15 de diciembre de 2009

LOS MANUSCRITOS DE GEENOM (I) - CAPITULO 6

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VI. PRIMERAS EXPERIENCIAS

Pasaron varias semanas y cada viernes seguíamos reuniéndonos en casa e intentábamos una y otra vez el contacto. Sin embargo, a pesar de que seguíamos al pie de la letra las recomendaciones del abuelo los resultados no eran muy halagüeños.

Percibíamos en algunos momentos una energía que movía el vaso deslizándolo por el tablero de una a otra letra pero no pasábamos de ahí. A veces parecía que se conformaba una palabra, pero inmediatamente después aparecían letras sin ningún sentido. Nos turnábamos intentado descubrir si alguna de las combinaciones resultaba más efectiva, mientras tres de nosotros colocábamos el dedo sobre el vaso otro tomaba nota de las letras que se iban marcando. El desencanto y la frustración estaban a punto de hacer mella en nuestro ya tambaleante ánimo, sólo nos mantenía la confianza que el abuelo parecía tener en aquel método.

La primera dificultad que tuvimos que salvar fue que nuestros pensamientos atravesaran el mundo de los desencarnados. Efectivamente, cuando el vaso comenzaba a moverse de forma involuntaria y hacía amplios círculos sobre el tablero era un claro indicio de que allí había algún tipo de energía. A la pregunta de quién eres, se correspondían las respuestas más variopintas, habíamos leído sobre el espiritismo y las injerencias de los «espíritus burlones» que intentaban comunicar en cuanto veían un canal abierto. A los pocos minutos, cuando detectábamos que no era la comunicación que buscábamos lo dejábamos para reanudarla con una nueva llamada pasados unos momentos. Teníamos muy claro que no queríamos comunicar con desencarnados, sino con hombres físicamente vivos, y que por su evolución superior pudieran aportarnos alguna enseñanza.

En las notas que el abuelo dejó se hacía referencia al espiritismo como una práctica muy antigua y bastante usual desde los albores de la humanidad. Sin embargo también advertía que en el noventa y cinco por ciento de los casos la comunicación no se realizaba con desencarnados, sino con el subconsciente del presunto médium.

De cualquier modo fuera el propio subconsciente o algún espíritu, lo cierto es que no conseguíamos ninguna frase coherente. En ningún momento sentimos miedo, las notas del abuelo hablaban bastante sobre las energías que nos rodean, energías que son inofensivas y no interfieren en el mundo físico. Siempre que estuviésemos armonizados, emitiendo vibraciones positivas y sobre todo tomándonos en serio lo que estábamos haciendo no había prácticamente posibilidades de interferencias.

Habíamos oído historias sobre experiencias paranormales, algunas sorprendentes, y en alguna ocasión se nos pasó por la cabeza la posibilidad de que nos ocurriera a nosotros, pero recordábamos las palabras del abuelo y sus consejos: «Sólo si deseáis abrir la puerta al mundo de los desencarnados permitiréis con vuestro consentimiento y responsabilidad la interferencia de un mundo con otro, pero liberaréis energías difíciles de controlar, y que a la larga crean necesidades y dependencias recíprocas. Recordad que vuestro objetivo está más allá de este tipo de experiencias. Elevad vuestro tono vibratorio y dirigid la llamada a los Hermanos Mayores, ellos si que pueden controlar las energías».

Desde el principio teníamos clara una cosa: la mente era algo muy delicado para jugar con ella. Había que saber en cada momento qué se estaba persiguiendo y para qué; el control debía mantenerse a toda costa y para ello su consciente actuaba como un filtro perfecto desechando cuanto no tuviera visos de coherencia.

El paso de los días fue haciendo que un cierto desánimo se apoderara de casi todos; sólo yo me empeñaba en mantener la ilusión pese a quien fuera. Mi objetivo era bien claro: Había que seguir adelante hasta conseguirlo. Pocas veces a lo largo de mi vida me había obcecado tanto en una idea, pero desde que descubrí el tema algo especial resonó muy dentro. Es una sensación que se tiene muy pocas veces en la vida, pero te da el íntimo convencimiento de que eso es importante y debes perseguirlo.

