14 de diciembre de 2009

LOS MANUSCRITOS DE GEENOM (I) - CAPÍTULO 5

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V. EL ABUELO MUERE

Una semana más tarde recibimos un lacónico telegrama de la abuela Rosario: «El abuelo se nos va. Está agonizando. Si podéis, venid a su lado cuanto antes».

Nos pusimos inmediatamente en camino; el viaje se hizo especialmente largo. El tiempo era muy malo; el viento, el agua y el granizo nos acompañaron todo el camino. Parecía que la carretera se empeñaba en prolongarse más y más impidiéndonos llegar a nuestro destino.

Cuando llegamos a Burón encontramos el pueblo cubierto por la nieve. Las farolas, adosadas a las fachadas de las casas, vertían aquí y allá un chorro de luz amarillenta que se estrellaba contra la blancura del suelo. Era ya noche cerrada y entre espesos nubarrones de vez en cuando aparecía la luz brillante de la luna que arrancaba destellos plateados al chocar contra las estalactitas heladas que pendían de los aleros de los tejados.

Una serenidad especial reinaba en el pueblo, sólo rompían el silencio unas campanadas lentas, graves, espaciadas, que se perdían valle abajo. Tragué saliva, yo conocía muy bien ese sonido y el mensaje que encerraba.

El camino hacia la casa era un continuo ir y venir de gente; negras siluetas silenciosas que contrastaban sobre la blancura de la nieve. Iban a casa de D. Baldomero, su buen veterinario, su fiel amigo, pues eso había sido para ellos el anciano. Mujeres y hombres envueltos en sus chales y ropones apresuraban el paso para dar su último adiós al que marchaba.

Al llegar a la casa nos recibió una bofetada de silencio que hizo que el corazón se nos encogiera un poco más. Apenas entramos la abuela Rosario salió y se arrojó en mis brazos. Me pareció más frágil que nunca, más menuda. Unas lágrimas quedas y suaves, rodaron por las mejillas de la anciana que no pronunció ni una sola palabra. Se dejó conducir mansamente por Teresa hacia la cocina.

Me quedé parado en el umbral de la puerta y cerré los ojos mientras por la nariz se me colaba aquel olor familiar, tan dulce y pegajoso como siempre. La angustia me brotó desde el estómago y subió hasta la garganta, una sensación de mareo me invadió. Abrí los ojos y respiré profundamente mientras me acercaba a la cama. Afortunadamente todos habían salido de la habitación.

Iluminado por las lamparitas de las mesillas pude ver el cuerpo del abuelo que yacía sobre el lecho. Le habían puesto un traje marrón oscuro, muy nuevo, los zapatos, su boina ...

Miré aquel rostro extremadamente pálido, era él, lo sabía, sin embargo me costaba trabajo reconocerle. Me acerqué a la cama y apoyé una mano sobre las del abuelo mientras me inclinaba para darle un beso en la mejilla. Al levantarme una extraña sensación me invadió. Aquel ser postrado no tenía nada que ver con mi abuelo Baldomero, aquello era como una funda vacía que no me inspiraba ningún sentimiento.

Al principio me sentí turbado por esta idea y hasta un poco culpable, sin embargo una y otra vez algo martilleaba en mi cerebro: el abuelo ya no estaba allí. Aquel ser podía tener su apariencia física, pero el abuelo ya se había ido.

Cerré los ojos tratando de evocarle mientras intentaba poner orden en las ideas. Recordé frases oídas al abuelo muchas veces, sus teorías sobre la energía vital que animaba al cuerpo físico, él lo describía como una especie de fluido que rodeaba a todos los seres vivos y que formaba un doble exacto del cuerpo a nivel energético. Cuando esa energía se desprendía o se agotaba sobrevenía la muerte.

¿Será lo que la Iglesia Católica llama el alma? Lamenté no haber prestado más oído a aquellas teorías, me hubiese gustado saber más, tal vez así, ahora tendría una explicación a la sensación que me había producido la presencia del abuelo, la de encontrarme con alguien cuyos rasgos me eran familiares, pero emotivamente le sentía tan ajeno a mí que no sabía qué pensar de esos sentimientos.

La entrada de algunas personas en la sala dispuestas a rezar sus oraciones me hizo volver bruscamente a la realidad. Permanecí allí durante unos minutos con la cabeza inclinada y los ojos cerrados, recordándole fuerte, sereno, paseando por el hayedo, recibiendo el sol del atardecer ... vivo.

Salí de la habitación y me refugié en el despacho, allí me parecía que la presencia del abuelo era más patente, más real que en el otro cuarto. Me senté frente al escritorio mientras aspiraba el aire con deleite. Aquel sitio siempre me había gustado de manera especial, el olor del tabaco de pipa que el abuelo guardaba en un pequeño castillo de madera, mezclado con el olor a papel que se desprendía de los libros que cubrían por entero dos de las paredes ... Sí, allí me sentía más con él que en ningún otro lugar.

