11 de diciembre de 2009

ENTREVISTA GEENOM - Parte d - Final

CAPÍTULO 7

EPÍLOGO
Supongo que el lector, tras la lectura de los dos capítulos precedentes, estará no ya confuso, sino perplejo. Y probablemente haya considerado mi afirmación de que existen otras hipótesis no menciona-das para explicar este asunto como una metáfora, cuando no una exageración. Pero si así pensase, se equivocaría. He obviado, por ejemplo, una de las explicaciones realmente más sugerentes para los “cons-piranoicos” de todo el mundo y que, sin duda, dará que hablar en el futuro: la de que detrás de todo esto no haya sino un experimento secreto de algún organismo –oficial o privado, pero con recursos y poder suficientes para desarrollarlo – que estaría utilizando sofisticados instrumentos radiónicos de transmisión mental, potentes equipos que permitieran desde algún centro de investigación sintonizar con la onda mental de una persona e intercambiar telepáticamente con ella mensajes. De forma que el receptor del mensaje recibiría en su subconsciente y, de manera mecánica e inconsciente, lo haría aflorar decodificándolo mediante la escritura automática, la inducción telepática directa o cualquier otro sistema. Claro que ello supondría poseer una tecnología que permitiera no sólo emitir telepáticamente mensajes, sino recibirlo y decodificarlos casi instantáneamente. ¿Podría ser así? Imposible para nuestro nivel de conocimiento, estará diciéndose mentalmente más de un lector. Y yo pregunto: ¿sabe usted cuántos conocimientos se nos ocultan hoy día por razones políticas, económicas o estratégicas? Se asombraría. Y no quiero seguir...

Otra posible explicación que tampoco he mencionado en el capítulo anterior y que, sin embargo, tendría altas posibilidades de aceptación por muchos de los actuales investigadores del mundo de la mente y la conciencia, es la de que quienes se comunican con los miembros del grupo sean sus propios “yoes superiores”, es decir, la manifestación de las personalidades internas de sus espíritus al acceder a sus memorias genéticas o perpetuas. Y la razón de que no lo haya hecho es simple: entenderlo requeriría explicarle al lector las diferencias básicas entre la personalidad externa –objeto de estudio de la Psicología convencional – y la personalidad interna –que intenta delimitar la Psicología Transpersonal –, así como plasmar los conceptos básicos de ambas concepciones del ser humano; y todo ello sin olvidar las interpretaciones dadas por las religiones. Algo desde luego no tan simple y que requeriría adentrarnos en un terreno filosófico que trasciende las expectativas de este libro.

En cualquier caso, y ya que he decidido mencionarlo en este epílogo, la hipótesis propuesta –dicho de forma burda y sin los matices necesarios – sería la de que los miembros del Grupo Aztlán estarían en realidad accediendo a la información acumulada por sus espíritus a lo largo de las sucesivas reencarnaciones. En suma, estarían –sin saberlo –, hablando con ellos mismos. No con sus actuales “personalidades”, por supuesto, sino con sus “yoes” o espíritus individualizados, con la esencia o chispa divina que en todos nosotros encarna una y otra vez para aprender en el largo proceso evolutivo. (Si usted es cristiano, pero no cree en la reencarnación, entonces imagine que comunican con la zona más profunda de sus almas, con esa parte divina que habita en nosotros y no se manifiesta habitualmente.)

Y sobre todo recuerde que estamos hablando de una simple hipótesis, de un nuevo intento de explicar el fenómeno sin tener que admitir que mi interlocutor es, en verdad, un ser de otro planeta.

He de decir también que hubo muchos momentos a lo largo de la entrevista en los que, por mis convicciones personales, las respuestas me resultaron muy difíciles de aceptar, hasta el punto de que algunas produjeron mi rechazo visceral. Luego, dejando transcurrir el tiempo, reflexionando y olvidándome de mis prejuicios (pre-juicios), me di cuenta de que todo lo que se me respondía podía ser o no verdad, pero no había un solo elemento objetivo que me permitiera desechar las respuestas sin más. Tal me sucedió cuando se habló de temas religiosos, en especial cuando recibí contestaciones tan singulares como la de la confirmación de la virginidad de María y la concepción de Jesús mediante un láser biológico, la “personalidad” de éste como presunto espíritu de nivel 6.6 o su no resurrección “física”. Y lo mismo me pasó cuando se habló de temas éticos –sobre todo en lo que se refiere a lo comentado sobre el aborto – o de cuestiones relacionadas con los viajes espaciales o la vida extraterrestre. Claro que, tanto en lo relati-vo a este último extremo como en lo que se refiere al Horcóbulus, vamos a saber en no mucho tiempo la veracidad de las respuestas recibidas. Aunque no es menos cierto que, si se demostrasen auténticas, ello seguiría sin probar que la fuente de tal información procede de un ser no terrestre. Seguirían siendo válidas casi todas las hipótesis planteadas.

