa de materia gris es capaz de traducir la avalancha de frecuencias que recibe a través de los sentidos (frecuentemente sonoras, frecuencias luminosas, etc.) transformándolas en las percepcio-nes del mundo concreto que nos es tan familiar. Porque la codificación y decodificación de frecuencias es precisamente lo que mejor hace un holograma. Por otra parte, los neurofisiólogos de numerosos labora-torios de todo el mundo demostraron que las estructuras cerebrales “ven, oyen, gustan, huelen y sienten” mediante un sofisticado análisis matemático de las frecuencias temporales y/o espaciales, es decir, que el cerebro usa el mismo lenguaje matemático para descifrar las percepciones que el empleado en la construcción de un holograma. Precisamente ello llevaría a Böhm a darse cuenta de que probablemente la Ciencia, desde Galileo, había objetivado la Naturaleza al contemplarla a través de lentes. Y a Pribram a comprender que, del mismo modo, la decodificación matemática del cerebro podría ser también una for-ma más cruda de “lente”. O, dicho de otra manera, que tal vez la realidad no sea lo que vemos con nues-tros ojos y que, si no fuera por esa lente, probablemente lo que percibiéramos fuera un mundo organiza-do en campos de frecuencias en los que no existirían ni el tiempo ni el espacio, sólo los acontecimientos. Con lo que, en definitiva, apoyaba la teoría de Böhm al entender que lo que el cerebro hace realmente en cada ocasión es decodificar parte del megaholograma que constituiría el orden implicado u orden plegado propuesto por él.
Resumiendo, lo que tanto David Böhm como Karl Pribram –que hace años colaboran juntos– vie-nen a decirnos es que nuestros cerebros construyen matemáticamente la realidad “concreta” al interpretar frecuencias de otra dimensión, una esfera de realidad primaria significativa, pautada, que trasciende el espacio y el tiempo. O, metafóricamente, que el cerebro es un holograma que interpreta un universo holográfico.
Y observe el lector que, entre otras cosas, ello implicaría establecer lo llamado sobrenatural como parte de la naturaleza, dando justificación y explicación, entre otras cuestiones, a la mayoría de los llamados fenómenos paranormales, la distorsión temporal, el éxtasis místico o la experiencia de fusión con la Totalidad.
Aunque eso sí, en esa organización multidimensional de carácter holográfico del universo, el ce-rebro estaría situado en la banda de frecuencia más baja, por lo que vendría a ser algo así como el ter-minal de una gran computadora cósmica que sólo podría acceder a un pequeño porcentaje del programa maestro.
En definitiva, si Böhm y Pribram tienen razón, ¿qué impide que el Grupo Aztlán haya conectado mentalmente en realidad con el megaholograma universal subyacente en el orden plegado? Absolutamente nada.
En este nuevo paradigma hay algo claro: no es la conciencia la que está subordinada a la materia por cuanto la creencia de que no era más que un epifenómeno del cerebro está superada: antes bien, hoy pocos dudan de que es la materia la que está subordinada a la conciencia. Añadamos a ello la corrobora-ción – como decían los antiguos místicos – de que la psique humana parece estar armoniosamente imbricada en todo lo que existe y de que tiene un claro ámbito transpersonal – además del nivel biográfico y la esfera perinatal – y nos encontraremos con tres aspectos que recién empiezan a estudiarse: su inexplicable capacidad de recuerdo – que incluye la memoria vívida de hechos históricos muy anteriores a su nacimiento –, la posibilidad del ser humano de trascender las barreras espaciales –incluyendo la identificación o fusión a diferentes niveles de quienes viven la experiencia – y la capacidad de extender su conciencia más allá de la dimensión espaciotemporal del mundo físico.