Entorné los ojos y las imágenes acudieron a mi mente como atraídas por un poderoso imán. Me parecía estar viéndole a veces nostálgico y silencioso y otras comunicativo y alegre. Recordé cuanto le gustaba caminar y lo agradable que resultaba ir a su lado en aquellos largos paseos al atardecer por el hayedo viejo. Me parecía sentir mis pies hundiéndose en la mullida alfombra de hierba y hojas caídas. El bosquecillo a esa hora mágica cobraba un encanto especial, el sol bordaba filigranas sobre la hierba al atravesar las copas de los árboles y reflejaba en el suelo los complicados arabescos que formaban las ramas entrelazadas de las enormes y viejas hayas. Nunca llegue a saber si las habían plantado demasiado cerca o es que a lo largo de los años cada árbol había ido estirando sus ramas hasta entremezclarse con las de sus vecinos más cercanos. Lo cierto es que formaban ya un conjunto inseparable.

Siempre se sentaba en el mismo lugar, sobre un viejo tronco caído y desde allí contemplaba como el sol iba poniéndose y como la oscuridad iba ganando terreno en su batalla contra la luz. El bosque entonces cambiaba y adquiría un aspecto un tanto fantasmagórico, las ramas que se alzaban hacia lo alto parecían estirarse aún más haciéndose más imponentes, los cantos de los pájaros iban cesando hasta desaparecer en el crepúsculo de un día cualquiera. Recordé con nostalgia una frase que había escuchado algunas veces en boca del abuelo cuando se abstraía perdido en sus propios pensamientos: «Una inmensa tristeza me sube por las cuerdas del alma...

Sólo recordaba esas palabras pero desde la primera vez que se las oí sentí como si reflejaran un estado de ánimo muy especial con el cuál me identificaba en muchos momentos. Cada vez que sentía nostalgia o tristeza esas palabras acudían a mi recuerdo sin saber muy bien por qué...

Don Baldomero, como todo el mundo le llamaba era muy popular entre sus convecinos. Había entregado a esa tierra y a las gentes de esa aldea los mejores años de su vida. A lo lago del tiempo había logrado ganarse no sólo el respeto sino también el cariño franco de la gente de la montaña. Hacía varios años que ya no ejercía como veterinario, sin embargo todavía seguían llamándole cuando había algún problema «especial». Todo el mundo en el pueblo había tenido en alguna ocasión la oportunidad de recibir su ayuda fuese del tipo que fuese.

Últimamente pasaba los días haciendo lo que más le gustaba: leer, pasear, observar la naturaleza, los animales, la vida...

Era un gran observador, por eso me gustaba ir a su lado, sorprendiéndome a cada momento que siempre supiera como se llamaba tal o cual planta o árbol, y para qué podía utilizarse, y como se criaba, e incluso alguna leyenda o historia sobre el tema, conocía el canto de los pájaros, y las costumbres de los animales que habitaban por los alrededores.

Abrí los ojos y miré alrededor, todo estaba como si el abuelo acabara de salir de esa habitación. El álbum de fotos estaba sobre la mesa, acaricié la tapa de piel marrón ya gastada por los bordes. Al abrirlo fue como si una ráfaga del pasado se escapase de entre sus páginas y se quedara instalada en la sala llenando el ambiente de recuerdos.

Aquellos antiguos retratos de cartón duro y grueso, ya amarillentos en parte por el paso del tiempo, y en parte porque aquellas fotos tenían un color indefinido.

Muchas de esas imágenes estaban grabadas en mi recuerdo de forma indeleble, unas por haberlas vivido y otras por haber mirado muchas veces aquellos retratos mientras los abuelos me explicaban con detalle cada escena.

Desde pequeño pasaba con ellos todas las vacaciones escolares y eso hizo nacer entre nosotros unos lazos muy fuertes basados en vivencias cotidianas que habíamos compartido. Me parecía estar sentado con ellos alrededor de la mesa, en la cocina, un sitio especialmente acogedor. Por las paredes blancas se distribuían vasares a diferentes niveles que soportaban platos de cerámicas muy antiguas, de la bisabuela, algunos de ellos rotos se sujetaban por detrás con una laña de metal. La cocina encendida desprendía un agradable calor, las piñas chisporroteaban y un suave perfume a resina quemada completaban el cuadro para sentirse abrigado y recogido. Había calor de hogar en aquella cocina, siempre había sido la parte más utilizada de la casa y daba la impresión de que sus paredes guardaban el calor humano de los momentos que allí habíamos pasado.

Unos golpecitos en la puerta me sacaron de mi ensimismamiento, venían a buscarme para cumplir el ritual acostumbrado: los hombres debíamos velar al difunto en una sala y las mujeres en otra harían compañía a la abuela. Aquella noche fue larga, muy larga...

Durante todo el día siguiente las visitas se sucedieron. Vino gente de varios pueblos de los alrededores, realmente el abuelo tenía muchos amigos. A eso de las cuatro de la tarde las campanas de la torre volvieron a dejar oír su tañido melancólico y triste; anunciaban la llegada del sacerdote. El viejo párroco, con una casulla morada y seguido por dos monaguillos, llegó a la casa. Rezó una oración acompañado por los vecinos mientras cerraban el ataúd. Todo el pueblo estaba allí, las figuras enlutadas contrastaban tremendamente con el paisaje inmaculado.