Al cabo de algún tiempo tuvimos lo que consideramos un pequeño premio a la constancia. Una de las noches de reunión, después de hacer la relajación y emitir la llamada notamos claramente que el vaso daba vueltas de una forma más uniforme, los movimientos eran suaves y mantenidos. Todos percibimos que se trataba de una energía distinta.

Emitimos la pregunta de rigor: ¿Quién eres? El vaso fue deslizándose sin titubeos seguidos por los dedos de Teresa, Pilar y Alberto; Fernando tomaba nota, fue escribiendo las letras que el vaso marcaba.

—Soy Isthar.

—¿Eres un desencarnado?

—No. Vivo.

—¿Estás físicamente vivo?

—Si.

—¿Dónde estás ahora?

—Viajo en nave.

El corazón nos dio un vuelco. Desde luego las respuestas eran casi telegráficas, la comunicación era lenta, distaba mucho de lo que el abuelo nos había dicho que se podía llegar a conseguir, pero sin embargo, no había interferencias, las letras se marcaban de forma decidida y clara. Durante unos minutos surgió el desconcierto y la sorpresa en el grupo. ¿Lo habíamos logrado? —nos preguntábamos sin atrevernos a creerlo después de tantos intentos fallidos.

Ese pequeño desbarajuste hizo que se perdiera la onda y hubo que concentrarse de nuevo para recuperar la comunicación.

—¿Vives en un planeta? ¿Cuál es el nombre de tu planeta?

—Si. Venus.

—Pero si Venus no está habitado, no puede haber vida, los científicos dicen que está rodeado por una capa de gases que hacen la atmósfera irrespirable y no es posible el desarrollo de la vida humana —Comentó Fernando que era quien formulaba las preguntas en voz alta para que todos nos concentrásemos sobre la misma idea.

Por toda respuesta el vaso marcó un signo de interrogación.

—¿Hay vida en Venus, vida humana? Confírmanos por favor.

—SI.

Entonces a Fernando se le ocurrió algo que venía rondándole por la cabeza desde que comenzara la comunicación.

—¿Puedes darnos una prueba de que estamos contactando contigo, que no es producto de nuestra propia mente?

—Lo intentaré.

Al cabo de unos segundos el vaso marcó las siguientes letras.

—Conectad la radio. Onda corta 7.3 Mhz.

Fernando se levantó y encendió el aparato. Fijó el dial en el punto indicado y volvió a la mesa con los demás. Todos estábamos expectantes y el corazón desde hacía diez minutos nos latía a ritmo acelerado.

En ese punto del dial únicamente se oía el típico ruido parásito, no se captaba ninguna onda, de pronto, por encima de ese ruido se alzó claramente un pitido agudo. El vaso se deslizó sin que mediara pregunta verbalizada.

—Soy yo.

—¿Quieres decir que tú estás produciendo ese sonido mantenido?

—Sí.

Fernando no se dejó convencer tan fácilmente y casi desafiante dijo.

—Hazlo intermitente.

Inmediatamente el pitido prolongado se tornó corto e intermitente. El cerebro de Fernando funcionaba a velocidad de vértigo. No daba tiempo a los demás a que formuláramos ninguna pregunta.

—Hazlo más grave.

Al momento el sonido se volvió grave y mantenido nuevamente.

—Ahora más agudo.

El sonido nuevamente fue como el que habían escuchado la primera vez.

Nos miramos unos a otros buscando en los ojos de los demás la confirmación de lo que cada uno pensábamos: ¡¡¡era verdad!!!.

Volvió a organizarse un pequeño revuelo, todos queríamos preguntar y cada uno algo distinto, no lográbamos ponernos de acuerdo. Fernando intentó poner un poco de orden anotando algunas preguntas y comenzando un improvisado cuestionario.

—¿Cómo es la vida en tu planeta?

—Debo irme, lo siento, sólo puedo comunicar unos minutos. Amor, adiós.

Y dicho esto el vaso se quedó materialmente clavado en el centro del tablero. Evidentemente la energía, no sabían muy bien de qué tipo, que lo había movido, había desaparecido.

A pesar de los esfuerzos por concentrarse y recuperar el contacto no lo logramos. Eran las tres de la madrugada y estábamos tan entusiasmados con lo que acabábamos de vivir que no podíamos creerlo. Sin embargo nuestra curiosidad no estaba saciada ni mucho menos, teníamos cientos de preguntas en el tintero, pero una cosa era cierta, habíamos conseguido algo importante, por primera vez teníamos la confirmación de que era posible contactar telepáticamente con alguien coherente.