No obstante, he de confesar que hubo dos cuestiones puntuales –y no por su trascendencia – que no asumí muy bien. Una fue que no se me quisiera responder a la pregunta sobre la Sociedad Vril y la Operación Aldebarán (¿ocultaba ese silencio – no pude dejar de pensar – la posibilidad de que alguna civilización extraterrestre se hubiera relacionado con la Alemania nazi de Hitler?); la otra, que no coinci-diera el tiempo transcurrido entre la primera vez que pregunté su edad a Geenom – me dijo que tenía 634 años – y cuando por segunda vez le formulé la misma pregunta –respondió entonces que 662 –. Porque eso suponía una diferencia de 28 años, cuando entre ambas preguntas sólo habían transcurrido alrededor de cuatro. ¿No me había dicho él que un año terrestre era “más o menos similar” a uno de los suyos? ¿Cómo se explicaba entonces esa incongruencia?

Estando ya el libro terminado, a falta de este epílogo que comencé en Navidad y hoy –31 de Di-ciembre de 1996 – completo, y cuya intención inicial era haber hecho aún mucho más breve, decidí planteárselo directamente a los miembros del Grupo Aztlán. Hablé con ellos y les expliqué que, al margen de cualquier otra consideración personal, si a mí esas incertidumbres me dejaban tan preocupado, lo mismo podía ocurrir con los lectores. Y que, consecuentemente, me parecía oportuno que se le volvieran a formular amas cuestiones a Geenom. Debo decir que no pusieron pega alguna. Y dos días después, la noche del 27 de Diciembre de 1996, con motivo de su última reunión del año, hicieron en mi nombre ambas consultas. Tales fueron las respuestas, que transcribo sin más comentarios.

El tema de la Sociedad Vril no me es posible contestarlo porque aún están debatiéndose las implicaciones que haya podido haber por parte de alguno de los socios de la Confederación que, de forma imprudente o ingenua, dieron ciertos informes a elementos pronazis, tal vez creyendo que los ideales de hermandad y evolución del hombre terrestre iban a poder conseguirse a través de movimientos sociales como los que, sin embargo, dieron lugar posteriormente a la Segunda Guerra Mundial. Se trata, pues, de un asunto pendiente de dilucidar en la Confederación. De ahí que no pueda daros más información.

¿Qué hacemos con tu respuesta entonces? –le preguntarían los miembros del Grupo Aztlán–. ¿Se la mandamos tal cual para que la publique?

Sí.

En cuanto a mi segunda interrogante, la contestación fue la siguiente:

Vamos a ver si dejamos el tema claro: yo viviré más o menos mil doscientos años; y cuando hablo de mil doscientos años, hablo de años terrestres. Lo que ocurre es que la degeneración celular es proporcional a la que corresponde a un hombre de la Tierra que viva unos ochenta años. ¿Vale? Las diferencias en años detectadas por José Antonio son lógicas y excusables ya que el dato que di en la primera entrevista, o no fue bien decodificado, o yo me equivoqué. En cualquier caso, como con motivo de la pu-blicación del libro José quería actualizar el dato, afiné la emisión conceptual y creo que esta vez no hubo error.

¿ES GEENOM UN EXTRATERRESTRE?
Bien. Imagino, en cualquier caso, que se estará usted preguntando por enésima vez si la entre-vista que ha leído en la parte central de este libro le ha sido hecha o no a un extraterrestre que se identifica con el nombre de Geenom, tiene 662 años, habita en un planeta – Apu – que orbita alrededor de la estrella Alfa B, en la constelación de Centauro, y la ha respondido telepáticamente desde 4,39 años-luz de distancia. Y supongo que no sólo se la hace, sino que mentalmente me la hace a mí porque, a fin de cuentas, quien ha vivido en directo la experiencia he sido yo.

Pues bien: no puede usted imaginarse cuántas veces me he hecho esa misma pregunta. Cuántas veces he pensado si en alguna de las posibles explicaciones que he apuntado – o en cualquier otra no mencionada – estaba la respuesta definitiva a esa interrogante. Luego, con el tiempo, me di cuenta de que el proceso en sí era, al margen de la fuente, absolutamente fascinante, que estaba asistiendo como espectador de excepción a un fenómeno racionalmente inexplicable, a algo que sobrepasa nuestros actuales conocimientos porque el simple hecho de aceptar cualquiera de las hipótesis apuntadas supone transgredir muchos de los axiomas convencionalmente admitidos por la comunidad científica. Porque ni está reconocida la telepatía; ni puede probarse rotundamente la existencia de la inmortalidad y, por ende, la de espíritus y, en el caso de que así fuera, que puedan comunicarse con nosotros; ni se ha demostrado la existencia del inconsciente colectivo; ni se sabe si existen realmente los registros akáshicos; ni la teoría de los campos morfogenéticos ha dejado la existencia de un orden plegado y otro desplegado; ni sabemos con certeza si el universo en un megaholograma que podemos ni demostrar de qué está consti-tuida en último término la “materia”, en qué consiste la mente, qué es la conciencia, si el ser humano es o no el simple resultado de un complejo proceso químico aleatorio, si tenemos un alma o espíritu inmortal o qué es, sencillamente, la Realidad. Por no poder – insisto –, no podemos ni demostrar que existe Dios.