Después de las bendiciones, entre varios, alzamos el féretro sobre los hombros y nos encaminamos hacia la iglesia, precedidos por el párroco y los monaguillos. Al paso de la comitiva algunos niños se paraban y quitándose los gorros se santiguaban inclinando la cabeza. Me sorprendió lo familiarizados que esos chiquillos estaban con la muerte; seguramente desde muy pequeños habían visto pasar muchas comitivas como aquella y eso les había hecho considerarlo como un suceso más de su vida cotidiana, sin miedos y sin aspavientos, sin mitos.

Llegamos a la plaza y subimos los escalones de entrada a la iglesia. El frío de los siglos parecía haberse colado en el interior, las paredes de grandes bloques de piedra viva, parecían de hielo; hacía allí más frío que fuera.

Colocamos el ataúd sobre una mesa en el centro del pasillo, junto al altar mayor. Enseguida comenzó la celebración. Yo apenas lo oía, al principio presté atención pero después las palabras del sacerdote en lugar de ofrecer consuelo y esperanza abundaban en el dolor y el sufrimiento. Desconecté mentalmente el sonido y de pronto sentí cómo mi cuerpo era sacudido imperceptiblemente por un prolongado estremecimiento. Cerré los ojos y de repente tuve la sensación de ver la iglesia desde muy arriba, como si el tejado hubiera desaparecido y yo me hubiera elevado varios metros por encima. Podía ver allí abajo a todo el mundo sentado en los bancos. De pronto me encontré frente a frente con una figura muy familiar.

—¡Abuelo!

El abuelo no hablaba pero me sonreía. Reparé en que no iba vestido como en el féretro, sino que llevaba un jersey de lana de color gris muy claro y parecía, ¡sí! Parecía más joven. Me fijé en sus manos, no tenían arrugas, con los dedos perfectamente rectos, sin las deformaciones producidas por la artrosis de los últimos años, su cabello, su cara, todo era más joven, pero sobre todo su expresión, los ojos claros del abuelo brillaban llenos de vida, de ilusión.

Iba a preguntarle algo cuando oí claramente una voz que llamaba:

—Baldomero, debemos irnos.

No pude ver a nadie ni acerté a comprender de donde surgía aquella voz, me pareció percibir como si alguien allá arriba tendiese una mano al abuelo. Sin embargo cuando levanté la vista no pude ver nada, sólo una especie de cono muy grande sobre nosotros que teniendo su base sobre la iglesia desembocaba en un túnel de luz, allá arriba en lo infinito del cielo.

Vi cómo el abuelo se iba alejando por ese túnel vertical. Sus ojos siguieron fijos en mí hasta que la distancia y la luz difuminaron su imagen.

Sentí nuevamente una sacudida y abrí los ojos, un olor fuerte a incienso se estaba desparramando por la iglesia mientras los presentes entonaban cánticos tristes, arrastrando mucho las notas.

Una sensación de paz y sosiego como pocas veces había experimentado se apoderó de mi, sentía el pecho expandido de gozo y alegría, el abuelo estaba bien y además no estaba solo. Tal vez todo había sido una jugarreta de mi mente, de mi imaginación desbordada por los últimos acontecimientos y el cansancio, pero lo cierto es que me se sentía tan tranquilo y tan feliz que tenía ganas de subir al pulpito y gritar a los cuatro vientos:

—No lloréis por el abuelo, él está bien y es feliz. Sea lo que sea, detrás de la muerte hay algo que no produce miedo ni rechazo, sino paz y esperanza, el abuelo ya no está en esa caja de madera que vamos a enterrar, está ya muy lejos, o muy cerca, no lo sé, pero existe de otra forma.

Me contuve a duras penas pues las manifestaciones de dolor se sucedían en parte alimentadas por el responso del sacerdote. Seguramente pensarían que el dolor me había hecho perder la razón si intervenía.

Cuando el oficio terminó volvimos a cargar el ataúd sobre los hombros y fuimos turnándonos hasta llegar al cementerio separado aproximadamente un kilómetro del pueblo. Un viento helado soplaba levantando nubecillas de nieve en polvo. En el cementerio se produjeron nuevas escenas de dolor, era la separación definitiva del ser querido y el apego les hacía rechazar la idea de que ya no volverían a verle. Yo estaba sereno, tenía la plena seguridad de que el abuelo lo mejor que podía hacer era alejarse de aquel ambiente triste cuanto antes e ir en pos de la claridad que había al otro lado del túnel. Pensaba que en lugar de añorar su presencia, como hacían los familiares y amigos, debía apoyarme en la idea de que el abuelo había hecho muchas cosas en la vida y ahora podría seguir haciendo otras allí donde estuviera. Tenía la certeza de que había una continuidad.