¿Puede extrañar a alguien, ante este panorama, la búsqueda de modelos alternativos a los presupuestos básicos de la ciencia materialista y mecanicista, una vez comprobado que las experiencias transpersonales, por ejemplo, a pesar de darse en procesos de autoexploración profunda, “parecen beber directamente – en palabras del ya mencionado Stanislav Grof –, sin la mediación de órganos sensoriales, de fuentes de información que se encuentran claramente fuera del alcance del individuo tal como se le define convencionalmente?
¿Puede sorprender que, desde esa óptica, desde la aceptación de que es posible mediante expe-riencias transpersonales acceder a informaciones sobre prácticamente todo a través de canales extrasen-soriales, que las barreras entre Psicología y Parapsicología desaparezcan? Stanislav Grof es rotundo a ese respecto: “La capacidad de las experiencias transpersonales para comunicar información intuitiva instan-tánea sobre cualquier aspecto del universo en el presente, el pasado y el futuro, quebranta algunos de los más básicos supuestos de la ciencia mecanicista. Estas experiencias contienen nociones tan aparentemente absurdas como la relatividad y la arbitrariedad de todas las barreras físicas, las conexiones no locales en el universo, la comunicación a través de medios y canales desconocidos, la memoria sin un sustrato material, la no-linealidad del tiempo o la conciencia asociada a todos los organismos vivientes”. Y añade: “Todo esto implica claramente que, de un modo todavía inexplicado, cada ser humano contiene información sobre el universo entero o sobre toda la existencia, tiene en potencia acceso experiencial a todas sus partes y, en cierto sentido, es todo el tejido cósmico, en la misma medida en que es justamente una parte infinitesimal de él, una entidad biológica separada e insignificante”.
“Los fenómenos transpersonales – añade – revelan entre el individuo y el cosmos concesiones que por ahora permanecen más allá de toda comprensión. Todo lo que podemos decir es que, en algún lugar del proceso de confrontación con el nivel perinatal de la psique, aparece algo así como una extraña cinta de Moebius cualitativa, a través de la cual la autoexploración profunda del inconsciente se convierte en una aventura en el universo global.”
Ignoro si el lector habrá comprendido en profundidad la trascendencia de lo manifestado. La con-cepción de la realidad ha cambiado en los últimos años de tal manera que la mayor parte de quienes se creen autoridades en su parcela del saber sigue, sin embargo, anclada en el viejo paradigma, sumida en la ignorancia, y mostrándose además prepotente. Intentar encontrar las obras de los autores del pensa-miento de vanguardia en las universidades españolas e iberoamericana es casi siempre una quimera, aun cuando algunas están traducidas al castellano.
Pero el cambio de paradigma es imparable, aunque la inmensa mayoría no se esté enterando del proceso evolutivo en el que estamos todos inmersos, ignorancia a la que no son ajenos precisamente la inmensa mayoría de los medios de comunicación.
Stanislav Grof resumía con estas palabras la actual revolución: “Entre las disciplinas y conceptos que han contribuido significativamente a este cambio drástico de la visión científica del mundo está la física cuántico–relativista, la astrofísica, la cibernética, la teorías de la información y de sistemas, la teo-ría de Sheldrake sobre la resonancia mórfica, el estudio de Prigogine sobre las estructuras disipativas y el orden por fluctuación, la teoría de David Böhm sobre el holomovimiento, el modelo holográfico del cere-bro creado por Karl Pribram y la teoría de los procesos de Arthur Young.”
Algunos de los nuevos postulados de la Ciencia los he esbozado; otros he preferido obviarlos por-que, como ya dije, sobrepasaría la intención de este libro.
Termino el capítulo. Pero no sin antes advertir al lector de que todas las hipótesis en él expuestas no son sino meros apuntes de teorías mucho más profundas y complejas, que hubieran requerido, para ser desarrolladas, un espacio muy superior al que ocupa el presente libro. Téngalo presente. Y piense también que en modo alguno son las expuestas las únicas posibilidades de explicación del fenómeno vivenciado tanto por el Grupo Aztlán como por otras numerosas personas y colectivos, aunque sí – a mi juicio – las más significativas.
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