Aquella noche disfrutamos plenamente del hito logrado. En los días que siguieron nos vimos dominados por las dudas, ¿sería nuestra propia mente?, ¿algún elemental, como llamaban a los seres desencarnados, que gastaban bromas a los crédulos vivos?, ¿cabía la posibilidad de que hubiéramos contactado con algún otro terrestre que nos había transmitido telepáticamente esas frases?, después de todo eran cortas, casi monosílabos, ¿podría haberlas enviado alguien como un experimento? ...

Durante toda la semana formulamos mil conjeturas, sin embargo, sobre todas las especulaciones reinaba un hecho claro: La experiencia de la radio era inequívoca, habíamos captado una señal que variaba según nuestras indicaciones, a ese hecho resultaba más difícil encontrarle explicación, era como una nota discordante que nos hacía dudar.

¿Y si todo hubiese sido verdad?, ¿Y si el tal Isthar existiese y hubiéramos estado «hablando» con un ser de otro planeta durante unos minutos?

El abuelo nos había advertido que las primeras comunicaciones serían cortas y que correspondían a una etapa en la que era necesario pulir la longitud de onda... Nos encontrábamos inmersos en un mar de dudas y apenas podíamos esperar que llegara el próximo viernes para confirmar el logro o descubrir el engaño.

En esos días leímos cuanto cayó en nuestras manos sobre el fenómeno OVNI, y sobre los contactos extraterrestres, había una vasta literatura, a veces fiable y otras puramente especulativa. Nos enteramos a través de un libro de J.J. Benítez: «OVNIS S.O.S. a la humanidad» que un grupo de personas en Perú aseguraba mantener contactos telepáticos con seres de otros planetas. Los métodos que seguían eran similares a los nuestros.

Preparamos a conciencia la siguiente reunión; hicimos un amplísimo cuestionario a modo de guión, teníamos además una petición final: queríamos una cita, un avistamiento.

Esta idea nos creaba en el fondo un poco de inquietud pero necesitába-mos confirmación de la veracidad de las comunicaciones por todos los medios y ese nos parecía el más definitivo. Si nos citaban en un lugar y a una hora determinada y veíamos una nave... no cabría ya duda. El miedo a lo desconocido luchaba en nuestro interior con los deseos por descubrir la verdad.

Durante las siguientes semanas pasamos por diversas experiencias de comunicaciones que nos llevaron desde la máxima ilusión al más profundo desánimo. Hubo noches enteras de esos viernes, en las que no sacábamos nada en claro. Las interferencias se sucedían, las comunicaciones eran esporádicas y duraban sólo unos minutos. Se alternaban los contactos con extraterrestres que siempre parecían ir de paso por la Tierra, ocupados en algún trabajo, con intentos de los elementales por captar la onda mental que les permitiera comunicarse o manifestarse al mundo de los encarnados. Fueron dos meses en los que aprendimos varias cosas:

El resultado del contacto dependía en gran medida de nuestro estado de ánimo, comprobamos por experiencia que cuando nosotros estábamos más cargados emocionalmente, más alterados, más desarmónicos en definitiva, la longitud de onda que emitíamos no debía tener la suficiente fuerza para traspasar la barrera de los elementales y esa noche nos íbamos a la cama de vacío, sin ni siquiera haber cosechado uno de esos contactos cortos pero que resultaban tan gratificantes.

Aprendimos también a no tenerle miedo al mundo de lo invisible, de las energías, a poder controlar las interferencias, muchas veces involuntarias, de los desencarnados. Les tratábamos con respeto pero con firmeza, pidiéndoles no interferir, pues nuestro objetivo era comunicar con seres humanos vivos de otros planetas; en la mayoría de los casos la petición era atendida y la interferencia ya no volvía a producirse.

Con la práctica era más fácil concentrarse y observar pequeños progresos en la recepción cuando teníamos algún comunicante. Aprendimos a reconocer enseguida una buena comunicación de las que buscábamos, se notaba claramente diferente a las otras en cuanto a coherencia, continuidad, falta de interferencias, etc.