Poco a poco se fueron marchando todos de la casa. La abuela deambulaba de un sitio a otro de la casa buscando no se sabía muy bien qué. Estaba muy aturdida, nunca se había separado del abuelo, habían vivido el uno para el otro haciendo las cosas en función del compañero y ahora... Aquél por el que ella vivía y hacía las cosas más pequeñas se había ido dejándola completamente descolocada ¿A quién iba a cuidar, para quien iba a cocinar, con quién iba a comentar sus pensamientos? Tendría que remontar una empinada cuesta en los próximos meses.

Decidimos acostarnos temprano aquella noche, a la mañana siguiente saldríamos hacia León. Sin embargo, antes de retirarnos la abuela nos avisó que tenía algo para Teresa y para mí. Al cabo de unos minutos salió del despacho del abuelo con un sobre grande y blanco en las manos. Se dirigió al salón seguida por nosotros dos. —Pocos días antes de morir el abuelo me dejó este sobre y me pidió que os lo entregara después de su muerte. El sabía muy bien que se iba, preparó todas sus cosas dejando solucionados hasta los más pequeños detalles. Algunas personas mueren angustiadas pensando en lo que aún les queda por hacer, puedo aseguraros que con el abuelo no ha sido así, parecía que lo tenía todo previsto.

Yo sé bien que ha habido cosas en su vida que no ha podido llevar a cabo por ser empresas demasiado grandes y encontrarse solo, tenía mi apoyo y mi comprensión, pero no fue suficiente. Eran proyectos muy ambiciosos los del abuelo y hubiera sido precisa la colaboración de muchos para sacarlo adelante. Las enfermedades y la falta de medios le impidieron lograr algunos de sus objetivos. El abuelo, vosotros lo sabéis, tenía algo de mucho valor: siempre creía con mucha fuerza en las cosas que hacía, por eso se entregó tanto, lo mismo en su profesión que con las personas.

Sólo deseo que en este sobre encontréis lo que buscáis y que sea para vuestro bien, proporcionándoos tantos ratos de plenitud como a vuestro abuelo. El confiaba en vosotros y yo también.

Emocionada calló cuando ya empezaba a quebrársele la voz. Me entregó el sobre y la abracé sorprendido. La abuela salió del salón con la tranquilidad del que ha llevado a buen término una tarea encomendada.

Teresa y yo nos miramos apenas habíamos tenido tiempo de estar solos en todo el día, habíamos comentado entre interrupciones constantes la sensación vivida por ambos aunque con diferente intensidad, de la falta de emotividad ante el cuerpo sin vida del abuelo. Teresa había comentado que le dio la impresión de ser un traje vacío, como uno de esos monos de trabajo colgado de una percha esperando para ser vestido por alguien.

Ella, no había sentido en ningún momento la presencia cercana del abuelo. Sin embargo, en la iglesia, hubo un momento que le sintió a su lado y una hondísima emoción la invadió, haciéndola derramar las lágrimas que hasta entonces no había soltado, eran lágrimas de emoción no de dolor. Allí sí estuvo el abuelo durante unos minutos, ella no le había visto ni oído, pero su intuición había percibido claramente su presencia.

Y ahora estábamos allí, en el salón, mirándonos sin saber qué decir y sin decidirnos a abrir el sobre. Las palabras de la abuela nos habían hecho recapacitar, todos los sentidos estaban alerta, era un momento muy importante en nuestras vidas. Intuíamos que nuestro futuro estaba muy relacionado con el contenido de aquel sobre.

Finalmente rasgué con cuidado uno de los laterales, saqué un fajo de papeles manuscritos, reconocimos la letra del abuelo. Volví a meter la mano al darme cuenta de que aún quedaba algo dentro y se lo mostré a Teresa: era el sensor.

El primer folio era una carta del abuelo dirigida a ambos, la letra, irregular en ocasiones, denotaba que había sido escrita en varias etapas, probablemente coincidiendo con momentos de mejoría física de los últimos días.

Comencé a leer en voz alta, las palabras escritas por Baldomero tenían una fuerza tal en aquel salón que nos parecía estar escuchando su voz grave, un poco ronca cuando hablaba de estos temas, denotando una emoción contenida.

«Mis queridos Alberto y Teresa:

Ha llegado el momento en que debo marchar, mi vida aquí se acaba, el plazo que se me dio para hacer o deshacer en esta vida, 75 años, llega a su fin, lo hecho, hecho está y lo pendiente quedará para una nueva existencia donde tenga la oportunidad de seguir aprendiendo y experimentando.

En estos años he comprendido que la muerte física es una realidad objetiva, sin embargo no es la única que ocurre en el hombre, el renunciar a los propios valores es también una muerte, y lo es por despreciar el trabajo realizado, por creerlo inútil.

El hombre que quiere vivir debe pensar que la VIDA es un conjunto de vidas que a su vez integran más vidas y éstas se componen de vivencias. He aprendido que el conocimiento es un medio para alcanzar la sabiduría que es la manera correcta de aplicar este conocimiento. Se adquiere cuando existe deseo de ello, pero solo preguntando y aplicando se logra la verdadera fuente del saber, que siempre mana y a la que se acercan los que tienen sed.