¿Qué si he hablado realmente con un extraterrestre? La verdad es que no tengo “evidencia” algu-na de ello. Pero voy a confesarles algo: de todas las hipótesis sugeridas para intentar explicar esta singu-lar experiencia, ésa es la que a más gente de mi entorno le parece la menos “fantástica”. ¿Y a usted?

JOSÉ ANTONIO
CAMPOY SANZ-ORRIO
Director de la revista MÁS ALLÁ DE LA CIENCIA desde su fundación el año 1989, José Antonio Campoy Sanz-Orrio nació en León el 26 de Mayo de 1954. Licenciado en Periodismo por la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense, iniciaría su actividad profesional en la redacción de la 1ª Edición del Telediario de RTVE en 1976, siendo contratado en Octubre de ese mismo año como Profesor de Relaciones Internacionales –en la universidad central de Madrid desde 1976 a 1991 – y, posteriormente en el Centro Español Universitario (C.E.U.), donde también dio clase – simultáneamente – desde 1979 a 1982. Actividad docente que compartió con colaboraciones asiduas en distintos medios nacionales y extranjeros.

En 1980 se incorporó a la sección de Internacional de la Agencia EFE, primero como redactor y posteriormente como Jefe de Información, hasta que solicitó la excedencia en Junio de 1985 para pasar a la redacción del periódico ABC, donde estuvo hasta el año 1989, año de fundación de la revista MÁS ALLÁ DE LA CIENCIA. Ha sido director editorial de la enciclopedia MÁS ALLÁ DE LOS OVNIs en cuatro volúme-nes (Ed. Heptada, 1992).

Presidente de la Asociación Española de Licenciados en Ciencias de la Información (AELCI) entre 1977 y 1984, así como de su sección de Periodismo de 1977 a 1981, fue miembro del Consejo Asesor del Instituto de la Comunicación Social desde su creación.

Ponente en numerosos seminarios y congresos desde hace veinte años, ha viajado profesional-mente a más de una treintena de países de Europa y América.

Ninguna persona con mediana formación y sentido común duda, en el actual estadio de conoci-miento científico, de que en la inmensidad del universo tienen que existir civilizaciones inteligentes en millones de planetas – independientemente de cuál pueda ser la morfología de sus habitantes – y de que, por consiguiente, sus niveles evolutivos serán también diferentes tanto entre sí como en relación a nosotros, sencillamente porque unas galaxias son más “viejas” que otras. Ni tampoco que en aquellos planetas donde la evolución sea mayor que en el nuestro, sus habitantes deben haberse desarrollado más, y no sólo en el ámbito del conocimiento y de la ciencia, sino también desde el punto de vista ético y del desarrollo personal porque la evolución es siempre global. De lo que se infiere que un ser más evolucionado habrá desarrollado, consecuentemente, las facultades que en nosotros se hallan aún en estado inci-piente, entre ellas la telepatía. Un método de transmisión que excluye, por lógica, el uso de esos “sofisti-cados medios tecnológicos de comunicación” con los que nuestros científicos pretenden comunicarse con otras posibles civilizaciones desde hace décadas. Porque, ¿qué sentido tiene hablar a través de un aparato cuando uno puede comunicarse mentalmente con cualquiera, sin importar las distancias ya que el pensamiento se transmitiría en el universo – si los físicos cuánticos de vanguardia tienen razón – casi instantáneamente, sin soporte físico alguno? Y si eso es así, ¿qué impide entonces que un ser más evoluciona-do sea capaz de sintonizar su onda mental con la de un terrestre desde su propio planeta? A mi juicio, nada.

Ahora bien, otra cosa es que ello esté sucediendo, como afirman miles de personas en todo el mundo. Y aun admitiendo que así fuera, debo decir que mi experiencia apunta a que la mayoría de quienes tal cosa afirman son individuos con diferentes trastornos mentales o cuya “fuente” de información es su propio subconsciente, cuando no se trata de simples casos de mediumnidad con presuntos espíritus. Lo que, sin embargo, no es óbice para reconocer que algunos casos – muy pocos, eso sí – merecen una reflexión e investigación mucho más seria y profunda. Tal es, por ejemplo – y por eso les elegí para la experiencia –, el del Grupo Aztlán en España, a quien debo la oportunidad de realizar este libro por haberme permitido entrevistar durante más de dos años al maestro “extraterrestre” que – afirman – vie-ne contactando con ellos desde hace ya 20 años y que responde al sobrenombre de Geenom. Un extra-terrestre que me ha contado tal cantidad de cosas increíbles que, sobre su veracidad, sólo usted, si se decide a leer el libro, podrá juzgar. Yo sólo puedo prometerle dos cosas: que no hay absolutamente nada inventado en esta obra y que me he limitado a transcribir sus respuestas. A usted le toca decidir.

NOTA DE ALEXIIS: Disculpen que esta última parte ha sido tan desmenuzada pero ninguno de los dos sistemas que empleo para subir el material al blog me permitió hacerlo entero.

José Antonio Campoy


1 comentario:

maddog dijo...

gracias por sus aportes de conocimiento luz y amor a todos.