Casi siempre una petición saltaba al tablero de forma persistente: ¿Puedes darnos una cita? ¿Podríamos ver tu nave?

Normalmente las respuestas eran una negativa amable:

«No estáis preparados aún». «Estoy trabajando». «No puedo desviarme». «Lo siento, no es posible».

Sin embargo, algunas veces conseguíamos arrancar al comunicante un lugar y una hora. Con los ánimos exaltados cogíamos el coche y nos poníamos en marcha hacia el lugar indicado, las estrellas y la oscuridad de la noche fueron mudos testigos de estas idas y venidas infructuosas. Mirábamos al cielo con obstinación esperando ver el punto luminoso que se desplazase veloz, pero todo era en vano, la bóveda celeste permanecía inmutable ante nuestros ojos ansiosos. Al final, cansados y helados de frío volvíamos a casa la mayoría de las veces con las manos vacías. Cuando intentábamos comunicar de nuevo recibíamos respuestas como: «No nos habéis visto por las condiciones climatológicas». «íbamos a mucha altura». En más de una ocasión llegábamos tarde al lugar de la cita, entonces nos reconcomía la duda ¿lo hubiéramos visto de haber llegado a tiempo?

A todos nos contrariaban lo que considerábamos «tomaduras de pelo», pero el que peor lo llevaba era Fernando, no entendía por qué era tan difícil verlos cuando continuamente aparecían noticias de avistamientos fortuitos y había cientos de libros con testimonios de testigos presenciales de las evoluciones de los supuestos OVNIS. Gente que se tropezaba con ellos mientras que nosotros que manifestábamos un claro interés por el tema no acumulábamos más que una decepción tras otra.

Decidíamos no salir más, pero después de unos días, cuando surgía la posibilidad volvíamos a pedir nuevamente la cita, era la esperada prueba definitiva y ante la quimera de esa confirmación sucumbíamos muchos viernes.

Tiempo después descubrimos que muchas de aquellas comunicaciones correspondían a interferencias propias, la inexperiencia del principio, unida a nuestros deseos por lograr un avistamiento eran los ingredientes perfectos para que se dieran ese tipo de comunicaciones. Una vez más la paciencia debía imponerse sobre el apresuramiento.

Las comunicaciones que manteníamos no eran desde luego las que esperábamos. Contactos de diálogos abiertos y continuados donde no se interrumpiera la comunicación y se pudiesen hacer preguntas y pedir aclaraciones como cuando tienes una conversación con alguien de tú a tú.

Recibíamos retazos de información interesante pero la comunicación era tan corta, cinco minutos apenas, que no permitía mantener un hilo de continuidad, y apenas lográbamos formular media docena de preguntas. Los interlocutores eran distintos aunque a veces surgía algún «viejo conocido», alguien que ya había aparecido en alguna otra ocasión, notábamos entonces que la comunicación era más fluida. Queríamos conseguir establecer contacto con la misma persona pero aparentemente eso resultaba bastante difícil, no sólo por el corto tiempo que duraba sino porque se establecía aprovechando viajes de esos hombres a la Tierra, viajes esporádicos y que no siempre coincidían con los días de reunión del grupo.

Por otra parte en alguna ocasión nos decían que a esos hombres no les permitían comunicar largamente con los terrestres, sus misiones eran otras. Algunos de los comunicantes confirmaron incluso su posición, eran seres humanos (4a. dimensión) en el cuarto peldaño de la escala evolutiva (4.4).

Algunos de los supuestos extraterrestres con los que comunicamos nos confirmaban su colaboración en misiones de ayuda a la Tierra, pero exclusivamente a niveles físicos y tecnológicos como recogida de muestras, trabajos geológicos en el subsuelo, etc.

Durante todo este tiempo luchamos con verdadera constancia por mantener el espíritu de equipo, los deseos de avanzar, la fuerza de voluntad ... Y así a comienzos del mes de Abril, cuando la primavera estallaba en los campos regándolo todo con una nueva luz que hacía parecer los colores recién estrenados, un tibia noche, una noche especial que siempre recordaríamos, lanzamos una vez más esperanzados la consabida llamada al espacio esperando ser escuchados.

—Queremos comunicar con seres humanos físicamente vivos, de evolución superior a la nuestra. Nos guía el deseo de aprender.

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