El hombre del futuro en la Tierra deberá ser un hombre abierto de mente, que no se quede anclado en lo conocido. Cuando el hombre se queda anclado surgen los dogmas como necesidad de explicar su postura. La ciencia se replantea sus postulados constantemente y el hombre que está naciendo ahora ya no se asombra de los avances tecnológicos, solo el que está conforme totalmente con lo hecho, dándole un valor inamovible se quedará anclado, el que parte de lo hecho como plataforma para mejorarlo y ampliarlo estará en condiciones de vivir de acuerdo a su tiempo. El hombre que constantemente se replantea sus logros no está orientado al futuro, sino al pasado, pues es del pasado de quien duda.

Alberto, Teresa, en los últimos tiempos insistíais mucho en que os dijese cómo se podía comunicar con los extraterrestres, pues bien, ha llegado el momento para vosotros igual que en su día llegó para mí. Al final de esta carta encontraréis la clave de contacto, os ruego que hagáis uso en conciencia de ella.

No es nada complicado, sino más bien algo de constancia y perseveran-cia, habréis de tener fuerza de voluntad al principio pues los resultados primeros pueden pareceros defraudantes, sin embargo, no cejéis en el empeño, sé por experiencia que merece la pena el esfuerzo.

He de pediros algo que ya os he dicho muchas veces: tenéis que trabajar en equipo, también por experiencia sé que solo no se puede llegar al final, buscad gente que comparta vuestras ideas, con los que os sintáis en sintonía y forjaos juntos los objetivos, la fuerza de todos os hará llegar a la meta final. Deberéis buscar y experimentar y después difundir el resultado de vuestras investigaciones. Recordad lo que dicen los Maestros: «TODO LO QUE SE RECIBE ES PARA DAR».

Yo os pedí que confiarais en mí y en mi historia sin daros a cambio ninguna confirmación, y es más, me guardé información que os hubiera ayudado a comprender un poco mejor. Siento que en algún momento lo hayáis pasado mal pero debía hacerlo así, no era por falta de confianza en vosotros, sino porque era necesario que a pesar de todas esas dificultades, que surgiera en vosotros la necesidad de saber y la capacidad de dar cabida a otra forma de entender las cosas.

Hubo una parte de mi experiencia en el ovni aquella noche del 22 de Junio que silencié a propósito, se trata del mensaje que recibí del Hermano Mayor. Recuerdo la escena y sus palabras como si las tuviera grabadas en alguna parte de mi cerebro por la que no pasa el tiempo ni el olvido, cuando la rememoro es un fiel retrato de lo que allí ocurrió. Aquel ser me habló de una forma que hizo que mi vida y mis objetivos cambiaran:

«A comienzos de vuestro siglo el Consejo de los 24 Ancianos gobernadores de la Galaxia, se reunió ante la necesidad de elaborar un plan de ayuda al planeta Tierra. Estos Maestros son responsables del equilibrio que debe reinar en el Universo y habían venido observando y analizando el proceso evolutivo de este planeta igual que el de otros muchos. Su gran capacidad mental les permitió extrapolar para comienzos del próximo siglo el fin de vuestra humanidad si antes no se operaba algún cambio, no sólo en los habitantes sino también a nivel geológico del propio planeta.

En aquella reunión se encontraban también 12 Hermanos Mayores cuya presencia había sido requerida para esta misión y a quienes dieron información sobre el futuro de la Tierra, las guerras que la asolarían, las armas nucleares y químicas, la contaminación y las luchas por el poder, que harían de ella un planeta dolorido y masacrado en un plazo no muy largo.

Asimismo, se mostró cómo iban a variar las condiciones telúricas produciendo movimientos sísmicos de gran envergadura. Muchos volcanes entrarían en erupción y las tierras y los mares se tendrían que asentar de nuevo.

Todo esto sucedería lentamente, sin que apenas los terrestres se apercibieran de ello. Pero la Tierra llegaría progresivamente a un punto en que el ser humano ya no tendría donde apoyarse, habría perdido la fe en sí mismo y en sus semejantes. Las instituciones caerían por su base y los valores en que se asentaba la sociedad se perderían en la noche de los tiempos.

El poder económico y político dominaría la Tierra y los más poderosos aplastarían a los más débiles. Para entonces el ser humano habría perdido el Norte y la razón de ser de su existencia y no sabría dónde encontrar respuestas a tantas preguntas.

Por todo ello decidieron poner en marcha un plan general de acción con ayuda de los 12 Hermanos Mayores a los que se les encomendaría un misión muy concreta: crear grupos que sirvieran de referencia a todos aquellos que buscaran la verdad en su interior. Para ello sería necesario entrar en contacto con seres humanos terrestres que estuvieran dispuestos a implicarse en esta misión.

Cuando se avecinase la catástrofe estos grupos de personas permanece-rían unidos y para entonces deberían haber alcanzado un grado de consciencia de las cosas y una capacidad de ayuda y comprensión que les hiciese dar referencias y serenidad a una humanidad que ya estaría al borde de la locura.

Pero antes de todo esto, comenzarían su trabajo como núcleo de expansión para difundir el mensaje a todo aquel que se acercase a ellos en busca de respuestas. Tendrían que compartir con sus semejantes todo lo que aprendieran, desmitificar las instituciones, utilizar la mente con el mayor provecho posible y conocerse un poco más cada día para poder conocer y entender a sus semejantes. Tendrían que romper sus estructuras mentales para dar cabida a nuevos conceptos de convivencia, trabajo y entendimiento entre los seres humanos, con objeto de formar núcleos cohesionados de hombres que compartieran una filosofía de vida entre ellos y con los demás, y ala vez diseminar todo lo que aprendieran de sus guías, siguiendo la máxima: TODO LO QUE SE RECIBE ES PARA DAR.

La necesidad de este cambio en el hombre de la Tierra tiene también otro propósito y que va emparejado con la evolución del propio planeta: La Tierra va a sufrir una serie de cataclismos provocados en gran parte por la negligencia de los terrestres en cuanto a las continuas agresiones que sufre el subsuelo por las explosiones nucleares, y en parte también por la invasión del sistema solar por un planeta/río de grandes proporciones. La Tierra va a cambiar. El planeta debe estar en consonancia y armonía con los seres que lo habitan y cuando se recupere de esta catástrofe alojará a seres como los que has encontrado en esta nave, seres humanos que estarán ya un peldaño más arriba en la escala evolutiva»

Me sentía abrumado por la cantidad de información que estaba recibiendo. No obstante podía notar cómo mi cerebro estaba receptivo y grababa cada palabra de aquel ser que a pesar de las extrapolaciones tan trágicas que estaba haciendo, seguía manteniendo la misma serenidad.

«Baldomero, hermano, comprendo muy bien cómo te sientes en estos momentos. Sé que cuanto estás oyendo es difícil de asimilar, pero sabemos que tú eres un hombre que busca la verdad y queremos pedir tu colaboración para trabajar juntos en este empeño en favor de la Tierra y su humanidad.

Aparte de esta misión que apenas te he esbozado hay otras muchas que involucran a hombres de otros planetas que realizan todo tipo de trabajos, desde recoger muestras de la flora y fauna de la Tierra hasta el cuidado y vigilancia para que no se produzcan grandes catástrofes compensando las fuerzas geológicas o ayudando a que la Tierra pierda parte de su presión interna provocando la aparición de nuevos volcanes, etc.

También hay terrestres como Jon que colaboran con nosotros ayudando en realidad a sus hermanos. Se han establecido diferentes colonias fuera de vuestro planeta y están aprendiendo a vivir como vivirá el nuevo hombre de la Tierra. En ocasiones como ésta, por ejemplo, viajan hasta aquí con distintos propósitos: evitar acontecimientos bélicos, apoyar los movimientos humanistas.

Miré a Jon que me sonrió mientras me lanzaba una mirada de afecto y apoyo.

Me sentía cada vez más inquieto, estaba muy nervioso y me parecía que no estaba comprendiendo nada de lo que me decían, que se me escapaban las cosas.

«Tranquilízate, nada se te pedirá que no puedas hacer. Necesitamos que vayan fraguándose grupos de hombres y mujeres en todo el planeta, que estén dispuestos a intentar la experiencia de conocer, asimilar y vivir la filosofía de vida que habéis perdido con el tiempo. Una forma de volver al origen, de reencontrar el camino descubriendo los verdaderos valores de las cosas. Aprendiendo el significado de palabras como compartir, confiar, amistad, sinceridad, humildad... Todo ello entre varias personas que tendrán, con el tiempo, la ayuda de un guía, de un Hermano Mayor que les enseñará y les ayudará a andar aunque no andará por ellos».

Durante unos minutos reinó el silencio en la estancia. Todos aquellos seres tenían puestos sus ojos en mí, esperando una respuesta. Sentí cómo me decían que me necesitaban, que había un trabajo que debíamos hacer los terrestres y que, sin nosotros, sin nuestra colaboración, no podría llevarse a cabo la misión.

De pronto reaccioné y el miedo desapareció. Me di cuenta de lo que me estaban ofreciendo y sentí como se me ponía la piel de gallina: seres superiores a mí en evolución me pedían colaborar en una misión en la que aprendería y encontraría respuestas, donde tendría la oportunidad de dar un paso adelante en el conocimiento y en la propia evolución espiritual. El proyecto se me antojaba muy ambicioso, y por si eso fuera poco estaba la implicación con los momentos que iba a atravesar la Tierra, la situación era muy grave como para no sentir la responsabilidad sobre los hombros. ¡Había que hacer algo, había que hacerlo!, ¿qué duda cabía?

—Yo no sé muy bien si voy a seros útil. Mi intención es ayudar en la medida de mis posibilidades, avisando sobre los riesgos que conlleva nuestra actitud. No obstante no sé como hacerlo, si cuento esto no me creerán...

Terminé mirándole, esperando sus directrices. Pude ver la alegría reflejada en sus ojos.

«No te preocupes, aún no debes hablar. Dices bien, no te creerían, y además te falta mucha información; debes prepararte bien antes de empezar a difundir. Te entregaremos unos manuscritos que han sido dictados por uno de nuestros Maestros. Jon ha trabajado mucho transcribiéndolos. Debes leer esa información con mucha atención, analizarla y contrastarla con tus ideas y las de los demás, aunque en principio sin descubrir su origen.

Al mismo tiempo comenzarás a hacer algunos ejercicios de concentración para poder facilitar la comunicación telepática con nosotros y podrás preguntarnos cuantas dudas te surjan. Contarás con nuestra ayuda siempre que lo pidas. Intentaremos que se abran los canales de comunicación, pero tú debes poner de tu parte para que no haya interferencias y la comunicación sea clara y puedas confiar en los mensajes recibidos».

Ese es el relato que completa mi experiencia en las praderas de Corona.

Sólo hay una cosa más que queda pendiente. En estos tiempos de mitificación, de misterios, de enseñanzas rebuscadas y complicadas, donde surgen ideologías, sectas, filosofías, que aparecen hoy y desaparecen al día siguiente, tendréis una labor importante que hacer. Debéis desenmascarar esa mitificación y los manipuladores que la alimentan en todos los lugares donde vayáis. Pero existe un compromiso que yo, desgraciadamente, no pude llevar a cabo. Se trata de realizar ese trabajo en concreto en la Orden, confío en que vosotros, aprovechando vuestra juventud y vuestros medios, podáis lograrlo. Yo me siento comprometido porque allí di mis primeros pasos y me gustaría que el conocimiento y las experiencias que por esta otra vía alcancéis revierta de alguna forma en la Orden.

Entre estos escritos encontraréis instrucciones sobre cómo utilizar la clave de contacto, también algunos consejos basados en mis experiencias positivas y negativas, sobre cuál es el mejor método de los que existen, qué necesitáis, cómo se realiza la comunicación...

Finalmente quiero deciros unas palabras recibidas de un guía para que recordéis algo que debéis tener presente siempre:

«Los hombres están unidos por un sentimiento religioso y se desunen por la interpretación razonada de ese sentimiento. Sin embargo no olvides que para cualquier empeño que el hombre se proponga siempre le mueve un sentimiento religioso, aunque lo llame de mil formas diferentes. Ese impulso le hará tender a unirse a otros hombres».

No perdáis nunca el interés y los deseos de evolucionar y «ellos» siempre estarán con vosotros. Abrid vuestros ojos y vuestro cerebro a esta oportunidad que se os brinda, no la dejéis pasar, es importante para vosotros y puede serlo para más gente.

Que la paz y el amor cósmico os guíen. Baldomero

Dejé la carta y el resto de los papeles sobre la mesa. Me temblaba ligeramente la mano. Allí estaba lo que tanto habíamos buscado, con esa clave se cerraba una etapa y comenzaba una nueva mucho más rica y prometedora.

Leímos varias veces la clave de comunicación y no le encontramos sentido, seguramente tendríamos que leer todas las instrucciones sobre cómo utilizarla. Lo haríamos en León. Los dos a la vez pensamos en ponernos en contacto con nuestros mejores amigos, Fernando y Pilar, les dejaríamos leer los manuscritos y les contaríamos todo, para ver la posibilidad de empezar a trabajar juntos, estábamos seguros de que la idea les atraería tanto como a nosotros.

Esa noche dormimos plácidamente, estábamos agotados por el cansancio y las vivencias de esos días y además por primera vez teníamos la sensación de haber encontrado un punto de partida, sabíamos ya de dónde había que arrancar y cómo, solamente nos quedaba por decidir el cuando.

Aquella noche a las 10 en punto sonó el timbre de la puerta. Teresa dio un respingo sobresaltada. Eran nuestros amigos, esta vez habían sido extrañamente puntuales.

Llegaban helados de frío, la ciudad estaba desde hacía tres días cubierta por la nieve. Se quitaron los abrigos y se acercaron a la chimenea, un suave calor se extendía por el salón. Todos estábamos nerviosos, esa era la noche del intento y la inquietud hacía presa en nosotros, no sabíamos cómo iba a salir, por un lado deseábamos tener la experiencia, pero por otro un cierto recelo o tal vez un inconfesado miedo al fracaso nos hacía retrasar el momento de comenzar el experimento.

Durante el último mes Fernando y Pilar habían leído los manuscritos y nos habíamos reunido muchas noches para hablar sobre ellos. El tema les interesó desde el principio. Los posibles recelos se desvanecían cuando pensaban que éramos nosotros, sus amigos de toda la vida, quienes les estaban contando aquella alucinante historia. A nosotros nos conocían, sabían que no éramos ningunos locos, el que nosotros lo creyéramos les daba una cierta garantía.

A través de las notas del abuelo, pudimos saber con todo lujo de detalles, de qué modo se realizaba la comunicación telepática con los extraterrestres, cuáles eran los métodos y cuáles las ventajas e inconvenientes de cada uno.

Basado en su experiencia, nos sugería que utilizásemos como medio de contacto algo parecido a la ouija. Siguiendo sus instrucciones preparamos un tablero redondo de fórmica blanca, pegamos en círculo todas las letras del alfabeto y los números del 0 al 9, y como receptáculo de la energía utilizamos un vaso de cristal que debíamos colocar boca abajo sobre el tablero. Recomendaba también que hiciésemos el ejercicio usando una mesa de madera, evitando los metales que, parecía ser, desviaban la energía.

Su decantación por ese sistema se basaba en una razón fundamental: era una fórmula para trabajar en grupo, la recepción era múltiple, por tanto se contaba con varias mentes a través de las cuales llegaba el mensaje. Nos daría, además, la oportunidad de aprender a unificar criterios concentrándonos los cuatro en emitir la misma idea, la longitud de las ondas mentales, al armonizarse, llegaría más lejos y sería capaz de recibir con más facilidad. Una de las desventajas era la lentitud de la recepción, pero era una pega mínima si se comparaba con una mayor fiabilidad para evitar en lo posible interferencias.

Los otros métodos eran individuales: la psicografía y la inducción telepática.

En la psicografía o escritura automática el mensaje era recibido por uno solo de los presentes que, relajando su brazo, conseguía al cabo de algún tiempo escribir de forma involuntaria, mientras los demás permanecían en estado de relajación para no interferir o bien intentaban, a su vez, recibir el mensaje. Este sistema a pesar de ser más rápido en la recepción, podía tener algunos problemas de protagonismos, al no tener todo el mundo la misma facilidad, e incluso podía ser una puerta abierta a las interferencias ya que el mensaje era captado por una sola mente, y podía verse desvirtuado al atravesar los filtros mentales del receptor.

Los filtros representaban una auténtica trampa en las comunicaciones. El abuelo los llamaba así porque los comparaba con cristales coloreados que cada persona tenía y a través de los cuales veía el mundo que le rodeaba. Entre ellos estaba la educación, los convencionalismos sociales, los hábitos... Por otra parte, al ser una sola la mente receptora era muy difícil separar lo recibido del exterior de lo generado por la propia mente subconsciente.

El había utilizado la psicografía en sus comunicaciones con los guías, sin embargo y basado en su experiencia nos recomendó el trabajo en grupo como salvaguarda de muchos de los inconvenientes que él encontró.

La inducción telepática, se recibía también a través de una de las personas que en estado de relajación transmitía en voz alta el mensaje al resto, aunque a nivel subconsciente era recibido por todos. Esta práctica producía una beneficiosa apertura de canales en todos los participantes, pero tenía también el mismo tipo de inconvenientes que la psicografía al ser un método individual, lo que podía crear dependencia del grupo hacia uno de sus miembros.

Sabíamos, no obstante, que en las primeras comunicaciones un porcentaje muy elevado de lo recibido seria fruto de nuestro subconsciente, pero el abuelo nos anticipaba que ese porcentaje iría decreciendo con la práctica. Debíamos aprender a no interferir el mensaje que se nos enviaba.

También nos advertía que un método similar era utilizado por el espiritismo. Sin embargo, la diferencia era muy grande, mientras nosotros pretendíamos la comunicación con seres humanos físicamente vivos y de una superior evolución; el espiritismo era contacto con desencarnados y casi siempre aparecían espíritus que se encontraban en el mismo grado de evolución que las personas que contactaban.

Por eso debíamos concentrarnos en pensamientos altruistas que nos harían elevar la vibración, traspasando así los estratos inferiores de la mente y evitando sintonizar con seres de bajo nivel de evolución.

La luz de la lámpara chocaba contra la blancura del tablero. Todos lanzábamos miradas furtivas a la mesa sin atrevernos a dar el paso. Finalmente fue Fernando quien interrumpió la conversación sobre la enorme nevada caída y pronunció las palabras que de algún modo todos esperábamos.

—Bueno, vamos a intentarlo.

Nos sentamos alrededor de la mesa. Verbalicé las instrucciones que todos conocíamos. Debíamos relajarnos durante unos minutos para después empezar a generar pensamientos positivos.

Todos cerramos los ojos y tratamos de relajar el cuerpo mientras concentrábamos la mente cuanto podíamos. Después de unos minutos pusimos el dedo índice de la mano derecha sobre el vaso, apoyando suavemente las yemas sin ejercer presión.

Con tono que, muy a mi pesar sonó trascendente, emití en voz alta la llamada para que los demás pudieran concentrarse sobre la misma idea.

—Queremos comunicar con Hermanos Mayores, seres humanos físicamente vivos y de evolución mayor a la nuestra, que deseen ayudarnos a evolucionar. Nos guía el deseo de aprender.

La voz no salió de entre aquellas cuatro paredes, sin embargo, los pensamientos viajaron por el espacio a una velocidad increíble buscando encontrar la nota de resonancia en alguna estrella lejana, en algún apartado planeta donde otros hombres pudieran captar la llamada y enviar su respuesta.

Continuará…..

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